Categoría: Agenda 2030

Nacer sin existir. La identidad como factor clave en la protección de los derechos humanos

Nacer, pero sin existir. Como si la vida dejase a alguien en el camino. Con una historia personal, pero sin un rostro oficial. Esa es la situación en la que se encuentra una cuarta parte de los niños y niñas en el mundo: en total, según cifras de las Naciones Unidas, 166 millones de menores de cinco años no están registrados oficialmente en sus países. Sin identidad, son invisibles a la hora de acceder a la educación, la atención médica y otros servicios básicos en cualquier sociedad.

Cada día nacen en el mundo miles de niños que quedan sin registrar y, por tanto, desprovistos de un nombre reconocido y de una nacionalidad. A pesar de que durante las últimas décadas la población mundial infantil ha crecido exponencialmente, cuando se pone la lupa sobre los registros de algunos países aparece ese agujero negro. A pesar de que lo establece la Convención de los Derechos Humanos del niño, en los países más vulnerables la identidad de los más pequeños a través de los certificados de nacimiento todavía hoy no está garantizada.

Según Unicef, en 2007, solo un 0,1% de los recién nacidos en las islas Salomón contaban con un certificado de nacimiento

«El registro de nacimiento es más que un derecho. Muestra cómo la sociedad reconoce y admite su identidad y existencia», explicaba la directora adjunta de UNICEF, Geeta Rao Gupta, en un informe que analiza el fenómeno en 174 países. «Es clave para garantizar que los niños no sean olvidados, que no se queden detrás del progreso de sus naciones».

Esa es precisamente una de las metas que se han propuesto –y que ha pasado más desapercibida que otras– los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Concretamente, es el ODS 16, que busca apuntalar la justicia y las instituciones sólidas, el que recoge esta meta, la 16.9: proporcionar una identidad jurídica a todas las personas, evitando así que la infancia pase por ese coladero de sistemas incapaz de ampararla. Según UNICEF, los porcentajes más bajos de registros de nacimiento se encuentran en Somalia (3%), Liberia (4%), Etiopía (7%), Zambia (14%) y Chad (16%).

En busca de los niños sin nombre

Si ningún ser humano es una isla entera por sí mismo, como ya se encargó de decir el poeta John Donne, sino que cada uno es una parte de una sociedad al completo, ¿por qué todavía nos encontramos con este alto número de personas invisibles? Los expertos apuntan como principal barrera a la dificultad de establecer sistemas de registro en países con pocas y malas infraestructuras de comunicación. Ese es el motivo por el que el fenómeno de la no-identidad se da, como indica UNICEF, principalmente en las zonas del África subsahariana y el sudeste asiático, donde al mismo tiempo encontramos la mayor parte de los conflictos armados activos: Afganistán, Siria, Yemen, las luchas en el Sahel o la guerra olvidada de Sudán del Sur.

Así, el descontrol de los registros es retroalimentado por la inseguridad de estos territorios y las instituciones débiles, que complican aún más la emisión de certificados de nacimiento de sus habitantes. Sobran los ejemplos: en 2007, en las islas Salomón, con más de seis millones de habitantes e importantes conflictos étnicos, solo el 0,1% de los menores del archipiélago contaron con un certificado de nacimiento. Y en Papúa Nueva Guinea, UNICEF encontró un único punto de registro civil para una población de siete millones de habitantes, lo que dificultaba a muchos el desplazamiento al no poder permitirse perder días de trabajo o afrontar los gastos de transporte correspondientes.

La falta de una identidad oficial sitúa en un punto delicado a las poblaciones de por sí vulnerables, como las mujeres, los migrantes o las minorías étnicas

Son las propias instituciones las que no se encargan de facilitar el registro a sus habitantes o de informarles adecuadamente sobre cómo proceder con el certificado de nacimiento, poniendo demasiadas trabas burocráticas. De hecho, como reveló un estudio de Data2X, la alta mortalidad de los menores de cinco años desmotiva a muchos padres a invertir tiempo en conseguirles una identidad, optando por destinar sus escasos ingresos a aspectos considerados más urgentes, como la alimentación o la vivienda.

La siguiente ficha del tablero la mueven los propios sesgos culturales de cada país, que suelen priorizar el registro de un género o una etnia, especialmente en las zonas rurales. Así, el problema se vuelve aún más complejo para las mujeres, los migrantes y las minorías, lo que a la vez hace su situación aún más delicada: desprovistos del amparo del sistema, se encuentran aún más indefensos frente a situaciones de trata y abuso, pero también ante problemas serios de salud –sin estar registrados no pueden acceder a tratamientos y vacunas– o la pobreza endémica.

Por último, los movimientos masivos de poblaciones, que cada vez superan más techos debido a los desplazamientos provocados por los conflictos armados y las consecuencias del cambio climático, hacen aún más invisibles a esas personas que nacieron sin identidad. Ante una llegada masiva de refugiados sin nombre, a cualquier país le resulta imposible asegurar su protección sin contar con un solo dato oficial de su vida. Y es un suma y sigue: de nacer nuevos bebés en los campos de refugiados y zonas de asilo, esta invisibilidad se hereda hacia el resto de las ramas del árbol genealógico.

Ante esta situación, y aprovechando los beneficios que ofrece la digitalización, países como Belice –donde gran parte de la población cuenta con teléfonos móviles– decidieron en plena pandemia buscar formas de incrementar las partidas de nacimiento, aprovechando los paquetes de ayuda contra la covid-19 para incluir folletos explicando cómo rellenar un formulario de registro en una app conectada directamente con el registro civil y centrándose en las comunidades más vulnerables, como los nacidos en comunidades indígenas o los solicitantes de asilo.

