Etiqueta: biodiversidad

La sostenibilidad de las montañas

Featured Video Play Icon

La Organización de las Naciones Unidas ha declarado 2022 como el Año Internacional del Desarrollo Sostenible en las Montañas. Una ocasión para hacer frente a los efectos del cambio climático en los sistemas montañosos con medidas y políticas concretas.

Del Siglo XVIII a nuestros días: la pesca de arrastre y sus consecuencias

A pocas millas de la costa española, en el Mediterráneo, buzos se sumergen cargados con linternas y una bombona de oxígeno a la espalda. No buscan ningún tesoro, sino una red de arrastre abandonada en el fondo del mar. Es normal que las redes de arrastre duren muchos años pegadas a rocas y algas. Lo que pocos saben es que podría tener más de trescientos años.

La pesca de arrastre es una de las técnicas de pesca masiva más antiguas y desde sus inicios la inquietud por su impacto ambiental ha estado presente. Una preocupación que ya en el s. XVIII impulsó iniciativas de conservación como el proyecto ‘Colección de los peces y demás producciones de los mares de España”. Una serie de grabados y calcografías que pretendían servir como inventario de la fauna marina autóctona de la época. La colección, presentada al monarca Carlos III por el Conde de Floridablanca y llevada a cabo por Antonio Sáñez Reguart, tenía como objetivo preservar las especies que vivían en el fondo marino que estaban siendo mermadas por la pesca de arrastre.

El 80% de las pesquerías del Mediterráneo están sobreexplotadas

Esta colección es un ejemplo pionero de estudio y conservación de especies marinas amenazadas en nuestro país y sirvió de crítica hacia prácticas con grave impacto ambiental como la pesca de arrastre. Pero no es la única. En 1822, el político Roque Barcia Ferraces de la Cueva imprimió su ‘Pequeña memoria de grandes desaciertos sobre la Pesca’ en el que cuestionaba el uso que se empezaba a hacer en la costa de Huelva de técnicas de arrastre introducidas por los pescadores catalanes y valencianos. Estas son solo algunas muestras que indican que la conciencia medioambiental y la preservación de la biodiversidad no es una tendencia de nuestros días, viene de lejos.

Pérdida de biodiversidad

Según datos de Naciones Unidas, “los océanos son una de las principales reservas de biodiversidad en el mundo. Constituyen más del 90% del espacio habitable del planeta y contienen unas 250.000 especies conocidas y muchas más que aún quedan por descubrir, ya que todavía no se han identificado más de dos tercios de las especies marinas del mundo”. Su equilibrio es fundamental para el bienestar de los ecosistemas terrestres y juegan un papel clave en la salud global del planeta y el bienestar social. Sin embargo, el 80% de las pesquerías del Mediterráneo están sobreexplotadas, entre las que se incluyen también los depredadores marinos. Esta ausencia de depredadores, por ejemplo, es responsable del aumento de las medusas que, cada verano, sufren los bañistas en el Mediterráneo. Según la organización WWF, las poblaciones mundiales de especies de vertebrados han disminuido una media del 68% desde los años setenta debido a la actividad humana.

La FAO apunta directamente a la sobrepesca como una de las causas más importantes de la destrucción de los ecosistemas marinos

Por eso, ahora la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando recupera proyectos pioneros como esta ‘Colección de los peces y demás producciones de los mares de España’. Se trata de una exposición que mira al pasado para arrojar luz sobre el presente y los retos a los que debemos hacer frente. En este sentido, la búsqueda de sistemas sostenibles de pesca es esencial para garantizar la biodiversidad. De hecho, la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, apunta directamente a la sobrepesca como una de las causas más importantes de la destrucción de los ecosistemas marinos. Técnicas como la pesca de arrastre destruyen entornos naturales maduros y eficientes, para dejar otros ineficientes. La pérdida de la biomasa, es decir, la cantidad total de materia viva presente en un ecosistema, es tremendamente nociva para el medio ambiente. La sobrepesca afecta a las especies animales: las técnicas de arrastre no discriminan qué animales quedan atrapados ni su estado de crecimiento; pueden ser crías que todavía no han podido desarrollarse o especies adultas cuya captura impide que vuelvan a reproducirse. Por ejemplo, peces como el atún han visto cómo se reducían sus comunidades hasta en un 95% según Greenpeace. Junto a estas especies otras  como el rape, la merluza, el lenguado o la platija también se han visto afectadas. Una situación que se agrava, si tenemos en cuenta que cuando se echan las redes al mar, hasta el 70% de los peces capturados son de otras especies que se desechan y que mueren antes de ser devueltas.

