Categoría: Cambio climático

Hotel de insectos, nuestra ayuda para el ecosistema

Hotel de insectos, nuestra ayuda para el ecosistema

Ilustración por Valeria Cafagna

Con el objetivo de conservar la diversidad biológica y evitar la degradación de su hábitat surgen los hoteles de insectos, una forma de cuidar al grupo de animales más numeroso del planeta.


Los insectos constituyen una parte esencial para la vida. Según datos de la Royal Entomological Society de Londres, asociación que se dedica al estudio de los insectos, se estima que existen unos 10.000 millones de insectos por kilómetro cuadrado, superando cualquier otra forma de vida en términos de diversidad y número. La importancia de estos diminutos seres va más allá de su cantidad, pues desempeñan funciones cruciales para la vida en nuestro planeta.

Los insectos son polinizadores fundamentales para la reproducción de plantas, contribuyen a la descomposición de materia orgánica, controlan poblaciones de insectos perjudiciales y sirven como fuente alimentaria para una amplia variedad de animales, incluidos pájaros y mamíferos. Sin embargo, en las últimas décadas, las poblaciones de insectos han experimentado un declive alarmante debido a la pérdida de hábitat, el uso indiscriminado de pesticidas y otros factores ambientales. 

La extinción de los insectos podría suponer el desequilibrio de los ecosistemas; existen numerosos ejemplos de plantas con flores que necesitan un insecto específico para la polinización

Ante este escenario crítico, ha surgido una iniciativa ingeniosa para cuidar a estos pequeños héroes: los hoteles de insectos. Estos refugios, normalmente creados con materiales reciclados procedentes de la naturaleza, como troncos, cortezas, ramas o cañas, son diseñados para ofrecer un entorno seguro y propicio para la reproducción y descanso de los insectos.

La idea ha ganado terreno y se estima que hay millones de hoteles de insectos en todo el mundo, desde pequeños refugios en jardines particulares hasta instalaciones más grandes en parques urbanos y áreas naturales.

La repercusión de los hoteles de insectos en la vida y el entorno es significativa, pues estas estructuras ofrecen refugio a insectos para promover su presencia y, por tanto, mejorar la polinización de plantas y la reducción de plagas. Además, al proporcionar hábitats específicos, los hoteles de insectos contribuyen a conservar la diversidad biológica en áreas urbanas, donde la degradación del hábitat es una amenaza constante.

Un ejemplo inspirador de esta iniciativa es el Bee & Bee, un hotel de insectos creado por la organización Friends of the Earth. Este singular refugio urbano cuenta con una variedad de compartimentos diseñados para atraer a diferentes especies de insectos, de forma que se promueve la biodiversidad en medio de la bulliciosa vida urbana.

Los hoteles de insectos ofrecen un entorno seguro y propicio para la reproducción y el descanso

En definitiva, los hoteles de insectos representan una respuesta creativa y eficaz para contrarrestar el declive de las poblaciones de insectos y preservar la biodiversidad. Al proporcionar refugio y hábitats adecuados, estas estructuras no solo benefician a los insectos, sino que también fomentan un equilibrio saludable en los ecosistemas. Es importante reconocer la importancia de estos pequeños habitantes y trabajar en conjunto para garantizar su supervivencia, recordando que el bienestar de los insectos es fundamental para el orden natural que sustenta toda la vida en nuestro planeta.

La sequía económica de la desertificación

La falta de recursos hídricos provocada por el cambio climático tiene efectos en la economía a varios niveles y sectores y se calcula que puede afectar al 75% de la población mundial en 2050.


La sequía mundial, fenómeno en aumento debido al cambio climático, no solo amenaza la disponibilidad de agua, sino que también pone en riesgo la estabilidad económica global. En un mundo donde los mercados y economías se interconectan, los efectos de la desertificación se filtran en diversos sectores, desde la agricultura hasta la generación de energía, con una serie de consecuencias económicas que son cada vez más palpables.

En los campos de cultivo, la sequía actúa como un ladrón silencioso, robando la productividad y dejando a los agricultores en la cuerda floja. Entre 2015 y 2019, al menos 100 millones de hectáreas de tierras sanas y productivas se degradaron cada año, lo que ha perjudicado a la seguridad alimentaria e hídrica a nivel mundial. Según cálculos de Naciones Unidas, la pérdida equivale al doble del tamaño de Groenlandia y afecta a las vidas de 1.300 millones de personas, directamente expuestas a la degradación de la tierra.

