El 20 de enero la Casa Blanca estrenaba nuevo huésped y, con él, se dejaban atrás cuatro años de negacionismo climático y políticas controvertidas tanto a nivel nacional como internacional. La llegada al despacho oval del demócrata Joe Biden parece querer dejar atrás una legislatura perdida para la Agenda 2030 y la vuelta a un liderazgo con foco en la lucha contra el cambio climático. Algo que, para Miranda Massie, directora del Museo del Clima de Nueva York, es una «obligación moral» de Estados Unidos para con el mundo: «Somos el mayor emisor del planeta y, por eso, deberíamos liderar la lucha contra una emergencia climática que es el marco bajo el que se producen las peores crisis raciales, de justicia social y de igualdad de la historia», sentencia. Y la Administración de Biden y Kamala Harris, a priori, parece incorporar el cambio climático como eje vertebrador de las políticas y del futuro de su país.
Nada más tomar posesión del nuevo cargo, Biden ha dado la orden de dar marcha atrás a la retirada del Acuerdo de París –impulsado por Barack Obama y abandonado por Donald Trump a finales del año pasado– mostrando un nuevo compromiso adquirido con la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Pero, ¿cuál será el camino a seguir por la Administración Biden?
El clima como eje transversal
El primer paso que dio el nuevo presidente –incluso antes de su llegada a la Casa Blanca– de cara a su compromiso climático fue el nombramiento de algunas de las caras visibles de su gabinete, como el secretario de Estado de la era Obama, John Kerry, como enviado especial de Estados Unidos para el clima. De esta manera, se eleva el cambio climático a un puesto ministerial que no será asumido sin desafíos nacionales e internacionales. Pero, según el New York Times, la ambición climática del nuevo presidente no se queda solo ahí: toda persona que ocupe un puesto en su Administración, aseguran, debe cumplir un requisito fundamental, que es incluir la emergencia climática entre sus principales preocupaciones.
Con esto dicho, en los próximos meses se prevé que Biden priorice la inversión en energías renovables. Las primeras, junto a toda empresa o sector ligado al clima –eléctricas, transporte o infraestructuras sostenibles– tendrán un empujón desde Washington: serán piezas clave del paquete de estímulos para superar la crisis económica en la que el coronavirus ha sumido al país –y al mundo–.
Compromiso con la descarbonización
Al contrario que Trump, Biden es un arduo defensor de la reducción de emisiones de CO2. Su programa electoral asegura su compromiso con la descarbonización, que quiere impulsar desde el primer día en la Casa Blanca. Además, su intención es que todos los ciudadanos dispongan de una electricidad proveniente de fuentes 100% renovables para 2035 y que la economía y el país esté descarbonizada por completo para 2050. El impulso de los trenes de alta velocidad y las infraestructuras sostenibles –rehabilitación de edificios, creación de nuevas plantas eólicas y solares, etc.– estarán en el centro de las políticas medioambientales del nuevo presidente. La movilidad sostenible también llegará a los hogares en forma de incentivos para sustituir el parque móvil estadounidense por vehículos eléctricos.
La estrategia de Biden se basará, en definitiva, en las inversiones millonarias, directas e indirectas, en tecnologías renovables, en sustitución de energías contaminantes por otras que reduzcan las emisiones o la adaptación de infraestructuras y edificios a los fenómenos extremos provocados por el cambio climático. Detrás de todo este plan se encuentra la palabra oportunidad: la nueva Administración quiere convertir uno de los mayores desafíos de la humanidad en una oportunidad para, como ya ocurrió en su momento con el New Deal de Roosevelt, impulsar el crecimiento económico y el empleo en Estados Unidos. Por el momento, solo queda ver hasta qué punto el nuevo presidente es capaz de ejecutar ese ambicioso plan, que sin embargo para muchos activistas climáticos sigue siendo insuficiente.