Categoría: Cambio climático

Frenar el cambio climático (todavía) es posible

“Pisar el acelerador”. Es, una vez más, el diagnóstico del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que ahora refrenda en su último informe, si queremos evitar que la temperatura global suba más de 1,5 grados centígrados este siglo. Y abre una puerta al optimismo: la transición hacia una sociedad descarbonizada, además de necesaria, es perfectamente posible si tomamos las medidas necesarias.

La transición a las fuentes renovables es uno de los pilares ineludibles de esta transformación en una sociedad con cero emisiones netas. Su presencia en el mix energético es cada vez mayor, al tiempo que decrecen sus costes, como demuestra un estudio de la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), según el cual, de las que entraron en funcionamiento en 2020, casi dos tercios (62 %) eran más baratas que sus equivalentes de combustibles fósiles.

«El precio de las tecnologías renovables como la eólica y la solar está cayendo significativamente, lo que está impulsando su auge como la fuente de energía más barata del mundo»

La Agencia Internacional de la Energía (AIE), por su parte, prevé que las fuentes no contaminantes alternativas al carbón representen casi el 95 % del aumento de la capacidad energética mundial hasta 2026, y solo la solar fotovoltaica supondrá más de la mitad de este incremento. La cantidad de capacidad renovable agregada entre 2021 y 2026 será un 50% más alta que entre 2015 y 2020.

A largo plazo, los costes podrían ser incluso más bajos que los niveles de 2020, en función de las innovaciones en las tecnologías de energía, el diseño de la red y la capacidad para gestionar los problemas de flexibilidad. En el Foro Económico Mundial señalan que «el precio de las tecnologías renovables como la eólica y la solar está cayendo significativamente, lo que está impulsando su auge como la fuente de energía más barata del mundo», y aportan datos: «El coste de los proyectos solares a gran escala se ha desplomado un 85% en una década, y retirar las costosas plantas de carbón sería un ahorro a medio plazo y reduciría alrededor de tres gigatoneladas de CO2 al año».

Otra de las claves de esta transformación es la implantación definitiva de la movilidad eléctrica: el transporte, aún hoy dominado por los combustibles fósiles, aporta más de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero, según advierte la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA). Con todo, no vamos por el mal camino. Un estudio de Delotitte señala que en España deberían circular, al menos, 300.000 coches eléctricos para cumplir con los objetivos de reducción de emisiones marcados por la Unión Europea. En 2022, según datos de Carwow, ya había unos 200.000 automóviles de este tipo matriculados. Vamos algo retrasados y para 2030 se deberían alcanzar los seis millones, pero lo cierto es que la venta de coches eléctricos aumenta cada año exponencialmente.

«Se necesitan transiciones rápidas y de gran alcance en todos los sectores y sistemas para lograr reducciones de emisiones profundas y sostenidas y asegurar un futuro habitable y sostenible para todos»

Los motivos son claros: si bien hasta hace no demasiado la compra de un coche eléctrico suponía un desembolso elevado reservado a unos pocos, la ciudadanía cada vez tiene una percepción mayor del ahorro que puede suponer a medio plazo. Según una encuesta realizada por el Gobierno de Estados Unidos, la razón principal para considerar comprar un coche es proteger el medio ambiente, pero la segunda motivación es económica: «Además del menor precio de la electricidad frente al combustible, el mantenimiento durante la vida útil del vehículo puede suponer un ahorro de en torno a 10.000 dólares (unos 9.200 euros)».

Acelerar la acción por el clima es necesario y factible, y debe basarse en tres pilares, según el estudio: son las finanzas, la tecnología y la cooperación, e insiste en que «hay suficiente capital para cerrar las brechas de inversión global». En esto es clave la pronta adopción generalizada de tecnologías y prácticas para que alcancen cuanto antes economías de escala, al tiempo que se mejora la cooperación internacional.

Desde el IPPC alertan de que «se necesitan transiciones rápidas y de gran alcance en todos los sectores y sistemas para lograr reducciones de emisiones profundas y sostenidas y asegurar un futuro habitable y sostenible para todos», y añaden que ya existe un amplio abanico de opciones de mitigación y adaptación que son «factibles, efectivas y de bajo coste» aunque, eso sí, «con diferencias todavía amplias entre regiones».

En este sentido, el informe destaca que en este proceso transformador se debe «priorizar la equidad, la justicia climática y social, la inclusión y los procesos de transición justa que permitan acciones de adaptación y mitigación ambiciosas y un desarrollo resiliente al clima». Para ello, se deben destinar más recursos a las regiones más vulnerables a los peligros climáticos. Y concluye: «Hay muchas opciones disponibles para reducir el consumo intensivo de emisiones, incluso a través de cambios de comportamiento y estilo de vida, con beneficios colaterales para el bienestar social, y también para la economía a largo plazo».

Europa refuerza sus acciones para reducir la huella de carbono

El ser humano se ha preocupado del medio ambiente mucho antes de que existieran leyes para protegerlo, pero a medida que la civilización ha avanzado –y con ella la economía, la tecnología o la ciencia–, ha sido necesario diseñar y aplicar una legislación con un objetivo esencial: cuidar del planeta en el presente para evitar su colapso en el futuro.

Fue así como surgió el código de Hammurabi en el año 1700 a.C, el cual estipulaba que quien tala un árbol de un huerto ajeno debe indemnizar al dueño con media mina de plata o, ya lejos de ese quid pro quo de recursos, la primera propuesta de ley para proteger el norteamericano valle de Yosemite y sus bosques de sequoias en 1872. Paralelamente, algo cambió en el medio ambiente durante esta época, y es que según un estudio publicado en la revista científica Nature Sustainability, la influencia humana sobre el cambio climático se remonta a la década de 1860. Sin embargo, hizo falta más de un siglo para aprobar un tratado internacional que frenase las emisiones de gases de efecto invernadero, tal y como propugnó el Protocolo de Kioto en 2005.

