Etiqueta: biodiversidad

Restaurar la naturaleza, el nuevo reto de Europa

La Comisión Europea ha aprobado recientemente una propuesta de Ley de Restauración de la Naturaleza con el objetivo de recuperar el 80% de los espacios naturales en mal estado del continente.

Las numerosas especies de plantas y animales que conformaban el medio natural de nuestro continente están desapareciendo a un ritmo vertiginoso. La principal causa es la actividad humana. Somos responsables de la pérdida de biodiversidad y tenemos la obligación de comenzar a comprender lo que implica para nuestras vidas.

El monocultivo y la ganadería intensiva, junto con la excesiva urbanización, están acabando con muchas especies animales y vegetales. El aumento de especies exóticas invasoras en nuestras ciudades y ambientes rurales también propicia una desaparición de especies autóctonas que deriva en un peligroso cambio del ciclo medioambiental. Nuestras urbes siguen funcionando a un ritmo que no se detiene, lo que supone una contaminación cada vez más agresiva, y el cambio climático comienza a evidenciar sus dramáticas consecuencias para los medios naturales que, hasta ahora, ejercían un muy necesario equilibrio en nuestros ecosistemas.

Entre 1997 y 2011, la merma de biodiversidad supuso pérdidas económicas anuales de entre 3 y 18 billones de euros para la Unión Europea

La importancia de mantener una biodiversidad rica y sana es indudable. Las plantas transforman la energía solar poniéndola a disposición de otras formas de vida. Las bacterias y otros organismos vivos ayudan a la descomposición de la materia orgánica en nutrientes que fertilizan los suelos. Los polinizadores son esenciales para la reproducción de las plantas y, por consiguiente, para nuestra sana alimentación. El agua de nuestros mares y ríos ejerce labores de eliminación de CO2.

Además, la inversión en restaurar la naturaleza proporciona beneficios económicos al garantizar la seguridad alimentaria, el clima y la salud humana. Se calcula que, entre 1997 y 2011, las pérdidas económicas anuales por la merma de la biodiversidad fueron de entre 3,5 y 18 billones de euros.

Por ello, atenta al deterioro alarmante de la naturaleza en nuestro continente, la Unión Europea promulgó, el pasado mes de junio, una propuesta para la primera ley cuyo objetivo explícito es la restauración de la naturaleza en los países que la conforman. La ambiciosa Ley de Restauración de la Naturaleza propone la recuperación urgente de bosques, tierras de labor agrícola, ecosistemas marinos, de agua dulce y urbanos. Igualmente, plantea la necesaria reducción del uso de plaguicidas químicos en un 50% de aquí a 2030. 

Esta restauración implica que los europeos vivamos y produzcamos sin romper la necesaria armonía con los medios naturales, y que logremos, de esta manera, reparar el 80% de los hábitats naturales en mal estado. El presupuesto que destinará la Unión Europea al desarrollo de esta normativa puede alcanzar los 100.000 millones de euros.

La propuesta de Ley de Restauración de la Naturaleza incluye los espacios urbanos debido a la importancia para la salud que supondría el aumento de arbolado en ellas

Entre las principales propuestas para alcanzar objetivos tan ambiciosos se encuentra la de revertir la disminución de polinizadores de aquí a 2030, y aumentarla al 5% antes de 2050. El beneficio para nuestros ecosistemas del cumplimiento de este objetivo sería indudable teniendo en cuenta que, como confirma la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), más del 75% de los cultivos alimentarios dependen de la polinización animal. 

También propone una eliminación de barreras fluviales que proporcione, de aquí a 2030, 25.000 km de ríos de caudal libre. La importancia de este objetivo radica en que proporcionaría a gran parte de nuestros ríos las condiciones adecuadas para adaptarse a las diversas perturbaciones y seguir proveyendo de bienes y servicios ecosistémicos a quienes habiten en sus cuencas. 

