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La rehabilitación energética de nuestros edificios: mucho más que un cambio de fachada

Caminamos por las calles sin saber que más de un tercio de los edificios que observamos a nuestro paso tienen más de 50 años de antigüedad. Son una joya arquitectónica, un recuerdo vivo del crecimiento del mayor desarrollo de la edificación de toda la historia de España, pero también un pesado lastre para el planeta: demandan más del 30% del consumo de energía en nuestro país. De hecho, más de la mitad de ese consumo corresponde exclusivamente al sector residencial. Si tenemos en cuenta que al menos la mitad de viviendas están construidas sin ningún tipo de aislamiento y que tan solo un 3% cumple con los estándares de la normativa actual, llegamos a una realidad insalvable: las ciudades del futuro tienen que asegurarse de que los edificios ya existentes apuesten por la sostenibilidad.

Hasta 14 millones de viviendas españolas tienen deficiencias graves en cuanto a su eficiencia energética

Cuando hablamos sobre rehabilitación energética no hablamos solo de retocar la fachada. Hay que mirar primero lo que tenemos frente a nosotros: materiales incapaces de almacenar el calor, distribuciones poco eficientes, ventanas mal construidas, aislamientos deficientes… la lista es extensa. Con el objetivo de escribir el punto y final del despilfarro energético, el Programa de Rehabilitación Energética de Edificios (PREE) del Gobierno de España destinará 300 millones de euros a ayudas para la rehabilitación energética de edificaciones y la descarbonización progresiva que permita alcanzar la neutralidad climática en 2050. 

El Ejecutivo advierte en el informe que teniendo en cuenta que actualmente se están construyendo unas 80.000 viviendas al año y que el parque construido ronda los 26 millones de edificios, de los cuales 14 millones tienen deficiencias graves en cuanto a su eficiencia energética, no se podrán conseguir los objetivos sin actuar de forma intensiva sobre lo que ya está construido., Así, la meta es rehabilitar un total de 300.000 viviendas de aquí a 2030. Para hacerlo subvencionará cambios en la envolvente térmica, la sustitución de calderas por opciones renovables y la mejora de la eficiencia de la iluminación. No hay una solución óptima pero sí una infinidad de soluciones distintas. 

Luchando contra la pobreza energética desde la rehabilitación

La mala eficiencia energética agrava la situación de más de un millón de hogares españoles en pobreza energética. En los Objetivos de Desarrollo Sostenible este término ocupa un lugar prioritario, ya que es necesario eliminarlo para garantizar la justicia social y la sostenibilidad de nuestra sociedad. Las ciudades en particular y los municipios en general son el escenario principal del cambio energético. Bajo la premisa de que todos aportamos, Red Eléctrica de España ha trabajado junto a la Federación Española de Municipios y Provincias en la elaboración de una Guía para la transición energética en las entidades locales que aborde los principales retos a los que se enfrenta la sociedad española desde cada consistorio, cada casa, cada habitación. 

El documento pretende dar respuesta a, entre otros aspectos, la rehabilitación de edificios, una estrategia clave para reducir el número de habitantes afectados por la pobreza energética: cambiar las ventanas, por ejemplo, puede ayudar a ahorrar hasta un 25% en las facturas y aislar térmicamente fachadas y cubiertas puede reducir la cifra a la mitad. Por otro lado, instalar termostatos y sistemas de ajustes ayudan a evitar el derroche energético. Otras medidas estructurales útiles son los sistemas domóticos, que permiten gestionar la demanda eléctrica y que pueden ser una gran técnica de cara a la habitabilidad energética de las viviendas. Cuanto más inteligente el hogar, más sostenible es nuestra forma de vida.

Priorizar las viviendas con alto grado de deterioro es un aspecto clave

Sin embargo, indica la guía, no podemos prestar atención solo a la parte más práctica: también es importante impulsar líneas de ayuda para las familias con menos recursos. Proponer planes para la rehabilitación, que prioricen la vulnerabilidad y la falta de recursos de los habitantes en las viviendas con alto grado de deterioro, es un aspecto clave a la hora de enfocar la sostenibilidad del parque de viviendas. A fin de cuentas, nuestra vida cotidiana depende de servicios energéticos fiables y asequibles para funcionar de forma equitativa.

