Categoría: Agenda 2030

Huertos escolares para una educación integral

Aunque las iniciativas pioneras se remontan a la España de los años 30 o la Europa de finales del XIX, el gran momento de los huertos escolares está siendo este principio del siglo XXI. Su presencia es cada vez más habitual en los colegios: ya son miles en los centros españoles. Los beneficios educativos que aportan son clave para entender por qué las escuelas se lanzan al cultivo.

Algo ha cambiado en los centros educativos en los últimos años: cada vez es menos difícil encontrarse en alguna esquina con tomateras o lechugas florecientes. Niños y niñas conocen de primera mano cómo nacen y crecen los alimentos gracias a los huertos escolares, los cuales se han convertido en una pieza emergente en su currículo educativo. 

Aunque la propuesta pueda parecer moderna, lo cierto es que de forma experimental ya se trabajó la idea de integrar el cultivo en el colegio en décadas y hasta siglos anteriores. En España, algunas escuelas ya contaban con huertos durante los años de la II República y, en Europa, se registraron experiencias en las últimas décadas del siglo XIX. 

Aun así, el gran boom de los huertos escolares ha llegado durante estas primeras décadas del siglo XXI, cuando se ha popularizado mucho más allá de unas cuantas apuestas experimentales. La recuperación de espacios para el cultivo o la reconversión de los patios de recreo han ido progresivamente llenando las escuelas de pequeños huertos en los que los propios estudiantes trabajan la tierra y ven progresar sus frutos. 

Un estudio de 2018 calcula que en España ya hay unos 4000 huertos escolares

Los cálculos de las especialistas Andrea Estrella Torres y Laura Jiménez Bailón permiten estimar cuántos huertos escolares existen en España. Estrella y Jiménez apuntan unos 4000 huertos, más de los alrededor de 1000 que indicaba el otro intento previo —de 2004— de extraer una cantidad. Sus cuentas no son recientes, sino de 2018, por lo que es esperable que el número real actual supere esa cifra. Saberlo de forma precisa no es sencillo, puesto que no existe un censo de estos espacios (aunque sí hay una iniciativa colaborativa de mapeado en marcha). 

Los beneficios de los huertos escolares 

Las razones por las que los colegios están optando cada vez más por implementar este tipo de iniciativa son múltiples. De entrada, los huertos escolares funcionan porque sirven para enfocar la educación de una manera integral. En ellos, niños y niñas no solo acceden a conocimientos prácticos sobre la tierra, sino que ganan en habilidades sociales —ayudan, por ejemplo, a aprender a relacionarse o facilitan la integración social— o en comprensión de los ciclos de los productos.

De hecho, al descubrimiento del camino que recorren los alimentos de la tierra a la mesa, se suman cuestiones como la familiarización con los criterios de la economía circular. Por ejemplo, cuando Zaragoza puso en marcha hace unos meses un piloto de compostaje escolar para el abono de los propios huertos de los colegios participantes, su consejera de Medio Ambiente, Patricia Cavero, explicaba que querían implicar a toda la comunidad escolar para familiarizarse «con la separación de los residuos orgánicos, su aprovechamiento y los beneficios de la economía circular». Así, esos campos de cultivo en el patio enseñan a ser más respetuosos con el medio ambiente y a interiorizar comportamientos más sostenibles para demostrar que los desechos pueden servir para mucho más que acabar en un vertedero. 

Además de dar conocimientos prácticos sobre la tierra, mejoran áreas tan variadas como las habilidades sociales o las prácticas sostenibles

Asimismo, el potencial educativo no se limita a las áreas que a primera vista parecen más obvias, como las naturales. La aproximación al huerto escolar se puede hacer desde prácticamente todas las asignaturas, usándolo tanto para mejorar las matemáticas como para integrarlo en las prácticas plásticas. El límite está en la imaginación del profesorado.

Igualmente, se considera que estas experiencias tienen un efecto muy positivo en la asimilación de conceptos vinculados a una dieta más sana, variada y respetuosa con el entorno, puesto que permiten conocer alimentos y familiarizarse con los vegetales. Una berenjena puede parecer menos atractiva cuando un escolar la ve en un supermercado que cuando ha crecido gracias a su tiempo y esfuerzo.

Además, tampoco se debe olvidar la ventaja que supone, en general, convertir los patios de colegio en más verdes: una mejora de la salud mental y física o la transmisión de valores más igualitarios y cooperativos.