Mirando atrás, a finales del siglo XVIII, cuando el Conde de Floridablanca inició el proyecto de conservación pictórica de especies en peligro de extinción por la pesca de arrastre probablemente no se imaginara que, varios siglos después, su obra serviría como inspiración para la defensa de los ecosistemas marinos y su biodiversidad. Hoy, cuando el problema de la sobreexplotación de especies ha alcanzado cifras que amenazan el equilibrio no solo del ecosistema marino sino del todo el planeta, debemos poner en marcha medidas que frenen de manera inmediata prácticas como la pesca de arrastre. Impulsar iniciativas en este sentido y destinar recursos para la recuperación de especies y para el desarrollo de sistemas de desarrollo sostenibles es ahora, sin duda, más importante que nunca.

Pueblos indígenas, los necesarios guardianes del Amazonas

“Los pueblos indígenas son una extensión de la naturaleza, y la naturaleza es una extensión de nosotros”. Una frase que revela una realidad incuestionable. ¿La autora? Samela Awiá, uno de los rostros jóvenes del ambientalismo amazónico, y descendiente del pueblo Sateré-Mawé. Esta brasileña de 24 años, comunicadora y artesana además de estudiante de biología,  se ha dedicado como tantos otros activistas a denunciar la deforestación del Amazonas –considerado como el ‘pulmón del planeta’– y ha defendido que los mejores protectores del inmenso tesoro natural que ahí se resguarda son los pueblos originarios. Samela es parte de la generación que puede ser la última con la posibilidad de frenar lo que no pocos científicos han tildado de ‘un cataclismo medioambiental’: sin el Amazonas, la catástrofe será irremediable.

 En 2021 el Amazonas perderá 860.000 hectáreas, superficie similar Puerto Rico

Unas semanas antes de que se celebrara la COP26, el Proyecto de Monitoreo de la Amazonas Andina (MAAP) –una iniciativa de la organización Conservación Amazónica, y apoyada por la Agencia Espacial Europea, y NORAD, la agencia noruega para la cooperación y el desarrollo– publicó un informe con una preocupante predicción: cuando acabe este año  el Amazonashabrá perdido más de 860.000 hectáreas, una superficie equivalente a la de Puerto Rico Estamos hablando de un fenómeno que afecta aparentemente a tres países, Brasil, Perú y Colombia (de los que sólo el primero es responsable del 79% de esa deforestación), pero que en realidad pone en riesgo a toda la población del planeta.

Entonces, ¿quién puede proteger y recuperar esos hábitats naturales? La respuesta es simple: quienes allí han vivido desde tiempos ancestrales, porque, como indica Samela, “ellos dependen de la biodiversidad para sobrevivir; son parte de la naturaleza y ésta es parte de ellos. No están motivados por la codicia que motiva la destrucción ambiental”.

Evidencias de una sostenibilidad milenaria

En junio de este año, una investigación publicada en el diario científico Proceedings of the National Academy of Sciences (Estados Unidos) reveló que los pueblos indígenas amazónicos hicieron un uso sostenible de los recursos naturales del Amazonas durante 5.000 años, antes de la llegada de los europeos. Principalmente, el estudio exponía que no se encontraron evidencias de que los pueblos originarios hubieran talado o quemado sus tierras causando daños irreparables en el medio ambiente como los que vemos en la actualidad. Y concluyó que los primeros habitantes de la Amazonia Occidental de Perú convivían con las selvas de una manera sostenible, formando parte del mismo entorno.

Por otro lado, el informe ‘Los pueblos indígenas y tribales y la gobernanza de los bosques’ de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), evidenció que los bosques de América Latina y el Caribe, custodiados por comunidades indígenas, “contienen casi el 30% del carbono almacenado en los bosques de América Latina y el 14% del carbono de los bosques tropicales de todo el mundo”. Además de sus bosques, el informe destaca como ejemplo que “los territorios indígenas de Brasil tienen más especies de mamíferos, aves, reptiles y anfibios que todas las áreas protegidas del país fuera de estos territorios”.

