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«La educación es un derecho inalienable»

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Pilar Orenes es directora general de Educo, organización de cooperación al desarrollo con enfoque en la educación y acción humanitaria con presencia en 18 países de América, África, y Asia. Gracias a sus más de 200 proyectos de acción humanitaria han logrado llegar a más de un millón de niños, niñas y adolescentes para garantizar una educación ininterrumpida, hasta en las situaciones más desafiantes.


¿Por qué Educo?

La educación es una de las principales maneras de reducir las desigualdades sociales y erradicar la pobreza, por eso trabajamos por los derechos y el bienestar de la infancia. Trabajamos en 18 países y en cada uno aplicamos estrategias acotadas al contexto de ese lugar. Si bien las intervenciones pueden ser diferentes, el hilo conductor siempre es el mismo: una educación de calidad garantizada como derecho humano para todos los niños y niñas, independientemente del contexto. 

¿Qué tipo de estrategias implementáis?

Trabajamos con las instituciones educativas de cada país, con las escuelas públicas y con el profesorado para reforzar la estrategia educativa del país y asegurar el acceso a la escuela. También lo hacemos cerca de los padres de familia, ya que los entornos protectores son una prioridad. Lo cierto es que cada país nos ofrece contextos diferentes, pero en todos procuramos asegurar una educación de calidad, y espacios en los que el niño y la niña pueda participar y expresar sus opiniones.

«Estamos en una sociedad adultocéntrica que está diseñada sin tener en cuenta un porcentaje muy alto de la población que son los niños»

Desde Guatemala a Burkina Faso… ¿Cuáles son los principales retos a los que os enfrentáis?

Hay que señalar que cuando hablamos del derecho a la educación, este no solamente es habilitador de otros derechos, sino que es un derecho inalienable, que no se pierde y que no se puede dejar de dar estés donde estés. Entonces, cuando hablamos de países en la región del Sahel, en África, estamos hablando principalmente de contextos de emergencia. Se trata de situaciones en las que las familias deben desplazarse por seguridad o a consecuencia del cambio climático. Ahí los niños no siempre tienen una escuela fija, sino que deben adaptarse. 

En el caso de Centroamérica, por ejemplo, trabajamos en el área del Corredor Seco, donde también hay desplazamientos por hambruna; o Bangladesh, donde las olas de calor hacen que se cierren las escuelas. Por eso nuestra seña de identidad es asegurar que la educación se mantenga en todos los contextos. 

Siguiendo esa línea, ¿qué tipo de innovaciones educativas realizáis para este tipo de contextos?

En la educación las metodologías son claves. Innovar es aplicar metodologías en las que el niño y la niña y sus necesidades están en el centro, gracias a que son activamente escuchados y son ellos mismos quienes influyen en su currícula. En España, por ejemplo, uno de los proyectos que hemos realizado sobre comedores escolares fue hablando con ellos sobre cómo sería su comedor ideal. 

Estamos en una sociedad adultocéntrica que está diseñada sin tener en cuenta un porcentaje muy alto de la población que son los niños. Por eso es importante entender qué están diciendo y cómo lo están diciendo, ya que no van a usar ni las mismas palabras ni los mismos razonamientos que un adulto. Nosotros adaptamos nuestra manera de trabajar a su manera de comunicarse y esto es algo muy innovador.

Lleváis 30 años trabajando, ¿qué sabéis ahora que no sabíais entonces?

El sector general de la cooperación y la acción humanitaria en 30 años ha evolucionado muchísimo. Hemos aprendido la importancia de asegurar que los cambios que promueves sean sostenibles en el tiempo, una vez que ya no estemos ahí. Es importante no estar continuamente poniendo parches, sino tener una mirada a largo plazo. Y eso se consigue cuando hay cambios en las prácticas, pero también en los sistemas, y los valores. Por ejemplo, si pones un pozo, cambias la vida de la gente porque tienen agua, pero ¿cómo desarrollas una política pública alrededor de una correcta gestión del recurso? 

​​En estos 30 años hemos aprendido que tenemos que hacer análisis, investigaciones, trabajar con datos y hacer incidencia política. Es fundamental reunirnos con los gobiernos locales, autonómicos y estatales y convencer a la ciudadanía, ya que a los políticos les interesa lo que le interesa a la ciudadanía. Es por eso que las ONG hacemos campañas. Hemos aprendido que tenemos que unirnos y que, por muy grande que sea una ONG, no va a poder cambiar nada si no trabaja con otros actores.

«La educación es una herramienta para frenar el matrimonio infantil»

En el caso de países como Nicaragua, donde se han ilegalizado cerca de 3.600 ONG, ¿de qué manera impacta una buena o mala calidad democrática en los derechos de las infancias y en la labor de una organización como Educo?

Nosotros realizamos un análisis de la situación de cada país y nos preguntamos cuál es el valor agregado que, dentro de ese contexto, Educo puede aportar. Es ahí donde cambian también nuestras intervenciones. Hay países donde nuestras estrategias tienen que ser más operativas, enfocadas en un trabajo de primera línea, entonces estamos presentes en las escuelas. Hay otros países en los que trabajamos en incidencia pública, y otros donde vemos más posibilidades de cambio a través de la influencia.

Según Naciones Unidas, el 40% de los países no han logrado la paridad de género en la educación primaria. ¿Cómo se puede implementar una perspectiva de género en la educación para poder cumplir con el ODS 4?

Desgraciadamente todavía estamos lejos de alcanzar esa paridad y todas nuestras estrategias deben llevar un enfoque de género. En países con altas tasas de matrimonio infantil, la educación se ve totalmente interrumpida, pero a su vez, la educación es una herramienta para frenar esos matrimonios. Una de las cuestiones que sucedió durante el covid-19 fue el cierre de las escuelas y esto disparó las cifras de matrimonio y trabajo infantil, ya que hubo niñas que nunca volvieron a escolarizarse tras la pandemia.

La España vacía, clave para el reto climático

La migración del campo a la ciudad en la segunda mitad del siglo pasado conllevó un abandono de los territorios rurales, que son cruciales para mantener la biodiversidad y paliar el cambio climático.


En 1960, cerca de 13 millones de personas vivían en zonas rurales en España, casi la mitad de la población  de aquel momento (43%). Siete décadas después, tan solo 9 millones, que representan únicamente el 19% de la población total, siguen viviendo en pueblos y pequeñas localidades. Este éxodo paulatino del campo a la ciudad en busca demejores oportunidades vitales, no solo ha llevado a un declive demográfico, sino también ha provocado un impacto significativo en el medio ambiente.

 

 

El abandono de las áreas rurales, la conocida como España vacía, concentra mayor población en las ciudades y al mismo tiempo aumenta la demanda de recursos y energía, lo que se traduce en un incremento de emisiones de gases de efecto invernadero y una mayor presión sobre los ecosistemas urbanos. 