Finalmente, la última reforma educativa, la LOMLOE, ha incorporado al currículo escolar la educación ambiental, por lo que este tipo de iniciativas se convertirán en todavía más cruciales. Servirán, así, para poder transmitir a los escolares lo que el plano de estudios apuntala. 

Desperdicio alimentario: una cuestión humanitaria y ambiental

Casi un tercio de la producción alimentaria es desperdiciada cada año alrededor del mundo. Y ese no es el único problema: esta forma de malgastar supone, además, el 10% de la emisión de gases de efecto invernadero.

Nuestro país es testigo de cómo se tiran, cada año, más de 7,7 millones de toneladas de alimentos según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Lo que es lo mismo: 250 kilogramos de comida cada segundo. A nivel global, los números son capaces de impresionar aún más: se estima que se desperdicia aproximadamente el 30% de los alimentos que se producen en el mundo. Para paliar la situación, el Gobierno ha aprobado el proyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario, que obliga a cada uno de los agentes de la cadena alimentaria a contar con un plan de prevención contra el desperdicio. 

Alrededor de un 10% de la emisión de gases de efecto invernadero está asociado a los alimentos no consumidos

Según Luis Planas, ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, la ley no solo tiene un objetivo regulatorio, sino que también está pensada para «concienciar a la sociedad sobre la necesidad de disminuir el despilfarro de alimentos». El proyecto prevé no solo donaciones corporativas a las entidades sociales y oenegés, sino también la transformación de los alimentos que no se hayan vendido y que continúen siendo óptimos; en el caso de las frutas, por ejemplo, conllevaría crear mermeladas o zumos. A su vez, cuando las condiciones impidan el consumo, los materiales alimentarios pasarán a formar parte de la nutrición animal, el uso de subproductos industriales o la elaboración de compost o biocombustibles. A ello se suma una obligación particular para las empresas hosteleras: tendrán que facilitar que el consumidor pueda llevarse, sin coste adicional, los alimentos que no haya consumido.

Medidas como esta, influenciadas por ejemplos legislativos previos como el francés, van en consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcados en la Agenda 2030. Es el caso del número 12, que establece la aspiración de «reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial en la venta al por menor y a nivel de los consumidores y reducir las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y suministro, incluidas las pérdidas posteriores a la cosecha».

En la Unión Europea, pequeños gestos podrían cambiar el panorama actual: el etiquetado de fechas, por ejemplo, es el responsable del desperdicio del 10% de la comida, algo que también se aborda en la ley elaborada en nuestro país, donde se intenta incentivar la venta de productos con fecha de consumo preferente.

No obstante, no solo a través de la ley se pueden cambiar los hábitos establecidos durante años. Tal como reza el comunicado emitido desde el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, «para que la ley tenga éxito en la consecución de sus objetivos necesita de la implicación del conjunto de la cadena alimentaria y de la sociedad en general».

La Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario prevé la transformación de los alimentos no vendidos o destinarlos al consumo animal

Un problema para el planeta

A la cuestión humanitaria y moral que supone este problema —690 millones de personas sufrieron hambre en 2019, y se prevé un fuerte crecimiento—, se le suma que es un problema ambiental: según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), alrededor de un 10% de la emisión de gases de efecto invernadero está asociado a los alimentos no consumidos. 

A pesar de ello, no se suele abordar: en el Acuerdo de París, por ejemplo, no existe ninguna mención al desperdicio alimentario. Y no es el único obstáculo a la hora de tomar medidas similares a las recogidas en la legislación española: gran parte de los países ni siquiera cuenta con métricas adecuadas para recoger los datos correspondientes.

Mientras tanto, millones de kilos se desperdician cada día alrededor del mundo perjudicando no solo a sus habitantes, sino también a su hogar, el planeta. 

Zoonosis, una amenaza cada vez más presente

El término, aunque suene extraño en un primer momento, deja entrever su gravedad. Según la Real Academia Española, el concepto de «zoonosis» hace referencia a la «enfermedad o infección que se da en los animales y que es transmisible a las personas en condiciones naturales». Es decir, aquella enfermedad infecciosa que salta de un animal a un humano de forma natural, precisamente lo que se cree que ocurrió con la propagación del coronavirus. Este hecho no constituye algo anecdótico. Tal como afirma Naciones Unidas, «las zoonosis representan un gran porcentaje de las enfermedades nuevas y existentes en los humanos». ¿Son, entonces, una amenaza para nuestro propio futuro?

