Categoría: Innovación sostenible

Las cápsulas de café caminan hacia la sostenibilidad

Siete de cada diez hogares españoles recurren a las monodosis para levantarse por la mañana: son fáciles de usar, rápidas y, sobre todo, permiten acceder a una enorme variedad de cafés. Las hay de todos los sabores y colores. Sin embargo, siguen levantando dudas acerca de su sostenibilidad ya que, al estar fabricadas de plástico y aluminio, resultan muy difíciles de reciclar. Como alternativa, en los últimos años han surgido novedosas propuestas para evitar que este gran placer constituya un ataque directo contra el planeta.

Clic. Empieza el rugido metálico. El olor a tostado invade la estancia. Ristretto, caramel machiatto, un cappuccino. En cuestión de segundos, ese manjar de la mañana —de los campos de Colombia o cultivado en el interior de Italia— está listo para consumir. Visto así, es casi como teletransportarse: ya no hace falta salir de casa (o de la oficina) para disfrutar del café perfecto. La comodidad y el lujo para los más cafeteros concentrados en una cápsula de café, ese pequeño envase que revolucionó nuestro país en el 2000, si bien ya en 1976 se comercializaban los prototipos que ahora consumen a diario siete de cada diez hogares, según datos del Ministerio de Agricultura.

Pero no es oro todo lo que reluce. A medida que ha crecido la conciencia medioambiental de la población también lo ha hecho la preocupación por este formato de consumo que concentra más del 50% de los ingresos totales de venta de café al año. Por múltiples razonas, la primera, y más fundamental, porque estas cápsulas están compuestas de plástico y aluminio, dos materiales que complican su reciclado —el café se queda impregnado de tal forma en el envase que no puede ir ni al contenedor verde ni al amarillo— y que producen, en palabras de Scientific Reports, «un desperdicio insuperable en los vertederos».

De hecho, se desechan tantas monodosis al día a nivel global que con ellas se podría dar la vuelta al mundo 14 veces durante un siglo, que es justamente el tiempo que las cápsulas de café mal gestionadas se mantienen en el entorno. La envergadura del problema ha traído tantos dolores de cabeza que, en 2017, el padre del invento, John Sylvan, llegó a confesar arrepentirse de haberlo creado. 

Se desechan tantas monodosis al día que con ellas se podría dar la vuelta al mundo 14 veces durante un siglo, el tiempo que tardan en desaparecer del entorno

Ante esta situación no han sido pocas las propias empresas de café y otras organizaciones las que han habilitado puntos de recogida de cápsulas en diferentes lugares del mundo para acabar con la realidad de que el 70% de las cápsulas —4900 millones— acaba, en el mejor de los casos, en los vertederos. También quieren evitar su prohibición —la Ley de Residuos española casi las incluye en la lista de plásticos de un solo uso que se eliminarán—. Sin embargo, desde que la Agenda 2030 cobró protagonismo, las organizaciones internacionales han dedicado todos sus esfuerzos en insistir en la importancia de que pensar en verde es fundamental en toda la cadena de producción, de principio a fin. 

De nada sirve habilitar puntos de recogida para las cápsulas si no se ha tenido en cuenta el impacto de su fabricación: el proceso de extracción del café y la producción de las monodosis necesitan grandes cantidades de agua y energía, además de emitir toneladas de gases de efecto invernadero.

La situación se agrava si tenemos en cuenta que la materia prima para fabricarlos se extrae de puntos concretos en países de América Latina o África, y la conflictividad aumenta en aquellas zonas donde habitan comunidades indígenas. La factura social y medioambiental exige una respuesta más ambiciosa que sitúe a la economía circular en el centro, lo que exige dar con diseños que minimicen el impacto.

Si la cápsula es el problema, ¿podríamos eliminarlas? Así lo demuestran unas nuevas esferas de café sin envase producidas recientemente en Suiza. Su corteza exterior está fabricada de granos de café comprimidos, que proporcionan una resistencia similar al plástico y mantienen a salvo el café molido de su interior sin producir un solo residuo (más allá de los posos de café, que pueden utilizarse como compostaje). Otra propuesta interesante son los envases de materiales y tintas biodegradables que desaparecen y reducen el tiempo de descomposición de tres a seis meses aproximadamente: las islas Baleares han sido pioneras en el asunto, regulando en su ley de plásticos de un solo uso que «las cápsulas de café estén fabricadas con materiales compostables o bien fácilmente reciclables, orgánica o mecánicamente». 

Algunas compañías ya han desarrollado envases fabricados con polímeros que se descomponen en compost a los seis meses de haberse utilizado

Aunque hay una diferencia muy sutil entre biodegradable y compostable: la primera implica que el producto desaparece en la naturaleza, mientras que la segunda significa que este se convierte en abono cuando se deja en espacios con residuos orgánicos. Algunas marcas de café ya están apostando por esta segunda opción y desarrollado un tipo de polímero que se transforma en compost a los seis meses de haberse utilizado y que puede mezclarse con el resto de basura orgánica.

