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Los derechos humanos, bajo la lupa

Los períodos de crisis tienden a tener un efecto negativo en los derechos de la población. Los derechos humanos y sociales son un daño colateral de las situaciones problemáticas, como han ido demostrando las grandes vicisitudes de la historia reciente. La Gran Recesión de hace poco más de una década impactó profundamente en la sociedad, aumentando las desigualdades y precarizando derechos. La gran pregunta ahora es si la pandemia del coronavirus ha tenido un efecto similar.

La FRA alerta: «la pandemia ha tenido un tremendo efecto negativo en el disfrute por parte de la gente de los derechos sociales»

El último estudio de la Agencia de los Derechos Fundamentales (FRA, por sus siglas en inglés) ha abordado esa cuestión, analizando la factura del covid-19. Sus investigaciones confirman que la crisis sanitaria sí ha tenido un efecto directo sobre los derechos de la ciudadanía europea. El Informe de la FRA sobre los derechos fundamentales de 2022 concluye: «la pandemia ha tenido un tremendo efecto negativo en el disfrute por parte de la gente de los derechos sociales, afectando a todas las áreas de la vida».

Así, durante los últimos años se han hecho más abruptas tanto la desigualdad como la situación de vulnerabilidad de ciertos colectivos. Quienes estaban en una posición precaria antes de la crisis sanitaria, han salido de ella en una situación mucho peor. De hecho, el porcentaje de europeos que están en una situación delicada ha escalado. En febrero/marzo de 2021, el 23,7% de los habitantes de la Unión Europea reconocía que le costaba llegar a final de mes. En 2019, eran el 18,5.

También ha crecido el número de personas que siente que la sociedad europea las está dejando de lado. Es el 26% de los europeos, frente al 18,3% que aseguraba lo mismo en 2020. En este punto, la situación es más complicada para las mujeres que para los hombres. El 23,3% de los hombres asegura sentir esa percepción (frente al 17% de 2020), mientras que son el 27,7% de las mujeres (frente al 19,3% previo) quienes acusan esos efectos.  Por edades, los más jóvenes son –sin tener en cuenta el género– los más perjudicados. El 32,8% de los europeos de entre 18 y 34 años cree que la sociedad los está expulsando.

Los grandes puntos de tensión

Más allá de las percepciones de la ciudadanía y de lo que ha supuesto en términos de precariedad esta crisis, algunas áreas se han visto especialmente tensionadas. Entre todos los golpes que los derechos fundamentales han sufrido durante este último año, la FRA ha identificado tres áreas clave en las que los efectos han sido más duros.

La primera es la de los derechos de la infancia. Según las conclusiones del informe, la crisis ha aumentado el riesgo de exclusión y pobreza de aquellos menores europeos que ya estaban en entornos más desfavorecidos. Así mismo, la pandemia ha tenido un efecto directo –y para peor– sobre el bienestar infantil y el acceso a la educación. Por ejemplo, no toda la infancia contaba con los mismos recursos para acceder al e-learning.

Al 23,7% de los europeos les cuesta llega a fin de mes y el 26% siente que la sociedad los deja de lado

El siguiente punto en el que las cosas han empeorado ha sido en el racismo. Durante estos años pandémicos, tanto los delitos de odio como la discriminación han subido. De forma particular, la FRA destaca cómo ha aumentado «la incitación al odio en línea contra los migrantes y las minorías étnicas».

Por tanto, no sorprende que el otro gran punto en el que el organismo europeo ha identificado como tensionado haya sido el conectado con las migraciones. «Las personas migrantes fueron víctimas de violencia o expulsadas en las fronteras terrestres de la UE y más de 2.000 migrantes murieron en el mar», señala el comunicado en el que se aborda el estudio, recordando que el número de menores migrantes no acompañados que han llegado a las fronteras europeas en este período ha subido.

Por tanto, alerta la agencia comunitaria, es crucial que en los planes de recuperación europeos se tenga en cuenta el fomento de los derechos y, también, que se trabaje para la cohesión social. Por ahora, los fondos de recuperación ya han ido en esa dirección. «La respuesta a la pandemia del covid-19 y la guerra de Ucrania muestran cómo se forja la Unión Europea cuando se enfrenta a crisis», asegura el director de la FRA, Michael O’Flaherty, señalando que los planes de financiación «pueden y están marcando una diferencia significativa». La UE no debe perderlo de vista.

Nacer sin existir. La identidad como factor clave en la protección de los derechos humanos

Nacer, pero sin existir. Como si la vida dejase a alguien en el camino. Con una historia personal, pero sin un rostro oficial. Esa es la situación en la que se encuentra una cuarta parte de los niños y niñas en el mundo: en total, según cifras de las Naciones Unidas, 166 millones de menores de cinco años no están registrados oficialmente en sus países. Sin identidad, son invisibles a la hora de acceder a la educación, la atención médica y otros servicios básicos en cualquier sociedad.

Cada día nacen en el mundo miles de niños que quedan sin registrar y, por tanto, desprovistos de un nombre reconocido y de una nacionalidad. A pesar de que durante las últimas décadas la población mundial infantil ha crecido exponencialmente, cuando se pone la lupa sobre los registros de algunos países aparece ese agujero negro. A pesar de que lo establece la Convención de los Derechos Humanos del niño, en los países más vulnerables la identidad de los más pequeños a través de los certificados de nacimiento todavía hoy no está garantizada.

Según Unicef, en 2007, solo un 0,1% de los recién nacidos en las islas Salomón contaban con un certificado de nacimiento

«El registro de nacimiento es más que un derecho. Muestra cómo la sociedad reconoce y admite su identidad y existencia», explicaba la directora adjunta de UNICEF, Geeta Rao Gupta, en un informe que analiza el fenómeno en 174 países. «Es clave para garantizar que los niños no sean olvidados, que no se queden detrás del progreso de sus naciones».

Esa es precisamente una de las metas que se han propuesto –y que ha pasado más desapercibida que otras– los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Concretamente, es el ODS 16, que busca apuntalar la justicia y las instituciones sólidas, el que recoge esta meta, la 16.9: proporcionar una identidad jurídica a todas las personas, evitando así que la infancia pase por ese coladero de sistemas incapaz de ampararla. Según UNICEF, los porcentajes más bajos de registros de nacimiento se encuentran en Somalia (3%), Liberia (4%), Etiopía (7%), Zambia (14%) y Chad (16%).