Alrededor del 75% de todas las enfermedades infecciosas nuevas y emergentes que padecemos se transmiten entre las distintas especies animales y la nuestra

Se trata, desde luego, de una de las sombras más amenazantes de nuestro horizonte. Según señalan desde el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, «en los últimos años se ha asistido a un incremento del número de casos de algunas zoonosis». Las causas son múltiples, entre otras: la globalización, que conlleva un aumento del tráfico de personas y mercancías (y, por tanto, un mayor riesgo de diseminación); la intensificación de las producciones asociadas a un aumento del número de animales; los nuevos hábitos alimentarios; la creciente resistencia a los antibióticos; y el contacto de la fauna salvaje con la fauna doméstica, más cercana al ser humano.

Hasta 250 enfermedades zoonóticas han sido descritas por la Organización Mundial de la Salud en lo que tan solo parece ser la punta del iceberg: se estima que aún falta medio millón más por diagnosticar. De hecho, cada año aparecen cinco nuevas enfermedades humanas, siendo tres de ellas de origen animal.

Esta cifra, sin embargo, puede aumentar, y es que el cambio climático –y algunos de los factores que lo favorecen, como la deforestación– está acelerando la aparición y la transmisión de estas enfermedades. En hábitats bien conservados en los que las especies se relacionan en equilibrio, los virus se distribuyen entre estas, sin afectar a las personas; en cambio, cuando la naturaleza se altera de forma considerable o incluso se destruye, debilitando los ecosistemas naturales, se facilita la propagación de patógenos, aumentando la probabilidad de transmisión. Así lo asegura la ONU, desde la que indican que pandemias como la actual «son un resultado previsible y pronosticado de la forma en que el ser humano obtiene y cultiva alimentos, comercia y consume animales y altera el medio ambiente». Para prevenir que situaciones como la que estamos viviendo a nivel global se repitan, hay varios factores de intervención humana que evitar para el futuro. Es el caso de la intensificación no sostenible de la agricultura, el aumento y explotación de las especies silvestres o las alteraciones en el suministro de alimentos.

Según Naciones Unidas, pandemias como la actual «son un resultado previsible y pronosticado de la forma en que el ser humano obtiene y cultiva alimentos, comercia y consume animales y altera el medio ambiente»

Mientras tanto, con uno de los veranos más calurosos de la historia, el peligro parece acechar cada vez más. «Cada vez surgen más enfermedades de origen animal. Es preciso actuar con rapidez para abordar el déficit de información científica y acelerar el desarrollo de conocimientos y herramientas que ayuden a los gobiernos, empresas y comunidades a reducir el riesgo de futuras pandemias», señala el documento Prevenir la próxima pandemia. No en vano, alrededor del 75% de todas las enfermedades infecciosas nuevas y emergentes que padecemos se transmiten entre las distintas especies animales y la nuestra. En definitiva,  nuestra salud depende del resto de los que habitan en la Tierra.

La contaminación acústica silencia el mapa sonoro submarino

Featured Video Play Icon

Ballenas, calamares, tortugas o corales son algunos ejemplos de fauna marina que todos los días se enfrentan a un nivel de ruido medio de 95 decibelios, tres veces más de lo permitido en nuestras viviendas. El volumen llega a superar los 200db que registró la bomba de Hiroshima. ¿Estamos haciendo inhabitable el fondo del mar?

En busca de ciudades menos ruidosas

Estrés, trastorno del sueño, bajo rendimiento, alteraciones de la conducta, hipertensión o enfermedades coronarias son solo algunas de las consecuencias que el exceso de ruido puede generar en nuestro organismo. Atentos como estamos a los altos niveles de contaminación ambiental, quizás no estemos prestando la debida importancia a una contaminación acústica que provoca más de 16.000 muertes prematuras y alrededor de 72.000 hospitalizaciones al año solo en Europa. Unos datos alarmantes que hizo públicos la Agencia Europea del Medio Ambiente en su informe sobre El ruido ambiental en Europa, con fecha de 2020, y en el que también destacaba que el 20% de la población europea estaba expuesta a niveles de ruido prolongado perjudiciales para la salud.

