Categoría: Agenda 2030

¿Hemos avanzado en la lucha global contra la pobreza?

La humanidad llevaba un buen ritmo en la erradicación de la pobreza hasta que llegó el coronavirus, ese enemigo que lo cambió todo. Ahora, Naciones Unidas calcula que el legado directo de la pandemia son 700 millones de personas viviendo en la pobreza extrema, lo que se traduce en la pulverización de cuatro años de progreso. ¿Por dónde podemos seguir para alcanzar la meta de pobreza cero? 

No hay dos mundos iguales. Tampoco dos realidades similares. Basta con prestar atención a la situación socioeconómica de los ciudadanos de países desarrollados y países en vías de desarrollo para encontrar las múltiples diferencias (y escasas similitudes) entre el bienestar de unos y otros. Como otros desafíos, la pobreza también marca su propia línea sobre la que nos movemos. Linde que, según el último informe elaborado por el Laboratorio Mundial de la Desigualdad, queda marcada por una sangrante descompensación de ingresos: el 10% de la población mundial recibe actualmente el 52% de los ingresos globales, mientras que más de la mitad de la población gana el 8,5%. En otras palabras, la mitad más pobre posee el 2% de toda la riqueza.

El 10% de la población mundial recibe actualmente el 52% de los ingresos globales, mientras que más de la mitad de la población gana el 8,5%

Hay otra cifra sobre la mesa: actualmente, 1.300 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza (con menos de 2,15 dólares al día) y 700 millones lo hacen en la pobreza extrema (con menos de 1,90 dólares al día). Ante estos números, los expertos barajan la cada vez más cercana posibilidad de que no se puedan alcanzar los objetivos de erradicación de pobreza marcados por la Agenda 2030 puesto que, antes de que termine la década, tan solo deberían contabilizarse 600 millones de personas subsistiendo con menos de 2,15 dólares al día. “Los avances básicamente se han detenido, a lo que se suma un escaso crecimiento de la economía mundial”, valoraba recientemente David Malpass, presidente del Grupo Banco Mundial.

Esta misma interpretación la corrobora Naciones Unidas en su barómetro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que analiza cada año los avances (o atrasos) de las 17 metas para alcanzar la justicia social y climática para concluir que el acelerador ha dejado de funcionar y la pobreza vuelve a adelantar por la derecha. La pregunta cae por su propio peso: si organizaciones, empresas y ciudadanía llevan décadas trabajando por erradicar esta lacra, ¿por qué parece que no hay avance posible? ¿Acaso no hemos conseguido nada en este último tiempo? 

Los datos, desglosados, muestran una historia diferente. Antes incluso de que se escuchara hablar de la Agenda 2030, la pobreza extrema ya se había convertido en una carrera contrarreloj: en 1981, Naciones Unidas dibujó sobre el mapa el llamado “centro de gravedad extrema —el lugar exacto donde se acumularían más personas con grandes privaciones socioeconómicas—, un punto que, según las previsiones, avanzaría desde Asia meridional hasta el sur de África, pasando por Oriente Medio y el norte del continente. Precisamente en ese año, el trabajo público y privado consiguió pulverizar las cifras, convirtiendo (como si de magia se tratara) el 43,6% de personas con menos de 2,15 dólares al día en 1981 en un pequeño 8,4% de personas en 2019. 

“En 2015, la pobreza extrema global se había reducido a la mitad y en las últimas tres décadas más de un millón de personas habían conseguido escapar de ella”, afirmaba el Banco Mundial. Todo iba viento en popa —con algunos años más exitosos que otros—, pero llegó un inesperado enemigo: el coronavirus. En un momento de incertidumbre absoluta, ni siquiera una reputada institución como esta se veía capaz de predecir el desenlace. Según sus cálculos, en el peor de los casos, la pandemia dejaría de recuerdo 676 millones de personas con menos de 1,90 dólares al día. En un enfoque más optimista, podría resolverse con 656 millones, número que, si bien menos serio, se situaba muy lejos de los 518 millones que se vislumbraban antes de que la pandemia entrara en nuestras vidas. Pero, como ya se ha mostrado al inicio del artículo, el legado inmediato de la pandemia ha superado todas las previsiones (de forma negativa).

 

“Tan solo en 2020, el número de personas viviendo en la pobreza extrema alcanzó los 70 millones. Es el crecimiento global más excesivo desde que se empezara monitorizar en 1990”, explica el Banco Mundial en su informe más reciente. En total, la pérdida de ingresos del 40% más pobre de la población mundial fue el doble que las del 20% más rico. Los confinamientos, la eliminación de puestos de trabajo y el propio padecimiento de la enfermedad generó un impacto más extremo en aquellos países donde el centro de gravedad de la pobreza ya alcanzaba a millones de personas. Naciones de las que, precisamente, ya hablaba la ONU en 1981.

Y es que tal y como demuestran las cifras de Our World in Data, el porcentaje de personas viviendo con menos de 2,15 dólares al día fue mucho mayor en 2021 que hace más de cincuenta años. Madagascar es una de las naciones más afectadas, con un 80% de las personas bajo este umbral, frente al 40% de 1961. En una situación similar se encuentra Uzbekistán, aunque, con un enfoque más macro, es en la mayor parte de África (especialmente en el centro y en el sur) donde más de la mitad de la población no consigue desprenderse de la pobreza. 

La diferencia entre países desarrollados y países en vías de desarrollo es evidente: en Europa, ningún país alcanza el 1% de ciudadanos afectados. Esta evolución a la inversa es aún más fácil de observar si tomamos un indicador más extremo, el de 1,90 dólares al día, donde apenas se observan avances antes y después de la pandemia. En África subsahariana, las personas en este umbral han pasado de un 36,7% a un 37,9% entre 2019 y 2021; una tendencia que se observa igualmente en el Norte de África, América Latina y, en general, a lo largo y ancho de todo el mundo. 

 

¿Y ahora, qué?

Cuando se habla de pobreza no se habla únicamente de privaciones económicas. Va más allá de la falta de ingresos y recursos para garantizar unos medios de vida sostenibles. Es un asunto de derechos humanos, porque también se trata de hambre, malnutrición, falta de una vivienda digna y acceso limitado a servicios básicos como la educación o la salud. Y se suma el problema del cambio climático, cuyas consecuencias más directas afectan, como es evidente, a los países con escasos recursos económicos. Además, tiene rostro de mujer: según Naciones Unidas, 122 mujeres de entre 25 y 34 años viven en pobreza por cada 100 hombres del mismo grupo y edad. 