 

Según la Organización Meteorológica Mundial, los daños económicos de las sequías aumentaron un 63% en 2021 en comparación con la media de los últimos 20 años. En toda la Unión Europea, se calcula que ese año se perdieron más de 56.000 millones de euros a consecuencia del cambio climático, según datos de Eurostat.

Se estima que para el año 2050 la sequía pueda afectar al 75% de la población mundial

La escasez de agua no solo reduce el tamaño de las cosechas, sino que también impacta en la calidad de los productos agrícolas, lo que, a su vez, se traduce en un aumento de los precios de los alimentos para los consumidores. También el sector energético, que depende de fuentes hídricas como los embalses y los ríos, se ve afectado por la falta de lluvias. Esto hace que aumente la dependencia de los combustibles fósiles, lo que genera más costes y contaminación. 

La industria manufacturera y el comercio internacional también dependen del agua para sus procesos productivos. Por ejemplo, las vías marítimas de ríos como el Rin, en Alemania, el Mississippi, en Estados Unidos o el Yangtsé, en China, ven cómo su comercio se ve afectado por el descenso en sus caudales.

Estos problemas derivados de la falta de agua afectan cada vez a más población a nivel mundial, aunque es una cifra que fluctúa de un año a otro. 2015 fue el año más fatídico: el 64,8% de la población total estuvo expuesta a la sequía, y un 28,9% lo hizo en un grado extremo o severo, el máximo en el período 2000-2019.  Se estima que para el año 2050 la sequía pueda afectar al 75% de la población mundial.

Cada año se pierden unos 100 millones de hectáreas, equivalente a toda la superficie de Groenlandia

En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28) celebrada este mes se señaló, una vez más, que el único modo de avanzar a nivel mundial es respetando los límites planetarios y las interdependencias de todas las formas de vida. «Tenemos que llegar a acuerdos globales vinculantes sobre las medidas proactivas que deben tomar las naciones para reducir las sequías», explicó Ibrahim Thiaw, secretario ejecutivo de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación.

«Necesitamos una transformación profunda para hacer frente a las sequías, que cada vez son más frecuentes y graves, reduciendo los niveles de los embalses, hundiendo el rendimiento agrícola, afectando la diversidad biológica y extendiendo las hambrunas», añadió Thiaw.

Humedales construidos, una solución biomimética para aliviar la escasez de agua

En un mundo donde la escasez de agua plantea desafíos cruciales, los humedales construidos emergen como una solución innovadora y sostenible. Esta solución no solo establece un marco para el aprovechamiento del agua, sino también para el conocimiento aplicable de nuestro entorno natural.


No es casualidad que las grandes civilizaciones se formaran en torno a masas de agua; su necesidad es innegable para la supervivencia humana. El agua es esencial para actividades como la agricultura, la industria, pero también necesidades del día a día como la limpieza de nuestra ropa, comida o espacios de nuestro hogar. Y, ante una población cada vez más numerosa y que cada vez genera más residuos, disponer de este recurso se vuelve indispensable tanto por su función vital como purificadora .

Si bien la conservación y recuperación de los bosques se han establecido como medidas protagonistas en la lucha contra el cambio climático; están lejos de ser los únicos actores en escena. Los humedales, a menudo pasados por alto, son igualmente vitales en la preservación del equilibrio ambiental. Si los bosques se consideran el «pulmón» del planeta, los humedales actúan como riñones. Estos ecosistemas de transición entre acuáticos y terrestres, tales como marismas, manglares, estanques, pantanos, lagunas o lagos, depuran el agua de manera natural. El Convenio de Ramsar,  aprobado en 1971 y a día de hoy, firmado por 172 países, reconoce su importancia vital para la biodiversidad, la mitigación del cambio climático y el bienestar humano. Sin embargo, el Global Wetland Outlook alerta que, desde 1970, estas fuentes de agua han desaparecido hasta un 40%, tres veces más rápido que los bosques. 

