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Revolución sostenible a golpe de ley en el sector textil

La Unión Europea integra la lucha contra el fast fashion como uno de los puntos clave para alcanzar los compromisos del Pacto Verde Europeo. La propuesta responde a la voluntad de reconvertir el sector textil, desde un enfoque basado en la economía circular, la reducción del impacto ambiental y el respeto por los derechos humanos.


La industria de la moda se ha convertido en las últimas décadas en uno de los sectores más contaminantes del planeta, así como en uno de los principales focos de escándalo en materia de derechos humanos. A esta realidad se suman los datos poco alentadores que presenta el Pacto Verde Europeo –conjunto de propuestas con las que la Unión Europea pretende reducir las emisiones a más de la mitad en 2030 y alcanzar la neutralidad en 2050 –, según los cuales se espera que la producción de ropa aumente un 63% de aquí a 2030, pasando de los 62 millones de toneladas a los 102 millones. 

Se espera que la producción de ropa aumente un 63% de aquí a 2030, pasando de 62 millones a 102 millones de toneladas

La vida útil de las piezas de ropa y calzado es cada vez más corta, mientras que la huella de carbono sobre el planeta va en dirección ascendente.  Sin embargo, la Comisión Europea se ha decidido a poner freno a esta problemática, elaborando una nueva estrategia industrial que busca acabar con el fast fashion y la impunidad de las firmas de moda que no respeten el medio ambiente y el bienestar de sus trabajadores. 

Para ello, el organismo ha lanzado toda una serie de medidas que pretenden combatir el exceso de producción y promover el uso de materiales reciclados, la reducción de residuos textiles y un modelo de negocio más justo y transparente en toda la cadena de suministros. 

Ropa más duradera, sostenible y reciclable

«Para 2030, los productos textiles disponibles en el mercado de la UE serán duraderos y reciclables, en su mayoría fabricados con fibras recicladas […]. Los consumidores podrán disfrutar de productos textiles de alta calidad y asequibles durante más tiempo, mientras que el concepto de ‘moda rápida’ quedará obsoleto», expresaba así la Comisión Europea en el Parlamento de la UE en un comunicado de marzo de 2022. Partiendo de esta premisa, la Comisión pretende abordar esta cuestión desde el mismo diseño de la pieza, mejorando su calidad y composición para así aumentar su durabilidad. 

Con tal propósito, la UE plantea la producción de textiles fabricados en gran medida con fibras recicladas, libres de sustancias tóxicas, y evitar la mezcla de materiales para asegurar un efectivo sistema de clasificación y reciclaje. Además, la hoja de ruta que se pretende seguir prohíbe la destrucción de productos no vendidos o devueltos, así como la exportación de residuos textiles a otros países. «Las grandes empresas deberán hacer público el número de productos que desechan o destruyen, y su tratamiento posterior en cuanto a preparación para la reutilización, el reciclaje, la incineración o el depósito en vertederos», afirmó la Comisión. 

Por otro lado, el texto introduce el término «responsabilidad ampliada del productor», según el cual el fabricante asume una mayor responsabilidad sobre su producto, debiendo conocer en todo momento el ciclo de vida de la pieza y velar por ella desde el momento de su creación hasta que es transformada en desecho.  De esta forma, se promueven prácticas más sostenibles, como el reciclaje y la reutilización, disminuyendo así la cantidad de residuos que llegan a los vertederos. Asimismo, la gestión del producto al final de su vida útil puede llegar a crear oportunidades de empleo en el sector vinculados a la gestión de residuos y la economía circular.  

La importancia de la transparencia: por una moda ética y sostenible

Uno de los ejes fundamentales de esta iniciativa es garantizar la transparencia de los fabricantes y proporcionar al consumidor una información clara y veraz sobre el producto que está adquiriendo, facilitando así que apueste por una moda ética y sostenible. Con el fin de asegurar este punto, la Comisión ha trazado toda una serie de garantías y mecanismos digitales que permitirán verificar que las empresas cumplen con los futuros requisitos que se plantean en la propuesta. 

Las firmas de moda sólo podrán autodenominarse como «verdes» si cuentan con los certificados o etiquetas que así lo confirmen

Por un lado, se establecerán no solo etiquetados sobre la composición de la pieza de ropa o de la presencia de elementos de origen animal, sino que también se proporcionará información vinculada a su durabilidad, sostenibilidad y circularidad. En este sentido, la Comisión tiene el objetivo de romper con el greenwashing, también conocido como «postureo verde». 

