Categoría: Cambio climático

Madrid respira algo mejor

Cuatro imponentes torres, la ciudad extendida a sus pies y una espesa boina de contaminación son desde hace tiempo la carta de presentación que ostenta Madrid para cualquier persona que acceda a la ciudad por carretera. Con el paso de los años, el aumento de la industria y la masificación del parque de vehículos motorizados, lo que en un principio se vislumbró como un 'skyline' privilegiado terminó por convertirse en la evidencia de una contaminación excesiva o, lo que es lo mismo, un peligro para la salud de los ciudadanos. Ponerle solución pasó de ser una opción a un aspecto esencial para el futuro de la urbe.

Los niveles de sustancias contaminantes mejoraron en Madrid un 22,7% de media

Bajo el paraguas de la concienciación y tras un intenso trabajo institucional, Madrid continúa hoy en día luciendo la espesura contaminante habitual pero comienza por fin a vislumbrar resultados que invitan al optimismo. Por primera vez, la capital española cumplió a principios de este año con las normas de calidad del aire fijadas por la Unión Europea. Un dato que respalda en cierta manera la gestión del Ayuntamiento, que se ha visto obligado a renovar un 60% de la flota de autobuses urbanos y a restringir la circulación en ciertas zonas de la ciudad a fin de reducir la tasa de contaminación en el aire, foco de numerosos problemas de salud y que, en el caso concreto de Madrid, se había visto altamente disparada en los últimos años. De hecho, durante la última década, tanto Madrid como Barcelona se habían saltado estas normas de forma habitual, lo que conllevó una condena por parte del Tribunal de Justicia de la UE el pasado mes de diciembre.

En este sentido, los niveles de sustancias contaminantes y nocivas para la salud mejoraron en Madrid un 22,7% de media desde el último año que la Unión Europea impuso la sanción hacia la capital madrileña. Una mejoría que también es tangible en zonas tradicionalmente consideradas como puntos negros de la contaminación y que por primera vez se han quedado por debajo del margen que fijan las instituciones europeas, en concreto 40 microgramos por metro cúbico.

Más allá de estos parámetros, Madrid también cumple por tercer año seguido en relación al Valor Límite Horario (VLH) de NO2, otra de las variables que la UE revisa con atención de forma anual. Es más, respecto a estos indicadores, la ciudad ha reducido sus valores a números por debajo incluso de los de 2020, el año de la pandemia y en el que la actividad económica y productiva se vio más mermada.

El Ayuntamiento se ha visto obligado a renovar un 60% de la flota de autobuses urbanos

Y es que las normas dictadas por Europa suponen un endurecimiento sobre la regulación establecida hasta la fecha respecto a los contaminantes del aire. Partiendo de la base de que la contaminación atmosférica provoca la muerte prematura de casi 300.000 europeos al año, las nuevas normas pretenden reducir en un 75% esa cifra de cara a los próximos diez años. De esta manera, la revisión velará por que las personas que sufran problemas como consecuencia de la contaminación atmosférica tengan derecho a ser indemnizadas en caso de infracción de las normas de calidad del aire de la UE.

Sin embargo, los avances en materia de contaminación de Madrid también suman opiniones que los consideran insuficientes. Es el caso de diferentes colectivos por la protección del medioambiente como Ecologistas en Acción, desde donde reconocen la bajada en los índices de contaminación pero advierten sobre el peligro de caer en el triunfalismo y evidencian ciertas dudas respecto a las mediciones y los datos aportados por la administración.

La realidad es que ambas posiciones tienen su parte de acierto. Mientras que es evidente que Madrid está en el buen camino para desprenderse definitivamente de esa boina de contaminación que corona la ciudad y amenaza la salud de sus ciudadanos, el trabajo por reducir los índices contaminantes puede, y debe ser, mucho más ágil. Es algo tan importante como las vidas que están en juego.

La recuperación de la capa de ozono

En 1985, el meteorólogo Jonathan Shamklin publicó, junto a otros dos colegas, un estudio que revelaba la pérdida de un tercio del espesor de la capa de ozono, que ya contaba con un enorme agujero sobre el Polo Sur. El análisis relacionaba este detrimento con el uso en aerosoles y sistemas de refrigeración por parte del ser humano, los compuestos químicos llamados clorofluorocarbonos (CFC).

La capa de ozono, que había pasado inadvertida para el común de los mortales hasta entonces, es una parte delgada de la atmósfera que absorbe las radiaciones ultravioletas del sol. Se crea en la atmósfera superior y su desaparición pondría en juego la vida en nuestro planeta.

En aquel entonces saltaron todas las alarmas. Científicos, Gobiernos e instituciones comenzaron en ese momento una tenaz batalla para frenar el deterioro de esa fina capa que nos separa de la extinción. Una inversión en investigación sin precedentes hasta la fecha y la acción política internacional favorecieron que se comenzase a prestar la debida atención a tan grave problema.

La desaparición del uso de clorofluorocarbonos en aerosoles ha logrado que la capa de ozono comience a recuperarse

En 1987 se firmó el Protocolo de Montreal con el único objetivo de proteger la capa de ozono de los productos químicos que la estaban mermando, y a día de hoy, es considerado uno de los mayores éxitos de la cooperación medioambiental internacional. Firmado por todos los países, impulsó la prohibición de los CFC como medida imprescindible para frenar el daño que sufría la capa de ozono. Pasados los años, comenzamos a ver los frutos de este histórico hito.