La actual degradación del suelo afecta a cerca del 70% de los terrenos agrícolas. Por ello, la propuesta de ley destaca la necesidad de aumentar en ellos la biodiversidad, promover una tendencia positiva para las mariposas de pradera, las aves de los medios agrarios y el carbono orgánico que se encuentra en los suelos minerales de las tierras cultivadas. Los beneficios de cumplir este objetivo incidirían de manera positiva en nuestra propia alimentación.

Asimismo, la propuesta legislativa tampoco ignora la necesidad de evitar pérdidas de espacios verdes en los entornos urbanos, por lo que plantea aumentarlos de aquí a 2050 al menos con un 10% de árboles en todas las ciudades y poblaciones del continente europeo.

Esta propuesta de ley, que responde al compromiso de la Estrategia sobre la Biodiversidad de promulgar con ejemplos prácticos la necesaria restauración de la naturaleza, es tan ambiciosa como necesaria. De todos depende poder cumplirla para lograr un mejor equilibrio natural en nuestras vidas.

La contaminación acústica silencia el mapa sonoro submarino

Featured Video Play Icon

Ballenas, calamares, tortugas o corales son algunos ejemplos de fauna marina que todos los días se enfrentan a un nivel de ruido medio de 95 decibelios, tres veces más de lo permitido en nuestras viviendas. El volumen llega a superar los 200db que registró la bomba de Hiroshima. ¿Estamos haciendo inhabitable el fondo del mar?

Los ecosistemas subterráneos, grandes olvidados de la naturaleza

Bajo el asfalto de Hawkins, un pequeño pueblo de Indiana (Estados Unidos), existe un mundo que pone en peligro la vida de todos. Es un reflejo literal de la misma ciudad, pero en una versión invertida y con aires demoníacos. Allí, los monstruos crecen silenciosos a la espera de dominar el mundo real, donde los humanos viven sin saber lo que ocurre ahí abajo, en el upside down (el mundo al revés).

Esta historia no es más que la sinopsis de la exitosa serie de ficción Stranger Things (Netflix), que relata las aventuras de un grupo de adolescentes contra las criaturas de esa realidad alternativa. Sin embargo, en el mundo real, sí que existe otro bajo nuestros pies del que sabemos poco, a pesar de que nuestra frenética actividad pone en peligro la vida de sus habitantes: los ecosistemas subterráneos.

Solo el 6,9% de los ecosistemas subterráneos se encuentran en zonas protegidas

Son los hábitats más extendidos del planeta y prestan servicios esenciales, tanto para el mantenimiento de la biodiversidad como para el bienestar humano. Hablamos de cuevas, grietas, aguas y suelos donde conviven especies de todos los reinos animales que nada tienen que ver con lo que tenemos aquí arriba. Desde insectos que parecen mágicos, como la recién descubierta hada de los bosques,  hasta crustáceos adaptados a vivir sin luz, como las batinelas.

También, aunque quedan cientos de especies de los ecosistemas subterráneos por descubrir, destacan algunos mamíferos como los murciélagos pero, sobre todo, la gran variedad de microrganismos que llevan a cabo una labor fundamental para mantener el equilibrio de esa delicada cadena trófica de los ecosistemas.

La lista de beneficios que aportan estos desconocidos es extensa. Algunos hongos y bacterias combaten patógenos que depuran el agua del subsuelo y luchan contra diversas plagas y enfermedades, mientras que otros organismos se encargan de captar dióxido de carbono y mejorar la capacidad de absorción del suelo. Por otro lado, los procesos digestivos de numerosas especies, como han indicado algunas investigaciones, aumentan el acceso a nutrientes de las plantas, recuperando hasta los suelos más degradados.

Sin embargo, a pesar de que el subsuelo, especialmente el tropical, contiene más especies sin descubrir que la superficie, existen muy pocos estudios científicos que exploren sus bondades, tal y como advertía recientemente Susana Pallarés, quien ha participado en uno de los trabajos más exhaustivos sobre la materia publicado en el Biological Reviews: «Dado que sabemos tan poco sobre estos ecosistemas, es imposible diseñar estrategias de conservación que los protejan».

