Como toda la provincia de Almería. Esa es la superficie arrasada en España en la última década como consecuencia de los incendios. En total, 900.759 hectáreas desde 2013, o lo que es lo mismo: como si la Casa de Campo, el parque más grande de Madrid, se quemase 586 veces.
Cada año, con la llegada del verano y las altas temperaturas, las noticias sobre la aparición, evolución y extinción de grandes fuegos se reparten por toda la península. El año 2022 fue especialmente grave: solo entonces se quemó un tercio de todo lo ardido en la última década, 306.555 hectáreas, un 261% más que el año anterior con 493 incendios registrados y fuegos especialmente virulentos en Zamora, Orense y Zaragoza.
Según el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS), creado por la Comisión Europea, en lo que llevamos de año la cifra de área quemada asciende ya a las 69.240 hectáreas, casi 40 veces la Casa de Campo o 111.000 campos de fútbol. Hasta junio de 2023, además, se han registrado 15 grandes incendios, con focos importantes ya en el mes de marzo, especialmente en Valdés y Allande, ambos en Asturias, y en mayo en Pinofranqueado, Cáceres.
Es una muestra de los efectos del calentamiento global, que adelanta el calor y, con él, la temporada de incendios. Aunque sin duda el siniestro que más imágenes devastadoras ha dejado este año es el de La Palma, que ha arrasado durante el mes de julio 4.650 hectáreas, entrando incluso en el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente, y obligando a la evacuación de 4.200 personas.
Cambio climático y despoblación
El cambio climático y la despoblación son las principales causas que encienden la mecha. En las últimas décadas, las zonas rurales han ido perdiendo población a la vez que se han ido abandonando campos a su suerte, sin nadie que ponga coto al crecimiento de vegetación descontrolada que se transforma en un combustible forestal, prendiendo más rápidamente cuanto más altas sean las temperaturas. “A escalas temporales pequeñas y medias el clima condiciona la predisposición del combustible para arder (inflamabilidad) así como su combustión”, explica el último informe Los Incendios Forestales en España del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, que corresponde al decenio 2006-2015.
El 60% de los incendios son intencionados, a menudo por ganaderos o campesinos que quieren eliminar matorrales o regenerar los pastos
Concretamente, las zonas urbanizadas rodeadas de campo son las más proclives al peligro de incendio, ya que el factor humano suele ser fundamental para que la llama prenda. Según datos del Ministerio recopilados por la Fundación Civio, el 60% de los incendios son intencionados, a menudo por ganaderos o campesinos que quieren eliminar matorrales o regenerar los pastos. Los incendios provocados por un rayo o por accidente corresponden únicamente al 2,2% y al 22,5% respectivamente para el periodo que comprende de 2001 a 2015, el último año publicado por este organismo. Al contrario de lo que a menudo se cree, que son provocados con personas con inclinaciones psicópatas, solo el 5,9% corresponden a pirómanos, y el 3,6% a actos de vandalismo. Y únicamente el 0,31% fueron ocasionados para modificar el uso del suelo.
Las comunidades del norte de España, especialmente Galicia, Asturias y Cantabria, son las más afectadas históricamente por los incendios. No solo el terreno se pierde, con un suelo que puede tardar entre uno y cinco años en volver a ser fértil y hasta un siglo en volver a ser el que era en los casos de bosque frondosos; a veces, también veces se pierden vidas: solo en el periodo entre 2001 y 2015 se registraron 57 muertes y 608 heridos como efecto colateral de las llamas. No necesariamente las zonas con más mayor vegetación son las más afectadas, de hecho, las áreas desarboladas suelen ser las que más padecen los efectos del fuego prácticamente todos los años.
Menos fuegos, pero más intensos
El número de incendios ha ido subiendo paulatinamente con el paso de los años, con una tendencia muy visible desde la década de los 80, que no empieza a bajar hasta 1995, y más especialmente a partir de 2005. “Este descenso marcado a partir de 1994 se ha venido explicando debido, en gran parte, a la implantación, desarrollo y mejora de la eficacia de los dispositivos de extinción de incendios forestales autonómicos, tras el traspaso de competencias desde el Estado, incluyendo la consecución de resultados de las diversas actuaciones preventivas iniciadas en años precedentes”, explicaba el Ministerio sobre esta tendencia.
Aun así, el peor año hasta la fecha corresponde a 1995, cuando hubo más de 25.000 incendios en todo el país, prácticamente los mismos que diez años después, en 2005. Coincide con que los periodos 1991-1995 y 2004-2007 fueron años de sequía prolongados, según la Agencia Estatal de Meteorología.
“En la evolución del número de siniestros el clima es un factor determinante, pero especialmente las circunstancias políticas, sociales, económicas o culturales que favorecen o reducen la intencionalidad, accidentalidad o negligencia”, explica el informe. Las diferencias de un año para otro que se observan en el gráfico se explican por la gran variabilidad climática interanual.
Aunque el número de fuegos se reduce, cada vez hay más superincendios que abarcan más extensión y son más difíciles de extinguir
La tendencia a la baja es palpable también si se compara entre décadas. Entre 2010 y 2019 el número de siniestros se redujo un 36% respecto a la década anterior, y la superficie quemada en los incendios forestales, un 27%, según datos del Fondo Ambiental para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés).
Pero, aunque el número de incendios se reduce, estos se han convertido en más cruentos. Es lo que los ambientalistas han denominado “superincendios”, porque arrasan mucha más extensión y son más difíciles de extinguir. Eso explica que su descenso sea mayor en número que en hectáreas. “El aumento en la proporción de incendios extremos obliga a cuantificar los daños ecológicos, sociales y económicos que deja cada año el fuego. Los grandes incendios forestales en España apenas suponen el 0,18%, pero en ellos arde el 40% de la superficie total afectada. En España y Portugal, lamentablemente, tenemos varios ejemplos de estos grandes incendios forestales incontrolables y devastadores en nuestra historia reciente”, explican desde WWF.
Medios para acabar con las llamas
Hace años que España intenta ganarle la batalla al fuego, dedicando más esfuerzos y medios con cada campaña de verano, aunque es una guerra que viene de lejos. En 2015 se cumplieron 60 años desde la puesta en marcha de la primera unidad de la Administración dedicada concretamente a la defensa de los montes frente a los incendios forestales. Y este año hará más de medio siglo desde la aprobación de la primera norma dedicada expresamente a los incendios forestales, la Ley 81/1968, que regulaba particularmente la prevención y extinción, la protección de bienes y personas, la sanción de infracciones y la restauración de la riqueza forestal afectada.
Así, si en 2001 había dos personas por cada hectárea en llamas, en 2013 esta cifra se elevó a 68. En cuanto a medios, han pasado de dos para cada 10 hectáreas a siete en esos mismos años. Este mismo verano, España cuenta con casi 60 aeronaves para extinguir fuegos, y unos 14 equipos y brigadas distribuidos por toda la geografía, especialmente en las zonas más problemáticas. Organizaciones ambientalistas como WFF afirman que además de medios, hacen falta más esfuerzos en gestión forestal y planificación territorial, que eviten su proliferación y favorezcan una extinción más rápida.
Y no es un desafío solo para España: según un informe de Naciones Unidas elaborado por 50 científicos de todo el mundo, se calcula que los incendios forestales aumentarán un 30% para 2050 y un 50% para fin de siglo debido a la crisis climática, y podrían afectar incluso a zonas que nunca han padecido este problema, como el Ártico.