Y para quienes no acaben de confiar en este tipo de monodosis, ya se venden decenas de tipos de cápsulas reutilizables (fabricadas con acero inoxidable) compatibles con las principales marcas, una buena opción en lugares donde el desecho de cápsulas se multiplica, como las oficinas y otros puestos de trabajo, para evitar que el placer de beber café se convierta en un ataque directo contra el planeta.

El hierro, ¿combustible del futuro?

Desde hace algunos años, varios grupos de investigadores han estudiado la posibilidad de usar esta materia prima para paliar la crisis energética. Y lo hacen por tres motivos: es barato, abundante y limpio.

Nuestra historia con el hierro es larga: se remonta a miles de años atrás, cuando las primitivas sociedades humanas comenzaban a construir sus primeras civilizaciones. No es casual: es el cuarto elemento más abundante de la corteza terrestre, lo que sumado a su especial ductilidad y dureza lo convierte en uno de los elementos minerales más atractivos. Hoy, sin embargo, podría convertirse en algo más. Según algunos estudios, en cierto estado, el hierro podría llegar a ser el combustible del futuro, relegando al olvido al carbón y al petróleo.

Es abundante, no es caro, se transporta con facilidad, arde tan solo a partir de temperaturas muy elevadas y no pierde energía si se almacena

El descubrimiento llegó en 2018 tras el estudio de su dinámica en condiciones de microgravedad por parte de científicos de la Universidad Técnica de Eindhoven. Los investigadores descubrieron que una muestra de polvo de hierro, dentro de una cámara de combustión, era capaz de generar energía (y, además, de hacerlo sin generar ni humo ni carbono) con relativa facilidad; el proceso cuenta con una parte esencial, que es cuando el hierro se oxida, momento en el que suelta energía. Las ventajas son evidentes, lo que ha despertado cierta esperanza entre los círculos científicos e industriales: es abundante, no es caro, se transporta con facilidad (al contrario que el hidrógeno, que es menos seguro), tiene una gran densidad energética (de nuevo, hasta once veces mayor que la del hidrógeno), arde tan solo a partir de temperaturas muy elevadas y no pierde energía si se almacena (ya que incluso puede servir como «batería» energética) durante periodos prolongados.

No es un experimento recluido en las paredes del laboratorio: el potencial del hierro ya se ha probado como combustible —con un sistema construido entre los miembros de SOLID y de la compañía neerlandesa Metal Power Consortium— en una cervecería situada en Baviera (Alemania), elección para nada casual si se tiene en cuenta el consumo de calor de la cerveza. En este sentido, el combustible —previsto más como combustible complementario que como protagonista— es capaz de producir alrededor de 15 millones de vasos de cerveza al año. No es el único caso: ahora se está probando un sistema similar para calentar 500 hogares del municipio de Helmond, cerca de la ciudad holandesa de Eindhoven.

A ello se suma la voluntad de utilizar este potencial combustible en un sentido cíclico (o circular): una vez que se usa, por ejemplo, para una determinada industria, este material sería transportado a otra instalación para volver a convertirlo a su estado original, haciendo girar la rueda una y otra vez.

El polvo de hierro es considerablemente más pesado que otros combustibles, por lo que no supone una solución para la movilidad urbana

No obstante, el polvo de hierro también cuenta con ciertas desventajas, ya que sus propiedades no lo hacen apto para todos los usos. Por ejemplo, aunque ocupe menos espacio, el polvo de hierro es considerablemente más pesado que otros combustibles como la gasolina. Esto no es problema para la industria o los grandes buques mercantes, pero sí para los automóviles y esto reduce considerablemente sus aplicaciones si tenemos en cuenta la importancia de la movilidad urbana en las emisiones de gases de efecto invernadero.

Según defiende Mark Verhagen, uno de los participantes en la investigación, el polvo de hierro es «una importante alternativa sostenible a los combustibles fósiles, junto con las turbinas eólicas, los paneles solares y el hidrógeno». De momento se prevé que en 2024 se construya una central eléctrica de combustible de hierro de cinco megavatios (así como una posible transformación —aún por definir— de las tradicionales centrales térmicas alemanas en «centrales de hierro»). No obstante, las ambiciones permanecen altas (e intactas) según explicó Verhagen: «Nuestro objetivo es poder descarbonizar la industria pesada de todo el mundo con el combustible de hierro».

Playas de arena verde para proteger el planeta

El olivino, un material de origen volcánico y color verdoso, se revela como un elemento fundamental a la hora de capturar carbono y evitar que este continúe yendo hacia la atmósfera.

Cuando uno se imagina una playa ideal, a su cabeza acuden imágenes de una arena clara bañada por agua cristalina; una combinación de colores relajante a la par que estimulante habitualmente asociada a latitudes tropicales. Al mismo tiempo, habrá quien al pensar en playas viaje directamente a zonas de origen volcánico donde los tonos blanquecinos de la arena son sustituidos por colores más oscuros, producto de la solidificación de la lava al entrar en contacto con el agua. Lo que se puede afirmar con casi total seguridad es que nadie pensaría en un lugar de arena verde. Y, sin embargo, puede que este concepto resulte absolutamente definitorio a la hora de detener, o al menos reducir, la degradación del planeta.