La huella ecológica de la revolución digital

En Internet no existe el tiempo ni el espacio. Sus puertas siempre están abiertas a nuestro mundo. Marshal McLuhan, el famoso filósofo canadiense, ya vaticinó en los años sesenta que Internet -aunque por entonces no existía ese término- se convertiría en una extensión de nuestro cuerpo, una prolongación que formaría parte de nosotros por y para siempre. No estaba equivocado: hoy en día ya hay más de 4.500 millones de usuarios navegando diariamente a través de mails, páginas webs y redes sociales. Toda nuestra vida está en la nube. A veces, vivimos más en Internet que en la vida real. 

Lo que McLuhan no pudo vaticinar con tanta precisión fue la huella de carbono de esta revolución digital. El sector IT ya representa el 7% del consumo global de electricidad, lo que implica un gasto de recursos que inevitablemente deja una emisión de dióxido de carbono tal sobre nuestro planeta que, según estiman los expertos, supera al de la aviación, responsable del 12% de las emisiones. 

A pesar de todo esto, las Naciones Unidas insisten en que la digitalización es capaz de acelerar y fomentar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para reducir las desigualdades y alcanzar un mundo más justo, con mejores condiciones laborales y sociales. Si queremos avanzar en la revolución digital en busca de un mundo mejor es necesario que lo hagamos de la forma más limpia posible.

El impacto de nuestra actividad digital

Si Internet fuera en país, ocuparía el sexto puesto entre los más contaminantes

Si Internet fuera un país, ocuparía el sexto puesto entre los más contaminantes. Aunque no veamos de forma instantánea el daño que provoca sobre el medio ambiente, como sí podemos hacerlo con un coche, todos los recursos que se necesitan para que el mundo digital funcione -almacenamiento de datos, antenas de emisión, sistemas de refrigeración…- implican un consumo ingente de electricidad que no siempre proviene de fuentes de energía renovables, pese a los avances y compromisos por descarbonizar el sector eléctrico y reducir su emisión de gases. ¿Cuánto podemos llegar a consumir en nuestra actividad digital durante un día? 

Como demuestra este reportaje de El País, realizado con la colaboración del grupo de investigación Alarcos, de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), enviar un mensaje de 280 caracteres en Twitter consume un total de 177 vatios por segundo. A su vez, en esta red social y en Facebook, un GIF puede llegar a requerir más de un centenar de vatios por segundo. Hasta un simple emoticono implica un gran consumo: más de 140 vatios por segundo. En 40 segundos, la actividad global en Facebook y Twitter llega a costarnos más de 800 kilos de CO2. 

Por otro lado, cada segundo se envían 2,5 millones de correos electrónicos en todo el mundo, lo que equivale a 4 gramos de CO2 emitidos al medio ambiente. Si al día se escriben 236 mil millones de correos, la cifra se torna especialmente preocupante. Lo mismo ocurre con Youtube: según este artículo de The Guardian, cada 10 minutos consumidos en un vídeo equivalen a un gramo de CO2. Un dato que se torna preocupante si tenemos en cuenta que en 42 segundos, los internautas a nivel mundial llegan a consumir tres millones de vídeos. 

Los centros de datos, en el punto de mira

A pesar de que el tamaño de la huella de carbono que generamos día a día con nuestra actividad digital sea nuestra responsabilidad, lo cierto es que estas emisiones están íntimamente relacionadas con la forma en que las empresas digitales utilizan los recursos energéticos. La clave está en los centros de almacenamiento de datos, lugares físicos con la tecnología de computación necesaria para almacenar y alojar páginas webs. A nivel global, los centros de datos consumen más de 416 teravatios de electricidad al año, un 40% más que el consumo de todo Reino Unido.

Los centros de datos consumen un 40% más que el consumo de todo Reino Unido

No obstante, son muchas las empresas que están trabajando por reducir su huella de carbono digital. Google, que acoge en su servidor más de 5.000 millones de búsquedas al día, ya ha dado el primer paso hacia una red más sostenible comprando energía sin emisiones de carbono de forma ininterrumpida para sus centros de datos. Netflix, por su parte, anunció el año pasado su intención de reducir a cero las emisiones de carbono alimentándose de energía hidráulica y eólica. Facebook también presume de basar el 67% de su consumo en energías limpias, igual que iTunes (83%), Youtube (56%), Whatsapp (67%) e Instagram (67%). 