Otras estrategias como vincular el registro de las campañas de vacunación o las campañas de certificación itinerantes han mostrado también cierto éxito en países como Guinea y Sudán, recuperando algo fundamental en cada persona: la protección de sus derechos (que es la de su propia vida).

Salud mental en adolescentes: la asignatura pendiente

Uno de cada siete adolescentes en el mundo padece algún trastorno mental. Son estadísticas de la Organización Mundial de la Salud que ayudan a visualizar en números lo que los medios empiezan ya a tratar como la próxima gran epidemia que marcará la salud de la población.

La crisis del coronavirus y sus consecuencias han llevado a que se hable mucho más de salud mental; ya que con la pandemia aumentaron los casos de depresión y ansiedad, sobre todo en adolescentes. “La pandemia ha destruido la salud mental infantojuvenil», resumía a finales de 2021 en una entrevista el pediatra del servicio de psiquiatría del Hospital Nuestra Señora de Candelaria, en Tenerife, Pedro Javier Rodríguez.

Este aumento de los problemas de salud mental en la adolescencia ha provocado que el sistema sanitario español esté desbordado y sea incapaz de gestionar y atender a todos aquellos que lo necesitan. Un problema que se extiende a nivel mundial, ya que según cálculos de UNICEF, solo el 2% de los presupuestos sanitarios se destina a salud mental.

«La pandemia ha destruido la salud mental infantojuvenil», alerta un pediatra

Las cifras con las que Save the Children cerraba el segundo año de pandemia indicaban que entre niños y adolescentes se estaban registrando cuatro veces más problemas de ansiedad o depresión y tres veces más problemas de conducta que años anteriores. Un hecho que ratifican las estadísticas del informe sobre el Estado Mundial de la Infancia 2021 de UNICEF: uno de cada siete adolescentes tiene ya un diagnóstico de salud mental.

No obstante, según este informe, por mucho que la crisis de la COVID-19 haya empeorado las cosas, los problemas de salud mental existían mucho antes. De hecho, la tendencia de los años previos a la pandemia ya daba avisos de alerta. Tal y como muestran las cifras de Estados Unidos, entre 2007 y 2019 los datos de depresión grave subieron en un 60% entre los adolescentes y los de suicidio en cerca de otro 60% tras haberse mantenido estables entre 2000 y 2007.

No es solo el coronavirus

Por tanto, la gran cuestión no es únicamente cómo ha afectado la pandemia a la salud mental en la adolescencia, sino qué es lo que ya antes de la crisis del coronavirus estaba afectando a la salud mental de la población. «Los jóvenes cuentan con más nivel educativo, son menos propensos a embarazarse o a consumir drogas; menos propensos a morir por accidentes o lesiones», explica la psicóloga de la Universidad de California, Candice Odgers, que recuerda que, a pesar de todas esas mejoras, su bienestar mental muestra una tendencia muy negativa.

La crisis del covid no es la única culpable de la situación: los problemas ya venían de antes

La salud psicológica de los adolescentes se resiente del contexto en el que les ha tocado vivir. Los efectos de las redes sociales –a las que múltiples estudios acusan de afectar a su autoestima– o el modo en el que la tecnología ha afectado a los patrones de sueño son algunas de las razones que se suelen esgrimir para explicar por qué ha empeorado su salud mental.

Además, en esta ecuación no se puede olvidar el contexto socioeconómico en el que viven los jóvenes. Quienes crecen en un hogar con menos ingresos, alerta Save the Children, tienen mayor probabilidad de tener problemas de salud mental. Así, la precariedad económica también pasa factura a la población adolescente.

Igualmente, son muchas las investigaciones que demuestran que los efectos del cambio climático crean ansiedad entre este grupo poblacional. El 50% de los adolescentes a los que se contactó para llevar a cabo un estudio multinacional de la Universidad de Bath reconocía sentirse asustado, triste, ansioso o enfadado ante la posición de sus gobiernos frente al cambio climático. Es más, una de las responsables del estudio lo resumía apuntando a que la juventud se «siente traicionada» por su clase política en la gestión de la crisis medioambiental.

En resumidas cuentas, la salud mental de los adolescentes se ha convertido en una grave problemática del mundo actual. La gran cuestión ahora es qué se debe hacer para que deje de ser una asignatura pendiente.

Huesos de aceituna, un ejemplo de economía circular

Las aceitunas están muy presentes en la dieta mediterránea. Según las estadísticas más recientes de Statista, que toman como barómetro 2020, los hogares españoles consumen al año 133 millones de kilos de aceitunas. Además, de las toneladas utilizadas para la elaboración de los más de 1,3 millones de toneladas de aceite de oliva que se producen en España al año, según las cifras del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.

Más allá de los usos para consumo humano de la carne de la aceituna, el hueso sirve para múltiples finalidades en un ejemplo perfecto de economía circular.

Ejemplo de ello es su uso como biocombustible. De cada 1000 kilos de aceitunas empleadas para hacer aceite de oliva, se sacan 190 kilos de huesos triturados. Con esos huesos se pueden mantener calefacciones, reduciendo los residuos que estas generan e incluso mejorando la eficiencia. «Los huesos de aceituna son un combustible económico y muy eficiente gracias a su baja humedad y su elevado poder calorífico, en torno a 4.440 kilocalorías por cada kilo», le explica a El País la portavoz de la OCU, Ileana Izverniceanu.