Capturar carbono consiste en utilizar tecnologías y acciones que atrapan el dióxido de carbono del aire y lo vuelven a encerrar de forma similar a como estaba antes de que se quemase en forma de combustible fósil

Así lo consideran diferentes científicos centrados en estudiar las propiedades del olivino, un mineral de origen volcánico y tonalidad verdosa que, sometido a una serie de condicionantes, sería capaz de capturar millones de toneladas de dióxido de carbono, en concreto, de “secuestrarlas”, esto es, atrapar el dióxido de carbono del aire y devolverlo de forma similar a como estaba antes de que se quemase en forma de combustible fósil. En este sentido,  a raíz de la erupción del volcán de La Palma, el olivino se ha convertido en uno de los principales materiales de la isla, siendo este uno de los principales lugares donde se puede hallar en España.

El proyecto Vesta plantea esparcir el mineral verde sobre las playas a modo de arena, de tal manera que su interacción con las olas logre extraer carbono del aire. Este proceso viene dado por una reacción química que saca el gas de efecto invernadero del ambiente y lo encierra en las conchas y esqueletos de los moluscos y corales. De hecho, según los primeros estudios, y tal y como figura en un artículo publicado en la revista del Instituto de Tecnología de Massachusetts, el proceso podría ayudar a almacenar cientos de trillones de toneladas de dióxido de carbono, una cantidad que podría suponer más dióxido de carbono del que se ha emitido desde la Revolución Industrial.

El proyecto Vesta plantea esparcir olivino sobre las playas a modo de arena de tal manera que su interacción con las olas extraiga carbono del aire

Si bien este método se sabe que funciona, puesto que la meteorización de los minerales es uno de los principales mecanismos que el planeta utiliza para reciclar el dióxido de carbono, lo que se pretende dimensionar a través de Vesta son las posibilidades de implantación de este sistema en las playas. Una puesta en marcha que, según los investigadores a cargo del proyecto, tan solo tendría un coste de 10 dólares por cada tonelada de dióxido de carbono absorbida y que ya se ha materializado en una playa del Caribe.

Esta iniciativa, que de prosperar generaría un nuevo concepto de playa con el verde como color principal, es una más de las propuestas que en los últimos años se han desarrollado de cara a reducir los índices de contaminación del planeta y revertir así una situación realmente urgente. Iniciativas que parten del propio medio ambiente como foco principal de soluciones.

¿Qué es la arquitectura 'passivhaus'?

Se trata de un sistema de construcción adaptado al entorno natural para maximizar la eficiencia energética del inmueble.

Nuestras casas son, en cuanto hogar, los sitios donde vivimos, descansamos, disfrutamos e incluso, en algunos casos, trabajamos. Gran parte de nuestra vida discurre entre esas pocas paredes. También es en ellas donde consumimos gran parte de la energía que gastamos día a día. No solo a través de electrodomésticos como lavadoras, televisiones o lavavajillas: también es el caso de la calefacción en invierno y el aire acondicionado en verano. Para dar cabida a estas comodidades básicas, sin embargo, es esencial ser eficiente; es decir: utilizar la energía de forma racional para abastecer un inmueble, no gastando sin necesidad. Desde esta perspectiva lógica han surgido corrientes arquitectónicas tan populares en la actualidad como la llamada passivhaus (en castellano, ‘casa pasiva’).

Esta forma de construcción centra su existencia en España en seis pilares: un aislamiento térmico más robusto, la reducción de hasta diez veces los puentes térmicos con respecto a un edificio tradicional, unas ventanas de alta calidad con triples cristales, hermeticidad, ventilación mecánica controlada y una protección solar óptima. Para ello, la passivhaus utiliza los principios de la arquitectura bioclimática, cuyo diseño se centra en las condiciones climáticas y los recursos disponibles —como la luz solar, la vegetación, la lluvia o los vientos— para disminuir el consumo energético. Es decir, se trata de una construcción centrada en el confort, pero también en las bases ecológicas. En sí, no obstante, el concepto no es completamente nuevo: la arquitectura popular, por ejemplo, siempre ha tenido que enfrentarse a los avatares del clima con el menor gasto posible de energía. Hoy también tenemos que adaptarnos cuanto antes: según la Agencia Internacional de la Energía, el consumo de energía de los edificios ha aumentado un 7% desde 2010.

Para obtener el Estándar Passivhaus se necesita haber reducido en un 90% la demanda energética relativa a la calefacción

¿Pasividad o adaptación natural?

La construcción de la primera casa pasiva tuvo lugar en la ciudad alemana de Darmstadt, en 1991, y los resultados fueron notables. Su artífice, el científico Wolfgang Feist, logró reducir el consumo de energía en un 87% respecto a una vivienda tradicional. Hoy, incluso esa cifra parece quedarse corta: una vivienda que cumpla el llamado Estándar Passivhaus (marcado, a su vez, por el Passivhaus-Institut) deberá haber reducido en un 90% la demanda energética relativa a la calefacción. 