Protectores ancestrales en defensa de la naturaleza 

Desde hace décadas, los indígenas han tenido que emigrar a zonas urbanas, debido a la sobreexplotación de los recursos de sus tierras. En la Amazonia brasileña, muchos pueblos originarios aún están presentes en el 13% del territorio, pero la presión por parte de los grandes intereses ganaderos y de la explotación de la selva amenaza su supervivencia.

Durante 5.000 años los pueblos originarios del Amazonas convivieron de manera sostenible con el entorno, hasta la llegada de los europeos

Aunasí, quienes allí resisten el embiste del capitalismo más salvaje, se aferran a la defensa de los ecosistemas y la biodiversidad porque se consideran parte de lo mismo. “La emergencia medioambiental no sólo es para nosotros. Pedimos a los gobiernos del mundo que nos ayuden a proteger nuestro territorio, que es también el territorio de la humanidad. Porque si la selva amazónica desaparece, morirá gente en todas partes, así de simple”, declaró José Gregorio Díaz Mirabal, líder venezolano del pueblo amazónico Kurripako en el congreso mundial de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), en Marsella, en septiembre de este año. Él es el coordinador de la COICA (Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica) que representa a más de dos millones de personas pertenecientes a nueve organizaciones indígenas.  “Esto es riqueza para Estados Unidos, Europa, Rusia y China, pero es pobreza para nosotros”, también dijo Díaz Mirabal, en referencia a la explotación de uranio, oro y petróleo en la zona.

Sin duda, la conservación de los bosques es una piedra angular para la solución a la crisis medioambiental. Y los esfuerzos no sólo pueden quedar a nivel gubernamental. Los grupos indígenas forman parte indiscutible de la solución. Esa es la opinión de Gretel Aguilar, CEO de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Durante las Jornadas de Sostenibilidad 2021 del Grupo Red Eléctrica de Madrid, sostuvo: “hay que hacer un esfuerzo especial para incluir a los grupos marginados y, sobre todo, para que las mujeres, los jóvenes, las comunidades locales y los pueblos indígenas participen en las inversiones que pongan en práctica soluciones basadas en la naturaleza. De esta manera tendremos una verdadera recuperación económica duradera que contribuya al bienestar humano y a reducir la desigualdad y las presiones sobre el planeta”.

¿Cuál es la solución para llegar a 2050 con una perspectiva optimista sobre el futuro de todos en el planeta? La respuesta sigue siendo compleja, pero la participación de quienes, desde tiempos ancestrales, han hecho de las selvas en América Latina un hábitat y un ecosistema resulta imprescindible en la ecuación.

Proteger los bosques, la nueva prioridad de Europa

El continente europeo parece destinado a ver cubierta su superficie de un intenso color verde. Más allá de un concepto retórico, esta vez su literalidad es absolutamente precisa, y es que la Unión Europea prepara, con esta perspectiva, su futura estrategia forestal. Un proyecto que centra su horizonte en el año 2030, una fecha en la que se ha de cumplir también una profunda reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero respecto a los niveles de 1990. La adopción de una nueva estrategia de tal calibre –sustituyendo la aprobada en el año 2013– da fe de la ambición del continente en términos ecológicos.

En la actualidad las superficies boscosas ya ocupan más del 43,5% del suelo europeo absorbiendo, a través de ella, el 10% de las emisiones generadas. Aunque con la predominancia del estilo de vida urbano, las áreas forestales son imprescindibles para el desarrollo de la vida tal y como todos la conocemos. De hecho, así lo defiende el propio texto elaborado por la Comisión Europea: «Dependemos de los bosques para el aire que respiramos y el agua que bebemos, y su rica biodiversidad y su sistema natural único son el hogar y el hábitat de la mayoría de las especies terrestres del mundo. Son un lugar en el que conectar con la naturaleza, lo que nos ayuda a reforzar nuestra salud física y mental, y son fundamentales para conservar zonas rurales dinámicas y prósperas».

