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Diversidad en la empresa: mucho más que una bandera

Silicon Valley es el epicentro de la innovación y la tecnología, pero tiene una gran grieta: la mayor parte de sus empleados son hombres blancos. Este es un hecho que lleva denunciando desde 2012 la organización Code2040, nacida en San Francisco con el objetivo de acabar con la brecha racial en la ingeniería y la tecnología, y que corroboran los datos de diversidad racial de las propias compañías: en Apple, Facebook, Google, Microsoft y Twitter, más de la mitad de los empleados son blancos. La empresa de Bill Gates casi roza el 62% y Google alcanza el 60% frente al 1% de trabajadores afroamericanos.

Según explicaron desde Code2040 en una entrevista, la irrisoria falta de diversidad no es solo una cuestión social, sino que “amenaza la capacidad de Estados Unidos para seguir siendo competitivos” contra grandes mercados como el asiático. Y están en lo cierto: construir una plantilla diversa en cuanto a etnias, edades, países de origen e identidades sexuales es un activo esencial para el crecimiento, la innovación y la sostenibilidad de las empresas en el futuro próximo.

Son incontables los estudios sobre la composición del tejido empresarial que demuestran que aquellas compañías con políticas de gestión de la diversidad han reportado una mayor capacidad para atraer talento y ofrecer soluciones de negocio más creativas e innovadoras. Un ejemplo es la conclusión a la que llega la consultora MacKinsey & Company tras analizar entre 2008 y 2010 a más de 180 empresas que cotizaron en Francia, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos, y observar que aquellas compañías con más mujeres y ciudadanos extranjeros en altos puestos obtienen mejores resultados que otras con menor diversidad.

El discurso ha cambiado para siempre y, por ese mismo motivo, la Agenda 2030 otorga en sus ODS 8 y 10 al sector privado -desde microempresas hasta multinacionales- un papel fundamental en la transformación hacia una sociedad más sostenible que logre una remuneración equitativa para hombres como mujeres de todas las etnias, incluidos jóvenes y personas con algún tipo de discapacidad.

Las claves para una empresa realmente diversa

Las compañías ya no pueden ignorar el mundo globalizado en el que vivimos. En última instancia, son ellas las que responden a las demandas de una sociedad formada por un enorme abanico de edades, identidades sexuales, géneros y orígenes. Cada una de las personas que la conforman tiene su propia concepción de la realidad y todas necesitan ser puestas en valor. Es pura lógica empresarial: el sistema de producción que omite a las minorías se ha quedado obsoleto.

Los beneficios ya están puestos sobre la mesa: incremento de la satisfacción y compromiso con la empresa, reducción del absentismo, desarrollo de competencias interculturales, acceso a nuevos mercados, mejores vínculos con los clientes debido a una mejor comprensión de sus necesidades y, por último, una mejora en la reputación empresarial. Ahora solo queda conseguirlo.

“El mayor reto de las políticas de diversidad en la actualidad es ser auténticas”, apunta el Ministerio de Trabajo español en un extenso informe sobre la gestión de la diversidad en los entornos profesionales nacionales. “Se trata, más allá de una cuestión de números, de mejorar la calidad, eficacia y sostenibilidad de nuestras actuaciones. El futuro de la diversidad pasa por integrarla en el ADN de las organizaciones y convertirla en el motor de crecimiento”.

Según datos de la Unión Europea, mientras que en los países del norte del continente, un 63% de las empresas considera la gestión de la diversidad como un aspecto positivo, en España solo ocurre en uno de cada 100 casos. En una encuesta realizada por eBay en 2017 sobre la diversidad en el empleo, uno de cada cinco españoles aseguraron haberse sentido excluidos en sus trabajos por alguna característica personal como el género, la edad, la etnia o la religión; una cifra que aumenta hasta casi la mitad (44,7%) dentro del colectivo LGTBI+.

Uno de cada cinco españoles aseguran haberse sentido excluidos en sus trabajos

Como vara de medir la actitud del tejido empresarial español frente a la gestión de la diversidad, podemos utilizar el Índice D&I que la Red Acoge lleva elaborando desde hace cinco años a través de encuestas realizadas a medio centenar de empresas con el fin de evaluar cómo se desenvuelven en cuatro categorías: sistema de gestión interno para la diversidad y la inclusión, política corporativa de no discriminación, medidas externas de la gestión de la diversidad y mapa de la diversidad.

Las cifras demuestran que hay un importante crecimiento de la diversidad cultural en el entorno profesional, especialmente en los mandos medios, una relación que la fundación explica con la internacionalización de las empresas: al abrirse a otros países, automáticamente se integran más nacionalidades. De hecho, ocho de cada 10 empresas encuestadas cuentan con una estrategia de selección que garantiza la no discriminación por razones de etnia, género u orientación sexual y que se centra únicamente en el talento.

“Las compañías tienen mucha voluntad por mejorar su gestión de la diversidad: al final vivimos en un mundo globalizado y cada gota de nuestra inteligencia colectiva cuenta”, apuntan desde Red Acoge. “A lo largo de estos años hemos observado que las empresas, en su mayoría pymes, promueven la perspectiva de la diversidad en acciones de proyectos sociales o programas de voluntariado corporativo”.

El mayor porcentaje de sensibilización disminuye en los mandos intermedios y superiores

No obstante, el mayor porcentaje de sensibilización en diversidad e inclusión se acentúa en la plantilla general y disminuye si miramos hacia los mandos intermedios y superiores. La cifra que se torna especialmente baja dentro del colectivo LGTBI (13% en mandos superiores frente al 41,67% en la plantilla en general). Falta comunicación entre CEO y empleado, en palabras de Red Acoge: “El liderazgo inclusivo es clave para incidir en la sensibilización en los niveles superiores y terminar generando un efecto cascada que llegue al resto de la plantilla”.