Cada cuatro años, el Grupo de Evaluación Científica del Protocolo de Montreal publica un informe que especifica la evolución en la eliminación de las 96 sustancias químicas usadas en aerosoles que provocaron el agujero en la capa de ozono. El último de estos informes no puede ser más esperanzador.

En dicho documento, presentado a primeros de año en la reunión anual de la Sociedad Meteorológica de Estados Unidos, se concluye que, de mantenerse las políticas actuales, la capa de ozono podría recuperar, en 2040, los valores con que contaba en 1980. No obstante, tendríamos que esperar a 2045 para su recuperación total en el Ártico y a 2066 para que sea efectiva en la Antártida.

El informe viene avalado por exigentes investigaciones desarrolladas por grupos científicos y expertos de ámbito internacional pertenecientes al Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA), la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) y la Comisión Europea.

Los avances en la lucha contra los gases de efecto invernadero, podrían lograr que en 2066 haya desaparecido el agujero de la capa de ozono en la Antártida

No son únicamente las emisiones de CFC las responsables del deterioro de la capa de ozono, también el calentamiento global es un actor importante. El daño que sufre en la Antártida es más persistente justamente por la subida de temperaturas, provocada en gran medida por la emisión de gases de efecto invernadero. Entre estos se encuentran los hidrofluorocarbonos (HFC), que vinieron a sustituir a los CFC. Estos gases fueron los protagonistas de la Enmienda de Kigali al Protocolo de Montreal. Este acuerdo adicional, que entró en vigor en 2019, pone el punto de mira en los HFC y exige su progresiva desaparición.

Sin duda, el Protocolo de Montreal es un ejemplo de éxito de la cooperación internacional, y un indicio de lo que acuerdos similares pueden y deben llevarse a cabo para seguir avanzando en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Es urgente acometer acuerdos para emprender la tarea pendiente de abandonar los combustibles fósiles y seguir enfrentando la urgencia climática. Los logros en la lucha contra la desaparición de la capa de ozono demuestran que es posible.

¿Es realmente más sostenible comprar ropa de segunda mano?

Hace tiempo, la moda de segunda mano se coronó como la alternativa más sostenible a una de las industrias más contaminantes del planeta, haciendo que florezcan apps y tiendas físicas para comprar y vender prendas ya utilizadas a la vez que ha crecido el interés de la ciudadanía por comprar de forma más consciente y verde. Sin embargo, no basta con comprar algo ya utilizado para contribuir al medio ambiente, sino que necesitamos cambiar la mentalidad con la que lo hacemos.

La nostalgia encaja con la moda de una forma única. Como si de un círculo perfecto se tratase, cada cierto tiempo vuelve a la calle una prenda que parecía haber pasado a mejor vida. Un renovado viaje al pasado que recupera fondos de armario de otras generaciones para instalarlas en las actuales. En esta idea se fundó la conocida tendencia vintage, que se usa para describir ropa que tiene entre 20 y 100 años de antigüedad. Su origen se remonta a los años cincuenta tras el crac del 29 en Estados Unidos, momento en el que todo lo ostentoso empezó a vivir sus horas más bajas y parte de la población decidió donar sus prendas más llamativas. Algo más tarde, una poderosa campaña de marketing puso de moda vender estas prendas, asentando lo que hoy conocemos como vintage y que, posteriormente, creó espacio en la sociedad para la ropa de segunda mano.

En ocho años, el mercado de ropa de segunda mano duplicará al de la moda rápida

En la actualidad, es precisamente este tipo de ropa la que marca la tendencia desde el discurso de la sostenibilidad. Cada vez surgen más tiendas físicas y aplicaciones que promueven la compraventa de ropa previamente utilizada entre usuarios, alimentando la economía circular y minimizando el despilfarro de una industria que representa el 10% de las emisiones de efecto invernadero: todo apunta a que en ocho años el mercado de segunda mano duplicará al de la moda rápida. Es lo esperable si se busca garantizar un futuro menos contaminante que beba de la economía circular. Sin embargo, ¿hemos perdido la perspectiva? ¿Es realmente más sostenible comprar ropa de segunda mano?

De un primer vistazo, los beneficios ecológicos de comprar ropa ya utilizada son evidentes: se alarga la vida de las prendas, se evita la extracción de nuevas materias primas y se evita el impacto ambiental asociado a la fabricación y sus posteriores residuos. Concretamente, según el Instituto de Investigación Medioambiental de Suecia, el mercado de segunda mano ahorró en 2021 más de 1250 toneladas de plástico y 1,4 millones de toneladas de CO2. También a las carteras de los consumidores, puesto que este sector puede ofrecer hasta un 70% de ahorro. Beneficio para el medio ambiente, pero también para la los bolsillos de los ciudadanos.

Comprar ropa ya utilizada es una buena alternativa si se seleccionan las prendas con esmero, cuidado y, sobre todo, con conciencia

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Que ahora miremos directamente a la ropa de segunda mano como la alternativa ideal conlleva el riesgo en convertir este mercado en una nueva versión de la moda rápida, borrando por completo la idea primitiva que le dio vida, la sostenibilidad, si se empiezan a repetir las dinámicas del consumo a las que venimos acostumbrados: comprar mucho y a bajo precio, muchas veces de forma compulsiva y sin necesidad real. Y, si bien adquirir una prenda ya utilizada posiblemente ahorre la producción de una nueva, es importante abordar esta perspectiva desde una óptica más amplia, ya que en la compra de esa camiseta o pantalón existen unas emisiones asociadas. 

