Categoría: Cambio climático

Salvar las abejas, una prioridad para el futuro

La tarde del 15 de abril de 2019 un voraz incendió arrasó gran parte de la catedral de Notre-Dame de París. Aunque la estructura principal no quedó dañada, las llamas devoraron una de las torres, la cubierta y la icónica aguja de la catedral construida a mediados del siglo XIX por Eugène Viollet-le-Duc. Tras el desastre, todo apuntaba a que las tres colmenas con casi 200.000 abejas que albergaba la sacristía (situada a un costado del templo) desde 2013 como colaboración con un proyecto para recuperar la apicultura urbana, estarían calcinadas. Sin embargo, una vez extinguido el fuego, unas imágenes satelitales confirmaron que las abejas habían sobrevivido al humo y al calor.

Esta suerte de milagro, que inicialmente se difundió como una anécdota, sirvió a la comunidad científica para recordar que millones de abejas en todo el mundo luchan a diario por sobrevivir a las altas temperaturas, aunque no provocadas por un incendio, sino por el cambio climático.  De hecho, son muchos los estudios que apuntan a que las abejas podrían llegar a desaparecer si no logramos frenar el aumento de las temperaturas y acabar con prácticas como la desforestación o la destrucción de hábitats naturales.

La situación de estos polinizadores que, tal y como advierte Naciones Unidas son fundamentales para la supervivencia de los ecosistemas y esenciales para la producción y reproducción de muchos cultivos y plantas silvestres, se ha agravado durante la pandemia, ya que el confinamiento ha afectado al sector apícola y, por consiguiente, también a los medios de vida de los apicultores. Por este motivo, la ONU ha aprovechado la nueva normalidad para recordar la importancia de las abejas que, señala, "pueden contribuir de forma significativa a resolver los problemas relacionados con el suministro de alimentos en el mundo y acabar con el hambre en los países en desarrollo".

La abejas son fundamentales para la biodiversidad y la seguridad alimentaria

A priori, puede parecer extraño la importancia que se le da a la supervivencia de estos pequeños insectos más allá del grave problema que supone la pérdida de biodiversidad. Sin embargo, en el caso de las abejas la situación es especialmente delicada porque, no solo están desapareciendo a velocidades vertiginosas, sino que son fundamentales para el equilibrio de los ecosistemas.

Esto se debe a que, de la polinización de insectos como las abejas o las mariposas depende la producción de más de una tercera parte de los alimentos a nivel mundial. Sin ir más lejos, se estima que el 84% de los 264 cultivos europeos están sujetos a este tipo de polinización. Y en España, según un estudio publicado por Greenpeace, el 70% de los principales cultivos para consumo humano producidos dependen también de este proceso. Hablamos de cultivos tan importantes para nuestra agricultura como los melocotones, las sandías, los pepinos o las manzanas.

A día de hoy, en todo el mundo existen entre 25.000 y 30.000 especies de abejas, pero el número va en descenso. Según un reciente estudio de la Universidad de Ottawa (Canadá), que utilizó datos recopilados durante un período de 115 años sobre 66 especies de abejorros en América del Norte y Europa, las abejas se encuentran en peligro de extinción masiva por el calentamiento global. Y eso no es todo: la misma investigación concluye que la probabilidad de que una población de abejas sobreviva ha disminuido un 30% en los últimos años. Concretamente, en el transcurso de una sola generación humana: “Descubrimos que las poblaciones estaban desapareciendo en áreas donde las temperaturas habían aumentado. De seguir con los ritmos actuales de pérdida de especies, podríamos encontrarnos con una desaparición total en tan solo unas pocas décadas”, explica uno de los autores del estudio en el documento.

En Europa la situación no es más prometedora. De las 2.500 especies autóctonas, el 9 % del total se encuentran en peligro de extinción y otro 5% se consideran “casi amenazadas”, según datos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

En Europa, el 9% de las abejas se encuentran en peligro de extinción

Estos datos explican el porqué en los últimos años se han desarrollado numerosos proyectos para conservar las abejas. En nuestro país, uno de los más destacables es el de la Asociación Apicultura y Biodiversidad que, junto con el Ayuntamiento de Leganés, en Madrid, han puesto en marcha una iniciativa pionera para recuperar y conservar las abejas en el medio urbano. La iniciativa contempla la recuperación de enjambres, la divulgación de información sobre la cultura apícola y la organización de actividades formativas a vecinos y escolares.

Con todo, si bien las abejas tienen un valor incalculable para los ecosistemas, su desaparición también provocaría una fuerte tormenta económica. Actualmente, se calcula que el impacto de la polinización de estas especias supone, a nivel mundial, 265.000 millones de euros al año, y 22.000 millones de euros en Europa. ¿Qué más argumentos se necesitan para frenar el calentamiento global y así, entre otras cosas, garantizar la supervivencia de las abejas?

¿Cómo puede la tecnología ayudar a la transición verde?

“Será como el momento ‘hombre en la luna’ para Europa”. Con estas palabras, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, presentaba el pasado diciembre el Green Deal europeo, un ambicioso plan para convertir al continente en el primero climáticamente neutro para el 2050. En ese preciso momento Europa ratificaba su intención de liderar la lucha contra el cambio climático a nivel mundial. Sin embargo, una vez izada la bandera verde en medio del ruido de la Cumbre del Clima de Madrid, comenzaron a surgir las dudas: ¿Cómo acelerar la transición ecológica? ¿Qué herramientas existen? ¿Cómo garantizar la transición sea socialmente justa?

En cuestión de semanas empezaron a surgir algunas respuestas, pero la irrupción del virus en nuestras vidas hizo saltar por los aires todos los planes definidos a corto plazo. La pandemia -y la crisis social y económica de ella derivada- ha reordenado las prioridades políticas y cabría esperar que los objetivos climáticos quedasen relegados a segundo plano.  No obstante, contra todo pronóstico, la Unión ha rechazado abandonar el camino de la transición verde y ha situado al Pacto Verde en el centro de la recuperación tras la crisis. Así, no caben dudas sobre la apuesta europea por descarbonizar la economía… ahora la cuestión es cómo hacerlo de manera eficiente.

La respuesta de las nuevas tecnologías

“Actualmente hay dos revoluciones que están transformando el mundo en que vivimos: la revolución digital, que se ha acelerado durante el confinamiento, y esa transición ecológica que busca reconciliar la economía con la salud del planeta”. Pablo Blázquez, editor de la revista Ethic, abría con estas palabras uno de los debates del Digital Summit 2020, un encuentro virtual organizado por la patronal tecnológica DigitalEs, en el que un grupo de expertos analizaron el papel de las nuevas tecnologías en la transición verde. Si bien hace ya años que estamos inmersos en una revolución digital -esa Cuarta Revolución Industrial de la que habla el sociólogo y economista Jeremy Rifkin-, durante el confinamiento, ciudadanos, empresas e industrias han tenido que adaptarse en tiempo récord al mundo online.

