Una flora que alberga entre 15.000 y 25.000 especies, un 60% de ellas endémicas, convierte al mar Mediterráneo en uno de los principales puntos de biodiversidad mundial. Un lugar cuya restauración y preservación debe ser un objetivo fundamental durante los próximos años.
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Proteger los bosques, la nueva prioridad de Europa
El continente europeo parece destinado a ver cubierta su superficie de un intenso color verde. Más allá de un concepto retórico, esta vez su literalidad es absolutamente precisa, y es que la Unión Europea prepara, con esta perspectiva, su futura estrategia forestal. Un proyecto que centra su horizonte en el año 2030, una fecha en la que se ha de cumplir también una profunda reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero respecto a los niveles de 1990. La adopción de una nueva estrategia de tal calibre –sustituyendo la aprobada en el año 2013– da fe de la ambición del continente en términos ecológicos.
En la actualidad las superficies boscosas ya ocupan más del 43,5% del suelo europeo absorbiendo, a través de ella, el 10% de las emisiones generadas. Aunque con la predominancia del estilo de vida urbano, las áreas forestales son imprescindibles para el desarrollo de la vida tal y como todos la conocemos. De hecho, así lo defiende el propio texto elaborado por la Comisión Europea: «Dependemos de los bosques para el aire que respiramos y el agua que bebemos, y su rica biodiversidad y su sistema natural único son el hogar y el hábitat de la mayoría de las especies terrestres del mundo. Son un lugar en el que conectar con la naturaleza, lo que nos ayuda a reforzar nuestra salud física y mental, y son fundamentales para conservar zonas rurales dinámicas y prósperas».
Bruselas se ha comprometido a plantar más de tres mil millones de árboles antes de 2030 y a proteger las superficies boscosas actuales, que ocupan más del 43,5% del suelo y absorben el 10% de las emisiones generadas
Más allá del componente ético que se halla en la salvaguardia de la naturaleza, ha de tenerse en cuenta que los bosques desempeñan un papel protagonista no solo en la salud, sino también en la economía: proporcionan alimentos, medicinas, materiales y agua limpia. La situación actual, sin embargo, no es especialmente halagüeña. La salud forestal es cada vez más frágil, con una creciente exposición al calor que aumenta constantemente y que, a su vez, incrementa el riesgo de incendios. Según defiende Frans Timmermans, vicepresidente ejecutivo de la Comisión Europea responsable del Pacto Verde Europeo, «los bosques europeos están en peligro. Por ello trabajaremos para protegerlos y restaurarlos, mejorar la gestión forestal y apoyar a los silvicultores y a los guardianes forestales. A fin de cuentas, todos formamos parte de la naturaleza». La industria relativa a estos ecosistemas es clave para los Estados miembro: alrededor de un 20% de todas las empresas manufactureras de Europa están vinculadas con la industria maderera. A ello se suma que su buen mantenimiento es también fundamental con la ambición principal de la Unión Europea: la de convertirse en el primer continente climáticamente neutro en el año 2050.
Una estrategia a largo plazo
Entre los pasos a seguir desde Bruselas se encuentra la plantación de más de tres mil millones de árboles hasta el año 2030. Con acciones como esta, la nueva estrategia forestal pretende ser uno de los ejes principales del Pacto Verde europeo (el plan de ruta continental que marca los objetivos en torno a la biodiversidad y el clima).
España, con un 55% de la superficie ocupada por bosques, será uno de los países más favorecidos por las medidas tomadas por la UE
No obstante, no solo se trata de promover la ampliación del territorio forestal; se trata, también, de proteger el que aún permanece en pie. Por ello, gran parte de la estrategia recoge el compromiso, esgrimido en diversas ocasiones, de proteger los bosques primarios y antiguos de la Unión Europea. La conservación, claro, no implica la construcción de decorados forestales. Los bosques seguirán alimentando las necesidades económicas de los Estados miembro, si bien exclusivamente a través de principios sostenibles y eficaces como la reutilización y el reciclaje.