Más allá de sus logros técnicos, el principal triunfo de las casas pasivas reside en su adaptación a las condiciones impuestas por el entorno. Al fin y al cabo, la propia expresión de «casa pasiva» se usa para definir los principios de captación, almacenamiento y distribución que la hacen capaz de «funcionar sola», sin aportaciones de energía exterior a través de técnicas sencillas, sin equipo o tecnología alguna. La disposición de sombras estratégicas en la vivienda, por ejemplo, ayuda a enfriar el hogar y a mantenerlo en unos límites térmicos razonables. De este modo, las passivhaus no son iguales en las zonas montañosas que en las costeras o desérticas: en las primeras, por ejemplo, es habitual buscar una ladera soleada que esté al resguardo de las rachas de viento, ubicando las ventanas hacia el sol del mediodía; en la última, en cambio, se suele buscar construir gruesos muros con los que elaborar una poderosa masa térmica. Son las condiciones del lugar las que dictan de forma natural las construcciones adaptándolas al medio ambiente, no al revés.

El consumo anual de energía por parte de una casa pasiva es alrededor de un 80% más bajo que el de las viviendas tradicionales

La diferencia económica en estos modelos de edificación puede ser considerable, llegando a suponer un ahorro de cientos de euros al año en gasto energético. Y es que, aunque el desembolso inicial puede ser mayor a la hora de comprar una vivienda, el consumo anual de energía por su parte se sitúa alrededor de un 80% más bajo, con lo que el coste «extra» se puede amortizar entre cinco y diez años: una inversión a largo plazo tanto para nuestros bolsillos como para el futuro del planeta. 

Patios de colegio más verdes (e inclusivos)

Septiembre es el mes de la llamada «vuelta al cole», el período en el que se retorna a la actividad educativa. Los escolares vuelven a pisar las aulas, nuevamente se sacan los libros y las lecciones y una vez más se recupera la rutina. En cierto modo, se trata de un ciclo, uno al que se vuelve año tras año. Pero, a pesar de ello, las escuelas tienen un amplio margen de maniobra para aplicar cambios e ir mucho más allá de lo rutinario. Los patios de colegio son uno de los escenarios abiertos a ello.

Los patios escolares deben ser más verdes y resilientes contra los retos del cambio climático, pero también necesitan evolucionar para convertirse en más inclusivos. El gran reto no está únicamente en cambiar el asfalto y el hormigón por árboles, jardines o huertas escolares, sino también en lograr que trasciendan los estereotipos de género o que permitan que todo el alumnado —sean cuales sean sus necesidades— pueda disfrutarlos. 

Renaturalizar los patios escolares impacta en la salud mental y física de niños y niñas

Por un lado, el hacer «más verdes» los patios escolares permite mejorar su eficacia en términos de temperatura. Las olas de calor de este último verano han demostrado que se necesita crear refugios térmicos que ayuden a rebajar grados y que ofrezcan un respiro a la ciudadanía. Para la población escolar, que pasa un importante número de horas al día en la escuela, resulta crucial poder acceder a zonas verdes dentro del propio colegio. 

Igualmente, esta transformación funciona a otros niveles, ya que impacta de forma positiva tanto en la salud mental como en la física de los estudiantes. Estos nuevos espacios incentivan la actividad física, pero también crean nuevas oportunidades educativas o ayudan a niños y niñas a mantenerse en contacto con la naturaleza. «Con la renaturalización de los patios se pretende transformar el patio de la escuela en un jardín, en un parque. En un espacio rico en texturas, sombras, y lugares para estar, hablar, jugar, soñar…», asegura a El País Mamen Artero Borruel, miembro del colectivo de arquitectos El Globus Vermell.

Cambiar el uso que se le da —en vez de dejar que estén dominados, como ha ocurrido tradicionalmente, por la práctica de deportes mayoritarios— también impacta en la percepción de los espacios y de sus usos. Al fin y al cabo, como recuerdan las fuentes expertas, los patios escolares son una pieza más para la educación.

Cambiar su diseño, buscar su neutralidad neutros desde el punto de vista de género o implementar normativas sobre tiempos de uso o rotación de intereses permiten asentar «la cooperación y no la competitividad». Como explican desde las escuelas en las que ya se han aplicado cambios, «todo el mundo gana», incluidos quienes juegan «al fútbol», porque tienen acceso a un mayor abanico de actividades y porque comprenden la propia diversidad de la sociedad.

Rediseñar los espacios o cambiar sus usos fomenta «la cooperación y no la competitividad»

Una revolución en la hora del recreo 

El valor tanto educativo como de mejora de la calidad de vida que suponen estos nuevos patios de escuela ha llevado a que en los últimos años más y más colegios experimenten con este nuevo formato. Casi se podría decir que se está produciendo una revolución en la hora del recreo, asumiendo que no es necesario mantener lo que se ha tenido durante décadas si se puede lograr un resultado mejor. 

Los ejemplos se encuentran a lo largo de toda la geografía española. Así, Castilla y León anunció en 2021 sus planes para invertir 4 millones de euros en los dos años siguientes para mejorarlos y hacerlos más eficientes contra el cambio climático. Por poner otra muestra de cambio, la Red de Patios Inclusivos y Sostenibles arrancó en 2016 con actuaciones en dos centros públicos madrileños, pero de su trabajo ha nacido una metodología que sirve como guía para cambiarlos y que permite, además, acercar estos espacios a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. 