Aunque la comunicación transversal es clave en una empresa con una gestión de diversidad exitosa, la fundación indica cuatro puntos más a cumplir: “Es importante que las empresas vayan introduciendo planes de diversidad y adopten políticas que incluyan el derecho de la no discriminación, que los mandos superiores revisen la forma en que se toman decisiones y cómo se comunican a los empleados en materia de diversidad y, también, utilizar un discurso fácilmente comunicable”.

El objetivo final está, según los expertos, en alinear la diversidad cultural con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y que las empresas, incluidas las que están presentes en Silicon Valley, recurran a ella como eje vertebrador de la inclusión en el entorno laboral. Solo ese, apuntan desde Red Acoge, será el camino para la excelencia empresarial: “La diversidad cultural será el que delimite el futuro sostenible, respetuoso y comprometido”.

Apostar por el saneamiento del agua para combatir pandemias

El 1 de enero de 2020 empezó la cuenta atrás para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Con diez años por delante para hacer de la Agenda 2030 una realidad, a finales de 2019 el Secretario General de la Naciones Unidas, Antonio Guterres, apeló a todos los sectores de la sociedad para hacer de 2020 la Década de Acción. “Nos queda un decenio para transformar el mundo mediante la movilización de más gobiernos y empresas, así como con un llamamiento a todas las personas para que hagan suyos los Objetivos Mundiales”, explica la página web de la ONU. Sin embargo, cuando empezaba a haber un consenso generalizado sobre necesidad de desarrollar sus actividades en base a la consecución de los ODS, el coronavirus ha irrumpido en nuestras vidas poniendo en pausa todas las prioridades.

En un momento tan extraordinario como el actual, en el que los gobiernos se han visto obligados a hacer frente a una crisis sin precedentes, la Agenda 2030 corre el riesgo de verse relegada a un segundo plano. Sin embargo, son muchos los expertos que consideran los ODS deben ser, ahora más que nunca, nuestra guía para la recuperación del planeta. “Es vital que durante la respuesta a la crisis los países mantengan el foco en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y en los compromisos climáticos para mantener los logros del pasado y, durante la recuperación, hacer inversiones que impulsen un futuro más inclusivo, sostenible y resiliente”, afirma la ONU en el informe Shared responsability, global solidarity: Responding to the socio-economic impacts of COVID-19.

Mientras la comunidad científica busca una vacuna a contrareloj, lavarse las manos con jabón y agua sigue siendo una de las medidas más efectivas para evitar contagios y, por tanto, frenar la expansión del virus. Un gesto muy sencillo, pero que es imposible para muchos: en multitud de puntos del planeta el agua es un bien escaso y el agua limpia apta para el consumo y el saneamiento es incluso considerado un bien de lujo. Se calcula que en todo el mundo, más de 2.100 millones de personas no tienen acceso a agua potable o sistemas de saneaminento y de todas ellas, más de la mitad viven en África, según la ONU. Por eso, el ODS 6 se centra de manera exclusiva en garantizar el acceso universal a fuentes de agua limpia y saneamiento para aquellos en situación de vulnerabilidad.

El ODS 6 se centra en garantizar el acceso universal a fuentes de agua limpia y saneamiento

A pesar de los progresos alcanzados en este terreno, “una de cada tres personas en el mundo no tiene acceso a agua potable y dos de cada cinco no cuentan con instalaciones de saneamiento mejoradas que permiten lavarse las manos con jabón y agua”, explica la ONU. La desigualdad de los recursos hídricos no es un fenómeno nuevo, pero tal y como reconoce la organización, “la pandemia de la COVID-19 ha demostrado la importancia crítica del saneamiento, la higiene y el acceso adecuado a fuentes de agua limpia para prevenir y contener enfermedades”.

Más allá del coronavirus, el agua contaminada y la falta de instalaciones sanitarias están relacionadas con la propagación de otras enfermedades que se cobran la vida de miles de personas al año. La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala, entre otras, patologías como la malaria, cuyos vectores se reproducen en el agua y que se estima que solo en 2018 mató a 405.000 personas (el 67% menores de cinco años); la helmintiasis, transmitida por “huevos presentes en las heces humanas que contaminan el suelo en las zonas con malos sistemas de saneamiento” y que afecta a alrededor de 1.500 millones de personas, y la diarrea aguda. Esta última es la causa de la muerte de dos millones de personas al año, de las cuales -apunta la ONU- el 90% son provocadas por mala higiene y agua insalubre. Además, es especialmente dura con los niños: más de 800 mueren cada día por diarrea.  

Según las estimaciones de la comunidad científica, es probable que dentro de no mucho tiempo el coronavirus cuente con una vacuna. No obstante, epidemiólogos y científicos de todo el mundo apuntan a que esta no es ni será la última pandemia a la que se enfrente la humanidad. En este sentido, una recuperación que no se centre en los Objetivos de Desarrollo Sostenible en general, y en el número 6 en particular, podría convertirse en un mero parche. El acceso a agua limpia y a instalaciones sanitarias es absolutamente necesario para mantener una mínima higiene y dignidad personal y, además, es un impulso para lograr otros objetivos como el de la lucha contra la desigualdad. “El agua y la higiene decente son una clave fundamental para lograr los ODS, incluidos el de buena salud e igualdad de género”, argumenta la ONU. A pesar de ello, mientras haya personas en el mundo que no tengan acceso a agua limpia o que no dispongan de instalaciones de saneamiento toda la humanidad seguirá en riesgo de vivir otra pandemia.

