Categoría: Agenda 2030

#Coronavirus y desigualdad: África, la gran olvidada en la lucha contra el coronavirus

A finales de diciembre de 2019 el gobierno chino reportó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) los primeros casos de un nuevo tipo de coronavirus registrado en la ciudad de Wuhan, en la provincia de Hubei. En cuestión de semanas, otros países asiáticos, como Japón y Tailandia, registraron contagios entre sus ciudadanos. A finales de enero los países europeos y Estados Unidos comenzaban a contabilizar los primeros casos de coronavirus. Mientras los Gobiernos de estas regiones comenzaban a orquestar estrategias para frenar la propagación del virus, el continente africano parecía ser una de las pocas zonas del mundo libre de contagios. Sin embargo, el pasado 14 de febrero Egipto informó del primer caso, poniendo en alerta a la comunidad internacional por las graves consecuencias que tendría la expansión del virus por África.

El coronavirus llegó a África más tarde que al resto de los continentes, pero la oficina regional en África de la OMS ha alertado de que en las últimas semanas la infección ha crecido de manera exponencial y se extiende a gran velocidad. A fecha de hoy (16 abril), ya hay casi 16.000 casos confirmados y se han reportado más de 870 muertes en todo el continente, según datos del Africa Centres for Disease Control and Prevention (Africa CDC). Solo tres países de los 55 que componen África no han declarado ningún caso y en cuatro de ellos –Sudáfrica, Egipto, Marruecos y Algeria– ya son más de 2.000 las personas infectadas.

A pesar de que el desafío que plantea el coronavirus es global, los efectos que este podría desatar si se extiende por África de la misma manera que ya lo ha hecho por Europa o Estados Unidos, son especialmente preocupantes. En primer lugar, porque el sistema sanitario africano carece tanto de recursos materiales como humanos. “África sufre más del 22% de las enfermedades mundiales, pero solo cuenta con el 3% del personal sanitario mundial y menos del 1% de los recursos financieros globales”, explica el doctor Naeem Dalal en el portal del World Economic Forum. Y refuerza estos datos con un ejemplo: “en Zambia, solo hay un médico por cada 10.000 personas”.

África sufre más del 22% de las enfermedades mundiales, pero solo cuenta con el 3% de personal sanitario mundial

Además de la situación de precariedad en la que se encuentra el sistema sanitario africano para hacer frente al coronavirus, el continente se enfrenta desde hace años a otras crisis sanitarias, ya que en África conviven tres de las grandes enfermedades endémicas (la malaria, la tuberculosis y el sida). Y eso no es todo: la epidemia de Ébola no termina de erradicarse, África subsahariana es la región del mundo con mayor riesgo de mortalidad por gripe estacional y solo a finales de marzo de 2020 se reportaron 91 brotes de enfermedades distintas a lo largo de todo el territorio.

A pesar de estos datos, respecto al avance del coronavirus en África los expertos abren la puerta a la esperanza debido a la juventud de la población de la región. Mientras que en el resto de los continentes la edad media de sus habitantes sigue aumentando, en África se mantiene en los 18 años. Este dato se debe a la triste realidad que padece el continente africano: su esperanza de vida se sitúa en los 55 años debido a las condiciones deficientes de vida que sufren gran parte de sus más de 1.300 millones de habitantes. Por muy contradictorio que parezca, esta situación puede convertirse en su gran arma contra el coronavirus. El último estudio sobre los factores de riesgo asociados a las muertes por coronavirus, elaborado por un grupo de científicos chinos y publicado en la revista médica The Lancet, muestra que el riesgo de muerte en el hospital aumenta un 10% con cada año de vida del paciente.

Pero esta “ventaja” poblacional se desvanece cuando se tienen en cuenta las condiciones de vida de la mayoría de las personas del continente. Más de 250 millones de personas pasan hambre y el 39% de los niños de todo el mundo con retraso de crecimiento por malnutrición se encuentran en África, según datos de la OMS. Entre las consecuencias de la desnutrición, explica Unicef, está la posibilidad de desarrollar enfermedades cardiovasculares, otro de los factores de riesgo si se produce una infección por coronavirus. A esto se suma la dificultad de seguir alguna de las recomendaciones de prevención del coronavirus, como lavarse las manos con agua y jabón. La ONG Manos Unidas alerta de que en África subsahariana alrededor de 300 millones de personas no tienen acceso a agua potable e higiénica.

La comunidad internacional y las autoridades africanas no tiran la toalla y se aferran a la rapidez de actuación de la mayoría de los países. La directora de la oficina regional de África de la OMS, la doctora Matshidiso Moeti, se muestra ligeramente optimista pero hace hincapié en la necesidad de “descentralizar la respuesta para adaptarla a los contextos locales” y empoderar, así, a las diferentes comunidades. Por su parte, la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para África de Naciones Unidas, Vera Songwe, señala la necesidad de una acción global a nivel económico y recuerda que “si un país en África, o en cualquier otro lugar, tiene coronavirus, todo el mundo seguirá teniéndolo”.

#Coronavirus y solidaridad: los ciudadanos se vuelcan en iniciativas sociales

Es probable que al ir a comprar alimentos o a tirar la basura hayas observado algún que otro anuncio en el ascensor o cartel colgado de un balcón que recoja frases como “Todo irá bien”, “Venceremos” o “Gracias sanitarios”. O quizá no los hayas visto estas pancartas, pero seguramente cada día al atardecer te unes a ese aplauso colectivo que resuena en todo el país como muestra de agradecimiento al personal sanitario. Al final, ambos son pequeños gestos humanos que llaman a la esperanza en una situación tan extraordinaria como esta crisis sanitaria. En tiempos en los que la vida se ha vuelto una exigencia en sí misma, la solidaridad vecinal se ha abierto paso hacia una convivencia más amable.

Cada gesto suma

Desde que se decretó el estado de alarma, son muchas las iniciativas solidarias que han aparecido a pequeña escala, en comunidades o bloques de vecinos. En numerosos puntos de España, por ejemplo, se han creado redes de vecinos que se ofrecen a ir a hacer la compra para que aquellos que más lo necesitan, como los mayores y las personas con patologías previas, no tengan que salir a la calle y exponerse al contagio. Una muestra de ello es la aplicación TeAyudo, un proyecto de colaboración vecinal que funciona como una suerte de tablón de anuncios en el que unos publican sus necesidades específicas y otros se ofrecen a ayudar para sacar al perro, ir a la farmacia o cuidar a los niños.