Así, solo el 6,9% de este tipo de ecosistemas se encuentran en zonas protegidas. Y es de pura casualidad: si están vigilados es porque encima de ellos viven especies más conocidas en peligro de extinción. Por eso, el equipo del que forma parte Pallarés ha querido sentar las bases para poder dirigir mayores esfuerzos científicos a estos ecosistemas, analizando 708 artículos científicos publicados entre 1964 y 2021 sobre el tema para descubrir qué errores de cálculo se han cometido hasta ahora.

Los estudios científicos se han centrado solo en hábitats atractivos para el ojo humano, como las cuevas, y animales muy concretos, desoyendo por completo las necesidades del resto de especies

En primer lugar, destaca la desigualdad en la focalización de los estudios. En otras palabras, las escasas evaluaciones llevadas a cabo se han realizado en paisajes subterráneos atractivos para el ojo humano, como las cuevas terrestres, y con un sesgo claro hacia algunos animales en concreto. En cambio, las fisuras, las cavidades terrestres con conexión al mar a través de canales subterráneos y las cuevas marinas siguen inexploradas. Y de lo que no se ve, no se habla; por tanto, no existe. Así, pasan desapercibidas también las necesidades de decenas de microorganismos y plantas que juegan ese papel clave en el equilibrio del planeta.

El segundo problema: tampoco existe información sobre las amenazas. Al no estudiarse a fondo lo que vive allí es imposible explicar lo que lo pone en peligro. Pero, en realidad, los ecosistemas subterráneos se enfrentan silenciosamente a numerosos problemas, entre ellos, la perturbación del hábitat debido al turismo y la contaminación, el cambio climático y la sobreexplotación –España, un país rico en agua subterránea, es también la nación que más explota este recurso (en numerosas ocasiones, ilegalmente, como ocurre en Doñana)–. Los efectos pueden ser incluso más desastrosos que en la superficie, puesto que estas especies, al mantenerse bajo tierra, son mucho más delicadas a los cambios abruptos de sus hábitats.

Después de tantas décadas de ignorancia, ¿es realmente posible dirigir nuestra mirada del cielo al suelo? Según el grupo de investigadores, «no es necesario reinventar la rueda»; la mayor parte de las medidas actuales que funcionan en la protección de ecosistemas terrestres o marinos pueden aplicarse con éxito a lo subterráneo». No obstante, añaden, las futuras investigaciones sí que deberían centrarse en generar nuevas ideas para resolver problemas concretos de lo que ocurre allí abajo y, así, poder cambiar lo que hacemos desde arriba.

Precaución (con no atropellar fauna), amigo conductor

Featured Video Play Icon

La última campaña de la Dirección General de Tráfico ha puesto su foco en las más de 100 personas que fallecen al ser atropelladas en carretera cada año. Este drama se agrava si tenemos en cuenta que el atropello es también una de las principales causas de mortalidad para numerosas especies de fauna.

Incendios y la delicada recuperación de los ecosistemas

El fuego siempre aparece como uno de los protagonistas más indeseados del verano. Miles de hectáreas se calcinan cada año a causa del aumento de las temperaturas y sus consecuencias, algo agravado por el efecto del cambio climático: en la cuenca mediterránea, por ejemplo, el número de días de riesgo extremo de incendios se ha duplicado en los últimos 40 años. Un dato en el que no se incluyen aquellos de origen humano, ya sean accidentales o negligentes. Según cifras de Copernicus, el Programa de Observación de la Tierra de la Unión Europea, más de 75.000 hectáreas han sido calcinadas en la primera mitad de 2022 en nuestro país. Los incendios de Zamora, Salamanca, Cáceres o Barcelona nos están dejando importantes pérdidas, entre ellas la muerte del brigadista Daniel Muñoz, y paisajes calcinados que se extienden en el horizonte como un yermo de color negro, casi lunar. Y si ponemos la vista en el largo plazo, ¿cuáles son los efectos del fuego?