Plásticos: entre la necesidad y el exceso

Una gigantesca isla de plástico, que se calcula que equivale en superficie a la de Francia, España y Alemania juntas, flota desde hace tiempo en mitad del Pacífico. Es el resultado de los miles de millones de residuos acumulados en nuestros océanos dese hace décadas. La comunidad científica lleva años alertando sobre el grave impacto que tienen los plásticos no biodegradables sobre el medioambiente. Parecía que en 2020 se iba a dar un salto cualitativo en el modelo de producción de este material; sobre todo porque los plásticos de usar y tirar pasarán a estar prohibidos en la Unión Europea el año que viene. Además, el 6 de marzo de este año, España se sumaba al Pacto Europeo de los Plásticos para reducir la utilización innecesaria. Sin embargo, con la irrupción del coronavirus, nuestras prioridades han cambiado radicalmente.

Ahora mismo lo más urgente es superar la pandemia y, aunque muchos países afrontan con buenas perspectivas la desescalada, las precauciones por el contagio tardarán en abandonarnos. Pantallas, mamparas, batas, guantes y respiradores son ahora más que necesarios que nunca, pero cabe recordar que, en su mayoría, están hechos de plástico. De igual modo, muchos de los Equipos de Protección Individual (EPI) son de un solo uso, por lo que irremediablemente, ahora se generan aún más residuos de este material que antes de la alerta sanitaria.

Consciente de la situación, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico publicó esta semana una serie de indicaciones para la gestión de residuos derivados de la crisis sanitaria del coronavirus. Esta serie de pautas a seguir, recogidas en un documento llamado “Orientaciones para la prevención y gestión de residuos durante las fases de desescalada” hacen hincapié en evitar las mascarillas y guantes de un solo uso siempre que sea posible en todos los sectores de la población. Según el Ministerio, las dos prioridades actualmente, la protección de la población ante el virus y la recuperación económica, no deben impedir “avanzar hacia modelos de producción más sostenibles”. Es más, para el Gobierno, la reactivación económica representa una oportunidad para progresar “hacia una economía circular y descarbonizada”, en línea con las políticas que desde la Unión Europea se han puesto en marcha en los últimos meses.

Algunos grupos ecologistas que trabajan en China ya han denunciado la acumulación de mascarillas desechables en la Isla de Soko, cerca de Hong Kong. Y el país asiático no es el único. En España se calcula que durante el mes de abril los residuos plásticos se multiplicaron por cuatro. Se trata de restos que no pueden ser reciclados y que acabaran en un vertedero o incinerados.

Se calcula que en abril los residuos plásticos se han multiplicado por cuatro en España

Desde el Ayuntamiento de Valencia, una de las regiones más afectadas por el coronavirus, se calcula que desde que empezó la pandemia se han generado más de 300 toneladas de estos residuos solo en las residencias de ancianos. Por otro lado, según Ecoembes, en la primera semana de confinamiento aumentó un 15% la basura recogida en el contenedor amarillo de los hogares, la de plásticos. Esto supone un claro retroceso en los objetivos de reciclaje para las próximas décadas: en 2035 se esperaba reutilizar el 65% de los plásticos reciclados, pero a día de hoy apenas superamos el 30%.

Un impulso a los materiales alternativos

¿Existen formas de paliar este exceso de producción de un material altamente contaminante sin dejar de ser efectivos en la prevención del contagio o para la protección del personal? Además de aumentar el uso del plástico, la pandemia también ha abierto la puerta al desarrollo de materiales alternativos menos dañinos para el medioambiente. Pero estos problemas con la gestión de los residuos originados por el uso masivo de guantes y mascarillas en nuestro país podrían tener solución. Investigadores del CSIC han desarrollado una fibra completamente biodegradable y antiviral para fabricar estos instrumentos que permitirían reducir el uso de plásticos sin perder la seguridad de no contagiarnos con el virus. Además, gobiernos como el de Asturias ya están trabajando en ello: desde que comenzó la crisis sanitaria, una fábrica de Gijón, con apoyo del la Administración y la participación de varias empresas de material médico, comenzó a producir mascarillas reciclables.

En EE. UU., el fabricante de automóviles Ford está produciendo batas reutilizables a partir de materiales de los airbags que pueden lavarse hasta 50 veces, mientras que la Universidad de Nebraska está investigando sobre si la luz ultravioleta podría descontaminar y prolongar la vida de las mascarillas quirúrgicas.

A pesar de los rápidos avances que se están haciendo en esta dirección, todavía queda esperar a que se generalicen modelos de mascarilla como el patentado por la empresa británica Virustatic Shield, que contiene una “redecilla antiviral” reutilizable. Por el momento, las mascarillas artesanales de tela sin protección extra, aunque no sean tan efectivas como una médica, lavarlas a 60 grados es lo recomendado.

En cualquier caso, los expertos han explicado en numerosas ocasiones que el jabón y el agua caliente son efectivos para acabar con el coronavirus tanto en envases como en otros objetos. Con la excepción de hospitales y otros entornos médicos donde la precaución tiene que ser extrema, manteniendo estos estándares de higiene y desinfección, no hay motivo para fomentar el uso de envases y objetos reciclables frente a los reutilizables.

Por otro lado, muchas organizaciones ecologistas, como Greenpeace España, proponen reducir aún más el consumo de plásticos en otros ámbitos, acelerando el proceso en el que ya estaba inmersa toda la Unión Europea.

La recomendación no es nueva, pero puede ser útil: consumir productos frescos y de temporada en comercios de cercanía, que no emplean envases de plástico, o utilizar nuestras propias bolsas de tela o recipientes para comprar a granel es una buena manera de reducir el consumo de plásticos en un momento en el que, hasta que existan alternativas seguras y asequibles, son necesarias para hacer frente a esta crisis sanitaria.  