Bruselas se ha comprometido a plantar más de tres mil millones de árboles antes de 2030 y a proteger las superficies boscosas actuales, que ocupan más del 43,5% del suelo y absorben el 10% de las emisiones generadas

Más allá del componente ético que se halla en la salvaguardia de la naturaleza, ha de tenerse en cuenta que los bosques desempeñan un papel protagonista no solo en la salud, sino también en la economía: proporcionan alimentos, medicinas, materiales y agua limpia. La situación actual, sin embargo, no es especialmente halagüeña. La salud forestal es cada vez más frágil, con una creciente exposición al calor que aumenta constantemente y que, a su vez, incrementa el riesgo de incendios. Según defiende Frans Timmermans, vicepresidente ejecutivo de la Comisión Europea responsable del Pacto Verde Europeo, «los bosques europeos están en peligro. Por ello trabajaremos para protegerlos y restaurarlos, mejorar la gestión forestal y apoyar a los silvicultores y a los guardianes forestales. A fin de cuentas, todos formamos parte de la naturaleza». La industria relativa a estos ecosistemas es clave para los Estados miembro: alrededor de un 20% de todas las empresas manufactureras de Europa están vinculadas con la industria maderera. A ello se suma que su buen mantenimiento es también fundamental con la ambición principal de la Unión Europea: la de convertirse en el primer continente climáticamente neutro en el año 2050.

Una estrategia a largo plazo

Entre los pasos a seguir desde Bruselas se encuentra la plantación de más de tres mil millones de árboles hasta el año 2030. Con acciones como esta, la nueva estrategia forestal pretende ser uno de los ejes principales del Pacto Verde europeo (el plan de ruta continental que marca los objetivos en torno a la biodiversidad y el clima).

España, con un 55% de la superficie ocupada por bosques, será uno de los países más favorecidos por las medidas tomadas por la UE

No obstante, no solo se trata de promover la ampliación del territorio forestal; se trata, también, de proteger el que aún permanece en pie. Por ello, gran parte de la estrategia recoge el compromiso, esgrimido en diversas ocasiones, de proteger los bosques primarios y antiguos de la Unión Europea. La conservación, claro, no implica la construcción de decorados forestales. Los bosques seguirán alimentando las necesidades económicas de los Estados miembro, si bien exclusivamente a través de principios sostenibles y eficaces como la reutilización y el reciclaje.

Así, el enfoque pretende ser total en lo que respecta tanto a su uso como a su protección, lo que conllevará, tal como está estipulado, una armonización entre todos los países europeos. España, por su parte, es uno de los países más favorecidos con este paquete de medidas, ya que actualmente más de la mitad de su superficie –exactamente, un 55%– se halla ocupada por bosques.

El objetivo, en definitiva, es otorgar una nueva vida a las áreas forestales, lo que implica obtener beneficios como un mayor sumidero de carbono y un aire más puro, entre otros. Es el inicio de una larga lucha contra el cambio climático cuyos efectos, hoy, ya se pueden ver. Es el caso de los incendios particularmente agresivos o la creciente llegada de especies invasoras. La nueva estrategia pretende fijar, así, las nuevas raíces del futuro continente: un lugar que, parece, será más justo.

España, un enclave único para la conservación del buitre en Europa

Sorprende la mala reputación de un animal cuya existencia es vital para el mantenimiento del ecosistema. Imaginemos qué ocurriría en nuestras ciudades si no tuviésemos un servicio de limpieza. Las consecuencias para el medio ambiente serían igual de dramáticas si los buitres desaparecieran. Su labor de mantenimiento, al alimentarse de los animales muertos en entornos naturales, es de vital importancia para evitar la propagación de enfermedades infecciosas no sólo entre la fauna circundante sino también entre los humanos. Además, estas aves favorecen el desarrollo económico de muchas pequeñas localidades que se sostienen gracias al turismo ornitológico. 

El 90% de la población de buitres europeos nidifica en España

En Europa existen cuatro especies de buitre para las que España es un enclave singular, siendo el único territorio europeo donde nidifican todas ellas. Según datos de SEO/BirdLife, en nuestro país se reproduce el 98% de los buitres negros, el 94% de los buitres leonados, el 82% de los alimoches y el 66% de los quebrantahuesos. De estas cuatro especies, únicamente el buitre leonado permanece a salvo del riesgo de desaparición, ya que, en base a datos proporcionados por el Catálogo de Especies Amenazadas del Ministerio para la Transición Ecológica, tanto el alimoche como el buitre negro se encuentran en situación vulnerable y el quebrantahuesos en peligro de extinción. Nuestro país, por tanto, se convierte en un espacio esencial para su subsistencia.