De esta manera, a partir del 2030, las firmas de moda únicamente podrán autodenominarse como «verdes» si cuentan con los certificados o etiquetas que así lo confirmen. Además, dichas marcas deberán presentar un análisis exhaustivo del ciclo de vida de sus productos y especificar si la sostenibilidad proviene de una parte concreta del producto o de su totalidad. En cuanto a la ética empresarial, los fabricadores deberán garantizar que se están respetando los derechos de todos sus trabajadores y quedará prohibida la comercialización dentro de la UE de productos que hayan sido elaborados a través de trabajo forzoso o infantil. 

Para lograr afianzar estos requisitos, la Comisión ha creado herramientas digitales como el denominado Pasaporte Digital de Productos, un mecanismo que permitirá verificar si se cumple o no con las normativas del reglamento, y que expondrá de forma detallada el ciclo de vida de la pieza de ropa o calzado, así como el tipo de producción, el país en el que se ha elaborado el producto y los responsables que hay detrás de la fabricación. 

¿Es realmente más sostenible comprar ropa de segunda mano?

Hace tiempo, la moda de segunda mano se coronó como la alternativa más sostenible a una de las industrias más contaminantes del planeta, haciendo que florezcan apps y tiendas físicas para comprar y vender prendas ya utilizadas a la vez que ha crecido el interés de la ciudadanía por comprar de forma más consciente y verde. Sin embargo, no basta con comprar algo ya utilizado para contribuir al medio ambiente, sino que necesitamos cambiar la mentalidad con la que lo hacemos.

La nostalgia encaja con la moda de una forma única. Como si de un círculo perfecto se tratase, cada cierto tiempo vuelve a la calle una prenda que parecía haber pasado a mejor vida. Un renovado viaje al pasado que recupera fondos de armario de otras generaciones para instalarlas en las actuales. En esta idea se fundó la conocida tendencia vintage, que se usa para describir ropa que tiene entre 20 y 100 años de antigüedad. Su origen se remonta a los años cincuenta tras el crac del 29 en Estados Unidos, momento en el que todo lo ostentoso empezó a vivir sus horas más bajas y parte de la población decidió donar sus prendas más llamativas. Algo más tarde, una poderosa campaña de marketing puso de moda vender estas prendas, asentando lo que hoy conocemos como vintage y que, posteriormente, creó espacio en la sociedad para la ropa de segunda mano.

En ocho años, el mercado de ropa de segunda mano duplicará al de la moda rápida

En la actualidad, es precisamente este tipo de ropa la que marca la tendencia desde el discurso de la sostenibilidad. Cada vez surgen más tiendas físicas y aplicaciones que promueven la compraventa de ropa previamente utilizada entre usuarios, alimentando la economía circular y minimizando el despilfarro de una industria que representa el 10% de las emisiones de efecto invernadero: todo apunta a que en ocho años el mercado de segunda mano duplicará al de la moda rápida. Es lo esperable si se busca garantizar un futuro menos contaminante que beba de la economía circular. Sin embargo, ¿hemos perdido la perspectiva? ¿Es realmente más sostenible comprar ropa de segunda mano?

De un primer vistazo, los beneficios ecológicos de comprar ropa ya utilizada son evidentes: se alarga la vida de las prendas, se evita la extracción de nuevas materias primas y se evita el impacto ambiental asociado a la fabricación y sus posteriores residuos. Concretamente, según el Instituto de Investigación Medioambiental de Suecia, el mercado de segunda mano ahorró en 2021 más de 1250 toneladas de plástico y 1,4 millones de toneladas de CO2. También a las carteras de los consumidores, puesto que este sector puede ofrecer hasta un 70% de ahorro. Beneficio para el medio ambiente, pero también para la los bolsillos de los ciudadanos.

Comprar ropa ya utilizada es una buena alternativa si se seleccionan las prendas con esmero, cuidado y, sobre todo, con conciencia

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Que ahora miremos directamente a la ropa de segunda mano como la alternativa ideal conlleva el riesgo en convertir este mercado en una nueva versión de la moda rápida, borrando por completo la idea primitiva que le dio vida, la sostenibilidad, si se empiezan a repetir las dinámicas del consumo a las que venimos acostumbrados: comprar mucho y a bajo precio, muchas veces de forma compulsiva y sin necesidad real. Y, si bien adquirir una prenda ya utilizada posiblemente ahorre la producción de una nueva, es importante abordar esta perspectiva desde una óptica más amplia, ya que en la compra de esa camiseta o pantalón existen unas emisiones asociadas. 