Los municipios rurales contribuyen en un 32,6% al cambio climático, mientras que en el entorno urbano esta cifra se dispara al 49,8%

Así, mientras los territorios de los municipios rurales contribuyen en un 32,6% al cambio climático, en el entorno urbano esta cifra se dispara al 49,8%, según datos del informe El papel clave de la España rural frente a la emergencia climática y la pérdida de biodiversidad de la organización Greenpeace. El principal impacto proviene de la urbanización del terreno, del transporte y de los servicios y a la industria que tienen lugar en las ciudades.

 

 Además, como puede verse en el gráfico, los municipios rurales contribuyen un 18% más a la conservación de la biodiversidad que los urbanos, por la mayor cantidad de vegetación que aportan a la atmósfera. Es decir, son fundamentales para absorber CO2, y ayudar a mitigar el cambio climático.

 

 

Según este informe de Greenpeace, el entorno rural ayuda a mantener 20 veces más la biodiversidad y acumula el 60% de humedales y lagos de España. Por eso, el abandono de las zonas rurales por las manos que las trabajan también perjudica a la conservación de la biodiversidad, tanto de fauna como de flora, ya que la falta de supervisión y cuidado de las tierras abandonadas conlleva la erosión de los suelos y aumenta el riesgo de incendios. 

En ese sentido, Andalucía y Cataluña son las más perjudicadas, ya que registran la mayor erosión de  suelos de los últimos 20 años, según el Inventario Nacional Erosión de Suelos, elaborado por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.

 

 

Para combatir las consecuencias en el medio ambiente que supone la despoblación, el pasado mes de noviembre, el Consejo de la Unión Europea adoptó varias medidas dentro del Plan de Acción Rural de la UE y el Pacto Rural, como un enfoque integrado de las medidas que aborde la coordinación, inversión, innovación y digitalización de estas zonas, así como una mayor sostenibilidad.

El entorno rural ayuda a mantener 20 veces más la biodiversidad y concentra el 60% de humedales y lagos de España

«Nuestras zonas rurales son el tejido de nuestra sociedad y el latido de nuestra economía. La diversidad del paisaje, la cultura y el patrimonio son una de las características más importantes de Europa.  Son una parte esencial de nuestra identidad y de nuestro potencial económico. Valoraremos y preservaremos nuestras zonas rurales, e invertiremos en su futuro», explicó en 2019 Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, con motivo de la puesta en marcha del plan.

Conectando lo rural con lo digital

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La tecnología puede ser una gran aliada para frenar la despoblación de muchas áreas rurales de España y darles una nueva vida. Una oportunidad que pasa por la reducción de la brecha digital y por conseguir un tejido empresarial digitalizado que ofrezca opciones laborales de futuro a sus habitantes.

El mundo rural en la Unión Europea: el territorio más extenso, pero el más abandonado

La mayor parte de la población en Europa vive en el mundo urbano. Una tendencia que no ha dejado de crecer en las últimas décadas. La despoblación, la aparente falta de oportunidades económicas y el envejecimiento de los ciudadanos están arrinconando el ámbito rural. Sin embargo, el campo es el hogar de unos 137 millones de personas. Aquí vive casi el 30% de la población a nivel europeo. Y, además, cubre una amplia extensión del territorio: más del 80%. Frente a estos datos, en los últimos meses se ha producido una subida de los precios en los alimentos básicos en toda la Unión Europea, incluida España. Pero a pesar de ello, el sector agrícola, que se concentra en las zonas rurales europeas, no se está viendo beneficiado.

Evitar la despoblación es uno de los objetivos marcados en la Agenda 2030. Analizamos cómo ha ido cambiando a lo largo de las décadas el mundo rural, cómo se distribuye el empleo en estas regiones.

La distribución del empleo en las zonas rurales: es menor en los países del norte de Europa

El empleo no se reparte por igual en las zonas rurales. A grandes rasgos este ha bajado en prácticamente todos los países de la Unión Europea. Sin embargo, hay territorios donde este sector es más fuerte que en otros. Por ejemplo, en Rumanía o Lituania el empleo tiene una mayor distribución en el ámbito rural, con un 33% y 23% respectivamente. Por la contra, Francia es el país en el que menos trabajo encontramos en estas zonas y en el que gran parte de su población vive en la ciudad.

En el caso de España, el Informe Anual del Banco de España de 2020 identificó 3.403 municipios en riesgo de despoblación, aproximadamente el 42% de todos los municipios de España. Una cifra que se sitúa por encima de los datos de la eurozona y que se acerca a los datos de países del norte de Europa. Según cifras de la Comisión Europea, la distribución del empleo en el ámbito rural es del 11%.

Durante siglos, rural significaba agrícola, pero el empleo en este sector ha disminuido bruscamente

“Durante siglos, «rural» significaba «agrícola», con millones de granjeros alimentando a la sociedad europea”. Así relataba en 2021 la Comisión Europea el peso que ha tenido la agricultura en el mundo rural y en las economías a lo largo de las últimas décadas. Sin embargo, este sector se está debilitando. Según los datos analizados, a nivel europeo el empleo en la agricultura, silvicultura y en la industria alimentaria ha disminuido en los últimos diez años.

Donde más se ha notado el cambio ha sido sobre todo en la agricultura. Si el porcentaje de empleo en esta área era de un 4,6% con respecto al empleo total en 2011, ocho años después la caída fue hasta un 3,5% en 2019. Esto es una variación de un 23% en todo este periodo.

 

Cada vez menos explotaciones agrícolas, menos trabajadores y menos horas dedicadas al campo

Los últimos datos recopilados por la Comisión Europea en esta área corresponden a 2016. Sin embargo, estas cifras permiten ver que sí existe una tendencia a la baja en tres áreas concretas del trabajo agrícola. Cada vez hay menos explotaciones agrícolas en la Unión Europea. Estas han disminuido en un 14,51% con respecto a 2010. También menos trabajadores dedicados a ellas. Los datos cifran una caída del 19,62%. Y, además, los que dedican una jornada completa al campo cada vez son menos, con un 8,6% menos respecto a seis años atrás.

En el caso de España, las caídas también se producen en estos tres ámbitos, siendo la cifra de trabajadores donde más se nota la bajada, con un 16,20% menos de trabajadores con respecto a 2010.

 

La tasa de pobreza disminuye, pero a menor velocidad en el mundo rural

Además, los datos indican que la tasa de pobreza no disminuye a la misma velocidad en las regiones rurales con respecto a los datos globales. Aunque esta variable disminuye tanto en las regiones urbanas con mayor población como en las zonas rurales, en los diez últimos años, los datos revelan que ha disminuido en menor medida en las regiones no urbanas.