Nosotros, como individuos, también podemos contribuir al cambio centrándonos en consumir servicios digitales en dispositivos más pequeños, cerrando las ventanas del navegador que no estemos utilizando, apagando el router por las noches,y, sobre todo, utilizando servicios digitales que hayan diseñado una estrategia clara y efectiva para combatir el CO2. Solo sumando esfuerzos conseguiremos un mundo digital más verde y un planeta más sano. 

El uso responsable de la calefacción, clave para reducir las emisiones

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Según el último informe sobre la calidad del aire elaborado por la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), la contaminación atmosférica es el mayor riesgo medioambiental individual para la salud de la población europea. A las emisiones generadas por el transporte o la industria, en invierno se suman las provenientes por el uso de sistemas de calefacción. Con un simple gesto como es la regulación óptima de temperatura podemos contribuir a reducir el calentamiento de nuestro planeta. 

El ahorro energético, clave para la reducción de emisiones

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El 21 de octubre se celebra el Día Mundial del Ahorro de Energía, una conmemoración que nació con el objetivo de invitar a la reflexión y afianzar un consumo racional de la energía.

Esta iniciativa pretende impulsar la eficiencia energética como elemento clave para abordar los retos medioambientales y reducir las emisiones globales de efecto invernadero.

Las tecnológicas avanzan hacia la descarbonización total

La tendencia, si bien avanza a través del tejido empresarial global, se revela en una imagen lenta, casi estática: la energía limpia, según afirman científicos de todo el globo terráqueo, es un deber moral; la única forma, afirman, de mantener en pie nuestro hogar común. No es sorprendente, por tanto, la aparición de numerosas incursiones en este terreno, aún demasiado fértil. Quizás por su cercanía a una constante innovación, son las grandes empresas tecnológicas aquellas que más parecen comprometerse con un uso neutro de la energía.

Entre los abundantes ejemplos tenemos, de hecho, a gigantescas corporaciones como Samsung, cuyas previsiones incluían el uso completo de energía limpia 100% renovable para este año (si bien sus cálculos no incluían el estallido de una pandemia global). Mientras tanto, Amazon, una de las compañías a nivel internacional con mayor consumo de energía verde, no cesa en su adquisición de granjas eólicas. Apple, por otro lado, no solo utiliza fuentes de energías renovables para su total consumo eléctrico, si no que es la compañía que posee los paneles solares privados más grandes de Estados Unidos.

Se trata del mayor comprador corporativo de energía renovable a nivel global

Es Google, sin embargo, quien suele acaparar el liderazgo en todas las listas de las compañías más responsables con el medio ambiente. Es por ello que se sumerge, de nuevo, en la ambiciosa —y necesaria— senda de la responsabilidad ecológica. Según los planes de la empresa norteamericana, su consumo en 2030 se producirá a través de una energía completamente limpia. Cabe recordar que no es el primer paso ofrecido en esta dirección: el gigante tecnológico ya consiguió cancelar su deuda de carbono mediante la compensación de las emisiones generadas (esto es, una inversión económica en proyectos de corte ecológico proporcional a las toneladas de CO2 generadas), alcanzando una huella de carbono cero en 2007. La corporación californiana también consiguió igualar su consumo de energía con alternativas completamente renovables. Es, de hecho, la primera gran empresa que ha conseguido un logro de este calibre. Se trata del mayor comprador corporativo de energía renovable a nivel global. Según afirma Sundar Pichai, CEO de la compañía, «la ciencia es clara: el mundo debe actuar ahora si queremos evitar las peores consecuencias del cambio climático».

Más allá del uso de energía renovable

Estas acciones se incluyen dentro del ámbito conocido como responsabilidad social corporativa y, como toda faceta, requiere de una comunicación precisa y efectiva. Aún con la implementación de este tipo de medidas colectivas, un 18% de los consumidores se define como incapaz de valorar el compromiso social de las corporaciones: aunque se tomen medidas, éstas se desconocen. En el gigante tecnológico, sin embargo, confluyen ambos factores, por lo que el hecho de que repita cada año una posición de liderazgo entre las distintas compañías globales no es ninguna casualidad. Es por esta clase de medidas, en parte, por las que se mantiene desde hace un lustro —según la consultora RepTrak— como la empresa con la reputación más positiva entre el público. No en vano, la percepción de un comportamiento corporativo responsable puede llegar a construir hasta un 40% de su reputación a ojos del consumidor medio.