Asimismo, en los últimos días se han popularizado plataformas o apps que sirven para intercambiar objetos o solicitar ayuda a los que se encuentran cerca.  Aplicaciones como Tienes sal o Nextdoor se han convertido en una herramienta eficaz para compartir información entre vecinos, antes desconocidos, y que ahora se presentan (aunque en la distancia) como un punto de apoyo.

Muchas personas se han lanzado a fabricar material de protección como mascarillas

También la tecnología se ha puesto al servicio de la sociedad. Muchos medios de comunicación muestran cómo algunos sanitarios se han ofrecido a convertirse en el nexo entre familiares y pacientes ingresados que se encuentran aislados en el hospital a través de videollamadas. Se trata, sin duda, de una manera de humanizar los cuidados en un momento en que médicos y enfermeros deben cubrirse totalmente por seguridad. ‘Acortando distancias’ es una de esas iniciativas. Puesta en marcha por una enfermera y apoyada por el Ayuntamiento de Madrid, gestiona la recogida de dispositivos móviles, tabletas u ordenadores para facilitar el contacto virtual entre los familiares que se encuentran confinados en sus hogares y las personas ingresadas.

Por otro lado, la falta de escasez de material sanitario está siendo uno de los grandes problemas en la gestión de la crisis del coronavirus en todo el mundo. Por eso, emprendedores, particulares y pequeñas empresas se han puesto manos a la obra para crear equipos de protección para sanitarios e incluso válvulas respiratorias para hospitales, siempre siguiendo los estándares de seguridad necesarios para que sean válidas y cumplan su función de proteger al personal sanitario. Es el caso del ingeniero colombiano Andrés Calderón quien, según explican desde la agencia EFE, dejó de utilizar su máquina para imprimirle juguetes a su hijo y se lanzó a producir productos sanitarios para regalar a los hospitales de la zona.

Por su parte, los estudiantes de toda España también han dado muestras sobradas de solidaridad y responsabilidad. La suspensión temporal de las clases de todos los niveles educativos desde hace más de un mes ha creado una brecha digital entre los alumnos, ya que los más desfavorecidos no cuentan en muchos casos con la tecnología necesaria en sus hogares para seguir las clases de forma online. Por ello, han surgido iniciativas destinadas a paliar estas desigualdades. Una de ellas, Universitarios Contra la Pandemia, tiene como objetivo ayudar de forma gratuita a alumnos de primaria y secundaria con clases online y material de refuerzo para que no se queden atrás. Además, el grupo llamado Vengadores UCM, formados por alumnos de la Facultad de Informática de la Universidad Complutense atiende a los alumnos que no cuentan con los conocimientos tecnológicos necesarios para seguir el curso por Internet.

La cultura se hace notar

Conciertos, festivales, obras de teatro, presentaciones de libros… Debido a la situación de emergencia, la actividad del mundo de la cultura se ha paralizado. Sin embargo, los artistas no han dudado en utilizar las redes sociales para amenizar estos días. Músicos y cantautores también han querido poner su granito de arena y han encontrado en las diferentes plataformas online una oportunidad para hacer llegar su música a todas las casas con conciertos en directo a través de Instagram, Facebook o Youtube. Sin ir más lejos, a inicios de mes, la cantante estadounidense Lady Gaga anunciaba un festival benéfico a través de internet para recaudar fondos para la lucha contra el coronavirus.

En nuestro país, han sido varias las iniciativas en este sentido. El #YoMeQuedoEnCasaFestival ya ha celebrado tres ediciones en el mes de confinamiento que llevamos a nuestras espaldas. Numerosos artistas, algunos conocidos para el gran público como Beret o Sidecars, y otros con menos nombre y que se están abriendo camino en el mundo de la música han amenizado algunos de estos largos días que vivimos en la actualidad. Los números hablan por sí solos de la generosidad de los participantes: 163 artistas y 83 horas de música en apenas un mes y tres ediciones.

Más de 163 artistas han realizado conciertos virtuales en estos días de confinamiento

Otro de los sectores que se está volcando estos días para hacer el paso de las horas más llevadero es el de la gastronomía. Un claro ejemplo es el #15Días15KilosFest, una iniciativa de diferentes personas que aportan recetas con un toque personal en Instagram para endulzarnos los días y las noches con platos como las milhojas de burrata y tomate raf, las virutas de alcachofa con jamón o la torrija a su estilo.

Hoy hablamos de esas historias de solidaridad que tejen vínculos, refuerzan el sentimiento de grupo y nos hacen más llevaderos los días. Salimos a nuestras ventanas y balcones para disfrutar de un concierto improvisado, de una obra de teatro o para aplaudir junto a ese vecino con el que quizás nunca hemos hablado. Porque en esto estamos todos estamos juntos. Si la pandemia tiene alguna parte positiva, es que ha primado la solidaridad y la empatía. Hemos abandonado el yo para acoger el nosotros.

Un viaje virtual a la naturaleza: ocho propuestas cinematográficas

Imagen de la película Honeyland

Pese a que la situación por la que actualmente atravesamos no es la que ninguno habría deseado, cada día estamos más cerca de retomar la normalidad, nuestra cotidianeidad. Por el momento, estamos afrontando el confinamiento con cierto estoicismo, pero también hay que reconocer que abstraerse de la realidad en la que vivimos a veces se hace a veces cuesta arriba. Hoy iniciamos un largo puente en el que muchos recordamos viajes entrañables y experiencias divertidas. Y, como este año no puede ser, proponemos un viaje, al menos virtual, por muchos de esos parajes de una naturaleza que hoy se antoja lejana pero que sigue ahí, pendiente de que la descubramos, de que la protejamos.

A continuación se detallan algunas propuestas culturales y de ocio para pasar estos días recordando la dimensión que la naturaleza tiene en nuestras vidas y lo importante que es saber transmitirlo a las generaciones más jóvenes.