En las cuentas que esta organización de consumidores hacía en 2020, el hueso de aceituna era ya el combustible más barato para generar un kilovatio hora de energía. Teniendo en cuenta el crecimiento de los precios del combustible en los últimos meses, la fractura entre los costes de unos y otros será ahora todavía mayor. Las aceitunas saldrán ahora incluso más baratas.

Por tanto, uno de los grandes beneficios de este biocombustible es el ahorro. No es el único.  Su provecho es muy elevado –las características físico-químicas de los huesos de aceituna son excelentes y equiparables a las de cualquier otro biocombusible– al tiempo que ofrece un mayor rendimiento calorífico que otros materiales. Gracias a las grasas de la aceituna, calienta más.

Los otros usos de los huesos de aceituna 

Más allá de servir para mantener las calefacciones operativas en invierno, el hueso de aceituna ofrece muchas otras aplicaciones.

De hecho, ya se ha convertido en la materia prima para crear otros productos y materiales. Algunas iniciativas emprendedoras ya están experimentando con la idea de convertir los huesos de aceituna en material para el recubrimiento de superficies, como muebles, techos o suelos. En lugar de poner madera o metal, se pueden elaborar acabados decorativos para cualquier estancia de la casa hechos de hueso de aceituna triturado y harina de hueso de aceituna. También tiene potencial como aislante, relleno para almohadas o hasta plaguicida, luchando contra algunos hongos y bacterias que afectan a los cultivos.

Igualmente, se emplean como punto de partida para crear plástico biodegradable. El plástico hecho con huesos de aceituna no es contaminante como el plástico tradicional y, sin embargo, sirve para muchos de sus mismos usos, como envoltorios, packaging o hasta juguetes infantiles.

Dado que España es un importante productor aceitunero, cuenta ya con una elevada producción de este residuo y un elevado potencial para crear este tipo de plásticos.  «El hueso de aceituna es muy abundante y local. Eso ya es un punto de partida maravilloso para poder implementarlo en la economía circular», apunta Joseán Vilar, de NaifactoryLAB, fabricante de este tipo de plásticos.

Incluso, este es uno de los grandes valores del hueso de aceituna como elemento de la economía circular.  Ofrece un elevado potencial económico a los productores agrícolas, lo que ayuda a dinamizar la economía del campo y, sobre todo, da un nuevo elemento de valor al mundo rural.

Solo la producción de aceituna de mesa genera 2,5 millones de jornales al año en España y es considerada por el Ministerio de Agricultura como algo que «cohesiona el medio rural donde se asienta». Si todavía se le puede sacar más potencial a la aceituna, su valor económico para la zona de producción será más elevado.

Conservar los anfibios para cuidar el planeta

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Según el Índice de la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), los anfibios son el grupo animal más amenazado en el planeta. Ante los diferentes problemas que afectan a esta especie, se declaró el 28 de abril como el Día Mundial de los Anfibios con el objetivo de concienciar a la sociedad sobre la importancia de su conservación.

El (mejorable) estado de las masas de agua en España

Según la mitología griega, cuando el joven Narciso vio la belleza de su rostro reflejado en el agua cristalina, no fue capaz de separarse: sin poder evitarlo, cayó pesadamente dentro del estanque. El agua se convirtió en un peligro para él. Paradójicamente, hoy el agua también representa un peligro para nosotros:  según las evaluaciones realizadas por las distintas confederaciones hidrográficas, el 40% de las masas de agua –ríos, lagunas, humedales y acuíferos– de las que vive España se encuentran actualmente en un estado deficiente.

Las razones son diversas, pero todas tienen un punto en común: un uso inadecuado de los recursos. De este modo, el empobrecimiento hídrico surge a partir del desequilibrio entre el uso y la disponibilidad del volumen de agua, los vertidos agroganaderos, la reducida calidad química del agua o la degradación general de los ecosistemas por los que discurre la masa de agua. Las cifras oscilan en función de las distintas zonas territoriales. Así, mientras que la zona del río Segura –que discurre por Castilla-La Mancha, la Comunidad Valenciana y Murcia– ve afectadas un 60% de sus masas hídricas, la zona del Cantábrico oriental y occidental ronda el 20%.

La evidente gravedad del problema y los fuertes contrastes territoriales parecen preocupar al Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), que ya ha anunciado medidas para reforzar la protección de unos recursos naturales de los que depende el total de la población española. Estas se centran, sobre todo, en uno de los principales agentes contaminantes del agua nacional: los nitratos, que afectan al 22% de las aguas superficiales y al 23% de las aguas subterráneas.

España cumplirá este año 36 meses de multa por su incorrecta depuración de las aguas

La reciente normativa impulsada desde el Ministerio supone un aumento del 50% de la superficie hídrica protegida y habilita el establecimiento de nuevas líneas de acción, como ocurre con la contaminación del exceso de nutrientes, que deberá ser reducida en un 50%. A su vez, alcanzar esta meta supondría una reducción de un 20% en el uso de fertilizantes, lo que demuestra la interrelación de las causas que provocan el cambio climático.

La metodología ya se ha perfilado, planeando incrementar significativamente la densidad de estaciones de control hídrico y el número –y la frecuencia– de los muestreos realizados en las aguas con el objetivo de analizar su contenido en nitrógeno y otros contaminantes.