En caso de que se adquieran a través de apps o páginas webs, es importante tener en cuenta que lo más probable es que esa ropa se envíe de la misma forma que cualquier otra. ¿Está envuelta en una bolsa de papel reutilizado o viene embalada con plástico? ¿De qué forma se ha transportado? Si la compramos fuera de nuestro país, es muy probable que se envíe primero en avión, después en camión y, posteriormente, en furgoneta de reparto hasta nuestra casa. Concretamente, un avión emite 192 gramos de CO2 por cada kilómetro, mientras que los camiones, junto con las furgonetas y los coches, son responsables del 70% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero procedentes del transporte. 

Algo similar puede ocurrir con las tiendas físicas de ropa de segunda mano, ya que las prendas tienen que llegar allí de alguna forma. Además, teniendo en cuenta que, de media, solo utilizamos una prenda siete veces antes de descartarla, corremos el riesgo de hacer lo mismo con esta alternativa si no prestamos atención a los patrones que reflejamos de la moda rápida y nos planteamos si verdaderamente tiene sentido comprar decenas de prendas de segunda mano refugiados en el alegato de que es de segunda mano y, por tanto, más circular. Tal y como refleja Greenpeace en un informe, solo el 12% de los textiles posconsumo se recogen por separado para su reutilización, y gran parte de esta cantidad termina exportada a zonas en vías de desarrollo, concretamente Europa del Este y África, contaminando el entorno. 

El mercado ghanés de ropa de segunda mano Katamanto refleja a la perfección este sobreconsumo de moda reutilizada que corremos el riesgo de hacer costumbre. Sobre sus mesas desvencijadas se amontonan los 15 millones de camisetas, pantalones, vestidos, abrigos y zapatos que se reciben a la semana y que se venden a cambio de escasos céntimos. Sin embargo, el 40% de esa ropa que llega (especialmente de países extranjeros) está tan estropeada que no sirve ni para utilizarse ni para ser reciclada, por lo que acaba en el vertedero de la laguna de Korle, en Accra, donde suele ser arrastrada al mar. Lo mismo ocurre en el desierto chileno de Atacama, el lugar más seco del planeta, donde se llegan a acumular unas 20 toneladas de ropa vieja al día.

La clave para hacer de la ropa de segunda mano una moda sostenible es evitar las compras compulsivas. Comprar solo cuando es necesario permite elegir con más cautela y lógica, evitando así el gasto innecesario de prendas que, más temprano que tarde, quedarán olvidados en un rincón. Incluso antes de adquirir ropa nueva ya utilizada podemos plantearnos la posibilidad de reparar esa prenda que queremos sustituir. 

A fin de cuentas, la moda de segunda mano es una gran alternativa sostenible, pero siempre que respondamos a la causa ecológica seleccionando las prendas con esmero, cuidado y, sobre todo, con conciencia. Ahora que se acercan las navidades, es el momento perfecto para practicar esta desaceleración del consumo tan propia de las fiestas y aprender a valorar mejor lo que queremos regalar, aunque sea reutilizado. Porque no basta comprar algo que ya se ha usado para ayudar al medioambiente, sino que también hace falta cambiar la mentalidad con la que lo hacemos.

Picos, patas y orejas más grandes para adaptarse al cambio climático

Un estudio de la Universidad de Deakin (Australia) señala cómo ciertas aves y mamíferos han evolucionado la fisonomía de su cara para acondicionar su vida a la nueva realidad que dibuja el cambio climático. 

En su El origen de las especies, Darwin sentó las bases de la teoría de la evolución que hoy rige el planeta. Fruto de años de viajes e investigación, el científico afirmaba en su obra que aquellos individuos menos adaptados al medioambiente tenían menos posibilidades de sobrevivir y de reproducirse. Por ende, aquellos que sí lo hacían perpetuaban sus rasgos entre las generaciones futuras, asentando el cambio como constante para la vida. 

Desde que la teoría fuera formulada, son innumerables los ejemplos que la sostienen. El más reciente se fundamenta en la respuesta a un medioambiente marcado por el cambio climático, a una Tierra más hostil y con condiciones mucho más adversas a las habituales hasta el momento.

Y es que ya son varias las especies en las que se han detectado ciertos cambios en comportamiento y fisonomía para adaptarse mejor a la vida actual. 

El estudio señala que algunos animales de sangre caliente están adquiriendo picos, patas y orejas más grandes para regular mejor su temperatura corporal a medida que las temperaturas asciende

Así lo refleja un estudio publicado recientemente por la revista Trends in Ecology and Evolution y en el que se señala que algunos animales de sangre caliente están cambiando de forma y adquiriendo picos, patas y orejas más grandes para regular mejor su temperatura corporal a medida que las temperaturas ascienden. Concretamente, el informe, elaborado por la investigadora de aves de la Universidad de Deakin (Australia), Sara Ryding, apunta a estos animales como los que más cambios han acusado en el último siglo. 

En este sentido, las investigaciones recogen cómo varias especies de loros australianos han mostrado un aumento de entre el 4% y el 10% en el tamaño del pico desde 1871, un aspecto que está correlacionado con la temperatura del verano cada año. En otras aves, como los juncos de ojos oscuros norteamericanos, se ha percibido también cierta correlación entre el aumento del tamaño del pico y las temperaturas extremas a corto plazo en entornos fríos.

Varias especies de loros australianos han mostrado un aumento de entre el 4% y el 10% en el tamaño del pico desde 1871

Y estos cambios trascienden a las aves. La investigación de Ryding también acredita cómo ciertos mamíferos han aumentado la longitud de la cola para adaptarse a los nuevos entornos. Es el caso de las musarañas enmascaradas o los ratones de bosque: “los aumentos del tamaño de los apéndices que hemos observado hasta ahora son bastante pequeños (menos del 10%), por lo que es poco probable que los cambios sean inmediatamente perceptibles. Sin embargo, se prevé que los apéndices prominentes, como las orejas, aumenten, por lo que podríamos acabar con un Dumbo real en un futuro no muy lejano”, explica la científica.

