Cohesionar el territorio y construir comunidad son dos de los impactos que puede tener la cultura si se impulsa desde zonas rurales, lo que ayudaría a asegurar la prosperidad económica de estas regiones y a frenar la despoblación.
A menudo, cuando se piensa en cultura, lo que nos asalta son espacios cerrados como museos, galerías, cines, o bien experiencias individuales como la lectura o las exposiciones. Pero emplear la cultura como elemento que cohesione un territorio, que haga comunidad, asegure su prosperidad económica y que frene la despoblación también es posible. Redeia convocó, en una mesa redonda, algunos ejemplos en sus Jornadas de Sostenibilidad 2023, celebradas el 18 y 19 de octubre en la madrileña Fundación Giner de los Ríos.
«La cultura es un bien básico, que tiene que ver con el sentido de la vida, transmite y genera valores, dignifica el sufrimiento, nos reconcilia con el ser humano y nos permite hacer memoria», apuntó el moderador, Óscar Becerra, CEO de La Fábrica.
«Se nos pasa por alto, en muchas ocasiones, que la cultura siempre tiene una función social, siempre, sea que hablemos de una colección privada o pública, que pretenda la propaganda, incluso en aquellos artistas que aseguran que su arte no tiene finalidad ninguna, la tiene, y es social. El arte surge en una sociedad y, para crear, se necesita de una estructura, por mínima que sea», explicó Manuel Borja-Villel, comisario de la 35 Bienal de São Paulo.
El que fuera director del Museo Reina Sofía aseguró que la obra de arte tiene repercusiones sociales, y blandió el ejemplo del urinario de Duchamp, al que tituló ‘Fuente’, lo que ocasionó un debate a propósito de qué es el arte, que aún llega a nuestros días. «El arte nos hace ver el mundo desde otra perspectiva», afirmó, al tiempo que recordaba su función catártica, que permite a los ciudadanos «debatir las pesadillas sin violencia».
Un pueblo museo
Genalguacil es un municipio malacitano de apenas cuatrocientos habitantes. Con la amenaza de la despoblación, su alcalde, Miguel Ángel Herrera, lideró un proyecto que se ha convertido en referencia europea: transformar el pueblo en museo. Cada dos años, artistas de diferentes procedencias se reúnen en él durante una semana, becados por el ayuntamiento, para realizar distintas piezas artísticas que quedarán expuestas de manera permanente en las calles del pueblo. Genalguacil es un museo al aire libre.
Borja-Villel: «Lo interesante del arte es que nos enseña que el otro es diferente, pero tan válido como uno mismo»
«En 2011 estábamos a punto de cerrar el colegio. Dos años más tarde, pudimos contratar a un profesor, porque había niños suficientes. Ahora tenemos dos profesores. Cada año vienen veinte mil personas a ver el pueblo, y se han trasladado a él muchos artesanos. Hemos conseguido fijar la población y aumentarla. Hemos demostrado que la cultura puede ser un elemento de transformación muy potente para los entornos rurales, combinando cultura tradicional con innovación», expone el edil.
«El arte va a los pueblos, pero nos olvidamos de que los pueblos son, en muchos casos, fuente de arte. Es muy interesante que haya pueblos que se conviertan en museos, pero tenemos que conseguir también que los museos se conviertan en pueblos», apunta Borja-Villel, al tiempo que denuncia el olvido sistemático de la cultura que proviene del ámbito rural: «desde la Europa de las grandes ciudades, pensamos que nuestros criterios en materia de arte son hegemónicos, universales, pero existen otras epistemologías, otros modos de entender el arte igualmente valiosos. Lo interesante del arte es que nos enseña que el otro es diferente, pero tan válido como uno mismo».
A este respecto, Marta Espinós, directora adjunta de la Fundación Cultura en Vena, aseguró que la cultura mejora la vida en los entornos rurales y, sobre todo, regenera afectos que han estado viciados por rencillas pasadas. «A nuestros talleres acuden muchos de los habitantes de estos pequeños pueblos, y tienen que trabajar de manera comunitaria; muchos de ellos, antes de acudir al taller, ni se hablaban, pero, al hacer algo juntos, y al tener un resultado bello, ese afecto se reestablece, y eso es muy gratificante».