Una verdad incómoda (2006), Davis Guggenheim

Probablemente el primer gran documental que puso en el centro del debate mundial el problema del cambio climático. La idea de hacer un documental surgió en 2004, tras una charla sobre el clima de Al Gore, el que fuera vicepresidente de los Estados Unidos bajo el mandato de Bill Clinton. La cinta, que obtuvo dos premios Óscar, se ha convertido en un imprescindible en escuelas y universidades de todo el mundo.

Wall-E (2008), Andrew Stanton

Una joya más de Pixar que reflexiona sobre el consumismo desmesurado del ser humano. Situada en el año 2800, en un planeta Tierra devastado y sin vida humana en el que un pequeño robot (Wall-E) sigue haciendo el trabajo para el que fue creado años atrás: limpiar toda la basura del planeta. La cinta hace reflexionar sobre si nuestro estilo de vida es realmente sostenible y compatible con la naturaleza.

Avatar (2009), James Cameron

Una película que en su momento rompió todas las listas de cintas más taquillera de la historia y que nos presentaba Pandora, un planeta alternativo al que el ser humano viajaba en busca de un mineral que ayudase a acabar con los problemas energéticos en la Tierra. Cuando la ciencia ficción se acerca tanto a la realidad quiere decir que algo estamos haciendo mal, ya que en 2009 planteaba problemas todavía muy presentes en 2020.

Interstellar (2014), Christopher Nolan

Uno de los mejores directores de la actualidad, Christopher Nolan, nos muestra un futuro que tampoco parece muy descabellado: todos los recursos se están agotando y nuestro planeta tiene las horas contadas. La única solución es salir al espacio exterior para buscar otro lugar en el que poder habitar y salvar así la raza humana. Sin llegar a situaciones tan extremas, la explotación desmedida de los recursos en la actualidad puede tener consecuencias devastadoras en el futuro.

El olivo (2016), Icíar Bollaín

Película española que narra la historia de un árbol, un olivo centenario, que es vendido en contra de la voluntad de su dueño a una empresa para plantarlo en un edificio en Europa. La cinta de Icíar Bollaín defiende la importancia del patrimonio natural y pone de manifiesto la importancia que puede llegar a tener la naturaleza en nuestras vidas.

Capitán fantástico (2016), Matt Ross

Narra las aventuras de una familia grande, con seis hijos, que viven en las afueras de Oregón, en Estados Unidos, huyendo de la civilización y renunciando a la tecnología. Esta obra protagonizada por Viggo Mortensen, puede ser considerada una utopía pero nos recuerda que es posible vivir más en contacto con la naturaleza en nuestro día a día.

Nuestro planeta (2019), Alastair Fothergill

Es uno de los documentales más exitosos de Netflix, y eso quiere decir algo. Una producción que se rodó en más de 50 países y que hace una defensa a ultranza de la lucha contra el cambio climático. Visualmente brillante, avisa de que dentro de 20 años “el colapso de la Tierra será inevitable”, y para hacernos reflexionar, que mejor que ver a todas las víctimas de esta catástrofe ambiental que estamos provocando.

Honeyland (2019), Ljubomir Stefanov y Tamara Kotevska

La gran triunfadora de la última edición del famoso festival cinematográfico de Sundance es una cinta documental que sigue la vida de una criadora de colonias de abejas que vive en soledad en un remoto pueblo balcánico de Macedonia del Norte. El orden natural de la zona se ve amenazado cuando una familia se instala en el pueblo e intenta dedicarse también a la cría de abejas. Es una bella alegoría sobre el impacto que el ser humano tiene en la naturaleza y lo frágil que es el equilibrio entre ambos.

#Coronavirus: infodemia y desinformación

Ilustración: Valeria Cafagna

El 31 de diciembre de 2019 China informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de los primeros casos provocados por un brote de un nuevo coronavirus desconocido en humanos hasta la fecha. Ese día, el interés de la comunidad online (las búsquedas realizadas) por el término coronavirus era –en un baremo en el que el cero equivale al mínimo interés y el cien al máximo– menor a uno, según datos de Google Trends. Este interés se mantuvo por debajo de veinte hasta el 25 de febrero. Ese día, la oficina de prensa de la región de Lombardía, el epicentro del coronavirus en Italia, anunció el aislamiento de alrededor de 100.000 ciudadanos. El COVID-19 afectaba seriamente al norte de Italia y empezaba a expandirse por el resto del continente europeo. El interés ciudadano aumentó –hay que tener en cuenta que Google Trends no recopila datos de muchos países de Asia– y afianzó otro fenómeno ya señalado previamente por la OMS: la infodemia.

La palabra infodemia (infodemic, en inglés) –fruto de la unión de ‘información’ y ‘pandemia’– fue usada por primera vez por la OMS el pasado mes de febrero para referirse a la saturación de información en torno al coronavirus. Una información que, según la organización, “puede ser veraz o no y dificulta que las personas encuentren fuentes fiables cuando lo necesitan”. Mientras que históricamente, en situaciones de crisis lo más común ha sido “la falta de información, especialmente por parte de fuentes oficiales, en la era de la conexión, el problema no es la falta de información, sino la sobreabundancia de esta y el desafío de averiguar en cuál debemos confiar y en cuál no”, señala Kate Starbird, investigadora del comportamiento de la información online en periodos de crisis en la Universidad de Washington.

Plataformas como Twitter, Facebook o Google ya están luchando contra las fake news

“En tiempos de ‘sobre-información’, incertidumbre y ansiedad somos particularmente vulnerables a la desinformación, que puede arraigarse en el proceso de creación de sentido colectivo. Además, como participantes activos de los entornos online todos podemos terminar absorbiendo y difundiendo las fake news”, explica Starbird. Las redes sociales -incluido Whatsapp- a menudo son el nido de la infodemia, el caldo de cultivo idóneo para la proliferación de noticias falsas y bulos, un hecho que no es nuevo pero que, con la crisis del coronavirus ha aumentado a un ritmo muy alto, poniendo incluso en peligro “la lucha contra la enfermedad y su contención, con consecuencias que pondrán en peligro la vida humana”, cuenta Tedros Adhanom, director general de la OMS.