El hecho de que este proceso de adaptación haya ocurrido de forma natural, no obstante, opacar la realidad de que el cambio climático, un proceso ocasionado por la actividad humana, puede forzar la desaparición de numerosas especies realmente esenciales en la cadena de la vida. Un motivo con fundamento para continuar articulando medidas que pongan freno al desgaste del planeta. 

Más especies arbóreas para mejorar los bosques

Un reciente estudio en el que participaron el Museo Nacional de Ciencias Naturales y el Instituto de Ciencias Forestales ha demostrado que, si el número de especies en un bosque aumenta, entonces también lo hará la productividad y la estabilidad de ese ecosistema.

“En lo puro no hay futuro”, reza un viejo dicho. No son pocas las situaciones en las que esa máxima enaltece las bondades de la diversidad. Y una de ellas tiene que ver con un reciente descubrimiento científico que demuestra que un mayor número de especies de árboles dentro de un bosque aumenta su productividad. En pocas palabras, que la diversidad es la gran apuesta para el futuro de los bosques.

A grandes rasgos, esa es la conclusión de un reciente estudio internacional en el que participaron el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) y el Instituto de Ciencias Forestales (ICIFOR). De forma más concreta, ese trabajo académico revela que la producción en los bosques aumenta un 6%, y la estabilidad del crecimiento un 12%, con solo añadir una especie más. En esa investigación se analizaron 261 parcelas o rodales (conjunto de plantas que pueblan un terreno diferenciándolo de los colindantes) distribuidas a lo largo de una extensa área geográfica muy representativa de las condiciones climáticas que prevalecen en el continente europeo.

Además, el equipo de esa investigación ha analizado la capacidad de respuesta de los bosques ante los cambios ambientales, y lo hizo tanto en bosques mixtos como en los que solo vive una especie. Y los resultados fueron asombrosos, de tal manera que sugieren nuevas medidas para combatir los drásticos efectos del calentamiento global.

La diversidad de especies arbóreas mejora la calidad de los bosques

Una solución eficaz contra los efectos del cambio climático

Una de las grandes revelaciones de este estudio fue que el efecto de la temperatura en la desestabilización del crecimiento de los rodales puede mitigarse mezclando especies. “Hemos confirmado que la asincronía en el crecimiento de las diferentes especies es el principal impulsor de la estabilidad temporal en rodales mixtos, ya que diferentes especies tienen respuestas y requerimientos distintos en cada momento, por lo que la masa forestal termina respondiendo mejor ante las perturbaciones ambientales”, explica Miren del Río, investigadora del ICIFOR.

Gracias a este trabajo, ya sabemos que los bosques que cuentan con mezclas de especies son más resistentes a los cambios ambientales. Eso también lo afirma Andrés Bravo, del MNCN, pero aclara que introducir muchas especies de árboles en muchos lugares, y todo eso en poco tiempo, no es algo que se pueda hacer sin alguna directriz o proyecto. Sin embargo, pese a ser muy cauto en cuanto a las formas en las que se pueden ir introduciendo más especies arbóreas a distintos bosques, el experto confirma que la mera introducción de una sola especie en un bosque, algo relativamente sencillo, se traduce en mejoras sustanciales.

Un mayor número de especies de árboles resulta una medida realista y efectiva contra los efectos del cambio climático en los bosques europeos

La diversidad: una medida efectiva y realista contra los dramáticos efectos del cambio climático. Así lo define la investigadora Miren del Río, lo cual pone en relieve las propiedades asociadas a la combinación de especies y da como resultado ecosistemas más productivos, eficientes y temporalmente estables. “Hemos logrado demostrar el valor de los bosques mixtos como una alternativa para mejorar la producción y la estabilidad del crecimiento, esenciales para mantener los servicios ecosistémicos asociados con el nivel y el ritmo de crecimiento de los bosques”, concluye del Río, añadiendo que los resultados del presente trabajo podrían contribuir a lograr los objetivos de las políticas ambientales de la Unión Europea. 

Efectivamente, el futuro de los ecosistemas ha quedado supeditado a las medidas que se tomen para mitigar los efectos del cambio climático. Y, como se ha demostrado, la diversidad de las especies en un ecosistema resulta una de las mejores apuestas para conservar la salud de nuestros bosques, además de hacerlos más resistentes, productivos y estables. 

20 libros sobre sostenibilidad

.

A medida que la sostenibilidad y la ambición de un futuro verde han ido convirtiéndose en el eje de nuestro progreso como sociedad, cada vez más expertos abordan estos temas desde un punto teórico. Se va creando así la estructura necesaria para fortalecer el movimiento, marcar hojas de ruta y dotar de especialización a cada ámbito. Por tanto, hoy son muchos los libros publicados al respecto, por lo que aumenta la investigación sobre temas tan variopintos como la reducción de residuos, la descarbonización o la protección de la biodiversidad. Con motivo del Día de las Librerías (11 de noviembre), estos son los veinte libros sobre sostenibilidad que toda biblioteca debe tener en sus estanterías:

1. La venganza de la Tierra, de James Lovelock

Autor de más de 200 artículos científicos, Lovelock, miembro de la Royal Society desde 1974, escribe este libro sobre la premisa de que, hoy en día, el cambio climático es ya inevitable. A partir de esta asunción, el científico amplía su conocida teoría de Gaia y propone diferentes soluciones al mayor problema que ha tenido que enfrentar la humanidad. 