En el caso de España, ambas tasas se sitúan por encima de la media europea. De hecho, la tasa de pobreza rural es más alta aún y se sitúa en un 28,80% del total.

 

El sector de la agricultura en el Producto Interior Bruto, es más alto en España con respecto a la Unión Europea

El sector de la agricultura en el Producto Interior Bruto representa en España el 2,88% con respecto al total. Aquí, según los datos del INE, las mayores fuentes de ingresos vienen de la construcción.

En el caso de la Unión Europea este indicador, medido a través del Valor Añadido Bruto, que es la suma de todos los bienes y productos producidos (sin incluir los impuestos), es del 1,62% del total.

 

 

 

El impulso de la artesanía frente a la despoblación

En el año 1900, España contaba con aproximadamente 18 millones de habitantes según los censos históricos recogidos por el Instituto Nacional de Estadística. A día de hoy, somos más del doble. En total, 47.615.034 personas compartimos el gentilicio de ‘españoles’, pero nuestra distribución a lo largo del territorio es completamente heterogénea.

Durante el último siglo, cuatro comunidades autónomas han experimentado una caída demográfica: Castilla y León, Extremadura, Asturias y Galicia, a las que en la última década se han sumado Aragón, Cantabria, Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana y La Rioja. En cifras, este éxodo ha supuesto que el 79% de los municipios de España concentre apenas el 10,4% de la población total. En otras palabras, de los 8.131 municipios que hay en nuestro país, 5.102 han perdido población desde 2001 y 6.232 desde 2010, tal y como señala el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, un fenómeno eminentemente rural.

La consecuencia más extrema de la despoblación es la desaparición de localidades que hace años albergaban vida y cultura, como ha sucedido con Fuente Pedraza (Salamanca), Berrugoso (Asturias) o Loureiro (La Coruña). Sin embargo, antes de llegar al punto de no contar con ningún vecino empadronado, los pueblos ya sufren las secuelas del abandono.

El 79% de los municipios de España concentra apenas el 10,4% de la población española

La vulnerabilidad a los efectos del calentamiento global y la disminución de la biodiversidad y agrodiversidad, son solo algunas de ellas. Sin población que se dedique al pastoreo, los matorrales proliferan en los montes, un fenómeno que, ligado a las sequías fruto del cambio climático, aumenta el riesgo de devastadores incendios como el que asoló 36.000 hectáreas en Losacio y 25.000 en la Sierra de la Culebra, ambos territorios pertenecientes a Zamora, una de las provincias más maltratadas por la despoblación.

Esta pérdida de actividades agrícolas, ganaderas o forestales tradicionales, provoca inevitablemente la pérdida de una herencia cultural tremendamente rica que, en numerosos municipios, no cuenta con relevo generacional. Pero, ¿y si la clave de la revitalización se encontrase en los oficios que se están perdiendo?

Bajo esta premisa, surge una alianza entre la Red Española de Desarrollo Rural y Redeia: el proyecto Oficios en RED, una iniciativa que busca promover la artesanía como aliada para frenar la despoblación, así como incentivar y diversificar la economía en el medio rural.

El proyecto debutó en las comarcas de la Sierra de Gata y Valle del Alagón, ambas en Cáceres. Durante el pasado mes de noviembre se organizó un encuentro entre artesanos, diseñadores e interioristas, para impulsar  la tendencia de moda y decoración sostenibles.

En el evento participaron artesanos de la talla de María José González, la cuarta de una generación dedicada a transformar la paja de centeno en accesorios como la gorra de Montehermoso, elemento típico durante las fiestas de la localidad. Sus diseños, que hacen honor a la tradición, han protagonizado desde la portada de la revista Vogue hasta desfiles en la Fashion Week de Madrid.

En 2019, el sector de la artesanía tuvo un impacto económico de 6.049 millones de euros

La visibilidad de la artesanía rural ha catapultado también los diseños de Alejandro Roso, quinta generación de una saga de zapateros en Torrejoncillo que, desde niño, se escapaba al taller de su abuelo para aprender el oficio. No es el único artesano del pueblo: la familia Moreno León se dedica a la alfarería desde 1783 utilizando barro de Torrejoncillo, Sagrario Alviz es bordadora especializada en el tradicional pañuelo del gajo, y Marcelo Domínguez crea piezas de joyería de oro y plata, tal y como hacían sus ancestros orfebres.

Todos estos ejemplos de modelos de producción artesanal presentan grandes ventajas. A nivel económico, ofrecen oportunidades laborales para quienes siguen al pie del cañón en áreas olvidadas. Según el informe La alta artesanía en España: sello de identidad de la alta gama, el sector artesano alcanzó un impacto de 6.049 millones de euros en 2019, con un total de 64.000 empresas dedicadas –lo que representa un 1,9% del tejido empresarial del país– y 213.000 empleos. Apostar por la artesanía es apostar por los vecinos, talleres y tiendas locales de la España vaciada, pero también por el desarrollo de actividades con un impacto indirecto en la economía nacional como el turismo o la sostenibilidad de tradiciones y cultura.

La producción artesanal requiere solo de materias primas – abundantes en el entorno rural–, y se trata por tanto de un modelo sostenible por su proceso de elaboración, su durabilidad y su escaso impacto ambiental. Una alternativa necesaria ante las tendencias de fast fashion y de ‘decoración perecedera’, ambas fruto de una industria que produce productos en masa en función de tendencias pasajeras, con materiales de baja calidad, y mediante la explotación de trabajadores con condiciones laborales precarias.

La artesanía rural aporta además al consumidor un producto con historia. En un pañuelo bordado a mano, un colgante con un diseño único o una tinaja de barro, se oculta un legado que no todos logran perpetuar.

Mujeres emprendedoras para acelerar el desarrollo rural

La dinamización del campo es uno de los obstáculos a los que se enfrenta nuestro país. En él, las mujeres juegan un papel fundamental: son uno de los ejes vertebradores esenciales.

La dinamización o transformación del medio rural depende, en gran medida, del freno que está suponiendo la despoblación, una de las lacras que más amenazan el futuro de algunas zonas de nuestro país.  Y este proceso de despoblación tiene rostro de mujer: en estas zonas rurales el escenario demográfico registra a 111,7 hombres por cada 100 mujeres. El Ministerio de Agricultura, Alimentación y Pesca señala esta realidad y el origen de la problemática“las mujeres del medio rural resultan determinantes para su vertebración territorial y social, y son un vector para la innovación y el emprendimiento rural. En el medio rural todavía se mantienen escenarios de desigualdad entre mujeres y hombres en un grado más acusado de lo que ocurre en el medio urbano». No en vano, el 40% de las mujeres que abandonan su pueblo a causa de la falta de igualdad y oportunidades tienen entre 16 y 44 años.