#Coronavirus: consejos para una 'mens sana'

La pandemia de la COVID-19 no solo ha tenido un fuerte impacto social y económico en la población mundial, sino también psicológico. Sin ir más lejos, en una entrevista reciente, Dévora Kestel, directora de Salud Mental de la OMS, equiparaba el daño psicológico que puede provocar esta situación al que acontece en catástrofes naturales o periodos de guerra. Son muchos los expertos que advierten de las secuelas que ya se están dejando notar en todos los ámbitos de nuestra vida.

Ansiedad, nerviosismo, problemas de sueño o de concentración e incluso, síntomas de depresión son sensaciones comunes en estas semanas de confinamiento e incertidumbre. Esta situación es especialmente delicada también en el caso del personal sanitario, sobre el que los expertos ya avisan que se registrará con alta probabilidad casos de síndrome de estrés postraumático. Para evitar estas situaciones y cuidar nuestra salud mental durante el confinamiento y el proceso de desescalada anunciado por el Gobierno, instituciones como la propia OMS y los diferentes Colegios de Psicólogos han propuesto una serie de consejos y pautas que se detallan a continuación.

1. Aceptar nuestras emociones y reconocerlas

Este es el principal consejo, pero también uno de los más complejos de asimilar. Según sostienen las diferentes instituciones, sufrir ansiedad o trastornos de cualquier tipo asociados a la cuarentena es algo común. Por eso, no debemos sentirnos avergonzados, culpables o presionados por encontrarnos bajos de ánimo. Ser capaces de reconocer los efectos del aislamiento y formularlos de manera consciente es el primer paso para trabajar en ellos y, sobre todo, para llevar a la práctica el punto dos.

2. No estamos solos y podemos pedir ayuda

Que se deba aplicar una distancia física para prevenir los contagios no significa que estemos solos. Tanto la OMS como los psicólogos de cabecera recomiendan mantener el contacto con la familia y los amigos, ya sea por teléfono o a través de las videollamadas, que han pasado a formar parte de nuestro día a día en el confinamiento. Los especialistas nos animan a apoyarnos en nuestros seres queridos si nos encontramos mal e incluso pedir ayuda online a un profesional.

3. También necesitamos nuestro espacio

Es posible que estés pasando esta cuarentena con tus familiares, tu pareja o tus compañeros de piso. Sin embargo, aunque el calor humano se ha vuelto un bien aún más valioso en estos días, la mayoría de los expertos recuerdan que no debemos sentir culpabilidad por necesitar también tiempo para nosotros. De la misma manera que nos hace falta la convivencia y el contacto con otras personas, a veces también nos viene bien cierta distancia.

4. Infodemia: mejor poco y bien que mucho y mal

El Colegio de Psicólogos de Madrid ha publicado varios artículos en su web estas semanas con recomendaciones sobre las fake news. Según expone esta institución, el exceso de noticias negativas, muchas de ellas inexactas, exageradas o sesgadas, puede llevarnos al pesimismo y la ansiedad. Así que, a pesar de que parezca más propio de portales de fact checking que de terapeutas, se trata de un consejo de mera superviviencia: la sobreinformación en estos momentos puede generar estados de pánico y confusión. Los expertos recomiendan no dejarse llevar por informaciones alarmistas y seleccionar con precaución las noticias que se consumen.

5. Mantenerse activo mentalmente

La frase Mens sana in corpore sano está más de moda que nunca. Ejercitar la mente es esencial, ya que nuestro cerebro es un órgano como los demás que necesita ser oxigenado para funcionar de manera correcta. Los especialistas aconsejan leer, hacer puzles o practicar aquello que permita mantener la mente activa. Entretenerse y relajarse es fundamental en estos tiempos, y cada uno tiene su método.

6. Tomárselo con calma

En estos días de confinamiento, las redes sociales se han llenado de retos y actividades en las que invertir el tiempo. Sin embargo, otra recomendación del Colegio de Psicólogos de Madrid es darse tiempo para no hacer nada si así lo necesitamos. Parece contradictorio, pero desde el Colegio nos indican que, como en todo, la virtud está en el equilibrio. Si nos obsesionamos con tener un aislamiento productivo acabaremos provocando la misma ansiedad que necesitamos evitar. Así pues, se trata de mejorar en el cuidado propio y de los demás, no de juzgarse y autoimponerse más presión de la debida.

Seguir estas pautas para cuidar nuestra mente nos ayudará a paliar los efectos psicológicos de esta situación extrema a la que no nos habíamos enfrentado antes.

#Coronavirus: el ejemplo de los trabajadores en esta pandemia

Valeria Cafagna

El coronavirus ha trastocado nuestras vidas, en muchos casos con una fuerza devastadora. Ni el mundo ni la sociedad española volverán a ser los mismos. Sin embargo, esta trágica situación también ha demostrado, como ya ha ocurrido en otros momentos duros de la historia, que en las mayores dificultades los seres humanos sacamos lo mejor de nosotros mismos. Hoy, 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, rendimos un sincero homenaje a todos aquellos que han demostrado una gran altura moral al ponerse en primera línea de batalla para servir y proteger al resto la ciudadanía:

Los sanitarios, que luchan para cuidar de nuestra salud frente al virus.

Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que velan por nuestra seguridad.

Los empleados públicos, que garantizan el funcionamiento de la Administración Pública.

Los empleados del sector alimentario, esenciales en nuestro día a día.

Los transportistas y mensajeros, que conectan recursos y personas a lo largo del territorio.

Los profesionales de los servicios de movilidad, que garantizan nuestros desplazamientos.

Los trabajadores de la industria, que han seguido abasteciendo nuestros mercados.

Los periodistas, que nos informan puntualmente de la evolución de la pandemia.

Y una mención especial a los profesionales del sector energético, que desde el inicio de esta crisis han seguido trabajando para garantizar que la energía llegs a todos los rincones de España. En Red Eléctrica, más de 400 ingenieros y técnicos trabajan 24/7 para garantizar la seguridad y continuidad del suministro eléctrico y por el buen estado de la red de transporte.