Valvanera Ulargui: "La digitalización debe poner en el centro de toda su política la sostenibilidad"

De hecho, según explicaba en una entrevista Nacho Pinedo, cofundador y CEO de ISDI, “en 60 días de confinamiento, el mundo aceleró el equivalente a seis años en digitalización”. Ahora, cómo utilizar esa transición digital -que se antoja imparable- para alcanzar los objetivos climáticos de descarbonización es uno de los grandes desafíos a los que se enfrentan los gobiernos. 

Para Valvanera Ulargui, directora general de la Oficina de España del Cambio Climático, la revolución tecnológica es uno de los pilares para construir una nueva economía más sostenible que, defiende, debe despojarse de la anterior y responder a los retos del siglo XXI. “El binomio transición digital y transición ecológica es fundamental para la salida y recuperación de la crisis”, sostiene y añade que, “la digitalización debe poner en el centro de toda su política la sostenibilidad; debemos integrar al sector como un sector que también reduzca emisiones”. Porque la tecnología puede formar parte de la solución, pero tampoco es neutra en carbono.

Una estrategia común

Se calcula que el consumo directo de energía del sector tecnológico es comparable con el sector de la aviación (cerca del 2% y 3% de las emisiones actuales). Sin ir más lejos, los centros de datos representan actualmente el 1% del consumo de la electricidad mundial. Por eso, ante el tsunami de datos que se avecina, Laura Díaz Anadon, profesora Climate Change Policy de la Universidad de Cambridge, sugiere activar mecanismos que eviten un incremento de las emisiones derivadas de este ámbito. Y esto, según Díaz Anadon, solo es posible si hay un análisis previo de lo que ha funcionado hasta ahora y lo que no: "para realizar la promesa de la digitalización hay que innovar en la gobernanza", señala.

Para Manuel Mateo, subdirector del departamento Unit, Cloud and Software de la Comisión Europea, ese espíritu innovador es el que ha perseguido la nueva Comisión en el todavía primer año de los cinco de legislatura. “Hemos lanzado el Green Deal y la Estrategia Digital, además de otros proyectos como el de la Estrategia para la Economía Circular”, recuerda. Además, la Unión ha activado recientemente el Fondo europeo para la Recuperación, que, dentro del presupuesto medioambiental, contempla inversiones en I+D+i en prácticamente todos los sectores, siempre que contribuyan a alcanzar los objetivos para la descarbonización. “España se está jugando su plaza en el mundo”, zanja Mateo.

Hacia una descarbonización justa y digital

En este sentido, representantes de diversos sectores como el químico o el energético resaltan la necesidad de invertir en tecnología y digitalización para garantizar que la transición ecológica sea sostenible, pero también justa. Según explica Carles Navarro, director general de Blasf España, la industria química invierte más de 2.500 millones de euros en I+D al año y contribuye al desarrollo de soluciones tecnológicas sostenibles como baterías de coches eléctricos más económicas y reciclables o tecnologías para producir hidrógeno de manera eficiente. Sin embargo, señala Navarro, la industria química es muy intensiva en energía y emisiones: “A día de hoy somos parte de los factores que favorecen el cambio climático, pero la industria está comprometida con la reducción de emisiones. Solo necesitamos un marco legislativo y una serie de inversiones que haga que haya suficiente energía limpia disponible”, sostiene.

Miguel Ángel Panduro: "No se puede digitalizar si no hay conectividad”

Por su parte, José D. Bogas, Consejero Delegado de Endesa, recuerda la importancia de hacer que caminen en paralelo el crecimiento económico y la sostenibilidad, “que debe ser una sostenibilidad socialmente justa, que no deje a nadie atrás". La coincidencia de ambas revoluciones supone además una oportunidad única: “la digitalización está contribuyendo a avanzar de una forma importante en el proceso de descarbonización y de electrificación e interacción, así como a dotar de inteligencia a la red de transporte y distribución”.

Conectividad para la digitalización

Además de inversiones, el proceso de digitalización requiere también de servicios e infraestructuras que le permitan promover una transformación total de la sociedad. Uno de ellos es la conectividad.  “No se puede digitalizar si no hay conectividad”, señala Miguel Ángel Panduro, CEO de Hispasat. Y es por eso que la conexión 5G promete ser el detonante de la revolución digital. Pero no es la única red: para Panduro este tipo de conexión debe complementarse con soluciones satelitales, que son capaces de dar una solución de conectividad de banda ancha que puede llegar a los 100 MB. Además, señala, tienen unas características –capacidad de distribución, inmediatez y resiliencia- que las convierten en un elemento clave para una salida verde y digital de la crisis. “El futuro pasa por la conectividad”, concluye.

Cómo salvar la Gran Barrera de Coral

Si uno sobrevuela la costa nordeste de Australia verá cómo el agua adopta diferentes (y maravillosos) colores que invitan a sumergirse en las profundidades de un mar que esconde uno de los ecosistemas marinos más ricos y diversos de todo el planeta: la Gran Barrera de Coral, una joya biológica que está pidiendo auxilio.

Declarada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en el año 1981, la Gran Barrera de Coral es el mayor arrecife del mundo, con una extensión de 2.600 kilómetros y con más de 400 tipos de corales, 1.500 especies de peces y animales, y 400 tipos de moluscos. Se trata de una maravilla natural que en los últimos años se ha deteriorado notablemente debido al blanqueo de hasta el 60% de sus corales, consecuencia directa del aumento de la temperatura de los océanos.

Una cuarta parte de la biodiversidad marina vive de los arrecifes de coral

Este fenómeno es especialmente preocupante porque los arrecifes de coral tienen un valor incalculable para el planeta: una cuarta parte de toda la biodiversidad marina -potencialmente hasta un millón de especies- viven de ellos. Además, forman “barreras” que sirven de escudos que protegen las costas de las olas, las tormentas y las inundaciones. “Las llamamos células tropicales del mar por su gran riqueza en biodiversidad. Son súper ecosistemas, un activo natural increíble que no estamos tratando con cuidado”, advierte Gabriel Grimsditch miembro de la división de ecosistemas marinos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

La última voz de alarma la dio la Autoridad del Parque Marino de la Gran Barrera de Coral (GBRMPA) a finales del pasado marzo, cuando lanzó un comunicado alertando de blanqueos de gran severidad en más de 344.000 kilómetros cuadrados. “Es importante recordar que los corales blanqueados no son corales muertos: en los arrecifes blanqueados de forma leve o moderada hay una alta probabilidad de que se recuperen y sobrevivan en su mayoría”, apuntaba la Autoridad del Parque Marino de Australia en un comunicado esperanzador pero que urgía a la acción: “A día de hoy, el cambio climático es el mayor desafío para la supervivencia del arrecife”, apuntaba el documento.