En caso de que se adquieran a través de apps o páginas webs, es importante tener en cuenta que lo más probable es que esa ropa se envíe de la misma forma que cualquier otra. ¿Está envuelta en una bolsa de papel reutilizado o viene embalada con plástico? ¿De qué forma se ha transportado? Si la compramos fuera de nuestro país, es muy probable que se envíe primero en avión, después en camión y, posteriormente, en furgoneta de reparto hasta nuestra casa. Concretamente, un avión emite 192 gramos de CO2 por cada kilómetro, mientras que los camiones, junto con las furgonetas y los coches, son responsables del 70% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero procedentes del transporte. 

Algo similar puede ocurrir con las tiendas físicas de ropa de segunda mano, ya que las prendas tienen que llegar allí de alguna forma. Además, teniendo en cuenta que, de media, solo utilizamos una prenda siete veces antes de descartarla, corremos el riesgo de hacer lo mismo con esta alternativa si no prestamos atención a los patrones que reflejamos de la moda rápida y nos planteamos si verdaderamente tiene sentido comprar decenas de prendas de segunda mano refugiados en el alegato de que es de segunda mano y, por tanto, más circular. Tal y como refleja Greenpeace en un informe, solo el 12% de los textiles posconsumo se recogen por separado para su reutilización, y gran parte de esta cantidad termina exportada a zonas en vías de desarrollo, concretamente Europa del Este y África, contaminando el entorno. 

El mercado ghanés de ropa de segunda mano Katamanto refleja a la perfección este sobreconsumo de moda reutilizada que corremos el riesgo de hacer costumbre. Sobre sus mesas desvencijadas se amontonan los 15 millones de camisetas, pantalones, vestidos, abrigos y zapatos que se reciben a la semana y que se venden a cambio de escasos céntimos. Sin embargo, el 40% de esa ropa que llega (especialmente de países extranjeros) está tan estropeada que no sirve ni para utilizarse ni para ser reciclada, por lo que acaba en el vertedero de la laguna de Korle, en Accra, donde suele ser arrastrada al mar. Lo mismo ocurre en el desierto chileno de Atacama, el lugar más seco del planeta, donde se llegan a acumular unas 20 toneladas de ropa vieja al día.

La clave para hacer de la ropa de segunda mano una moda sostenible es evitar las compras compulsivas. Comprar solo cuando es necesario permite elegir con más cautela y lógica, evitando así el gasto innecesario de prendas que, más temprano que tarde, quedarán olvidados en un rincón. Incluso antes de adquirir ropa nueva ya utilizada podemos plantearnos la posibilidad de reparar esa prenda que queremos sustituir. 

A fin de cuentas, la moda de segunda mano es una gran alternativa sostenible, pero siempre que respondamos a la causa ecológica seleccionando las prendas con esmero, cuidado y, sobre todo, con conciencia. Ahora que se acercan las navidades, es el momento perfecto para practicar esta desaceleración del consumo tan propia de las fiestas y aprender a valorar mejor lo que queremos regalar, aunque sea reutilizado. Porque no basta comprar algo que ya se ha usado para ayudar al medioambiente, sino que también hace falta cambiar la mentalidad con la que lo hacemos.

El hierro, ¿combustible del futuro?

Desde hace algunos años, varios grupos de investigadores han estudiado la posibilidad de usar esta materia prima para paliar la crisis energética. Y lo hacen por tres motivos: es barato, abundante y limpio.

Nuestra historia con el hierro es larga: se remonta a miles de años atrás, cuando las primitivas sociedades humanas comenzaban a construir sus primeras civilizaciones. No es casual: es el cuarto elemento más abundante de la corteza terrestre, lo que sumado a su especial ductilidad y dureza lo convierte en uno de los elementos minerales más atractivos. Hoy, sin embargo, podría convertirse en algo más. Según algunos estudios, en cierto estado, el hierro podría llegar a ser el combustible del futuro, relegando al olvido al carbón y al petróleo.

Es abundante, no es caro, se transporta con facilidad, arde tan solo a partir de temperaturas muy elevadas y no pierde energía si se almacena

El descubrimiento llegó en 2018 tras el estudio de su dinámica en condiciones de microgravedad por parte de científicos de la Universidad Técnica de Eindhoven. Los investigadores descubrieron que una muestra de polvo de hierro, dentro de una cámara de combustión, era capaz de generar energía (y, además, de hacerlo sin generar ni humo ni carbono) con relativa facilidad; el proceso cuenta con una parte esencial, que es cuando el hierro se oxida, momento en el que suelta energía. Las ventajas son evidentes, lo que ha despertado cierta esperanza entre los círculos científicos e industriales: es abundante, no es caro, se transporta con facilidad (al contrario que el hidrógeno, que es menos seguro), tiene una gran densidad energética (de nuevo, hasta once veces mayor que la del hidrógeno), arde tan solo a partir de temperaturas muy elevadas y no pierde energía si se almacena (ya que incluso puede servir como «batería» energética) durante periodos prolongados.