Ejemplo de este fenómeno son los 1,5 millones de cuentas sospechosas de manipular y difundir spam detectadas por Twitter en los últimos 15 días, así como los 1.100 tuits borrados directamente por “contenido engañoso y potencialmente dañino”.  Pero Twitter no está solo en la lucha contra la desinformación.

Cuando lo OMS vio el peligro que suponía la infodemia para solucionar la crisis provocada por el coronavirus, se puso en contacto con otras empresas del sector y “algunas de ellas, como Google, Facebook, Pinterest, TikTok, Tencent, están prestando su apoyo”, asegura Adhanom en un artículo de El País. Un ejemplo de esta colaboración entre las autoridades sanitarias y los responsables de las redes sociales son la Alerta SOS, lanzada por Google para facilitar la búsqueda de información sobre el coronavirus, el enlace al portal web de la OMS que ha incluido YouTube en los vídeos que mencionan al coronavirus o el mensaje de Facebook e Instagram animando a sus usuarios a consultar fuentes oficiales si buscan información sobre la pandemia en su página web.

Es importante recordar que, ante la incertidumbre, los lectores siempre deben recurrir a fuentes de información fiables y contrastadas como los medios de comunicación y los organismos y autoridades sanitarias – como la web de la OMS o en España la del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social.


#Coronavirus y el reto de los ODS

Con la llegada de esta trágica pandemia hemos pasado a ser del todo conscientes del efecto mariposa de la globalización. Esa cosa etérea, lejana, que sin embargo hoy se cuela en nuestras casas y en nuestras vidas (siempre lo hizo, aunque de forma menos directa). Curiosamente ahora, confinados, distanciados por responsabilidad cívica, entendemos mejor que nunca la complejidad de las interconexiones que tejen nuestro mundo. “Si las relaciones entre seres humanos se representaran con trazos a bolígrafo, el mundo sería un único y gigantesco garabato”, escribe el escritor italiano Paolo Giordano en En tiempos de contagio, el primer documento literario publicado sobre esta emergencia sanitaria.

El COVID-19 no es más (ni menos) que el nombre que adopta en este momento concreto el conjunto de amenazas globales sobre las que los científicos llevan no pocos años advirtiendo y que han contribuido a divulgar organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) e iniciativas privadas como el World Economic Forum (WEF). En su último informe Global Risks Report presentado en Davos el pasado mes de enero, el WEF esbozaba los principales desafíos a los que se enfrentará el planeta en la próxima década en términos de probabilidad: pérdida de biodiversidad y estrés de los ecosistemas, crisis alimentaria y escasez de agua, nuevas enfermedades e impactos sobre los sistemas de salud, aumento de las migraciones climáticas, exacerbación de las tensiones geopolíticas o incremento de los ciberataques.

Este mapa de riesgos globales a los que nadie es inmune es la base sobre la que se construyó la Agenda 2030, la hoja de ruta para el desarrollo sostenible firmada en Naciones Unidas en septiembre de 2015 y que ahora recibe la dolorosa sacudida del COVID-19 a apenas diez años vista de su cumplimiento: ya existe el temor a que un descalabro económico relegue a un segundo plano los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y que Gobiernos y empresas se vean obligados a rebajar su ambición a la hora de concretar sus compromisos con el planeta y con las personas.

La cooperación como modus operandi frente a los retos globales es clave para construir un futuro que conecte con un mundo más sostenible

Por eso conviene recordar que incumplir estos acuerdos solo conseguirá agravar esta realidad. Porque no hay crecimiento posible sin desarrollo sostenible y sin justicia social. “La sostenibilidad, al margen de tratar de preservar el planeta, lo que trata es de acotar los excesos que la propia dinámica del sistema económico tiene por sí solo. El deshielo de los polos tiene costes concretos en términos de sequías, de erosión de los litorales, y más indirectamente de la alimentación o el aumento del gasto sanitario. Hay una cuenta de pérdidas y ganancias del crecimiento desmedido”, recuerda el economista Emilio Ontiveros en una reciente entrevista.

Sin tomar esa brújula de medio y largo plazo, todos nos dirigimos, sin excepción, a un callejón sin salida. De nosotros depende que avancemos hacia una solidaridad o empoderamiento global o nos atrincheraremos en la cueva de Platón. Y la hoja de ruta que nos marcaba el desarrollo sostenible está plenamente vigente. Solo así saldremos, pese al drama humano, reforzados”, escribe Helena Ancos, directora de Ágora y Ansari en este artículo.

Si bien es cierto que la crisis ocasionada por el COVID-19 obligará a revisar y readaptar esta agenda global (diseñada, dicho sea de paso, para ser una agenda viva), la cooperación como modus operandi frente a los retos globales es clave. Más aún en tiempos de coronavirus. No olvidemos, además, el impacto que un virus como el que nos acecha puede tener en países cuya infraestructura de salud y estructura institucional no es tan fuerte como en España, Italia o Japón.

Algunos proponen, incluso, añadir un ODS 18 centrado en la solidaridad humana. Es una posibilidad. Sin restarle importancia a la nomenclatura ni a los matices, de este escenario de incertidumbre extraemos al menos una certeza: está en nuestra mano –Gobiernos, empresas y ciudadanía– hacer un repaso positivo de lo que está pasando y rediseñar las nuevas reglas del juego de la ya bautizada era post-coronavirus para construir una nueva y mejorada normalidad. Pero siempre con la vista puesta en el bien común si no queremos que los males comunes definan nuestro futuro.

#Coronavirus: innovación por el bien común

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La historia nos ha enseñado siglo tras siglo que el ser humano hace acopio de todas sus fuerzas en situaciones límites. Y ante la imparable expansión del coronavirus lo ha vuelto a hacer. La ciencia y la tecnología se han aliado para ofrecer soluciones innovadoras que permitan afrontar la lucha contra esta pandemia con las máximas garantías.

En España, la respuesta social y empresarial ha sido extraordinaria: fabricación de respiradores artificiales de bajo coste, uso de impresoras 3D para crear material sanitaria básico como son las mascarillas, ensayos clínicos acelerados para desarrollar una vacuna eficaz, etc.