El Ministerio ha establecido asimismo medidas adicionales y acciones reforzadas para revertir la contaminación existente. Una fuerte implantación territorial es esencial para su efectividad, ya que las masas de agua no reconocen las fronteras administrativas: un río puede cruzar varias en su decidido paso hasta el mar. Es por ello, que se pide a las comunidades autónomas que «actualicen sus zonas vulnerables y refuercen los programas de seguimiento de las aguas para determinar la evolución de la contaminación». Estas acciones dependen de las distintas cuencas hidrográficas españolas, que en nuestro país constituyen un grupo dividido en 48 partes que responden a los principales ríos nacionales, como el Duero, el Ebro, el Tajo o el Guadiana.

La contaminación por nitratos afecta al 22% de las aguas superficiales y al 23% de las aguas subterráneas

Una de las medidas que sí deberán tomar las comunidades autónomas será la elaboración –y vigilancia– de programas de buenas prácticas agrarias; es decir, programas de obligado cumplimiento que establecerán los periodos en que no es conveniente el uso de fertilizantes o las condiciones de su uso en tierras cercanas al agua, entre otros aspectos. Más allá de su componente punitivo, atado por fuerza al presente más inmediato, estos programas buscarán una mirada hacia el futuro: a través de la formación e información a los agricultores responsables de trabajar –y cuidar– nuestras tierras.

Estas nuevas vías de acción se esperan ver complementadas por la elaboración de nuevos planes hidrológicos que ayuden a la reducción de los nitratos presentes actualmente en las masas de agua (y, por tanto, a su propia recuperación). Muchos, sin embargo, sostienen que los planes adolecen de cimientos sólidos. Es lo que ocurre con los caudales ecológicos –es decir, el caudal destinado a la protección del hábitat en cuestión– de los ríos españoles, que en algunos casos cuentan con una escasa proporción del 10%; con la expansión indiscriminada de prácticas de regadío; y con la escasez de mejoras en las reservas naturales fluviales. El año en que nos hallamos es profundamente simbólico: es el último en el que España pagará las multas impuestas por el Tribunal Europeo de Justicia a causa de la incorrecta depuración de aguas. Mientras tanto, la hoja de ruta comienza a dibujarse.

Diez formas de celebrar el Día de la Tierra

Hoy es siempre todavía. Así lo afirma el poeta Antonio Machado en una de sus obras: «Toda la vida es ahora. Y ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde». En múltiples ámbitos de nuestras apresuradas vidas, el ‘ahora’ siempre tiene un aroma de urgencia. O es ya, o nunca. Una mentalidad que trasciende a otros escenarios más globales, como la emergencia climática.

Cada 22 de abril, Día de la Tierra, a nuestros ojos y oídos llegan cientos de recomendaciones que animan a cambiar nuestros hábitos, buscar mejores formas de relacionarnos con el planeta y, en definitiva, dar con la clave para dejar el menor rastro en él. Aunque el cambio de rumbo de nuestro planeta tiene que venir precedido por los propios Gobiernos, también somos nosotros, los ciudadanos, los que podemos impulsar el cambio con pequeños gestos en nuestro día a día. Y es que no se trata solo de sustituir nuestras bombillas por unas más eficientes o reciclar los envases de plástico. Existen otros enfoques efectivos a través de los que promover la (verdadera) acción climática. Con motivo de este Día de la Tierra, compartimos algunos de ellos.

1. Promueve comportamientos ambientalmente responsables

Ser un ciudadano responsable es serlo con el resto de las personas que lo habitan. A fin de cuentas, resolver el cambio climático es algo colectivo y, por ello, es importante que todos nos encontremos en la misma página.

Piensa en esos patrones que pueden transformarse de manera relativamente sencilla a la vez que crean conciencia: optar por el tren en lugar del avión en los viajes, desplazarte en bicicleta, utilizar el transporte público siempre que sea posible, caminar siempre que sea factible,  instalar contenedores de reciclaje en casa y enseñar a los más pequeños a utilizarlos u optar por los envases de cristal (en lugar de plástico) para transportar la comida son buenas ideas para crear conciencia mientras vivimos de una forma más sostenible. 

2. Ropa nueva: solo la que vistamos más de diez veces

Tal y como apuntan las Naciones Unidas, el consumidor medio compra un 60% más de prendas de ropa que hace 15 años y conserva cada artículo la mitad del tiempo. En otras palabras: consumimos más y desechamos antes los productos de una industria que es responsable del 10% de gases de efecto invernadero y del 20% de los residuos plásticos que hay en los océanos.

¿Hay alguna forma de minimizar el impacto? Aunque lo ideal es apostar por la segunda mano, lo cierto es que esta opción no siempre es asequible. Sin embargo, todavía podemos seguir otra regla: comprar tan solo las prendas que vayamos a ponernos más de diez veces. Eso implica huir de las campañas de moda y el conocido fast-fashion. Al hacerlo, estaremos poniendo nuestro grano de arena para reducir la producción masiva de rop

3. Un refugio en nuestra ventana

Los ecosistemas son las mayores víctimas del cambio climático. En ese frágil equilibrio de la naturaleza, un cambio de temperatura casi indetectable por el ser humano puede dejar sin hogar a numerosas especies. De hecho, como advierte la ONU en un informe histórico, siete de cada diez ecosistemas terrestres ya están gravemente alterados por la actividad humana. Y dado el crecimiento exponencial de nuestra población, todo apunta a que las cifras irán a más.