En todo este proceso de cambio, la comunidad educativa ha resultado fundamental, pero también lo han sido padres y madres, profesionales del diseño —desde arquitectura a paisajismo— y los propios niños y niñas, que fueron los primeros en identificar qué está mal en las zonas en las que juegan.

Esconder el carbono de forma definitiva

¿Quién no ha pensado alguna vez en coger algo malo y poder encerrarlo para siempre donde no vuelva a suponer un problema? Aunque tentador, desafortunadamente no es una opción que sea siempre posible. La mayoría de las veces resulta inevitable aprender a convivir junto a ciertas cuestiones negativas del día a día. Sin embargo, hay un aspecto, quizá el más relevante en lo que al ser humano refiere, donde esta solución más parecida a un truco de magia podría resultar no solo posible, sino efectiva: el calentamiento global causado por la acumulación de carbono.

La cuestión pasa por replantear de forma eficaz los recursos y actividades disponibles

Atrapar carbono puede parecer un concepto alejado de la realidad, pero encerrar algo tan complejo como un gas, evitando que este continúe agrupándose en la atmósfera, se ha revelado como una de las grandes claves a la hora de frenar el desgaste del planeta. La pregunta es: ¿cómo y por qué? En el fondo, capturar carbono supone un proceso mucho más lógico de lo que puede parecer a simple vista. De hecho, parte de una técnica que trata de replicar la función que hacen los recursos naturales como los bosques, que funcionan como sumideros de carbono naturales. Por medio de la fotosíntesis, los árboles y el resto de la vegetación captan dióxido de carbono de la atmósfera o disuelto en agua y, con la ayuda de la luz solar, se sirven de ello a la hora de elaborar compuestos orgánicos necesarios para su crecimiento. Teniendo muy presente este principio, la eliminación de CO2 de la atmósfera de forma artificial engloba necesariamente al conjunto de actividades humanas que extraen este gas para almacenarlo de forma duradera en reservorios geológicos, terrestres u oceánicos.

Llegados a este punto, el primer aspecto sobre el que recae la atención cuando se habla de capturar carbono son sus principales fuentes emisoras. En este sentido, la industria que depende de los grandes procesos de combustión supone el 8,5% del total de emisiones generadas. Para poner en marcha este proceso, el Servicio Geológico Británico, uno de los grandes impulsores de esta técnica, habla de varias estrategias, como la poscombustión, la precombustión y la oxicombustión, a través de las cuales sería realmente sencillo agrupar el carbono generado de cara a poder transportarlo a los sumideros naturales, evitando así su difusión hacia la atmósfera. Una vez agrupado y transportado, principalmente a través de su bombeo por tuberías, el carbono puede quedar almacenado de distintas maneras, siendo las formaciones geológicas los lugares con más posibilidades, donde el CO2 se convertiría en un compuesto líquido y se inyectaría directamente en las rocas sedimentarias más profundas.

Desde el organismo británico apuntan a zonas como el mar del Norte y la costa del Golfo de Estados Unidos como espacios de gran disponibilidad. De hecho, algunos de estos lugares podrían aislar el carbono de la atmósfera de forma permanente, con el beneficio que ello conllevaría para el planeta.

Una vez capturado, el CO2 se convertiría en un compuesto líquido y se inyectaría directamente en las rocas sedimentarios más profundas

De esta manera, la captura de carbono supone un avance evidente a la hora de paliar el desgaste derivado de la actividad humana. Una estrategia que, tal y como advierten desde el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), debe ir acompañada de forma complementaria por la evidente necesidad de reducir emisiones, una prioridad absoluta e inamovible para los próximos años. Si algo queda evidenciado gracias a esta nueva fórmula es que la naturaleza siempre ofrece soluciones: solo hay que estar dispuesto a encontrarlas.

Bancos de semillas para asegurar nuestro futuro alimentario

El cambio climático, los desastres naturales, los conflictos bélicos y la deficiente gestión de recursos son solo algunos de los eventos en que se encuentra el origen del Banco Mundial de Semillas de Svalbard. Se trata de un almacén subterráneo, ubicado en una isla del archipiélago ártico de Svalbard (Noruega), que abrió sus puertas en 2008 para acoger lo que hoy es el mayor muestrario de semillas de plantas de cultivo mundial. En sus remotas infraestructuras se preservan más de un millón de semillas pertenecientes a más de 5.000 especies diferentes, un amplio porcentaje de la biodiversidad agrícola global.

Las semillas de plantas de cultivo conforman lo que denominamos recursos fitogéneticos que, si bien menos conocidos que otros bienes naturales como el agua, los minerales y la atmósfera, son imprescindibles para el ser humano al constituirse como su base alimentaria. La importancia de conservarlos para hacer frente, así, a los desafíos que puedan plantear el cambio climático y otras amenazas globales, puso en marcha este proyecto que ya es conocido como el arca de Noé vegetal. El proyecto se lanzó bajo el auspicio de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Global Crop Diversity Trust (CROP Trust), la Fundación Bill y Melinda Gates y el Gobierno de Noruega.