No es un experimento recluido en las paredes del laboratorio: el potencial del hierro ya se ha probado como combustible —con un sistema construido entre los miembros de SOLID y de la compañía neerlandesa Metal Power Consortium— en una cervecería situada en Baviera (Alemania), elección para nada casual si se tiene en cuenta el consumo de calor de la cerveza. En este sentido, el combustible —previsto más como combustible complementario que como protagonista— es capaz de producir alrededor de 15 millones de vasos de cerveza al año. No es el único caso: ahora se está probando un sistema similar para calentar 500 hogares del municipio de Helmond, cerca de la ciudad holandesa de Eindhoven.

A ello se suma la voluntad de utilizar este potencial combustible en un sentido cíclico (o circular): una vez que se usa, por ejemplo, para una determinada industria, este material sería transportado a otra instalación para volver a convertirlo a su estado original, haciendo girar la rueda una y otra vez.

El polvo de hierro es considerablemente más pesado que otros combustibles, por lo que no supone una solución para la movilidad urbana

No obstante, el polvo de hierro también cuenta con ciertas desventajas, ya que sus propiedades no lo hacen apto para todos los usos. Por ejemplo, aunque ocupe menos espacio, el polvo de hierro es considerablemente más pesado que otros combustibles como la gasolina. Esto no es problema para la industria o los grandes buques mercantes, pero sí para los automóviles y esto reduce considerablemente sus aplicaciones si tenemos en cuenta la importancia de la movilidad urbana en las emisiones de gases de efecto invernadero.

Según defiende Mark Verhagen, uno de los participantes en la investigación, el polvo de hierro es «una importante alternativa sostenible a los combustibles fósiles, junto con las turbinas eólicas, los paneles solares y el hidrógeno». De momento se prevé que en 2024 se construya una central eléctrica de combustible de hierro de cinco megavatios (así como una posible transformación —aún por definir— de las tradicionales centrales térmicas alemanas en «centrales de hierro»). No obstante, las ambiciones permanecen altas (e intactas) según explicó Verhagen: «Nuestro objetivo es poder descarbonizar la industria pesada de todo el mundo con el combustible de hierro».

El reciclaje: la clave para reducir el consumo energético

Reducir el consumo energético, en aras de salvar al planeta de los drásticos efectos del calentamiento global, no es una tarea sencilla. Sin embargo, la solución a esa urgencia puede estar en la suma de incontables gestos cotidianos (transformados en hábitos) al alcance de todos, como depositar el plástico y el cartón en los contenedores de reciclaje correspondientes. Sencillamente, porque el hecho de darle una segunda oportunidad a un producto o a un material disminuye drásticamente el impacto de la actividad humana en el medio ambiente. Y por esa misma razón cada 17 de mayo celebramos el Día Mundial del Reciclaje.

En 2020 se reciclaron 900.000 toneladas de vidrio al año, y eso ahorró un consumo de energía equivalente al de todos los hospitales españoles durante dos años

Crear desde cero una bolsa de plástico, unos vaqueros, una botella de vidrio, una lata o una caja de cartón, requiere un esfuerzo energético enorme. Hablamos en términos de electricidad y de agua durante todos los procesos de producción, desde la extracción hasta el transporte de los materiales. Por ejemplo, reciclar una lata de aluminio puede ahorrar hasta el 95% de la energía que se utilizaría para fabricarla, como así lo sostiene la Guía Práctica de la Energía, del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE).

De no asumir al reciclaje como un hábito indispensable para frenar el daño ecológico, estaremos condenados a ver más casos dramáticos como el cementerio de ropa en el desierto de Atacama (en Chile), donde miles de toneladas de prendas (que han sido usadas  una media de siete veces) ) terminan en un vertedero a cielo abierto. Según Ecoalf, empresa de moda pionera en la utilización de materiales reciclados, el 63% de esas prendas termina transformando un ecosistema en un muladar. No olvidemos que es precisamente esa industria la responsable del 20% de la contaminación y desperdicio de agua en el mundo, y que para fabricar unos vaqueros se necesitan 7.500 litros de agua (la cantidad que bebe una persona a lo largo de siete años). Por eso, en la reutilización y el reciclaje está la clave. De acuerdo con un estudio de la Universidad Politécnica de Cataluña, al reciclar o reutilizar un kilo de ropa, estaremos evitando la emisión de hasta 25 kilos de CO2. Un dato de gran relevancia si tenemos en cuenta que el 80% de la ropa es reciclable, y el 88% reutilizable, según la citada investigación.