La lista de trabajadores a los que debemos estar agradecidos es infinita. A todos les une el mismo modus operandi cada día: ¡mascarilla, guantes y acción! Con valentía y una gran vocación de servicio dejan a diario sus hogares y sus familias para proteger a las nuestras. Por todo esto, ellos deben sentirse orgullosos y, nosotros debemos recordar, cuando superemos esta crisis, que vencimos al virus gracias a su esfuerzo.

Afortunadamente, su implicación no ha pasado desapercibida. Desde el inicio de la pandemia, se generó un movimiento con el que la sociedad civil traslada a diario su agradecimiento. Siguiendo el ejemplo de Italia, cada día, a las 20h, dedicamos un aplauso a todos estos profesionales desde nuestros balcones y ventanas. Este aplauso es mucho más que un reconocimiento. Con cada palmada contribuimos a visibilizar la importancia de estas profesiones que, antes de esta crisis, en muchos casos pasaban desapercibidas. El COVID-19 deja tras de sí una estela de sufrimiento, pero también enseñanzas fundamentales para construir una sociedad mejor.

Por supuesto, el 1 de mayo es el día de todos los trabajadores y, aunque rindamos un tributo especial a los que están al frente de los servicios esenciales, también debemos recordar al resto de colectivos. A los que, desde casa, a través del trabajo en remoto, siguen contribuyendo al progreso económico de nuestro país, a la disponibilidad de muchos otros servicios, a nuestro bienestar físico y mental o a la educación de nuestros hijos.

A todos, ¡gracias!

Un atípico 1 de mayo

La celebración del Día Internacional de los Trabajadores se remonta al siglo XIX en plena Revolución Industrial. Concretamente fue en Chicago, Estados Unidos, donde el 1 de mayo de 1886 se levantó un movimiento obrero multitudinario en el que diversas organizaciones unieron fuerzas para luchar por una jornada de trabajo más digna. El camino recorrido desde entonces ha sido largo, pero los avances han sido inmensos.

Este año su conmemoración será atípica. No se celebrarán las tradicionales manifestaciones o celebraciones multitudinarias. Pero, desde nuestros hogares, seguiremos aplaudiendo a todos los valientes que a diario nos sanan, asisten y protegen en estos momentos.

#Coronavirus: infodemia y desinformación

Ilustración: Valeria Cafagna

El 31 de diciembre de 2019 China informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de los primeros casos provocados por un brote de un nuevo coronavirus desconocido en humanos hasta la fecha. Ese día, el interés de la comunidad online (las búsquedas realizadas) por el término coronavirus era –en un baremo en el que el cero equivale al mínimo interés y el cien al máximo– menor a uno, según datos de Google Trends. Este interés se mantuvo por debajo de veinte hasta el 25 de febrero. Ese día, la oficina de prensa de la región de Lombardía, el epicentro del coronavirus en Italia, anunció el aislamiento de alrededor de 100.000 ciudadanos. El COVID-19 afectaba seriamente al norte de Italia y empezaba a expandirse por el resto del continente europeo. El interés ciudadano aumentó –hay que tener en cuenta que Google Trends no recopila datos de muchos países de Asia– y afianzó otro fenómeno ya señalado previamente por la OMS: la infodemia.

La palabra infodemia (infodemic, en inglés) –fruto de la unión de ‘información’ y ‘pandemia’– fue usada por primera vez por la OMS el pasado mes de febrero para referirse a la saturación de información en torno al coronavirus. Una información que, según la organización, “puede ser veraz o no y dificulta que las personas encuentren fuentes fiables cuando lo necesitan”. Mientras que históricamente, en situaciones de crisis lo más común ha sido “la falta de información, especialmente por parte de fuentes oficiales, en la era de la conexión, el problema no es la falta de información, sino la sobreabundancia de esta y el desafío de averiguar en cuál debemos confiar y en cuál no”, señala Kate Starbird, investigadora del comportamiento de la información online en periodos de crisis en la Universidad de Washington.

Plataformas como Twitter, Facebook o Google ya están luchando contra las fake news

“En tiempos de ‘sobre-información’, incertidumbre y ansiedad somos particularmente vulnerables a la desinformación, que puede arraigarse en el proceso de creación de sentido colectivo. Además, como participantes activos de los entornos online todos podemos terminar absorbiendo y difundiendo las fake news”, explica Starbird. Las redes sociales -incluido Whatsapp- a menudo son el nido de la infodemia, el caldo de cultivo idóneo para la proliferación de noticias falsas y bulos, un hecho que no es nuevo pero que, con la crisis del coronavirus ha aumentado a un ritmo muy alto, poniendo incluso en peligro “la lucha contra la enfermedad y su contención, con consecuencias que pondrán en peligro la vida humana”, cuenta Tedros Adhanom, director general de la OMS.

Ejemplo de este fenómeno son los 1,5 millones de cuentas sospechosas de manipular y difundir spam detectadas por Twitter en los últimos 15 días, así como los 1.100 tuits borrados directamente por “contenido engañoso y potencialmente dañino”.  Pero Twitter no está solo en la lucha contra la desinformación.

Cuando lo OMS vio el peligro que suponía la infodemia para solucionar la crisis provocada por el coronavirus, se puso en contacto con otras empresas del sector y “algunas de ellas, como Google, Facebook, Pinterest, TikTok, Tencent, están prestando su apoyo”, asegura Adhanom en un artículo de El País. Un ejemplo de esta colaboración entre las autoridades sanitarias y los responsables de las redes sociales son la Alerta SOS, lanzada por Google para facilitar la búsqueda de información sobre el coronavirus, el enlace al portal web de la OMS que ha incluido YouTube en los vídeos que mencionan al coronavirus o el mensaje de Facebook e Instagram animando a sus usuarios a consultar fuentes oficiales si buscan información sobre la pandemia en su página web.