Según informa la empresa californiana, todos los actos serán suministrados mediante energía limpia: cada correo electrónico enviado a través de Gmail, cada búsqueda mediante Google, cada vídeo visto en YouTube y, por supuesto, cada trayecto realizado con Google Maps. La nube global de la compañía es actualmente, tal y como afirman, la más limpia de la industria. La consecución del nuevo compromiso, fechado para el año 2030, conllevaría una producción de energía libre de carbono total. Ésta contaría con hasta 5 gigavatios, lo que podría estimular inversiones limpias de hasta 5.000 millones de dólares. Se trata, por tanto, de un paso más allá de la tradicional estrategia de la utilización de energía renovable como simple mecanismo de compensación; estaríamos, en definitiva, ante infinitas operaciones que contarían únicamente con una energía libre de carbono como motor en todo momento y lugar. Estas cifras, que pueden resultar ininteligibles, cobran significado a la sombra de una sencilla comparativa: la eliminación de emisiones aquí propuesta equivaldría a la retirada de más de un millón de vehículos al año. A su vez, esta ruta ecológica podría llegar a producir entre 8.000 y 20.000 empleos, todos de carácter «verde»

La eliminación de emisiones aquí propuesta equivaldría a la retirada de más de un millón de vehículos al año

Las acciones de Google, sin embargo, no se hallan destinadas tan solo a sus propias repercusiones. Dentro del marco propuesto, la compañía se ha comprometido también a reducir las emisiones de carbono de múltiples ciudades en una gigatonelada, una cantidad equivalente a las emisiones que podría llegar a crear un país del tamaño de Japón. Google prevé también prestar apoyo a diversas compañías y socios comerciales. Otras decisiones, sin embargo, se centran más en las decisiones individuales de los usuarios. Así, Google incluirá la posibilidad de encontrar bicicletas de uso público y puntos de recarga de vehículos eléctricos en el callejero global de Google Maps. En muchos países del continente europeo también se incluirá la opción, a través de Google Flights, de encontrar vuelos con menos emisiones de carbono.

Puede, sin embargo, que sea una de las empresas que más éxito ha alcanzado en sus propuestas, pero Google no es la única compañía dispuesta a reducir o eliminar la contaminación de la totalidad de sus actividades. Es parte de un contexto, de un hecho, del que el universo corporativo parece cada vez más consciente: que todos respiramos el mismo aire.

Edificios contra el cambio climático

A inicios de julio, el Consejo de Ministros aprobó un Real Decreto por el que se regula el Programa de Rehabilitación Energética de Edificios (PREE) propuesto por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. El plan, que contempla una línea de ayudas de 300 millones de euros orientadas a mejorar la eficiencia energética en edificios, será supervisado por el Instituto para el Ahorro y la Diversificación de la Energía (IDAE) y subvencionará cambios en la envolvente térmica, sustitución de calderas por opciones renovables y mejoras en la eficiencia de la iluminación en edificios construidos antes de 2007. Todo, con el objetivo de contribuir a descarbonizar el parque de edificios nacional, que actualmente supone el 30% del consumo de energía de España.

Pero llegar a la meta del Green Deal europeo de alcanzar la neutralidad climática en 2050 requiere de actuaciones todavía más ambiciosas. Por este motivo, el pasado junio, el Gobierno de España ya actualizó la Estrategia a largo plazo para la Rehabilitación Energética en el Sector de la Edificación en España (ERESEE 2020), una iniciativa que, avalada por la Unión Europea, y alineada con las políticas europeas de reactivación económica frente la COVID-19 y con estrategias nacionales como el recién aprobado PREE -incluido en el Plan Nacional de Energía y Clima (PNIEC) 2021-2030-, pretende ser la hoja de ruta para renovar el parque nacional de edificios residenciales y no residenciales, y convertirlo en uno de alta eficiencia energética y descarbonizado de aquí a 30 años. Actualmente, las cifras sobre gasto energético exigen esta transformación: casi un 50% del consumo de energía final en Europa se destina a calefacción y refrigeración; de ella, el 80% se consume dentro de los edificios.