Dicho informe de la Unión Europea, junto con otros de diversos organismos internacionales, constituye la base para la publicación de una investigación elaborada por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) que analiza los problemas emparejados a la contaminación acústica y propone actuaciones para minimizarla. Entre los principales causantes de los elevados niveles de ruido en las ciudades, se encuentran el tráfico rodado, los ferrocarriles, los aeropuertos y la industria. Sin embargo, en los últimos años también se han incrementado los niveles de ruido procedentes de actividades públicas, domésticas y de ocio.

El 20% de la población europea está expuesta a unos niveles de ruido prolongado altamente perjudiciales para la salud

Las consecuencias negativas para nuestra salud comienzan cuando el ruido ambiental supera los 55 decibelios en zonas residenciales y los 70 decibelios en zonas comerciales y con tráfico rodado. La investigación presenta un desolador panorama mundial y revela que muchos países asiáticos superan los 100 decibelios de media. Los del entorno africano serían los siguientes más ruidosos, seguidos de cerca por zonas de América del Norte y Europa. Mientras, en América del Sur encontraríamos las ciudades con menor contaminación acústica. En lo que refiere a nuestro país, el estudio señala que más del 72% de quienes residen en Barcelona están expuestos a niveles de ruido que superan esa barrera de los 55 decibelios.

Justamente, Barcelona lanzó en 2018 el proyecto de las “supermanzanas”, consistente en el cierre al tráfico rodado a grupos de un mínimo de cuatro manzanas adyacentes. Esto supuso liberar de vehículos a zonas de no menos de 16.000 metros cuadrados en las que han surgido nuevas áreas verdes y espacios de juegos o esparcimiento vecinal.

Y es que las zonas verdes tienen importancia a la hora de reducir la contaminación acústica. El estudio de la UNEP revela que la vegetación en los entornos urbanos absorbe energía acústica, difuminando el ruido e impidiendo su amplificación en las calles. Una ciudad con cinturones de arbolado y vegetación en las paredes y techos de sus edificios no sólo reduciría el ruido, sino que ayudaría a combatir el cambio climático.

Pero para reducir el nivel de decibelios provocado por los vehículos, además de restringir su uso en determinadas zonas urbanas, una de las soluciones que aporta la UNEP es la utilización de asfaltos porosos. Nuestro país fue pionero en incorporar este recurso al cambiar el firme de tramos de calzada en la autovía Sevilla-Utrera, una medida que ha logrado reducir en 6 decibelios el impacto acústico del tráfico rodado. Los materiales utilizados han sido polvo de neumáticos, plástico y fibras de nylon reciclado.

La ampliación de zonas verdes en las urbes mejora la calidad del aire que respiramos y, a su vez, combate el exceso de ruido

El estudio de la UNEP también recalca la importancia de establecer barreras acústicas entre las fuentes del ruido y los ciudadanos receptores del mismo, incorporando nuevos materiales reciclados. En España, un proyecto de la Universidad de Jaén (UJA), transforma módulos solares fotovoltaicos en barreras acústicas, logrando no solo reducir el ruido sino también producir electricidad para la señalización y el alumbrado de las carreteras.

Con la llegada de la temporada estival, las grandes ciudades se vacían, baja significativamente el volumen de decibelios y quienes quedan en ellas pasean por sus calles disfrutando de la recién recuperada calma. Al fin y al cabo, las vacaciones significan descanso, pero no solo para los que abandonan su residencia habitual. Combatir la contaminación acústica es imprescindible si queremos mejorar nuestra calidad de vida.

Los ecosistemas subterráneos, grandes olvidados de la naturaleza

Bajo el asfalto de Hawkins, un pequeño pueblo de Indiana (Estados Unidos), existe un mundo que pone en peligro la vida de todos. Es un reflejo literal de la misma ciudad, pero en una versión invertida y con aires demoníacos. Allí, los monstruos crecen silenciosos a la espera de dominar el mundo real, donde los humanos viven sin saber lo que ocurre ahí abajo, en el upside down (el mundo al revés).

Esta historia no es más que la sinopsis de la exitosa serie de ficción Stranger Things (Netflix), que relata las aventuras de un grupo de adolescentes contra las criaturas de esa realidad alternativa. Sin embargo, en el mundo real, sí que existe otro bajo nuestros pies del que sabemos poco, a pesar de que nuestra frenética actividad pone en peligro la vida de sus habitantes: los ecosistemas subterráneos.