La nueva Ley sobre residuos y suelos contaminados plantea una reducción del 70% en el mercado de plásticos para 2030

Al aprovechar un material que ya ha sido producido, los gastos energéticos y el impacto ambiental bajan considerablemente. De tal manera que si todos los eslabones en la cadena del reciclaje funcionan, esta práctica se puede traducir en cifras sumamente optimistas en cuanto al (tan necesario) ahorro energético. Según los últimos datos de Ecoembes, en 2020 se reciclaron 1,5 millones de toneladas de recipientes domésticos, lo que evitó el consumo de 6,37 millones de megavatios hora. Siguiendo la misma línea, Ecovidrio (durante el mismo periodo) recogió en España 900.000 toneladas de vidrio. La mayoría de ellas (hablamos de 843.000 toneladas) fueron recolectadas vía contenedores verdes, y eso equivaldría al consumo energético total de todos los hospitales españoles durante dos años. En definitiva, reciclar, en términos energéticos, es sinónimo de ahorrar.

Por último, sabemos que la circularidad es una de las claves hacia la sostenibilidad, y muestra de ello es la nueva Ley de residuos y suelos contaminados que entró en vigor en España el pasado 10 de abril. Esta disposición plantea varias reformas importantes, pero destacan dos de ellas: la primera es que para 2026 el mercado de los plásticos de un solo uso deberá de reducirse en un 50%; para 2030, la reducción deberá de ser del 70%. La segunda medida se trata de dos impuestos: el primero, grava la importación, fabricación y adquisición intercomunitaria de envases no reutilizables que contenga plástico; el segundo, es un impuesto al depósito de residuos plásticos en vertederos.

Huesos de aceituna, un ejemplo de economía circular

Las aceitunas están muy presentes en la dieta mediterránea. Según las estadísticas más recientes de Statista, que toman como barómetro 2020, los hogares españoles consumen al año 133 millones de kilos de aceitunas. Además, de las toneladas utilizadas para la elaboración de los más de 1,3 millones de toneladas de aceite de oliva que se producen en España al año, según las cifras del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.

Más allá de los usos para consumo humano de la carne de la aceituna, el hueso sirve para múltiples finalidades en un ejemplo perfecto de economía circular.

Ejemplo de ello es su uso como biocombustible. De cada 1000 kilos de aceitunas empleadas para hacer aceite de oliva, se sacan 190 kilos de huesos triturados. Con esos huesos se pueden mantener calefacciones, reduciendo los residuos que estas generan e incluso mejorando la eficiencia. «Los huesos de aceituna son un combustible económico y muy eficiente gracias a su baja humedad y su elevado poder calorífico, en torno a 4.440 kilocalorías por cada kilo», le explica a El País la portavoz de la OCU, Ileana Izverniceanu.

En las cuentas que esta organización de consumidores hacía en 2020, el hueso de aceituna era ya el combustible más barato para generar un kilovatio hora de energía. Teniendo en cuenta el crecimiento de los precios del combustible en los últimos meses, la fractura entre los costes de unos y otros será ahora todavía mayor. Las aceitunas saldrán ahora incluso más baratas.

Por tanto, uno de los grandes beneficios de este biocombustible es el ahorro. No es el único.  Su provecho es muy elevado –las características físico-químicas de los huesos de aceituna son excelentes y equiparables a las de cualquier otro biocombusible– al tiempo que ofrece un mayor rendimiento calorífico que otros materiales. Gracias a las grasas de la aceituna, calienta más.

Los otros usos de los huesos de aceituna 

Más allá de servir para mantener las calefacciones operativas en invierno, el hueso de aceituna ofrece muchas otras aplicaciones.

De hecho, ya se ha convertido en la materia prima para crear otros productos y materiales. Algunas iniciativas emprendedoras ya están experimentando con la idea de convertir los huesos de aceituna en material para el recubrimiento de superficies, como muebles, techos o suelos. En lugar de poner madera o metal, se pueden elaborar acabados decorativos para cualquier estancia de la casa hechos de hueso de aceituna triturado y harina de hueso de aceituna. También tiene potencial como aislante, relleno para almohadas o hasta plaguicida, luchando contra algunos hongos y bacterias que afectan a los cultivos.

Igualmente, se emplean como punto de partida para crear plástico biodegradable. El plástico hecho con huesos de aceituna no es contaminante como el plástico tradicional y, sin embargo, sirve para muchos de sus mismos usos, como envoltorios, packaging o hasta juguetes infantiles.