Concretamente, el 15% de las personas en pobreza extrema sufren serias dificultades para acceder a combustible para cocinar alimentos básicos y conseguir un techo digno bajo el que vivir

Concretamente, el 15% de las personas en pobreza extrema sufren serias dificultades para acceder a combustible para cocinar alimentos básicos y conseguir un techo digno bajo el que vivir. El saneamiento y la alimentación son otras grandes carencias cuando el dinero no alcanza y que desemboca, como problema multidimensional que es la pobreza, en otros derechos básicos para garantizar la justicia social, como el tiempo de escolarización y la incapacidad para asistir a la escuela (la mayoría de los niños abandonan el colegio en edades tempranas para traer ingresos a casa). 

Naciones Unidas calcula que la pandemia ha acabado con cuatro años de progreso en la erradicación de la pobreza. Además, el aumento de la inflación y la guerra en Ucrania ralentizan aún más los avances. ¿Existe todavía margen para cambiar el relato? “En una época de endeudamiento récord y recursos fiscales escasos no va a ser sencillo avanzar. Los Gobiernos deben concretar sus recursos en la maximización del crecimiento”, advirtió Indermit Gill, vicepresidente de Economía del Desarrollo en esta institución. Una propuesta que debe superarse a sí misma y centrarse en los países más pobres, teniendo en cuenta que las prestaciones económicas de desempleo que se dieron durante la pandemia alcanzaron al 52% de la población mientras que, en los países de bajos ingresos, tan solo llegaron al 0,8%, cómo apunta el Barómetro de los ODS.

En lo que respecta a la fiscalidad dura, los expertos insisten en que los Gobiernos deben actuar sin demora en tres frentes para acelerar (de nuevo) la lucha contra la pobreza: aumentar las transferencias monetarias en los países más pobres, hacer inversiones en el crecimiento a largo plazo y, muy especialmente, movilizar los ingresos sin poner más presión sobre los países con bajos ingresos. Medidas complejas pero muy eficaces a la hora de ganarle tiempo a los últimos coletazos de la pandemia y evitar que sea la pobreza extrema el motivo por el que se juzgue al mundo cuando lleguemos a la última página de la Agenda 2030.

Una alianza para prescribir la naturaleza

Pediatras, investigadores y organizaciones civiles se han unido para formar la Alianza Global para Renaturalizar la Salud de la Infancia y la Adolescencia (GRSIA), que impulsará la prescripción de la naturaleza para nuestros menores.

El Comité de Salud Medioambiental (CSMA) de la Asociación Española de Pediatría (AEP) ha realizado un profundo análisis de la conexión existente entre la infancia y su entorno natural. Los resultados son demoledores. Solo de uno a dos de cada cuatro niños juegan a diario al aire libre, cuando en la generación de sus padres eran tres de cada cuatro. A nivel global, el 75% de los escolares de entre 7 y 17 años tiene lo que se conoce como ‘déficit de contacto’ con la naturaleza. El 25% de la infancia y adolescencia apenas sale alguna vez al mes a jugar al aire libre y solo el 25% visita un parque urbano diariamente. 

En la actualidad, solo el 25% de la infancia y adolescencia realiza visitas lúdicas a un parque urbano de manera diaria

Profundizando más, investigaciones médicas recientes señalan el deterioro y la contaminación de nuestros ecosistemas como una de las causas principales del número de muertes y daños de salud crónica. Esto es, a mayor deterioro medioambiental, mayor deterioro humano. Y la manera de reconducir esta deriva radica en prestar mayor atención “natural” a las generaciones más jóvenes.

La conexión con la naturaleza de nuestros jóvenes está, evidentemente, en peligro. Y las consecuencias de dicha desconexión son dramáticas. Esto es lo que se planteó el CSMA para formalizar, coincidiendo con la reciente COP27, una alianza con pediatras, investigadores y científicos medioambientales, empresas, instituciones y organizaciones civiles orientada a revertir la situación. De esta manera, nace la Alianza Global para Renaturalizar la Salud de la Infancia y Adolescencia (GRSIA). El objetivo de dicha Alianza no deja lugar a dudas: conectar la salud de nuestros menores con la del planeta y su biodiversidad, prestando especial atención a aquellos que habitan en entornos urbanos.

Juan Antonio Ortega, coordinador del CSMA, señala que “los niños deberían pasar al menos una hora diaria en el entorno verde natural más cercano para satisfacer sus necesidades fisiológicas y favorecer un desarrollo saludable”. Él, junto con el resto de los integrantes del CSMA, ha puesto sobre la mesa el concepto de déficit de contacto con la naturaleza (DCN), revelando las dramáticas implicaciones que tiene en la salud de nuestros menores. 

El primer objetivo que se ha planteado el CSMA es trazar un mapa que revele los niveles de conexión con la naturaleza de los niños y adolescentes de nuestro país, realizando un concienzudo análisis de datos entre 10.000 escolares españoles. Dicho estudio comienza a dar sus frutos, y estos no invitan a la celebración, sino a la búsqueda urgente de soluciones. Durante abril del presente año, el estudio se centró en 3.800 escolares de la región de Murcia, y no solo reveló un alto grado de DCN entre ellos, sino que, además, evidenció la intensa desconexión con la naturaleza de dichos escolares a medida que van creciendo.

Identificado el problema, solo queda recurrir al remedio que, en este caso, es claro. La Alianza GRSIA ha comenzado a desarrollar todo un sistema de ‘prescripciones’ de naturaleza para nuestra infancia y adolescencia. 

El contacto con la naturaleza aumenta la sociabilidad de los menores, les evita procesos de ansiedad y mejora su rendimiento escolar

Volviendo a la relación directa entre el deterioro medioambiental y el de la salud humana, la CSMA concluye que el contacto temprano y sostenido con la naturaleza puede disminuir de manera importante la mortalidad global, pero que, además, contribuye a que niños y adolescentes aumenten la sociabilidad, rechacen las conductas agresivas, no sufran de ansiedad, mejoren el sueño, el desarrollo neuronal, las habilidades motoras y el rendimiento escolar, entre otros muchos beneficios. 

De esta manera, la Alianza GRSIA ha comenzado a diseñar las prescripciones de naturaleza que ayudarán a pediatras y otros profesionales de la salud a revertir la situación de desconexión con el medioambiente que impera en la infancia y adolescencia. Estas prescripciones, o recetas naturales, se adaptan a las necesidades de cada paciente e incluyen numeroso material informativo en el que se incluyen listados de actividades en espacios verdes, urbanos y naturales, cercanos a la población de residencia. De esta manera, nuestros menores podrán reconectar con el ecosistema para mejorar su salud y bienestar y, de paso, ayudar a revitalizarlo y salvarlo de la actual situación de deterioro que tan gravemente afecta a la población global.