Lamentablemente, la intervención humana sigue siendo el principal motivo de su progresiva desaparición. El furtivismo y la utilización de cebos envenenados, son riesgos ya históricos para estas aves. Pero, además, en los últimos años, se han producido eventos de mayor gravedad para sus vidas. La crisis de las vacas locas propulsó normativas europeas que prohíben a las explotaciones ganaderas abandonar en el campo los restos de animales muertos, eliminando así un acceso al alimento vital para los buitres. La aprobación en España, en 2013, del uso del diclofenaco, un antiinflamatorio de alta toxicidad que se provee al ganado y que ya acabó con el 95% de buitres asiáticos en India y Pakistán, supuso un mazazo para las esperanzas de vida de estas aves. Además, se siguen utilizando fitosanitarios prohibidos por la Unión Europea para el control de plagas en cultivos que provocan catástrofes como la reciente muerte por envenenamiento de 55 buitres en nuestro país. Por último, un reciente estudio de la Estación Biológica de Doñana (EBD – CSIC) junto a cinco institutos de investigación y universidades advierte de la mortalidad de estas aves por estrés y envejecimiento celular originado por la intervención humana y la alta densidad de población en ciertas zonas de la península.

El buitre supone una barrera contra la propagación de enfermedades infecciosas

Afortunadamente, crecen las iniciativas de diversas organizaciones no gubernamentales para poner freno a su desaparición. Estas son algunas:

SEO/Birdlife. Desde esta organización conservacionista llevan años realizando censos de ejemplares en nuestro territorio, así como desarrollando campañas de concienciación social y solicitando formalmente, ante las autoridades, la modificación de toda legislación lesiva para estas aves.

El Grupo de Rehabilitación de la Fauna Autóctona y su Hábitat (GREFA). Desde 1992 llevan desarrollando, con gran éxito, su proyecto Monachus, orientado a la reintroducción de la especie de buitre negro en diversas zonas de la geografía española en que estaba extinta.

Acción por el Mundo Salvaje (AMUS). Lidera un ambicioso proyecto de conservación y custodia del hábitat del buitre negro en Extremadura que incluye la instalación de comederos, censo de ejemplares y campañas de sensibilización, así como el funcionamiento de un Hospital de Fauna Salvaje.

Todas estas organizaciones, junto con muchas otras, celebran este 4 de septiembre el Día Internacional de los Buitres para recordarnos la importancia de preservar las distintas especies de buitres que habitan nuestro planeta y cuyo desarrollo es imprescindible para la vida natural y para nuestra propia sociedad.

Por qué urge proteger los océanos (y así protegernos)

El filósofo, matemático y físico francés Blaise Pascal dejó por escrito siglos atrás, que el menor movimiento es de vital importancia para toda la naturaleza. “El océano entero se ve afectado por una piedra”, señaló. Imaginemos pues, que eso que afecta al océano no es algo inerte como una piedra, sino miles y miles de redes de arrastre moviéndose a diario para extraer de las profundidades marinas todo tipo de peces. ¿Acaso no afecta eso a los océanos? ¿Y a la naturaleza en general?

Los océanos –que suponen cerca del 96,5% del volumen de agua total de la superficie de la Tierra– son una de las principales reservas de biodiversidad en el mundo. Albergan ni más ni menos que 250.000 especies identificadas y muchas otras aún sin identificar, porque si algo sabemos de los océanos es que conocemos solo una ínfima parte.  Lo que sí sabemos con  certeza es que son esenciales para el funcionamiento saludable del planeta; puesto que suministran la mitad del oxígeno que respiramos los humanos y absorben casi un 30% de las emisiones de CO2. Huelga recordar que los ecosistemas marinos también  proporcionan alimento a millones de personas, así como servicios como agua limpia o protección contra catástrofes extremas, como hacen por ejemplo los ecosistemas manglares. 

El 20% de los arrecifes de coral mundiales han desaparecido, y el 24% restantes están en peligro de desaparecer.