En el banco de semillas de Svalbard, las semillas son deshidratadas hasta el 5% de humedad y posteriormente congeladas a -18º centígrados

La ubicación de este banco de semillas no es aleatoria. Las instalaciones en que se almacenan las mismas se encuentran a 100 metros bajo estratos de subsuelo que contienen espesas capas de permafrost, permanentemente congeladas. Esto garantiza una temperatura estable de entre -3º y -4º centígrados a la que se añaden sistemas de enfriamiento para lograr que las semillas permanezcan, en el interior de recipientes herméticamente sellados, a -18º centígrados.

Para conservar las semillas, previamente se someten a pruebas de germinación para garantizar su viabilidad, se clasifican y se deshidratan hasta el 5% de humedad. Además de preservar semillas para poder reintroducirlas en caso de necesidad, Svaldard y otros bancos similares realizan diversos trabajos de investigación fitogenética que permiten mejorar los cultivos existentes.

La importancia del trabajo desarrollado en Svalbard para preservar nuestros recursos fitogenéticos pudo comprobarse cuando, en 2015, transfirió miles de semillas al Centro Internacional de Investigación Agrícola (ICARDA). Con esta transferencia se pudo restituir un banco de semillas que el ICARDA gestionaba en Alepo y que fue destruido por la guerra siria.

En España, el Centro de Recursos Fitogenéticos y Agricultura Sostenible (CRF) es el encargado de conservar, estudiar y documentar las distintas colecciones de semillas ubicadas en nuestra geografía. En sus instalaciones de Alcalá de Henares mantienen un banco, cámaras de desecación y germinación y laboratorios de investigación. Hace tan solo unos meses, un equipo de investigadores del CRF seleccionó 1.080 variedades autóctonas que pasarán a formar parte, también, del Banco de Semillas de Svalbard.

Los bancos de semillas son imprescindibles para hacer frente a las posibles crisis alimentarias que puede provocar el cambio climático

Son numerosas las instituciones que conforman la red de bancos de semillas en nuestro país. Algunos, como el desarrollado por el Real Jardín Botánico Juan Carlos I de la Universidad de Alcalá, centran sus esfuerzos en la recolección, análisis y conservación de semillas de especies protegidas o en seria amenaza de desaparición. Otros, como el del Instituto Murciano de Investigación y Desarrollo Agrario y Medioambiental, orientan su labor a la conservación y posterior reproducción de especies agrícolas destinadas a mejorar la situación de nuestros campos, así como a fines educativos y de investigación.

Pero existen también organizaciones que, además de preocuparse por el cuidado de la biodiversidad agrícola, implican a la ciudadanía generando redes sociales de intercambio y una importante labor de concienciación ecológica. Son los bancos de semillas comunitarios. El que gestiona la Red de Semillas de Segovia ha implicado en su cuidado a grupos de campesinos de la zona y ha logrado que la población “apadrine” semillas de variedades tradicionales locales que corrían el riesgo de desaparecer.

Los bancos de semillas son las copias de seguridad en el disco duro de nuestra biodiversidad agrícola, y aunque sería deseable no tener que utilizarlos, de su mantenimiento puede depender nuestro futuro alimentario.

El futuro de la energía solar, ¿está en el espacio exterior?

Cada hora llega a la Tierra más energía del Sol de la que usamos todos los humanos en un año entero. ¿Cómo es posible, entonces, que haya una crisis energética cuando deberíamos tener recursos prácticamente infinitos? Lo cierto es que no todo es tan sencillo como parece: el 30% de los rayos solares vuelven al espacio a causa del reflejo provocado por la atmósfera; además, elementos como las nubes, la noche y las tormentas dificultan la labor diaria de las plantas fotovoltaicas.

La energía solar sigue ganando popularidad y se sitúa entre las favoritas a la hora de alimentar las sociedades del futuro. Según el Avance del informe del sistema eléctrico español 2021, la potencia instalada de solar fotovoltaica creció en 2021 casi un 30%, incorporando más de 3.300 MW al parque de generación nacional. Esto permitió que su producción experimentase un aumento cercano al 37%.

Este proyecto formaría parte del Net Zero Innovation Portfolio con el que se prevé alcanzar las cero emisiones netas para 2050

Ahora, el Gobierno de Reino Unido quiere dar un paso más allá, literalmente, contribuyendo a la construcción de una estación de energía solar en el espacio. Esta tendría un coste estimado de 16.000 millones de libras, y aunque el ministro británico de Ciencia, George Freeman, dijo que está dispuesto a apoyar económicamente la nueva estación, matiza que el Gobierno no «escribirá un cheque» para su construcción íntegra.

Esta idea futurista formaría parte del Net Zero Innovation Portfolio, un plan de financiación nacional dedicado a tecnologías que contribuyen a alcanzar las cero emisiones para el 2050. Lamentablemente, el presupuesto total del portfolio es de 1.000 millones de libras, por lo que si queremos ver el macroproyecto espacial hecho realidad, los 15.000 millones restantes se tendrán que financiar por otros medios.

¿Cómo funciona esta estación solar espacial?