Mujeres emprendedoras para acelerar el desarrollo rural

La dinamización del campo es uno de los obstáculos a los que se enfrenta nuestro país. En él, las mujeres juegan un papel fundamental: son uno de los ejes vertebradores esenciales.

La dinamización o transformación del medio rural depende, en gran medida, del freno que está suponiendo la despoblación, una de las lacras que más amenazan el futuro de algunas zonas de nuestro país.  Y este proceso de despoblación tiene rostro de mujer: en estas zonas rurales el escenario demográfico registra a 111,7 hombres por cada 100 mujeres. El Ministerio de Agricultura, Alimentación y Pesca señala esta realidad y el origen de la problemática“las mujeres del medio rural resultan determinantes para su vertebración territorial y social, y son un vector para la innovación y el emprendimiento rural. En el medio rural todavía se mantienen escenarios de desigualdad entre mujeres y hombres en un grado más acusado de lo que ocurre en el medio urbano». No en vano, el 40% de las mujeres que abandonan su pueblo a causa de la falta de igualdad y oportunidades tienen entre 16 y 44 años.

El 40% de las mujeres que abandonan su pueblo tienen entre 16 y 44 años

No obstante, se trata de una situación desafortunada que puede transformarse en una oportunidad a través del impulso del emprendimiento. Al menos así lo sostiene el informe Emprendimiento de mujeres en España, realizado por GIRA Mujeres. Tal como explica el documento, “el emprendimiento femenino se ha convertido en un fenómeno cada vez más reconocido e impulsado por visibilizar la contribución de las mujeres al desarrollo económico y social”, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcados por las Naciones Unidas. Esto no solo conlleva una “contribución potencial al tejido productivo y al avance socioeconómico, sino también al acercamiento a los objetivos de igualdad y diversidad marcados en las agendas institucionales”. 

Aunque de manera progresiva, de hecho, esta transformación parece estar teniendo lugar: en la actualidad, más del 15% de las mujeres de los entornos rurales se encuentra en alguna de las fases del proceso emprendedor (o lo que es lo mismo: casi 1 de cada 5 se ha arraigado ya profesionalmente en su territorio). Un dato que hay que celebrar si tenemos en cuenta que la diferencia porcentual con los hombres (cercana al 5%) es menor que la media apuntada en países de Europa y Norteamérica. Y este hecho va traduciéndose en resultados: la reducción de la brecha laboral de género en relación con hace una década es de 9 puntos porcentuales, según los datos del ministerio previamente mencionado. 

Emprendiendo hacia el futuro 

Una de las características más positivas de este emprendimiento rural tiene que ver con la ratio de proyectos consolidados, que doblan el porcentaje con un 10% de los desarrollados en el ámbito urbano. Así, si bien hay menos proyectos potenciales en el ámbito rural, su futuro arraigo parece más probable. 

El perfil de la mujer emprendedora también es alentador: son mujeres con una edad comprendida entre los 25 y 44 años es decir, en la cúspide de su capacidad productiva, con una formación secundaria o superior en el 82% de los casos y con una autopercepción positiva en cuanto a las habilidades necesarias para llevar el proyecto a buen puerto.

Los proyectos presentan gran originalidad y creatividad como es el caso de Al sonido del yunque, una curiosa forja artesanal abierta en un pequeño pueblo de Toledo. Como señala el informe elaborado por GIRA Mujeres, se trata de proyectos que, si bien no son tan destacados al menos de forma habitual en los ámbitos tecnológicos e innovadores, marcan la diferencia en un contexto completamente distinto al urbano. 

El 54% de las personas que emprenden en un pueblo son mujeres

Son ejemplos que inspiran y animan a mirar el future con optimismo. Según señala la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur), si la despoblación del campo tiene rostro de mujer, su futuro también: el 54% de las personas que emprenden en un pueblo son mujeres, frente al 30% de las mujeres que lo hacen en una ciudad.Señalan cinco barreras que impiden un impulso más fuerte en este sentido: la falta de visibilización, el acceso a la financiación, la brecha digital, la complejidad burocrática y la falta de formación empresarial. Eliminarlas o atenuarlas es esencial para dinamizar un entorno más degradado que su contraparte urbana. Así lo resumen desde Fademur: “El éxito de estas mujeres [emprendedoras] es un éxito para sus comunidades rurales, por lo que apoyarlas es estratégico para todo el país”.

No más violencia contra la mujer

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Una de cada tres mujeres ha sufrido algún tipo de violencia de género y cada 11 minutos una mujer o niña muere asesinada por un familiar en algún lugar del planeta. Hechos y datos que todo el mundo debe conocer y que el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer se encarga de denunciar. 

Cuidar la geodiversidad para preservar el planeta

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Este año se ha celebrado por primera vez el Día Internacional de la Geodiversidad, el 6 de octubre, con el objetivo de concienciar a la sociedad sobre la importancia que la diversidad geológica tiene para el medio ambiente. Potenciar el desarrollo sostenible de las zonas rurales, condicionar la biodiversidad o ser fuente de recursos naturales son solo algunos de los beneficios que reporta cuidar nuestro patrimonio geológico.

El campo envejece

La edad media de los agricultores en España es de 61,4 años. Mientras tanto, los menores de 35 años no llegan a representar más del 15% de los jefes de cultivos, una indicación clara del acuciante problema del relevo generacional en el entorno rural. ¿Quién heredará un campo vacío? Explicamos con datos cómo el envejecimiento del campo está poniendo en peligro la vertebración del territorio rural.

Cuando la vida nos recuerda la fragilidad humana, todas las miradas se vuelven hacia el campo. De repente, ese entorno se nos hace más limpio, más sencillo, más calmado. Ya se encargó la pandemia provocada por el coronavirus de demostrar que otra vida fuera de las ciudades era posible. De hecho, en las mesas de Naciones Unidas, gobiernos, instituciones, empresas y ciudadanía, el discurso en defensa de la España rural es protagonista. Sin embargo, la música suena muy distinta a la hora de garantizar el relevo generacional con medidas efectivas. ¿Quién heredará el campo si nadie se queda en él?

Los datos no son muy halagüeños: en 2017, nueve de cada diez beneficiarios de las ayudas directas de la Política Agraria Común (PAC) —un conjunto de subvenciones económicas a nivel europeo que ayudan a desarrollar la agricultura y hacerla más rentable— tenían más de 40 años. En concreto, 678 919 agricultores frente a los 56 354 de entre 25 y 40 años, que, junto con los menores de 25 años, representan tan solo el 14%. Y si bien en 2022 ha habido un pequeño aumento en los agricultores jóvenes (ahora el porcentaje es de 14,82%), este cambio es imperceptible en un campo que envejece a pasos agigantados: la edad media de los agricultores es de 61,4 años. 

