La contaminación que asfixia Europa

El aire de los núcleos urbanos europeos sigue siendo, a nuestro pesar, uno de los grandes protagonistas de la actualidad. A pesar de la reducción del tráfico y la producción contaminante en gran parte del continente durante el año pasado, la polución aérea se mantiene en niveles preocupantes. Así, al menos, lo indican los datos recogidos durante los años 2019 y 2020 por la Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA por sus siglas en inglés). Ni siquiera el masivo confinamiento efectuado durante varios meses ha podido reducir de forma considerable la contaminación ambiental, lo que ofrece una perspectiva preocupante acerca de un problema que se prevé solucionar durante los próximos años. 

Según este informe, tan solo 127 ciudades de las 323 analizadas (una cifra que se sitúa alrededor del 40%) por la Agencia Europea del Medio Ambiente logran situarse por debajo del nivel máximo de partículas finas (conocidas como PM 2.5) establecidas por la Organización Mundial de la Salud. Esta clase de contaminación acaba prematuramente con la vida de 400.000 personas al año en el continente europeo, según datos de la EEA. La relación de la calidad del aire con el impacto humano es evidente: en las ciudades de Europa del Este, donde el carbón aún mantiene su rol principal como mayor fuente energética, la contaminación se torna extrema. Es el caso de Nowy Sącz, una ciudad del sudeste de Polonia que hoy ocupa el último puesto del ranking elaborado a raíz de estos datos.

El coste económico relativo al impacto de la contaminación aérea en la salud de los europeos se calcula en 940 billones de euros al año

Solo una ciudad española, Salamanca, entra dentro de las 10 ciudades menos contaminadas de Europa. A pesar de la mejora experimentada durante los últimos diez años en torno a la calidad del aire que respiramos, lo cierto es que aún quedan múltiples aspectos que mejorar en Europa. Más allá de lo estrictamente sanitario, y según los datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente, el coste económico del impacto en la salud de los europeos se calcula en 940 billones de euros al año: obliga a acudir más al médico, a tomar más bajas laborales o incluso a no poder trabajar. Los núcleos urbanos están obligados, por tanto, a un cambio que afecta a su propia concepción. Mantenernos en el estado en que nos mantenemos hoy solo convertirá las ciudades en espacios hostiles para la salud física y mental de cada uno de sus habitantes. 

Un futuro de color verde

Por este motivo, según Dogan Öztürk, de la EEA, «el Pacto Verde Europeo sitúa nuevas prioridades para las ciudades con la ambición de polución cero». Para la Unión Europea las ciudades del futuro han de ser sostenibles y respetuosas con el medio ambiente en todos los sentidos. Por eso, destacan la configuración orgánica de la ciudad que está por venir: una mezcla de espacios urbanos y verdes, combinando así de la mejor forma posible las esencias urbanas y aquellas que uno solo puede encontrar en la naturaleza. 

Esta clase de contaminación acaba prematuramente con la vida de 400.000 personas al año en el continente europeo

Uno puede imaginar que esto responde tan solo a la ampliación de espacios verdescomo parques. Pero nada más lejos de la realidad. Incluso los edificios son algo que debe cambiar. Un ejemplo es el proyecto Lugo+Biodinámico. El acero y el hormigón no son ingredientes a tener en cuenta en la construcción del futuro, ya que son ineficientes —cuentan con un fuerte porcentaje de emisiones de dióxido de carbono en todo el continente— en el ámbito energético. En este ejemplo se prevé, así, el uso de madera noble en los edificios lucenses, lo que representaría un paso adelante dentro de la arquitectura ecológica. A esto también se sumarían cambios a nivel urbanístico, algo ejemplificado con la futura gestión del agua no apta para consumo, reciclada en la medida de lo posible.

Las perspectivas son múltiples, como demuestran los proyectos de implementación de tejados verdes —es decir, tejados con la presencia no solo de paneles solares, sino también de jardines—, las plataformas de limpieza y aprovechamiento de las precipitaciones, las granjas urbanas o las zonas de tránsito regionales monopolizadas por las vías ferroviarias. A ello se añaden otros factores: monitorización medioambiental, la preferencia por edificios no excesivamente altos, el uso de productos locales o el intento de evitar la aplicación de sistemas de irrigación. Las ciudades parecen ser llamadas, por tanto, a convertirse en protagonistas de una revolución total en la planificación urbana, con una enorme cantidad de factores interrelacionados que, no obstante, se hallan unidos por un solo hilo: el de la absoluta eficiencia en cada uno de los recursos.