Así, el enfoque pretende ser total en lo que respecta tanto a su uso como a su protección, lo que conllevará, tal como está estipulado, una armonización entre todos los países europeos. España, por su parte, es uno de los países más favorecidos con este paquete de medidas, ya que actualmente más de la mitad de su superficie –exactamente, un 55%– se halla ocupada por bosques.
El objetivo, en definitiva, es otorgar una nueva vida a las áreas forestales, lo que implica obtener beneficios como un mayor sumidero de carbono y un aire más puro, entre otros. Es el inicio de una larga lucha contra el cambio climático cuyos efectos, hoy, ya se pueden ver. Es el caso de los incendios particularmente agresivos o la creciente llegada de especies invasoras. La nueva estrategia pretende fijar, así, las nuevas raíces del futuro continente: un lugar que, parece, será más justo.
España, un enclave único para la conservación del buitre en Europa
Sorprende la mala reputación de un animal cuya existencia es vital para el mantenimiento del ecosistema. Imaginemos qué ocurriría en nuestras ciudades si no tuviésemos un servicio de limpieza. Las consecuencias para el medio ambiente serían igual de dramáticas si los buitres desaparecieran. Su labor de mantenimiento, al alimentarse de los animales muertos en entornos naturales, es de vital importancia para evitar la propagación de enfermedades infecciosas no sólo entre la fauna circundante sino también entre los humanos. Además, estas aves favorecen el desarrollo económico de muchas pequeñas localidades que se sostienen gracias al turismo ornitológico.
En Europa existen cuatro especies de buitre para las que España es un enclave singular, siendo el único territorio europeo donde nidifican todas ellas. Según datos de SEO/BirdLife, en nuestro país se reproduce el 98% de los buitres negros, el 94% de los buitres leonados, el 82% de los alimoches y el 66% de los quebrantahuesos. De estas cuatro especies, únicamente el buitre leonado permanece a salvo del riesgo de desaparición, ya que, en base a datos proporcionados por el Catálogo de Especies Amenazadas del Ministerio para la Transición Ecológica, tanto el alimoche como el buitre negro se encuentran en situación vulnerable y el quebrantahuesos en peligro de extinción. Nuestro país, por tanto, se convierte en un espacio esencial para su subsistencia.
Lamentablemente, la intervención humana sigue siendo el principal motivo de su progresiva desaparición. El furtivismo y la utilización de cebos envenenados, son riesgos ya históricos para estas aves. Pero, además, en los últimos años, se han producido eventos de mayor gravedad para sus vidas. La crisis de las vacas locas propulsó normativas europeas que prohíben a las explotaciones ganaderas abandonar en el campo los restos de animales muertos, eliminando así un acceso al alimento vital para los buitres. La aprobación en España, en 2013, del uso del diclofenaco, un antiinflamatorio de alta toxicidad que se provee al ganado y que ya acabó con el 95% de buitres asiáticos en India y Pakistán, supuso un mazazo para las esperanzas de vida de estas aves. Además, se siguen utilizando fitosanitarios prohibidos por la Unión Europea para el control de plagas en cultivos que provocan catástrofes como la reciente muerte por envenenamiento de 55 buitres en nuestro país. Por último, un reciente estudio de la Estación Biológica de Doñana (EBD – CSIC) junto a cinco institutos de investigación y universidades advierte de la mortalidad de estas aves por estrés y envejecimiento celular originado por la intervención humana y la alta densidad de población en ciertas zonas de la península.
Afortunadamente, crecen las iniciativas de diversas organizaciones no gubernamentales para poner freno a su desaparición. Estas son algunas:
SEO/Birdlife. Desde esta organización conservacionista llevan años realizando censos de ejemplares en nuestro territorio, así como desarrollando campañas de concienciación social y solicitando formalmente, ante las autoridades, la modificación de toda legislación lesiva para estas aves.
El Grupo de Rehabilitación de la Fauna Autóctona y su Hábitat (GREFA). Desde 1992 llevan desarrollando, con gran éxito, su proyecto Monachus, orientado a la reintroducción de la especie de buitre negro en diversas zonas de la geografía española en que estaba extinta.