2. Tu consumo puede cambiar el mundo, de Brenda Chávez

En este libro, que sitúa a los consumidores como los verdaderos dueños del poder, Chávez aborda los múltiples cambios que pueden generarse en el entorno ambiental, social y económico a través de una forma de consumo más responsable y adecuada a la situación actual. 

3. El sentido del asombro, de Rachel Carson

Se trata de una obra pequeña, de apenas 40 páginas, pero que condensa todo lo necesario para generar conciencia ecológica. ¿Cómo? A través del descubrimiento del entorno natural y el consiguiente asombro que esto genera.

4. La sexta extinción, de Elizabeth Kolnbert

Es un libro realista y por ello resulta de fácil lectura. En este trabajo, Kolnbert disecciona con crudeza la situación de flora, fauna, mares y tierra a consecuencia del cambio climático y revela de una forma cruda el impacto de la sobreactividad económica, la acidificación de los océanos o la deforestación. Avisos de impacto para generar cambio. 

5. Esperanza activa, de Joanna Macy

La importancia de la acción individual a la hora de sumar contra el cambio climático está perfectamente recogida en este libro. Una ruta a la transformación global a través de los sentimientos personales. 

6. Sostenibilidad con propósito, de Ana Palencia

Para frenar el cambio climático es necesario el compromiso y la acción de todos los niveles de la sociedad. En este libro, Palencia se centra en la función de las empresas y en cómo ciertos cambios responsables en su funcionamiento pueden generar un gran motor de transformación compatible con el aumento de beneficios. 

7. Residuo cero en casa, de Bea Johnson

Esta obra no solo ha sido un best seller, sino que es el origen de lo que se conoce como el “movimiento zero waste”. En ella, Johnson explica cómo su familia ha logrado llevar una vida sin residuos y cómo esto ha supuesto una mayor felicidad para todos sus miembros. Consejos y recomendaciones para llevar una vida feliz sin residuos. 

8. Mejor sin plástico, de Yurena González

Ideas y alternativas tangibles para limitar el uso de plástico y envases de un solo uso, foco de una contaminación acumulativa. Un proceso de cambio para el que González se ayuda de ilustraciones que evidencian la existencia de multitud de alternativas y los beneficios que esto conlleva no solo para el planeta, sino también para el propio bolsillo del consumidor.

9. El mundo sin nosotros, de Alan Weisman

Una predicción de futuro o una forma realista de imaginar el mañana si no se pone solución a los problemas del presente. Weisman dibuja en este libro lo que sucedería en el mundo si los humanos desaparecieran de la faz de la Tierra. Desde el tiempo que tardarían en eliminarse nuestros residuos o desaparecer nuestras ciudades hasta el análisis de nuestro legado, todas ellas situaciones que se clavarán directas en la conciencia de cada lector.

10. Somos naturaleza, de Katia Hueso

Vivir la naturaleza de una forma amena y respetuosa con el arte, la literatura y la cultura en general como vehículo principal. La autora genera en su obra una auténtica devoción por la vida al aire libre y, con ello, un sentimiento de pertenencia a lo natural. 

11. El planeta de los estúpidos, de Juan López de Uralde

López de Uralde, director de Greenpeace España durante más de una década, repasa algunas de las anécdotas vividas para trazar un reflejo de la situación actual del movimiento ecologista, sus aristas y la difícil situación en la que actualmente se encuentra el planeta. 

12. Los límites de la sostenibilidad, de Juan Benavides Delgado y Joaquín Fernández Mateo

La importancia de dotar a la sostenibilidad y todo lo que implica de un marco de transparencia y fiabilidad es lo que se desgrana en esta obra, imprescindible para entender lo relevante que resulta a nivel social la sensación de confianza y honestidad. 

13. Cambio climático, el gigante que amenaza la Tierra, de Cayetano Gutiérrez Pérez

Los más pequeños de la casa también tienen un papel relevante respecto a la transformación de nuestra sociedad en una más respetuosa con el medio ambiente. Por eso, en tanto que jóvenes serán los encargados de asentar estos cambios, este libro infantil se propone explicar de una forma didáctica y comprensible las consecuencias del cambio climático y las medidas que deben tomarse para ponerle freno.

14. Hacia la sobriedad feliz, de Pierre Rabhi

Escrito por un agricultor y filósofo autodidacta, este libro contiene un pensamiento lúcido que desemboca en ideas realistas. A partir de sus experiencias y la voluntad de volver a la raíz de la vida, Rabhi incita a la moderación de necesidades y deseos con un único propósito: ser felices. 

15. ¿Sosteni… qué? Sostenibilidad o el reto de trasformar la mente humana, de Miguel Ángel Ortega

Economista y ecologista activo, Ortega teje a través de esta obra una demostración cargada de datos sobre la imposibilidad de finalizar el siglo XXI mejor que se empezó a no ser que comience a detenerse el desgaste del planeta. Sobrevivir a base de cambiar la forma de pensar y actuar con respecto al entorno. 

16. 21 lecciones del siglo XXI, de Yuval Noah Harari

El libro de Harari, quizás uno de los historiadores más virales de los últimos años, recopila miradas diferentes con el objetivo de plasmar la diversidad del planeta y generar concienciación sobre la importancia de profundizar en valores como la empatía y el respeto hacia lo que nos rodea. 