La ERESEE fue aprobada en 2014 y, desde entonces, la propuesta ha ido renovándose cada tres años para adaptarse a las nuevas realidades y exigencias sociales. Las dos versiones previas –2014 y 2017– fueron las mejor valoradas por el Joint Research Centre, el grupo evaluador de la Dirección General de Energía de la Comisión Europea. En la última ocasión, solo Francia alcanzó la misma puntuación que la estrategia española, la más alta de las 31 estrategias presentadas.

Casi un 50% del consumo de energía final en Europa se destina a calefacción y refrigeración

Como en las versiones anteriores, esta nueva actualización de la estrategia hace referencia a la necesidad de una transformación -que sea rentable a nivel económico- de los edificios existentes en edificios de consumo de energía casi nulo. Sin embargo, incluye novedades como políticas y acciones destinadas a todos los edificios públicos, establece una hoja de ruta con indicadores de progreso medibles, trata el problema de la pobreza energética y realiza un proceso de participación pública que permite recoger la visión de los distintos sectores que juegan un papel decisivo para la renovación energética de los edificios.

Además, el documento señala la posibilidad de que los hospitales sean un sector prioritario en la reforma de los sistemas de climatización y ventilación, sobre todo tras la pandemia, que también ocupa un lugar prioritario en el texto. Según se indica, “la COVID-19 ha venido a sacudir el mundo con unas consecuencias a largo plazo que todavía no podemos vislumbrar”. Y aunque no se han modificado las previsiones de consumo ni de inversión (porque el texto comenzó a redactarse antes), sí se hace especial hincapié en la importancia que tiene el disponer de una vivienda que reúna unas condiciones adecuadas, no solamente considerando su confort térmico, sino también acústico y lumínico.

La estrategia española se enmarca en un contexto regional –y global– que persigue una mayor eficiencia energética. En la Unión Europea, esta apuesta queda reflejada en el Green Deal presentado a principios de este año por la Comisión Europea, en el que se refiere a la necesidad de rehabilitar energéticamente el parque inmobiliario de los Estados miembro. Concretamente, el Renovation Wave es el texto que recoge que, para alcanzar este objetivo, será necesario promover un desarrollo urbano sostenible que invierta en la eficiencia energética de los edificios. Pero para lograr esta meta, no solo hace falta una legislación, también es esencial la contribución de todos los agentes sociales.

Los sistemas de climatización, clave para la eficiencia

Hasta un 99% de las viviendas experimentan pérdidas de calor innecesarias

En una vivienda, los electrodomésticos son los que más energía consumen. Pero no hay que limitarse con identificar el problema, sino que se pueden emprender múltiples iniciativas para reducir el gasto energético. Sobre todo en verano, cuando el aire acondicionado se convierte en nuestro mejor aliado. Bajar las persianas durante el día y abrir las ventanas por la noche o mantener la temperatura del termostato a 24 grados, son algunas de las recomendaciones del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDEA) para los meses de más calor. Sin embargo, durante el resto del año también es posible reducir el derroche energético empleando bombillas LED o aparatos electrónicos de bajo consumo.2020

Consejos para ser energéticamente eficiente en verano

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En verano llegan las vacaciones, la desconexión y, sobre todo, el calor. En esta época, ser energéticamente eficientes en casa es un gran reto. Sin embargo, pequeñas acciones diarias como bajar las persianas en las horas de más calor y abrir las ventanas durante la noche o mantener el termostato a 25 grados pueden ayudarte a ahorrar energía.

#Coronavirus: el 'plan dónut' de Ámsterdam para relanzar su economía

“La humanidad debe vivir dentro de un donut”. Aunque esta afirmación pueda parecer descabellada, es la idea sobre la que se vertebra el plan de la economista británica Kate Raworth, académica del Instituto de Cambio Ambiental de la Universidad de Oxford, para reconvertir el actual sistema económico en uno más sostenible. Conocido también como “modelo dónut”, la experta propone una guía para que países, ciudades y ciudadanos prosperen en equilibrio con el planeta.