Desde entonces, la legislación ambiental ha avanzado a pasos agigantados de la mano de la investigación, la cual ha asegurado por activa y por pasiva que, de no actuar con urgencia, la temperatura media mundial seguirá subiendo a niveles excesivos para el clima, la producción de alimentos o la salud de la población, entre otras consecuencias.

En este arduo viaje hacia el equilibrio medioambiental, el Parlamento Europeo ha avanzado un paso más mediante la aprobación del nuevo Reglamento de Reparto del Esfuerzo en marzo de 2023.

El Parlamento Europeo considera imperativo reducir las emisiones hasta un 40% antes de 2030

Con 486 votos a favor, 132 en contra y 10 abstenciones, la revisión del reglamento trae consigo una serie de novedades entre las que se incluye una drástica reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero en todos los países de la Unión Europea. Así pues, en 2030 es imperativo haber reducido entre un 30% y un 40% las emisiones en comparación con los niveles de 2005 y, hasta llegar a dicha fecha, los Estados miembros no podrán superar su asignación anual de emisiones al año vinculadas al transporte por carretera, la calefacción de edificios, la industria de agricultura, las pequeñas instalaciones industriales y la gestión de residuos.

Si bien el cambio afecta a toda la Unión Europea, el reglamento ha estipulado unos objetivos diferentes para cada país en función de dos factores: su Producto Interior Bruto per cápita y la relación coste-eficacia. De este modo, a Estados miembros como Bulgaria o Rumanía se les ha asignado una reducción de emisiones cercana al 10%, mientras que España, Francia o Alemania, se encuentran cercanas al 40%.

Otra de las actualizaciones fijada por el nuevo reglamento es la limitación de las posibilidades de guardar en reserva las emisiones, pedirlas prestadas o comerciar con ellas.

Cada país tendrá un objetivo de reducción de emisiones en función de su PIB per cápita y la relación coste-eficacia

Según la versión previa del Reglamento de Reparto del Esfuerzo adoptada en mayo de 2018, durante los años en los que las emisiones son inferiores al objetivo asignado, los Estados miembros pueden acumular el excedente para usarlo posteriormente. Igualmente, cuando las emisiones superan el límite, era posible pedir prestada una cantidad limitada de asignaciones. Además, los países de la Unión Europea pueden realizar con gran libertad acciones de compra y venta entre ellos. Y si bien este comercio de emisiones plantea ventajas para cada nación en particular –concretamente la rentabilidad de poder adquirir reducciones cuando son más baratas y utilizar los beneficios para invertir en tecnología–, también conlleva un gran riesgo a gran escala: los intereses individuales podían obstaculizar el cumplimiento del objetivo climático general de la Unión Europea.

Por este motivo, el nuevo marco regulador ha fijado un tope en el comercio de derechos de emisión de gases de efecto invernadero, una decisión que fomenta la transparencia, pues a partir de ahora la información sobre las acciones nacionales de los Estados miembros pasará a ser pública en un formato accesible para cualquier ciudadano, pero también se salvaguardará la flexibilidad para poder seguir invirtiendo en el medio ambiente.

La votación de estas nuevas medidas es solo un anticipo de lo que está por llegar, pero, en palabras de Jessica Polfjärd, diputada y ponente del reglamento, «es un paso de gigante», ya que «las nuevas normas sobre los recortes nacionales de emisiones harán que todos los Estados miembros contribuyan y permitirán colmar las lagunas existentes», lo que sitúa a la Unión Europea en la cima de la agenda climática.

¿Qué podemos aprender de los anteriores cambios climáticos?

"Quien olvida su historia, está condenado a repetirla". La frase es del filósofo español Jorge Ruiz de Santayana y resume a la perfección la idiosincrasia del ser humano, una especie, quizás la única, con una tendencia intrínseca y desproporcionada a atender al presente y al futuro por encima del pasado. Como si el mundo no hubiera enseñado muchas veces que sus cartas son cíclicas, que el orden de la naturaleza es circular y que, en definitiva, todo lo que ha ocurrido alguna vez tiene grandes posibilidades de suceder de nuevo.

Durante la era conocida como Paleoceno Superior, la temperatura ascendió en La Tierra hasta seis grados en tan solo 20.000 años

En el caso del cambio climático -seguramente el mayor reto que ha afrontado nuestra especie-, tener una visión retrospectiva se revela como una de las claves a la hora de entender lo que le ocurre al planeta y, a todas luces, para ponerle solución. Y es que no es la primera vez que la Tierra se encamina hacia un cambio radical producto de una suerte de autodestrucción periódica, una renovación que devuelve al planeta a la primera base. A lo largo de la historia, el mundo que ahora habita el ser humano ha ido experimentando cambios de 180 grados. Eran cambios que obligaban a replantear las condiciones de la vida y que, en muchos casos, implicaban la extinción de especies que, incapaces de evolucionar a la velocidad necesaria, no encontraban manera de sobrevivir. Sin embargo, si algo diferencia a estos cambios climáticos pasados del que actualmente enfrentamos es su origen. Ya no es la naturaleza la que en su tendencia cíclica replantea la vida, sino el efecto de la actividad de una especie: el ser humano.

De hecho, ni siquiera es la primera vez que el planeta afronta un cambio climático originado por gases de efecto invernadero. Tal y como han ido revelando las investigaciones al respecto, hace millones de años, hubo en la Tierra períodos en los cuales se registraron altas concentraciones de gases como dióxido de carbono y metano, cuya acumulación marcó, como ahora ocurre, alteraciones drásticas en la temperatura y la llegada de períodos ultra cálidos.

Esta situación se equilibró a través del propio proceso natural con la aparición de las cianobacterias, origen de la fotosíntesis oxigénica, proceso a través del que los organismos capturan dióxido de carbono y emiten en su lugar oxígeno. A partir de ese hecho, se redujeron considerablemente las concentraciones de C02 y se generó un planeta mucho más propicio para la vida tal y como ahora lo conocemos.