Una forma efectiva (y sencilla) de cambiar esta situación, especialmente en las ciudades, donde la fauna corre mayor peligro, es aprovechar el espacio que ocupamos para construir pequeños hábitats que sirvan de hogar a las especies comunes. Ya sea plantar distintas especies de flora en una maceta, construir un pequeño panal a partir de objetos reciclados o instalar una casa para pájaros, cualquier opción garantiza un impacto positivo. 

4. Alimentación consciente 

La agricultura industrial utiliza plaguicidas que provocan efectos nocivos sobre nuestra salud, y también sobre las de otros seres importantes como las abejas. Recientemente, un estudio publicado en la revista Science descubrió, tras analizar 29 cursos de agua en 10 países europeos (incluido España), más de 100 pesticidas viajando por los ríos de los que beben gran parte de la flora y fauna silvestres.

Por ello, un gesto tan sencillo como acudir a esa  frutería del barrio que se surte de frutas y verduras ecológicas en lugar de ir al supermercado –donde se venden alimentos producidos de forma masiva– o comprar productos a granel (y locales) puede ayudarnos a reducir la contaminación de nuestro entorno y, además, el impacto de nuestra huella: al comprar de forma más consciente estaremos minimizando nuestro consumo de plástico y, por tanto, estaremos contribuyendo a reducir nuestros residuos.

5. Un espacio para el compostaje

Cada año en todo el mundo se desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos, una pérdida que genera aproximadamente entre el 8% y el 10% de las emisiones mundiales. Si bien debemos evitar a toda costa tirar alimentos a la basura, el compostaje puede ayudar a dar una segunda vida a esos residuos orgánicos que, de forma inevitable, acabarán en la basura.

Esta práctica puede parecer complicada a primera vista, pero no requiere más que una pequeña compostera (algunas tienen el tamaño de un cubo de basura) y un rastrillo para remover los restos. Una vez producido, podemos utilizarlo como abono para nuestras plantas, donarlo a huertos urbanos o, si se cuenta con los medios suficientes, utilizarlo como combustible.

6. No es solo consumir sostenible, sino menos

Una de las interpretaciones erróneas más típicas a la hora de luchar contra el cambio climático es creer que es suficiente con comprar sostenible. Sin embargo, el verdadero impacto positivo nace de un consumo minimizado; es decir, adquirir menos cosas, pero de mejor calidad. Esto no solo minimizará nuestra huella ambiental, también el gasto de nuestros bolsillos.

Para evitar un gasto de recursos mayor del que necesitamos, podemos seguir unos pasos para ahorrar todo lo posible: mantener la temperatura de la calefacción a 23 grados, aislar correctamente puertas y ventanas, no dejar objetos enchufados indefinidamente, etc.

7. Optimiza los envases

Uno de los efectos más negativos que la pandemia ha provocado sobre el planeta ha sido la vuelta de los envases de plástico desechable debido al aumento de las compras online y los pedidos de comida a domicilio. Afortunadamente, la aprobación de la Ley de Residuos española, que prohíbe la mayor parte de los plásticos de un solo uso y obliga a los supermercados a dedicar al menos el 20% de la superficie a productos sin embalaje, promete frenar en cierta medida la producción masiva de material.

No obstante, nuestros hogares aún están plagados de envases plásticos a los que conviene darles un segundo uso. Y es que todo envase –también  los de cristal– puede tener una segunda vida si sabemos dársela: una maceta donde plantar semillas, un recipiente para congelar alimentos, material con el que practicar manualidades… Si compramos menos y reutilizamos lo que adquirimos, le estaremos dando un doble respiro al planeta.

8. Practica turismo sostenible

Nuestra forma de viajar también influye en la salud del planeta, y una buena forma de celebrar el Día de la Tierra es asegurándonos de que nuestro impacto a la hora de descubrir sus paisajes sea el mínimo. Debemos ser capaces de revisar nuestro rol de turista.

Apostar por el alquiler de pisos turísticos sostenibles o elegir destinos cercanos en lugar de coger un avión a la otra punta del mundo son grandes opciones. A veces, es más sostenible viajar a un resort en el Mediterráneo que a un ecohotel en Tailandia.

9. Apoya iniciativas ecologistas locales

Para actuar de forma global primero hay que hacerlo con un enfoque local. Más allá de la gran labor de las organizaciones ecologistas internacionales, cada vez existen más movimientos verdes que dedican todos sus recursos a una causa muy concreta y conocen, por tanto, lo que realmente hace falta para resolverla.  Así, las asociaciones vecinales, las asambleas y otros tipos de entidades locales son grandes aliados para elegir dónde enfocar nuestros esfuerzos y ser testigos directos de ese impacto positivo que tanto deseamos provocar en nuestro planeta.

Por ejemplo, en Madrid el Grupo de Acción para el Medio Ambiente (GRAMA) trabaja por la protección de los ecosistemas de la comunidad y, en Castilla y León, organizaciones no gubernamentales como Ekoactivo (nacida en Tudela del Duero) se dedica a organizar itinerarios ambientales para mayores y pequeños con el objetivo de concienciar y promover hábitos sostenibles en el entorno local. No obstante, la mayor parte de las instituciones locales y regionales pueden informarte de las organizaciones que están trabajando actualmente en cuidar la zona y cómo puedes formar parte de ellas.