«Los agricultores mayores aguantan todo lo que pueden para mantener los cuidados de los campos», explicaba Cristóbal Aguado, presidente de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA), en una entrevista. «Si ya éramos los líderes en tierras agrarias sin cultivar, con casi 165 000 hectáreas, ahora también tenemos el triste honor de encabezar el ranking nacional en edad media agraria».

Concretamente, en 46 de las 50 provincias de nuestro país (no se cuentan Ceuta y Melilla porque no existen datos), más de un tercio de los jefes de explotaciones agrícolas superan los 65 años. En Pontevedra, Ourense y Valencia, de hecho, representan más de la mitad de los agricultores, mientras que los menores de 44 años ni siquiera alcanzan a representar el 15%. En el ranking continúan Alicante, Castellón y Toledo, y en ningún caso los menores de 35 años llegan a suponer más del 10% de la población. Ocurre incluso en provincias típicamente agrícolas, como las de Andalucía, donde se podría esperar por tradición un mayor relevo generacional que, sin embargo, brilla por su ausencia: tan solo Almería supera el 25% de agricultores que aún no han cumplido el lustro. Cabe destacar que en este caso las cifras hablan únicamente de jefes de explotaciones ganaderas, lo que demuestra que la mayor parte de los cultivos se mantienen todavía en manos de los más mayores.

En 46 provincias españolas, más de un tercio de los jefes de explotaciones agrícolas superan los 65 años

Pero ¿qué pasa con los trabajadores? Una lupa sobre el mercado laboral agrícola, ganadero, forestal y pesquero (para estos datos concretos, el INE no realiza un desglose) apunta a que esta aparente falta de sangre nueva en el campo ha sido una crónica de una muerte anunciada: los únicos trabajadores que han seguido una tendencia al alza desde 2011 son los situados en la franja de edad de los 50 a los 69 años. Mientras tanto, la cifra de trabajadores de entre 30 y 34 años se ha desplomado en tan solo un año, pasando de representar el 53% en 2021 al 37% en 2022. Hay otro dato que pasa desapercibido, pero que es el ejemplo perfecto para demostrar lo que está ocurriendo y es que, mientras los mayores de 70 años están a punto de alcanzar su máximo en once años, los menores de 19 rozan el mínimo: 1,8%.

¿De verdad no hay jóvenes?

En diez años, una buena parte de los agricultores habrá pasado a la jubilación. Quizá algunos decidan mantenerse en las tierras para evitar que tantos años de esfuerzo caigan en el olvido por la falta de jóvenes en el campo, pero los expertos advierten de que esto no debería generar ninguna sensación de alivio. De hecho, el no relevo generacional ya se define como «un asunto de Estado». La amenaza del cambio climático sobre los cultivos, una población mundial que crece por momentos y la transición verde (que desembocará en el sistema alimentario) necesitan jóvenes preparados para afrontar los retos del futuro con nuevas visiones y técnicas de cultivo. 

Pontevedra, Ourense y Valencia encabezan las provincias con mayor número de agricultores que han superado la edad de jubilación

Hablamos del campo español, pero la situación es extrapolable al contexto europeo, donde la edad media del agricultor es de 40 años y más de la mitad de las explotaciones ganaderas está en manos de mayores de 55 años. En Italia los agricultores mayores de 65 años representan el 50% de la mano de obra, mientras que en los Países Bajos alcanzan el 20% y en Francia el 15%. En otras palabras, el desafío es de rango comunitario y la Comisión Europea quiere ponerle fin con la EU Youth Strategy 2027, que busca mejorar las condiciones en las zonas rurales para que los jóvenes puedan desarrollar todo su potencial y volver al campo.

«La juventud del mundo rural puede proporcionar nuevas ideas, inspiración y energía para crear mejores oportunidades y pueblos más resilientes y conectados», aseguraba recientemente la Comisión Europea en un informe que no solo analiza la realidad de las generaciones más jóvenes, sino que se centra en demostrar que sí hay jóvenes que quieren cambiar el relato y lo hace incluyendo en el informe las historias de un italiano que está construyendo su propia granja orgánica, un español que está transformando los cultivos familiares hacia la agricultura regenerativa o una atleta profesional eslovaca que ha desarrollado una granja biodinámica para minimizar el impacto de la producción sobre el suelo.

Lo que necesitan, aseguran los expertos, son incentivos para evitar que el sector primario —clave para vertebrar los territorios— quede huérfano. Económicos, sociales y de conciliación, tal y como reclamó el presidente del Consejo Europeo de Jóvenes, Jannes Maes: «Con nosotros pasa como con los profesionales sanitarios: recibimos muchos aplausos, pero no tanto apoyo financiero por parte de los Gobiernos». En este sentido, dentro de nuestras fronteras son numerosas las iniciativas civiles y del sector privado que buscan compensar esta falta de atención administrativa para resolver el no relevo garantizando el traspaso de los negocios a manos más jóvenes e innovadoras. 

Ruralizable, por ejemplo, es una iniciativa que lanza periódicamente convocatorias para emprendedores con ideas de proyectos innovadores con impacto social positivo en el medio rural, una herramienta fundamental para la regeneración económica y social de las zonas despobladas. Uno de los emprendimientos apoyados, Te Relevo, permite precisamente comprar y vender negocios de manera digital. En conclusión, se trata de mantener con vida un proyecto (agrícola, ganadero, forestal) que nació hace décadas cuando los pueblos rebosaban de vida y que aún tiene potencial de renovarse de la mano de quienes mejor pueden hacerlo: las nuevas generaciones.

Adela Cortina: «Las empresas tienen una especial responsabilidad para hacer posible una sociedad más justa, local y global»

Con la palabra siempre templada y dispuesta al diálogo, Adela Cortina (Valencia, 1947) construye espacios de entendimiento en territorios donde la cooperación se hace necesaria, aunque sucesos como los populismos, la guerra en Ucrania o la polarización política se empeñen en dinamitarla. La cada vez mayor virtualidad de la vida, el rechazo al pobre (aporofobia, palabra que ella misma inventó hace más de veinte años), la calidad de la educación y el compromiso empresarial para construir una sociedad más justa son algunas de las cuestiones que analiza aprovechando su participación en las Jornadas de Sostenibilidad 2022: Acelerar la recuperación desde la ESG, organizadas por Redeia,

Existe la sensación, ciertamente extendida en algunos sectores, de que esto se acaba. El miedo en nuestras sociedades, en definitiva, ¿dinamita la ética? ¿La desplaza? ¿La pervierte?