Acción por el Mundo Salvaje (AMUS). Lidera un ambicioso proyecto de conservación y custodia del hábitat del buitre negro en Extremadura que incluye la instalación de comederos, censo de ejemplares y campañas de sensibilización, así como el funcionamiento de un Hospital de Fauna Salvaje.
Todas estas organizaciones, junto con muchas otras, celebran este 4 de septiembre el Día Internacional de los Buitres para recordarnos la importancia de preservar las distintas especies de buitres que habitan nuestro planeta y cuyo desarrollo es imprescindible para la vida natural y para nuestra propia sociedad.
Por qué urge proteger los océanos (y así protegernos)
El filósofo, matemático y físico francés Blaise Pascal dejó por escrito siglos atrás, que el menor movimiento es de vital importancia para toda la naturaleza. “El océano entero se ve afectado por una piedra”, señaló. Imaginemos pues, que eso que afecta al océano no es algo inerte como una piedra, sino miles y miles de redes de arrastre moviéndose a diario para extraer de las profundidades marinas todo tipo de peces. ¿Acaso no afecta eso a los océanos? ¿Y a la naturaleza en general?
Los océanos –que suponen cerca del 96,5% del volumen de agua total de la superficie de la Tierra– son una de las principales reservas de biodiversidad en el mundo. Albergan ni más ni menos que 250.000 especies identificadas y muchas otras aún sin identificar, porque si algo sabemos de los océanos es que conocemos solo una ínfima parte. Lo que sí sabemos con certeza es que son esenciales para el funcionamiento saludable del planeta; puesto que suministran la mitad del oxígeno que respiramos los humanos y absorben casi un 30% de las emisiones de CO2. Huelga recordar que los ecosistemas marinos también proporcionan alimento a millones de personas, así como servicios como agua limpia o protección contra catástrofes extremas, como hacen por ejemplo los ecosistemas manglares.
Por este motivo, Naciones Unidas, así como diversos organismos dedicados a la protección medioambiental, han mostrado su preocupación por la presencia de basura marina y por ciertas prácticas, como la sobreexplotación pesquera, la pesca ilegal o el uso de técnicas como el arrastre, que recogen no solo peces, sino todo lo que encuentran en su camino desestabilizando los ecosistemas. De hecho, en los últimos 30 años, el consumo de pescado se ha duplicado en todo el mundo. Esto ha provocado que cerca del 90% de las reservas de peces estén sobreexplotadas, según el último informe de la FAO.
Precisamente, para reducir el gran impacto ambiental y económico que tienen estas actividades, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU fomenta conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, los mares y los recursos marinos. Es cierto que, durante siglos, el mar ha sido uno de los mayores vectores para el desarrollo y el bienestar, y ha sido utilizado como una fuente inagotable de recursos. Sin embargo, la explotación sin control y la contaminación han producido daños irreparables en los ecosistemas. Basta sino fijarse en cómo en las últimas décadas han desaparecido el 20% de los arrecifes de coral mundiales y el 24% de los arrecifes restantes está en peligro inminente de desaparición.
Frenar la pérdida de biodiversidad es esencial para garantizar la supervivencia del planeta, pero también para velar por nuestra salud. Y es que la mayoría de los asentamientos humanos se han establecido a lo largo de la historia cerca de la costa. Concretamente, el 38% de la población mundial vive a menos de 100 km de la costa y el 44% a menos de 150 kilómetros, según datos de la ONU. Los datos, no obstante, llegan a ser incluso más ilustrativos sobre lo esencial que son los océanos para el desarrollo de la vida: el Banco Mundial calcula que aproximadamente el 61% del total del producto interno bruto del mundo proviene del océano y de las zonas costeras situadas a menos de 100 kilómetros del litoral. En definitiva, para miles de millones de personas -entre un 10% y un 12% de la población mundial- los océanos, la pesca y la acuicultura son esenciales para su propia subsistencia. En este sentido, garantizar unos ecosistemas marinos saludables supone luchar también por otro objetivo global: erradicar la pobreza.