Los incendios forestales pueden crear impactos de gran complejidad sobre los ecosistemas en cuestión, ya que dependen de factores tan concretos y relacionados entre sí como el tipo de paisaje o la posterior respuesta de la vegetación. El aumento de la frecuencia de incendios, si se suma a factores como los periodos de sequía, puede generar impactos ambientales de largo recorrido, como la disminución de la productividad de los ecosistemas en cuestión, cambios negativos en las dinámicas de cultivo o, directamente, aparición de desertificación. No es de extrañar: el fuego no solo afecta a la flora y la fauna, sino también al propio suelo, el elemento que constituye la base misma de toda la vida forestal.

Más de 75.000 hectáreas han sido calcinadas en la primera mitad de 2022 en nuestro país

El suelo puede marcar la vida de una zona no solo a corto plazo, sino a lo largo de varios años. Entre sus funciones se encuentran aspectos tan esenciales como la retención del carbono, la purificación del agua, la regulación del clima o el propio suministro de alimentos, fibras y combustibles. De este modo, si un bosque se incendia, su suelo estará expuesto a la erosión del viento y el agua, sufriendo problemas como la pérdida material, la infiltración acuática o la desaparición de nutrientes. Los cimientos de la vida, así, se resquebrajan, complicando la recuperación del ecosistema.

Con la flora y fauna ocurre algo similar, y es que la recuperación, al igual que los efectos derivados de la catástrofe, puede durar años. Al fin y al cabo, un incendio puede cambiar drásticamente la composición de la cadena trófica (es decir, la alimentación interrelacionada entre seres vivos). Se trata de algo fundamental: de esta clase de dinámicas dependen también las distintas comunidades humanas. La flora, como el suelo, provee además un servicio fundamental, ya que absorbe las emisiones de gases de efecto invernadero. Así lo demuestran las cifras de los bosques europeos, que captan alrededor de 360 millones de toneladas de dióxido de carbono al año, un valor muy superior a las emisiones de un país como España, que emite algo más de 200 toneladas.

Un paso adelante, ¿dos pasos atrás?

Un incendio supone, en definitiva, un retroceso en los ecosistemas del lugar. Su magnitud, sin embargo, no depende tanto de la extensión del incendio como de su intensidad: si uno es extenso pero ligero, el efecto del fuego es suave, lo que provoca, por ejemplo, que los árboles no terminen de quemarse del todo (y que, por tanto, puedan rebrotar más fácilmente).

El número de días de riesgo extremo de incendios se ha duplicado en los últimos 40 años

El principal problema es que el cambio climático está aumentando la severidad de los incendios, lo que puede llevar a eliminar totalmente la vegetación y esterilizar completamente las zonas afectadas. Esto supone que una recuperación pueda llevar como mínimo decenas de años (e incluso siglos en algunos casos). Ni siquiera a través de una intensa reforestación y recolonización animal se puede acelerar el proceso, que conlleva en muchos casos la aparición de especies –tanto vegetales como animales– invasoras que pueden alterar los ciclos naturales de los bosques.

La sobrepesca lleva a tiburones y rayas a la extinción

Las voces que alertan sobre el fin del mundo no exageran, cada día hay especies nuevas al borde de la extinción debido a la explotación descontrolada de los recursos, además del cambio climático. Y, ahora mismo, entre las que más padecen la vorágine de las actividades humanas se encuentran los tiburones y las rayas.

Las malas noticias provienen de un reciente estudio de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), un organismo que publica su lista roja de las especies más amenazadas del planeta, y entre algunas de sus conclusiones está que más de un tercio de todas las especies de tiburones y rayas están en peligro de extinción. ¿La causa? Principalmente la sobreexplotación humana de los océanos. Actualmente, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, se capturan aproximadamente 800.000 toneladas de tiburones cada año, aunque la cifra real podría ser cuatro veces mayor según otros estudios.