Actualmente, ya no es la naturaleza la que en su tendencia cíclica replantea la vida, sino el efecto de la actividad del ser humano

Tras este cambio, otro de los más contundentes tuvo lugar en la época de los dinosaurios. Durante la era conocida como Paleoceno Superior, la temperatura ascendió en la Tierra hasta seis grados en tan solo 20.000 años (muy poco tiempo para un cambio de clima). Estas variaciones afectaron de lleno a la situación marina y a la atmósfera, generando la desaparición de multitud de especies cuyas formas de vida dejaron de ser compatibles con la realidad del momento.

Justo lo contrario ocurrió durante uno de los cambios climáticos más conocidos y con mayor relevancia a la hora de explicar nuestra era. El proceso conocido como las Glaciaciones del Pleistoceno fue un periodo en el cual las temperaturas medias globales descendieron de forma acelerada y, como consecuencia, se produjo la expansión de los hielos continentales, casquetes polares y glaciares que, en buena parte, dieron lugar al orden geográfico actual.

Mucho más reciente es el fenómeno conocido como Mínimo de Maunder, un periodo que va desde mediados del siglo XVII hasta principios de XVIII durante el que desaparecieron las manchas solares de la superficie del Sol casi por completo. Por este motivo, la principal fuente de luz del Sistema Solar generaba menor radiación, lo que conllevó un periodo frío que obligó a replantear la forma de vida tanto para el ser humano como para el resto de especies.

Además de las citadas, han sido muchas las ocasiones en las que la naturaleza y su comportamiento ha generado micro cambios climáticos como consecuencia de huracanes, terremotos o fenómenos meteorológicos extremos y complicados de predecir. Y es que justo ahí reside la clave del cambio climático actual: que ha sido previsto y, por tanto, existen opciones para frenarlo. No se trata de una alteración de las condiciones de vida provocadas por la propia naturaleza, sino por la actividad de la especie humana. Entender los procesos anteriores y, sobre todo, sus consecuencias, puede ser de gran ayuda a la hora de tomar conciencia sobre la importancia del reto que afronta el ser humano y el privilegio que ostenta. Entender la historia para no volver a repetirla.

Javier Peña: “Estamos viviendo desde hace décadas un holocausto climático”

Su lucha a favor del medio ambiente comenzó con el móvil. Javier Peña (Madrid, 1986) hoy tiene más de medio millón de seguidores en las redes sociales, y sus vídeos virales contra el calentamiento global se ven en más de 80 países. Ha apostado por llevar el mensaje de la ciencia –acerca de la imperiosa necesidad de realizar una transformación verde a todo tipo de público y a hacerlo con un lenguaje sencillo y comprensible. ¿Por qué? Pues sencillamente porque para él todos jugamos un papel indispensable en este momento crucial para el planeta y para quienes lo habitamos.

Ese mensaje lo lleva desde su proyecto HOPE!, en el que han colaborado las personas más renombradas de la ciencia en España, entre ellas, el científico Fernando Valladares. Gracias a eso, para muchos ya es considerado como ‘el Félix Rodríguez de la Fuente de la generación millenial’.

Voces como la de David Attenborough consideran que aún estamos a tiempo de salvar al planeta. Sin embargo, para conseguir ese objetivo (de cara a 2050) son necesarios grandes esfuerzos. ¿De qué manera la tecnología nos puede ayudar a construir sociedades más sostenibles y circulares? 

La tecnología nos puede ayudar en muchas formas. Sin embargo, para lograr sociedades más sostenibles y circulares debemos de cambiar algunos hábitos, ya que muchas de las soluciones para salvar al planeta no son sólo tecnológicas.

Actualmente hay una explosión de ingenio para satisfacer nuestras necesidades ecológicas sin calentar al planeta y sin seguir destruyendo la naturaleza. Vivimos en un momento peculiar porque, por una parte, la crisis medioambiental plantea un escenario terrorífico pero, por otra, se está produciendo un ilusionante y emocionante cambio de mentalidad y de hábitos a gran escala inédito en la historia de la humanidad.

La crisis climática es un problema que tiene muchas soluciones, no existe solo una. Tenemos ahora, por ejemplo, muchas tecnologías para reducir el impacto que produce la agricultura. También, estamos viendo en la gestión de residuos una apuesta por volver a prácticas más tradicionales y menos industrializadas. De igual manera, estamos desarrollando cada vez más formas de calentar los hogares que nos permiten prescindir de los combustibles fósiles.

En pocas palabras, estamos en una suerte de puzle en el que tenemos que descifrar soluciones integrales en las que tanto la voluntad de la sociedad como los avances de la tecnología son indispensables.

En Europa, por ejemplo, la acción medioambiental es mayor que en muchos países de América (por ejemplo, México, Brasil y Perú) o África, en donde, desafortunadamente, aún suceden auténticos ‘ecocidios’. ¿Es una cuestión de conciencia medioambiental o que desarrollarse pasa inevitablemente por atentar contra el planeta?

No. En algunos casos puede que sea cierto, pero en otros no es así. La transformación de la agricultura, por ejemplo, en muchos países africanos, va muy avanzada. Allí hay zonas en las que se vive una auténtica revolución a favor de la transición verde. Me viene también a la mente la explosión de la energía renovable que se vive ahora en el África Subsahariana, que permite llevar la electricidad por primera vez a millones de pueblos. El cambio es, de verdad, vertiginoso.

Entonces, es cierto que en Europa tenemos un alto nivel de vida y que tenemos la capacidad de cuidar nuestros bosques y la naturaleza, sin embargo, también tenemos problemas como el de la contaminación importada a nuestros países. ¿Por qué? Pues porque nuestro impacto en el medio ambiente nace de nuestro consumo desmedido.

También es cierto que en Europa tenemos la capacidad de intervenir en todo el mundo, como sucede con el reglamento contra la deforestación importada o los aranceles al carbono que están por ser aprobados. Esas son algunas de las herramientas que nos permiten tener un impacto positivo en el resto del mundo.