Solo el 6,9% de los ecosistemas subterráneos se encuentran en zonas protegidas

Son los hábitats más extendidos del planeta y prestan servicios esenciales, tanto para el mantenimiento de la biodiversidad como para el bienestar humano. Hablamos de cuevas, grietas, aguas y suelos donde conviven especies de todos los reinos animales que nada tienen que ver con lo que tenemos aquí arriba. Desde insectos que parecen mágicos, como la recién descubierta hada de los bosques,  hasta crustáceos adaptados a vivir sin luz, como las batinelas.

También, aunque quedan cientos de especies de los ecosistemas subterráneos por descubrir, destacan algunos mamíferos como los murciélagos pero, sobre todo, la gran variedad de microrganismos que llevan a cabo una labor fundamental para mantener el equilibrio de esa delicada cadena trófica de los ecosistemas.

La lista de beneficios que aportan estos desconocidos es extensa. Algunos hongos y bacterias combaten patógenos que depuran el agua del subsuelo y luchan contra diversas plagas y enfermedades, mientras que otros organismos se encargan de captar dióxido de carbono y mejorar la capacidad de absorción del suelo. Por otro lado, los procesos digestivos de numerosas especies, como han indicado algunas investigaciones, aumentan el acceso a nutrientes de las plantas, recuperando hasta los suelos más degradados.

Sin embargo, a pesar de que el subsuelo, especialmente el tropical, contiene más especies sin descubrir que la superficie, existen muy pocos estudios científicos que exploren sus bondades, tal y como advertía recientemente Susana Pallarés, quien ha participado en uno de los trabajos más exhaustivos sobre la materia publicado en el Biological Reviews: «Dado que sabemos tan poco sobre estos ecosistemas, es imposible diseñar estrategias de conservación que los protejan».

Así, solo el 6,9% de este tipo de ecosistemas se encuentran en zonas protegidas. Y es de pura casualidad: si están vigilados es porque encima de ellos viven especies más conocidas en peligro de extinción. Por eso, el equipo del que forma parte Pallarés ha querido sentar las bases para poder dirigir mayores esfuerzos científicos a estos ecosistemas, analizando 708 artículos científicos publicados entre 1964 y 2021 sobre el tema para descubrir qué errores de cálculo se han cometido hasta ahora.

Los estudios científicos se han centrado solo en hábitats atractivos para el ojo humano, como las cuevas, y animales muy concretos, desoyendo por completo las necesidades del resto de especies

En primer lugar, destaca la desigualdad en la focalización de los estudios. En otras palabras, las escasas evaluaciones llevadas a cabo se han realizado en paisajes subterráneos atractivos para el ojo humano, como las cuevas terrestres, y con un sesgo claro hacia algunos animales en concreto. En cambio, las fisuras, las cavidades terrestres con conexión al mar a través de canales subterráneos y las cuevas marinas siguen inexploradas. Y de lo que no se ve, no se habla; por tanto, no existe. Así, pasan desapercibidas también las necesidades de decenas de microorganismos y plantas que juegan ese papel clave en el equilibrio del planeta.

El segundo problema: tampoco existe información sobre las amenazas. Al no estudiarse a fondo lo que vive allí es imposible explicar lo que lo pone en peligro. Pero, en realidad, los ecosistemas subterráneos se enfrentan silenciosamente a numerosos problemas, entre ellos, la perturbación del hábitat debido al turismo y la contaminación, el cambio climático y la sobreexplotación –España, un país rico en agua subterránea, es también la nación que más explota este recurso (en numerosas ocasiones, ilegalmente, como ocurre en Doñana)–. Los efectos pueden ser incluso más desastrosos que en la superficie, puesto que estas especies, al mantenerse bajo tierra, son mucho más delicadas a los cambios abruptos de sus hábitats.

Después de tantas décadas de ignorancia, ¿es realmente posible dirigir nuestra mirada del cielo al suelo? Según el grupo de investigadores, «no es necesario reinventar la rueda»; la mayor parte de las medidas actuales que funcionan en la protección de ecosistemas terrestres o marinos pueden aplicarse con éxito a lo subterráneo». No obstante, añaden, las futuras investigaciones sí que deberían centrarse en generar nuevas ideas para resolver problemas concretos de lo que ocurre allí abajo y, así, poder cambiar lo que hacemos desde arriba.