Soluciones para salvar la Gran Barrera de Coral

Para proteger esta belleza de la naturaleza es necesario un plan de choque. Por eso, el Gobierno Australiano y el de Queensland han puesto en marcha el plan Reef 2050, que contempla una inversión de alrededor de 200 millones de dólares anuales en acciones destinadas a aumentar la resiliencia de este ecosistema marino y asegurar su supervivencia. Esta iniciativa de las administraciones australianas permite aumentar el seguimiento y cuidado de la Gran Barrera de Coral a través de la contratación de personal de vigilancia y la puesta en marcha de un mayor número de programas de monitoreo y control del ecosistema del arrecife. No obstante, además de la activación de esta hoja de ruta, las autoridades nacionales han recordado que para salvar a esta inmensa formación coralina es necesaria la implicación de toda la sociedad. Y el mundo de la ciencia no se ha hecho de rogar: en los últimos años se han activado innovadoras soluciones destinadas a solventar el problema del blanqueamiento de los arrecifes de coral. A continuación mostramos algunas de ellas.

Robots de mar

Era cuestión de tiempo que los robots llegarán también a las profundidades marinas. Un ejemplo de ello es LarvalBot, un autómata ideado por un grupo de universitarios que recolecta larvas de coral de arrecifes vivos para trasladarlas y diseminarlas en arrecifes con problemas de supervivencia

Barreras de protección

 ¿Y si se pudiera proteger una zona concreta de un arrecife en proceso de blanqueamiento mediante el uso de una especie de film transparente? Ese es el objetivo de Sun Shield, un proyecto que está testando una finísima película biodegradable que protege a los corales de la luz solar y, por consiguiente, de aguas con elevadas temperaturas que aceleran su deterioro.

Refrigeradores de agua

Medio grado más o medio grado menos puede ser fundamental para garantizar la supervivencia de los arrecifes de coral. En este sentido, enfriar el agua del mar se presenta como una alternativa para proteger estos ecosistemas. Esta es la línea en la que están trabajando un grupo de científicos de la Southern Cross University, que a través del uso de grandes turbinas están tratando de lanzar al aire cristales de sal que, al mezclarse con nubes de baja altitud, alejen los rayos del sol del agua del océano, permitiendo así enfriar el agua.

Probióticos también para el coral

Si los probióticos pueden ayudar a mejorar la salud de los seres humanos, ¿por qué no la de los corales? Eso es lo que se preguntaron los artífices de Coral probiotics, una iniciativa que pretende mejorar la supervivencia de los corales durante el estrés por el calor mediante la dispensación de probióticos.

Criopreservación

La criopreservación es un proceso por el que se congelan las células a muy bajas temperaturas para mantenerlas en condiciones de vida suspendidas durante mucho tiempo. Esta técnica, que está estudiándose en la especie humana, también se está testando en los arrecifes de coral con el objetivo de preservarlos para el futuro.

Con todo, se trata de soluciones innovadores en fase de prueba y que requerirán años para refrendar su utilidad. Sin embargo, mientras tanto, no hay que olvidar del gran poder que tiene la sociedad en la lucha contra el cambio climático y que permitiría acelerar la protección de la Gran Barrera de Coral.

Recuperar el Mar Menor, una carrera de fondo

El año pasado, una DANA (o gota fría) provocó una catástrofe medioambiental en el Mar Menor, donde todavía hoy son visibles algunos de los estragos que las lluvias torrenciales y los fuertes vientos provocaron en el ecosistema marino. Ha pasado casi un año desde que la gran masa de agua dulce con sedimentos y restos orgánicos que fue arrastrada por las fuertes lluvias dejó a la vida marina de la laguna murciana sin oxígeno y empeoró con gravedad los niveles de clorofila de la zona acuática. La flora, y especialmente la fauna, sufrieron un terrible y gravísimo impacto: basta recordar las imágenes de los miles de peces muertos que aparecieron en la costa. Tras este suceso, el Instituto Oceanográfico Español comenzó a investigar el verdadero impacto que tuvo la DANA en la biodiversidad de la zona y, recientemente, ha publicado un informe en el que sostiene que se tardará una década en recuperar la fauna y flora muerta del Mar Menor.

A pesar de los desalentadores datos, el informe también explora posibles vías para revertir la situación. Con un equipo formado por 28 investigadores, el texto se centra fundamentalmente en el cambio de estado hallado en la zona marina. En concreto, la evaluación señala que la recuperación de la laguna pasa por frenar la entrada de sedimentos y nutrientes a la zona marina, ya que fueron estos los causantes de los primeros síntomas de declive hacia un estado de eutrofización —es decir, una fuerte acumulación de residuos orgánicos— que provocó un desequilibrio acuático.

Estas alteraciones, cuyo origen se remontan a la década de los años noventa y el inicio de la explotación agrícola intensivacausan serios problemas en el equilibrio del ecosistema marino. A esto se le suma también los efectos de fenómenos meteorológicos comunes que, como las lluvias torrenciales, trasladan sedimentos procedentes de la erosión de suelos agrícolas hacia la laguna. A pesar de todo, corregir inercia en la que la se encuentra metido desde hace años el Mar Menor es complejo: el informe alerta de que, aunque la actividad humana fuese inexistente, pasarían años hasta que la situación pudiese revertirse, ya que la cantidad de nutrientes introducidos en la laguna se ha convertido en una carga demasiado pesada.

El Mar Menor tardará una década en recuperar la fauna y la flora muerta, según el Instituto Oceanográfico Español

Sin embargo, las soluciones que proponen los expertos son muchas y variadas, aunque complejas. Algunos investigadores han propuesto medidas de carácter paliativo, como el aporte de agua de origen mediterránea, pero estas no son totalmente óptimas, ya que el estudio ha concluido que pueden tener efectos colaterales. Aquellas medidas planteadas en relación a la oxigenación de las aguas han sido también descartadas: ninguna se revela como una decisión positiva en una escala como la de la laguna. ¿Qué es, pues, lo que propone el informe técnico? La propuesta del Instituto Oceanográfico Español es, según se expone en el texto, establecer una restauración pasiva. Es decir, eliminar el propio elemento de presión o perjuicio de la zona, lo que permitiría, en principio, una recuperación natural sujeta, eso sí, a una constante evaluación técnica.

Estas medidas, que suelen tomarse con vistas a reducir el tiempo de recuperación, incluyen la biorremediación con bivalvos (que se trata de establecer un criadero de moluscos bivalvos autóctonos en la zona) y la restauración de plantas marinas. Por último, varias soluciones incluyen medidas de base natural, como es la recuperación de cauces, la reducción de la erosión, el incremento de la cobertura vegetal y la recuperación de humedales periféricos.

Todas estas actuaciones están orientadas a conservar la biodiversidad marina y su entorno, así como garantizar el buen estado ecológico del Mar Menor. Los indicadores, sin embargo, no podrán ser otros que los propios —e innumerables— aspectos de la laguna murciana: el estado de los hábitats, de las comunidades y especies marinas y, además, de aquellas pertenecientes a la franja adyacente del Mediterráneo y otros espacios asociados a la zona. Con todo, recuperar la biodiversidad del Mar Menor se presenta como una carrera de fondo en la que todos debemos participar.

15 ‘influencers’ contra el cambio climático

La emergencia climática es uno de los grandes retos de nuestra generación. Según los expertos, ya hemos dejado atrás la década en la que podríamos haber revertido las consecuencias del cambio climático en su totalidad, pero desde Naciones Unidas aún se muestran optimistas: quedan diez años para cumplir con la Agenda 2030 y garantizar así, el desarrollo sostenible del planeta.