Actualmente, todas las especies de tiburones y rayas ya están en peligro de desaparecer

Desde hace años la UICN viene alertando de la fragilidad de estas especies y señalando que su lamentable situación se incrementa año tras año. La principal razón es la falta de control por parte de las autoridades locales del usufructo de los recursos marinos. Por otra parte, un informe de la ONU ha publicado que la vida marina está llegando a límites catastróficos por la siguiente razón: la imparable acidificación de los océanos, un fenómeno causado por los desechos tóxicos vertidos en ellos y que está llevando hasta el extremo la supervivencia de los arrecifes de coral. De acuerdo con ese documento, pese a que los arrecifes sólo representan el 1% de la vida marina, el 25% de las especies depende de ellos. Ambos contextos son el resultado de que hoy el 32% de los tiburones y las rayas estén frente a la vulnerabilidad máxima y en riesgo de desaparecer.

Siguiendo la misma línea, la organización WWF sostiene que no sólo están amenazadas algunas especies de estos depredadores marinos sino que son todas ellas. También señala que el número de especies amenazadas se ha duplicado y las que están en peligro crítico se han triplicado. Y avisa con preocupación: “La crítica situación de estas especies ha encendido todas las alarmas. Estamos a punto de empezar a perder este antiguo grupo de criaturas, especie por especie, aquí y ahora. A partir de este momento, necesitamos una acción mucho más contundente por parte de los gobiernos para limitar la pesca y hacer que estos animales, indispensables para mantener el equilibrio de los ecosistemas marinos, se alejen del borde del abismo”.

Control y límites a la captura

La problemática nace de que los esfuerzos de los gobiernos regionales se están viendo rebasados por el descontrol que favorece a las embarcaciones procedentes de países que siguen capturando tiburones y rayas sin límite alguno. En pocas palabras, las medidas que van en dirección correcta hacia a la protección de las especies marinas no logran ponerse en marcha, pues aún no hay un control en el número de capturas, como tampoco existen sanciones efectivas correspondientes a esta sobreexplotación de los recursos marinos.

La vulnerabilidad de estas especies se ha triplicado durante la última década.

Otro dato duro incluido en el informe de la UICN es el siguiente: los tiburones y las rayas son el segundo grupo de vertebrados más amenazado del planeta. A este respecto, WWF también remarca que, desafortunadamente, los esfuerzos de los gobiernos siguen siendo insuficientes y “todos los países y organismos regionales de pesca que capturan tiburones deberían de intensificar y asumir su responsabilidad”.

En resumen, todo son llamadas de alerta para proteger a estas especies. Aún estamos a tiempo de evitar su desaparición.

Las mariposas, biomarcadores de salud de los ecosistemas

Featured Video Play Icon

El conocido “efecto mariposa” nos dice que un pequeño cambio en apariencia inocuo en un lugar puede tener consecuencias considerables en otro espacio. No es casual el animal elegido para el nombre de este efecto ya que las mariposas son claves para sostener la salud de los ecosistemas e indicar la calidad ambiental. Cualquier problema en la especie tiene numerosas repercusiones.

Los arrecifes de coral, pieza clave en los ecosistemas marinos

Si se piensa en el total de su presencia en los fondos marinos, los arrecifes de coral podrían parecer poco relevantes. Al fin y al cabo, solo ocupan el 0,2% de los lechos marinos, una cantidad mínima en la inmensidad de los mares. Sin embargo, y por muy baja que pueda parecer esa cifra, la importancia de los arrecifes de coral para mantener los ecosistemas marinos es decisiva y los efectos de su desaparición serían nefastos para el medio ambiente.