Actualmente hay una explosión de ingenio para satisfacer nuestras necesidades ecológicas

Por otra parte, tenemos que tener en cuenta que, si sumamos las emisiones del África subsahariana, donde vive mucha más gente que en Europa o que en Estados Unidos, éstas representan menos del 3% del total de emisiones en el mundo. La contaminación es un problema generado por los países más ricos. Las emisiones de alguien en Uganda son 300 veces menos que las de un estadounidense. Simplemente, por el nivel de consumo, una nevera en una casa europea tiene emisiones mucho más altas que las de familias enteras en África. Nuestro nivel de consumo es incomparable.

Cambiando de tema, vayamos a China. Cuando tú miras los niveles de emisiones por habitante que tiene ese país, que es la fábrica del mundo, son equivalentes a los de cualquier país europeo. Entonces, decir que los chinos contaminan mucho solo es un argumento para frenar el cambio hacia sociedades más sostenibles y mejores. Decir, “si no lo hace China, ¿por qué lo voy a hacer yo?”, es una idea falsa que solo nos perjudica a todos. En este cambio a favor del medio ambiente cada uno tiene que barrer lo que le corresponde.

Tras las últimas ediciones de la COP, ¿consideras que los líderes mundiales ya han tomado algunas decisiones imprescindibles para revertir los efectos del calentamiento global? 

Desde luego, aún no hay ningún país que esté cumpliendo al 100% las políticas para evitar que el calentamiento global supere los 1,5 grados. Pero no se puede negar que en este último año hubo avances sin precedentes al respecto. En China y en la Unión Europea los hubo a gran escala, y eso hace un par de años era impensable. No obstante, los esfuerzos para frenar el calentamiento global siguen siendo insuficientes.

Lo que está claro es que la carrera por el desarrollo de las energías verdes está avanzando muchísimo. Es como si atestiguáramos una carrera armamentística, pero en este caso es el de una carrera en la transición verde. Estados Unidos está inyectando miles de millones de dólares en su industria verde. Y China no se queda atrás; la Unión Europea tampoco.

Entonces, ¿hay esperanza de ver un mundo mejor? 

Estamos viendo cambios muy positivos, pese a los grandes obstáculos que aún tenemos.  Yo tengo esperanza porque creo que lo podemos conseguir, pero, desde luego, es una esperanza que cuesta mucho sostener. Hay movimientos en distintos sectores que intentan frenar este cambio, así que no nos queda más que luchar con todo.

En tu opinión, ¿consideras que vamos por buen camino hacia el cumplimiento de los objetivos Net Zero previstos para 2050?

No. No vamos por un buen camino aún. Estamos más cerca de lo que estábamos hace un año, pero tenemos que acelerar el paso mucho más.

Hay que avanzar hacia las energías renovables y electrificar la industria lo antes posible. Tenemos que transformar la agricultura. Tenemos pendientes muchas cosas para seguir por el buen camino.

Estás considerado, para muchos, como el Félix Rodríguez de la Fuente de la generación millenial. ¿Crees que el gran potencial de cambio a favor del medio ambiente ahora mismo está en manos de las generaciones más jóvenes?

Es cierto que desde los jóvenes ha nacido mucho empuje. Y eso debería de abochornar a muchos adultos. Hay que reconocer que quienes han escuchado a la ciencia y quienes han puesto los temas medioambientales como prioritarios en las agendas internacionales han sido los chavales de instituto.

Sin embargo, se trata de una cuestión que tiene que pasar por los centros de poder. Son las grandes empresas y los Gobiernos quienes toman las grandes decisiones, y ellos están en manos de gente de mediana edad, no precisamente de los más jóvenes.

¿Qué se puede hacer en estos momentos con las herramientas digitales y las redes sociales para concienciar sobre el estado medioambiental actual en el mundo?

Yo intento traducir la ciencia y crear vídeos cortos con formatos propios de las redes para que sean comprensibles y que conecten con todos los públicos. Uso un lenguaje no excluyente. A eso es a lo que me dedico, a explicar la magnitud y la urgencia de lo que tenemos enfrente; a enseñar ese horizonte para reinventarnos como sociedad y para construir un planeta mucho mejor y llamar a la acción.

“Estamos siendo testigos del mayor acto criminal de la historia”, lo dijiste en referencia a la crisis climática. ¿Qué pasará si no logramos detener el calentamiento global? ¿cómo vislumbras a las futuras sociedades, a las juventudes venideras?

Si no logramos detener el calentamiento global, el escenario que quedaría no se puede ni imaginar. Ahora mismo estamos caminando alegremente por el borde de un precipicio. Y mucha gente ha caído ya. La crisis climática global no es una hipótesis, es un hecho. Sus efectos se han multiplicado por cinco: todos los años vemos sequías e inundaciones extremas, por ejemplo. Y esto es una cuestión que ya está produciendo muerte.

Estamos viviendo algo que hay quien denomina como “holocausto climático”, y es así porque ya llevamos décadas viendo cómo la gente muere

La pregunta es: ¿hasta dónde vamos a dejar que llegue este fenómeno? Los científicos ya hablan de puntos activos de no retorno, a partir de los cuales se nos puede ir de las manos el aceleramiento del calentamiento global. De no hacer nada al respecto, iremos hacia una extinción masiva de especies. Estamos viviendo algo que hay quien denomina como “holocausto climático”, y es así porque ya llevamos décadas viendo cómo la gente muere por los efectos de esta crisis ambiental.

El problema es que la inacción ante esta situación es una decisión consciente por parte de los ejecutivos de grandes empresas, por ejemplo, de las grandes petroleras. Ellos frenan la acción, saben de los dramáticos efectos del calentamiento global desde hace más de 50 años, y aun así nos están llevando hacia el acantilado. Claro, todo eso aunado a los gobiernos que no escuchan a la ciencia y que se dejan llevar por la inercia de no creerse que esto es una emergencia.

Insisto, se trata de un holocausto climático. Pero tenemos la fuerza de la ciudadanía que lo puede parar, aún puede hacerlo, y yo creo que lo podemos conseguir. Y de esta batalla dependerá el futuro de la vida en la Tierra. No ha habido nada más urgente en la historia de la humanidad.