El 40% de las mujeres que abandonan su pueblo tienen entre 16 y 44 años

No obstante, se trata de una situación desafortunada que puede transformarse en una oportunidad a través del impulso del emprendimiento. Al menos así lo sostiene el informe Emprendimiento de mujeres en España, realizado por GIRA Mujeres. Tal como explica el documento, “el emprendimiento femenino se ha convertido en un fenómeno cada vez más reconocido e impulsado por visibilizar la contribución de las mujeres al desarrollo económico y social”, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcados por las Naciones Unidas. Esto no solo conlleva una “contribución potencial al tejido productivo y al avance socioeconómico, sino también al acercamiento a los objetivos de igualdad y diversidad marcados en las agendas institucionales”. 

Aunque de manera progresiva, de hecho, esta transformación parece estar teniendo lugar: en la actualidad, más del 15% de las mujeres de los entornos rurales se encuentra en alguna de las fases del proceso emprendedor (o lo que es lo mismo: casi 1 de cada 5 se ha arraigado ya profesionalmente en su territorio). Un dato que hay que celebrar si tenemos en cuenta que la diferencia porcentual con los hombres (cercana al 5%) es menor que la media apuntada en países de Europa y Norteamérica. Y este hecho va traduciéndose en resultados: la reducción de la brecha laboral de género en relación con hace una década es de 9 puntos porcentuales, según los datos del ministerio previamente mencionado. 

Emprendiendo hacia el futuro 

Una de las características más positivas de este emprendimiento rural tiene que ver con la ratio de proyectos consolidados, que doblan el porcentaje con un 10% de los desarrollados en el ámbito urbano. Así, si bien hay menos proyectos potenciales en el ámbito rural, su futuro arraigo parece más probable. 

El perfil de la mujer emprendedora también es alentador: son mujeres con una edad comprendida entre los 25 y 44 años es decir, en la cúspide de su capacidad productiva, con una formación secundaria o superior en el 82% de los casos y con una autopercepción positiva en cuanto a las habilidades necesarias para llevar el proyecto a buen puerto.

Los proyectos presentan gran originalidad y creatividad como es el caso de Al sonido del yunque, una curiosa forja artesanal abierta en un pequeño pueblo de Toledo. Como señala el informe elaborado por GIRA Mujeres, se trata de proyectos que, si bien no son tan destacados al menos de forma habitual en los ámbitos tecnológicos e innovadores, marcan la diferencia en un contexto completamente distinto al urbano. 

El 54% de las personas que emprenden en un pueblo son mujeres

Son ejemplos que inspiran y animan a mirar el future con optimismo. Según señala la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur), si la despoblación del campo tiene rostro de mujer, su futuro también: el 54% de las personas que emprenden en un pueblo son mujeres, frente al 30% de las mujeres que lo hacen en una ciudad.Señalan cinco barreras que impiden un impulso más fuerte en este sentido: la falta de visibilización, el acceso a la financiación, la brecha digital, la complejidad burocrática y la falta de formación empresarial. Eliminarlas o atenuarlas es esencial para dinamizar un entorno más degradado que su contraparte urbana. Así lo resumen desde Fademur: “El éxito de estas mujeres [emprendedoras] es un éxito para sus comunidades rurales, por lo que apoyarlas es estratégico para todo el país”.

El campo envejece

La edad media de los agricultores en España es de 61,4 años. Mientras tanto, los menores de 35 años no llegan a representar más del 15% de los jefes de cultivos, una indicación clara del acuciante problema del relevo generacional en el entorno rural. ¿Quién heredará un campo vacío? Explicamos con datos cómo el envejecimiento del campo está poniendo en peligro la vertebración del territorio rural.

Cuando la vida nos recuerda la fragilidad humana, todas las miradas se vuelven hacia el campo. De repente, ese entorno se nos hace más limpio, más sencillo, más calmado. Ya se encargó la pandemia provocada por el coronavirus de demostrar que otra vida fuera de las ciudades era posible. De hecho, en las mesas de Naciones Unidas, gobiernos, instituciones, empresas y ciudadanía, el discurso en defensa de la España rural es protagonista. Sin embargo, la música suena muy distinta a la hora de garantizar el relevo generacional con medidas efectivas. ¿Quién heredará el campo si nadie se queda en él?

Los datos no son muy halagüeños: en 2017, nueve de cada diez beneficiarios de las ayudas directas de la Política Agraria Común (PAC) —un conjunto de subvenciones económicas a nivel europeo que ayudan a desarrollar la agricultura y hacerla más rentable— tenían más de 40 años. En concreto, 678 919 agricultores frente a los 56 354 de entre 25 y 40 años, que, junto con los menores de 25 años, representan tan solo el 14%. Y si bien en 2022 ha habido un pequeño aumento en los agricultores jóvenes (ahora el porcentaje es de 14,82%), este cambio es imperceptible en un campo que envejece a pasos agigantados: la edad media de los agricultores es de 61,4 años. 

«Los agricultores mayores aguantan todo lo que pueden para mantener los cuidados de los campos», explicaba Cristóbal Aguado, presidente de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA), en una entrevista. «Si ya éramos los líderes en tierras agrarias sin cultivar, con casi 165 000 hectáreas, ahora también tenemos el triste honor de encabezar el ranking nacional en edad media agraria».

Concretamente, en 46 de las 50 provincias de nuestro país (no se cuentan Ceuta y Melilla porque no existen datos), más de un tercio de los jefes de explotaciones agrícolas superan los 65 años. En Pontevedra, Ourense y Valencia, de hecho, representan más de la mitad de los agricultores, mientras que los menores de 44 años ni siquiera alcanzan a representar el 15%. En el ranking continúan Alicante, Castellón y Toledo, y en ningún caso los menores de 35 años llegan a suponer más del 10% de la población. Ocurre incluso en provincias típicamente agrícolas, como las de Andalucía, donde se podría esperar por tradición un mayor relevo generacional que, sin embargo, brilla por su ausencia: tan solo Almería supera el 25% de agricultores que aún no han cumplido el lustro. Cabe destacar que en este caso las cifras hablan únicamente de jefes de explotaciones ganaderas, lo que demuestra que la mayor parte de los cultivos se mantienen todavía en manos de los más mayores.