17. Economía circular para todos: conceptos básicos para ciudadanos, empresas y gobiernos, de Walter R. Stahel

Este trabajo supone una guía introductoria al concepto de economía circular y al hecho de que todos los materiales que actualmente utilizamos para la vida son finitos, motivo por el cual se debe optimizar su uso y ampliar su vida útil. Reciclar para reducir el consumo de energía. 

18. Esto lo cambia todo, de Naomi Klaim

A través de este ensayo, la autora dibuja a la perfección la relación existente entre capitalismo y cambio climático, proponiendo ciertas modificaciones en el modelo económico y político actual con el fin de salvar la especie humana. 

19. Utopía para realistas, de Rutger Bergman

Una teorización llevada a la práctica sobre la necesidad de distribuir equitativamente los recursos para eliminar la pobreza, entendida en este caso como el origen de ciertas malas decisiones con respecto al entorno, especialmente aquellas de índole cortoplacista. 

20. El Green New Deal, de Jeremy Rifkin

Esta obra parte de la base de que, en torno al año 2028, la civilización de los combustibles fósiles colapsará. Para evitar que esto ocurra y anteponerse al desastre, Rifkin traza un plan económico con medidas tangibles. 

Los incendios se apagan en invierno

Una gestión forestal sostenible no solo en verano, sino durante todo el año, es imprescindible para prevenir los grandes incendios y enfrentar el incremento de la temperatura global.

El calentamiento global está provocando un alza desmesurada del número de incendios en nuestro país. Cada verano, nuevos miles de hectáreas de bosques peninsulares se unen a las ya incineradas el verano anterior. Es justamente en los meses de calor cuando los organismos oficiales se aplican con mayor esfuerzo no solo a la extinción de incendios, sino a su prevención. Pero ¿qué ocurre durante el invierno? ¿No se debería prestar atención a dichas labores de prevención cuando el número de incendios no desborda a los equipos humanos y profesionales que se encargan de su extinción?

En el marco de la consecución del Objetivo de Desarrollo Sostenible 15 para la conservación de los ecosistemas terrestres, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) destaca la importancia de que se aplique en los bosques del planeta una gestión forestal sostenible. 

La gestión forestal sostenible asegura que los bosques proporcionen los suficientes bienes y servicios para satisfacer las necesidades actuales y futuras de las comunidades

La gestión forestal sostenible es un concepto dinámico y en continua evolución, que varía dependiendo de las peculiaridades forestales de cada región del planeta. Pero su objetivo es claro: asegurar que los bosques del planeta proporcionen los suficientes bienes y servicios para satisfacer las necesidades actuales y futuras de las comunidades. Para ello es preciso combinar el aprovechamiento de los recursos que proveen los bosques con su capacidad de regeneración, su biodiversidad y su vitalidad. La aplicación de dicha gestión forestal sostenible abarca aspectos no solo sociales y medioambientales en el uso y conservación de los bosques, sino también administrativos, jurídicos, económicos y técnicos.

Hemos escuchado en numerosas ocasiones: “Los incendios se apagan en invierno”. Esta expresión anima gran parte del espíritu de la gestión forestal sostenible. 

El cambio climático influye en la intensidad de los fuegos que arrasan, cada verano, nuestros bosques. Estamos sufriendo las consecuencias de las pocas lluvias, unos veranos más largos y un aumento excesivo de las temperaturas. Pero más allá de estas condiciones meteorológicas, los incendios podrían minimizarse si se aplicase una correcta gestión forestal.

La pérdida de aprovechamientos tradicionales en el medio rural favorece que nuestros bosques acumulen mayor combustible en forma de biomasa forestal. En los últimos 50 años, los bosques de nuestro país han aumentado en casi 4 millones de hectáreas y somos, por detrás de Suecia y Finlandia, el tercer país de la UE en superficie forestal. Pero este incremento, lejos de ayudar a combatir el cambio climático, supone un peligro. Se trata de hectáreas de terreno que no cuentan como bosque, sino que son una masa forestal vulnerable y no gestionada que favorece la propagación de los grandes incendios y dificulta en extremo las tareas de extinción. Toda superficie forestal no gestionada se convierte en combustible.

En los últimos 50 años, en España, la masa forestal no gestionada que facilita la propagación de incendios ha crecido en 4 millones de hectáreas

Para evitarlo sería imprescindible reforzar el número de efectivos humanos dedicados durante todo el año, especialmente durante el invierno, a la vigilancia y el cuidado de los montes. Igualmente, es imprescindible dinamizar el medio rural e incentivar la economía de los pueblos de nuestro país fomentando actividades que generen paisajes fragmentados y potencien una actividad productiva sostenible. De esta manera, afrontaríamos los riesgos de las temporadas estivales con una mayor seguridad.

En España, la Norma UNE 162.002 de Gestión Forestal Sostenible certifica las hectáreas de bosques que cuentan con un sistema de gestión regido por criterios de sostenibilidad que no solo afectan a los propios bosques, sino también a los productos obtenidos de manera industrial de su madera. En la actualidad, cerca de 3 millones de hectáreas cuentan con esta certificación, otorgada por los dos organismos de observación forestal sostenible con mayor reconocimiento a nivel europeo: PEFC y FSC.

Urge controlar el crecimiento de masa forestal desatendida, y nuestros bosques deben ser gestionados de manera sostenible durante todo el año.

¿Vivimos en la era de los desastres?

Featured Video Play Icon

Inundaciones, huracanes, tsunamis, terremotos, erupciones volcánicas… La lista de desastres naturales es amplia y sus consecuencias se han visto agravadas con el cambio climático. Una de las principales acciones para conseguir reducir su impacto negativo pasa por garantizar que cada persona del planeta esté protegida por sistemas de alerta temprana.