En lo que llevamos de 2022, se ha decolorado el 90% de la Gran Barrera de Coral

El estudio The Sixth Status of Corals of the World: 2020, elaborado por la Red Mundial de Vigilancia de los Arrecifes Coralinos en 2021, es el análisis más ambicioso que se ha hecho del estado de los arrecifes de coral hasta el momento.  «Las conclusiones son buenas y malas a la vez», aseguraba en la presentación de resultados Paul Hardisty, el director ejecutivo del Instituto Australiano de Ciencias Marinas.  «Existen tendencias claramente inquietantes que apuntan a una pérdida de corales y cabe esperar que esta situación continue mientras persista el calentamiento del planeta», aseveraba, recordando que el calentamiento global resulta nefasto para la supervivencia de los corales, pero añadiendo que algunos arrecifes habían mostrado ciertos patrones de recuperación.

Estos resultados van en línea con la visión de la Unesco, que alertó hace escasas semanas de que el proceso de blanqueamiento de los arrecifes de coral está siendo «mucho más rápido» de lo que se preveía. Solo en lo que llevamos de 2022, más del 90% de los arrecifes de la Gran Barrera de Coral se han decolorado. Esta pérdida de su tonalidad es uno de los síntomas visibles de la mala salud de los arrecifes de coral y el Instituto Australiano de Ciencias Marinas lo vincula directamente al cambio climático llegando a decir que los corales «se hierven vivos» por las elevadas temperaturas del mar. Por otro lado, la sobrepesca, la caída de la calidad del agua y el desarrollo excesivo en los litorales lastran los ecosistemas marinos y afectan también directamente a los arrecifes de coral.

Los arrecifes de coral son una fuente de alimentos y resultan clave en la fabricación de medicinas y la lucha contra la erosión del litoral

La importancia de los arrecifes

La pérdida de los arrecifes de coral tiene consecuencias directas para la población mundial. A pesar de su peso reducido en el total de los fondos marinos, una cuarta parte de todas las especies marinas viven en ellos. Además de ser una fuente de alimentación para la población global, los arrecifes también son cruciales para la fabricación de medicamentos y juegan un papel clave contra la erosión de las costas, ya que sirven de protección frente al oleaje durante tormentas, huracanes o tsunamis.

La Unesco insiste ahora en la importancia de trabajar para atajar el problema y recuperar estos ecosistemas. «El calentamiento global hace que las prácticas locales de conservación de los arrecifes ya no sean suficientes para proteger los ecosistemas de arrecifes más importantes del mundo», advierte Fanny Douvere, jefa del Programa Marino del Centro del Patrimonio Mundial de la Unesco, recordando que, aun así, la recuperación sí es posible si se toman ya medidas firmes. El organismo ha presentado un plan de emergencia para salvar los corales, que se centrará en reducir las presiones locales y aumentar la inversión en «estrategias de resiliencia climática».

Los primeros bosques que habitaron la Tierra (y construyeron nuestro clima)

En el bosque del Guangdedendron, ubicado en la provincia china de Guangde, los árboles no superaban los siete metros de altura. Crecían poco a poco, como si les avergonzara que la luz del sol mostrara sus hojas al mundo. Pocos serían los testigos de este tesoro natural. Ni siquiera los dinosaurios paseaban por él, porque no existían. Hablamos del bosque más antiguo jamás registrado en Asia y probablemente uno de los primeros de la historia de la Tierra. Con una superficie de 250 metros cuadrados y 365 millones de años de antigüedad, Guangdedendron ha desvelado información sobre cómo se desarrollaron los sistemas de raíces de los bosques modernos hasta configurar los 4.000 millones de hectáreas forestales que en la actualidad cubren un 30% de la superficie terrestre.

De su existencia no hemos sabido hasta ahora, cuando un grupo de investigadores descubrió varios fósiles de este tipo de árbol ya extinto que da nombre al bosque. Era alto, delgado, verde, sin flor, con ramas curvas que caían hacia el suelo y con megaesporas que le permitían reproducirse. Junto a él crecieron otras especies, de las que el único antepasado que conservamos es el Archaeopteris. Todas y cada una de ellas dieron forma a los árboles que proporcionan nuestro oxígeno hoy.