En busca de los niños sin nombre

Si ningún ser humano es una isla entera por sí mismo, como ya se encargó de decir el poeta John Donne, sino que cada uno es una parte de una sociedad al completo, ¿por qué todavía nos encontramos con este alto número de personas invisibles? Los expertos apuntan como principal barrera a la dificultad de establecer sistemas de registro en países con pocas y malas infraestructuras de comunicación. Ese es el motivo por el que el fenómeno de la no-identidad se da, como indica UNICEF, principalmente en las zonas del África subsahariana y el sudeste asiático, donde al mismo tiempo encontramos la mayor parte de los conflictos armados activos: Afganistán, Siria, Yemen, las luchas en el Sahel o la guerra olvidada de Sudán del Sur.

Así, el descontrol de los registros es retroalimentado por la inseguridad de estos territorios y las instituciones débiles, que complican aún más la emisión de certificados de nacimiento de sus habitantes. Sobran los ejemplos: en 2007, en las islas Salomón, con más de seis millones de habitantes e importantes conflictos étnicos, solo el 0,1% de los menores del archipiélago contaron con un certificado de nacimiento. Y en Papúa Nueva Guinea, UNICEF encontró un único punto de registro civil para una población de siete millones de habitantes, lo que dificultaba a muchos el desplazamiento al no poder permitirse perder días de trabajo o afrontar los gastos de transporte correspondientes.

La falta de una identidad oficial sitúa en un punto delicado a las poblaciones de por sí vulnerables, como las mujeres, los migrantes o las minorías étnicas

Son las propias instituciones las que no se encargan de facilitar el registro a sus habitantes o de informarles adecuadamente sobre cómo proceder con el certificado de nacimiento, poniendo demasiadas trabas burocráticas. De hecho, como reveló un estudio de Data2X, la alta mortalidad de los menores de cinco años desmotiva a muchos padres a invertir tiempo en conseguirles una identidad, optando por destinar sus escasos ingresos a aspectos considerados más urgentes, como la alimentación o la vivienda.

La siguiente ficha del tablero la mueven los propios sesgos culturales de cada país, que suelen priorizar el registro de un género o una etnia, especialmente en las zonas rurales. Así, el problema se vuelve aún más complejo para las mujeres, los migrantes y las minorías, lo que a la vez hace su situación aún más delicada: desprovistos del amparo del sistema, se encuentran aún más indefensos frente a situaciones de trata y abuso, pero también ante problemas serios de salud –sin estar registrados no pueden acceder a tratamientos y vacunas– o la pobreza endémica.

Por último, los movimientos masivos de poblaciones, que cada vez superan más techos debido a los desplazamientos provocados por los conflictos armados y las consecuencias del cambio climático, hacen aún más invisibles a esas personas que nacieron sin identidad. Ante una llegada masiva de refugiados sin nombre, a cualquier país le resulta imposible asegurar su protección sin contar con un solo dato oficial de su vida. Y es un suma y sigue: de nacer nuevos bebés en los campos de refugiados y zonas de asilo, esta invisibilidad se hereda hacia el resto de las ramas del árbol genealógico.

Ante esta situación, y aprovechando los beneficios que ofrece la digitalización, países como Belice –donde gran parte de la población cuenta con teléfonos móviles– decidieron en plena pandemia buscar formas de incrementar las partidas de nacimiento, aprovechando los paquetes de ayuda contra la covid-19 para incluir folletos explicando cómo rellenar un formulario de registro en una app conectada directamente con el registro civil y centrándose en las comunidades más vulnerables, como los nacidos en comunidades indígenas o los solicitantes de asilo.

Otras estrategias como vincular el registro de las campañas de vacunación o las campañas de certificación itinerantes han mostrado también cierto éxito en países como Guinea y Sudán, recuperando algo fundamental en cada persona: la protección de sus derechos (que es la de su propia vida).

La igualdad de género, requisito fundamental para un mundo sostenible

En la lista de objetivos para un mundo más sostenible que la ONU fijó en la Agenda 2030, se encuentra, como uno de los puntos destacados, la igualdad de género. El objetivo 5 interpela a «lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas», recordando que, aunque se han logrado avances en los últimos años, «todavía existen muchas dificultades». La reciente crisis del coronavirus y los efectos del cambio climático –que está perjudicando más a las mujeres– hacen que la situación sea más precaria e, incluso, más urgente.

La importancia de la igualdad se explica, como apunta Naciones Unidas, por el impacto que esta tiene no solo en las mujeres sino en la sociedad en general. «Los retos a los que nos enfrentamos hoy –la pandemia del coronavirus, la crisis climática, el crecimiento y propagación de conflictos– son en gran parte el resultado de nuestro mundo y nuestra cultura dominados por el hombre», afirmaba este mes de marzo el secretario general de la ONU, António Guterres. Conseguir la igualdad de género y la paridad resultan cruciales para lograr un mundo «más seguro, más pacífico, más sostenible» para todos, alertaba Guterres.

La igualdad entre los géneros y el empoderamiento de mujeres y niñas es el objetivo 5 de la Agenda 2030

Los planes que ya han tenido en cuenta de forma específica a las mujeres demuestran que la igualdad tiene un eco directo sobre el bienestar de toda la sociedad. Así, de todas las acciones de mejora en seguridad alimentaria en los países en desarrollo, el 55% nacieron gracias al impulso de los programas que dan soporte a las mujeres de esas comunidades, según estadísticas de la ONU. Dar más recursos a las agricultoras y potenciar su papel permitiría aumentar la producción entre un 20% y un 30%, lo que ayudaría a reducir en cinco puntos porcentuales el nivel de hambruna global. Por tanto, se podría decir que impulsar la igualdad de la mujer en el campo ayudaría a acabar con el hambre en el mundo.

Del mismo modo, implicar más a las mujeres –y a todos los niveles– en la toma de decisiones ayuda a diseñar un mundo más sostenible, puesto que, como han demostrado varios estudios de Naciones Unidas, las mujeres tienden a pensar más en la comunidad cuando toman decisiones y también a ser más exigentes con las normativas medioambientales. Los parlamentos que aprueban normativas más proactivas en la lucha contra el cambio climático suelen tener un mayor porcentaje de diputadas.