El miedo es una de las emociones que necesitamos para sobrevivir, porque nos pone en guardia ante los peligros. Si no hubiéramos sentido miedo ante las amenazas, no habrían podido sobrevivir ni la especie humana ni otras especies animales. El miedo no es como el odio, por ejemplo, que resulta innecesario para vivir, y, sin embargo, hay quienes se empeñan en cultivarlo para generar guerras, polarizaciones y conflictos. Sin embargo, el miedo puede apoderarse de nosotros hasta el punto de llevar a la parálisis, lo cual es nefasto, o, por el contrario, a tratar de analizar las causas que lo provocan y a buscar salidas viables y justas. La opción más ética es la segunda, la que nos insta a buscar los mejores caminos en cooperación con otras personas, con otros países, porque somos interdependientes. La ética es un motor que nos incita a no quedarnos atenazados, impotentes ante el sufrimiento, a no conformarnos con lo que parece un destino implacable, sino a buscar caminos que aumenten la libertad.

¿Cómo se construye la confianza, esa creencia en que la conducta del otro será buena?

La confianza no se construye unilateralmente, sino desde la experiencia vivida de que el otro ha dado muestras palpables de merecerla, de que es fiable. Es verdad que las personas tenemos la tendencia a confiar en que nuestros interlocutores son veraces y que intentan decir lo que tienen por verdadero. En caso contrario, hubiera sido imposible la cooperación entre las personas y entre los pueblos, y es preciso recordar que la cooperación es la que nos ha permitido hacer ciencia, tecnología, la vida política y la vida ética. Es curioso que muy poca gente recuerde que, hasta que no aprendimos a cooperar, tampoco pudimos hacer ciencia y técnica. Como se ha dicho, “nunca veréis a dos orangutanes llevando juntos el mismo árbol”, mientras que las personas sí podemos hacerlo. Pero esa disposición a confiar tiene que venir refrendada por los hechos. Por eso es tan difícil construir la confianza y tan fácil dilapidarla. Como recordaba Maquiavelo al príncipe: quien actúa confiadamente donde tantos no lo hacen, más busca su perdición que su salvación. Y sobre todo pone en peligro la vida de aquellos que le están encomendados. La confianza no es una virtud, sí que lo son la prudencia, la justicia y la esperanza. La confianza hay que ganársela, se construye día a día y exige crear instituciones que den cierta estabilidad a las relaciones sociales, aunque tampoco las instituciones son fiables si no lo demuestran.

Cuando esa confianza se rompe —como ha demostrado el caso de Rusia—, ¿cómo podemos restablecerla? ¿Es posible hacerlo?

En el mes de enero de este año, Putin dijo que no tenía intención de invadir Ucrania, y el 24 de febrero la invadió con la especie de que pretendía “desnazificarla”, con la patraña de que el intento ucranio de entrar en la UE ponía en peligro la seguridad de Rusia, con el sueño de recomponer los países de la Unión Soviética, y quién sabe si el viejo imperio de los zares. No entabló ningún diálogo con Naciones Unidas, a cuyo comité de seguridad Rusia pertenece, y quebró todos los posibles pactos del derecho internacional. Creía tener la fuerza suficiente como para permitirse quebrar acuerdos y segar vidas. Por el momento las espadas siguen en alto, y nunca mejor dicho, pero el daño causado es irreparable y el futuro es angustioso para todos los países, no solo para Ucrania, para la Unión Europea o para Occidente.

Es un ejemplo más, particularmente sangriento, de la vileza de lo que ha dado en llamarse “posverdad” y que, por muchas teorías que se inventen al respecto, en lo que ha venido a recalar es en una banalización de la mentira. Quien tiene el poder suficiente se permite el lujo de mentir, además de dañar. Y con ello retrocedemos a un mundo que creíamos haber superado: el del poder absoluto, el del triunfo de los autócratas que están proliferando en Occidente y en Oriente. En la guerra de Rusia contra Ucrania restablecer la confianza me parece difícil, por no decir imposible. Creo que es más eficaz y humano ayudar a los ucranios a ganar la guerra, y a partir de este punto, a negociar una paz en la que no renuncien a nada de lo que tenían antes de ser agredidos y a ser indemnizados. Ese es el momento de empezar a construir confianza desde la justicia.

Volviendo a la invasión rusa. ¿Qué responsabilidad tiene Europa en el conflicto? ¿Es ético que se comprometa en ayudar a Ucrania mientras que no se ha mostrado tan predispuesta cuando se ha tratado de otros conflictos bélicos?

Desgraciadamente, la Unión Europea no se ha sentido desde su nacimiento como una comunidad de ciudadanos, preocupada por defender sus valores fundacionales. Como se ha dicho a menudo, empezamos por la unión económica, continuamos a duras penas por la política y más tarde llegó la Europa ciudadana, que es todavía muy endeble. Existen documentos, pero las gentes no sienten y valoran suficientemente su pertenencia como ciudadanas. Justamente, una de las pocas ganancias de esta guerra inadmisible es que los países de la Unión han estrechado lazos entre sí, como no lo habían hecho antes, porque han experimentado muy de cerca la barbarie, aunque siga habiendo discrepancias. Sin embargo, por que no se haya mostrado tan predispuesta a la ayuda en conflictos anteriores no vamos a dejar de hacerlo ahora. Lo importante es aprender que en los conflictos debemos apoyar a los débiles, unirnos para hacerlo con los países dispuestos a cooperar, e ir estableciendo vínculos con los demás para poder defender los valores irrenunciables. Esta es una lección que debemos sacar de esta guerra injusta y destructiva.

Asegura que, en los tiempos que corren, el género humano tiene que enfrentar los retos universales desde la ética. En otras palabras, es necesaria por primera vez en la historia una ética para el macronivel, esa ética cosmopolita que se haga cargo de los fines comunes de la humanidad. Sin embargo, como hemos visto a lo largo de los siglos, parece que solo establecemos alianzas con otras naciones cuando existe un adversario común. Por ejemplo, el compromiso entre Europa y Estados Unidos frente a Rusia y China. ¿Por qué?

La predisposición tribal que fuimos generando a lo largo de la etapa de formación del cerebro continúa alimentando la tendencia a actuar bajo el esquema simplista “amigo/enemigo”, que afecta a las relaciones internacionales y también a las del propio país. El actual retroceso a los nacionalismos cerrados, como el ruso, el chino o los de España, es una prueba fehaciente de que esas relaciones grupales siguen funcionando y generando polarizaciones. Por desgracia, después de la primacía de Estados Unidos posterior a la extinción de la Unión Soviética, no ha venido el esperado multilateralismo, el protagonismo de los distintos países y de las relaciones entre ellos. Tampoco, por el momento, un enfrentamiento claro entre dos bloques, como en la Guerra Fría, en los que se posicionaron los diversos países, aunque parece que algo semejante se va gestando. Por el momento, existen relaciones multipolares, relaciones entre distintos polos, que sellan alianzas bilaterales entre sí en proyectos comunes que les convienen puntualmente, sin comprometerse en todos los aspectos. Se trata de una multipolaridad. Con todo, como los problemas son globales, es preciso seguir intentando construir una sociedad cosmopolita, porque los afectados por la globalización tienen que poder ser de algún modo quienes decidan hacia dónde debe orientarse. El proyecto cosmopolita sigue siendo irrenunciable.

