La primavera se anuncia ya en los días que, poco a poco, empiezan a alargar sus horas de luz. También en los brotes de los árboles, que exhiben sus flores al mundo. Pero sobre todo en ese estallido de sonidos provocado por los animales que salen por fin de sus refugios. Si nos paramos un momento, seremos capaces de escuchar ese bullicio único de la estación, el periodo de cortejo por antonomasia y también un momento idóneo para las migraciones.
Sin embargo, en el entorno urbano, a medida que aumentan las interacciones animales también lo hace el riesgo. En España, más de 500 millones de aves mueren al año tras chocarse, en pleno vuelo, contra cristales y ventanas. También en nuestro país mueren atropellados anualmente 9 millones de aves y 1,5 millones de mamíferos, víctimas de los desplazamientos entre ciudades y pueblos. Eso sin contar con las vidas perdidas de animales invertebrados como las mariposas o las abejas.
En España, más de 500 millones de aves mueren al año tras chocarse, en pleno vuelo, contra cristales y ventanas
Desde hace varias décadas, la brecha que deja el conflicto entre el desarrollo urbanístico y el respeto a la biodiversidad no ha dejado de agrandarse: la mayor evidencia la encontramos durante el confinamiento provocado en 2020 por la covid-19, cuando numerosas especies de animales camparon a sus anchas por las calles y las carreteras sin correr el riesgo de sufrir daños. Tras el fin de las medidas, la presencia de los animales fue poco a poco reduciéndose de nuevo.
Es una problemática compleja y grave. En primer lugar porque el vínculo entre la biodiversidad urbana y nuestra forma de vida es muy estrecho. Perder una significa perder también la otra. Una investigación reciente basada en los resultados de 19 estudios, responsables de analizar un total de 40 tipos de relaciones entre la biodiversidad y la salud humana, llegó a la conclusión de que un 60% de estas conexiones eran positivas, frente a un 8% negativas y un 33% sin efectos significativos.
Explicado de una forma más clara, la biodiversidad no es un elemento ajeno a las ciudades, sino que esta contribuye al bienestar del ser humano: regula la aparición de plagas y parásitos, mejora el bienestar físico y mental, facilita la polinización y la reproducción de las especies vegetales –incrementando, por tanto, la presencia de pulmones verdes y sumideros de carbono– y contribuye a mitigar los efectos del cambio climático al garantizar la permanencia de los espacios verdes. Además, está demostrado que la presencia de biodiversidad nos acerca más a la naturaleza y nos obliga a asumir más responsabilidades con el medio ambiente.
En busca de ciudades más respetuosas
Aunque se tiende a concebir las ciudades como enemigas de los ecosistemas, lo cierto es que estos entornos per se no son los que provocan el daño. De hecho, estas pueden ayudar a conservar especies locales y facilitar los pasos migratorios. El problema llega cuando la actividad humana las hace inhabitables.
Crear corredores de fauna silvestre en jardines, plantar especies autóctonas o construir nidos artificiales son medidas efectivas para proteger la biodiversidad urbana
En este sentido, algunas tendencias del urbanismo ecológico han introducido innovaciones para integrar la naturaleza en los edificios, implantando fachadas verdes y jardines verticales, eliminando posibles reflejos en los cristales para evitar que los pájaros las confundan con paisajes, reduciendo la contaminación lumínica y acústica, limitando pavimentos artificiales o creando corredores de vida silvestre entre jardines y parques. Un buen ejemplo es la ciudad inglesa de Bristol que, dentro de los actos conmemorativos tras su nombramiento en 2015 como Capital Verde Europea, propuso convertir la ciudad en un entorno amigable para la fauna silvestre plantando especies vegetales capaces de atraer a abejas y mariposas y construyendo nidos artificiales para pájaros y murciélagos, entre otras acciones.
Otras propuestas más sencillas pasan por plantar especies autóctonas para atraer a insectos locales, evitar plantas exóticas invasoras, tapar piscinas para evitar que los animales caigan en ellas o evitar las podas de setos y arbustos entre los meses de mayo y agosto para no bloquear los procesos de reproducción de las aves y otros animales.
Sin embargo, organizaciones expertas como SEO/Birdlife consideran que para construir ciudades respetuosas con la biodiversidad es necesario subir un escalón más en el urbanismo, alcanzando la planificación urbanística. Como cada ciudad es única, las realidades de los distintos entornos urbanos permiten elaborar una hoja de ruta para hacer evolucionar las ciudades hacia espacios más resilientes y conectados a la naturaleza.
Así, los expertos de la organización han elaborado a través de los proyectos de conservación desarrollados a lo largo de los últimos 15 años en Cantabria una exhaustiva guía, inspirada en más de 40 estudios de caso, que incluye 100 medidas para la conservación de la biodiversidad en entornos urbanos –agrupadas en los ámbitos de gestión municipal, expansión urbanística, edificios e infraestructuras, zonas verdes, educación y participación ciudadana– para aunar esfuerzos y crear un mundo mucho más biodiverso y, por tanto, menos hostil.