El resto del mundo tampoco se ha quedado atrás. Los países asiáticos aprovecharon su posición privilegiada como gigantes tecnológicos para desarrollar apps que ayudasen a frenar la expansión del virus, y otros países han seguido esta línea de trabajo: científicos del MIT y Harvard han creado una aplicación que mediante el rastreo del usuario es capaz de trazar un mapa de contagios del coronavirus, mientras que Microsoft ha liderado el desarrollo de un 'chat bot' que mediante la inteligencia artificial es capaz de detectar los síntomas del COVID-19.

Dos cabezas piensan mejor que una, pero solo si tienen el mismo objetivo en mente. Y ahora mismo, el objetivo es claro: frenar el contagio por coronavirus lo antes posible.

#Coronavirus: la pandemia perpetúa (y acentúa) las desigualdades sociales

A inicios de marzo, el Gobierno decretaba el cierre de los centros educativos primero del País Vasco, La Rioja y la Comunidad de Madrid y luego del resto del territorio español para frenar el contagio por coronavirus. Esta drástica medida obligó a millones de niños y jóvenes a seguir con el curso académico desde casa, confirmando la existencia de una brecha digital que podría agrandar la brecha educativa entre las familias con más recursos y las que menos tienen. Sin embargo, esta visible grieta no se limita a los pupitres: la crisis del coronavirus ha profundizado las desigualdades sociales en todos los sentidos.

¿Cuántas personas tienen los recursos para trabajar desde casa? ¿Qué sectores no pueden permitirse mantener a sus empleados en remoto? ¿Qué ocurre con aquellos estudiantes que dependen de las becas comedor? ¿Cuántos no podrán volver a sus puestos de trabajo cuando pase la pandemia? O, sencillamente, ¿qué pasa con quienes no tienen una casa en la que quedarse? Aunque todavía es pronto para medir los efectos del coronavirus, y pese a que el Gobierno ya ha puesto en marcha un paquete de medidas sociales y económicas para paliar sus consecuencias, estas preguntas ponen sobre la mesa una cruda realidad: los colectivos más vulnerables no son solo aquellos que están más expuestos al contagio, sino que, con toda probabilidad, serán los que se vean más duramente golpeados las consecuencias sociales y económicas que trae consigo la declaración del estado de alarma.

Para Manuel Franco, profesor de Epidemiología de la Universidad de Alcalá en Madrid e investigador del proyecto europeo Heart Healthy Hoods, la primera desigualdad visible es en el ámbito de la salud. “Las desigualdades sociales crean y perpetúan las desigualdades en salud. Esas inequidades sociales no son otra cosa que los procesos y fenómenos que ocurren en nuestras sociedades, países, ciudades, distritos, barrios y edificios, y que se relacionan directamente con la salud y las enfermedades que tenemos”.

Los grupos vulnerables, más expuestos al coronavirus

“Quedarse en casa”, “Mantenerse a un metro de distancia” y “Lavarse las manos con agua y jabón” son las principales indicaciones de las autoridades para frenar el contagio y protegerse del coronavirus. Sin embargo, en España se calcula que entre 30.000 (según los últimos datos del INE) y 40.000 personas (según datos Cáritas y la organización FEANTSA) no tienen un hogar y, por tanto, carecen de recursos para mantener las recomendaciones de confinamiento, higiene y distanciamiento social. Además, según recuerdan organizaciones como la Fundación Arrels, muchas de ellas padecen patologías crónicas previas, agravadas por las condiciones en las que viven habitualmente. Son, en definitiva, población de riesgo. Esto, unido a que muchas de las entidades sociales se han visto obligadas a interrumpir sus servicios, convierten a este colectivo, ya de por sí uno de los vulnerables, en uno de los más expuestos al coronavirus.

A grandes rasgos, “los determinantes sociales de salud están íntimamente relacionados con trabajos y nivel educativo, con nuestro género, edad y el lugar donde vivimos”, recuerda Manuel Franco. En muchos casos, las personas que trabajan en sectores más precarizados o que tienen ingresos más bajos son las que menor acceso tienen a la opción del teletrabajo. Es el caso de los obreros, los trabajadores del hogar o aquellos que asisten a personas mayores, que suelen desplazarse en transporte público (donde hay una mayor probabilidad de contagio) hasta sus puestos de trabajo. Porque, recuerdan expertos como Franco, dejar de trabajar y cumplir con el confinamiento supone renunciar a su única fuente de ingresos. Esta situación dificulta a su vez el cuidado de los niños y niñas: ante la imposibilidad de dejar a los hijos al cuidado de otros, muchos padres se ven obligados a elegir entre su trabajo o su familia.

Las personas sin hogar carecen de recursos para mantener las recomendaciones de protección contra el coronavirus

Los expertos apuntan a que en el mercado laboral son ese tipo de trabajos los que más se van a resentir. Según los primeros cálculos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), son además los que corren más riesgo de desaparecer. Las expectativas no son halagüeñas: la organización calcula que aumentará el desempleo y el subempleo a nivel mundial y que, en el peor de los casos, se podrían destruir cerca de 25 millones de puestos de trabajos. En España, por el momento, el grueso de las empresas gravemente afectadas por la crisis del coronavirus ha adoptado a la fuerza expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) que afectan ya a cientos de miles de ciudadanos.

Con todo, las brechas sociales que existían previamente se han acentuado ante una situación de emergencia sin precedentes. Y aunque no podemos conocer el futuro, la pandemia podría exacerbar aún más esas desigualdades. Pero la puerta queda abierta a la esperanza. A falta de una mirada retrospectiva que permita analizar su efectividad, la Administración central ha adoptado un paquete de medidas económicas orientado a proteger a los más vulnerables. Entre estas se incluyen la moratoria en el pago de hipotecas, la prohibición de cortar el agua, la luz o el gas a colectivos vulnerables o garantizar la prestación por desempleo a los afectados por los ERTES.

Asimismo, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, explicaba en una entrevista en el diario El País hace unos días, que se habían relajado las normas de ayudas públicas de los Estados y que aportaría una fuerte inyección económica a aquellos países más golpeados por la crisis sanitaria. Y añadía: “Ningún país de la Unión Europea puede superar esta crisis por sí solo, pero juntos desarrollaremos la fortaleza no solo para luchar contra el virus, sino también para recuperar el vigor de nuestra economía”. Un vigor que se verá también reflejado en nuestra capacidad de reducir unas diferencias sociales hoy más visibles que nunca.