Básicamente, consiste en poner en órbita una nave espacial gigante cubierta de paneles solares. De este modo, estos capturarían la energía ininterrumpidamente, ya que no se encontrarían con interferencias como las nubes o la entrada de la noche. Esta energía capturada se transmitiría a la Tierra de forma inalámbrica, concretamente mediante ondas de radio de alta frecuencia. Una vez en la superficie, una antena especial llamada rectenna –o antena rectificadora– convertía las ondas de radio en electricidad, enviándose entonces directamente a la red eléctrica. Gracias a este sistema nos beneficiaríamos del Sol las 24 horas del día, logrando reducir una buena parte de nuestras emisiones de carbono.

El plan consiste en poner en órbita una nave espacial gigante cubierta de paneles solares que capturarían la energía ininterrumpidamente

Sin embargo, aún hay muchos desafíos que superar antes de enviar definitivamente una planta fotovoltaica gigante al espacio. Uno de ellos pone en cuestión la base misma del proyecto: para que un objeto atravesase la atmósfera habría que lanzarlo a gran potencia, lo que, aparte de ser muy caro, está asociado a un alto nivel de contaminación. Un avance esencial en este sentido sería descubrir cómo reutilizar los sistemas de lanzamiento espacial. Por otra parte, existen contratiempos en la transmisión inalámbrica de energía: llevar energía solar de un punto a otro tan lejano es complicado e ineficiente. Actualmente, con la tecnología que disponemos solo lograríamos traer a la Tierra una pequeña fracción de todo lo absorbido en el cosmos.

De momento, los sistemas de energía solar basados en el espacio son solamente una primera aproximación a nuevas fuentes de suministro mundial. Aún no sabemos si llegaremos a tener naves espaciales que absorban rayos solares, pero sí sabemos que estamos más cerca de hallar una solución para descarbonizar el planeta antes de 2050.

Agua reciclada, la solución frente a la escasez hídrica

El cambio climático está poniendo en serio riesgo los recursos hídricos de que disponemos. La carencia de agua agrava las sequías, potencia la inseguridad alimentaria y aumenta las probabilidades de nuevas pandemias.

En su nueva estrategia sobre adaptación al cambio climático, la Unión Europea (UE) pone de manifiesto cómo la falta de agua está afectando seriamente a actividades económicas como la agricultura o el turismo, y también a la salud y bienestar de los ciudadanos. Ya en su Directiva Marco del Agua (DMA) aprobada a finales del año 2000, establecía unos objetivos medioambientales para asegurar el mantenimiento de las masas de agua en buen estado para 2027. Sin embargo, en un reciente informe de seguimiento de la Comisión Europea que ha analizado la evolución entre 2015 y 2021 indica que solo un limitado número de estas masas de agua han mejorado su estado con respecto al anterior ciclo de estudio (2009-2015).

El cambio climático nos trae carencia de agua y puede originar nuevas pandemias

En nuestro país, a inicios de marzo y según información proporcionada por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, las reservas de agua estaban por debajo del 44%. Perdemos, por tanto, nuestros recursos hídricos a marchas forzadas, y afrontamos un futuro realmente incierto si no ponemos remedio urgente. Muchas de las soluciones planteadas hasta ahora, desde la construcción de embalses hasta el establecimiento de comunicaciones entre diferentes cuencas hidrográficas, se revelan insuficientes. Frente a ello, la tecnología avanza en el perfeccionamiento y aplicación de una solución que podría ser vital para evitar que nuestro planeta colapse por carencia de agua: la utilización de agua reciclada.

Desde hace décadas, la utilización de agua reciclada se ha limitado a actividades primordialmente industriales y agrícolas. Pero la tecnología ya permite que el reciclado de aguas residuales atraviese los procesos necesarios para convertirlas en aptas para el consumo humano. Los beneficios, a nivel medioambiental, son indudables y, además, la inversión en el reciclaje de aguas para su posterior uso es mucho menor que la necesaria para cualquier otro de los métodos utilizados tradicionalmente para combatir el estrés hídrico.

En EEUU, diversas técnicas de reciclaje de agua para consumo humano se desarrollaron hace ya décadas. En el californiano condado de Orange entró en funcionamiento, en 2008, el que se considera sistema de purificación de aguas residuales para consumo humano más grande del mundo. Esta instalación provee, en la actualidad, cerca de 500 millones de litros de agua potable al día a casi un millón de personas y ha servido como modelo a nuevas instalaciones similares en Los Ángeles, San Diego o Singapur.

Cuando no hay agua potable

Los países desarrollados continúan mejorando la tecnología que les permita hacer uso del agua reciclada. Pero ¿podría aplicarse dicha tecnología en países cuyo acceso al agua es tan deficitario como sus propias economías?

La tecnología permite que las aguas residuales puedan purificarse para el consumo humano sin riesgo alguno para la salud

Eritrea, Uganda, Somalia y Etiopía son solo algunos de los países en los que ni siquiera el 50% de la población tiene acceso al agua potable. La compañía Deka Research and Development, fundada por el inventor Dean Kamen, ha tenido que contar con inversión privada para proveer a poblaciones del África subsahariana aquejadas de carencia acuífera de su Slingshot, un sistema de destilación por compresión de vapor que purifica cualquier tipo de agua contaminada mediante un proceso de condensación.