Si los bosques se consideran el «pulmón» del planeta, los humedales actúan como «riñones»

A pesar de cubrir un 70% de nuestro planeta tal y como destaca la WWF, la idea de que el agua siempre será abundante se ha visto desafiada por el agravamiento del cambio climático, colocando la preservación del agua en el centro de los desafíos ambientales actuales. Por ello se buscan formas innovadoras de aprovechar, tratar y reutilizar el agua en un ciclo sostenible, abrazando la filosofía y principios de la economía circular. Dentro de este enfoque existen soluciones innovadoras pero que se inspiran en la naturaleza, las llamadas soluciones biomiméticas. Este es el caso de los humedales construidos, diseñados a partir de la imitación de los procesos naturales de los humedales, como aquella de filtrar sedimentos, contaminantes y toxinas en el agua, en este caso, para resolver desafíos humanos.

Los humedales construidos ofrecen ventajas ecológicas, estéticas y recreativas en su entorno, facilitando su aceptación e implementación. No obstante, contrariamente a los sistemas de tratamiento de aguas por depuradoras con elevados costes energéticos y económicos, estos sistemas también destacan por su fácil operación y bajo coste. Por otro lado, su versatilidad y eficacia, pudiendo ser adaptados a diferentes contextos y diseñados para tratar distintos tipos de aguas residuales, desde sistemas pequeños para hogares hasta grandes sistemas para ciudades y regiones; lo convierten en una solución viable para enfrentar la escasez de agua y proteger nuestro medio ambiente. Por último, purificando el agua de manera natural y revitalizando comunidades, los humedales construidos ofrecen una solución accesible y descentralizada. 

Los humedales construidos ofrecen ventajas ecológicas, estéticas y recreativas en su entorno, facilitando su aceptación e implementación

En ciudades como Durban, Sudáfrica, además de tratar aguas residuales urbanas como en Shenzhen, China, los humedales funcionan como atractivos espacios recreativos para la fauna y destinos turísticos. Aunque en su mayoría se han considerado depuradoras de aguas residuales urbanas, a lo largo del Medio Oeste en América y en Europa en países como Países Bajos o Italia se han empezado a utilizar para tratar la contaminación de las aguas de granjas en ámbito rural. En España, los humedales de Illa de Mar y L’Embut, en el Delta del Ebro, contribuyen además a la restauración de humedales dañados por actividades humanas, ofreciendo no solo soluciones de tratamiento de aguas, sino también desempeñando un papel crucial en la preservación y restauración de ecosistemas vulnerables como aquel de aves en peligro de extinción.

Los humedales construidos, demuestran el potencial de la naturaleza para resolver nuestros desafíos más urgentes y hacerlo de manera transversal. Integrar estas soluciones naturales, multifuncionales, en nuestras estrategias de gestión del agua es clave para un futuro más sostenible e inclusivo.

El nuevo régimen de las estaciones

Nos dirigimos a un régimen de estaciones en el que las lluvias y las bajas temperaturas tras el estío se harán esperar cada vez más; y que el paso de la manga corta al paraguas será más brusco y repentino de lo habitual.


A mediados de octubre, todavía estábamos en manga corta, con temperaturas en buena parte del país por encima de los veinte grados. De un día a otro, las lluvias y las bajas temperaturas empezaron a alcanzar, una a una, a las diferentes ciudades de España. Se trata de una anomalía que está dejando de serlo: en los últimos años, los octubres europeos han registrado temperaturas entre 10 y 15 ºC por encima de lo habitual. El verano no acaba de terminar para dar paso al otoño y este, poco a poco, pierde su protagonismo.

Un estudio de la AEMET demuestra cómo los veranos tienden a abarcar hasta cinco semanas más de lo que lo hacían a principios de los años 80

Ya en 2018, un estudio del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña, adscrito a la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), señalaba que el cambio climático estaba alterando las estaciones del año. Esto era especialmente patente en las estaciones templadas o de transición, es decir, la primavera y el otoño. Las temperaturas propias del verano tienden cada vez más a aparecer mucho antes y a alargarse hasta bien entrado el otoño. Ejemplo de ello son los récords de temperatura que alcanzaron los termómetros durante el último verano: 37,9ºC en Badajoz el pasado 30 de septiembre, 38,2ºC en Montoro (Córdoba) el 1 de octubre o 37 ºC que se alcanzaron el 2 de octubre en el aeropuerto de Bilbao.