Los beneficios de la igualdad de género no tocan solo a las mujeres: mejora la satisfacción y la riqueza general de la sociedad

Igualmente, alcanzar una mayor igualdad entre hombres y mujeres tendría un efecto dominó en otras cuestiones. En un mundo más igualitario, la brecha salarial sería más reducida o directamente desaparecería, lo que a su vez aumentaría la seguridad económica de las mujeres y reduciría la pobreza, que afecta –tanto economías desarrolladas como en vías de hacerlo– de forma más elevada a las mujeres. Un estudio estadounidense ha demostrado que la pobreza entre las mujeres se reduciría más de un 40% si se eliminase la brecha salarial. Datos de McKinsey pronostican que, si se logra alcanzar en 2025 el mejor escenario posible en igualdad, se podrían sumar 12 billones de dólares al año al producto interior bruto global. Solo en Europa, y según las estimaciones de la Unión Europea, mejorar la igualdad llevaría a hacer crecer el PIB comunitario entre un 6,1 y un 9,6% de aquí a 2050.

A esto hay que sumar que las empresas que presentan mejores datos en igualdad logran también mejores resultados económicos que sus competidoras. Es un 25% más probable que las compañías líderes en diversidad de género tengan beneficios por encima de la media, según McKinsey.

En resumidas cuentas, y como demuestran los planes que ha puesto en marcha el Banco Mundial, actuar genera resultados. Así, por ejemplo, una campaña en India demostró que empoderar a las mujeres rurales mejora su acceso a préstamos y a más educación, lo que tiene efectos sociales a medio y largo plazo.

Los cambios por realizar 

Alcanzar ese objetivo de igualdad es posible, por mucho que quede todavía camino por recorrer para lograrlo. Como recuerda el objetivo 5 de la Agenda 2030, la clave está en trabajar de forma directa sobre la desigualdad, cortando de raíz aquello que la mantiene activa.

Aumentar la presencia de las mujeres en los órganos de decisión –ahora mismo solo son el 23,7% de las personas presentes en los parlamentos nacionales de los diferentes países, según la ONU, o el 5% de los CEO globales, según las de Deloitte– o modificar las leyes para crear entornos más igualitarios son algunos de los primeros pasos que las administraciones públicas pueden tomar en ese camino hacia el cambio.

En juego está el lograr un mundo más justo e igualitario, con sociedades más resilientes y equilibradas.

Cinco científicas que han contribuido a la sostenibilidad

Durante los últimos dos años el mundo ha sido más consciente si cabe del importante papel que juega la ciencia en nuestras vidas, no solo para aminorar los efectos de una pandemia mundial, sino también para avanzar como sociedad. Precisamente, muchas mujeres han estado al frente de las investigaciones que han permitido desarrollar las vacunas frente a la Covid-19. Sin embargo, su menor presencia en el terreno científico sigue evidenciando una gran brecha de género. Según datos de la Unesco, las mujeres suponen menos del 30% en los equipos de investigación científica. Y otro dato más: de todos los premios Nobel otorgados, solamente el 6% llevan inscrito nombre femenino.

Alcanzar para 2030, la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas, pasa por reconocer la carrera de las científicas como merecen. De ahí que cada 11 de febrero se ponga en valor a todas las mujeres que han contribuido a la transformación del paradigma científico, al desarrollo de nuestra sociedad y al cuidado de nuestro planeta a través de la  investigación. Estos son cinco ejemplos:

Eunice Newton: Nos advirtió del efecto invernadero

Pocas mujeres del siglo XIX se atrevían a proponer ideas nuevas. Una de ellas fue Eunice Newton, sufragista, científica y climatóloga pionera en el descubrimiento del gas de efecto invernadero. Su experimento demostró que un cilindro de cristal con aire húmedo se calentaba más que uno con aire seco. Y un cilindro con dióxido de carbono no solo se calentaba todavía más, sino que le costaba notablemente enfriarse de nuevo. Por tanto, concluyó que una atmósfera con ese gas dentro provocaría altas temperaturas en la Tierra. Ahora bien, a pesar de la relevancia de su descubrimiento, Eunice Newton cayó rápidamente en el olvido.

 

Josefina Castellví: al cuidado de la biodiversidad polar

En nuestro país, la inspiración llegó con personas como la oceanógrafa catalana Josefina Castellví. Siempre ha estado  comprometida con los círculos polares, y ha sido, junto a la bióloga Marta Estrada, la primera española en participar en una expedición internacional en la Antártida. Además, fue la primera mujer en dirigir una base antártica. También ha dirigido el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC durante varios años. La propia “Pepita”, a sus 86 años, recuerda la situación de las mujeres en los laboratorios. No hace tanto de aquel entonces, corrían los años 80, cuando la tarea de ellas se limitaba a limpiar tubos y hacer facturas, pero muy pocas eran científicas.

 

Rose Mutiso: Activista contra el déficit energético

Desde joven decidió ayudar a las generaciones futuras de mujeres académicas africanas, y tras acabar la universidad optó por buscar soluciones al déficit energético que se esparce por África y Asia. Apasionada de la ciencia y la tecnología, la keniata Rose Mutiso es ingeniera, doctora en Ciencias de Materiales y fundó en Nairobi, con otros compañeros, el Instituto Mawazo ("Ideas") de investigación. Su trayectoria destaca por haber contribuido enormemente en decisiones medioambientales, en política energética e innovación sostenible en tres continentes distintos: América, Asia y África. Actualmente, también ayuda a mujeres en países subdesarrollados a convertirse en académicas y líderes políticos.

 

Kate Raworth: Best-seller en economía circular

Economista centrada en los retos sociales y ecológicos del siglo XXI. El prestigio de Raworth viene de su idea de la Doughnut Economics (economía del donut). Es una metáfora visual en la que combina conceptos de límites planetarios y sociales para replantear nuevas metas económicas. Su propuesta ha dado la vuelta al mundo y ha sido presentada en espacios como la Asamblea General de la ONU. Además, Kate Raworth trabaja como investigadora en el Environmental Change Institute de la Universidad de Oxford y es socia del Cambridge Institute for Sustainability Leadership.

 

Neri Oxman: Fundadora de la ecología de materiales

Está llamada a ser arquitecta del cambio, mezclando su conocimiento en diseño computacional, biología sintética y fabricación digital. Oxman fue de las primeras personas en investigar sobre ecología de materiales, una rama desconocida hasta hace menos de 20 años. Su labor consiste en informar sobre la composición material de los edificios que nos rodean y cómo estos pueden convivir con los ecosistemas cercanos. Con mucho esfuerzo y algo de suerte, la israelí Neri Oxman espera pasar de consumir naturaleza a aumentarla.