10. Duda e infórmate

¿Por qué nuestro día a día es tan contaminante? ¿Qué es lo que hacemos que tanto daño provoca al planeta? Puede resultar paradójico, pero vivir la sobreinformación no implica necesariamente personas más informadas y capaces de actuar.

Para enfrentar la crisis ambiental debemos ser ciudadanos responsables, es decir, construir un entorno mejor a través de la eficiencia energética o la movilidad sostenible. Para ello es importante estar bien informados, conocer los límites y aprender qué está en nuestra mano para cambiar las cosas.

España, el país con más Reservas de la Biosfera

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Las Reservas de la Biosfera son espacios que aúnan la conservación de la naturaleza y la promoción del desarrollo sostenible en un ejemplo de convivencia entre la naturaleza y el ser humano. España, con un total de 53, es el país del mundo con más Reservas de la Biosfera. Por comunidades, Castilla y León es la que suma mayor número de reservas, en concreto 10.

Las Zonas de Bajas Emisiones llegan para quedarse

Las ciudades afrontan el futuro bajo las promesas de transformaciones esenciales. El propio esqueleto urbano podría llegar a cambiar por completo. Según la Ley de Cambio Climático y Transición Energética, a partir del año 2023 las ciudades de más de 50.000 habitantes, los territorios insulares y los municipios de más de 20.000 habitantes que superen los límites de contaminación, «deberán adoptar planes de movilidad urbana sostenible para introducir medidas de mitigación y reducir las emisiones de la movilidad». Entre las medidas de mitigación se incluyen, entre otras cosas, el establecimiento de Zonas de Bajas Emisiones (ZBE).

Estas áreas, que se tendrán de adaptar a la particularidad de cada entorno urbano, deberán establecer medidas destinadas no solo a cumplir con un descenso del ruido y la contaminación, sino también con un aumento de la eficiencia en la movilidad urbana general. Las razones son evidentes: la contaminación atmosférica es la responsable directa de más de 500.000 muertes prematuras al año en Europa. El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico se muestra especialmente convencido de sus ventajas ambientales, ya que la creación de esta clase de áreas llevaría a dotar de una «monetización de los recursos naturales preservados y de una mitigación de efectos del cambio climático».

A partir del año 2023, las ciudades de más de 50.000 habitantes, los territorios insulares y los municipios de más de 20.000 habitantes que superen los límites de contaminación deberán implantar Zonas de Bajas Emisiones

Estas áreas, en su mayoría situadas en el centro de las ciudades, restringen el acceso a los vehículos con el objetivo de mejorar la calidad del aire. Para su implementación se tiene siempre en cuenta el sistema de clasificación por etiquetas creado por la Dirección General de Tráfico, que otorga una mayor facilidad a la hora de establecer la movilidad de unos y otros vehículos: aquellos más contaminantes –por ejemplo, los coches de gasolina matriculados antes del año 2000– ven casi siempre prohibido el paso a la zona en cuestión. Los ejemplos de Zonas de Bajas Emisiones son numerosos, extendiéndose en la actualidad a lo largo y ancho del continente europeo, como demuestra Urban Access Regulation. Ciudades como Berlín, París, Bruselas, Ámsterdam, Viena o Atenas cuentan con una de estas zonas restringidas, pero ¿qué ocurre mientras tanto en España?

Lo cierto es que actualmente los ejemplos aún son escasos. Uno de los más relevantes es el de Barcelona. Implantado por su ayuntamiento en 2020. El área en cuestión alcanza los 95 kilómetros cuadrados, englobando todo el término municipal de la ciudad y los municipios de Sant Adrià de Besòs y L'Hospitalet de Llobregat. No obstante, solo restringe la circulación a los vehículos sin etiqueta entre las 7.00 y las 20.00 horas los días laborables. Aunque el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ha anulado recientemente la implantación de la zona por «deficiencias en su elaboración y un excesivo ámbito de aplicación», lo cierto es que sigue funcionando -la orden no es inmediata y se espera, además, que el consistorio recurra la sentencia-.

Otro caso destacado en España lo constituye la ZBE diseñada por el Ayuntamiento de Madrid, también conocida como Madrid 360. El área en cuestión mantendrá las mismas limitaciones que el primer proyecto de esta clase, Madrid Central, si bien permitirá la entrada en vehículos propios a los 15.000 comerciantes del centro. Tal como señala el gobierno municipal, la zona fue creada «para proteger la salud humana y el medio ambiente urbano mediante la mejora de la calidad del aire y la disminución de los efectos negativos del tráfico motorizado». Además, se prevén nuevas restricciones en el futuro: los 604 kilómetros cuadrados que componen el territorio municipal serán declarados como ZBE en 2024, según el consistorio.

La contaminación atmosférica es la responsable directa de más de 500.000 muertes prematuras al año en Europa

Los beneficios asociados a estas medidas se prevén abundantes: mejoras de la calidad de vida, electrificación del parque móvil, transformación de la movilidad urbana. Los datos así lo demuestran: la media de emisiones de la ZBE barcelonesa ya se encuentra por debajo del límite de la Unión Europea, lo que se observa especialmente en el caso tanto del gas NO2 –especialmente nocivo para la salud humana– como de las micropartículas contaminantes. La presencia de dióxido de carbono ha descendido en un 11% en las zonas restringidas de la urbe catalana.