El citado estudio, basado en un análisis de las temperaturas entre 2010 y 2017, no apreciaba apenas variaciones en los meses centrales del invierno, es decir, en enero y febrero. Los cambios más acusados tienen lugar entre abril y junio, por un lado, y entre septiembre y octubre por el otro. Esta tendencia se ha profundizado desde entonces, con veranos y otoños más cálidos cada año que pasa: el informe sobre el Estado del Clima de España de 2022, elaborado por la AEMET, constata que «todos los meses, salvo marzo y abril, registraron temperaturas superiores a su promedio normal, y tanto el verano como el otoño fueron los más cálidos de la serie».

En los últimos años, los octubres europeos están registrando temperaturas entre 10 y 15 ºC por encima de lo habitual

Las consecuencias de esta tendencia son un avance de los climas semiáridos y la correspondiente reducción de las precipitaciones. Benito Fuentes, meteorólogo de la AEMET, publicó el pasado mes de junio un artículo que corrobora «un alargamiento evidente del periodo estival desde la década de 1940 (…) Si los veranos se están volviendo más largos, esto se logra a costa de ‘robarle’ días a la primavera y al otoño».

Aunque es improbable que el otoño vaya a desaparecer por completo, lo que sí indican las estadísticas es que las lluvias y la bajada de temperaturas tras el estío se harán esperar cada vez más; y que el paso de la manga corta al paraguas y al chubasquero será más brusco y repentino de lo habitual.

El saldo de la contaminación atmosférica

Más de 238.000 personas, el equivalente a los habitantes de la provincia de Guadalajara, mueren prematuramente cada año en Europa por el aire que respiran. Es el alto precio de la contaminación atmosférica, que no solo afecta a los que sufren un desenlace fatal, sino a la gran mayoría de la población, como alerta cada año la Agencia Europea de Medio Ambiente. 

Las responsables de estas cifras son partículas en suspensión, con una estructura más fina que el cabello humano, que pasan al torrente sanguíneo a través de la respiración provocando enfermedades respiratorias y cardiovasculares, entre otras. Están compuestas de sustancias químicas orgánicas como el polvo, el hollín y los metales y se calcula que el 97% de la población europea está expuesta a ellos. 

Pero no son las únicas que causan problemas de salud irremediables. A esas 238.000 muertes hay que sumar las 49.000 provocadas por el dióxido de nitrógeno, que emiten fundamentalmente los motores de combustión, especialmente el diésel. La exposición a este agente contaminante alcanzaba ya en 2021 al 90% de los europeos. Una exposición que provoca una menor resistencia a las infecciones, por lo que se asocia a un aumento de las enfermedades respiratorias crónicas y al envejecimiento prematuro de los pulmones.

Morir o no por culpa de estos contaminantes tiene mucho que ver con dónde nazcas y vivas, ya que es un riesgo relacionado con la riqueza de cada territorio. Así, como puede verse en los mapas, los países mediterráneos pierden en total más años de vida a causa de las partículas finas que los países nórdicos, parecido a lo que ocurre con el dióxido de nitrógeno. El ozono afecta más a Europa oriental, registrando tasas más altas en países como Rumanía, Bulgaria o Polonia. Este agente peligroso afecta especialmente a las personas con asma y problemas respiratorios. Solo en 2020 se cobró hasta 24.000 muertes, según estima la Unión Europea. 

Además del impacto en la salud humana, los contaminantes del aire también conllevan una gran pérdida en biodiversidad, con un 59% de bosques y un 6% de tierras agrícolas expuestas a niveles nocivos de ozono en Europa en 2020. Se estima que las pérdidas económicas sólo por el rendimiento del trigo alcanzaron unos 1.400 millones de euros en 35 países europeos en 2019. Los campos de Francia, Alemania, Polonia y Turquía son los grandes damnificados.

A pesar de las altas cifras, lo cierto es que en las últimas décadas todos estos agentes contaminantes están reduciendo su presencia en el medio ambiente, aunque no todos bajan por igual. Por ejemplo, el agente más letal, las partículas en suspensión, se ha reducido en un 45% desde 2005, más que el amoniaco, pero menos que el óxido de azufre.