El rostro de la pobreza en España, cada vez más joven

Lo tenemos como el primero de nuestros Objetivos de Desarrollo Sostenible y, sin embargo, los datos no son muy alentadores. Hablamos del Fin de la Pobreza, una problemática que dependiendo del contexto económico y social de cada país se manifiesta de diferentes formas. En España los datos relativos a pobreza arrojan una imagen desoladora para niños, niñas, adolescentes y adultos jóvenes, los más afectados por la sucesión de crisis, una generación con unos indicadores y tasas de riesgo de pobreza alarmantes.

Son diversos los informes que, incluso con anterioridad a la crisis provocada por la pandemia de la COVID-19, alertan sobre la necesidad de tomar medidas efectivas si no queremos agrandar la brecha generacional que existe actualmente en nuestro país. Uno de ellos es ‘El Mapa de la Pobreza Severa en España. El Paisaje del Abandono’ presentado el pasado mes de septiembre por la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español (EAPN-ES). Según este documento el factor edad es especialmente determinante: la población menor de 17 años es el grupo más afectado estando un 14,1% en pobreza severa. Le siguen el colectivo menor de 30 años, que alcanza el 11%.

España deberá dedicar 527 millones de euros del Fondo Social Europeo Plus a la lucha contra la pobreza infantil

A pesar de ser España la cuarta economía de la zona euro, los datos sobre pobreza infantil nos sitúan en el tercer puesto dentro de la Unión Europea, por detrás de Rumanía y Bulgaria. Frente a la necesidad de abordar este gran reto surge una oportunidad única tras la puesta en marcha desde Bruselas de la Garantía Infantil Europea, mediante la cual los países con mayores tasas de pobreza infantil de la Unión Europea deberán dedicar al menos el 5% del Fondo Social Europeo Plus a combatirla en el nuevo periodo 2021-2027. Para España esto implica un total de 527 millones de euros, inversión para la que el Ministerio de Derechos Sociales deberá elaborar un Plan de Acción nacional en 2022. Para la redacción de esta hoja de ruta Unicef, junto al Ministerio, presentará a la Comisión Europea un informe sobre la situación inicial que sirva como base para detectar tanto a los colectivos más vulnerables como las medidas e indicadores que deberá abordar la propuesta.

Desempleo y falta de recursos económicos

Con respecto a la población menor de 30 años, las estadísticas arrojan una fotografía de gran desamparo en España: la renta media para quienes aún no han cumplido los 30 es de 10.156 euros al año. En mayo de 2021, la tasa de desempleo de las personas menores de 25 años era del 36,9%, una cifra sólo superada por Grecia. Pero aún hay más, un informe elaborado por el Observatorio Social La Caixa afirma que la riqueza neta media de los millennials es de 3.000 euros, frente a los 63.400 euros de la generación anterior. Así, sólo el 44% de los primeros tienen su vivienda en propiedad, frente al 65% de la generación X. Incluso quienes —a pesar de las altas tasas de paro— consiguen trabajo, deberían dedicar el 92,9% de su salario neto a pagar los 904 euros mensuales que costaba de media alquilar una vivienda en 2020. La consecuencia directa también nos la da el informe del Observatorio, con apenas un 18,6% de las personas entre 16 y 29 años emancipadas.

Apenas un 18,6% de las personas de entre 16 y 29 años están emancipadas

Las causas y consecuencias se entrelazan en un ciclo que se retroalimenta y que está lleno de contradicciones: los condicionantes socioeconómicos de los hogares más pobres engrosan las tasas de abandono escolar, mientras que la generación más preparada de españoles se enfrenta a una de las mayores tasas de paro de la democracia. Es necesario un pacto generacional que reconcilie las posibilidades y oportunidades independientemente de la edad, que apueste por una infancia y una juventud con oportunidades reales, y que dé soluciones a la población más joven.

El peaje económico de la COVID-19 en los países empobrecidos

La crisis del coronavirus golpea con la misma fuerza sin tener en cuenta fronteras pero sus efectos no son los mismos en todos los puntos del planeta. Basta observar, por ejemplo, la diferencia entre los países de Europa o Estados Unidos y los países más empobrecidos. Sus experiencias son netamente diferentes desde el punto de vista del impacto generado tanto a nivel sanitario, social como, por supuesto, económico. Y eso a pesar de que en muchos casos, su mayor aislamiento ha propiciado que la pandemia llegase más tarde. Pero, ¿cómo hacer frente a los estragos sufridos por la pandemia con menos recursos? 

Expertos de la Universidad de California en Berkeley y el Banco Mundial, entre otros, realizaron un estudio en el que entrevistaron a 30.000 hogares de países en vías de desarrollo sobre cómo ha sido la COVID-19 para ellos. Las conclusiones, publicadas en la revista Science Advance, son desoladoras. Las repercusiones más inmediatas incluyen, desde la caída de los ingresos hasta la privación de alimentos. Y es que, según el informe, una media del 70% de los hogares sufrió una caída en sus ingresos y un 45% de las familias se vieron obligadas a omitir o reducir las comidas.

Un 45% de las familias se han visto obligadas a omitir o reducir las comidas

Según la investigación, los efectos económicos son —y serán, durante largo tiempo— absolutamente devastadores. Algunas conclusiones arrojan luz, por ejemplo, sobre el desempleo, cuyo aumento se sitúa en una media del 30%. Evidentemente, esto también se halla estrechamente relacionado con la reducción en las rentas individuales, que ha afectado al 70% de la población. Esta repentina crisis restringe también el acceso al mercado y, por tanto, a un mayor nivel de vida. “Descubrimos que el impacto económico en estos países, donde la mayoría de la gente depende del trabajo eventual para ganar lo suficiente para alimentar a sus familias, conduce a privaciones que probablemente generarán un exceso de morbilidad, mortalidad y otras consecuencias adversas en el futuro”, concluye el informe.

La peor crisis en 30 años

La ayuda humanitaria no se ha hecho esperar, sin embargo, según cifras del informe tan solo el 11% de las familias pudo acceder a ella. Organizaciones como la Asociación  Internacional de Fomento del Banco Mundial, ha redoblado sus esfuerzos, llegando a repartir la mitad de sus recursos—aproximadamente 41 mil millones de euros— entre algunos de los países más afectados. No obstante, tal como afirma la propia institución, los esfuerzos “se están quedando cortos debido a la continua presión de los efectos de la COVID-19”. Los cálculos para aliviar la situación en los países menos desarrollados se sitúan en una cifra de 67 mil millones de euros adicionales en comparación con las medias históricas de los últimos años, y es que en 2020 el aumento de la pobreza ha creado alrededor de 120 millones de nuevos pobres. No es de extrañar, por tanto que la ONU afirme que los países empobrecidos se enfrentan a su peor crisis en 30 años. El billón de personas que vive en estos territorios verá definida aún más su vida en función de la pobreza, una pandemia que nunca parece erradicarse por completo.