#Coronavirus y teletrabajo: ¿Estábamos preparados?

Diseño: Natalia Ortiz

Antes de que la crisis del coronavirus llevase a toda la sociedad española a un confinamiento sin precedentes, el teletrabajo era una opción poco utilizada por las empresas de nuestro país. De hecho, según un estudio de Eurostat, en 2018 la población ocupada que normalmente trabajaba a distancia en España era de un 4,3%, una cantidad por debajo de la media europea que se sitúa en un 5,2%. El contrapeso lo ponen países como Países Bajos (14%), Finlandia (13%) o Luxemburgo (11%). Sin embargo, ahora, la pandemia ha obligado a marchas forzadas a implantar el teletrabajo en aquellas empresas en las que sea posible para no paralizar al completo la actividad económica. ¿Pero de qué manera se están adaptando las empresas a esta nueva realidad? ¿Estaban realmente preparadas, en todos los sentidos, para utilizar este sistema? ¿Cómo afectará en el futuro?

"La brusquedad e intensidad que puede requerir adoptar una medida masiva de teletrabajo en la situación actual está lejos de ser la óptima para obtener los beneficios que brinda el teletrabajo, que son muchos", explica María Isabel Labrado Antolín, investigadora del Departamento de Organización de Empresas y Marketing de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Así, el escenario no es el idóneo, pero para la experta, no impide reflexionar sobre las ventajas del teletrabajo. La principal, según esgrimen sus partidarios, es la posibilidad de tener una autonomía a la hora de trabajar. Le siguen una mayor facilidad para conciliar vida personal y laboral, el ahorro de tiempo y la mejora en la productividad y el rendimiento.

En 2018 solo un 4,3% de la población ocupada trabajaba a distancia

Con la declaración del estado de alarma, quizá ninguna de estas virtudes se hace especialmente visible: según exponen desde el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, la tensión por no poder salir de casa se va acumulando y –sumado a la ansiedad, la falta de ejercicio y de interacción social, y en algunos casos, de atender a los hijos­– va haciendo mella en nuestro sistema nervioso de tal manera que posiblemente la concentración sea menor que una situación normal. Sin embargo, los expertos no dejan de ser optimistas en este aspecto.

Pedro Ramiro Palos, profesor de Sistemas de Información en la Empresa de la Universidad de Sevilla, y Víctor Garro, profesor en la Escuela de Ingeniería en Computación del Instituto Tecnológico de Costa Rica, señalan que “las soluciones de teletrabajo que se están tomando ante esta crisis sanitaria pueden crear una ventana de oportunidad para su adopción de forma más generalizada a futuro”. Pero advierten que “hacerlo de manera apresurada puede conllevar muchos riesgos”. Sobre todo porque podría acentuar una brecha que estos días ha quedado al descubierto: la digital.

El sistema empresarial español está principalmente basado en pequeñas y medianas empresas (que suponen, según cifras del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, el 99% del tejido empresarial) dedicadas, en gran parte, a sectores donde no hay opción para trabajar a distancia, desde los servicios de limpieza o sanitarios a las tiendas de alimentación. Sin embargo, en las que sí hay esa posibilidad, apenas un 14% de ellas tiene un plan de digitalización en marcha, según aseguraba hace unos días Gerardo Cuerva, presidente de la patronal Cepyme.

Así, queda de manifiesto que el grueso de las empresas en España no cuenta con los recursos necesarios para garantizar las mejores condiciones en el teletrabajo. Por supuesto, siempre hay excepciones: las grandes corporaciones en nuestro país no han tenido demasiados problemas para afrontar esta situación. Una semana antes de que el Gobierno declarase el estado de alarma, el pasado 5 de marzo la firma EY envió a toda su plantilla a trabajar desde casa tras registrar un positivo por coronavirus en su sede central. A lo largo de la siguiente semana, el resto de grandes corporaciones se sumaron a la recomendación de las autoridades de facilitar el teletrabajo en la medida de lo posible. Algunos ejemplos son Red Eléctrica, BBVA, Bankia y Telefónica.

Pero el reto del teletrabajo no depende solamente del número de trabajadores que tenga un empresa, sino de otros muchos más factores relacionados con los recursos tecnológicos y la preparación laboral de cada empresa.

El grueso de las empresas no cuenta con los recursos necesarios para el teletrabajo

"Establecer un equipo virtual de teletrabajo no solo implica que el trabajo se realice a distancia, sino que también establece una relación formal de cooperación de equipo entre el empleado, el responsable y los compañeros con el máximo nivel de interacción, comunicación y trazabilidad de tareas. Además, requiere el uso de herramientas colaborativas, con métricas de avance y rendimiento sobre los objetivos planteados", explican Garro y Palos, que apuntan que su uso es ya habitual en empresas con proyectos de desarrollo repartidos en distintos puntos del mundo o que han requerido de la colaboración de profesionales externos.

El teletrabajo más allá de la tecnología

Para María Isabel Labrado, además de una tecnología preparada y suficiente para llevar a cabo el mismo trabajo desde ubicaciones remotas, también es necesario implantar procesos para regular la nueva relación entre empresas y empleados, "más basada en la virtualización, versatilidad y automatización de tareas". "La cultura empresarial, especialmente la cultura comunicativa, jugará un papel decisivo en el éxito o fracaso de las medidas que se apliquen; la transmisión de información, la toma de decisiones, la confianza, delegación de responsabilidades y dinámicas de equipo, entre otros, se verán afectadas por los nuevos estilos de trabajo", analiza.

Más allá de los contratiempos tecnológicos y laborales, no hay que dejar de lado la vertiente emocional del teletrabajo. Si las empresas deben aprender a verificar las condiciones de trabajo del empleado en remoto y saber gestionar los procesos, las tareas que debe desempeñar y cuándo debe hacerlo, también es imprescindible que el propio trabajador esté mentalmente preparado para ello. Establecer unos límites horarios al igual que si estuviera en la oficina, separar el espacio de trabajo y el de ocio dentro de la vivienda o mantener una comunicación fluida con sus responsables y compañeros son algunas de las condiciones básicas. Pero no las únicas: aspectos intangibles como la confianza, la ética o la motivación son decisivos para que su implantación tenga éxito.