Es importante recordar que, ante la incertidumbre, los lectores siempre deben recurrir a fuentes de información fiables y contrastadas como los medios de comunicación y los organismos y autoridades sanitarias – como la web de la OMS o en España la del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social.


#Coronavirus y el reto de los ODS

Con la llegada de esta trágica pandemia hemos pasado a ser del todo conscientes del efecto mariposa de la globalización. Esa cosa etérea, lejana, que sin embargo hoy se cuela en nuestras casas y en nuestras vidas (siempre lo hizo, aunque de forma menos directa). Curiosamente ahora, confinados, distanciados por responsabilidad cívica, entendemos mejor que nunca la complejidad de las interconexiones que tejen nuestro mundo. “Si las relaciones entre seres humanos se representaran con trazos a bolígrafo, el mundo sería un único y gigantesco garabato”, escribe el escritor italiano Paolo Giordano en En tiempos de contagio, el primer documento literario publicado sobre esta emergencia sanitaria.

El COVID-19 no es más (ni menos) que el nombre que adopta en este momento concreto el conjunto de amenazas globales sobre las que los científicos llevan no pocos años advirtiendo y que han contribuido a divulgar organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) e iniciativas privadas como el World Economic Forum (WEF). En su último informe Global Risks Report presentado en Davos el pasado mes de enero, el WEF esbozaba los principales desafíos a los que se enfrentará el planeta en la próxima década en términos de probabilidad: pérdida de biodiversidad y estrés de los ecosistemas, crisis alimentaria y escasez de agua, nuevas enfermedades e impactos sobre los sistemas de salud, aumento de las migraciones climáticas, exacerbación de las tensiones geopolíticas o incremento de los ciberataques.

Este mapa de riesgos globales a los que nadie es inmune es la base sobre la que se construyó la Agenda 2030, la hoja de ruta para el desarrollo sostenible firmada en Naciones Unidas en septiembre de 2015 y que ahora recibe la dolorosa sacudida del COVID-19 a apenas diez años vista de su cumplimiento: ya existe el temor a que un descalabro económico relegue a un segundo plano los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y que Gobiernos y empresas se vean obligados a rebajar su ambición a la hora de concretar sus compromisos con el planeta y con las personas.

La cooperación como modus operandi frente a los retos globales es clave para construir un futuro que conecte con un mundo más sostenible

Por eso conviene recordar que incumplir estos acuerdos solo conseguirá agravar esta realidad. Porque no hay crecimiento posible sin desarrollo sostenible y sin justicia social. “La sostenibilidad, al margen de tratar de preservar el planeta, lo que trata es de acotar los excesos que la propia dinámica del sistema económico tiene por sí solo. El deshielo de los polos tiene costes concretos en términos de sequías, de erosión de los litorales, y más indirectamente de la alimentación o el aumento del gasto sanitario. Hay una cuenta de pérdidas y ganancias del crecimiento desmedido”, recuerda el economista Emilio Ontiveros en una reciente entrevista.

Sin tomar esa brújula de medio y largo plazo, todos nos dirigimos, sin excepción, a un callejón sin salida. De nosotros depende que avancemos hacia una solidaridad o empoderamiento global o nos atrincheraremos en la cueva de Platón. Y la hoja de ruta que nos marcaba el desarrollo sostenible está plenamente vigente. Solo así saldremos, pese al drama humano, reforzados”, escribe Helena Ancos, directora de Ágora y Ansari en este artículo.

Si bien es cierto que la crisis ocasionada por el COVID-19 obligará a revisar y readaptar esta agenda global (diseñada, dicho sea de paso, para ser una agenda viva), la cooperación como modus operandi frente a los retos globales es clave. Más aún en tiempos de coronavirus. No olvidemos, además, el impacto que un virus como el que nos acecha puede tener en países cuya infraestructura de salud y estructura institucional no es tan fuerte como en España, Italia o Japón.

Algunos proponen, incluso, añadir un ODS 18 centrado en la solidaridad humana. Es una posibilidad. Sin restarle importancia a la nomenclatura ni a los matices, de este escenario de incertidumbre extraemos al menos una certeza: está en nuestra mano –Gobiernos, empresas y ciudadanía– hacer un repaso positivo de lo que está pasando y rediseñar las nuevas reglas del juego de la ya bautizada era post-coronavirus para construir una nueva y mejorada normalidad. Pero siempre con la vista puesta en el bien común si no queremos que los males comunes definan nuestro futuro.

#Coronavirus y teletrabajo: ¿Estábamos preparados?

Diseño: Natalia Ortiz

Antes de que la crisis del coronavirus llevase a toda la sociedad española a un confinamiento sin precedentes, el teletrabajo era una opción poco utilizada por las empresas de nuestro país. De hecho, según un estudio de Eurostat, en 2018 la población ocupada que normalmente trabajaba a distancia en España era de un 4,3%, una cantidad por debajo de la media europea que se sitúa en un 5,2%. El contrapeso lo ponen países como Países Bajos (14%), Finlandia (13%) o Luxemburgo (11%). Sin embargo, ahora, la pandemia ha obligado a marchas forzadas a implantar el teletrabajo en aquellas empresas en las que sea posible para no paralizar al completo la actividad económica. ¿Pero de qué manera se están adaptando las empresas a esta nueva realidad? ¿Estaban realmente preparadas, en todos los sentidos, para utilizar este sistema? ¿Cómo afectará en el futuro?