Según la ONU, los países con menos recursos se enfrentan a su peor crisis en 30 años.

El caso de Honduras es paradigmático por la continua pobreza y tragedia que sufre el país. La corrupción endémica, la pobreza extrema y el crimen ahogaban a un país que, tras el paso del coronavirus, parece cerca del derrumbe. El colapso del sistema sanitario a causa de la pandemia, no obstante, no fue el final del impacto: la llegada de dos ciclones tropicales empeoró la situación con 100.000 nuevas personas sin hogar. Meses después, más de 200.000 personas tenían problemas con la electricidad, mientras múltiples barrios seguían cubiertos en barro (cuyas condiciones sanitarias, además, sientan las bases para enfermedades relacionadas con los mosquitos, como el dengue). El resultado de todo esto fue la pérdida de empleo de una décima parte de la población, lo que seguramente no habría pasado en un país rico con las redes de protección social adecuadas. 
Algunas de las consecuencias económicas derivadas del coronavirus no afectan directamente al sustento vital de los individuos, pero sí a su futuro más inmediato. Según la UNESCO, dos tercios de los países más sumidos en la pobreza han reducido sus presupuestos en educación, ejecutando recortes cuyo resultado lastrará incluso las expectativas más básicas de sus habitantes. Como es lógico, estos presupuestos ya eran inferiores con anterioridad a la pandemia: mientras los países más empobrecidos invertían alrededor de 50 euros por adulto, los países ricos invertían 8.500 euros. Según señalan los expertos de la Universidad de California y Banco Mundial, el cierre de escuelas, el largo período de escasa nutrición y el limitado acceso a una sanidad de calidad es algo que dañará especialmente a los niños de los hogares con menos recursos.

Día Internacional de la Mujer: ¿Se ha avanzado en equidad y liderazgo?

El 18 de enero, Kamala Harris, juraba su cargo frente al capitolio y dedicaba ese instante histórico a “las mujeres que vinieron antes”. Se convertía en la primera mujer número dos de la Casa Blanca. En este Día Internacional de la Mujer, las Naciones Unidas centran la celebración, precisamente, en el liderazgo femenino. Bajo el título Mujeres líderes: por un futuro igualitario en el mundo de la COVID-19, la organización busca reconocer los esfuerzos que mujeres y niñas realizan a diario en todo el mundo para forjar un futuro más igualitario y recuperarse de la pandemia.

Red Eléctrica es la única empresa del IBEX 35 con un consejo de administración paritario

En España, el pasado mes de mayo, el IBEX 35 celebraba que el 31,2% de los asientos en consejos de administración pertenecieran a mujeres, alcanzando así la meta fijada en 2015 por la CNMV. Red Eléctrica de España es, de hecho, desde 2020 la única empresa del IBEX 35 con un consejo de administración paritario, fruto de este compromiso con la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Por otro lado, nuestro país también cuenta con la cifra más alta de mujeres directivas en 16 años, donde nueve de cada diez compañías cuentan con una mujer a la cabeza de sus equipos. Pero la igualdad en el liderazgo va mucho más allá de la paridad en los despachos. 

También en el IBEX 35, las consejeras cobran un 62% menos que sus compañeros. Lo mismo ocurre en muchas otras compañías. Además, según el Women Leaders Index, solo el 39% de mujeres son altos cargos de las instituciones públicas españolas, un porcentaje que nos sitúa por debajo de la media europea y nos aleja de otros como Eslovenia, Albania o Suecia. De hecho, según este mismo índice, entre 2008 y 2018 el número de mujeres españolas en altos cargos públicos cayó un 10%.

Entre 2008 y 2018, el número de mujeres en altos cargos públicos ha caído un 10%

La paradoja de la prioridad

“En estos años hemos visto una ola de defensa de la igualdad de género en el ámbito laboral. Nunca antes el mundo empresarial había sido tan consciente de la necesidad de promover a las mujeres y de los beneficios que esto reporta”, concluyen tres investigadoras de IBM Institute for Business Value en Las mujeres, el liderazgo y la paradoja de la prioridad. “Sin embargo, los mensajes progresistas no son suficientes para un cambio real. Para que las organizaciones puedan obtener beneficios de la diversidad de género en el liderazgo, deben valorar las contribuciones de las mujeres tanto como las de los hombres”. 

El hecho de que cuatro de cada diez start-ups españolas cuenten con una CEO en sectores como las finanzas y la tecnología es un síntoma de avance. Pero el liderazgo no garantiza la igualdad: según el I-WIL Index, elaborado por el IESE, España ocupa la segunda posición en liderazgo personal, comprendido como la capacidad de las mujeres para estudiar más allá de lo obligatorio y el emprendimiento, bien sea en propias empresas o en patentes. Es decir, puntúa alto en cuanto al número de mujeres que se esfuerzan por seguir formándose para alcanzar los altos cargos.

Cuatro de cada diez start-ups españolas cuentan con una CEO

La investigación de IBM presta atención a este detalle, ya que el significado real de esta carrera de fondo es otro: “Los hombres de nuestra encuesta minimizan las dificultades que hubieran enfrentado si fueran mujeres. El 65% cree que habrían tenido la misma probabilidad de ser ascendidos mientras que, por otra parte, el 60% están seguras de que su evolución profesional hubiera sido mejor siendo hombres”. Esto da lugar a la paradoja de la prioridad: hablamos de igualdad, pero todavía muchas organizaciones “prefieren no intervenir en cuestiones de diversidad. Creen que es algo que se puede fomentar pero que no constituye una prioridad empresarial formal”.

Cuestión de prejuicios

Cientos de estudios destacan los beneficios de priorizar la diversidad y la igualdad en las empresas: un análisis de la consultora McKinsey & Company asegura que, con la paridad, la economía mundial aumentaría en 12 billones de dólares (un 11%) en 2025. Además, si se lograse la equiparación salarial, el PIB global engordaría en 28 millones de dólares, un 26% más. Sin embargo, recoge el informe de IBM, “el mensaje positivo sobre los beneficios financieros de la igualdad ha sido acallado por los persistentes estereotipos sobre las capacidades de liderazgo de las mujeres”. 