Espinós: «La cultura ayuda a curar, es beneficiosa para la salud mental de todos, combate el estrés y puede constituir un tratamiento complementario al convencional»
La Fundación Cultura en Vena acude a centros sanitarios y comunidades rurales en riesgo de despoblación, trabajando la salud mental y el bienestar de las personas a través de la cultura, con música, exposiciones itinerantes, prácticas culturales ambulatorias, etc. «La cultura ayuda a curar, es beneficiosa para la salud mental de todos, como reconoce la Organización Mundial de la Salud, combate el estrés y puede constituir un tratamiento complementario al convencional», señala Espinós.
«Cuidar nuestro entorno, defender un río o un lago, evitar la deforestación también es cultura, también cohesiona a las comunidades, basta pensar en los pueblos indígenas y cómo se articulan y movilizan para preservarla», apostilla Borja-Villel.
El caso Boa Mistura
Cuatro amigos madrileños a los que les unía salir juntos de noche a hacer graffitis. Así comienza esta aventura, nacida a finales de 2001, llamada Boa Mistura («buena mezcla»), cuyo propósito es transformar los espacios urbanos y rurales a través del color creando vínculos entre las personas.
«Uno de los proyectos más emocionantes que hemos vivido fue en São Paulo. Hicimos todo lo que las guías turísticas desaconsejan: meterse en un coche con desconocidos, quedarse a dormir en una favela… Buscábamos grandes paredes, pero no había ninguna, por la propia estructura de las favelas, así que decidimos nombrar algunos espacios con una palabra y asignarlos un color determinado», explica Javier Serrano, uno de los integrantes de Boa Mistura.
Y así lo hicieron. Con la ayuda de sus residentes, convirtieron la favela de Brasilândia en un lugar acogedor. La favela se desarrolla de forma longitudinal, con elementos de comunicación transversal que facilitan el acceso a las viviendas. Estas grietas se conocen como «becos», en los tramos llanos, y «vielas», en los tramos de escaleras, y articulan ambos la vida interna de la comunidad. Estos «becos» y «vieles» se convirtieron en ‘Belleza’ (azul), ‘Orgulho’ (verde), ‘Amor’ (amarillo), ‘Firmeza’ (azul turquesa), ‘Doçura’ (rojo)… «Al principio, solo nos ayudaban los niños, pero después vinieron las madres y, más tarde, de los padres, y así teníamos a familias enteras haciendo aún más suyo el espacio».
Serrano también compartió la experiencia del grupo cuando fueron a la colonia Infonavit Independencia, al norte de la ciudad de Guadalajara, Méjico. Se estima que viven allí unas 2.500 personas, repartidas en 1.024 departamentos, distribuidos en 66 torres iguales. Es un punto en el que el tráfico de drogas impedía a los habitantes disfrutar de los escasos espacios públicos. Apenas el único que había, una enorme cancha que utilizan para mercadear los pequeños narcotraficantes, fue el espacio escogido para ser intervenido.
«Lo primero que hicimos, fue contratar a cinco de los pandilleros del barrio, para que nos ayudaran. Ahora, alguno de ellos está estudiando Bellas Artes. Pintamos el suelo y los edificios que la conformaban con motivos indígenas, respetando la identidad local. A día de hoy, ese espacio sigue siendo usado por los pequeños traficantes, pero también por los muchachos del barrio, donde juegan, y se encuentran, y para los mayores también es un lugar de encuentro».
La última experiencia que compartió Serrano durante las Jornadas de Sostenibilidad de Redeia, como ejemplo de que la cultura es un eje vertebrador del territorio, se refirió a su intervención en Nicaragua, en las comunidades rurales de los municipios de Icalupe y Somoto.
«Cuando llegamos allí, nos encontramos con que las casas estaban pintadas. Las mujeres nos explicaron que lo hacían ellas mismas, moliendo rocas y mezclándolas con agua. Obtenían algo muy similar a la tiza. Lo que hicimos fue enseñarlas la técnica del temple con huevo, que adquiere mucha más consistencia que la que ellas empleaban. Les enseñamos a moler. Cuando terminaron de pintar todas las casas, comenzaron a pintar pequeñas rocas, que terminaron vendiendo como piezas artesanales», explica Serrano.
Boa Mistura es otro ejemplo de cómo el arte, la cultura, puede resignificar lugares, mostrar una manera de ganarse la vida a quienes no pensaban que tenían otra alternativa que la pobreza endógena, trabaja la identidad y la teje a sus paisajes, afianza el vínculo con el lugar. Todo ello construye comunidad, gracias a la cultura.