En 46 provincias españolas, más de un tercio de los jefes de explotaciones agrícolas superan los 65 años

Pero ¿qué pasa con los trabajadores? Una lupa sobre el mercado laboral agrícola, ganadero, forestal y pesquero (para estos datos concretos, el INE no realiza un desglose) apunta a que esta aparente falta de sangre nueva en el campo ha sido una crónica de una muerte anunciada: los únicos trabajadores que han seguido una tendencia al alza desde 2011 son los situados en la franja de edad de los 50 a los 69 años. Mientras tanto, la cifra de trabajadores de entre 30 y 34 años se ha desplomado en tan solo un año, pasando de representar el 53% en 2021 al 37% en 2022. Hay otro dato que pasa desapercibido, pero que es el ejemplo perfecto para demostrar lo que está ocurriendo y es que, mientras los mayores de 70 años están a punto de alcanzar su máximo en once años, los menores de 19 rozan el mínimo: 1,8%.

¿De verdad no hay jóvenes?

En diez años, una buena parte de los agricultores habrá pasado a la jubilación. Quizá algunos decidan mantenerse en las tierras para evitar que tantos años de esfuerzo caigan en el olvido por la falta de jóvenes en el campo, pero los expertos advierten de que esto no debería generar ninguna sensación de alivio. De hecho, el no relevo generacional ya se define como «un asunto de Estado». La amenaza del cambio climático sobre los cultivos, una población mundial que crece por momentos y la transición verde (que desembocará en el sistema alimentario) necesitan jóvenes preparados para afrontar los retos del futuro con nuevas visiones y técnicas de cultivo. 

Pontevedra, Ourense y Valencia encabezan las provincias con mayor número de agricultores que han superado la edad de jubilación

Hablamos del campo español, pero la situación es extrapolable al contexto europeo, donde la edad media del agricultor es de 40 años y más de la mitad de las explotaciones ganaderas está en manos de mayores de 55 años. En Italia los agricultores mayores de 65 años representan el 50% de la mano de obra, mientras que en los Países Bajos alcanzan el 20% y en Francia el 15%. En otras palabras, el desafío es de rango comunitario y la Comisión Europea quiere ponerle fin con la EU Youth Strategy 2027, que busca mejorar las condiciones en las zonas rurales para que los jóvenes puedan desarrollar todo su potencial y volver al campo.

«La juventud del mundo rural puede proporcionar nuevas ideas, inspiración y energía para crear mejores oportunidades y pueblos más resilientes y conectados», aseguraba recientemente la Comisión Europea en un informe que no solo analiza la realidad de las generaciones más jóvenes, sino que se centra en demostrar que sí hay jóvenes que quieren cambiar el relato y lo hace incluyendo en el informe las historias de un italiano que está construyendo su propia granja orgánica, un español que está transformando los cultivos familiares hacia la agricultura regenerativa o una atleta profesional eslovaca que ha desarrollado una granja biodinámica para minimizar el impacto de la producción sobre el suelo.

Lo que necesitan, aseguran los expertos, son incentivos para evitar que el sector primario —clave para vertebrar los territorios— quede huérfano. Económicos, sociales y de conciliación, tal y como reclamó el presidente del Consejo Europeo de Jóvenes, Jannes Maes: «Con nosotros pasa como con los profesionales sanitarios: recibimos muchos aplausos, pero no tanto apoyo financiero por parte de los Gobiernos». En este sentido, dentro de nuestras fronteras son numerosas las iniciativas civiles y del sector privado que buscan compensar esta falta de atención administrativa para resolver el no relevo garantizando el traspaso de los negocios a manos más jóvenes e innovadoras. 

Ruralizable, por ejemplo, es una iniciativa que lanza periódicamente convocatorias para emprendedores con ideas de proyectos innovadores con impacto social positivo en el medio rural, una herramienta fundamental para la regeneración económica y social de las zonas despobladas. Uno de los emprendimientos apoyados, Te Relevo, permite precisamente comprar y vender negocios de manera digital. En conclusión, se trata de mantener con vida un proyecto (agrícola, ganadero, forestal) que nació hace décadas cuando los pueblos rebosaban de vida y que aún tiene potencial de renovarse de la mano de quienes mejor pueden hacerlo: las nuevas generaciones.

Turismo rural: ¿dinamizar o erosionar la España vaciada?

El verano es una estación endulzada por las promesas que suelen encerrar las vacaciones: evadirnos del estrés, relativizar ciertos problemas y descubrir rincones hasta entonces completamente desconocidos. Este verano, los alojamientos rurales de España ya alcanzan una ocupación media del 50% y se prevé que las cifras finales superen el 52% registrado en 2019, según datos del portal EscapadaRural.

El turismo de vías verdes permite aprovechar 2.700 kilómetros de antiguas infraestructuras ferroviarias abandonadas

Es un hecho que el turismo rural satisface a sus fieles: el 96% de los turistas rurales declararon este año haber practicado esta clase de turismo con anterioridad, frente a un 98% que lo hizo el año pasado. De hecho, según datos del Observatorio de Turismo Rural, más de la mitad de los turistas (52%) reconoce haber cambiado el sol y la playa por el medio rural. Se trata de un modelo disruptivo en este sentido, ya que se busca el contacto con la naturaleza y con un entorno al que normalmente muchos no tienen acceso. Los mismos datos así lo demuestran: la abundancia de opciones al aire libre (70%) es la motivación que más crece respecto a años anteriores, junto con la posibilidad de visitar un entorno cultural (49%) y la riqueza gastronómica (45%). Asturias, Andalucía y Aragón son los destinos predilectos para satisfacer estas necesidades.

Mucho más que turismo

El turismo rural tiende a ser más que una mera actividad económica, llegando a dinamizar zonas que de otro modo podrían quedar abandonadas. A esto ayudan alternativas como el ecoturismo, una forma de viajar de manera responsable por su bajo impacto ambiental, con actividades imposibles de encontrar en los entornos urbanos o masificados: interpretación del medio natural, observación de fauna y flora, rutas culturales o fotografía de naturaleza, entre otras.

Otra de las alternativas más destacadas es la de las vías verdes (o cicloturismo), cada vez es más popular. Aprovechando los 2.700 kilómetros –de un total de 8.000– de las antiguas infraestructuras ferroviarias españolas abandonadas, esta forma de viajar permite no solo observar algunos de los paisajes nacionales más espectaculares, sino dinamizar áreas en declive.

Luces… y también sombras

No obstante, no es oro todo lo que reluce: el turismo rural también puede contribuir, paradójicamente, a la degradación de nuestros pueblos. Una mala gestión puede llevar, más allá de la posible gentrificación –y la construcción derivada de la misma, a veces no asimilable por el entorno–, a consecuencias notablemente profundas. Así, la contaminación, una insuficiente depuración de aguas residuales o gestión de residuos, el agotamiento de los recursos, la erosión del suelo por el impacto de los visitantes o el deterioro y la destrucción de la fauna y flora local pueden convertirse en algunas de estas posibles consecuencias, tal como indican desde CEUPE.