Fruto de la amplia concienciación de la sociedad civil, que se hace cada vez más patente, han surgido numerosos referentes que se han convertido en líderes y fuente de inspiración para el resto de la población y, especialmente, los más jóvenes. Personalidades de todas las edades, expertos en diferentes áreas y pequeños emprendedores se han convertido en verdaderos influencers contra el cambio climático. Estos son algunos de ellos. 

Bill Gates

La mejor manera de ayudar a los países más vulnerables a atajar el cambio climático es, según el fundador de Microsoft, asegurándonos de que tienen la capacidad de garantizar la salud de su población. A través de la Fundación Bill y Melinda Gates, el filántropo estadounidense apuesta por la innovación para mejorar las condiciones de vida en los países más vulnerables y que, a fin de cuentas, son los que más sufren las consecuencias del calentamiento global.

Ellen MacArthur

La exregatista británica es una de las máximas defensoras de realizar un cambio del modelo económico actual hacia uno más circular. En 2009 MacArthur creó una fundación sobre economía circular que lleva su nombre y que, desde entonces, trabaja para que esa transición se lleve a cabo antes de que sea demasiado tarde para el planeta.

Alexandria Ocasio-Cortez

La joven política neoyorkina llegó al Congreso en 2018 para situar el cambio climático y el fin de las desigualdades en la agenda política estadounidense. Su Green New Deal, un acuerdo que busca garantizar una transición ecológica justa, supuso el pistoletazo de salida a los planes verdes que se han desarrollado en los últimos años en el país. Pero la congresista demócrata no solo moviliza a su electorado por el cambio climático; la defensa de los derechos sociales y civiles, los derechos LGTBi+ o el feminismo también forman parte de su discurso.

Billie Eilish

“Podríamos pararlo, pero no vamos a hacerlo porque todo el mundo es muy vago”. Así de rotunda se muestra la cantante estadounidense cuando habla (o canta) sobre el cambio climático. Y es que Eilish ha decidido utilizar su música como un altavoz para denunciar la inactividad política en la protección del medioambiente y hacer un llamamiento a la lucha contra la crisis climática. Además, la cantante predica con el ejemplo: no utiliza plástico en sus conciertos, trata el tema en sus canciones y en los últimos meses ha llevado a cabo alianzas con organizaciones sin ánimo de lucro para sensibilizar y concienciar sobre la importancia de frenar el calentamiento global.

Jon Kortajarena

Su mensaje es claro y conciso: “El planeta no soporta más demoras en lo que es un derecho y una obligación. Esto se nos va de las manos”. Con estas palabras el modelo español agradecía el año pasado haber sido reconocido por The Climate Reality Project, la fundación de Al Gore, por su activismo contra el cambio climático. Desde hace tiempo, Kortajarena utiliza sus redes sociales para acercar la problemática del calentamiento global a sus seguidores porque, como dice, necesita una solución urgente, ya que “no tenemos tiempo”.

Leonardo DiCaprio

Cuando recibió el Oscar al mejor actor en 2016 por su papel en El renacido nadie se esperaba que su discurso diese la vuelta al mundo y siguiese vigente cuatro años después: “El cambio climático es real, está ocurriendo ahora mismo, es la amenaza más urgente a la que se ha de enfrentar nuestra especie”. DiCaprio se convirtió así en una de las personalidades de Hollywood más visibles que luchan contra la emergencia climática, y así lo demuestran sus documentales Before the Flood (Antes que sea tarde, 2016) o Hielo en llamas (2019), en los que retrata consecuencias del cambio climático como la pérdida de biodiversidad.

Greta Thunberg

Con frases como “El planeta está en llamas” o “¿Cómo os atrevéis?”, Greta Thunberg es la cara más conocida del movimiento Friday’s For Future y una de las mayores influencers de la generación Z –ya denominada generación Greta en su honor– que luchan contra el cambio climático. En 2018, Thunberg dejó de ser una adolescente sueca normal para convertirse en una de las mayores defensoras de la Tierra que existe en la actualidad.

Juan Verde

El español Juan Verde es uno de los más reconocidos especialista en economía sostenible y un acérrimo defensor del desarrollo sostenible. Asesor de Barack Obama durante su periodo en la Casa Blanca, Verde es uno de los fundadores del proyecto impulsado por el ex vicepresidente estadounidense Al Gore, The Climate Reality Project,  que cuenta ya con delegaciones en España y Argentina.

Jaden Smith

A finales del año pasado, el rapero, actor y emprendedor, hijo de los también actores Will Smith y Jada Pinkett Smith, se unió a millones de jóvenes a lo largo y ancho del mundo en las masivas movilizaciones por el clima llevadas a cabo durante la COP25 celebrada en Madrid. Pero antes de eso, el joven estadounidense ya había protagonizado charlas con Greta Thunberg y Al Gore sobre los peligros del calentamiento global. Además, Jaden Smith y su padre han fundado una empresa de agua embotellada ecofriendly y han lanzado una colección de ropa sostenible con la marca G-Star RAW.

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Marina Testino

El ARTivismo se basa en despertar la conciencia de las personas a través de un arte que invite al activismo. Y eso es exactamente lo que hace esta modelo y diseñadora que solo trabaja con marcas ecológicas y sostenibles.  A través de sus redes sociales, Testino aboga por un nuevo tipo de consumo mucho más responsable.

https://www.instagram.com/p/CDRlQeyDEWc/

Lauren Singer

Trash Is For Tossers (o, en una traducción bastante libre, “la basura es para pringados”) es la iniciativa editorial de una de las mayores exponentes del movimiento zero waste, la emprendedora, activista y CEO de Package Free, Lauren Singer. Acabar con los residuos es uno de los objetivos de Singer, que se ha convertido en la muestra de que es posible reducir casi al completo nuestra huella ecológica: no solo ha conseguido eliminar el plástico de su vida por completo, sino que los deshechos que ha generado en los últimos ocho años caben en un tarro de cristal.

https://www.instagram.com/p/B_XaMY_Fp-A/

José Luis Crespo

Bajo el alias @QuantumFracture, este físico se ha convertido en uno de los científicos españoles más mediáticos a través de una popular cuenta de youtube que acumula miles y miles de seguidores. En sus redes sociales Crespo explica, de manera amena y entretenida, diferentes conceptos científicos y, además, desmonta los argumentos de los negacionistas del cambio climático.