Precaución (con no atropellar fauna), amigo conductor

Featured Video Play Icon

La última campaña de la Dirección General de Tráfico ha puesto su foco en las más de 100 personas que fallecen al ser atropelladas en carretera cada año. Este drama se agrava si tenemos en cuenta que el atropello es también una de las principales causas de mortalidad para numerosas especies de fauna.

Siete planes para disfrutar de unas vacaciones conscientes (y sostenibles)

En un momento en el que la crisis ambiental cobra especial protagonismo, no es casualidad que algunas personas opten por hacer de sus vacaciones de verano su tiempo libre una consigna por el planeta. Ante informes preocupantes como los del IPCC, la conciencia social está cada vez más pendiente de las acciones positivas que se pueden realizar para proteger la naturaleza. Y si el resto del año no tenemos tiempo para hacerlo, ¿por qué no aprovechar los días de verano?

Todavía queda tiempo. Esta puede ser la oportunidad perfecta para devolverle al planeta un poco de todo lo que nos ha dado. Si todavía no has planeado tus vacaciones, te ofrecemos algunas alternativas para contribuir de forma directa al bienestar de toda la naturaleza que nos rodea.

Reforestar zonas afectadas por eventos meteorológicos

Los bosques son los pulmones del planeta y mantenerlos con vida es una obligación. En la actualidad, algunos hoteles en las Islas Baleares y las Islas Canarias ofrecen packs para plantar árboles en zonas devastadas por lluvias torrenciales e incendios. Igualmente, la organización Reforesta organiza todos los años varias batidas de voluntarios para plantar y mantener árboles autóctonos, crear refugios para la fauna y limpiar riberas.

Voluntariado para proteger entornos naturales

Existen otras tantas variantes del voluntariado ambiental. Por un lado, encontramos a las grandes organizaciones como SEO/Birdlife, que organiza voluntariados de seguimiento de aves, o WWF, que apuesta por restaurar hábitats de especies amenazadas. Pero, a nivel autonómico, hay entidades más pequeñas que buscan siempre ayuda para conservar parques naturales de tanta relevancia como el de Doñana. De hecho, el Programa de Voluntariado en Parques Nacionales organizado por el Ministerio de Transición Ecológica ofrece decenas de convocatorias para ayudar a mantener estas zonas protegidas. Una gran forma de cuidar de la naturaleza mientras disfrutamos de ella.

Rutas de observación de animales

Conocer la fauna que comparte espacio con nosotros también es importante para concienciarnos. Por eso, más allá del seguimiento de aves, en España existen múltiples rutas de observación del famoso lince ibérico, un animal que rara vez vemos pero cuya existencia se ve seriamente afectada por la actividad humana. Igualmente, en la Sierra de la Culebra (Zamora), recientemente asediada por los incendios, se organizan numerosas rutas para observar a sus lobos. Acudiendo a ella no solo estamos disfrutando de las especies autóctonas, sino que además contribuimos a que la zona se recupere poco a poco.

Submarinismo para limpiar fondos marinos

El perfil del voluntario playero es muy demandado por las organizaciones de conservación en época estival, dados los serios problemas que los ecosistemas marinos tienen con la basura y los microplásticos. ¿Por qué no aprovechar las horas de buceo limpiando el mar? La Asociación Subacuática de Casares (Málaga) organiza limpiezas todos los años, al igual que el International Coastal Cleanup España, que convoca a más de medio millón de voluntarios para recolectar los residuos que contaminan las costas, los ríos y los lagos, o la Red de Vigilantes Marinos, que aúna la práctica del buceo con la posibilidad de participar en la protección del medio marino.

Veranear en una granja ecológica

Una opción perfecta para los que quieren estar en pleno contacto con la naturaleza, pero en secano. En nuestro país hay multitud de granjas ecológicas que buscan voluntarios para que trabajen el huerto o cuiden a los animales durante las vacaciones de los dueños, a cambio de alojamiento y comida. Así, además de contribuir a proyectos ecológicos, estaremos fomentando también el desarrollo del mundo rural. Ecotur y WWOF España son algunas de las páginas que conectan a voluntarios con cientos de granjas españolas.

Baños de bosque y otras formas de vivir la naturaleza

Baños de bosque, inmersiones en la naturaleza, excursiones al campo… no importa el nombre que le demos. Para aquellos que buscan unas vacaciones relajadas pero plagadas de naturaleza, el sector del ecoturismo ofrece múltiples actividades para despertar ese afán por proteger el planeta, desde paseos por el bosque, senderismo y piragüismo hasta clases de botánica orgánica y excursiones a grandes enclaves donde observar animales en libertad. En este sentido, la organización Naturalwalks brinda cientos de actividades y salidas al campo para sumergirnos en la naturaleza.