Aún es posible vivir en armonía con los océanos
A pesar del evidente deterioro de los océanos, en los últimos años se han activado múltiples iniciativas para conservar y restaurar los ecosistemas marinos. Concretamente, hace ya una década, 193 países pertenecientes a la Conferencia de las Partes (COP) firmaron el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB), un tratado internacional jurídicamente vinculante con el objetivo de conservar la diversidad biológica, utilizar sus componentes de manera sostenible y repartir los beneficios extraídos de los recursos de manera justa y equitativa. Entre las misiones recogidas en este Convenio se encuentra precisamente la de proteger la diversidad de hábitats y especies marinas.
En la misma línea, compañías como el Grupo Red Eléctrica se han comprometido también a proteger y recuperar estos espacios. Concretamente, la compañía ha desarrollado 'Bosque Marino', un proyecto pionero a nivel mundial con el que ha restaurado dos hectáreas de praderas de posidonia oceánica en las costas de Mallorca (bahía de Pollença), una planta autóctona del Mediterráneo con más de 100.000 años de vida y que es una de nuestras fuentes principales de oxígeno y conservación de los ecosistemas. De hecho, se calcula que una hectárea de posidonia genera cinco veces más que una de la selva del Amazonas.
A tiempo de recuperar nuestros ecosistemas
¿Sabías que solo el 3% de los ecosistemas terrestres sigue intacto? Así lo señala el último estudio sobre la situación de la biodiversidad de la Tierra, publicado por la organización Frontiers in Forests and Global Change. Un informe que afirma que este pequeño porcentaje es todo lo que queda “ecológicamente intacto” y donde todavía se pueden encontrar comunidades vivas de flora y fauna original. O lo que es lo mismo, aquellos lugares cuyo hábitat no ha sido alterado por la acción de los seres humanos y los efectos del cambio climático. Estas zonas inalteradas se concentran en las selvas tropicales del Amazonas y el Congo, la parte más este de la planicie helada de Siberia, los bosques y tundra del norte de Canadá y el desierto del Sáhara. Pero, ¿de verdad solo queda íntegra esta ínfima parte de nuestro planeta? ¿Qué pasa entonces con esas imágenes áreas que tantas veces vemos de frondosos follajes selváticos, extensos mantos blancos de permafrost o espléndidas dunas desérticas? ¿En serio no cubren más del 3%? Ahí está la clave. Según los investigadores de este documento, lo que estas fotografías no muestran es la desaparición de un buen número de especies vitales para el correcto funcionamiento y desarrollo de los diferentes ecosistemas.
A partir de un estudio de la interacción de la fauna con la superficie terrestre global, la investigación ha evaluado cuántas regiones conservan aún zonas que puedan considerarse Áreas Clave de Biodiversidad, basándose en el concepto de “integridad ecológica”; es decir, la capacidad de un ecosistema para funcionar saludablemente y mantener su biodiversidad debido a que su hábitat, fauna y funcionalidad están intactos. Sobre este escenario, además, han incluido la pérdida de especies por zonas y el resultado ha sido un mapa que muestra el estado de la biodiversidad en toda la Tierra. Un trabajo que hace pensar en la urgencia de recuperar nuestro entorno. Para ello, una de las soluciones más efectivas sería reintroducir especies animales que han desaparecido. Si aplicásemos medidas como esta, “sería posible aumentar las áreas ecológicas intactas hasta un 20% en zonas donde la actividad humana sea relativamente baja”, señala Andrew Plumptre, uno de los autores del estudio que ha liderado la investigación.
La reintroducción paulatina y específica como forma de recuperación de la biodiversidad es una práctica por la que abogan muchos expertos, como David Attenborough, presentador e historiador de la naturaleza, que en su último documental y libro (Una vida en nuestro planeta) explica el caso de los lobos del Parque Nacional de Yellowstone (California, Estados Unidos), que también resaltan Plumptre y su equipo en su investigación. A finales de los años 80, el lobo desapareció de Yellowstone, lo que llevó a que hordas de ciervos campasen a sus anchas a lo largo de los numerosos valles fluviales y desfiladeros del parque, rumiando y arrasando con arbustos y matorrales de todo tipo. Viendo peligrar la continuidad de la biodiversidad del parque, las autoridades reintrodujeron el lobo en 1995, lo que obligó a los ciervos a modificar su rutina, que empezaron a pasar más tiempo entre los bosques en vez de pastando tranquilamente en zonas abiertas. Así, seis años después y de forma natural, Yellowstone recuperó buena parte de sus árboles y plantas, que florecieron y dieron frutos de nuevo, los pájaros y aves volvieron a sus ramas y hasta creció el número de castores y bisontes. Todo un acontecimiento que puso de manifiesto el poder de la naturaleza y su capacidad de regeneración cuando las circunstancias son favorables.