Dafna Nudelman

Esta influencer argentina es más conocida como La loca del táper y es uno de los mayores referentes del movimiento zero waste de habla hispana. Nudelman promueve en sus redes y en su blog el consumo responsable. Este año tiene previsto lanzar su primer libro La basura no existe (2020), una guía sobre cómo reducir al mínimo los residuos que generamos.

https://www.instagram.com/p/B1Pv0cCDwwm/

Paola Calasanz

Más conocida como Dulcinea, esta escritora y directora de arte decidió dejarlo todo y mudarse a un bosque. Así nació su proyecto Reserva Wild Forest, una organización sin ánimo de lucro y santuario animal en la provincia de Barcelona donde se recuperan y rehabilitan animales salvajes que, por su situación específica, no pueden ser devueltos a la naturaleza.

https://www.instagram.com/p/CC8W8DNjRUW/

Rocío Vidal

Más conocida como La gata de Schrödinger, esta periodista científica utiliza las redes sociales y su canal de YouTube para comunicar y divulgar conocimiento científico desde el escepticismo y el humor. Además, aprovecha su altavoz digital para informar a los ciudadanos sobre cómo revertir las consecuencias del cambio climático.

https://twitter.com/SchrodingerGata/status/1204487724872404993

Cinco documentales medioambientales para este verano

Fotograma de 'La tierra de noche'

El séptimo arte sirve para entretener, pero también para mostrar y recordarnos verdades que a veces pasan desapercibidas. En los últimos años han proliferado las películas, series y documentales que intentan, a través de los recursos cinematográficos más artísticos, lanzar un mensaje sobre uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos como humanidad: el cambio climático. A día de hoy, y a través de plataformas como Netflix o HBO, son muchos los filmes que, sin caer en la ciencia ficción, nos ayudan a reflexionar sobre la emergencia climática, sus consecuencias y sobre lo que podemos hacer para combatirla. A continuación, presentamos cinco documentales medioambientales para disfrutar de un verano tan entretenido como responsable.

1 - Our Planet (2019)

Mostrándonos la belleza de nuestro —y único— planeta, esta serie, producida por el equipo que está detrás de la serie documental de la BBC Planeta Tierra, nos impulsa a reflexionar sobre la fragilidad de nuestro entorno. Y no solo lo hace a través de unas impresionantes imágenes captadas con sistemas de producción de última generación, sino que su hilo argumental la convierte en una obra muy completa. A través de profundas y enmarañadas selvas, hondos océanos, recios bosques y suaves praderas, cada capítulo nos invita a conocer la asombrosa diversidad de vida que hay en la tierra y a recordar que los hábitats de nuestro planeta están conectados entre sí. De esta manera, el documental se presenta como un aviso del impacto que tienen nuestras acciones sobre los lugares antes descritos. Ante todo, Our Planet plantea un solo manifiesto: la defensa de nuestro hogar común.

2- La tierra de noche (2020)

Emitida a inicios de año, esta serie documental de Netflix de 6 capítulos utiliza tecnología de grabación más innovadora para mostrarnos la vida nocturna de animales de todo el mundo, desde leones en plena caza hasta murciélagos volando. Añadiendo luz donde no suele haber a través de cámaras de vídeo ultrasensible y sensores, esta obra nos revela las maravillas del planeta y descubre el lado menos explorado del entorno natural.

3 - Before The Flood (2016)

Con el actor Leonardo DiCaprio, también activista medioambiental y Mensajero de la Paz de Naciones Unidas contra el cambio climático, como conductor del filme, este nos muestra los efectos que el cambio climático ya tiene en nuestro entorno y la forma en que la sociedad puede luchar contra ellos. Las emisiones de gases de efecto invernadero, la contaminación industrial o la ineficacia energética son algunos de los problemas que aborda el documental, en el que se nos da la posibilidad de observar, pero también de escuchar: toda la historia se vertebra a través de entrevistas a influyentes personalidades del entorno ecologista y político como Barack Obama o Ban Ki-Moon. Con todo, Before The Flood no se presenta como una lección, sino como una advertencia.

4 - More Than Honey (2012)

En las últimas décadas han desaparecido millones de abejas en todo el mundo. Sin duda, son datos preocupantes, no solo porque nos recuerdan el peligro que corre la biodiversidad, sino porque estos pequeños insectos rayados suponen la primera de una larga fila de piezas de dominó: sin abejas, no hay plantas (ya que de éstas, un 80% requieren ser polinizadas), ni ciertas frutas o vegetales. El filme aborda este fenómeno, conocido como “trastorno del colapso de la colonia”, que hace referencia a la desaparición abrupta de una cantidad considerable de abejas obreras de una colonia, y analiza el trabajo de apicultores y agricultores en el funcionamiento de las colmenas. Desde esta particular mirada, More Than Honey refleja la existente relación simbiótica entre el ser humano y la naturaleza, puesto que, queramos o no, todos compartimos las mismas cadenas.

5- Terra (2015)

Terra es un viaje al mundo animal, un canto a la vida. Tras constatar cómo a lo largo de los últimos años se han ido perdiendo miles de especies, su director, el fotógrafo Yann Arthus-Bertrand, nos plantea una pregunta que todavía planea sobre nuestras cabezas: ¿qué podemos hacer para preservar el maravilloso mundo natural que nos rodea? A lo largo de 90 minutos de impactantes imágenes y poderosas frases, uno empieza a tomar conciencia de la necesidad de crear una nueva relación consciente entre todos los seres vivos y proteger así, la Tierra.

Día Internacional por la Conservación de los Manglares: proteger a los guardianes de la costa

En el año 2018 la UNESCO declaró el 26 de julio el Día Internacional de Conservación del Ecosistema de Manglares para reconocer la necesidad de proteger este tipo de hábitat natural fundamental para el equilibrio ecológico en costas, arrecifes y zonas de pesca. El organismo quería, sobre todo, señalar que la acción humana en zonas costera es la principal responsable del progresivo y rápido deterioro de estos ecosistemas. Pero ¿qué es exactamente un manglar y qué implicaría su desaparición?

Los manglares reciben su nombre del árbol mangle, una especie que tiene la peculiaridad de sobrevivir con sus raíces sumergidas en agua salada y que se da en zonas costeras, tropicales y fangosas. Normalmente, se encuentran en la desembocadura de alguna masa de agua dulce en otra de agua salada, como deltas de ríos, estuarios y similares. El bioma que crean los sistemas de manglares, por definición siempre en clima tropical, es de una rica biodiversidad, única y muy beneficiosa para el conjunto del ecosistema y las comunidades que habitan esos lugares.

El ecosistema manglar se extiende por las costas de América Central y el Caribe, el sudeste asiático y las zonas tropicales de América del Sur, África y Oceanía, siendo uno de los más conocidos el de la Gran Barrera de Coral en Australia. Hace dos años Audrey Azoulay, directora general de la UNESCO, recordaba precisamente los beneficios que presentan los manglares contra la erosión y la contaminación, además de la protección de todo tipo de especies que viven en los manglares. Sin embargo, como bien recordaba Azoulay, desde 1980 se ha perdido casi la mitad de la superficie de su cobertura mundial debido a la reordenación de zonas costeas. En total se calcula que cerca del 20% de los manglares está en peligro de desaparecer.

Cerca del 20% de los manglares está en peligro de desaparecer

Y es que el manglar es parte integral del equilibrio de las costas tropicales donde su ubica y su desaparición completa tendría muy graves consecuencias. Por ejemplo, el “suelo” que proporciona el ecosistema de manglares protege el litoral contra la erosión de las mareas y en zonas de grandes tormentas protege también contra estas o contra la erosión propia del viento. De hecho, son catalizadores contra la contaminación, ya que ayudan a mantener la limpieza de las aguas costeras porque sirven como filtro natural. Además, también protegen los arrecifes y sirven de barrera natural contra los tsunamis.