Raworth dio a conocer su plan en 2017 a través del libro Doughnut Economics Seven Ways to Think Like a 21st-Century Economist. Sin embargo, ha sido ahora, frente al escenario de reconstrucción económica que nos deja la crisis sanitaria del coronavirus, cuando esta revolucionaria manera de analizar el sistema económico ha cogido fuerza. De hecho, a inicios de abril, la ciudad de Ámsterdam anunció que adoptaría el modelo dónut para relanzar su economía tras la pandemia y lograr su objetivo de ser 100 % circular de cara a 2050.

La capital holandesa espera ser 100 % circular en 2050

Según se expone en el libro, la premisa es sencilla: el objetivo de la actividad económica debe ser satisfacer las necesidades básicas de todos, pero sin agotar los recursos del planeta. De ahí que la imagen del dónut sea perfecta para entender esta pauta. En el anillo interior se encuentran las necesidades básicas para que podamos llevar una buena vida: salud, alimentos, energía, agua potable, vivienda, educación y el resto de los valores mínimos recogidos en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, como igualdad de género, equidad social o paz y justicia. El anillo exterior representa el techo ecológico y todos aquellos puntos que la comunidad científica ha identificado como una amenaza. Desde la destrucción de la capa de ozono y el calentamiento global hasta la acidificación de los océanos. Entre ambos anillos está la masa del dónut, lo mejor: el lugar donde se satisfacen tanto las necesidades de la sociedad y al mismo tiempo se protege al planeta.

"El dónut no nos brinda las respuestas, sino una forma distinta de ver nuestro modelo de crecimiento, para que no sigamos en las mismas estructuras de siempre", explicaba Raworth a The Guardian. Sin embargo, añadía la experta, es posible traducir este modelo en políticas concretas siempre que primero se recopile información de los sectores productivos del lugar y se haga un retrato en el que se analicen las necesidades de los ciudadanos para prosperar y también el impacto ecológico ligado al desarrollo.

La economista exponía un caso concreto de cómo llevar a la práctica su modelo en una ciudad como Ámsterdam donde hay un problema de escasez de vivienda. Actualmente, según se recoge en el informe realizado por el Doughnut Ecomomics Lab, el 20 % de los habitantes de la capital holandesa no son capaces de cubrir sus necesidades básicas después de pagar el alquiler. Si bien una de las soluciones sería construir más edificios, hacerlo siguiendo los estándares actuales implicaría un incremento drástico de las emisiones de CO2 en la ciudad –que ya han aumentado un 31 % respecto a los niveles de 1990–. El análisis va más allá: del total de esas emisiones locales, el 62 % procede de la importación de materiales de construcción, alimentos y otros productos. Así, reducir las emisiones asociadas al transporte internacional de estas actividades ayudaría a solucionar el problema de la vivienda.

El plan de Raworth es una guía para que los países prosperen en equilibrio con el planeta

Con este análisis, la vicealcaldesa de Ámsterdam, Marieke van Doorninck, anunció que tras superar la pandemia se pondrían en marcha medidas orientadas a fomentar productos que duren más tiempo, que se puedan reutilizar y reparar con facilidad. Además, según se detalla en la Estrategia de Amsterdam Circular 2020-2025, en los próximos años se impulsará el uso de materiales sostenibles en las empresas de construcción y se llegará incluso a reforzar los requisitos de sostenibilidad en las licitaciones, exigiendo a los edificios un “pasaporte de materiales” que identifique los materiales que son reutilizables.

Esta dinámica se imitará en otros sectores como el de la alimentación. Se calcula que, solo en la ciudad, anualmente se tiran a la basura 41 kilos de comida por persona. Según el plan de Van Doornicnck, el excedente de alimentos de hoteles y restaurantes irá destinado a los más vulnerables.  Una acción que, según las primeras estimaciones, permitirá la reducción del 50 % del desperdicio de alimentos de cara a 2030.

La ciudad de Ámsterdam ha sido de las primeras en diseñar una hoja de ruta para reconstruir la economía tras la pandemia. Sin embargo, ya son muchos los expertos que consideran que esta trágica crisis sanitaria es una oportunidad para transformar nuestro modelo de desarrollo en uno más sostenible con el planeta y sus habitantes que satisfaga las necesidades de hoy y no comprometa las de mañana.

¿Cuánto contaminan nuestras compras online?