Para hacer frente a los retos medioambientales a los que nos enfrentamos la cooperación entre administraciones, empresas y sociedad es fundamental. ¿Qué podríamos hacer para fortalecer más esas alianzas y redes de trabajo entre los actores mencionados?

Eso es algo que ya está ocurriendo. Hay muchas empresas que comprenden ya que la única manera de seguir existiendo es apostando por la sostenibilidad.  Se está produciendo una auténtica revolución de innovación y de creación de soluciones para satisfacer de forma distinta a las necesidades de consumo y producción. Y en esto la empresa juega un papel fundamental.

Ahora mismo hay muchas empresas que ya han dado pasos inspiradores y valientes hacia la transformación verde. Luego, claro, están aquellas que hacen ‘green-washing’, pero eso es un engaño, esos son solo cambios cosméticos.

Al margen de lo anterior, lo importante es lograr un cambio de legislación. Eso es lo que realmente hace falta. Necesitamos leyes que digan que una empresa no puede echar a los alimentos cosas que nos envenenan. Tiene que haber una legislación medioambiental mucho más avanzada y exigente. Afortunadamente, eso ya está sucediendo, pero necesita avanzar más rápido.

¿Qué mensaje darías a las personas que aún no han hecho conciencia de la gravedad de la crisis climática global? 

Les diría que no estamos en un momento seguro. Todos tenemos un papel en este proceso de cambio, seamos quienes seamos, vengamos de donde vengamos. También, que en esta revolución ciudadana hay que crear esfuerzos conjuntos para torcer el brazo de la destrucción masiva del planeta, y hacerlo por nuestra propia supervivencia.

Les diría que es este el momento para que todos nos sumemos a esta ola de transición que está siendo la mayor revolución social en toda la historia. Nunca la humanidad ha avanzado tanto ni evolucionado de la manera en la que lo tenemos que hacer en los próximos 20 o 30 años. Tenemos que cambiarlo todo ya, y cambiarlo para mejor. Tenemos la gran oportunidad de ser testigos de esa gran transformación como sociedad, y eso es un privilegio. Vamos a cumplir la mayor ambición de todos los tiempos y esa es dejar a nuestros hijos un mundo mejor del que recibimos.

Un cielo sin estrellas

Las estrellas que en la actualidad admiramos por su belleza etérea, eran hace siglos una guía para nuestros ancestros. A partir de los puntos que iluminaban el firmamento, los nómadas averiguaban cómo regresar al hogar o buscar uno mejor, y así lo acreditan hallazgos como el colmillo de mamut con la constelación de Orión tallada que se descubrió en Alemania el pasado siglo –y al que se le estima una antigüedad de 32.500 años–. También encontramos cartas estelares rudimentarias en las cuevas de Lascaux, Francia, pues cuenta con las estrellas de las Pléyades dibujadas en sus paredes, y más cerca, en Cantabria, la constelación Corona Borealis en la cueva de El Castillo. Ambos atlas se remontan 15.000 años atrás.

A medida que pasaron los siglos, estos mapas de estrellas se volvieron más complejos y, sobre todo, próximos a la ciencia. Se añadieron progresivamente nuevas constelaciones que se vislumbraban durante las expediciones en barco y en 1843, el astrónomo alemán Friedrich Argelander dio a luz a la Uranometria Nova, un atlas que contiene 3.256 estrellas y todas las constelaciones vigentes en la actualidad.

Desde 2011 se ha reducido el brillo del cielo en un 10% cada año

Han pasado casi dos siglos y los humanos ya no nos guiamos por las estrellas. Con suerte, miramos la señalización de la carretera, pues lo que nos orienta es el GPS del teléfono móvil. Pero ¿qué dirías si descubrieses que hay seres vivos que todavía usan el firmamento como una hoja de ruta para encontrar cobijo o comida?

Las focas comunes son el ejemplo perfecto. Habitan las costas atlántica y pacífica del hemisferio norte y buscan alimento durante las horas sin luz, a veces alejándose de la orilla, pero volviendo a ella gracias a las estrellas –pues no cuentan con referentes terrestres–. En el caso de los azulillos índigos, una especie de ave que habita Norteamérica, sucede algo parecido: a la hora de migrar al sur durante el invierno, se orientan gracias a las constelaciones del firmamento.

Ambas especies se enfrentan a un acuciante problema: las estrellas se difuminan por culpa de la contaminación lumínica (según un reciente estudio publicado por la revista Science, desde 2011 se ha reducido el brillo del cielo en un 10% cada año).

«Muchos de los procesos fisiológicos y de comportamiento de la vida en la Tierra están relacionados con ciclos diarios y estacionales», explica Christopher Kyba, autor principal de la investigación, y es que la falta de luz en el cielo afecta no solo a plantas y animales, sino también a la cultura humana, el arte o la ciencia. La causa de este apagón natural, como ya vaticinábamos, es la emisión de luz artificial, la cual altera la oscuridad del medio ambiente durante la noche.

«Muchos de los procesos fisiológicos y de comportamiento de la vida en la Tierra están relacionados con ciclos diarios y estacionales»

Antaño, esta contaminación lumínica se asociaba exclusivamente a medios urbanos, pero las investigaciones han confirmado un alcance generalizado. En España, por ejemplo, es imposible encontrar ninguna zona desprovista de la luz artificial, tal y como señala el estudio The new world atlas of artificial night sky brightness. Este fenómeno se remonta a los años 90 y ha propiciado la degradación del paisaje, como sucedió en la Devesa de l'Albufera valenciana –en la cual se implementó en 2019 un alumbrado que solo se activa en presencia de viandantes– o el Parque Nacional de Doñana –que estrenó un sistema de control de la contaminación lumínica allá por 2010–. Quedan, sin embargo, parajes privilegiados de observación estelar, como es el caso del Lago de Sanabria, en Zamora.