Cambio climático y biodiversidad, dos caras de la misma moneda

Biomas terrestres según el grado de influencia de la acción humana. El rojo representa una actividad humana intensa; el verde claro, una actividad ligera y el verde oscuro refleja los biomas que se consideran "vírgenes". Fuente: Living Planet Index.

Aunque la degradación de los hábitats y la sobreexplotación son las principales amenazas para la biodiversidad, las investigaciones científicas ya advierten de que, en las próximas décadas, el cambio climático será responsable de hasta un 8% de las desapariciones de especies actuales. De hecho, algunas ya están alterando su tamaño y transformando sus patrones para adaptarse a los cambios de temperatura. Explicamos con datos el papel clave que la crisis ambiental está jugando (y jugará) en los biomas del planeta.

 En la leyenda japonesa del hilo rojo, dos personas se encuentran unidas por esta cuerda eternamente. No importa lo mucho que se alejen o el camino que recorran; ese hilo invisible siempre les mantendrá unidas, para lo bueno y para lo malo. Ocurre exactamente lo mismo con la relación que nosotros, los humanos, guardamos con la naturaleza: nuestra forma de vida moldea la de la flora y la fauna que nos rodea, de la misma forma que la naturaleza se tomará la misma licencia cuando lo necesite. En otras palabras, y como ya se ha encargado de demostrar la ciencia, cualquier impacto negativo que generemos sobre la vida en el planeta desembocará irremediablemente en el propio bienestar de nuestras sociedades. Incluido el cambio climático.

En el último medio siglo, la población de mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios se ha desplomado un 68%

«La Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad ha sido muy clara este año: a no ser que abordemos conjuntamente la crisis de la biodiversidad y la crisis climática, nos arriesgamos a numerosos problemas», insistió David Howell, responsable de Clima en SEO/Birdlife en las Jornadas de Sostenibilidad 2022 organizadas por Redeia, que reunieron el 18 de octubre a varios expertos para analizar cómo se conecta la salud de los ecosistemas a la salud de nuestro clima.

El horizonte, por el momento, no se vislumbra con optimismo. En el último medio siglo, la población de mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios se ha desplomado un 68%. Estas son las cifras que maneja el Living Planet Report elaborado por WWF, principal referencia a la hora de valorar el estado de salud de nuestro planeta y que sitúa a América del Sur y África como los continentes más afectados por el daño que la actividad humana ha generado a la flora y fauna, con una caída del 94% y el 65% respectivamente.

La pregunta es: ¿hasta qué punto el cambio climático es responsable en la actualidad de la degradación de la biodiversidad? Un primer vistazo a los datos demuestra que aún no es el principal actor en la desaparición de especies en el planeta. De hecho, en todos los continentes, según el Living Planet Index, al menos el 40% de las amenazas a los ecosistemas provienen de la propia degradación de los hábitats, mientras que el cambio climático no llega a representar más del 15% frente a otras grandes amenazas como la sobreexplotación o las especies invasoras.

Pero las cifras no son nada desdeñables si se tiene en cuenta que, en las próximas décadas, las temperaturas anómalas y los fenómenos meteorológicos extremos serán los responsables de la desaparición de casi un 8% de las especies actuales, tal y como declaró recientemente un estudio publicado en la revista Science. Hay otras amenazas prioritarias, pero el cambio climático espera latente y hará acto de presencia. Ya hay pruebas de ello: si observamos cómo han variado las poblaciones de seres vivos desde 1970 y, a la vez, nos fijamos en las temperaturas anómalas que se han venido registrando desde 1880, veremos que el daño a la biodiversidad crece de la misma forma que lo hacen las temperaturas anómalas.

«La diferencia es que nosotros, como especie humana, tenemos capacidad de adaptación a las altas temperaturas gracias a la construcción de infraestructuras. Pero el resto de las especies que habitan el planeta no pueden reaccionar a la misma escala, por lo que la biodiversidad acaba seriamente afectada», explicó también en este encuentro Ricardo García, consejero de Redeia. De esta forma, cuando las condiciones meteorológicas son desfavorables, los animales ven alterados todos sus ciclos. Por ejemplo, las especies diurnas pasan a tener una actividad nocturna porque se sienten más cómodas durante la noche, cuando los termómetros bajan; otras, como las aves, transforman sus patrones de migración y se desplazan a zonas más frías, trasladando con ellos infecciones y enfermedades nuevas en sus hábitats de destino.

Un estudio de la Universidad de Granada ya ha demostrado que algunas especies de peces y anfibios, cuya temperatura corporal depende directamente de la temperatura ambiental, están reduciendo su tamaño como consecuencia del calentamiento global. Y los insectos son los que salen peor parados: en las tierras de cultivo sometidas a estrés climático ya hay un 25% menos de especies que en las zonas de hábitat natural. Esto se traduce en 5,5 millones de especies de insectos, por lo que la situación es seria –en algunas zonas, el descenso ha sido del 63%–.

Sin embargo, la desaparición de numerosas especies es tan solo el problema más superficial. «Destruyendo la biodiversidad solo conseguimos incentivar el cambio climático», advirtió Miguel Delibes de Castro, de la Estación Biológica de Doñana en el CSIC. Así, en el frágil equilibrio de la naturaleza, cada ser vivo juega un papel clave para garantizar el estado de salud de los biomas –el conjunto de ecosistemas característicos de una zona– por lo que cuando desaparece, como ocurre con una torre de naipes, todo se tambalea.