Las diferencias de salario y de acceso a altos cargos son una cuestión de prejuicios. La Universidad de Harvard realizó una investigación del comportamiento de hombres y mujeres en el entorno laboral -a quién se acercaban, cuánto tiempo pasaban con altos cargos, qué decían- para descubrir que hombres y mujeres tienen patrones de trabajo indistinguibles y el mismo desempeño asegurando que “los datos implican que las diferencias de género pueden residir no en cómo actúan las mujeres, sino en cómo las personas perciben sus acciones. Si las mujeres hablan con altos mandos en tasas similares a las de los hombres, entonces el problema no es el acceso, sino la forma en que se ven esas conversaciones”. 

Con la paridad la economía mundial aumentaría en 12 billones de dólares

La menor capacidad de liderazgo, asumir que todas las mujeres quieren ser madres o que las que quieren ser madres priorizarán la familia frente a su carrera son tres de los estereotipos que dirigen el entorno empresarial y generan un constante miedo al rechazo. En la encuesta del IBM Institute for Business Value, dos tercios de los participantes asumen que la principal razón por la cual no hay más mujeres en puestos de liderazgo es que ellas tienen mayor probabilidad de anteponer su familia a sus carreras. 

¿Por dónde empezar a solucionarlo? Por asumir este problema como una urgencia. No es suficiente con establecer planes de igualdad: todo se basa en las asunciones culturales que se hagan dentro de las oficinas. Así lo dice la investigación de IBM: “Si una persona cree que las mujeres tienen características inherentes que las hacen menos idóneas para los puestos de liderazgo, será fácil que lo perciba como un problema social que no le corresponde resolver a su organización. Para que el cambio ocurra en el negocio, los líderes ejecutivos deben reconocer cómo estas percepciones y este enfoque evasivo contribuyen a la cultura empresarial en la que la desigualdad de género puede persistir”. El cambio es una responsabilidad de todos. 

Los niños que no pueden ser niños

“Por un nuevo amanecer de esas vidas / todos debemos poner lo que nos toca / Su futuro depende de nosotros / Terminemos con el trabajo infantil”. Con estos versos, el grupo francés Kids United New Generation hace un llamamiento en contra de una realidad todavía muy presente y más cercana de lo que pensamos: el trabajo infantil. Con el mensaje de la canción Take a Stand, el grupo recuerda al mundo que 2021 es el Año Internacional para la Eliminación del Trabajo Infantil y que, con las crisis sanitaria y económica actuales, se hace más necesario que nunca atajar esta vulneración de derechos de los menores que, por desgracia, aún no ha quedado en el pasado. Y es que152 millones de niños y niñas siguen sometidos al trabajo infantil en todo el planeta, aunque en la última década se haya conseguido reducir en un 38%. De ellos, según Unicef, 72,5 millones ejercen alguna de las peores formas de trabajo infantil, entre las que se encuentra la esclavitud, la trata, el trabajo forzoso o el reclutamiento para conflictos armados.

152 millones de niños y niñas siguen sometidos al trabajo infantil en todo el planeta

Para entender cómo impacta en la vida de los más pequeños el trabajo infantil, primero es necesario comprender qué es exactamente y sus implicaciones. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), no todas las tareas que un menor realiza deben ser consideradas trabajo infantil. Y recuerda que “la participación de los niños o los adolescentes en trabajos que no atentan contra su salud y su desarrollo personal ni interfieren con su escolarización se considera positiva”. La ayuda que prestan a sus familias en el hogar, la colaboración en un negocio familiar o las tareas que realizan fuera del horario escolar o durante las vacaciones para ganar dinero ayudan, según la OIT, al desarrollo de los menores, al bienestar de la familia y a prepararse para ser miembros productivos de la sociedad en la edad adulta. Teniendo esto en cuenta, este organismo de Naciones Unidas define el trabajo infantil como todo aquel “que priva a los niños de su niñez, su potencial y su dignidad, y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico”. En sus formas más extremas, además, los menores son sometidos a situaciones de esclavitud y se ven separados de sus familias y expuestos a peligros y enfermedades graves. La OIT recuerda que, incluso, se ven “abandonados a su suerte en calles de grandes ciudades, con frecuencia a una edad muy temprana”. 

Las organizaciones internacionales lo tienen claro: la mayoría de menores que se ven forzados al trabajo precoz lo hacen en el sector agrícola. Sin embargo, Unicef alerta de que hay millones de niñas trabajando como sirvientas domésticas y asistentas del hogar sin sueldo y que, ellas, son «especialmente vulnerables a la explotación y el maltrato». Los datos de las circunstancias más terribles de trabajo infantil son demoledores:  1,2 millones de niñas y niños son víctimas de trata; 5,7 millones lo son de la servidumbre por deuda u otras formas de esclavitud; 1,8 millones, de la prostitución o la pornografía; y más de 300.000 menores son reclutados como niños soldados en conflictos armados que no cesan. 

Según Unicef, 72,5 millones de menores ejercen alguna de las peores formas de trabajo infantil

Por regiones, Asia y el Pacífico suspenden a la hora de proteger a los más pequeños del trabajo infantil. Allí, 127,3 millones de niños y niñas de entre 5 y 14 años son trabajadores. Esto es, el 19% de los menores de la región trabajan. En África subsahariana, alrededor de 48 millones de niños trabajan: casi uno de cada tres menores de 15 años es activo económicamente, lo que supone el 29% del total. Por su parte, en América Latina y el Caribe, cerca de 17,4 millones de niños y niñas tienen trabajo, es decir, un 16% de los niños y niñas de la región se ven sometidos a trabajo infantil. En Oriente Medio y África del Norte el porcentaje es del 15% de los menores de la región. Las economías más desarrolladas no se libran: 2,5 millones de niños trabajan en ellas. Y 2,4 millones lo hacen en las economías en transición. 

Ahora, en plena pandemia y con una crisis económica mundial que amenaza con no tener precedentes, los cierres de las escuelas y las situaciones familiares de muchos menores ponen en el punto de mira los avances conseguidos. Porque, como asegura Francesco d’Ovidio, encargado del Servicio de Principios y Derechos Fundamentales en el Trabajo de la OIT, “el apoyo a la erradicación del trabajo infantil hoy es más importante que nunca, pues la crisis de la covid-19 amenaza con revertir los logros de años”. Por eso, Naciones Unidas hace un llamamiento claro en este Año Internacional para la Eliminación del Trabajo Infantil: que los Gobiernos, las empresas, el tercer sector y la sociedad civil se unan para luchar contra esta lacra que pone en jaque el derecho a la infancia. Ahora, es el momento de pasar de los compromisos a la acción.