Además de la reintroducción de especies, frenar, revertir y restaurar los ecosistemas es de vital importancia para recuperar la biodiversidad de la Tierra. Según estimaciones de Naciones Unidas, entre 2021 y 2030 la restauración de 350 millones de hectáreas degradadas -tanto terrestres como acuáticas- podría eliminar hasta 26 gigatones de gases de efecto invernadero y generar hasta 9 trillones de dólares en servicios de ecosistemas.
Entre las claves para alcanzar los objetivos de restauración y recuperación del entorno pasa por involucrar a las comunidades locales en el proceso. Según señala el citado estudio de Frontiers in Forests and Global Change, la mayoría de los espacios intactos aún vigentes se encuentran en territorios gestionados por comunidades locales. Y de nuevo, Attenborough lo resalta en su libro: “un cambio positivo solo durará en el tiempo si las comunidades locales están totalmente implicadas en el desarrollo de los planes y se benefician directamente de un aumento de la biodiversidad”. Porque, al final, proteger el planeta y restaurar los ecosistemas es una tarea de todos.
Naturaleza para una vida (y economía) más sana
«Los espacios protegidos son lugares saludables que albergan una serie de valores que para la sociedad son del máximo interés». A lo que se refiere Javier Puertas, técnico de Europarc-España, con esta declaración no es más que a los servicios y beneficios que los parques y otras zonas naturales protegidas proporcionan al ser humano y que, según la federación europea, es más importante que nunca proteger, conservar y mantener en el tiempo.
Si algo nos ha enseñado 2020 es la clara relación entre la salud humana y la planetaria y, en su cuidado, cobran especial relevancia las zonas verdes. Precisamente por ello, el plan europeo de recuperación Next Generation EU busca construir una Unión mejor, más verde y resiliente. Y desde Europarc recuerdan que, para conseguirlo, «los parques y las áreas protegidas necesitan formar parte de la construcción del futuro sostenible de Europa».
En la actualidad, en España existen 2.000 espacios protegidos. Esto supone que un cuarto del territorio español cumple, de manera oficial, servicios de regulación y adaptación al cambio climático, de abastecimiento –de agua potable, por ejemplo–, y culturales, como el disfrute de la naturaleza o los paseos al aire libre. Tal y como recuerda Puertas, en nuestro país, uno de cada cuatro pasos que se da se hace en una zona protegida. Tal es la riqueza de la biodiversidad autóctona que no solo debemos tener en cuenta grandes parques nacionales, sino también lagunas, dehesas o zonas de cultivo. Todas y cada una de ellas son piezas clave de la conservación de especies de flora y fauna, pero también del patrimonio geológico, del paisaje y de determinados procesos naturales. Y es precisamente por eso por lo que, como indican desde Europarc, es importante que los espacios protegidos estén integrados en el territorio. Esto es, que formen parte de la matriz territorial en la que están situados. «No podemos concebir los espacios protegidos como islas de biodiversidad o naturaleza en medio de un entorno absolutamente destruido o degradado», alerta Puertas, porque ese planteamiento –que es el que se ha venido haciendo en el pasado– no funciona para conseguir los objetivos últimos de conservación.
Espacios protectores de la salud
Pero más allá de su capacidad de regenerar y conservar los ecosistemas y su biodiversidad, los espacios naturales protegidos también proporcionan beneficios para la salud humana e, incluso para la economía. Son lugares donde ejercitarse, pero también para la contemplación y desconexión física y mental del bullicio de la ciudad. Además, los expertos aseguran que favorecen la recuperación de personas que han tenido una enfermedad crítica, como infartos o problemas cardiovasculares. Además, la conexión con la naturaleza también ayuda a mejorar el equilibrio psicológico y a cuidar de la salud mental. La certeza de esta afirmación es tal que en países como Australia se prescribe el contacto y la visita a espacios naturales como parte de tratamientos médicos.