En este sentido, ¿es posible establecer una ética cívica, esos mínimos de justicia de los que usted habla, sin cambiar de raíz el modelo económico por el que nos regimos?

Claro que es posible, entre otras razones porque no hay un modelo económico único, sino muy diversos según las peculiaridades de cada país. Por sintetizar, podemos hablar de un modelo capitalista neoliberal estadounidense, un modelo capitalista comunista, al estilo de China, y un modelo de economía social de mercado, que debería ser el que trata de materializar la Unión Europea.

El modelo socialdemócrata, si sus representantes se lo toman en serio, defiende claramente unos mínimos de justicia referidos a derechos civiles y políticos, económicos, sociales y culturales, como también el derecho a la paz, al desarrollo de los pueblos y a un medio ambiente sano. Son derechos que deben ir ampliándose al ir descubriendo nuevas necesidades. En este sentido, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, a pesar de las críticas que han recibido, son una buena brújula. Y en cuanto a los valores, la libertad, la igualdad, la solidaridad y el respeto activo pertenecen también a la entraña de este modelo.

Se trata, pues, de adaptar a las nuevas exigencias el modelo de economía social de mercado, basado en la libertad y la solidaridad, y de ponerlo por obra realmente, de forma que las realizaciones se correspondan con las declaraciones.

Según el barómetro de confianza realizado por la consultora Edelman, los españoles confían actualmente más en las empresas que otras organizaciones, como oenegés, medios e incluso el propio Gobierno. ¿Qué papel juega el sector empresarial en la salud de la ética?

Las empresas, y los bancos también son empresas, tienen en estos momentos una especial responsabilidad para hacer posible una sociedad más justa, local y global. Son ellas las que pueden generar mayor riqueza, proveernos de productos y servicios en un momento tan complicado como este, crear puestos de trabajo dignamente remunerados, cumplir con ese deber de influencia que solo las grandes empresas tienen para cambiar legislaciones injustas en países en desarrollo y también en los desarrollados. Pero, además, pueden incrementar ese capital social, que es el cemento que cohesiona a las sociedades, precisamente porque ha aumentado el nivel de confianza en ellas y no deben defraudarla, como bien señala, entre nosotros, Domingo García-Marzá.

Durante el tiempo de la pandemia, un buen número de empresas de distinto tamaño continuaron trabajando, se reinventaron, intentaron mantener a los trabajadores y atender a los ciudadanos. En la Comunidad Valenciana, por ejemplo, pusieron en marcha el eslogan “Esto no tiene que parar”, y lo más interesante es que lo llevaron a la práctica. Muchas empresas actuaron como “empresas ciudadanas”, comprometidas con su entorno. Otras no, por supuesto, pero sí una gran cantidad y la gente se sintió respaldada por ellas.

En esta línea ha venido trabajando nuestra fundación Étnor (“Para la ética de los negocios y las organizaciones”), desde hace más de tres décadas, porque estamos convencidos de que, como bien decía el premio nobel de Economía Amartya Sen, el fin de la economía consiste en ayudar a crear buenas sociedades. Por eso, para una sociedad es óptimo contar con buenas empresas y para las empresas también lo es actuar éticamente. Una buena empresa es un bien público y, afortunadamente, la ciudadanía ha ido dándose cuenta de ello poco a poco. Es preciso acabar con esa perniciosa ideología que se empeña en enfrentar a la ciudadanía con las empresas, cuando lo cierto es que empresarios, trabajadores, consumidores, proveedores son sociedad civil. Y es esencial ir construyendo un “nosotros”.

De las propias empresas afirma que inevitablemente tienen que buscar la perspectiva social, especialmente en el terreno tecnológico, que marcará el futuro de nuestras sociedades. Pero ¿dónde situamos los afectos en un mundo cada vez más virtual en el que ya se está implantando la telemedicina?

En efecto, es preciso decir muy claramente que “la empresa del futuro será social o no será”. En esto concuerdan los proyectos de responsabilidad social empresarial, de ESG (Environmental, Social and Corporate Governance) y todos los índices que reclaman una implicación social y medioambiental de las empresas. Y estas afirmaciones no proceden de una razón lógica, ajena a los afectos, sino de una razón humana que cuenta con afectos, emociones y sentimientos. Sin ellos no hay razón humana. Existe una tendencia, muy errada, a creer que la racionalidad económica, que debería ejercerse en la vida empresarial, es la que tiene como motor la maximización del beneficio a toda costa, pero esto es falso, como bien muestra Jesús Conill en Horizontes de economía ética, remitiéndose a los grandes clásicos que unen ética y economía. Por mi parte, he hablado de una “razón cordial”, que es una razón íntegra. Esto vale para la vida y para la “televida”, que nunca debe intentar sustituir a la vida, sino servirle de instrumento para alcanzar mejor las metas de las distintas actividades humanas. La sustitución sería lesiva en todas las actividades, como se echa de ver claramente en la medicina, las finanzas, la Administración o la educación. Servir de ayuda, por supuesto; sustituir, nunca.

Usted aboga por la ética del diálogo en un momento en el que hemos regresado a los maniqueísmos más absolutos, en donde hasta los movimientos más sólidos se resquebrajan. ¿Cómo integrar la diferencia sin alimentar los populismos?

Como he expuesto en Ética cosmopolita (2021), apostando por la tradición cosmopolita, según la cual todas las personas tenemos el mismo estatus moral, todas tenemos igual dignidad, en eso nos identificamos y nos hace acreedoras al respeto y al cuidado. Pero precisamente porque las personas tenemos algo en común esencial y es que estamos dotados de razón y corazón, precisamente porque tenemos dignidad y no un simple precio hemos de integrar las diferencias personales, siempre que esa integración no provoque desigualdades injustas. Los populismos no tienen ninguna opción en este proceso.

Para el Banco Mundial, los pobres son los que perciben menos de 1’25 dólares. Pero la pobreza es evitable y uno de los primeros Objetivos del Desarrollo Sostenible. ¿Por qué existe todavía la aporofobia?