A mayores, el mal uso de la luz artificial está poniendo en jaque a nuestros recursos. El consumo energético de España ha crecido imparable en las últimas décadas, convirtiéndonos en el segundo país europeo que más dinero dedica a iluminar sus municipios –con un gasto anual de aproximadamente 950 millones de euros– según los datos de la Universidad Complutense de Madrid.

Es imperativo recuperar las estrellas y, como se ha visto en la Albufera o en Doñana, tenemos clara la vía para lograrlo. «Se conocen los métodos eficaces para reducir la contaminación lumínica y muchos de ellos también reducen el consumo de electricidad», sostiene Kyba en la investigación de la revista Science, «pero estas medidas se han aplicado a escala local, no se han generalizado».

Ha llegado el momento de apagar el interruptor (o al menos, no encenderlo más de lo estrictamente necesario) para que, el día de mañana, la Tierra siga contando con su guía estelar.

Madrid respira algo mejor

Cuatro imponentes torres, la ciudad extendida a sus pies y una espesa boina de contaminación son desde hace tiempo la carta de presentación que ostenta Madrid para cualquier persona que acceda a la ciudad por carretera. Con el paso de los años, el aumento de la industria y la masificación del parque de vehículos motorizados, lo que en un principio se vislumbró como un 'skyline' privilegiado terminó por convertirse en la evidencia de una contaminación excesiva o, lo que es lo mismo, un peligro para la salud de los ciudadanos. Ponerle solución pasó de ser una opción a un aspecto esencial para el futuro de la urbe.

Los niveles de sustancias contaminantes mejoraron en Madrid un 22,7% de media

Bajo el paraguas de la concienciación y tras un intenso trabajo institucional, Madrid continúa hoy en día luciendo la espesura contaminante habitual pero comienza por fin a vislumbrar resultados que invitan al optimismo. Por primera vez, la capital española cumplió a principios de este año con las normas de calidad del aire fijadas por la Unión Europea. Un dato que respalda en cierta manera la gestión del Ayuntamiento, que se ha visto obligado a renovar un 60% de la flota de autobuses urbanos y a restringir la circulación en ciertas zonas de la ciudad a fin de reducir la tasa de contaminación en el aire, foco de numerosos problemas de salud y que, en el caso concreto de Madrid, se había visto altamente disparada en los últimos años. De hecho, durante la última década, tanto Madrid como Barcelona se habían saltado estas normas de forma habitual, lo que conllevó una condena por parte del Tribunal de Justicia de la UE el pasado mes de diciembre.

En este sentido, los niveles de sustancias contaminantes y nocivas para la salud mejoraron en Madrid un 22,7% de media desde el último año que la Unión Europea impuso la sanción hacia la capital madrileña. Una mejoría que también es tangible en zonas tradicionalmente consideradas como puntos negros de la contaminación y que por primera vez se han quedado por debajo del margen que fijan las instituciones europeas, en concreto 40 microgramos por metro cúbico.

Más allá de estos parámetros, Madrid también cumple por tercer año seguido en relación al Valor Límite Horario (VLH) de NO2, otra de las variables que la UE revisa con atención de forma anual. Es más, respecto a estos indicadores, la ciudad ha reducido sus valores a números por debajo incluso de los de 2020, el año de la pandemia y en el que la actividad económica y productiva se vio más mermada.

El Ayuntamiento se ha visto obligado a renovar un 60% de la flota de autobuses urbanos

Y es que las normas dictadas por Europa suponen un endurecimiento sobre la regulación establecida hasta la fecha respecto a los contaminantes del aire. Partiendo de la base de que la contaminación atmosférica provoca la muerte prematura de casi 300.000 europeos al año, las nuevas normas pretenden reducir en un 75% esa cifra de cara a los próximos diez años. De esta manera, la revisión velará por que las personas que sufran problemas como consecuencia de la contaminación atmosférica tengan derecho a ser indemnizadas en caso de infracción de las normas de calidad del aire de la UE.

Sin embargo, los avances en materia de contaminación de Madrid también suman opiniones que los consideran insuficientes. Es el caso de diferentes colectivos por la protección del medioambiente como Ecologistas en Acción, desde donde reconocen la bajada en los índices de contaminación pero advierten sobre el peligro de caer en el triunfalismo y evidencian ciertas dudas respecto a las mediciones y los datos aportados por la administración.

La realidad es que ambas posiciones tienen su parte de acierto. Mientras que es evidente que Madrid está en el buen camino para desprenderse definitivamente de esa boina de contaminación que corona la ciudad y amenaza la salud de sus ciudadanos, el trabajo por reducir los índices contaminantes puede, y debe ser, mucho más ágil. Es algo tan importante como las vidas que están en juego.

La recuperación de la capa de ozono

En 1985, el meteorólogo Jonathan Shamklin publicó, junto a otros dos colegas, un estudio que revelaba la pérdida de un tercio del espesor de la capa de ozono, que ya contaba con un enorme agujero sobre el Polo Sur. El análisis relacionaba este detrimento con el uso en aerosoles y sistemas de refrigeración por parte del ser humano, los compuestos químicos llamados clorofluorocarbonos (CFC).

La capa de ozono, que había pasado inadvertida para el común de los mortales hasta entonces, es una parte delgada de la atmósfera que absorbe las radiaciones ultravioletas del sol. Se crea en la atmósfera superior y su desaparición pondría en juego la vida en nuestro planeta.

En aquel entonces saltaron todas las alarmas. Científicos, Gobiernos e instituciones comenzaron en ese momento una tenaz batalla para frenar el deterioro de esa fina capa que nos separa de la extinción. Una inversión en investigación sin precedentes hasta la fecha y la acción política internacional favorecieron que se comenzase a prestar la debida atención a tan grave problema.

La desaparición del uso de clorofluorocarbonos en aerosoles ha logrado que la capa de ozono comience a recuperarse

En 1987 se firmó el Protocolo de Montreal con el único objetivo de proteger la capa de ozono de los productos químicos que la estaban mermando, y a día de hoy, es considerado uno de los mayores éxitos de la cooperación medioambiental internacional. Firmado por todos los países, impulsó la prohibición de los CFC como medida imprescindible para frenar el daño que sufría la capa de ozono. Pasados los años, comenzamos a ver los frutos de este histórico hito.