La abundancia de opciones al aire libre (70%) es la motivación que más crece en el turismo rural respecto a años pasados

Además, una gestión negativa de este tipo, según defienden desde la Asociación Española de Expertos Científicos en Turismo (AECIT), puede favorecer la erosión de los comercios tradicionales, la especulación por el uso del suelo e incluso una suerte de monocultivo económico. La comunidad que en un principio se beneficiaba, de este modo, podría acabar sumida en un laberinto con una única salida. En última instancia, las consecuencias de una actividad mal implementada puede impulsar una despoblación de la misma zona que pretendía dinamizar.

Así, el creciente turismo rural tiene el potencial de transformar los ecosistemas, economías y sociedades de la España vaciada. De la forma de gestionar e implementar tal actividad, así como del compromiso de los turistas y establecimientos, dependerá que este cambio conduzca al rural hacia un escenario más sostenible.

“Esa idea de que en los pueblos no hay nada de lo que vivir es un mito”

El presidente de la Red Española de Desarrollo Rural (REDR), Secundino Caso, siempre ha afirmado con rotundidad que la pandemia ha sido una de las mayores oportunidades para dinamizar el desarrollo económico de la España vacía. Habla desde su experiencia pero también desde la de los vecinos de Peñarrubia, el pequeño pueblo cántabro de 318 habitantes del que lleva dos décadas siendo alcalde: en los últimos meses, tres nuevas familias se han mudado al municipio para teletrabajar o crear nuevos negocios desde esa tranquilidad que solo puede dar el campo. Una señal irrefutable, apunta Caso, de que algo está cambiando en el mundo rural. Aunque, para que la transformación eclosione definitivamente, aún quedan algunas asignaturas pendientes por resolver. 

Usted defiende que la pandemia ha resignificado la vida en el entorno rural. Sin duda, el trabajo telemático ha marcado un antes y un después en la España vacía. Pero ¿de qué forma el coronavirus ha cambiado nuestra concepción de los pueblos de España en cuanto a oportunidades laborales?

La influencia de la pandemia en la resignificación del entorno rural es una realidad. Gracias a ella, la sociedad –ya no solo la rural, también la urbana– ha empezado a valorar de verdad el tener una casa con acceso a la naturaleza, vivir en un pueblo, disfrutar del aire libre. En la práctica, muchos pueblos están viendo este efecto ahora mismo: hay mucha gente que compró una casa en un municipio rural como segunda residencia durante la pandemia y que, ahora, se está mudando para vivir en ella definitivamente. También en el ámbito más económico se está dando un cambio grande, ya que por primera vez estamos viendo cómo hay gente que apuesta por invertir en los pueblos sin ninguna subvención o ayuda. Esto dignifica. Que venga gente de las ciudades, con un poder adquisitivo mayor, a quedarse en la España rural es un motivo de orgullo para los vecinos. Algunos todavía incluso se sorprenden, porque se preguntan cómo puede una persona decidir abandonar la ciudad y venirse al campo. La respuesta es sencilla: está donde quiere estar, y es en el pueblo. No obstante, que la migración a la inversa –de pueblo a ciudad– ocurra depende de numerosos factores. El más importante de todos es la conexión. Ya existen pueblos de primera y pueblos de segunda según si tienen fibra óptica o no. En resumidas cuentas, es importante ver que lo que necesita un pueblo para ser atractivo no es que esté cerca de una gran ciudad, sino que esté conectado y cuente con los servicios suficientes para proporcionar un estado de bienestar a sus vecinos y a los nuevos moradores.

«Los pueblos necesitan trabajadores, pero para ello tienen que garantizar un bienestar»

No obstante, la edad media en el entorno rural ronda los 55 años y, según la Fundación Adecco, los mayores de 50 años representan el 14% del paro en España. ¿Cómo se puede garantizar el acceso al emprendimiento rural en una horquilla de edad que suele tenerlo muy complicado para conseguir empleo?

No creo que sea un problema. De hecho, mucha de la gente que está viniendo a emprender a los pueblos ahora no baja de los 60 años. El mundo rural ofrece muchas oportunidades y necesita gente que trabaje. Por ejemplo, a Peñarrubia acaba de mudarse un matrimonio –él es arquitecto; ella diseñadora– que supera los 50 años de edad, y también una mujer que decidió abandonar Barcelona y montar su negocio online de velas artesanas desde aquí. 

Además, ahora mismo contamos con muchos programas que permiten acercar a emprendedores y grupos de desarrollo para que trabajen coordinados. Vuelvo al ejemplo de Peñarrubia: en nuestro pueblo hay muchísimo turismo, pero todavía falta hostelería. Quien quiera venirse y montar un restaurante, podrá vivir muy bien.

Pero también es cierto que el territorio rural, si bien abarca el 80% de la superficie española, cuenta con una densidad media de 17,8 habitantes por kilómetro cuadrado. En un escenario como este, ¿de dónde se parte y hacia dónde se tiene que ir para una red laboral resistente que facilite el emprendimiento rural?

Esa es una de las asignaturas pendientes. Tenemos que aprender a coordinarnos mejor. No es una cuestión de cantidad, sino de forma de trabajar. En el mundo rural hay decenas de entidades como fundaciones, planes de empleo o asociaciones que luchan por el desarrollo del emprendimiento en los pueblos. Es más, si en España hay 250 comarcas, en cada una de ellas vive un grupo de acción local que puede orientar a cualquier interesado en emprender sobre los sectores que necesitan más trabajadores o qué empleo fortalece el territorio. Lo único que falta, como digo, es trabajar todos sobre la misma página.

Usted lleva más de veinte años siendo el alcalde de Peñarrubia. Ha sido testigo directo de la evolución de la España vacía. ¿Cómo ha afectado la despoblación al bienestar económico y social del pueblo? ¿Se está recuperando de alguna forma? ¿Qué pierde España cuando en los pueblos se deja de emprender?

En primer lugar, cuando yo llegué al consistorio, había registrados 200 habitantes. Ahora hay casi 400. Recientemente, he visto a tres familias venir a vivir aquí. El matrimonio del arquitecto y la diseñadora se dedica a comprar casas en Madrid, rehabilitarlas y venderlas. Es decir, que pueden vender un piso en la Castellana desde un municipio de la España rural. También, justo enfrente de ellos, están construyendo una casa un hombre alemán y una mujer chilena. Él tiene una empresa digital de gestión de depuradoras para gobiernos de todo el mundo e, igualmente, lo resuelve desde el ordenador en Peñarrubia. Todo lo que necesitan es el internet que les proporcionamos. Mi pueblo necesita trabajadores. Ahora mismo hay muchas empresas turísticas –posadas, hoteles, albergues y un balneario de lujo– que necesitan gente. Esto demuestra que hemos conseguido poner sobre la mesa que esa idea de que en los pueblos no hay nada de lo que vivir es un mito. Cuando yo empecé, no existía nada más que el sector primario y, a lo largo de estas décadas, hemos asentado proyectos que han dinamizado la economía.