En los últimos años, en los que luchar contra el cambio climático se ha vuelto más imprescindible que nunca, las características del manglar, con sus mecanismos naturales de almacenamiento del carbono atmosférico, los convierten en lo que la UNESCO denomina “sumideros de carbono azul”, puesto que ayudan a paliar los efectos del cambio climático en las zonas costeras.

Los manglares tienen también una importancia crucial en el mantenimiento de la biodiversidad. Por su propia localización, transición entre otros grandes ecosistemas, son lugar de tránsito, anidamiento y cría de miles de especies de aves, reptiles, peces, crustáceos o moluscos. En este sentido, son parada obligada de numerosas especies migratorias. Los estudios apuntan a que en esas zonas geográficas más del 70% de las especies capturadas en el mar para consumo humano realizan parte de su ciclo de vida en los manglares.

A nivel económico también es vital conservar los ecosistemas manglares. En los años 90 del siglo pasado, cuando el nivel de destrucción de estos ecosistemas era mucho menor se calculó que por cada especie de manglar destruida se pierden anualmente 767 kg de especies marítimas de importancia comercial.

Desde hace siglos, los manglares han sido fuente de pesca y materias primas como la leña o el carbón para las comunidades humanas. La madera del mangle, por ejemplo, es muy resistente a los ataques de insectos y no se pudre fácilmente. No obstante, su uso abusivo y reciente para actividades agrícolas es lo que ha hecho peligrar su supervivencia.

Si algo sabemos ya es que el conjunto de biodiversidad y el equilibrio de planeta se desajusta por el más mínimo cambio. Los manglares, como ecosistema que ayuda al equilibrio y la sostenibilidad de sus vecinos, es una pieza fundamental en dicho equilibrio y la conciencia sobre la necesidad de su protección, una necesidad.

Día Mundial del Medio Ambiente: los hitos verdes que han marcado nuestra historia reciente

Ilustraciones: Valeria Cafagna

Hoy 5 de junio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, la fecha más importante en el calendario verde de Naciones Unidas desde 1974. Este año, las celebraciones miran hacia el rol crucial de la biodiversidad, por lo que la ONU ha aprovechado la situación en la que nos encontramos para invitar a reflexionar sobre cómo el coronavirus es “un recordatorio de que la salud humana está vinculada a la salud del planeta”. Este año es momento de repensar cómo hemos convivido con el planeta hasta ahora. Por eso, aunque todavía queda mucho camino por recorrer, echamos la vista atrás y recordamos los hitos medioambientales de la última década que han marcado la hoja de ruta hacia un modelo de vida más sostenible.

2012: en busca del “futuro que queremos

“Confiamos en que durante las 72 próximas horas antepongan nuestro interés a cualquier otro. El tiempo corre: tic, tac, tic, tac…”. Subida al estrado frente a más de 100 líderes mundiales, la estudiante neozelandesa Brittany Fold (17 años) reflejó así el descontento de la sociedad ante la falta de políticas verdes. Era la ceremonia inaugural de la Conferencia de Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible Rio+20 y el discurso que resonaba era el mismo que en 1997 pronunció otra estudiante, Seern Cullis, en la misma cumbre.

Tras varios días de negociaciones nació “El futuro que queremos”, un manifiesto que apuntaba hacia la erradicación de la pobreza como “el mayor reto que afronta el mundo y una condición indispensable del desarrollo sostenible”. En él, los líderes prometían adoptar medidas urgentes para lograr un desarrollo sostenible y “promover un crecimiento sostenido, inclusivo y equitativo, creando mayores oportunidades para todos”. Como colofón, se dedicó un subtítulo específico a las ciudades sostenibles y la importancia de la planificación transversal.

Sin embargo, hubo cierto sentimiento de decepción generalizado. Organizaciones sociales y gobernantes de algunos países, como el entonces primer ministro francés François Hollande, sintieron que pocas cosas había cambiado en 20 años. El entonces secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, lo dijo bien alto: “Los esfuerzos no han estado a la altura del desafío”.

2015: nace el Acuerdo de París, primer compromiso internacional para reducir emisiones

Tres años después de Rio+20 nació el Acuerdo de París, el primer tratado universal de la lucha contra el cambio climático. Se gestó en un tiempo récord, tan solo 11 meses después de que fuera planteado. Era la primera vez que casi todos los países del mundo fijaban un marco legal para llegar juntos a la meta: no superar los 2 ºC de aumento en la temperatura de la Tierra.

Ese mismo año nacieron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) como una llamada universal para poner fin a la pobreza y proteger el planeta de manera decisiva antes de 2030. Los 17 ODS reconocen que las intervenciones deben mantener un buen equilibrio entre la sostenibilidad ambiental, económica y social, por lo que tocan temas que van desde la igualdad de género hasta la industria, pasando por la educación, la energía sostenible y la economía circular.

2018: Los jóvenes salen a la calle bajo el lema #FridaysForFuture

La joven activista sueca Greta Thunberg hizo historia aquel frío viernes en el que faltó a clase para sentarse frente al Parlamento sueco y exigir una mayor acción política en la lucha contra el cambio climático. La imagen de la adolescente ataviada con su abrigo, impasible, corrió como la pólvora por Internet hasta conseguir que, en pocas semanas, más de 100.000 jóvenes de todo el mundo se manifestaran de la misma forma para denunciar la situación límite a la que se enfrenta el planeta debido a la contaminación del planeta.

Nació así #FridaysForFuture, un movimiento estudiantil que consiguió llevar la preocupación medioambiental de los jóvenes a Naciones Unidas y al Foro Económico de Davos. En este sentido, el despertar de la conciencia medioambiental ha supuesto un hito en cuanto a la movilización ciudadana por la lucha contra el cambio climático.

2019: nace el Green Deal

Según un informe de la ONU, 2019 fue uno de los años más negros en materia medioambiental, pero pasará también a la historia gracias a la aprobación del Green Deal europeo, el plan más ambicioso en materia medioambiental o “el momento ‘hombre en la luna’ de la UE”, como lo definió la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen.

El pacto verde, presentado en la COP25 que se celebró en Madrid el año pasado, promete ser una bocanada de aire fresco para el planeta y propone alcanzar la neutralidad de carbono en 2050, además de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la mitad en diez años. Las medidas pasan por garantizar el acceso a energía limpia y asequible, impulsar la economía circular y los edificios eficientes así como reducir la polución a cero, proteger la biodiversidad e impulsar una movilidad sostenible y un modelo agroalimentario más justo.

A pesar de lo ambicioso de su paquete de medidas, la iniciativa pone en marcha un camino definitivo hacia la salud del planeta a través de un sistema económico más sostenible. Eso sí, siempre que este vaya de la mano de la justicia social: “O la transición es justa para todos o no funcionará”, sostuvo Von der Leyen durante la presentación del pacto.