Cada cuatro años, el Grupo de Evaluación Científica del Protocolo de Montreal publica un informe que especifica la evolución en la eliminación de las 96 sustancias químicas usadas en aerosoles que provocaron el agujero en la capa de ozono. El último de estos informes no puede ser más esperanzador.

En dicho documento, presentado a primeros de año en la reunión anual de la Sociedad Meteorológica de Estados Unidos, se concluye que, de mantenerse las políticas actuales, la capa de ozono podría recuperar, en 2040, los valores con que contaba en 1980. No obstante, tendríamos que esperar a 2045 para su recuperación total en el Ártico y a 2066 para que sea efectiva en la Antártida.

El informe viene avalado por exigentes investigaciones desarrolladas por grupos científicos y expertos de ámbito internacional pertenecientes al Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA), la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) y la Comisión Europea.

Los avances en la lucha contra los gases de efecto invernadero, podrían lograr que en 2066 haya desaparecido el agujero de la capa de ozono en la Antártida

No son únicamente las emisiones de CFC las responsables del deterioro de la capa de ozono, también el calentamiento global es un actor importante. El daño que sufre en la Antártida es más persistente justamente por la subida de temperaturas, provocada en gran medida por la emisión de gases de efecto invernadero. Entre estos se encuentran los hidrofluorocarbonos (HFC), que vinieron a sustituir a los CFC. Estos gases fueron los protagonistas de la Enmienda de Kigali al Protocolo de Montreal. Este acuerdo adicional, que entró en vigor en 2019, pone el punto de mira en los HFC y exige su progresiva desaparición.

Sin duda, el Protocolo de Montreal es un ejemplo de éxito de la cooperación internacional, y un indicio de lo que acuerdos similares pueden y deben llevarse a cabo para seguir avanzando en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Es urgente acometer acuerdos para emprender la tarea pendiente de abandonar los combustibles fósiles y seguir enfrentando la urgencia climática. Los logros en la lucha contra la desaparición de la capa de ozono demuestran que es posible.

¿Es realmente más sostenible comprar ropa de segunda mano?

Hace tiempo, la moda de segunda mano se coronó como la alternativa más sostenible a una de las industrias más contaminantes del planeta, haciendo que florezcan apps y tiendas físicas para comprar y vender prendas ya utilizadas a la vez que ha crecido el interés de la ciudadanía por comprar de forma más consciente y verde. Sin embargo, no basta con comprar algo ya utilizado para contribuir al medio ambiente, sino que necesitamos cambiar la mentalidad con la que lo hacemos.

La nostalgia encaja con la moda de una forma única. Como si de un círculo perfecto se tratase, cada cierto tiempo vuelve a la calle una prenda que parecía haber pasado a mejor vida. Un renovado viaje al pasado que recupera fondos de armario de otras generaciones para instalarlas en las actuales. En esta idea se fundó la conocida tendencia vintage, que se usa para describir ropa que tiene entre 20 y 100 años de antigüedad. Su origen se remonta a los años cincuenta tras el crac del 29 en Estados Unidos, momento en el que todo lo ostentoso empezó a vivir sus horas más bajas y parte de la población decidió donar sus prendas más llamativas. Algo más tarde, una poderosa campaña de marketing puso de moda vender estas prendas, asentando lo que hoy conocemos como vintage y que, posteriormente, creó espacio en la sociedad para la ropa de segunda mano.

En ocho años, el mercado de ropa de segunda mano duplicará al de la moda rápida

En la actualidad, es precisamente este tipo de ropa la que marca la tendencia desde el discurso de la sostenibilidad. Cada vez surgen más tiendas físicas y aplicaciones que promueven la compraventa de ropa previamente utilizada entre usuarios, alimentando la economía circular y minimizando el despilfarro de una industria que representa el 10% de las emisiones de efecto invernadero: todo apunta a que en ocho años el mercado de segunda mano duplicará al de la moda rápida. Es lo esperable si se busca garantizar un futuro menos contaminante que beba de la economía circular. Sin embargo, ¿hemos perdido la perspectiva? ¿Es realmente más sostenible comprar ropa de segunda mano?

De un primer vistazo, los beneficios ecológicos de comprar ropa ya utilizada son evidentes: se alarga la vida de las prendas, se evita la extracción de nuevas materias primas y se evita el impacto ambiental asociado a la fabricación y sus posteriores residuos. Concretamente, según el Instituto de Investigación Medioambiental de Suecia, el mercado de segunda mano ahorró en 2021 más de 1250 toneladas de plástico y 1,4 millones de toneladas de CO2. También a las carteras de los consumidores, puesto que este sector puede ofrecer hasta un 70% de ahorro. Beneficio para el medio ambiente, pero también para la los bolsillos de los ciudadanos.

Comprar ropa ya utilizada es una buena alternativa si se seleccionan las prendas con esmero, cuidado y, sobre todo, con conciencia

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Que ahora miremos directamente a la ropa de segunda mano como la alternativa ideal conlleva el riesgo en convertir este mercado en una nueva versión de la moda rápida, borrando por completo la idea primitiva que le dio vida, la sostenibilidad, si se empiezan a repetir las dinámicas del consumo a las que venimos acostumbrados: comprar mucho y a bajo precio, muchas veces de forma compulsiva y sin necesidad real. Y, si bien adquirir una prenda ya utilizada posiblemente ahorre la producción de una nueva, es importante abordar esta perspectiva desde una óptica más amplia, ya que en la compra de esa camiseta o pantalón existen unas emisiones asociadas. 

En caso de que se adquieran a través de apps o páginas webs, es importante tener en cuenta que lo más probable es que esa ropa se envíe de la misma forma que cualquier otra. ¿Está envuelta en una bolsa de papel reutilizado o viene embalada con plástico? ¿De qué forma se ha transportado? Si la compramos fuera de nuestro país, es muy probable que se envíe primero en avión, después en camión y, posteriormente, en furgoneta de reparto hasta nuestra casa. Concretamente, un avión emite 192 gramos de CO2 por cada kilómetro, mientras que los camiones, junto con las furgonetas y los coches, son responsables del 70% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero procedentes del transporte. 