Pero, según Puertas, para conservar estos parques protegidos y asegurar que cumplen su función para con la salud, se requiere de la construcción de alianzas entre todo tipo de instituciones, empresas privadas y públicas, organizaciones y entidades internacionales o administraciones públicas de distinto nivel. Y lo mismo sucede a la hora de favorecer su función económica.
Conservar para mejorar la economía
La base del funcionamiento ecológico de los territorios está más asegurada con las áreas protegidas. Y eso nos lleva a recordar que la mayoría de los procesos que no se encuentran dentro de la economía de mercado forman parte de los servicios que proporcionan las zonas protegidas como la polinización, el suministro de aguas o el filtrado (natural) del aire. Pero el hecho de que no sean servicios mercantilizables no resta que aporten a la base económica del país en el que se encuentran.
Los propios espacios protegidos generan una actividad económica a su alrededor que va mucho más allá del ecoturismo, aunque este sea la principal. La propia gestión activa de estas áreas genera actividad económica: si un lugar se declara protegido para la conservación de una especie animal en particular, por ejemplo, se debe realizar un seguimiento de cómo van esas poblaciones, para ello se requiere de la contratación de expertos, pero también del cumplimiento de una serie de regulaciones o limitaciones a los usos que también debe controlarse. Pero, además, probablemente se crearán caminos e itinerarios seguros para la flora, la fauna y los visitantes, que requieren de mantenimiento. Y el propio uso y disfrute de la zona por los visitantes y los locales o, incluso, la fotografía de naturaleza, suponen una gestión del área protegida que implica inversión y recaudación económica.
En definitiva, los valores naturales que motivan que una zona se declare protegida llevan acarreadas una serie de actividades que no hacen más que promover, de manera directa o indirecta, la economía de la localidad en la que se encuentra. Por tanto, una naturaleza conservada y sana deriva en un bienestar mayor para los seres humanos y en una economía más próspera y sostenible.
La importancia de las abejas en el equilibrio natural
El 20 de mayo se celebra el Día Mundial de las Abejas para recordarnos la importancia de proteger a estos polinizadores fundamentales para la supervivencia de los ecosistemas y que cada vez están más amenazados por los efectos de la actividad humana.
Día Internacional de la Madre Tierra: el futuro de toda empresa pasa por ser verde
El 22 de abril de 2020, Día Internacional de la Madre Tierra, no fue más que un día cualquiera. Debido a las restricciones establecidas para hacer frente a la crisis sanitaria provocada por el coronavirus, que en aquel mes alcanzó sus picos más altos, las celebraciones multitudinarias a las que estábamos acostumbrados quedaron congeladas. Por aquel entonces, las actividades de concienciación pretendían tratar sobre la biodiversidad y la amenaza que el ser humano supone para ella. La covid sirvió de demostración: los expertos recurrieron a ella para advertir que los cambios extremos en la biodiversidad rompen la barrera natural que nos defiende de cientos de enfermedades zoonóticas como esta. Y de no protegerla, podríamos vivir otras pandemias.
Ahora, con las restricciones algo más relajadas, sigue siendo importante reivindicar la importancia del capital natural de nuestro planeta. Así nació el Día Internacional de la Tierra: la primera convocatoria, celebrada en 1960, congregó a 20 millones de personas en Estados Unidos para reivindicar un mayor control en el cuidado del medio ambiente, por aquel entonces completamente invisible para las agendas políticas. «Fue algo frenético. Nos llegaban telegramas, cartas y consultas telefónicas desde todas las partes del país», recordaba el senador Gaylord Nelson, responsable de la celebración del primer Día de la Tierra en un ensayo poco antes de morir en 2005. «El pueblo estadounidense por fin tenía un foro para expresar sus preocupaciones sobre lo que estaba sucediendo con la tierra, los ríos, los lagos y el aire, y lo hizo de forma espectacular».