Por este motivo, Naciones Unidas, así como diversos organismos dedicados a la protección medioambiental, han mostrado su preocupación por la presencia de basura marina y por ciertas prácticas, como la sobreexplotación pesquera, la pesca ilegal o el uso de técnicas como el arrastre, que recogen no solo peces, sino todo lo que encuentran en su camino desestabilizando los ecosistemas. De hecho, en los últimos 30 años, el consumo de pescado se ha duplicado en todo el mundo. Esto ha provocado que cerca del 90% de las reservas de peces estén sobreexplotadas, según el último informe de la FAO

Precisamente, para reducir el gran impacto ambiental y económico que tienen estas actividades, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU fomenta conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, los mares y los recursos marinos. Es cierto que, durante siglos, el mar ha sido uno de los mayores vectores para el desarrollo y el bienestar, y ha sido utilizado como una fuente inagotable de recursos. Sin embargo, la explotación sin control y la contaminación han producido daños irreparables en los ecosistemas. Basta sino fijarse en cómo en las últimas décadas han desaparecido el 20% de los arrecifes de coral mundiales y el 24% de los arrecifes restantes está en peligro inminente de desaparición.  

Se calcula que el 61% del total del producto interno bruto del mundo proviene del océano

Frenar la pérdida de biodiversidad es esencial para garantizar la supervivencia del planeta, pero también para velar por nuestra salud. Y es que la mayoría de los asentamientos humanos se han establecido a lo largo de la historia cerca de la costa. Concretamente, el 38% de la población mundial vive a menos de 100 km de la costa y el 44% a menos de 150 kilómetros, según datos de la ONU. Los datos, no obstante, llegan a ser incluso más ilustrativos sobre lo esencial que son los océanos para el desarrollo de la vida: el Banco Mundial calcula que aproximadamente el 61% del total del producto interno bruto del mundo proviene del océano y de las zonas costeras situadas a menos de 100 kilómetros del litoral. En definitiva, para miles de millones de personas -entre un 10% y un 12% de la población mundial- los océanos, la pesca y la acuicultura son esenciales para su propia subsistencia. En este sentido, garantizar unos ecosistemas marinos saludables supone luchar también por otro objetivo global: erradicar la pobreza. 

Aún es posible vivir en armonía con los océanos

A pesar del evidente deterioro de los océanos, en los últimos años se han activado múltiples iniciativas para conservar y restaurar los ecosistemas marinos. Concretamente, hace ya una década, 193 países pertenecientes a la Conferencia de las Partes (COP) firmaron el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB), un tratado internacional jurídicamente vinculante con el objetivo de conservar la diversidad biológica, utilizar sus componentes de manera sostenible y repartir los beneficios extraídos de los recursos de manera justa y equitativa. Entre las misiones recogidas en este Convenio se encuentra precisamente la de proteger la diversidad de hábitats y especies marinas.

En la misma línea, compañías como el Grupo Red Eléctrica se han comprometido también a proteger y recuperar estos espacios. Concretamente, la compañía ha desarrollado 'Bosque Marino', un proyecto pionero a nivel mundial con el que ha restaurado dos hectáreas de praderas de posidonia oceánica en las costas de Mallorca (bahía de Pollença), una planta autóctona del Mediterráneo con más de 100.000 años de vida y que es una de nuestras fuentes principales de oxígeno y conservación de los ecosistemas. De hecho, se calcula que una hectárea de posidonia genera cinco veces más que una de la selva del Amazonas.

A tiempo de recuperar nuestros ecosistemas

¿Sabías que solo el 3% de los ecosistemas terrestres sigue intacto? Así lo señala el último estudio sobre la situación de la biodiversidad de la Tierra, publicado por la organización Frontiers in Forests and Global Change. Un informe que afirma que este pequeño porcentaje es todo lo que queda “ecológicamente intacto” y donde todavía se pueden encontrar comunidades vivas de flora y fauna original. O lo que es lo mismo, aquellos lugares cuyo hábitat no ha sido alterado por la acción de los seres humanos y los efectos del cambio climático. Estas zonas inalteradas se concentran en las selvas tropicales del Amazonas y el Congo, la parte más este de la planicie helada de Siberia, los bosques y tundra del norte de Canadá y el desierto del Sáhara. Pero, ¿de verdad solo queda íntegra esta ínfima parte de nuestro planeta? ¿Qué pasa entonces con esas imágenes áreas que tantas veces vemos de frondosos follajes selváticos, extensos mantos blancos de permafrost o espléndidas dunas desérticas? ¿En serio no cubren más del 3%? Ahí está la clave. Según los investigadores de este documento, lo que estas fotografías no muestran es la desaparición de un buen número de especies vitales para el correcto funcionamiento y desarrollo de los diferentes ecosistemas.