Dado que España es un importante productor aceitunero, cuenta ya con una elevada producción de este residuo y un elevado potencial para crear este tipo de plásticos.  «El hueso de aceituna es muy abundante y local. Eso ya es un punto de partida maravilloso para poder implementarlo en la economía circular», apunta Joseán Vilar, de NaifactoryLAB, fabricante de este tipo de plásticos.

Incluso, este es uno de los grandes valores del hueso de aceituna como elemento de la economía circular.  Ofrece un elevado potencial económico a los productores agrícolas, lo que ayuda a dinamizar la economía del campo y, sobre todo, da un nuevo elemento de valor al mundo rural.

Solo la producción de aceituna de mesa genera 2,5 millones de jornales al año en España y es considerada por el Ministerio de Agricultura como algo que «cohesiona el medio rural donde se asienta». Si todavía se le puede sacar más potencial a la aceituna, su valor económico para la zona de producción será más elevado.

De las 3 a las 7 erres de la economía circular

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La regla de las 3R (Reducir, Reutilizar y Reciclar) fue una iniciativa presentada en la cumbre del G8 de 2004 con el objetivo de promover unos hábitos más responsables con el medioambiente. La necesidad de avanzar hacia un modelo productivo más sostenible basado en la economía circular ha hecho que esta regla evolucione a las 7R.

Eliminar el desperdicio alimentario

Las cifras de desperdicio alimentario alcanzan unas cotas alarmantes. Solo en los hogares españoles se tiran anualmente a la basura 1.364 millones de kilos/litros de alimentos, según los datos del último ‘Panel para la cuantificación del desperdicio alimentario en los hogares’, del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Esto implica que se desperdician hasta 31 kilos/litros de alimentos por persona al año. La magnitud de estos datos hace necesario que se reconsidere la manera en la que nos alimentamos, pero también de cómo producimos, transportamos,  aprovechamos y tratamos los alimentos en las distintas fases de la cadena. De esta forma lograremos convertir un proceso hasta ahora lineal en uno circular con menor impacto en el entorno y en la sociedad.

Los hogares españoles  tiran a la basura 1.364 millones de kilos de alimentos al año

Para hacer frente a este reto, se ha aprobado el anteproyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario. Un texto que pretende introducir cambios que sean clave en la industria y que engloben a todos los actores implicados. Tal y como se indica desde Moncloa la nueva normativa, que es la primera de estas características que se promueve en nuestro país, permitirá poner a España al mismo nivel que otros países europeos que ya cuentan con este tipo de legislación como Francia o Italia, dos de los precursores en esta materia.

Prevención y reaprovechamiento

La nueva ley tiene un enfoque altamente preventivo: todos los agentes de la cadena alimentaria deberán contar con un plan de prevención contra el desperdicio. De esta forma se pretende reducir las principales causas del despilfarro como son “errores en la planificación y calendario de cosecha, empleo de prácticas de producción y manipulación inadecuadas, deficiencia en las condiciones de almacenamiento, malas técnicas de venta al por menor y prácticas de los proveedores de servicios”, según señalan desde el Gobierno.

Otra de las novedades importantes es la jerarquía de prioridades que establece qué hacer con esos alimentos sujetos a convertirse en basura. La primera prioridad será la alimentación humana, ya sea a través de donaciones a ONG o a bancos de alimentos, para lo que deberán suscribir convenios de colaboración. A continuación, encontramos la transformación de alimentos en otros nuevos de mayor preservación (como mermeladas o zumos). Y solo en el caso de que no sean aptos para el consumo humano su uso se destinará como alimento animal, o para su transformación en compost o biogás.

Aproximadamente el 14% de los alimentos producidos a nivel mundial se pierde entre la producción y la fase anterior a la venta minorista

Por otro lado, los establecimientos hosteleros y otros servicios alimentarios estarán en la obligación de anunciar a sus clientes, preferiblemente en la carta o menú, la posibilidad de llevarse aquello que no se ha consumido y contar con recipientes adecuados para su transporte. Con ello, se busca involucrar y concienciar también a los consumidores.

Alineamiento con los ODS

Esta ley entra en sintonía con las intenciones legislativas y normativas a nivel global. La hoja de ruta común que comprenden los Objetivos de Desarrollo Sostenible ya contempla esta problemática, específicamente en el Objetivo 12: Producción y consumo responsables, a través de la meta 12.3, que trata de reducir la mitad del desperdicio de alimentos per cápita mundial, tanto a nivel del consumidor como en las cadenas de producción y suministro, sin olvidarse de las pérdidas producidas durante las cosechas. Y es que, como evalúan los indicadores de este ODS, un porcentaje elevado de alimentos se pierde antes de que llegue al consumidor: tal y como indica la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, se calcula que en torno al 14 % de los alimentos producidos a nivel mundial se pierde entre la producción y la fase anterior a la venta minorista. 