Es solo una opción, de entre otras muchas existentes, para que estos países tengan acceso al agua potable. Lograrlo depende de que los proyectos de saneamiento financiados por los países desarrollados incluyan el enfoque del reciclaje de agua en su formulación.

La ciencia y la tecnología proporcionan herramientas para atajar el grave riesgo de estrés hídrico que sufre la población mundial. Establecer alianzas trasnacionales a nivel legislativo y económico permitiría convertirlas en medios de lucha global contra la sequía.

Microalgas, una alternativa sostenible para múltiples usos

No ocurre muy a menudo, pero hay ciertos momentos en la vida en los que la respuesta más sencilla es, precisamente, la más útil. Un buen ejemplo lo encontramos en la naturaleza: se cuentan por decenas las especies, formas o procesos naturales en los que el ser humano, desesperado por un complejo problema, se ha fijado para dar, de una vez por todas, con la clave de ese invento que le hará la vida más fácil. La sencillez es la base de la biomímesis, porque no hay nada más simple y eficiente que la propia naturaleza.

Frente a la crisis climática, uno de los retos más laberínticos de la actualidad, también surgen este tipo de serendipias: a comienzos de este año, una investigación del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Sevilla demostró que las microalgas son tan eficientes a la hora de capturar dióxido de carbono que podrían contribuir a la reducción de hasta un 30% de las emisiones contaminantes.

Estos organismos podrían reducir hasta en un 30% las emisiones de dióxido de carbono

El hallazgo, como han descrito los responsables, «podría tener implicaciones tanto ecológicas como biotecnológicas en la mitigación del cambio climático». Y es que las propiedades de estos microorganismos acuáticos, que realizan la fotosíntesis como cualquier otro (consumen dióxido de carbono y devuelven oxígeno a la atmósfera), suponen una gran oportunidad para limpiar el aire, depurar aguas residuales e incluso fabricar alternativas a los combustibles fósiles, ya que pueden producir hasta 60 veces más biocombustible que otras plantas terrestres.

En realidad, el uso de las microalgas tiene siglos de historia: por ejemplo, la spirulina era utilizada por los aztecas como un alimento altamente energético y la phylloderma sacrum se ha considerado desde siempre un auténtico manjar en Japón gracias a sus propiedades proteicas. De hecho, a pesar de lo novedoso de esta investigación realizada por el CSIC, no es la primera vez –ni será la última– que estos seres vivos protagonizan historias de éxito en múltiples ámbitos ambientales.

Microalgas para una alimentación mejor (y más sostenible)

Durante las últimas décadas, el estudio de estos organismos ha despertado gran interés ante el reto de la alimentación sostenible. Las microalgas son capaces de producir aminoácidos y antioxidantes, por lo que algunos científicos están investigando cómo aprovechar esta capacidad para conseguir que produzcan otros compuestos de interés para el ser humano. Se ha demostrado, por ejemplo, que si se le añaden ciertas especies de microalgas a un pan sin gluten, se incrementa exponencialmente su contenido en proteínas, hierro, calcio y ácidos grasos.

En un planeta donde, en 2050, sus habitantes exigirán un 60% más de alimentos, estos microorganismos se presentan también como una gran alternativa frente al consumo de carne. Sus proteínas permiten preparar productos cárnicos más saludables e incluso análogos que la imiten, pero no la incluyan, convirtiéndose en un alimento de idénticas propiedades, pero mucho más sostenible y, sobre todo, accesible.

Biocombustibles, pero también hidrógeno verde

En la Agenda 2030, el hidrógeno verde se presenta como una buena alternativa a los combustibles fósiles. Pero solo es sostenible si se produce con recursos renovables. Así, un equipo de investigación de la Universidad de Monash (India) ha descubierto que el proceso de obtención de hidrógeno a través de las microalgas es un 36% menos contaminante, por lo que, si se cultiva la suficiente cantidad, pueden ser las perfectas aliadas para fabricar este elemento clave en la transición energética.

Edificios ‘marinos’ para reducir la contaminación

Aunque en un primer momento pueda parecer impensable, las microalgas pueden jugar igualmente un gran papel en la regeneración de edificios y las ciudades del futuro. En España, la Universidad de Alcalá, diseñó un edificio recubierto de microalgas con el fin de demostrar cómo pueden contribuir a reciclar el aire de la ciudad y hacer de las calles un lugar más agradable. La inspiración viene, en parte, de Alemania, que en 2013 se convirtió en el primer país con un edificio realmente verde donde las microalgas de su fachada eran recolectadas con un sistema que, haciendo uso del calor solar acumulado, utilizaba su energía para generar agua caliente.

Como demuestra la comunidad científica, el futuro puede ser prometedor: además de todos los beneficios mencionados, la mayor ventaja de estos seres vivos es que son capaces de crecer de forma muy rápida, por lo que, en un entorno óptimo y con la suficiente financiación, pueden multiplicarse exponencialmente hasta dejar de ser un mero objeto de estudio para convertirse en un denominador común de la transformación sostenible. Soluciones diminutas para grandes problemas.