Otro de los momentos más relevantes de 2019 fue el envío del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2021-2030 (PNIEC) por parte de España a la Comisión Europea. En él se definen los objetivos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, de penetración de energías renovables y de eficiencia energética. El resto de miembros europeos también presentaron ante el ejecutivo europeo su propio plan en materia de energía y clima.

2020: España aprueba el anteproyecto de Ley del Cambio Climático

A pesar de que este año ha quedado completamente congelado por la pandemia del coronavirus, el escenario dibujado por la COVID-19 no frena el avance de la transición energética: aun con menor demanda de electricidad a nivel nacional, las renovables han incrementado en un 10,2% su generación durante los primeros cinco meses de 2020 con respecto al mismo periodo del 2019, tal y como reflejan los datos de Red Eléctrica de España. En lo que llevamos de año también hemos sido testigos de un avance importante para el futuro de nuestro país: la aprobación del Proyecto de Ley de Cambio Climático, un texto legal que sitúa a España en el camino hacia la neutralidad en emisiones de carbono en 2050. El texto hace además hincapié en la educación ambiental, una asignatura pendiente en nuestro país desde hace décadas.

Con el confinamiento y el parón de la actividad económica hemos visto nuestra forma de vida desde otro ángulo. Las medidas de distanciamiento social han demostrado que las ciudades no son tan sostenibles como cabría pensar: hacen falta más espacios para bicicletas, aceras anchas, más zonas verdes para limpiar el aire y menos coches.

Si bien es cierto que el parón ha mejorado la calidad del aire y del agua tras décadas de daño desmedido, esto no es más que un espejismo. Mucho antes del coronavirus, los científicos ya alertaron de que la pérdida de biodiversidad favorecería la expansión mundial de enfermedades infecciosas y cabe recordar que ahora estamos en camino de perder una de cada ocho especies en las próximas décadas, según el IPBES.  

Tras una larga racha de hitos históricos en el medio ambiente, este es el momento perfecto para dar el paso definitivo hacia políticas más sostenibles que sitúen al Green Deal en el eje de la recuperación económica. En el horizonte quedan pendientes la legislación contra los plásticos de un solo uso, la mejora de la eficiencia energética de las viviendas y otras tantas normativas que servirán para seguir cuidando a nuestro planeta.

La educación ambiental, un pilar de la Ley de Cambio Climático

La Ley de Cambio Climático y Transición Energética (PLCCTE) está un paso más cerca de convertirse en realidad. El pasado 19 de mayo, el Consejo de Ministros envió a las Cortes el primer proyecto legislativo para que España alcance la neutralidad de emisiones antes de 2050 y logre así cumplir con los objetivos del Acuerdo de París. Este texto permitirá, entre otras metas, que nuestro país fije por ley sus objetivos nacionales de reducción de emisiones de gases efecto invernadero en 2030 con un descenso del 20% respecto a los niveles de 1990.

Además de implicar a todos los sectores económicos en el reto de una reindustrialización más sostenible y una reducción drástica de sus emisiones, esta nueva Ley de Cambio Climático destaca por situar la educación ambiental en el centro del debate. De hecho, el octavo de sus nueve títulos está dedicado a la inclusión de la crisis climática en el sistema educativo español, ya que se trata de un aspecto que el Gobierno considera “de especial importancia” para implicar a la sociedad española en todas las respuestas frente al cambio climático y la promoción de la transición energética.

La normativa contempla que el sistema educativo español refuerce el conocimiento sobre el cambio climático

A través de cuatro puntos, la normativa contempla que el sistema educativo español refuerce el conocimiento sobre el cambio climático en las aulas –tanto en colegios como institutos y universidades– con miras a que los alumnos adquieran la suficiente responsabilidad personal y social para comprender la realidad que supone el cambio climático y puedan desarrollar en el futuro “una actividad técnica y profesional baja en carbono y resiliente frente al cambio del clima”.

En esta línea, además, se revisará el tratamiento del cambio climático en el currículo básico de las enseñanzas, siendo posible incluir cualquier elemento “para hacer realidad una educación para el desarrollo sostenible”. En las universidades ocurrirá lo mismo en aquellos planes de estudios en los que, según se especifica, “resulte coherente conforme a las competencias de los mismos”. Además, será fundamental que el profesorado tenga la formación suficiente y adecuada para llevar a cabo esta educación ambiental de manera satisfactoria, por lo que el Gobierno podrá impulsar las acciones necesarias para mejorar la formación de los docentes en este aspecto.

El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico también pone el foco en la formación profesional y fija en el anteproyecto que mantendrá actualizado el Catálogo Nacional de Cualificaciones Profesionales y el catálogo de ofertas formativas de FP “que capaciten en perfiles profesionales propios de la sostenibilidad medioambiental”.

La educación ambiental en Europa

Desde esta semana, el anteproyecto de Ley de Cambio Climático vuelve a recuperar -y a revitalizar con renovado impulso- un término que lleva largo recorrido en la historia educativa española. Ya en 1990, la Ley Orgánica para la Gestión del Sistema Educativo (LOGSE) planteó algunos contenidos ambientales que se fueron aplicando poco a poco en asignaturas como Conocimiento del Medio Natural y Geografía y Ciencias de Naturaleza. No obstante, no fue hasta la publicación del Libro Blanco de la Educación Ambiental en España en 1999 cuando quedaron implícitos sus objetivos y principios básicos.

En el resto de países europeos, la evolución de la educación ambiental ha sido muy dispar: depende del territorio y las medidas políticas. En el norte, Suecia y Finlandia lideran el camino: llevan introduciendo la ecología en los colegios públicos desde los noventa, alternando enseñanzas prácticas y teóricas. La formación ambiental en Dinamarca también se distribuye en un abanico multidisciplinar y variado, ya que la enseñanza escolar depende de las autoridades locales, mientras que el Ministerio de Educación controla las escuelas superiores y las universidades. En cuanto a Alemania, que estableció en 1980 sus objetivos de formación ambiental, cada uno de los 16 estados federados decide qué priorizar en los planes de educación. Este año, todas las escuelas del país deberían estar ofreciendo una asignatura por año que cubra el cambio climático desde diferentes perspectivas.

En el sur, las políticas de educación ambiental se aplican también de distinta forma. Francia tiene definida la estrategia de integración de la educación ambiental en la Circular de 1977 y apuesta por no tratarla como una rama independiente ni un tema de estudio en sí misma, sino que aboga por ampliar progresivamente el aprendizaje medioambiental en los distintos niveles educativos, desde la guardería hasta la Educación Secundaria Obligatoria. Por su parte, el Reino Unido ha desarrollado una política de educación verde más basada en la experimentación de los alumnos educando sobre el entorno y por el entorno.