Aunque es pronto para saber cómo influirá la crisis del coronavirus en la normalización del teletrabajo, todos los expertos creen que de estos meses dependerá su futuro en nuestro país. "El COVID-19 pasará en un tiempo, pero la experiencia generada con el teletrabajo en equipo virtual, organizado con buenas prácticas de gestión y colaboración, aunado a la incorporación del 5G, marcará una nueva era en las relaciones laborales y las tareas para las empresas que se sumen a esta evolución", concluyen Palos y Garro.

#Coronavirus: los retos del sector educativo

En cuestión de semanas, el coronavirus ha transformado la vida de millones de ciudadanos en todo el mundo. Nadie sabe cuánto tardaremos en retomar la normalidad, pero sí es cierto que esta crisis sanitaria mundial ya está suponiendo un reto para la humanidad en todos los ámbitos. La cuarentena establecida en gran parte del mundo está afectando a todos los sectores, pero uno de los que está notando los efectos del coronavirus de manera más acusada es el educativo.

Las cifras del número de estudiantes que verán su día a día alterado en todo el mundo dan cuenta de la magnitud de este nuevo escenario: la UNESCO calcula que 1 de cada 2 estudiantes del mundo no podrán asistir a clase mientras dure la pandemia. Según datos actualizados a 18 de marzo, un total de 119 países ya ha anunciado el cierre de las instituciones educativas de manera total o parcial, dejando a 862 millones de niños y jóvenes sin clases.

En España, la Comunidad de Madrid, el País Vasco y La Rioja, echaron el candado a todos sus centros educativos el pasado 11 de marzo y, cinco días después, el resto de España se adhirió a esta iniciativa inédita. “Son tiempos extraordinarios que requieren medidas extraordinarias”, advirtió el presidente del Gobierno Pedro Sánchez en una de sus últimas comparecencias. En nuestro país, el cierre de colegios y centros universitarios afecta a 9,5 millones de estudiantes y va a poner a prueba la resiliencia del sistema educativo en todos sus niveles. Para muestra, la EBAU, anteriormente conocida como Selectividad, ya ha quedado aplazada de manera indefinida.

La brecha digital agranda la brecha educativa

Pero ¿qué pasará en este tiempo con todos estos estudiantes mientras sigan suspendidas las clases? Ante una crisis que ha golpeado a nuestro país -y al mundo- de manera tan repentina y con virulencia, parece que solo hay una forma de mantener activo el sistema educativo durante las próximas semanas: la formación online. Pero cuando la única alternativa posible requiere del uso de tecnología, esta actúa también como elemento diferenciador: según un estudio de We Are Social y Hootsuite, solamente el 59% de la población mundial tiene acceso a internet.

Es importante matizar que estos datos reflejan una realidad tangible no solo en países con limitados recursos o en vías de desarrollo, sino también en grandes potencias mundiales. Estados Unidos, donde también se están cerrando los centros educativos en los últimos días por la expansión del virus, es un ejemplo de ello. Las cifras del país norteamericano sorprenden: 21 millones de estadounidenses no cuentan con acceso a internet, y uno de cada cinco estudiantes no disponen de la tecnología necesaria en sus hogares para hacer frente a este reto. En ciudades como Detroit, por ejemplo, el 60% de los estudiantes no tienen acceso a internet de banda ancha, lo que dificulta su aprendizaje virtual. En el este del estado de Mississippi la situación es similar: el 40% no puede acceder a las clases de manera telemática por falta de medios. La falta de recursos en un país de la magnitud y potencial económico de Estados Unidos nos da una pista sobre la situación que el resto de países del mundo pueden estar afrontando.

Solo el 59% de la población mundial tiene acceso a internet

El “rey” de la tecnología, China, fue el país que sufrió primero los efectos del llamado COVID-19 pero supo adaptarse con celeridad: 180 millones de estudiantes pasaron de tener que ir a clase a tener que seguirlas por la televisión. En cuestión de días, China creó una plataforma de formación online para todos los estudiantes del país con la ayuda de algunas empresas tecnológicas como Huawei y Alibaba. A su vez, la televisión estatal del país (CCTV) empezó a retransmitir las clases, divididas en diferentes niveles educativos, para no sobrecargar esta plataforma de contenido online. Todo el proceso fue centralizado, por lo que los alumnos de ciudades más pequeñas tenían acceso al mismo contenido, minimizando así la brecha educativa entre las diferentes clases sociales.

Ahora bien, el país asiático también presenta severas desigualdades entre clases sociales y territorios que han provocado que no todos los estudiantes puedan usar estos recursos digitales. Según datos del gobierno chino, más de 500 millones de ciudadanos no accedieron a internet en el año 2018, ya sea porque no contaban con conexión o porque desconocen la existencia de internet. La situación es más compleja en las zonas rurales de esta nación, cuya realidad es totalmente diferente a la de sus compatriotas residentes en las grandes urbes de este gigante. Muchos de los estudiantes de las zonas rurales no cuentan con las herramientas necesarias para llevar a cabo una formación online en condiciones, con lo que su retraso académico cada vez es mayor. No en vano, en China se les conoce como los “left-behind children”.

En España, la brecha digital no alcanza esos niveles. Una encuesta del Instituto Nacional de Estadística (INE) indica que solo uno de cada cinco hogares españoles no cuenta con un ordenador (19,1%), y que el 91,4% de las familias españolas dispone de acceso a internet en casa (en su gran mayoría de banda ancha). No obstante, disponer de conectividad no es siempre garantía de que los alumnos puedan llevar a cabo una formación online de manera satisfactoria. Por ejemplo, no todas las familias cuentan con más de un dispositivo para facilitar las sesiones virtuales a todos sus hijos.