Cinco mujeres que la ciencia olvidó

Que cada 11 de febrero se celebre el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia no es baladí. A lo largo de la historia y de manera sistemática las investigadoras y científicas se han visto privadas en muchos casos del reconocimiento merecido por sus aportaciones a los avances científicos. Todos recordamos a Neil Armstrong dando “un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad”. Sin embargo, durante décadas olvidamos que quienes recorrieron millas buscando la manera de llegar a la luna fueron Katherine Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson. Tres mujeres afroamericanas que materializaron un sueño –aparentemente inalcanzable– en cálculos matemáticos. Sin ellas, la carrera espacial no se habría desarrollado de la misma manera y, a pesar de ello, la realidad de una sociedad patriarcal decidió dejarlas fuera de los libros de texto. 

Solo el 29,3% del total del personal de investigación a nivel mundial son mujeres

Algo que podría parecer anecdótico se convierte en un problema sistémico cuando nos damos cuenta de la ausencia de referentes femeninos en los libros de ciencias. Según la Unesco, las mujeres representan solo el 29,3% del total del personal de investigación a nivel mundial. Dicho de otro modo: 7 de cada 10 investigadores son hombres. Además, solo el 3% de los premios Nobel en ciencias han sido otorgados a mujeres –e, incluso, se ha llegado a excluir del Nobel a las mujeres que han formado parte de una investigación premiada–. Para Naciones Unidas, las asociaciones de científicas y las ONG la razón de estas cifras es clara: los estereotipos de género son directamente responsables de la escasa representación femenina en la ciencia.

Faltan referentes femeninos para las jóvenes

La iniciativa #NoMoreMatildas denuncia la falta de referentes científicos para las niñas y adolescentes

Tras un año en el que se ha demostrado que la participación de las mujeres es clave para que la sociedad y la ciencia avancen –y para encontrar vacunas para enfermedades como la covid-19–, la iniciativa #NoMoreMatildas, impulsada por la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), pone sobre la mesa una realidad ignorada durante demasiado tiempo: la falta de referentes científicos para las niñas y adolescentes.

Diferentes estudios revelan que los nombres femeninos en los libros de ciencias de la ESO solo ocupan un 7,6% respecto a sus homólogos varones. Además, solo el 12% de las citas de trabajos académicos hacen referencia a científicas. Lo más curiosos es lo paradójico de la representación femenina en la ciencia española: si en los años 80 las mujeres representaban más del 30% del alumnado de Ingeniería informática, hoy apenas llegan al 12%. Este mismo patrón siguen las matemáticas: en el año 2000 ellas representaron más del 60% del alumnado; durante los siguientes 18 años, su presencia cayó hasta el 37%. Desde AMIT se preguntan si esta tendencia no será, en parte, fruto de la ausencia de referentes femeninos y si no se estará perpetuando, una vez más, esa idea errónea de que la ciencia siempre ha sido un mundo de hombres. Porque, en realidad, nunca lo ha sido. Y así lo demuestran Mileva EinsteinLise MeitnerMarie LavoisierInge Lehman o Hedy Lamar, cinco investigadoras que son solo una pequeña muestra de la contribución de la mujer al avance científico y su escaso reconocimiento:

Marie Lavoisier (1758-1836): de la alquimia a la química

En pocas cosas hay tanto consenso como en reconocer a Marie Anne Pierrette Paulze-Lavoisier la madre de la química moderna. Esta francesa ilustrada se convirtió en la colaboradora esencial de su marido, Antoine Lavoisier –conocido como el padre de la misma disciplina científica de la que su esposa fue madre–. Juntos consiguieron que se sentasen las bases para dejar atrás la alquimia de la época y sumergir al mundo en la más pura modernidad. Sin embargo, la llegada de la Revolución Francesa, a pesar de todo el bien que hizo, acabó con el brillante futuro de Marie y su marido. El conocido como reinado del terror acabó con Antoine encarcelado y ejecutado por su trabajo previo. Ella, después de un breve periodo en prisión, continuó recopilando las investigaciones que había llevado a cabo con su marido. Al no conseguir que ninguna editorial las publicara, decidió autoeditarlas. La casa de esta científica se convirtió, hasta el día de su muerte, en un lugar de encuentro para las mentes más brillantes de su país. 

Mileva Einstein-Maric (1875-1948): la madre olvidada de la relatividad

Son 43 las cartas que se conservan de la correspondencia entre Albert y Mileva Einstein, pero todas tienen una característica en común: en ellas ambos hablan una y otra vez de “nuestros trabajos”, “nuestra teoría del movimiento relativo” o “nuestros artículos”. Sin embargo, poco se sabe de la que fuera la primera mujer de Einstein más allá de que estudiaron juntos, fueron compañeros de ciencia y de vida durante años. 

Podría decirse que hasta los años 80 –cuando se publicó la correspondencia– prácticamente nadie discutía la autoría absoluta de este científico alemán sobre la teoría de la relatividad, aunque se sospechaba que ella, que había sido compañera suya en la universidad, podría haber tenido algo que ver en su trabajo. Según las cartas entre el físico y la matemática –cuya carrera se vio truncada por un embarazo fuera del matrimonio, la teoría que llevó a Einstein a ganar el Nobel estaría construida sobre los cimientos del trabajo universitario de Maric.

Lise Meitner (1878-1968): la fisión nuclear tiene nombre de mujer

La fisión nuclear se tornó realidad a principios del siglo XX gracias a las investigaciones que esta austriaca –que trabajaba gratis en un laboratorio alemán– llevó a cabo. Con la llegada del nazismo, Meitner, que era judía, estuvo a punto de perder la vida. Sin embargo, eso no fue motivo para que la científica convirtiera su descubrimiento en una bomba nuclear: se negó a colaborar en el proyecto Manhattan y eso hizo, en parte, que fuese su colaborador Otto Hahn el que se llevó el crédito (y el Nobel de Química) en 1944 por el descubrimiento de la fisión nuclear. 

Para compensar todos los agravios profesionales sufridos por Meitner por el mero hecho de ser mujer en una época en la que los estudios superiores y la ciencia se les estaba prácticamente prohibidas, en 1997 la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC) decidió bautizar un elemento de la tabla periódica en su honor. Nació así el meitnerio, un reconocimiento tardío al gran talento de una mujer que cambió el curso de la historia para siempre. 