 

Para continuar en la senda de la reducción de agentes contaminantes, la Unión Europea puso en marcha en octubre de 2022 el plan de acción «Contaminación cero», en el marco del Pacto Verde Europeo, con el que se ha fijado el objetivo de reducir la contaminación del aire, el agua y el suelo para 2050 a niveles que ya no sean perjudiciales para la salud. “Las amenazas persistentes a la salud de nuestro planeta también exigen soluciones urgentes”, aseguró la Comisión Europea.

El aguilucho cenizo, aliado y víctima de la agricultura, es protagonista en 2023

Ilustración de Valeria Cafagna

España cuenta con la mayor población europea de esta ave rapaz –la única en su clase que cría a sus pollos en el suelo–. Por lo tanto, el país tiene una mayor responsabilidad de protegerla.


Cada año, desde 1998, la Sociedad Española de Ornitología Seo/Birdlife destaca un ave del año para llamar la atención sobre la delicada situación de algunas especies de la avifauna española. Se trata de poner el foco sobre una especie que necesita una atención especial por su mal estado de conservación o porque «simboliza la urgencia de proteger los hábitats que la acogen» con el fin de poder reclamar medidas a las administraciones y a las instituciones para la conservación del patrimonio natural.

Hasta ahora, 34 especies han sido elegidas Ave del Año por su declive poblacional o por sus amenazas de conservación. En 2023, la votación popular se ha decantado por el aguilucho cenizo, que ha obtenido 3.187 votos, seguido del alimoche común, con 2.355, y la ganga ibérica, con 2.105 votos. 

El ave ha sufrido un declive de entre 23% y 27% de su población en los últimos 10 años

El aguilucho cenizo (Circus pygargus) es una rapaz migratoria de tamaño mediano y plumaje cenizo en los machos –del que toma su nombre– con una población que oscila entre las 4.269-5.360 parejas reproductoras en España, según el último censo realizado por SEO/BirdLife. De este mismo se desprende que ha sufrido un declive de entre 23% y 27% de su población en los últimos 10 años, especialmente en Galicia, Andalucía, Extremadura, Madrid y País Vasco.

El aguilucho es la única ave de su clase que cría en el suelo, principalmente en grandes extensiones cultivadas de trigo y cebada. Los ejemplares llegan a finales de marzo, procedentes de África, donde pasan el invierno, y hacen el nido en los campos de cereal, alimentándose de topillos, ratones, langostas, saltamontes, pequeños reptiles o aves granívoras, por lo que son un gran aliado para mantener los equilibrios naturales.

¿Cuáles son sus principales amenazas?

La transformación de los cultivos de cereal, la intensificación de la agricultura y las cosechas tempranas suponen sus principales amenazas. Las grandes maquinarias de cosecha tienden a destruir los nidos antes de que los pollos hayan volado.

También el uso de plaguicidas –que disminuye el número de presas de las que alimentarse– y la eliminación de senderos y barbechos afectan a esta especie declarada como «vulnerable a la extinción», la segunda categoría de mayor amenaza en España, y también catalogada como «vulnerable» en el Libro Rojo de Aves de España. 

Las cosechas tempranas, debido a los cortos plazos de crecimiento del cereal, hacen que las cosechadoras destruyan los nidos antes de que los pollos hayan volado

El reto para la conservación del aguilucho cenizo pasa por buscar mecanismos que permitan mantener los equilibrios naturales entre producciones con las que los agricultores obtengan una renta digna y que no supongan «arrasar con todo lo que hay alrededor», según afirma Antonio Aguilera, de la asociación Tumbabuey.

Un ejemplo es el programa de seguimiento y conservación del aguilucho cenizo que lleva a cabo el Grupo Ibérico de Aguiluchos (GIA), en el que técnicos y voluntarios levantan y trasladan a los pollos, crean rodales en torno al nido con una malla o entregan una compensación a los agricultores para que no cosechen terrenos donde haya un gran número de nidos.

Como expresó la directora ejecutiva de SEO/BirdLife, Asunción Ruiz, no se trata de proteger sino de «actuar para conservar» los campos con vida y asegurar el futuro de las comunidades locales que viven en –y de– ellos. 