En España solo uno de cada cinco hogares españoles no cuenta con un ordenador

La otra cara de la moneda de esta nueva situación es la preparación del sistema educativo español. ¿Cuenta con suficiente preparación y recursos tecnológicos para abordar este giro hacia un modelo educativo digitalizado? La experiencia de los últimos días ha demostrado que aún tenemos un largo camino que recorrer en este sentido. Por ejemplo, la Comunidad de Madrid cuenta con la plataforma EducaMadrid, que es una herramienta que lleva funcionando varios años como complemento a la formación presencial de los alumnos. En ella se encuentran recursos educativos que sirven como complemento didáctico para profesores y alumnos. La semana anterior del cierre de los colegios, las conexiones registradas fueron 650.000, mientras que los primeros días del aislamiento han superado el millón. La consecuencia: el sistema se encuentra caído gran parte del tiempo y funciona con gran lentitud.

Este insólito panorama ha puesto sobre la mesa la urgente necesidad de renovar el sistema y dotarlo de los recursos digitales suficientes para hacer posible la enseñanza a distancia. Este impulso a la innovación conseguirá mejorar nuestro modelo educativo y lo hará resiliente ante cualquier escenario como el que vivimos. Ha llegado la hora de innovar sin dejar a nadie atrás.

Guía para hacer una lista de la compra más sostenible

El camino hacia un mundo más sostenible implica cambiar la manera en que consumimos. Si seguimos con los ritmos de producción y consumo actuales se calcula que necesitaremos tres planetas como el nuestro para satisfacer las necesidades alimentarias de una población en continuo crecimiento. Empezar no es fácil, pero tampoco imposible. La primera medida pasa por cuidar las elecciones que tomamos cuando vamos al supermercado. A día de hoy, las bolsas de plástico todavía inundan muchos supermercados, por no hablar de que la mayoría de los productos que compramos también van envasados en plástico. Además, muchos de ellos no sabemos ni de dónde provienen ni cuál es su impacto en el medio ambiente.

Los esfuerzos de la industria por revertir esta situación aún son tímidos, de ahí que nuestra responsabilidad como consumidores sea la de contribuir a que se acelere esta transformación. Pero ¿cómo podemos preservar el medio ambiente desde nuestra lista de la compra más allá de evitar el plástico? Antes de salir de casa, échale un repaso a esta guía práctica que te presentamos a continuación para hacer una lista de la compra lo más sostenible posible.

Planifica tu compra

Planificar la compra antes de ir al supermercado permite reducir el gasto y el desperdicio de comida. Así que organiza tus menús semanalmente y evita salir a comprar con hambre, ya que, según varios estudios, esto provoca que llenes el carro con más comida de la que necesitas y generalmente poco saludable.

Piensa en lo que tienes en casa

¿Cuánta comida de la que compras acaba en la basura? Según datos del Panel de cuantificación del desperdicio alimentario en los hogares españoles del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, cada español tiró cerca de 25 kilos de comida en 2018, último año del que se tienen datos. Por eso, una vez organizados los menús semanales, lo ideal es que revises los alimentos que ya tienes en la nevera o en la despensa. Antes de tirarlos, ¿por qué no te estrujas la cabeza e ideas algún plato que permita aprovechar todas las sobras?

Lleva tu propia bolsa

Principalmente por un motivo medioambiental, ya que el plástico es uno de los materiales más contaminantes y que mayor impacto negativo tiene en el planeta, pero también desde un punto de vista económico, ya que por ley los comercios han empezado a cobrar desde hace unos meses todas las bolsas de plástico. Una bolsa de tela o una reutilizable no afecta a nuestro día a día pero pueden marcar una gran diferencia.

Lee las etiquetas

Leer el etiquetado te permite conocer los ingredientes del producto y analizar la cantidad de azúcar, sal y aditivos que tiene. Pero, además de ayudarte a saber si un alimento es sano o forma parte de los conocidos como ultraprocesados –con altos niveles de grasas, azúcares y carbohidratos– echarle un vistazo a la etiqueta te da mucha información sobre si un producto es más o menos ecológico.

En la industria de la alimentación existe un sello verde, el de Agricultura Ecológica Europea, que indica que se trata de un artículo obtenido sin la utilización de productos químicos como fertilizantes o plaguicidas, que son dañinos con el medioambiente. Además, existen una serie de certificados de sostenibilidad, como el sello azul de MSC (Marine Stewardship Council), que garantiza que el pescado ha sido obtenido de manera sostenible, o el de Rainforest Allianz, que apuesta por el uso responsable de los recursos agrícolas.

Compra a granel

Aunque todavía es una práctica minoritaria, cada vez más consumidores llevan sus bolsas y recipientes para comprar carne, pescado, fruta o verdura. De esta manera, se reduce la cantidad de plásticos innecesarios en los que vienen envueltos los productos y que tienen un alto impacto medioambiental, ya que pueden tardar hasta 400 años en descomponerse.

Pero no siempre es fácil evitar los envases plásticos y optar por otros materiales más sostenibles. Por eso es importante que, si no queda otro remedio, escojamos los plásticos que se puedan reciclar más fácilmente, que suelen venir indicados como PET (polietileno tereftalato).

Elige alimentos de temporada

Aprovecha lo que la tierra te da periódicamente cada año: espárragos, fresas, naranjas, etc. Las frutas y verduras de temporada suelen estar a precios más bajos que en otras épocas del año y, además, según la estación tienen una mayor cantidad de nutrientes. Además, que tengamos alimentos que en nuestro país están fuera de temporada significa que han sido transportados desde otro punto del globo. Se trata de una actividad, en mayor o menor medida, contaminante y poco sostenible.

Compra de proximidad

En la misma línea, comprar alimentos de proximidad (que han sido producidos en una zona cercana) ayuda también a reducir la huella ambiental de tu compra. De ahí que la mejor opción sean los productos de kilómetro cero, es decir, los que precisan de un transporte mínimo desde el punto de producción hasta el punto de venta. En este sentido, recomendamos escoger el pequeño comercio o unirse a grupos de consumo: de esta forma ayudarás a revitalizar la economía local.

Apuesta por el comercio justo

La etiqueta de comercio justo asegura que lo que estás consumiendo ha sido producido por trabajadores en unas condiciones de trabajo justas. El respeto al medio ambiente, además, es uno de los requisitos básicos para que un producto cuente con este distintivo. Chocolate, café, té y algodón son algunos de los productos con el sello de comercio justo que más presencia tienen en los supermercados, pero a esta moda se están empezando a sumar otros alimentos como los helados y los refrescos.