"La brusquedad e intensidad que puede requerir adoptar una medida masiva de teletrabajo en la situación actual está lejos de ser la óptima para obtener los beneficios que brinda el teletrabajo, que son muchos", explica María Isabel Labrado Antolín, investigadora del Departamento de Organización de Empresas y Marketing de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Así, el escenario no es el idóneo, pero para la experta, no impide reflexionar sobre las ventajas del teletrabajo. La principal, según esgrimen sus partidarios, es la posibilidad de tener una autonomía a la hora de trabajar. Le siguen una mayor facilidad para conciliar vida personal y laboral, el ahorro de tiempo y la mejora en la productividad y el rendimiento.

En 2018 solo un 4,3% de la población ocupada trabajaba a distancia

Con la declaración del estado de alarma, quizá ninguna de estas virtudes se hace especialmente visible: según exponen desde el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, la tensión por no poder salir de casa se va acumulando y –sumado a la ansiedad, la falta de ejercicio y de interacción social, y en algunos casos, de atender a los hijos­– va haciendo mella en nuestro sistema nervioso de tal manera que posiblemente la concentración sea menor que una situación normal. Sin embargo, los expertos no dejan de ser optimistas en este aspecto.

Pedro Ramiro Palos, profesor de Sistemas de Información en la Empresa de la Universidad de Sevilla, y Víctor Garro, profesor en la Escuela de Ingeniería en Computación del Instituto Tecnológico de Costa Rica, señalan que “las soluciones de teletrabajo que se están tomando ante esta crisis sanitaria pueden crear una ventana de oportunidad para su adopción de forma más generalizada a futuro”. Pero advierten que “hacerlo de manera apresurada puede conllevar muchos riesgos”. Sobre todo porque podría acentuar una brecha que estos días ha quedado al descubierto: la digital.

El sistema empresarial español está principalmente basado en pequeñas y medianas empresas (que suponen, según cifras del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, el 99% del tejido empresarial) dedicadas, en gran parte, a sectores donde no hay opción para trabajar a distancia, desde los servicios de limpieza o sanitarios a las tiendas de alimentación. Sin embargo, en las que sí hay esa posibilidad, apenas un 14% de ellas tiene un plan de digitalización en marcha, según aseguraba hace unos días Gerardo Cuerva, presidente de la patronal Cepyme.

Así, queda de manifiesto que el grueso de las empresas en España no cuenta con los recursos necesarios para garantizar las mejores condiciones en el teletrabajo. Por supuesto, siempre hay excepciones: las grandes corporaciones en nuestro país no han tenido demasiados problemas para afrontar esta situación. Una semana antes de que el Gobierno declarase el estado de alarma, el pasado 5 de marzo la firma EY envió a toda su plantilla a trabajar desde casa tras registrar un positivo por coronavirus en su sede central. A lo largo de la siguiente semana, el resto de grandes corporaciones se sumaron a la recomendación de las autoridades de facilitar el teletrabajo en la medida de lo posible. Algunos ejemplos son Red Eléctrica, BBVA, Bankia y Telefónica.

Pero el reto del teletrabajo no depende solamente del número de trabajadores que tenga un empresa, sino de otros muchos más factores relacionados con los recursos tecnológicos y la preparación laboral de cada empresa.

El grueso de las empresas no cuenta con los recursos necesarios para el teletrabajo

"Establecer un equipo virtual de teletrabajo no solo implica que el trabajo se realice a distancia, sino que también establece una relación formal de cooperación de equipo entre el empleado, el responsable y los compañeros con el máximo nivel de interacción, comunicación y trazabilidad de tareas. Además, requiere el uso de herramientas colaborativas, con métricas de avance y rendimiento sobre los objetivos planteados", explican Garro y Palos, que apuntan que su uso es ya habitual en empresas con proyectos de desarrollo repartidos en distintos puntos del mundo o que han requerido de la colaboración de profesionales externos.

El teletrabajo más allá de la tecnología

Para María Isabel Labrado, además de una tecnología preparada y suficiente para llevar a cabo el mismo trabajo desde ubicaciones remotas, también es necesario implantar procesos para regular la nueva relación entre empresas y empleados, "más basada en la virtualización, versatilidad y automatización de tareas". "La cultura empresarial, especialmente la cultura comunicativa, jugará un papel decisivo en el éxito o fracaso de las medidas que se apliquen; la transmisión de información, la toma de decisiones, la confianza, delegación de responsabilidades y dinámicas de equipo, entre otros, se verán afectadas por los nuevos estilos de trabajo", analiza.

Más allá de los contratiempos tecnológicos y laborales, no hay que dejar de lado la vertiente emocional del teletrabajo. Si las empresas deben aprender a verificar las condiciones de trabajo del empleado en remoto y saber gestionar los procesos, las tareas que debe desempeñar y cuándo debe hacerlo, también es imprescindible que el propio trabajador esté mentalmente preparado para ello. Establecer unos límites horarios al igual que si estuviera en la oficina, separar el espacio de trabajo y el de ocio dentro de la vivienda o mantener una comunicación fluida con sus responsables y compañeros son algunas de las condiciones básicas. Pero no las únicas: aspectos intangibles como la confianza, la ética o la motivación son decisivos para que su implantación tenga éxito.

Aunque es pronto para saber cómo influirá la crisis del coronavirus en la normalización del teletrabajo, todos los expertos creen que de estos meses dependerá su futuro en nuestro país. "El COVID-19 pasará en un tiempo, pero la experiencia generada con el teletrabajo en equipo virtual, organizado con buenas prácticas de gestión y colaboración, aunado a la incorporación del 5G, marcará una nueva era en las relaciones laborales y las tareas para las empresas que se sumen a esta evolución", concluyen Palos y Garro.

¿Cómo se construye una 'smart city'?

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Lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles es uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Para alcanzar esa meta de cara a 2030 es imprescindible rediseñar las urbes y convertirlas en espacios más eficientes energéticamente, con un sistema de movilidad eléctrica más accesible y unas infraestructuras pensadas para todos los ciudadanos.