Algo similar puede ocurrir con las tiendas físicas de ropa de segunda mano, ya que las prendas tienen que llegar allí de alguna forma. Además, teniendo en cuenta que, de media, solo utilizamos una prenda siete veces antes de descartarla, corremos el riesgo de hacer lo mismo con esta alternativa si no prestamos atención a los patrones que reflejamos de la moda rápida y nos planteamos si verdaderamente tiene sentido comprar decenas de prendas de segunda mano refugiados en el alegato de que es de segunda mano y, por tanto, más circular. Tal y como refleja Greenpeace en un informe, solo el 12% de los textiles posconsumo se recogen por separado para su reutilización, y gran parte de esta cantidad termina exportada a zonas en vías de desarrollo, concretamente Europa del Este y África, contaminando el entorno. 

El mercado ghanés de ropa de segunda mano Katamanto refleja a la perfección este sobreconsumo de moda reutilizada que corremos el riesgo de hacer costumbre. Sobre sus mesas desvencijadas se amontonan los 15 millones de camisetas, pantalones, vestidos, abrigos y zapatos que se reciben a la semana y que se venden a cambio de escasos céntimos. Sin embargo, el 40% de esa ropa que llega (especialmente de países extranjeros) está tan estropeada que no sirve ni para utilizarse ni para ser reciclada, por lo que acaba en el vertedero de la laguna de Korle, en Accra, donde suele ser arrastrada al mar. Lo mismo ocurre en el desierto chileno de Atacama, el lugar más seco del planeta, donde se llegan a acumular unas 20 toneladas de ropa vieja al día.

La clave para hacer de la ropa de segunda mano una moda sostenible es evitar las compras compulsivas. Comprar solo cuando es necesario permite elegir con más cautela y lógica, evitando así el gasto innecesario de prendas que, más temprano que tarde, quedarán olvidados en un rincón. Incluso antes de adquirir ropa nueva ya utilizada podemos plantearnos la posibilidad de reparar esa prenda que queremos sustituir. 

A fin de cuentas, la moda de segunda mano es una gran alternativa sostenible, pero siempre que respondamos a la causa ecológica seleccionando las prendas con esmero, cuidado y, sobre todo, con conciencia. Ahora que se acercan las navidades, es el momento perfecto para practicar esta desaceleración del consumo tan propia de las fiestas y aprender a valorar mejor lo que queremos regalar, aunque sea reutilizado. Porque no basta comprar algo que ya se ha usado para ayudar al medioambiente, sino que también hace falta cambiar la mentalidad con la que lo hacemos.

Picos, patas y orejas más grandes para adaptarse al cambio climático

Un estudio de la Universidad de Deakin (Australia) señala cómo ciertas aves y mamíferos han evolucionado la fisonomía de su cara para acondicionar su vida a la nueva realidad que dibuja el cambio climático. 

En su El origen de las especies, Darwin sentó las bases de la teoría de la evolución que hoy rige el planeta. Fruto de años de viajes e investigación, el científico afirmaba en su obra que aquellos individuos menos adaptados al medioambiente tenían menos posibilidades de sobrevivir y de reproducirse. Por ende, aquellos que sí lo hacían perpetuaban sus rasgos entre las generaciones futuras, asentando el cambio como constante para la vida. 

Desde que la teoría fuera formulada, son innumerables los ejemplos que la sostienen. El más reciente se fundamenta en la respuesta a un medioambiente marcado por el cambio climático, a una Tierra más hostil y con condiciones mucho más adversas a las habituales hasta el momento.

Y es que ya son varias las especies en las que se han detectado ciertos cambios en comportamiento y fisonomía para adaptarse mejor a la vida actual. 

El estudio señala que algunos animales de sangre caliente están adquiriendo picos, patas y orejas más grandes para regular mejor su temperatura corporal a medida que las temperaturas asciende

Así lo refleja un estudio publicado recientemente por la revista Trends in Ecology and Evolution y en el que se señala que algunos animales de sangre caliente están cambiando de forma y adquiriendo picos, patas y orejas más grandes para regular mejor su temperatura corporal a medida que las temperaturas ascienden. Concretamente, el informe, elaborado por la investigadora de aves de la Universidad de Deakin (Australia), Sara Ryding, apunta a estos animales como los que más cambios han acusado en el último siglo. 

En este sentido, las investigaciones recogen cómo varias especies de loros australianos han mostrado un aumento de entre el 4% y el 10% en el tamaño del pico desde 1871, un aspecto que está correlacionado con la temperatura del verano cada año. En otras aves, como los juncos de ojos oscuros norteamericanos, se ha percibido también cierta correlación entre el aumento del tamaño del pico y las temperaturas extremas a corto plazo en entornos fríos.

Varias especies de loros australianos han mostrado un aumento de entre el 4% y el 10% en el tamaño del pico desde 1871

Y estos cambios trascienden a las aves. La investigación de Ryding también acredita cómo ciertos mamíferos han aumentado la longitud de la cola para adaptarse a los nuevos entornos. Es el caso de las musarañas enmascaradas o los ratones de bosque: “los aumentos del tamaño de los apéndices que hemos observado hasta ahora son bastante pequeños (menos del 10%), por lo que es poco probable que los cambios sean inmediatamente perceptibles. Sin embargo, se prevé que los apéndices prominentes, como las orejas, aumenten, por lo que podríamos acabar con un Dumbo real en un futuro no muy lejano”, explica la científica.

El hecho de que este proceso de adaptación haya ocurrido de forma natural, no obstante, opacar la realidad de que el cambio climático, un proceso ocasionado por la actividad humana, puede forzar la desaparición de numerosas especies realmente esenciales en la cadena de la vida. Un motivo con fundamento para continuar articulando medidas que pongan freno al desgaste del planeta.