La pregunta ahora es: ¿y por qué, aun así, no conseguimos que se quede toda la gente que queremos? Porque la vivienda, al menos en el caso de Peñarrubia, es un gran problema. Ahora mismo, si una pareja joven se viene a vivir aquí, tendrá que gastar mucho dinero en una casa que es una verdadera ruina. Eso es algo de lo que también hay que hablar: no es tan sencillo como darles trabajo y ya, sino que se necesitan servicios adecuados, como un sistema de viviendas rehabilitado, un médico, una guardería… Ahora mismo estamos viendo cómo mucha gente viene al pueblo a trabajar por el día y luego se va a la cabecera de comarca para descansar, porque allí es donde está su casa. Eso no tiene sentido. La gente no se da cuenta de que ese estado de bienestar en el que viven en las ciudades es muy potente, y que eso no siempre lo encontramos en los pueblos. Tenemos que conseguirlo. No obstante, el reto está en que, si bien no hay dos pueblos iguales, tampoco hay dos soluciones iguales.

¿Qué sectores lo tienen más complicado (y qué sectores lo tendrán en el futuro próximo) para crecer en la España vacía?

No es una cuestión de sectores, sino de que la gente tenga todo lo que necesita para vivir bien. Es muy importante cambiar esa mirada. Hace 50 años, del mundo rural se marchó todo aquel que pudo y se quedó solo el que no tuvo oportunidad de irse. Es decir, los trabajadores de la agricultura y la ganadería. Esos sectores ahora mismo están pasando por auténticas dificultades económicas, y no es porque se hayan quedado en el pueblo, sino porque el estado de bienestar les garantiza más bien poco. Cuando te mudas a un pueblo con 20 años y estás soltero, el estado del sistema educativo, la sanidad o las residencias de mayores te puede dar un poco más igual. Pero si te acabas de casar y tienes dos niños pequeños, da igual el sector en el que trabajes, que mientras no haya una guardería o un médico disponible te va a dar igual. El estado de bienestar en el mundo rural es un espacio aún por conquistar. 

«Llevamos 50 años legislando para las ciudades, y ahora nos encontramos con un traje que no viene a medida para los pueblos»

En este sentido, son cada vez más las iniciativas del sector privado centradas en generar un impacto positivo en la economía de los pueblos. Pensando en algunos ejemplos, nos encontramos con Holapueblo, que apoya a personas interesadas en instalarse en el mundo rural e implantar su idea de emprendimiento, o Ruralizable, que impulsa el emprendimiento tecnológico a favor del mundo rural. ¿Qué opina de esta implicación de las empresas para favorecer el desarrollo sostenible de los pueblos? ¿Hasta qué punto el sector público y el privado pueden trabajar en alianza?

La alianza público-privada es fundamental. Tiene que existir sí o sí. Puede que haya gente a la que le cueste entenderlo, pero yo, que soy presidente de un grupo local y de la Red Española de Desarrollo Rural –donde la mitad del componente es público y la otra mitad privado desde hace 30 años– lo tengo claro. Lo que sí es cierto es que, hasta hace poco, hemos estado dando la espalda al mundo rural. Antes no se le tenía en cuenta porque componía muy pocos votos, y eso no interesaba. Se ha tardado mucho en ser consciente de la importancia del mundo rural que, más allá de la pandemia, es una pieza clave a la hora de luchar contra los principales retos que nos conciernen: el cambio climático, la producción de alimentos, la captura de dióxido de carbono, el terreno para instalar las energías limpias… Con la transición energética sí que vemos el potencial de los pueblos, pues permiten un modelo barato y más sostenible. Pero, por supuesto, tal y como ha avanzado la historia, hay reticencias de ciertos habitantes. Con esto quiero decir que, si ahora contamos con el mundo rural, la única forma de hacerlo es teniendo en cuenta a los vecinos. Por eso la alianza entre lo privado y la figura civil es tan importante: hay que llegar a consensos con los habitantes y encontrar soluciones adaptadas a ellos y su entorno.

Concretamente, Red Eléctrica es un actor fundamental porque combina esa rentabilidad energética y sostenible con la involucración de la gente que vive en los pueblos. Es la única manera de hacerlo, en realidad, porque necesitamos un equilibrio, que ciudades y pueblos trabajen para que ese estado de bienestar llegue sin dejar a nadie marginado. De lo contrario, fallaremos y daremos margen a la demagogia.

Sobre dar la espalda al mundo rural, ha denunciado en numerosas ocasiones que las leyes, muchas veces, tampoco piensan en los pueblos. ¿Qué hace falta cambiar en la legislación para darle un mayor empujón al tejido laboral de los pueblos?

Esa es la clave. Nos vemos frente a una legislación que, en los últimos 50 años, se ha diseñado para una España urbana. Y ahora, cuando queremos legislar para los pueblos, se convierte en un traje que no nos viene a medida. No podemos aplicar esta legislación al mundo rural porque lo único que hemos hecho ha sido ponerle capas de protección, no dinamizarlo. Y la protección, muchas veces, genera cuellos de botella.

De esto hay cientos de ejemplos. Sin ir más lejos, el acceso a las farmacias. En una ciudad, una farmacia sale muy rentable tan solo vendiendo medicamentos mientras que, en un pueblo, para que salga a cuenta, el farmacéutico tiene también que asesorar, llevar medicamentos a domicilio, hacer preparados específicos para los vecinos, etcétera. Y, sin embargo, la ley no permite que las farmacias de los pueblos cuenten con un psicólogo. Y no solo eso: la legislación marca que en un pueblo de menos de 500 habitantes no puede haber una farmacia, sino un botiquín. Esto minimiza los servicios y reduce el horario de atención al cliente, puesto que un botiquín no puede abrir todos los días. 

Este fenómeno también lo observamos en la ley de transporte escolar. Es lógico que para una ciudad se legisle, por pura seguridad, que los menores de edad no puedan viajar en el mismo transporte que adultos completamente desconocidos. Pero en un pueblo, donde hay una gran red familiar, no tiene sentido alguno. ¿Qué hace entonces un niño pequeño cuando tiene que viajar en un autobús casi vacío para ir a la escuela en otro pueblo y no puede acompañarle su abuelo? Tenemos que volver a aplicar la lupa para hacer leyes destinadas al mundo rural. Inglaterra y Francia, por ejemplo, ya llevan tiempo trabajando en una legislación adaptada. Incluso existen observatorios rurales que, cada vez que sale una nueva ley, ponen en marcha un mecanismo de garantías que analiza cada párrafo para evitar que pueda perjudicar a los pueblos. No para beneficiarlos, sino para ahorrarle daño. Yo mismo me conformo ya con eso: que la legislación no sea una losa sobre nuestras cabezas.