Aprendiendo de las tradiciones

Como indican los Objetivos de Desarrollo Sostenible, cuidar de los ecosistemas también es cuidar el medio rural. Ese frágil equilibrio entre lo animal y lo humano es clave para que todo siga funcionando y, por ello, contribuir al planeta en estas vacaciones también pasa por valorar más el patrimonio. En un país como el nuestro, que acoge a más de 5.000 pueblos, el abanico de propuestas es inmenso: visitar casas-museo, aprender oficios de la zona, descubrir su gastronomía y realizar actividades de ecoturismo de la mano de entidades autóctonas es la mejor forma de contribuir a la conservación de nuestros orígenes, y, por tanto, de la propia naturaleza.

Cinco ecoyoutubers para seguir este verano

La presencia de YouTube en el día a día es cada vez más elevada. El 35% de los usuarios españoles de redes sociales accede a YouTube varias veces al día y un 32% lo hace al menos una vez, según datos de Statista. En ver sus contenidos se pasan desde minutos hasta horas: la media está en 1 hora y 10 minutos al día por persona, como calcula otro estudio elaborado por IAB Spain y Elogia.

Todo ese tiempo da para acceder a una amplia variedad de temas. La plataforma de vídeos se usa como espacio para el entrenamiento, pero también como vía para descubrir tendencias, acceder a información y formarse. De hecho, para las generaciones más jóvenes, que dedican cada vez menos tiempo a los medios tradicionales y más a la red, canales como YouTube son su principal fuente informativa. Lo que se ve allí es lo que pasa.

El papel que pueden ocupar los youtubers como divulgadores en temas de sostenibilidad y medio ambiente es, potencialmente, enorme. Los ecoyoutubers llegan a una audiencia muy amplia y lo hacen con mensajes llamativos y convincentes. Te proponemos a algunos de ellos para seguirlos este verano.

 

Lethal Crysis. «La esencia está en el lugar, pero las personas lo hacen mágico», promete en la descripción de su canal de YouTube. Rubén Diez Viñuela es, en YouTube, Lethal Crysis, un viajero que recorre el mundo denunciando los problemas que destrozan ecosistemas y ponen en peligro el planeta ante sus casi 4,5 millones de seguidores. «En mis viajes grabo situaciones y hechos objetivos tal y como yo los percibo. Y luego doy mi opinión. Es la manera de dejar un poquito de mí», le explicaba en una entrevista a la revista Esquire.

 

 

Climabar. Puede que sus cifras de seguidores no estén en los millones, pero Climabar intenta explicar «la emergencia climática para la generación del meme». Carmen Huidobro y Belén Hinojar abordan temas claves vinculados con la sostenibilidad – desde el greenwashing a los vínculos entre masculinidad tóxica y comportamientos poco respetuosos – con un lenguaje cercano y divertido. Es hablar de temas importantes, pero como se haría en un bar «para que llegue a los que hay que convencer de verdad», asegura Huidobro.

 

 

The Girl Gone Green. Manuela Barón habla en su canal sobre sostenibilidad partiendo de sus propias experiencias personales: ella misma ha decidido vivir generando desechos mínimos y «plant based».  La decisión la tomó en 2015, tras descubrir mientras viajaba la situación en la que se encontraba el planeta. En sus vídeos - en inglés – enseña desde cómo cambiar un vehículo a combustible por una bicicleta eléctrica o qué ocurre cuando se pasa un año sin comprar cosas.

 

 

Mixi. Mixi Pacheco da una vuelta de tuerca verde a los populares canales de YouTube de trucos de belleza, higiene y cosmética. Propone un «estilo de vida ecológico, vegano y saludable» a sus más de 300.000 seguidores, a los que intenta enseñar cómo vivir sin generar residuos y siendo más respetuosos con el entorno sin renunciar a ninguna de las comodidades de la vida moderna. Desde el suavizante de la ropa hasta el sérum para mejorar el estado del cabello, todo –o al menos eso demuestra esta creadora– se puede hacer en casa con mínimo impacto.