2057, año en el que podría estropearse el termostato del clima

Una Europa helada y una región ecuatorial ardiendo serían solo dos de las consecuencias que tendría el frenazo de la corriente oceánica del Atlántico, una de las principales encargadas de regular el clima en la Tierra. Este escenario podría estar más próximo de lo que pensamos: en 2057, según la teoría más probable de un estudio publicado el pasado julio en Nature Communications

Setenta años en los que llegaría la catástrofe si la metodología aplicada no se equivoca

Sus autores son los hermanos Peter y Susanne Ditlevsen, de la Universidad de Copenhague (Dinamarca). Este trabajo bebe de otras investigaciones similares que advierten del posible colapso de la circulación de vuelco meridional del Atlántico (AMOC, por sus siglas en inglés), su nombre oficial; a diferencia de las anteriores, la conclusión para los daneses es que es inminente que esto ocurra si sigue el actual ritmo de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). 

Incluso prevén que llegue en algún momento entre 2025 y 2095. Setenta años en los que llegaría la catástrofe si la metodología aplicada no se equivoca: el intervalo de confianza de los resultados es de un 95%. 

Ni siquiera el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés) se lanzó a la piscina de esa manera en su último informe de evaluación (conocido como Assessment Report 6 o AR6, por ser el sexto). En este también abordaban la cuestión de la AMOC, sugiriendo como «improbable» que se produjera un colapso total durante el siglo XXI.

Los Ditlevsen se muestran distantes de esa hipótesis: «Estimamos que se producirá hacia mediados de siglo en el escenario actual de emisiones futuras», escriben. Esa disparidad entre unos modelos probabilísticos y otros no es rara: tiene relación directa con los parámetros a utilizar y, además, ocurre que el punto de no retorno de dicha corriente atlántica «está poco definido».

La corriente se debilita

El tránsito de doble sentido en el interior del océano posibilita que el clima de la región geográfica del Atlántico norte sea templado o, al menos, no sufra de temperaturas extremas. La corriente del Golfo (nace en el Golfo de México) es de agua caliente, menos densa. Esta cualidad hace que descienda y se desplace a una mayor velocidad. Mientras que su hermana atlántica es más fría, por ende, más densa y tiende a ascender a la superficie, donde se calienta.

Hay dos señales de alerta temprana (SAT) que los investigadores observaron para completar sus predicciones: el aumento de la varianza (que provoca la pérdida de resistencia) y, también, la autocorrelación (síntoma de una ralentización crítica). Todo, sin olvidar el contexto de calentamiento global que, solo en Europa, ya está 2,2 grados por encima de los niveles preindustriales. 

Es bien conocido el derretimiento de los polos a causa de la acción humana. El problema radica en que el agua resultante es dulce y, a diferencia de la salada de los mares (aunque ambas estén frías), no es tan densa y no se hunde como debería para permitir el flujo natural de las corrientes oceánicas, lo que acaba por debilitar el sistema circulatorio del planeta.

Y aquí empieza la incertidumbre con la que tienen que jugar todos los trabajos probabilísticos que tratan de determinar cuándo podría darse el colapso de la corriente atlántica. Son los «sesgos de los modelos» que menciona el estudio: falta homogeneidad en los registros históricos a nivel climático y, además, hay otros factores como la representación de las aguas profundas, la salinidad y el retroceso de los glaciares (escorrentía). Por eso algunos resultados consideran la AMOC mucho más estable de lo que podría ser en realidad.

En el periodo comprendido entre 2004 y 2012 se observó una disminución de la actividad de la corriente del Atlántico.

Esta corriente se empezó a monitorizar en 2004 mediante diferentes técnicas (como equipos de medición anclados al fondo marino, corrientes eléctricas inducidas en cables submarinos o medidores de la superficie marina vía satélite). En el periodo comprendido entre ese año y 2012 se observó una disminución de la actividad de la corriente del Atlántico. «Pero se necesitan registros más largos para evaluar su importancia», precisan los investigadores. 

De lo que no cabe duda es de que si se cumpliese la profecía lanzada por los hermanos suecos, la especie humana podría volver aproximadamente 12.000 años atrás, última vez que se estima que la AMOC se apagó en la última glaciación que ha vivido el planeta.