A mi juicio, las medidas cuantitativas de la pobreza son necesarias, pero es preciso complementarlas con las cualitativas. Y recordar, con Sen, que es pobre quien carece de los medios necesarios para llevar adelante los planes de vida que tiene razones para valorar. Acabar con la pobreza extrema es el primer Objetivo del Desarrollo Sostenible, pero, a mi juicio, no solo es un objetivo, sino sobre todo un deber moral, político, económico y social que tenemos que cumplir ya, al menos por dos razones: porque las personas tienen derecho a no ser pobres y porque hay medios más que suficientes para que nadie lo sea. Si no cumplimos con esa obligación, estamos bajo mínimos de humanidad. No es extraño que los últimos Premios Nobel de Economía se hayan concedido por trabajos empíricos sobre las formas de reducir la pobreza.

En cuanto a la aporofobia, es la tendencia que tenemos los seres humanos a rechazar a quienes no parecen tener nada interesante que ofrecernos, sino solo problemas. Vivimos en la sociedad del intercambio, que puede ser de mercancías, de votos, de dinero, de favores. Y cuando damos con alguien que, al parecer, no puede devolvernos nada a cambio, lo rechazamos. Por eso siempre hay excluidos: los que nos parece que no tienen nada que ofrecer. La aporofobia es un atentado contra la dignidad humana, contra la dignidad de las personas concretas, y pone en peligro la democracia, que tiene por base la igual dignidad de todos los seres humanos. Para combatirla es preciso educar desde la familia, la escuela, los medios de comunicación y la vida pública, para cultivar la capacidad de apreciar el valor de dignidad de todas las personas. Como escribí en Aporofobia, el rechazo al pobre (2017), es urgente educar en la justicia y la compasión.

¿Cómo educamos en las escuelas a futuros ciudadanos críticos, responsables, dialogantes?

Como mínimo, introduciendo en la Enseñanza Secundaria Obligatoria una asignatura de ética, en la que los alumnos conozcan las principales propuestas éticas de nuestra historia y los fundamentos filosóficos que les dan sentido y legitimidad, que sepan también de los valores que priorizamos en las sociedades democráticas. Y que puedan dialogar abiertamente sobre todo esto sin temor a quedar excluidos por sus opiniones. Como decía Tocqueville, “los hombres temen más al aislamiento que al error”: convertir en costumbre el diálogo abierto, sin miedo al aislamiento, es el modo de cultivar una ciudadanía madura y crítica. Pero siempre conviene recordar que no solo educan la escuela y la familia, sino también los medios de comunicación, la ejemplaridad de los personajes públicos y, muy especialmente, la de los políticos. Si la vida pública está colonizada por los tribalismos y las polarizaciones, mal lo tiene la escuela para educar en una ciudadanía madura, con capacidad de discernir y dialogar.

Los riesgos de la no sostenibilidad

¿Cuáles son las consecuencias para las compañías que no se adecúan a los cambios que pide la sociedad?

La palabra está cada vez más presente y su definición es sencilla: la «sostenibilidad» consiste en satisfacer las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras, equilibrando el crecimiento económico, el respeto ambiental y el bienestar social. Es, por tanto, una forma de construir el presente, pero también el futuro. Las empresas, conscientes de los retos que se dibujan en el horizonte, cada vez son más sostenibles. No obstante, ¿qué ocurre cuando una compañía no asume el cambio? ¿Qué sucede con su reputación? ¿Y con su financiación, sigue atrayendo inversión? ¿Pierde cuota de mercado? Al menos así parecen sugerirlo los datos: por ejemplo, según la oenegé WWF, la popularidad de las búsquedas relacionadas con productos o servicios sostenibles ha aumentado un 71% a nivel mundial desde 2016.

Los criterios ESG tienen cada vez más influencia en la propia rentabilidad y riesgo

Lo cierto es que los riesgos de ignorar esta tendencia son múltiples, y pueden ser tanto financieros como no financieros, ya que ambos aspectos se encuentran estrechamente entrelazados en un mismo nudo. Los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) tienen cada vez más influencia en la propia rentabilidad y riesgo: cuanto menos coincidan las apuestas económicas con esta clase de perspectivas, menos segura será la inversión.

Estos aspectos son los que se trataron en las Jornadas de Sostenibilidad 2022 organizadas por Redeia entre el 18 y el 20 de octubre. En este último día, Roberto García Merino (CEO de Redeia), Rosa García (presidenta de Exolum) y Arturo Gonzalo (CEO de Enagás) hablaron precisamente de esta clase de riesgos en una mesa redonda que arrojó luz sobre el futuro de la industria y las finanzas nacionales. «Si una compañía quiere tener un futuro, tiene que incorporar estos criterios», defendió Roberto García. A lo que añadió que «tiene más costes no avanzar en la transición energética, como estamos viendo ahora mismo en Europa, que hacerlo».

Roberto García, CEO de Redeia: «Tiene más costes no avanzar en la transición energética, como estamos viendo ahora mismo en Europa, que hacerlo»

Entre los riesgos, es evidente que obstaculizar (e incluso ralentizar) la transición energética y ecológica es uno de ellos. No contar con una perspectiva sostenible puede conllevar la emisión de elevadas cantidades de gases de efecto invernadero, una contaminación del agua, un aumento de la temperatura y una baja eficiencia de las materias, los recursos y la energía en los procesos productivos. Y ello sin contar los perjuicios directos al medio ambiente, como los daños a la biosfera o la falta de respeto a los derechos y la vida de los animales. Actos que irían en contra de la Agenda 2030, cuyos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son clave según António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, a la hora de lograr «un planeta saludable».

El cambio climático se ha vuelto una realidad urgente para el gran conjunto de la sociedad, lo que implica una exigencia tácita hacia las empresas: al desear un cuidado del medio ambiente en sus acciones, los stakeholders —que incluyen desde los accionistas hasta los trabajadores y los propios clientes— hacen decantar a las compañías hacia sus mismos intereses; estas, al fin y al cabo, no pueden funcionar de manera adecuada dentro de una burbuja. Tal como confirmó una encuesta realizada por Havas Group Worldwide, dos de cada tres consumidores creen que, a la hora de impulsar un cambio social positivo, las marcas tienen tanta responsabilidad como los gobiernos.

Y no son los únicos factores negativos a la hora de ignorar la sostenibilidad. Entre ellos también encontramos un precio más alto de los recursos, como la electricidad (si atendemos a los precios de las fuentes de energía no renovable), pero también aquellos de carácter más social: la producción de bienes poco saludables, el mal uso de los datos personales, las tensiones laborales y económicas, las dificultades de conciliación y las deficiencias en la mejora del capital intelectual. Lo mismo ocurre con aquellos vinculados a la gobernanza, con falta de diversidad, políticas deficientes y corrupción. A toda esta clase de consecuencias se sumarían, además, unas respuestas financieras negativas bastante concretas, como multas y sanciones, un deterioro del valor reputacional (y, por tanto, también del valor competitivo y del futuro empresarial, según defienden desde consultoras como Atrevia) y hasta un deterioro de los propios activos.