 

 

Fray Sulfato. Óliver del Nozal es en YouTube Fray Sulfato, un educador ambiental que divulga en la popular red de vídeos cómo funciona el planeta. Al fin y al cabo, Fray Sulfato quiere ser «tu biólogo de cabecera». Así, sus vídeos abordan temas de lo más variado, desde cómo afecta el calor a las placas solares a cómo puede ser el montañismo inclusivo o cómo reciclar bien. Vídeo a vídeo ayuda a comprender la importancia del medio ambiente y su valor.

Cambio climático: un foco de desigualdad latente

Tras años en un segundo plano, la lucha contra el cambio climático ha pasado a ocupar, por fin, el centro del debate público. Décadas después de que comenzaran las alertas por parte de la comunidad científica y los colectivos ecologistas, la mayor parte de los gobiernos del mundo han entendido la urgencia del problema y la necesidad de colocar la protección del planeta como un eje esencial de la política nacional e internacional. Hasta ahora, la degradación de la Tierra, una situación provocada principalmente por la sobreactividad humana, siempre ha sido enfocada desde una perspectiva medioambiental o productiva, como un problema que perjudica principalmente al mundo natural y al sistema bajo el que se rige la sociedad actual. Se obvia el hecho de que los principales perjudicados están siendo las personas y, en concreto, aquellas con menos recursos o en situación de exclusión.

El cambio climático amenaza el disfrute de aspectos como la vida, el agua, el saneamiento, el acceso a alimentos, la salud, la vivienda o el propio desarrollo

Prueba de ello es el ascendente nivel de preocupación que este tema suscita entre la población, dado el impacto que esta percibe en su día a día. Según una encuesta realizada por el Eurobarómetro, casi ocho de cada diez europeos (78%) considera el cambio climático como un problema muy grave. Y es que el constante deterioro del planeta amenaza seriamente el disfrute efectivo de aspectos como la vida, el agua, el saneamiento, el acceso a alimentos, la salud, la vivienda o el propio desarrollo. Aspectos, todos ellos, que comparten un mismo denominador: son derechos humanos. Por este motivo, desde las instituciones internacionales se está instando a los gobiernos a tomar medidas urgentes contra el cambio climático desde un punto de vista de protección a los colectivos sociales más vulnerables. «Los Estados tienen la obligación de defender los derechos humanos para prevenir los efectos adversos predecibles del cambio climático y garantizar que aquellos a los que afecte, sobre todo los que estén en una situación de vulnerabilidad, tengan acceso inmediato a recursos y medidas de adaptación efectivos que les permitan vivir dignamente», se puede leer en un informe de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH).

«Es necesario que los Estados tomen medidas ambiciosas de adaptación y mitigación que sean inclusivas y respetuosas con las comunidades a las que afecte el cambio climático»

Con ello, desde el corazón de la ONU se abre un nuevo frente desde el que presionar a los gobiernos a tomar medidas efectivas y de calado contra el calentamiento global y los efectos adversos que ello genera. En este sentido, la realidad de la demanda queda reflejada en multitud de ejemplos, desde las prolongadas sequías en el África subsahariana, que han dejado sin agua potable a multitud de comunidades, hasta las devastadoras tormentas tropicales en el sudeste asiático que se han llevado casas y comercios, pasando por los incendios y las olas de calor en el hemisferio norte. Todos estos fenómenos afectan directamente a las personas y, más concretamente, a aquellas que menor acceso tienen a recursos que les permitan adaptarse a la situación actual. Un crecimiento de la desigualdad que tienen nombres y rostros y, como no puede ser de otra manera, reclama soluciones inmediatas. «Es necesario que los Estados tomen medidas ambiciosas de adaptación y mitigación que sean inclusivas y respetuosas con las comunidades a las que afecte el cambio climático», insisten desde la ACNUDH, desde donde se trabaja para potenciar aspectos como la inclusión de la sociedad civil en los procesos de tomas de decisiones medioambientales, la facilitación de mecanismos de derechos humanos para abordar los problemas medioambientales o la investigación y promoción para abordar vulneraciones de los derechos humanos causadas por la degradación del medio ambiente, en particular hacia grupos en situaciones de vulnerabilidad.

Si algo ha quedado demostrado a lo largo de los años es que el cambio climático es un problema de todos que tiene un impacto especial entre aquellos con menos recursos. Un foco de desigualdad que, al margen del daño que supone para el medio ambiente, también puede conllevar un desgaste de las sociedades y los derechos conquistados. Evitarlo es algo que está en nuestra mano.