Más allá de los servicios, también muchos de los emprendedores que quieren invertir en los pueblos lamentan las trabas burocráticas a la hora de encaminar su negocio.

Claro, es que no puede ser que alguien tenga que esperar durante dos o tres años a que la Administración le diga si puede emprender o no. Yo lo veo todos los días: muchísima gente que quiere emprender deja de intentarlo porque no se ve capaz de seguir adelante con tanta burocracia. Eso hay que agilizarlo. Tendríamos que ponerle una alfombra roja a cada persona que quiera emprender, garantizar que puede resolverlo en un tiempo razonable, tanto si es un proyecto viable como si no. 

«Necesitamos construir un relato atractivo para que los jóvenes vengan a los pueblos»

Desde su punto de vista, ¿el Plan de Recuperación de la Unión Europea, que destina más de 8.000 millones al desarrollo rural, puede ser ese as bajo la manga que la España vacía lleva tiempo buscando?

En cuanto a las ayudas europeas tengo el corazón partido. Es verdad que son una gran inversión, pero hay que tener en cuenta que con la migración el mundo rural quedó desprotegido de talento y, ahora mismo, no tiene capacidad de personal para absorber ese dinero. Hay que recordar un dato fundamental: el 60% de los ayuntamientos españoles están en municipios por debajo de los 1.000 habitantes. ¿Qué significa esto? Que no hay manos suficientes: no hay técnicos para preparar los proyectos y no hay asesores que ayuden a decidir a qué destinar el dinero. Precisamente la semana pasada lo denunciamos ante el Ministerio de Economía. No hay organismos suficientes para presentar proyectos al mundo rural en la medida de lo que debería ser. Sí que algunas comunidades autónomas han puesto técnicos para abordarlo, pero deberíamos tener un gran pacto, una agenda rural que garantice que estos fondos llegan adecuadamente porque el Plan de Recuperación es un tren que no podemos perder. 

Ante este escenario, ¿podemos esperar entonces una revolución rural que transforme el panorama laboral de España y reequilibre el mapa poblacional?

Estamos en un momento clave. No solo en España, sino en toda Europa. No se trata de vivir del mundo rural, sino de vivir en el mundo rural. Y de nuevo, la digitalización y la robotización del campo juegan un papel fundamental para dar un paso más. Eso sí, siempre que lo hagamos con unas gafas que miren de verdad al mundo rural (sin paternalismos) y lleven a generar ambientes de confianza y empatía, un relato atractivo para la gente joven y el emprendimiento. Los jóvenes tienen que ser los protagonistas de nuestro futuro.

Bienvenido a tu nuevo hogar: Red Nacional de Pueblos Acogedores para el Teletrabajo

Red Nacional de Pueblos Acogedores del Teletrabajo

Pocas cosas se antojan necesarias para un trayecto que, hoy, es cada vez más frecuente: un maletín, un puñado de aparatos electrónicos y una maleta embutida con ropa de toda clase. Esto bien podría ser el inicio de unas pequeñas vacaciones. No obstante, es parte de esa oficina portátil que aquellos practicantes del teletrabajo llevan consigo a todos lados. Una sensación de libertad y movimiento completamente novedosa. En definitiva, una pequeña explosión de oportunidades dispuestas a nuestro alcance. 

No es de extrañar, a este respecto, que surjan propuestas atractivas como la dispuesta a través de la Red Nacional de Pueblos Acogedores para el Teletrabajo. Este proyecto, impulsado por el Grupo Red Eléctrica y El Hueco, con el apoyo de la plataforma Booking, busca atraer trabajadores telemáticos hacia la España rural. El objetivo es demostrar el atractivo inexplorado de las zonas que conforman lo que se conoce como 'España vacía'. Así, esta red promueve municipios que reúnen las condiciones necesarias para poder desarrollar una vida profesional a distancia.Las estancias –que pueden ser tanto cortas, medias o largas– contribuyen, de esta forma, a dinamizar y repoblar zonas rurales necesitadas de un nuevo soplo de vida. 

El mundo rural ofrece ahora la oportunidad de desarrollar una vida distinta a los ritmos demandados por la ciudad

«La pandemia ha puesto el teletrabajo en primera línea y ha contribuido, además, a cambiar la percepción que las personas que viven en las zonas urbanas tienen del medio rural, que es visto ahora como un espacio seguro con una gran calidad de vida», explicó en su presentación Joaquín Alcalde, director de El Hueco, compañía basada en el soporte a los emprendedores sociales. En términos similares se expresó también Antonio Calvo, director de Sostenibilidad en el Grupo Red Eléctrica, cuando destacó que el mundo rural «ofrece unas oportunidades de teletrabajo que probablemente hasta ahora no se habían valorado».

Un cambio de perspectiva

El proyecto, por tanto, trata de aprovechar la oportunidad que surge de una situación desfavorable, como es el impacto de la pandemia. ¿Por qué el lugar a donde uno se dirige a refugiarse en sus vacaciones no puede estar presente, también, durante el resto del año? Esta es la idea central tras la nueva red del teletrabajo; una oportunidad en la que parece posible poder combinar el deber profesional con el placer de la libertad oculto a través de las calles de estos pequeños núcleos rurales. Es por ello que cada municipio participante –30 hasta el momento– cuenta con cobertura de internet, espacios de co-working, conexiones de transporte público y la existencia de otros factores como bancos, farmacias y lugares de culto. 

Ya son 30 los municipios que forman parte de esta red de pueblos destinados a potenciar el teletrabajo

Esta experiencia, en ocasiones de carácter puramente inmersivo, es impulsada también por la posibilidad de establecer una especie de anfitrión relativo al teletrabajador, es decir, una persona del pueblo que oriente y asesore a las personas que se desplacen a teletrabajar allí. Una apertura que cala en cada uno de los niveles en que se dispone la oportunidad: atracción de talento, revitalización de cultura y ocio, fortalecimiento del tejido social. «Con experiencias como esta, se abren nuevos modelos que facilitan las oportunidades de trabajar en entornos rurales», señalaba Antonio Calvo. 

El éxodo asociado al teletrabajo es cada vez mayor, y proyectos como este ayudan a la huida de talento rural desde el interior peninsular. Empresas de todo perfil se preparan para el silencio de las oficinas y el bullicio del hogar. El modelo híbrido de trabajo, incluso, ofrece una oportunidad también recogida en la Red Nacional de Pueblos Acogedores para el Teletrabajo, como es la de llegar a convertirse en población flotante. Es decir, a vivir alejado de los inconvenientes que uno perciba en el medio urbano, a desarrollar una existencia acorde a los ideales que uno considera más cercano al color verde del campo.