Además, una mejor gestión de nuestras cadenas de alimentación supone un impacto ambiental de grandes dimensiones que es necesario para afrontar la transición ecológica a nivel mundial.  Según el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) la totalidad de la industria alimentaria aporta entre el 25 y el 30% de los gases de efecto invernadero.

Es por ello por lo que la creación de marcos normativos como este se torna tan necesario en la coyuntura actual. Un cambio en los modelos de alimentación actuales, especialmente los occidentales, que se centren más en una alimentación de temporada, ecológica y de cercanía, inmersa en dinámicas circulares, es un factor clave en el cambio global que queremos alcanzar.

Cuatro claves para unas vacaciones sostenibles

Según la Organización Mundial de Turismo, y en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, para ser sostenible, el turismo debe regirse por un equilibrio entre los aspectos medioambientales, económicos y socioculturales. 

En este sentido la organización indica que “el turismo sostenible debe dar un uso óptimo a los recursos medioambientales, que son un elemento fundamental del desarrollo turístico, manteniendo los procesos ecológicos esenciales y ayudando a conservar los recursos naturales y la diversidad biológica”. Además, debe “respetar la autenticidad sociocultural de las comunidades anfitrionas, conservar sus activos culturales y arquitectónicos y sus valores tradicionales y contribuir al entendimiento y la tolerancia intercultural. Y, por último, “asegurar unas actividades económicas viables a largo plazo, que reporten a todos los agentes unos beneficios socioeconómicos bien distribuidos, entre los que se cuenten oportunidades de empleo estable y de obtención de ingresos y servicios sociales para las comunidades anfitrionas, y que contribuyan a la reducción de la pobreza”.

Pero más allá de lo que respecta al sector, como turistas también tenemos en nuestras manos la posibilidad de plantear vacaciones más sostenibles. Existen algunas claves para conseguirlo: 

Viajar en los transportes menos contaminantes. Los vuelos en avión suponen en torno al 2% de las emisiones de CO2 en el mundo (uno de los principales causantes del calentamiento global y la crisis climática). Es, de hecho, el medio de transporte más contaminante. Existen páginas web en las que es posible comparar las emisiones que genera un viaje en avión frente al mismo desplazamiento en coche o en tren. Por ejemplo, el trayecto desde Madrid a Barcelona en avión supone emitir 114,9 kilos de CO2, en coche 89 kilos, mientras que en tren las emisiones de gases de efecto invernadero se reducen a 17,3 kilos, según ecopassenger.org

El turismo sostenible debe dar un uso óptimo a los recursos medioambientales, un elemento fundamental del desarrollo turístico

Elegir alojamientos sostenibles. El lugar donde nos quedamos durante las vacaciones también tiene un impacto ambiental. Cada vez existen más opciones sostenibles en este sentido. Los hoteles sostenibles son aquellos alojamientos que, independientemente de su clasificación, categoría o ubicación, están diseñados y gestionados en base a los principios económico-estratégicos, medioambientales, sociales y culturales. Entre otras cosas, tienen un menor uso de plásticos, reciclan, obtienen la energía de fuentes renovables, compran la comida y los productos a comerciantes locales…

Comer local. Precisamente la comida es otra de las claves que puede marcar la diferencia entre unas vacaciones más o menos sostenibles. Hacerlo lo mejor posible pasa por una pequeña investigación sobre qué restaurantes utilizan productos de proximidad. Otra opción es cocinar la propia comida aprovechando los mercados de proveedores locales que haya en nuestro destino vacacional. 

Limpia la basura allí donde vayas. Más allá de no dejar ningún tipo de residuo tirado en los parajes naturales (ni en ningún sitio) que visitemos, una buena acción es la de recoger aquello que veamos, aunque no sea nuestro. A día de hoy, es prácticamente imposible visitar una playa o algún campo sin toparse con una buena cantidad de desechos (sobre todo plásticos) tanto en la arena como en el agua. Tener unas vacaciones más sostenibles pasa por recogerlos y tirarlos en el contenedor correspondiente para su reciclaje. 

Más allá de esto, hay que procurar consumir la menor cantidad de plásticos posible, reciclar todo aquello que desperdiciemos y evitar derrochar recursos naturales como el agua. 