Todo ello mientras el paisaje urbano cambia una vez más a causa de las necesidades humanas. En la aplicación y monitorización de las Zonas de Bajas Emisiones jugará un papel fundamental la tecnología, tal como ha demostrado la ciudad de Barcelona, ya que permitirá leer en tiempo real las matrículas y cuantificar con agilidad los distintos gases emitidos por los vehículos, como el CO2 y el NO2. Esto ayudará también a gestionar el tráfico. Al fin y al cabo, las restricciones no solo se aplican a los turismos, sino también a aquellos vehículos comerciales de los que depende gran parte de la cadena logística. A la espera de la llegada de los fondos europeos, que muchas ciudades esperan como un impulso esencial, urbes como Bilbao, Valencia y Sevilla ultiman ya sus necesarios planes para equilibrar movilidad, salud y medio ambiente.

La igualdad de género, requisito fundamental para un mundo sostenible

En la lista de objetivos para un mundo más sostenible que la ONU fijó en la Agenda 2030, se encuentra, como uno de los puntos destacados, la igualdad de género. El objetivo 5 interpela a «lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas», recordando que, aunque se han logrado avances en los últimos años, «todavía existen muchas dificultades». La reciente crisis del coronavirus y los efectos del cambio climático –que está perjudicando más a las mujeres– hacen que la situación sea más precaria e, incluso, más urgente.

La importancia de la igualdad se explica, como apunta Naciones Unidas, por el impacto que esta tiene no solo en las mujeres sino en la sociedad en general. «Los retos a los que nos enfrentamos hoy –la pandemia del coronavirus, la crisis climática, el crecimiento y propagación de conflictos– son en gran parte el resultado de nuestro mundo y nuestra cultura dominados por el hombre», afirmaba este mes de marzo el secretario general de la ONU, António Guterres. Conseguir la igualdad de género y la paridad resultan cruciales para lograr un mundo «más seguro, más pacífico, más sostenible» para todos, alertaba Guterres.

La igualdad entre los géneros y el empoderamiento de mujeres y niñas es el objetivo 5 de la Agenda 2030

Los planes que ya han tenido en cuenta de forma específica a las mujeres demuestran que la igualdad tiene un eco directo sobre el bienestar de toda la sociedad. Así, de todas las acciones de mejora en seguridad alimentaria en los países en desarrollo, el 55% nacieron gracias al impulso de los programas que dan soporte a las mujeres de esas comunidades, según estadísticas de la ONU. Dar más recursos a las agricultoras y potenciar su papel permitiría aumentar la producción entre un 20% y un 30%, lo que ayudaría a reducir en cinco puntos porcentuales el nivel de hambruna global. Por tanto, se podría decir que impulsar la igualdad de la mujer en el campo ayudaría a acabar con el hambre en el mundo.

Del mismo modo, implicar más a las mujeres –y a todos los niveles– en la toma de decisiones ayuda a diseñar un mundo más sostenible, puesto que, como han demostrado varios estudios de Naciones Unidas, las mujeres tienden a pensar más en la comunidad cuando toman decisiones y también a ser más exigentes con las normativas medioambientales. Los parlamentos que aprueban normativas más proactivas en la lucha contra el cambio climático suelen tener un mayor porcentaje de diputadas.

Los beneficios de la igualdad de género no tocan solo a las mujeres: mejora la satisfacción y la riqueza general de la sociedad

Igualmente, alcanzar una mayor igualdad entre hombres y mujeres tendría un efecto dominó en otras cuestiones. En un mundo más igualitario, la brecha salarial sería más reducida o directamente desaparecería, lo que a su vez aumentaría la seguridad económica de las mujeres y reduciría la pobreza, que afecta –tanto economías desarrolladas como en vías de hacerlo– de forma más elevada a las mujeres. Un estudio estadounidense ha demostrado que la pobreza entre las mujeres se reduciría más de un 40% si se eliminase la brecha salarial. Datos de McKinsey pronostican que, si se logra alcanzar en 2025 el mejor escenario posible en igualdad, se podrían sumar 12 billones de dólares al año al producto interior bruto global. Solo en Europa, y según las estimaciones de la Unión Europea, mejorar la igualdad llevaría a hacer crecer el PIB comunitario entre un 6,1 y un 9,6% de aquí a 2050.

A esto hay que sumar que las empresas que presentan mejores datos en igualdad logran también mejores resultados económicos que sus competidoras. Es un 25% más probable que las compañías líderes en diversidad de género tengan beneficios por encima de la media, según McKinsey.

En resumidas cuentas, y como demuestran los planes que ha puesto en marcha el Banco Mundial, actuar genera resultados. Así, por ejemplo, una campaña en India demostró que empoderar a las mujeres rurales mejora su acceso a préstamos y a más educación, lo que tiene efectos sociales a medio y largo plazo.

Los cambios por realizar 

Alcanzar ese objetivo de igualdad es posible, por mucho que quede todavía camino por recorrer para lograrlo. Como recuerda el objetivo 5 de la Agenda 2030, la clave está en trabajar de forma directa sobre la desigualdad, cortando de raíz aquello que la mantiene activa.

Aumentar la presencia de las mujeres en los órganos de decisión –ahora mismo solo son el 23,7% de las personas presentes en los parlamentos nacionales de los diferentes países, según la ONU, o el 5% de los CEO globales, según las de Deloitte– o modificar las leyes para crear entornos más igualitarios son algunos de los primeros pasos que las administraciones públicas pueden tomar en ese camino hacia el cambio.

En juego está el lograr un mundo más justo e igualitario, con sociedades más resilientes y equilibradas.