La pérdida de biodiversidad está ocurriendo a un ritmo sin precedentes en la historia de la humanidad: según las Naciones Unidas, pronto podríamos perder más de un millón de especies en peligro de extinción. Por suerte, ya tenemos más conciencia sobre el tema y, cada año, 20 millones de personas en 190 países celebran el Día de la Tierra con la esperanza de seguir luchando contra esta crisis ecológica, no solo desde el ámbito más social, también desde el económico: las empresas –responsables de la mayor parte de las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera- están moviendo ficha en la protección de la naturaleza, el capital más importante para la humanidad.
Aunque, como indica Natural Capital Factory, la mitad de las compañías del IBEX 35 aún no reconocen la biodiversidad como asunto material, lo cierto es que este sector es cada vez más consciente de su compromiso con el planeta y su papel fundamental a la hora de cuidar los ecosistemas. Según un análisis de Swiss RE, más de la mitad de la economía global depende del mundo natural, por lo que establecer el valor del capital natural a la hora de calcular los riesgos financieros de una entidad es una acción cada vez más común.
De hecho, situar en el centro de la actividad empresarial el medio ambiente ya no es solo un deber social, sino una garantía de futuro: en los próximos años, las empresas más rentables serán las más preocupadas por el medio ambiente. Prueba de ello son los inversores verdes, aquellos que solo destinan su capital a proyectos respetuosos con el medio ambiente conscientes de los riesgos financieros que puede suponer apoyar entidades que comprometan la salud de las futuras generaciones.
En la actualidad, más de 1.500 empresas en todo el mundo utilizan el Marco Integrado Internacional de Información elaborado por el Consejo Internacional de Información Integrada, una coalición de compañías, inversores y reguladores que ofrece a las empresas un método para aprender a medir su capital natural, definido como «todos los recursos y procesos ambientales que proporcionan bienes o servicios que apoyan a la prosperidad pasada, presente y futura de una organización».
De puertas para dentro, numerosas entidades también están aplicando sus propias medidas a la cadena de producción para evolucionar, poco a poco, hacia la sostenibilidad y la circularidad. Algunas de las acciones consisten en incorporar la biodiversidad entre los aspectos materiales, hacer un análisis de dependencias de la naturaleza, identificar los riesgos derivados de esta, enfocarse en la doble materialidad (impacto de la compañía en la biodiversidad y viceversa), establecer políticas de biodiversidad más ambiciosas, mejorar el conocimiento de la relación entre empresa y ecosistemas y establecer mecanismos internos de gobernanza que permitan elevar la biodiversidad al máximo nivel en el consejo de dirección de la compañía.
En el marco de su compromiso con la Sostenibilidad 2030, el Grupo Red Eléctrica realizó en 2019 un análisis de materialidad, identificando hasta 16 asuntos relevantes, entre los que la biodiversidad y el capital natural ocuparon su lugar entre los más claves. Esto permitió a la compañía dibujar sus 11 objetivos de sostenibilidad para 2030, incluyendo el impacto neto positivo en el capital natural en el entorno de sus instalaciones. Además, dado que la biodiversidad y el capital natural son relevantes para sus grupos de interés, el grupo los ha incorporado como un elemento clave a la hora de reforzar el resto de sus compromisos, diseñando también una hoja de ruta para potenciar la red de transporte de energía eléctrica como una llave para el desarrollo de la biodiversidad en las desafiantes condiciones a las que nos enfrentamos en la actualidad.
En esta línea, el desempeño en sostenibilidad del grupo representa el cambio de paradigma que ya está ocurriendo en la economía. Aunque todavía queda mucho por hacer, este hecho es un motivo de celebración en el Día de la Tierra 2021. Un pequeño paso más de todos los que nos quedan.
Recuperar los bosques para que el planeta respire
Cada 21 de marzo se celebra el Día Internacional de los Bosques para reflexionar y concienciar sobre la importancia de estos en la vida del planeta. Los grandes pulmones de la Tierra están en peligro por la desertificación y la deforestación. Por eso, Red Eléctrica de España colabora en su recuperación desde hace 10 años con su programa El bosque de Red Eléctrica.