Cómo ser sostenible desde la cocina (de casa)

Transformar el sistema alimentario y hacerlo más sostenible se ha convertido en uno de los grandes desafíos de nuestro siglo. Sobre todo si se tienen en cuenta los datos ofrecidos por la FAO, que apuntan a que, de seguir con los modos de producción y consumo actuales, solo habrá capacidad para alimentar a la mitad de la población mundial en 2025, momento en el que se espera alcanzar los diez mil millones de habitantes. Ante este reto, la gastronomía, entendida como “el arte de preparar una buena comida” –según la descripción que ofrece Naciones Unidas–, tiene un papel imprescindible en la contribución al desarrollo sostenible. Tanto es así que, en diciembre de 2016, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 18 de junio como el Día de la Gastronomía Sostenible para impulsar un tipo de cocina “que celebra los ingredientes y productos de temporada y contribuye a la preservación de la vida silvestre y nuestras tradiciones culinarias”.

Muchos chefs de nuestro país llevan ya tiempo inmersos en esa búsqueda de nuevos métodos y productos más sostenibles que los actuales. Es el caso del cocinero Ángel León, quien a inicios de año dio a conocer el descubrimiento de un nuevo cereal marino con una gran cantidad de propiedades nutritivas que podría revolucionar el futuro de la alimentación. Según explicó el chef, el equipo de investigación de su restaurante Aponiente, con tres estrellas Michelin, había conseguido cultivar esta planta marina de manera controlada y sostenible, ya que no necesita fertilizantes, ni químicos, ni nutrientes extras. 

A pesar de los titánicos esfuerzos que el mundo de la cocina está haciendo para ser más sostenible, no es necesario ser un reconocido chef para contribuir a este tipo de gastronomía. De hecho, hay una serie de prácticas que pueden llevarse a cabo desde cualquier cocina. 

  1. Optar por envases de materiales sostenibles. Cada año se vierten al mar hasta 12 millones de toneladas de plásticos que, debido a su composición, pueden tardar siglos en descomponerse. Por este motivo, reducir el uso de plásticos en la cocina puede ser un primer paso para contribuir al desarrollo sostenible. Escoger aquellos productos que vienen sin embalajes y priorizar recipientes de cerámica, vidrio o bambú para guardar los alimentos es una buena manera de generar menos plásticos desde la cocina.
  1. Aprovecharlo todo para reducir el desperdicio. Otro de los grandes problemas asociados a la cocina es el desperdicio de alimentos.  Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en 2019 (los últimos datos disponibles) los hogares españoles tiraron a la basura 1.352 millones de kilos de alimentos. España se posiciona como el séptimo país de la Unión Europea que más comida desperdicia. En todo el mundo, el derroche de alimentos representa entre un 25% y un 30% del total que se produce en el mundo, tal y como indica la ONU. Para reducir el desperdicio una de las opciones es practicar lo que hacían nuestros antepasados en tiempos de escasez: la cocina de aprovechamiento, que trata de reutilizar las sobras de una receta para hacer otros platos. Son muchas las opciones: desde preparar mermeladas con frutas que estén a punto de ponerse malas a hacer caldo con los restos del pollo. Congelar los alimentos, planificar las comidas y atender a la fecha de caducidad de los productos a la hora de comprar son otras formas de evitar tirar alimentos en el hogar. 
  2. Ahorrar agua. El agua es un bien tan necesario para la vida como limitado. De ahí que uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el número 6, esté centrado en garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y del saneamiento para todas las personas. En nuestros hogares podemos contribuir a ahorrar agua con pequeñas acciones -muchas de ellas relacionadas con la cocina- como lavar las frutas y las verduras en un cuenco y no bajo el grifo y, después, utilizar ese agua para regar las plantas. 
  1. Apostar por frutas y verduras de temporada. Que tengamos alimentos que en nuestro país están fuera de temporada significa que han sido transportados desde otro punto del globo. Es decir, se trata de una actividad, en mayor o menor medida, contaminante y poco sostenible. Por este motivo es conveniente aprovechar las frutas y verduras que la tierra te ofrece periódicamente cada año. 
  1. Escoger productos de proximidad. A la hora de hacer la compra, escoger aquellos productos que han sido producidos en una zona cercana contribuye a reducir la huella ambiental, ya que precisan de un transporte mínimo desde la huerta hasta el punto de venta. Acercarse a los pequeños comercios es una opción sostenible que, además, ayuda a revitalizar la economía local. Pero si no hay ningún local con productos de kilómetro cero, existen plataformas online como Huerta Próxima, un proyecto impulsado durante la pandemia por la red estatal Intervegas y en el que colabora Red Eléctrica, que permite a los agricultores y ganaderos con pequeñas explotaciones agruparse, conectar con sus mercados de proximidad y comercializar sus productos por internet.