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Comprar por Internet no es tan ecológico como pensamos. A pesar de que tiene ciertas ventajas respecto al método de compra tradicional, lo cierto es que con cada click se consume una gran cantidad de energía, ya sea en el transporte o la fabricación de los envoltorios. La clave para reducir la huella de carbono asociada a las compras electrónicas es utilizar el sentido común. Pero para ello, primero es preciso abrir los ojos y conocer cuánto contaminamos con cada pedido que nos llega a casa.

Pequeños gestos para ser más eficiente (y ahorrar en la factura de la luz)

eficiencia

Pulsar un botón y que se encienda una bombilla. Dejarla encendida durante horas aunque no estemos bajo su luz, al igual que mantenemos la televisión como ruido de fondo sin estar viéndola. ¿Cuánto le cuestan esos gestos a nuestro bolsillo? ¿Y al planeta? El 21 de octubre se celebra el Día Mundial del Ahorro de Energía con el objetivo principal de reflexionar sobre el excesivo consumo energético que realizamos cada día.

En los últimos años, el consumo de energía eléctrica no ha parado de crecer en todo el mundo. Además, pese a que las renovables logran ocupar un porcentaje cada vez mayor del mix energético –según las fuentes del Instituto para la Diversificación y el Ahorro de la Energía (IDAE), en 2016, suponían un 13,9% del mismo–, la mayor parte aún procede de combustibles fósiles, sobre todo de petróleo –44,3%– y gas natural –20,3%–.

Desde el organismo estiman que, en nuestro país, aproximadamente el 36% del consumo total de energía lo producen las familias, repartiéndose entre el 17% en el uso del vehículo privado y un 18,5% a los usos energéticos de la vivienda, cerca de 4.000 kWh al año. «Desde la década de los años noventa y hasta hace relativamente poco, el consumo energético de los hogares españoles ha evolucionado por encima del crecimiento de la población, a una tasa incluso 3 veces superior. Eso se ha debido, principalmente, al incremento del equipamiento doméstico. Por otro lado, se ha mantenido un incremento progresivo del número de vehículos turismos, que ya en el año 2008 superaba los 22 millones de coches (1,3 coches por hogar), manteniéndose desde entonces estabilizado alrededor de esta cifra.

El 36% del consumo total de energía lo producen las familias

En la actualidad se han producido algunos cambios fruto de la coyuntura económica, dinámica de precios energéticos y mejoras tecnológicas asociadas al equipamiento e instalaciones térmicas de las viviendas, entre otros factores, dándose un acercamiento entre el ritmo de crecimiento de la población y el del consumo de los hogares», explican.

En los datos que recoge la Guía Práctica de la Energía del IDAE, los electrodomésticos son los responsables de casi el 62% del consumo de los hogares. El frigorífico (19%) es quien se lleva buena parte del gasto energético, por lo que, como apuntan de la OCU, es importante tener cuidado con el lugar en el que está situado –alejado de fuentes de calor y con espacio suficiente para los sistemas de refrigeración– y con la temperatura del termostato: si está demasiado frío, la factura subirá.

Como apuntan desde la organización, aunque el gasto energético de otros aparatos no sea tan elevado como el de las neveras y congeladores, también suponen un punto importante para rebajar nuestra huella energética. Pequeños gestos como poner el lavavajillas y la lavadoras en programas eco o fríos –que funcionan con temperaturas alrededor de los 50ºC y que pueden llegar a consumir hasta un 40% menos que aquellos que emplean agua caliente– son un gesto básico para no desperdiciar energía. También es importante actuar en lo que no vemos: los electrodomésticos en stand by son responsables de casi un diez por ciento del consumo. Para un consumo medio de 3.500 kWh/año, apagar del todo los aparatos que permanecen en reposo supondría un ahorro anual de 52 euros en la factura, según cifran en la OCU.

Ajustar la potencia eléctrica de nuestro hogar para adaptarla a nuestras necesidades reales de consumo, contratar tarifas con discriminación horaria o controlar la temperatura de la vivienda –manteniéndola entre 19 y 21º durante el día y no por encima de 17º durante la noche y realizando un correcto mantenimiento de los sistemas de calefacción– son algunas de las acciones sencillas que harán que la factura de la luz baje pero, sobre todo, que el planeta también ahorre unos recursos necesarios para la supervivencia de todos.