Reintroducir especies animales que han desaparecido podría aumentar las áreas ecológicas intactas hasta un 20%

A partir de un estudio de la interacción de la fauna con la superficie terrestre global, la investigación ha evaluado cuántas regiones conservan aún zonas que puedan considerarse Áreas Clave de Biodiversidad, basándose en el concepto de “integridad ecológica”; es decir, la capacidad de un ecosistema para funcionar saludablemente y mantener su biodiversidad debido a que su hábitat, fauna y funcionalidad están intactos. Sobre este escenario, además, han incluido la pérdida de especies por zonas y el resultado ha sido un mapa que muestra el estado de la biodiversidad en toda la Tierra. Un trabajo que hace pensar en la urgencia de recuperar nuestro entorno. Para ello, una de las soluciones más efectivas sería reintroducir especies animales que han desaparecido. Si aplicásemos medidas como esta, “sería posible aumentar las áreas ecológicas intactas hasta un 20% en zonas donde la actividad humana sea relativamente baja”, señala Andrew Plumptre, uno de los autores del estudio que ha liderado la investigación. 

La reintroducción paulatina y específica como forma de recuperación de la biodiversidad es una práctica por la que abogan muchos expertos, como David Attenborough, presentador e historiador de la naturaleza, que en su último documental y libro (Una vida en nuestro planeta) explica el caso de los lobos del Parque Nacional de Yellowstone (California, Estados Unidos), que también resaltan Plumptre y su equipo en su investigación. A finales de los años 80, el lobo desapareció de Yellowstone, lo que llevó a que hordas de ciervos campasen a sus anchas a lo largo de los numerosos valles fluviales y desfiladeros del parque, rumiando y arrasando con arbustos y matorrales de todo tipo. Viendo peligrar la continuidad de la biodiversidad del parque, las autoridades reintrodujeron el lobo en 1995, lo que obligó a los ciervos a modificar su rutina, que empezaron a pasar más tiempo entre los bosques en vez de pastando tranquilamente en zonas abiertas. Así, seis años después y de forma natural, Yellowstone recuperó buena parte de sus árboles y plantas, que florecieron y dieron frutos de nuevo, los pájaros y aves volvieron a sus ramas y hasta creció el número de castores y bisontes. Todo un acontecimiento que puso de manifiesto el poder de la naturaleza y su capacidad de regeneración cuando las circunstancias son favorables. 

Entre 2021 y 2030 la restauración de 350 millones de hectáreas degradadas podría eliminar hasta 26 gigatones de gases de efecto invernadero

Además de la reintroducción de especies, frenar, revertir y restaurar los ecosistemas es de vital importancia para recuperar la biodiversidad de la Tierra. Según estimaciones de Naciones Unidas, entre 2021 y 2030 la restauración de 350 millones de hectáreas degradadas -tanto terrestres como acuáticas- podría eliminar hasta 26 gigatones de gases de efecto invernadero y generar hasta 9 trillones de dólares en servicios de ecosistemas.

Entre las claves para alcanzar los objetivos de restauración y recuperación del entorno pasa por involucrar a las comunidades locales en el proceso. Según señala el citado estudio de Frontiers in Forests and Global Change, la mayoría de los espacios intactos aún vigentes se encuentran en territorios gestionados por comunidades locales. Y de nuevo, Attenborough lo resalta en su libro: “un cambio positivo solo durará en el tiempo si las comunidades locales están totalmente implicadas en el desarrollo de los planes y se benefician directamente de un aumento de la biodiversidad”. Porque, al final, proteger el planeta y restaurar los ecosistemas es una tarea de todos.

Naturaleza para una vida (y economía) más sana

«Los espacios protegidos son lugares saludables que albergan una serie de valores que para la sociedad son del máximo interés». A lo que se refiere Javier Puertas, técnico de Europarc-España, con esta declaración no es más que a los servicios y beneficios que los parques y otras zonas naturales protegidas proporcionan al ser humano y que, según la federación europea, es más importante que nunca proteger, conservar y mantener en el tiempo. 

Si algo nos ha enseñado 2020 es la clara relación entre la salud humana y la planetaria y, en su cuidado, cobran especial relevancia las zonas verdes. Precisamente por ello, el plan europeo de recuperación Next Generation EU busca construir una Unión mejor, más verde y resiliente. Y desde Europarc recuerdan que, para conseguirlo, «los parques y las áreas protegidas necesitan formar parte de la construcción del futuro sostenible de Europa». 