También en Italia, el ministro de Educación, Lorenzo Fioramonti, llevó a finales del año pasado el cambio climático a las aulas tras anunciar que en el próximo curso las escuelas dedicarían 33 horas al año -en torno a una hora a la semana- a abordar la cuestión del cambio climático. El objetivo final del Ministerio es que la perspectiva verde se incluya en materias tradicionales como la Geografía, las Matemáticas o la Física para analizar los efectos de la acción humana en las diferentes zonas del planeta. Por su parte, Portugal sigue un camino muy similar al español: la educación ambiental quedó realmente integrada en la enseñanza a partir de 1986 y definida transversalmente en la reforma de 1987, que incluye definitivamente el concepto de educación ambiental. Sin embargo, todavía se plantean reformas para reforzar este aprendizaje.

#Coronavirus: la Tierra celebra su día en su momento más complicado

día de la tierra

El Día de la Tierra cumple 50 años en medio de una crisis sanitaria mundial que nos hace recordar la necesidad, ahora más que nunca, de cuidar el planeta. En estas últimas semanas hemos asistido atónitos a imágenes impensables en pleno siglo XXI, en el planeta globalizado e hiperconectado en el que vivimos y por el que 1.400 millones de personas viajaron por el mundo en 2019 para hacer turismo. Era inimaginable hasta hace unos días ver los canales de Venecia totalmente vacíos y con peces nadando sin tener que esquivar a las decenas de góndolas que los recorren, como también se nos hace raro ver la mítica Times Square, en Nueva York, sin turistas sacándose fotos y sentados en las gradas. Mientras, en España, es difícil recordar una fecha en la que la icónica Gran Vía madrileña haya estado tan vacía como durante este último mes.

La alteración que el ser humano provoca en los sistemas naturales aumenta el riesgo de pandemias

En estos días en los que el ser humano anda confinado en sus hogares para salvar sus propias vidas, parece que la Tierra empieza a respirar un poco. Los niveles de contaminación han bajado en todo el planeta (solo hay que ver los informes diarios de la calidad del aire en Madrid), los cielos se empiezan a vaciar de gases contaminantes para dejar paso a un azul brillante que apenas recordábamos, mientras que la fauna se adueña de territorios que en un pasado fueron suyos y el ser humano les arrebató (jabalíes en Barcelona, osos en localidades asturianas o delfines en Cagliari). La naturaleza se abre paso, y el equilibro entre esta y los humanos es cada vez es más frágil. Tanto que, según un informe presentado a principios de abril por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés), la alteración que el ser humano provoca en el equilibrio de los sistemas naturales aumenta el riesgo de aparición de pandemias y nuevas enfermedades. Parece que esta situación está creando una conciencia social que nos ha permitido comprender una realidad innegable que ha sido puesta en duda en multitud de ocasiones: nuestra salud y la del planeta van de la mano. Proteger la naturaleza es rentable.

Unos inicios duros y un cumpleaños diferente

El Día de la Tierra tiene sus orígenes en la década de los sesenta en Estados Unidos, en un clima de protesta con una sociedad activista que rechazaba la pasividad de su Gobierno en muchos asuntos. En unos años marcados por las protestas ciudadanas por la guerra de Vietnam, fue el senador demócrata por Wisconsin, Gaylord Nelson, el que puso encima de la mesa la cuestión medioambiental. Le sorprendía que, a pesar del clima de desencanto que estaba instalado en el país, la ecología no fuera un tema presente en la agenda política.

Durante esa década, Nelson no tuvo mucho éxito en sus reivindicaciones populares hasta que en 1970, el 22 de abril, decidió seguir el modelo de las manifestaciones contra el conflicto en Vietnam y la respuesta fue abrumadora: más de 20 millones de personas salieron a la calle para exigir la protección inmediata del medio ambiente. Ante tal presión, el gobierno federal creó la Agencia de Protección Ambiental (EPA por sus siglas en inglés) y la lucha climática entró de lleno en la agenda pública.

En 1970, se celebró la primera manifestación climática de la historia en Estados Unidos

La trayectoria de la conmemoración del Día de la Tierra hasta hoy ha sido imparable. En 1972, la Conferencia de Estocolmo organizada por la ONU expandió el mensaje climático por todo el planeta. Veinte años más tarde, la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo fue más allá y recogió la necesidad de conseguir un equilibrio entre lo ecológico, lo social y lo económico para favorecer un desarrollo sostenible. Finalmente, unos meses más tarde, la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático en Nueva York reconocía la existencia del cambio climático y marcaba un objetivo final para la comunidad internacional: reducir la emisión de gases contaminantes a la atmósfera.

En 1997, el Protocolo de Kioto aumentó los compromisos acordados en las conferencias anteriores y se erigió como el primer gran acuerdo vinculante de reducción de emisiones entre países. No entró en vigor hasta 2005, ya que Rusia solamente lo ratificó en 2004, mientras que Estados Unidos, principal responsable de emisiones contaminantes en esa época (y en la actualidad) nunca lo hizo. Este mismo año caducan los acuerdos del Protocolo de Kioto y entran en vigor los de París de 2015, los más ambiciosos hasta el momento en materia climática, de los que, una vez más –y a pesar de que según varias encuestas el cambio climático es la mayor preocupación actual de los ciudadanos (un 67% según el PCR)–,  Estados Unidos se ha retirado.

Un futuro cada vez más incierto

En los últimos años, y bajo el impulso del Acuerdo de París, la sociedad ha ido interiorizando la importancia de luchar por la protección del medioambiente. Y ha hecho propio ese combate, implicándose más que nunca en una cruzada que sigue siendo rentable. Según un estudio publicado en la revista científica Science of the Total Environment, la contaminación ambiental es un factor clave en la tasa de mortalidad del coronavirus: un 80% de las muertes registradas en cuatro países de los más afectados por el virus (Italia, España, Francia y Alemania) tuvieron lugar en sus regiones más contaminadas.

El 80% de las muertes registradas en Italia, España, Francia y Alemania tuvieron lugar en sus regiones más contaminadas

Ahora, la humanidad vive una de sus etapas más retadoras y luctuosas, pero son muchas las voces que se han alzado para la que la cuestión climática no quede en el olvido. De hecho, en las últimas semanas, desde la sociedad civil, los Estados y organismos supranacionales como la Unión Europea, se ha reclamado una salida “verde” a la crisis de la COVID-19. Esto es, que se pongan en marcha medidas e iniciativas que favorezcan la recuperación económica y social a través de la sostenibilidad, la innovación y la tecnología y teniendo como pilar clave la transición hacia un nuevo modelo energético.

En Milán, la capital de Lombardía –la región italiana más afectada por la COVID-19 con miles de muertos–, las autoridades han entendido que es el momento de actuar. La ciudad pretende transformar su sistema de movilidad de manera radical para acabar con la polución que provoca el transporte. Para ello tiene previsto reconvertir durante el verano más de 35 kilómetros de calles en espacios donde el tránsito de peatones y ciclistas tenga prioridad sobre los coches. Ante la nueva situación, desde el consistorio italiano tienen claro que es necesario “reinventar Milán ante la nueva situación”. Estas medidas serán estudiadas en todo el mundo y podrían servir como una hoja de ruta para esta década.

El próximo año, con suerte, el Día de la Tierra será muy diferente a este, pero las lecciones que estamos aprendiendo durante estas últimas semanas no deben quedar en el olvido. El futuro será sostenible o no será.