Hay un riesgo que, sin embargo, parece englobar todos los demás a los que puede enfrentarse una empresa: el de quedar al margen de las tendencias y el progreso (y, por tanto, el favor) sociales; es decir, carecer de una misión general con la que justificar la existencia corporativa. Y no son pocas compañías las que se enfrentan a esta amenaza: según señala Pacto Mundial, tan solo un 41% de las empresas afirman disponer de una estrategia de sostenibilidad. Arturo Gonzalo, de Enagás, defendió precisamente un aumento de esta clase de estrategias al resaltar el nudo formado por «la lógica de sostenibilidad y la lógica económica».

Tal como se resaltó durante las jornadas, no obstante, el desarrollo de un futuro más sostenible y más limpio incumbe a todos. «Es importante hacer un análisis pragmático para saber en qué momento tenemos que apretar el acelerador; es decir, para saber cuánto tenemos que descarbonizar y a qué coste. Si esta transición tiene unos costes tan altos que solamente la clase alta puede asumirlos, una gran parte de la sociedad se va a negar a llevarla a cabo», explicó Rosa García, de Exolum, que ponía el broche a una serie de riesgos que aún es posible esquivar.

Cómo hacer una compra sostenible (y asequible)

La escalada de la inflación ha hecho que más consumidores se preocupen por sus cestas de la compra. Aun así, no solo los precios están marcando qué se mete o no en el carrito semanal, porque la necesidad —y el deseo— de ser más sostenibles empuja también a cambiar hábitos y decisiones de consumo.

Preguntarse cómo hacer una compra sostenible y asequible es el primer paso para modificar las cosas. Después, llega el momento de actuar y ciertos consejos ayudan a conseguirlo de la mejor manera posible.

De entrada, es recomendable optar por la compra a granel. Como explica un análisis de la OCU, «comprar a granel es una buena manera de hacer una compra más sostenible: reducirás envases, podrás elegir las piezas y llevar solo la cantidad justa que desees». El consumidor puede ajustarse al producto que necesita por ejemplo, no más harina que se estropea por no haberla consumido antes de su fecha de caducidad o cereales rancios por llevar la bolsa abierta demasiado tiempo y escoger de forma más efectiva. Al mismo tiempo, ser más selectivos con la cantidad de producto comprado ayuda desde el punto de vista económico, porque se reduce el despilfarro alimentario y se paga simplemente por lo que se quiere.

La compra a granel ayuda a no llevarse más producto del que se necesita, pero también a eliminar plásticos de un solo uso

Además, también ayuda a reducir el uso de plásticos, puesto que estos productos no vienen envasados de serie. En líneas generales, usar menos plásticos de un único uso es uno de los objetivos clave para reducir la huella ambiental de las compras.

Hacerlo en la compra semanal no siempre es sencillo, como demostró el diario de una periodista de El País, que lo intentó a modo de experimento, pero sí es factible aplicarlo a ciertos niveles. Por ejemplo, es cada vez más habitual que tanto fruterías como supermercados ofrezcan bolsas de papel para pesar el género o que permitan que sean reutilizables. Y, aunque aún no sea lo habitual, en las demás secciones de frescos aceptarán que se traigan los envases de casa: algunas cadenas de hipermercados han llegado a lanzar acciones potenciando la idea.

Productos de proximidad

Además del cómo y el cuánto, también es importante fijarse en el dónde y el cuándo a la hora de hacer la compra. Así, apostar por productos de temporada aumenta la probabilidad de que la huella de carbono de lo comprado sea menor, puesto que todo aquello que no lo es suele haber hecho un largo viaje o consumir muchos recursos en invernaderos especiales para llegar al punto de venta. El Ministerio de Agricultura ha publicado diferentes calendarios de frutas y hortalizas de temporada que ayudan a saber qué está o no en su momento.

Para ser sostenible hay que fijarse en el dónde y el cuándo: los productos de cercanía y de temporada son mucho más responsables

El origen de los productos también importa, porque la cercanía entre el punto de producción y el de venta ayuda a reducir el impacto en el entorno. Por ello, es muy importante leer de forma crítica las etiquetas de los alimentos. Por ejemplo, como explica en una entrevista el investigador Gumersindo Feijoo, del Instituto CRETUS, si se compra en España un kiwi con la etiqueta de «ecológico», pero que viene de Nueva Zelanda, será mucho menos respetuoso con el medioambiente que uno que se ha cultivado en Galicia, por mucho que no tenga esa atribución en sus características.

El consumo de proximidad ayuda, al mismo tiempo, a reducir la factura de la compra. Solo hay que pensar cuánto cuesta la llamada «piña avión» que se deja madurar hasta el último momento en el árbol y se transporta en avión hasta Europa para entender cuánto puede encarecer la compra la importación.

Sellos de garantía

La sostenibilidad no implica únicamente reducir el impacto de la producción en el medioambiente, sino también garantizar que todo se haya creado de la forma más respetuosa posible para las personas. No en vano, el punto 8 de los ODS de Naciones Unidas reclama «promover el crecimiento económico inclusivo y sostenible, el empleo y el trabajo decente para todos».

Los sellos y distintivos de sostenibilidad ayudan a los consumidores a separar el grano de la paja en sus compras. El más popular es el sello de Comercio Justo Fairtrade, otorgado por la World Fair Trade Organization y que promete garantizar, tanto que los alimentos vienen de un cultivo sostenible, como que son justos con sus productores.

Pero más allá de esta certificación global, existen otras más que ofrecen ciertas seguridades. Por ejemplo, si se quiere consumir de cercanía, es interesante descubrir qué sellos utilizan los productores de la propia comunidad autónoma para buscarlos en el punto de venta. Algunas industrias también cuentan con garantías específicas: la industria láctea que protagonizó encarnizadas protestas hace un par de años por los bajos precios de la lechetiene ahora Productos Lácteos Sostenibles, que asegura que se ha pagado a los ganaderos un precio justo por la materia prima.

Decisiones alimentarias propias

Finalmente, para hacer la lista de la compra más sostenible y también más asequible hay que tomar decisiones en cuanto a la dieta. Reducir el consumo de carne no solo es más saludable, sino que además ayuda a reducir las emisiones de carbono de la industria de la alimentación. El 25 % de todas las emisiones anuales de gases de efecto invernadero viene de este sector: algo más de la mitad arranca en la creación de productos animales. Y no hay que pasarse a una dieta vegetariana o vegana para lograr mejorar el impacto, con bajar la carga semanal de productos cárnicos ya se avanza.