Los parques y las áreas protegidas necesitan formar parte de la construcción del futuro sostenible de Europa

En la actualidad, en España existen 2.000 espacios protegidos. Esto supone que un cuarto del territorio español cumple, de manera oficial, servicios de regulación y adaptación al cambio climático, de abastecimiento –de agua potable, por ejemplo–, y culturales, como el disfrute de la naturaleza o los paseos al aire libre. Tal y como recuerda Puertas, en nuestro país, uno de cada cuatro pasos que se da se hace en una zona protegida. Tal es la riqueza de la biodiversidad autóctona que no solo debemos tener en cuenta grandes parques nacionales, sino también lagunas, dehesas o zonas de cultivo. Todas y cada una de ellas son piezas clave de la conservación de especies de flora y fauna, pero también del patrimonio geológico, del paisaje y de determinados procesos naturales. Y es precisamente por eso por lo que, como indican desde Europarc, es importante que los espacios protegidos estén integrados en el territorio. Esto es, que formen parte de la matriz territorial en la que están situados. «No podemos concebir los espacios protegidos como islas de biodiversidad o naturaleza en medio de un entorno absolutamente destruido o degradado», alerta Puertas, porque ese planteamiento –que es el que se ha venido haciendo en el pasado– no funciona para conseguir los objetivos últimos de conservación.  

Espacios protectores de la salud

En países como Australia se prescribe la visita a espacios naturales como parte de tratamientos médicos por sus beneficios para la salud

Pero más allá de su capacidad de regenerar y conservar los ecosistemas y su biodiversidad, los espacios naturales protegidos también proporcionan beneficios para la salud humana e, incluso para la economía. Son lugares donde ejercitarse, pero también para la contemplación y desconexión física y mental del bullicio de la ciudad. Además, los expertos aseguran que favorecen la recuperación de personas que han tenido una enfermedad crítica, como infartos o problemas cardiovasculares. Además, la conexión con la naturaleza también ayuda a mejorar el equilibrio psicológico y a cuidar de la salud mental. La certeza de esta afirmación es tal que en países como Australia se prescribe el contacto y la visita a espacios naturales como parte de tratamientos médicos.

Pero, según Puertas, para conservar estos parques protegidos y asegurar que cumplen su función para con la salud, se requiere de la construcción de alianzas entre todo tipo de instituciones, empresas privadas y públicas, organizaciones y entidades internacionales o administraciones públicas de distinto nivel. Y lo mismo sucede a la hora de favorecer su función económica.

Conservar para mejorar la economía

La base del funcionamiento ecológico de los territorios está más asegurada con las áreas protegidas. Y eso nos lleva a recordar que la mayoría de los procesos que no se encuentran dentro de la economía de mercado forman parte de los servicios que proporcionan las zonas protegidas como la polinización, el suministro de aguas o el filtrado (natural) del aire. Pero el hecho de que no sean servicios mercantilizables no resta que aporten a la base económica del país en el que se encuentran. 

Los propios espacios protegidos generan una actividad económica a su alrededor que va mucho más allá del ecoturismo.

Los propios espacios protegidos generan una actividad económica a su alrededor que va mucho más allá del ecoturismo, aunque este sea la principal. La propia gestión activa de estas áreas genera actividad económica: si un lugar se declara protegido para la conservación de una especie animal en particular, por ejemplo, se debe realizar un seguimiento de cómo van esas poblaciones, para ello se requiere de la contratación de expertos, pero también del cumplimiento de una serie de regulaciones o limitaciones a los usos que también debe controlarse. Pero, además, probablemente se crearán caminos e itinerarios seguros para la flora, la fauna y los visitantes, que requieren de mantenimiento. Y el propio uso y disfrute de la zona por los visitantes y los locales o, incluso, la fotografía de naturaleza, suponen una gestión del área protegida que implica inversión y recaudación económica. 

En definitiva, los valores naturales que motivan que una zona se declare protegida llevan acarreadas una serie de actividades que no hacen más que promover, de manera directa o indirecta, la economía de la localidad en la que se encuentra. Por tanto, una naturaleza conservada y sana deriva en un bienestar mayor para los seres humanos y en una economía más próspera y sostenible.