Inseguridad alimentaria, una tarea pendiente en España

El filósofo alemán Ludwig Feuerbach dejó en el siglo XIX, grabado a tinta, una frase que ha trascendido todos los tiempos: «Somos lo que comemos». Lo hizo en las páginas de Enseñanza de la alimentación, una reflexión sobre la importancia de una buena dieta a la hora de garantizar una mayor esperanza de vida a las sociedades. «Si quiere mejorar al pueblo, dele mejores alimentos», decía. Su premisa no dejaba lugar a discusión: la alimentación sana y variada es un derecho básico.

O debería serlo. Porque si bien esta es una idea que en la actualidad nadie pone en duda, el acceso a alimentos en la cantidad y de la variedad que requiere el cuerpo humano sigue suponiendo un importante reto para muchos habitantes del mundo: en 2020, según calculan las Naciones Unidas, cerca de la décima parte de la población estaba infra alimentada. Esto podría equivaler a aproximadamente 811 millones de personas.

Hasta 90.000 muertes anuales en España se asocian a dietas inadecuadas

Detrás de estas cifras encontramos la evidente influencia de la pandemia, cuya repercusión ha puesto en jaque la seguridad alimentaria de miles de millones de personas de países en vías de desarrollo, pero también países económicamente estables. Uno de ellos es España: en nuestro país, durante 2020, el número de hogares que experimentaron inseguridad alimentaria aumentó de un 11,9% a un 13,3%, lo que representa un incremento de 656.418 personas.

La conclusión más relevante de este dato, calculado por un estudio impulsado por la Universidad de Barcelona y la Fundación Daniel y Nina Carasso, no es que la inseguridad alimentaria esté relacionada a crisis coyunturales sino que responde a un problema estructural que el coronavirus solo ha destapado.

En total, casi 2,5 millones de hogares sufren problemas alimentarios en España y «hasta 90.000 muertes al año se asocian a dietas inadecuadas», advierten los expertos del estudio, el primero que mide por primera vez los niveles de inseguridad alimentaria en nuestro país a través de la escala FIES, creada por las Naciones Unidas para medir el número de personas que carece de la cantidad necesaria y regular de alimentos inocuos y nutritivos para asegurar su desarrollo normal.

La comparativa entre las cifras pre y post-covid demuestra así que los niveles graves y moderados de inseguridad alimentaria crecieron más de un punto tras la llegada del coronavirus, provocando que la población con acceso garantizado a alimentos sanos cayera de un 88,1% a un 86,7%. Una diferencia que sobre el papel puede parecer mínima, pero supone un serio problema social, especialmente cuando el segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es claro: solo el hambre cero generará sociedades más sostenibles. Y tenemos que conseguirlo antes del 2030.

La vulnerabilidad alimentaria, además, va íntimamente relacionada con la económica. En la actualidad, casi la mitad de los hogares muestran a algún miembro de la familia o a todos en una situación laboral precaria. En las familias con algún tipo de inseguridad alimentaria, esta precariedad es mucho más acentuada y afecta, sobre todo, a las familias monoparentales, con otros convivientes (abuelos, tíos, etc) y parejas con hijos.

Según la ONU, el ODS ‘hambre cero’ quedaría incumplido por un margen de 660 millones de personas

¿Significa que esos hogares no tienen nada que consumir? Los expertos aclaran que la interpretación no es tan sencilla: la inseguridad alimentaria también se trata de no tener la variedad de alimentos necesarios para una dieta saludable. «No consumir cinco raciones al día de fruta y verdura por falta de recursos o no ingerir carne y pescado cada dos días está claramente relacionado con diferentes niveles de inseguridad alimentaria», insisten. De hecho, el estado de salud de los hogares también guarda una relación clave: si alguna persona sufre de exceso de peso, una enfermedad crónica o alguna discapacidad, el nivel de vulnerabilidad alimentaria se incrementa.

Y aunque la inaccesibilidad a productos alimenticios queda paliada, en parte, por las prestaciones que reciben las familias –más de un 57% ingresan algún tipo de asistencia económica (ingreso mínimo vital, becas, etc.)–, todavía uno de cada diez hogares en España recibe ayudas de bancos de alimentos, vecinos o asociaciones. En otras palabras, no tienen garantizado un acceso definitivo a platos saludables.

Ampliada a nivel global, esta fotografía dejaría el ODS de ‘hambre cero’ incumplido por un margen de casi 660 millones de personas. De esta cifra total, revelada por las Naciones Unidas, unos 30 millones se deberán a los efectos duraderos de la pandemia. Aunque todavía hay margen para el optimismo, siempre que estemos dispuestos a transformar los sistemas alimentarios, un paso esencial para poner las dietas saludables al alcance de todos.

La transformación se antoja, cuando menos, profunda. Pero ya hay seis líneas de actuación que, bien aplicadas, pueden marcar una diferencia en balance positivo: integrar políticas de protección social en zonas de conflicto; ampliar la resiliencia frente al cambio climático en los distintos sistemas alimentarios (por ejemplo ofreciendo a los pequeños agricultores un amplio acceso a seguros contra riesgos climáticos); fortalecer a las poblaciones vulnerables frente a adversidades económicas; reducir el coste de los alimentos a lo largo de las cadenas de suministro, luchar contra las desigualdades estructurales y, sobre todo, introducir cambios en el comportamiento de los consumidores para garantizar dietas más variadas y saludables.