En palabras de Delibes: «La biosfera es una maquinaria maravillosa porque nos proporciona recursos y nos permite depurar residuos, pero pasando por encima de ella solo conseguiremos destruir el metabolismo de los ecosistemas, y por tanto, del planeta». En la actualidad, tal y como demuestra el Living Planet Index, tan solo cuatro países conservan aún ecosistemas que no han sido afectados por la mano humana –Brasil, Rusia, Canadá y Australia– mientras que más de la mitad del planeta se encuentra inmerso en una actividad intensa que incluye la explotación de cultivos, tala de árboles, caza y otras acciones sobre los recursos naturales, además de la influencia de los eventos meteorológicos extremos provocados por el cambio climático.

Biomas terrestres según el grado de influencia de la acción humana. El rojo representa una actividad humana intensa; el verde claro, una actividad ligera y el verde oscuro refleja los biomas que se consideran "vírgenes". Fuente: Living Planet Index

Corales, los termómetros que miden el cambio climático

 Cuando hablamos de la relación entre el calentamiento global, el cambio climático y el impacto de las temperaturas extremas sobre la biodiversidad, los corales siempre forman parte de la conversación. Y es que, para la comunidad científica, estas especies son la vara perfecta para medir la situación de la naturaleza. Al ser extremadamente sensibles a las alteraciones de su medio, la mayor parte tienden a decolorar cuando detectan cambios abruptos en la temperatura del agua –algunos logran sobrevivir, pero muchos mueren–, por lo que una mayor frecuencia de decoloración es sinónimo claro de la influencia del cambio climático.

Desde 1980, los fenómenos de decoloración de estas especies marinas no solo se han multiplicado a medida, sino que también se han hecho más severas. Si hace más de tres décadas tan solo se registraban cinco decoloraciones (no muy graves), en 1998 la cifra se disparó hasta las 73, de las que más de la mitad fueron graves. Desde entonces, el ritmo ha seguido al alza, llegando a alcanzar las 43 decoloraciones severas en 2016.  «Normalmente se daban casos de decoloración en los años en los que arreciaba El Niño e incrementaban las temperaturas de forma natural, pero ahora están ocurriendo incluso durante La Niña –suele traer temperaturas más frías–, que se acompaña de cada vez más ciclones», explican desde Our World in Data, organización que se ha encargado de recoger estos datos.

En conclusión, a pesar de que el cambio climático no sea el peligro prioritario desde el punto de vista de la naturaleza, sí es el que más daños a largo plazo puede causar. En realidad, como insistió Delibes, «es una relación tan íntima que no se puede separar». Ya no podemos hablar de una moneda donde una cara es la del calentamiento global y otra la de los ecosistemas, «estamos hablando de un prisma ambiental donde también se ven implicados la fertilidad del planeta, la capa de ozono, la extinción de las especies, la sequía, las lluvias torrenciales y todas las posibles consecuencias de la alteración del clima».

¿Qué podemos hacer para intentar frenar esta degradación? Tanto sociedades como Gobiernos y empresas están de acuerdo en que, para conservar la biodiversidad del planeta, tiene que llegar un cambio lo suficientemente fuerte como para hacerse definitivo. Sin embargo, el mayor reto al que nos enfrentamos es el de la gobernanza, articular en este trabajo a todos los territorios de forma que ninguno salga mal parado. «Tenemos la mayor tasa de endemicidad en España. Por eso, antes de restaurar hay que evitar en todo lo posible destruir aún más ecosistemas», propuso María Begoña García del Instituto Pirenaico de Ecología. «El futuro de la biodiversidad ya no está en manos de los científicos, sino en la de todos los sectores de la sociedad, incluida la ciudadanía».

Miguel Delibes de Castro (CSIC): «La relación entre cambio climático y biodiversidad es un prisma ambiental donde también se ven implicados la fertilidad del planeta, la capa de ozono, la extinción de las especies, la sequía, las lluvias torrenciales y todas las consecuencias de la alteración del clima»

De forma muy resumida, una de las principales salidas es compatibilizar el sistema energético, puesto que la transición verde es una gran oportunidad para poner un freno definitivo al cambio climático, y por tanto, para recuperar la salud de la biodiversidad. Pero, como advirtieron los expertos, esto tiene que hacerse con un trabajo centrado en la misma naturaleza a fin evitar que las infraestructuras renovables causen un mayor impacto negativo. «Hay que trabajar en equipo la conciliación de la biodiversidad y la transformación verde. Es necesario plantear las infraestructuras eólicas y fotovoltaicas con el  paisaje», explicó Delibes, antes de proponer instalar este tipo de infraestructuras en áreas ya transformadas, como polígonos industriales o ciudades, para no añadir más impacto humano a los ecosistemas.

El cambio también debe llegar de la mano de la sociedad, pero antes debemos plantearnos qué entendemos como bienestar. «Escaparnos a la República Dominicana dos veces al año generando una gran cantidad de emisiones no es bienestar, poder disfrutar de alimentos más sabrosos, más sostenibles, sí es bienestar», aclaró Delibes. En conclusión, es fundamental mirar a través del prisma que componen el cambio climático y la biodiversidad para poder transformarnos desde la complejidad y mantener la vida, simplemente, viva.

El preciado tesoro de la energía

Featured Video Play Icon

Se avecinan tiempos complicados en materia energética y, por ello, es fundamental fomentar el ahorro y la eficiencia energética para conservar el medioambiente y el desarrollo sostenible. Con motivo del Día Mundial del Ahorro de Energía analizamos algunas estrategias tanto globales como individuales para disminuir el consumo energético.