Antes de los primeros bosques, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera era de 2.000 ppm; hoy es de 413 ppm

Si bien el de Guangdedendron es el descubrimiento más reciente, a la hora de hablar de los primeros bosques también se deben mencionar el bosque de Cairo (en Nueva York), del que la Universidad de Cardiff encontró hace más de 10 años fósiles de plantas extintas hace más de 300 millones de años, y el de Gilboa (también en Nueva York), considerado hasta ahora la muestra de árboles fosilizados más antigua del mundo, a la que se le calculan 385 millones de años.

¿Por qué son tan importantes estos hallazgos? Conocer el origen de estas zonas siempre ha sido un trabajo arduo para la comunidad científica. Es difícil seguir el rastro de especies vegetales que han vivido incluso más que los propios dinosaurios, de los que ya es de por sí complicado recabar información. Pero merecen el esfuerzo. Sin esos bosques, la vida no hubiese existido en la Tierra –o, al menos, no tal y como la conocemos–: su función termorreguladora, resultado de la captación de carbono, fue la responsable de llenar la atmósfera de oxígeno, reduciendo la presencia de dióxido de carbono, suavizando las temperaturas de las superficies terrestres y marinas (al igual que los fenómenos meteorológicos) y estabilizando el ciclo natural del agua. Conviene conocer su historia para saber cómo protegerlos.

Antes de los primeros bosques existieron también los helechos y otros tipos de arbustos más pequeños que contribuyeron, de cierta forma, a rebajar la temperatura del planeta. A medida que evolucionaron por la propia ley de la naturaleza, se convirtieron en árboles cada vez más altos, marcando el ritmo del descenso de la temperatura del planeta y motivando, así, la aparición de más especies vegetales que contribuyeron, a su vez, a este cometido.

La deforestación ha acabado ya con más de 178 millones de hectáreas de bosque desde 1990

Hay un dato que ilustra a la perfección el papel clave que jugaron los primeros árboles de la historia: antes de su aparición, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera era de casi 2.000 ppm (partes por millón). En el presente es de solo 413 ppm. En otras palabras, los árboles cambiaron el curso de la historia de la vida refrescando el planeta y propiciando la aparición de los glaciares y el hielo de los polos, fundamentales también para continuar manteniendo la temperatura del globo a raya.

En los últimos años, la comunidad científica ha aludido reiteradamente al origen de los bosques para concienciar sobre la importancia de protegerlos de la deforestación, que ha acabado ya con más de 178 millones de hectáreas de bosque desde 1990, como calculan las Naciones Unidas. Actualmente, África tiene la mayor pérdida neta de bosques de la última década (3,9 millones de hectáreas) seguida de América del Sur (2,6 millones de hectáreas), con Brasil, Bolivia y Paraguay entre los diez principales países que más árboles han visto desaparecer desde entonces.

Si bien es cierto que hace dos años se registró una reducción en la tala de árboles y un aumento de las zonas protegidas, el experto de la ONU Anssi Pekkarinen ha advertido que «necesitamos fortalecer nuestros esfuerzos para hacer más en menos tiempo. Ahora mismo, tardaremos 25 años más en acabar con la deforestación, cuando nos habíamos propuesto hacerlo para 2020».Mientras tanto, la historia de los bosques ha añadido una nueva página. Otro grupo de investigadores, esta vez del Servicio Geológico de China, ha descubierto algo nuevo en un sumidero a 192 metros de profundidad. Y tiene vida: es un bosque subterráneo que alberga árboles antiguos de 40 metros de altura y malezas de la altura de una persona que podría contener especies vegetales y animales desconocidas para la ciencia. Lo han bautizado con un nombre mandarín, tiankeng. El pozo celestial.

Proteger las plantas para proteger la vida

Featured Video Play Icon

Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO), las plagas y enfermedades de las plantas provocan la pérdida de hasta el 40% de los cultivos alimentarios a nivel mundial. Por ese motivo, en 2021 Naciones Unidas estableció el 12 de mayo como el Día Internacional de la Sanidad Vegetal.