Viajar sin contaminar: el gran desafío de la década

turismo

El turismo es la gallina de los huevos de oro de la economía de muchos países. Sin turismo no salen las cuentas: es uno de los sectores que más aporta a la economía a nivel mundial. Nunca falla. Como tampoco lo hace FITUR, la feria de turismo española por antonomasia y una de las más importantes del mundo que este año celebra su 40 aniversario. Durante esta semana y hasta el próximo 26 de enero la feria abre sus puertas en el Palacio de Congresos de Madrid, donde se reunirán los profesionales más destacados del sector.

Según los últimos datos de la Organización Mundial del Turismo, cerca de 1.600 millones de personas harán las maletas en algún momento de este 2020. Esta cifra subraya el gran impacto del turismo en la economía mundial: es responsable directo del 10% del PIB del planeta y genera 1 de cada 10 empleos en el mundo. A pesar de los beneficios que el turismo tiene para la economía, cabe recordar que todos los desplazamientos dejan huella en nuestro planeta.

El turismo es responsable directo del 10% del PIB del planeta

Sin ir más lejos, la Agencia Europea del Medio Ambiente estima que un vuelo de Madrid a Barcelona con 100 pasajeros emite cerca de 14 toneladas de CO2. El mismo trayecto, con el mismo número de viajeros, pero en tren, produce 7.000 kilogramos del mismo gas. Datos de este organismo señalan al avión como el medio de transporte más dañino con el planeta. Y es que llega a contaminar hasta 20 veces más que otros medios. A pesar de los esfuerzos — de momento, insuficientes— del sector para reducir sus niveles de contaminación, la realidad es que a día de hoy es el responsable del 2,5% de los gases invernadero. Y eso no es todo. De seguir con los ritmos actuales, se calcula que para el 2050 las emisiones procedentes de los vuelos aumentarán en un 300%.

Por ello, el turismo juega un papel clave en la Agenda 2030 y en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, ya que tiene el potencial para contribuir de manera decisiva en la consecución de los grandes desafíos de la década. Bajo esta perspectiva, ya son varios los países que han empezado ya a “viajar” hacia un turismo más sostenible con medidas que van desde la aplicación de tasas económicas al visitante hasta la limitación del número de turistas permitidos o la eliminación de los vuelos de corta distancia. Todas ellas están orientadas a buscar un equilibrio entre potenciar el turismo y garantizar la sostenibilidad del entorno.

Asia

Bután es un claro ejemplo de cómo apostar por el turismo sin que el ecosistema salga perdiendo. Bajo la política “valor alto, impacto bajo”, el pequeño estado budista del sudeste asiático ha limitado el número de visitantes anuales que pueden acceder al país para así controlar y minimizar el impacto medioambiental. Entre las medidas aplicadas se encuentra el pago de una tasa diaria de 200 euros por persona que incluye el alojamiento y la obligación de llegar al país a través de una agencia de viajes autorizada por el Gobierno. Estas soluciones han hecho de Bután un referente a nivel mundial en turismo sostenible.

Un grupo de espectadores observan un baile tradicional de Bután

La recientemente renombrada como República de Palau, el país formado por islas volcánicas que se encuentra al oeste de Filipinas, también ha dado un paso más en el campo del ecoturismo. A través de la firma de la “promesa de Palau”, una especie de contrato redactado por los niños y niñas del país, los turistas se comprometen a cumplir una serie de indicaciones a la hora de visitar el país. El objetivo, según las autoridades nacionales, es que el visitante sienta que es su deber proteger y preservar el entorno.

Latinoamérica

En latinoamérica también se encuentran ejemplos de Gobiernos que han decidido priorizar la supervivencia del entorno natural frente a los beneficios del turismo. Las islas Galápagos, situadas en el océano Pacífico a casi 1000 km de las costas de Ecuador, llevan desde hace años restringiendo el número de visitantes por cuestiones medioambientales. Además, las autoridades ecuatorianas han implementado una tasa para los turistas de 100 dólares por persona y han limitado también la presencia de visitantes en determinadas áreas con el objetivo de luchar contra la degradación del ecosistema.

Fernando de Noronha, otro archipiélago de islas situado en el nordeste de Brasil, tiene un límite diario de turistas fijado en 450. Sin embargo, esta cifra no siempre se respeta debido a la histórica flexibilidad de las autoridades brasileñas en temas de protección del medio ambiente. El Gobierno de la zona también ha fijado una tasa de 20 euros por persona y día que se emplea para llevar a cabo proyectos orientados a preservar la biodiversidad.

España

Dentro de nuestras fronteras, Barcelona, que desde hace años se enfrentado a las consecuencias de un turismo masificado, ha tomado medidas contra uno de los medios de transporte más dañinos: los cruceros. Con una media de 750 escalas diarias en el puerto de Barcelona, en temporada alta llegan a coincidir en aguas catalanas hasta diez naves de gran tamaño. Por este motivo, el Ayuntamiento de Barcelona está a punto de aprobar un paquete de medidas que limitará el número de cruceros en la capital catalana.

Turistas reunidos en la Fuente Mágica de Montjuïc, en Barcelona

Por último, en las Islas Baleares se instauró en el año 2018 un impuesto conocido como ecotasa. Desde entonces, los turistas que visiten alguna de las islas deberán abonar un pago que puede llegar a ascender hasta 4 euros por persona y día dependiendo del establecimiento en el que se alojen. En el año 2019, gracias al Impuesto del Turismo Sostenible, el Gobierno balear recaudó más de 100 millones de euros que, según las autoridades, están destinados a mejorar la calidad de vida en las islas con proyectos enfocados a crear infraestructuras más sostenibles.