Un planeta de hormigón: cuando lo artificial supera a lo natural
El ser humano representa una parte ínfima en el planeta: como especie, tan solo componemos un 0,01% del total de la biomasa. Somos más de 7 millones de personas pero el resto de especies de flora y fauna nos supera con creces. Al menos en cuanto a densidad poblacional porque, por primera vez en la historia, la masa de todas nuestras creaciones supera a la masa de origen natural, la de todos los seres vivos. Y no termina aquí: el peso total de nuestros edificios, carreteras, ropa, envases, teléfonos móviles, antenas y cualquier objeto que ahora mismo tengamos en nuestras manos se triplicará en las dos próximas décadas.
Estas son las conclusiones que ha publicado en la revista Nature un grupo de investigadores tras categorizar y analizar cientos de estadísticas, estudios e informes para estimar la biomasa que representan tanto los reinos animales y vegetales como todo lo creado por los humanos. La acumulación de masa antropogénica alcanza la inconcebible cifra de 1,1 billones de toneladas frente a poco más de una tera tonelada que forman todos los seres vivos de otra especies que habitan la Tierra. Simplificándolo: de media, indican los investigadores, por cada persona se crea una cantidad de masa antropogénica igual a su peso corporal cada semana.
“La masa de los edificios e infraestructuras superan con creces a la de los árboles y matorrales”, indican los científicos en el documento. Además, todos los plásticos que existen sobre la faz de la tierra ya superan al peso de de los animales marinos y terrestres que viven en la actualidad. La biomasa, en cambio, no ha variado en todos estos años también debido a nuestra forma de vida, una compleja interacción entre deforestación, aforestación y las emisiones de CO2, además de otros factores. ¿Qué dice esto de los 300.000 millones de años que llevamos haciendo de la Tierra nuestro hogar?
Deforestación y uso del suelo, los principales culpables
Con los datos de la mano, este grupo de investigadores ha podido dibujar una línea cronológica sobre cómo hemos evolucionado en cuanto al uso de materiales se refiere. Los cambios en la producción y consumo de materiales antropogénicos, indican los científicos, siempre responden a fenómenos globales como las guerras o las crisis económicas profundas. En 1900, la masa antropogénica apenas suponía el 3% de la biomasa. Sin embargo, con la llegada de la II Guerra Mundial, la crisis económica y la posterior época de bonanza, la producción de materiales se aceleró. La actualidad lo confirma: hasta cuatro quintas partes de los productos y objetos que usamos hoy en día tienen menos de 30 años.
A partir de los años 50, el ladrillo se cambió por el hormigón -uno de los materiales más destructivos de la Tierra que consume casi una décima parte del agua industrial- como consecuencia de la intensa construcción de carreteras de asfalto para facilitar la comunicación entre ciudades. En este punto la masa antropogénica comenzó a subir un 5% cada año, “reflejando el fuerte incremento en el consumo, la recuperación demográfica y el desarrollo urbanístico”. En paralelo, la biomasa -el 90% está formada por especies de origen vegetal- ha descendido hasta la mitad como resultado de esta intensa actividad humana.
Los científicos advierten: de seguir con el ritmo actual, en 2040 el peso de todo lo que hayamos producido superará los tres billones de toneladas, triplicando en tan solo veinte años la cantidad acumulada en más de un siglo. Pero el problema no solo está en lo que producimos, sino en la materia prima a la que recurrimos: según cálculos de Greenpeace, hoy en día se extraen alrededor de un 50% más de recursos naturales que hace 30 años, una cifra equivalente al peso de 41.000 edificios como el Empire State Building. En nuestro país, los actuales patrones de consumo nos muestran que los españoles necesitaríamos casi 3,5 veces nuestro territorio para conseguir los recursos naturales que demandamos.
No cabe opción a negarlo: producimos y consumimos mucho más de lo que necesitamos. Es nuestra responsabilidad evitar que, en un futuro no muy lejano, el color gris del hormigón gane al verde de nuestros bosques.