Inge Lehmann (1888-1993): viajando al centro de la Tierra

Todos aprendemos en el colegio que nuestro planeta está formado por diferentes capas: la corteza, el manto superior e inferior y el núcleo externo e interno. Sin embargo, son menos los que saben quién descubrió, en 1936, la discontinuidad que separa el núcleo externo del interno y que corrobora que la Tierra no es hueca. Fue Inge Lehman quien desmontó, tras estudiar los terremotos, el sueño que Julio Verne tuvo en el siglo XIX. Pero esta danesa ya había sido pionera mucho antes de este descubrimiento por sus trabajos como sismóloga y geóloga.  

Su dedicación y descubrimientos la llevaron en 1928 a ser la primera mujer que fue nombrada  jefa del departamento de sismología del recién creado Real Instituto Geodésico Danés (Danish Geodetic Institute). Pero no fue el único hito con el que abrió las puertas a otras mujeres: en 1971 se convirtió en la primera mujer en ganar la medalla William Bowie, la mayor distinción de la Unión Geofísica Americana.

Hedy Lamar (1914-2000): actriz, sí, pero también inventora

Su pasión, la ingeniería, se vio pospuesta como carrera durante años porque Hedy Lamar decidió dedicarse a su otro gran amor: la actuación. En los primeros años de la década de 1930 fue una de las actrices más famosas de Europa, conocida por aquel entonces como Hedwig Eva Maria Kiesler. Con el auge del nazismo, del que su marido era partícipe, decidió huir a Estados Unidos y triunfar en Hollywood. Durante la Segunda Guerra Mundial utilizó su conocimiento de primera mano del régimen nazi para buscar una manera de otorgarle la ventaja a los aliados. Así, inventó y patentó un sistema que impedía que los torpedos fueran detectados. Sin embargo, el ejército estadounidense no lo usó hasta años después. Eso sí, hoy, su invento es la base de las comunicaciones sin cables y, sin ir más lejos, del WIFI.

Brecha salarial e igualdad de oportunidades, una tarea aún pendiente

La desigualdad de género es, aún hoy, uno de los principales obstáculos en el camino hacia el progreso social y económico y, si bien la violencia contra las mujeres radicada en esa desigualdad estructural es una de sus  peores consecuencias, no es la única. A pesar de que en todo el planeta se están dando pasos  hacia la igualdad de género la discriminación sigue erosionando nuestras sociedades de forma constante y, en ocasiones, imperceptible.

El mundo ha perdido hasta 160 mil millones de dólares de riqueza por la brecha salarial

Parte de esta fragmentación social se percibe especialmente en el ámbito laboral, sobre todo en lo concerniente a los salarios. Más allá de considerar la igualdad de género como un evidente imperativo ético, es preciso observarla también como una necesidad económica. Según datos del Banco Mundial, se han perdido hasta 160 billones de dólares de riqueza en todo el mundo debido a las diferencias de ingresos entre hombres y mujeres a lo largo de su vida. 

No en vano, las mujeres ganan 77 centavos por cada dólar que ganan los hombres haciendo el mismo trabajo. Esto no ocurre tan solo en países menos desarrollados, sino también en países de nuestro entorno. Es el caso, por ejemplo, de Alemania, donde la diferencia salarial llegó al 49% en 2017, según datos de Naciones Unidas. Además, ONU Mujeres calcula que se tardarían alrededor de siete décadas en cerrar estas brechas.

Las mujeres ganan 77 centavos por cada dólar que ganan los hombres haciendo el mismo trabajo

La diferencia salarial provoca la desvalorización del capital humano, cuya riqueza, según el informe del Banco Mundial, “representa dos tercios de la cambiante riqueza de las naciones, muy por encima del capital natural y otras formas de capital”.  En concreto, “las mujeres representan sólo el 38% de la riqueza en capital humano de sus países”. 

La participación de las mujeres en la fuerza laboral se reduce

Otra de las dimensiones de la desigualdad en el ámbito laboral es el descenso de la participación laboral de las mujeres.  Si comparamos los datos de los años 2000 y 2019, ésta ha bajado hasta tres puntos, pasando del 51% al 48%. Mientras tanto, las más de 1.500 reformas políticas que, según el Banco Mundial, se han efectuado durante los últimos 50 años no han logrado erradicar el problema por completo. Así, se siguen repitiendo patrones característicos de los tradicionales roles de género. Por ejemplo, el Banco Mundial estima que las mujeres dedican el triple de tiempo que los hombres a las prestación de cuidados sin remuneración, y entre una y cinco horas más al día a realizar trabajos no remunerados, como las tareas domésticas. 

La relevancia estratégica de la igualdad de género la ha llevado a ser incluida dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de  la Agenda 2030 de la ONU como el ODS 5. Si bien es cierto que el progreso ha sido innegable durante el último siglo, la igualdad sigue siendo un desafío. 

Las soluciones, a simple vista, parecen muy sencillas.  Así, las  propuestas habituales son la inversión en educación, el uso de currículum vitae ciegos (es decir, que no revelen género o edad), la conciliación laboral y familiar o el fin de determinadas estructuras laborales heredadas  del pasado, como es el hecho de que las mujeres ocupen mayoritariamente los puestos de menor cualificación. Sin embargo, poco se puede hacer a favor de la igualdad  laboral sin un impulso legislativo. Sólo así es posible abordar el problema de manera integral al establecer una política pública con vocación de permanencia en el tiempo. 

España inicia un cambio de rumbo

En España, mientras tanto, el timón comienza a girar con determinación: los dos reales decretos aprobados por el Gobierno de España durante el mes de octubre establecen medidas en el sector empresarial como la obligatoriedad de contar con un registro de retribuciones que permita aflorar situaciones de discriminacion salarial a las mujeres. Asimismo, se rebajará también de 250 a 50 trabajadores el umbral de una empresa por el cual es obligatorio registrar y aprobar un plan de igualdad.

Otros países de nuestro entorno, como Italia, también empiezan a tomar medidas concretas, como ocurre con la jubilación anticipada para las mujeres que hayan cumplido con el requisito de cotización. Se trata de una suerte de incentivo para completar una carrera laboral que, como sabemos, tradicionalmente ha estado plagada de un mayor número de obstáculos para las mujeres. No obstante, estas medidas requieren de una estrategia conjunta, esto es, un plan de acción global que ponga fin, definitivamente, a la discriminación que sufre la mitad de la población mundial.  La pandemia de coronavirus ha supuesto un alto en el camino, pero no debe hacernos perder el rumbo. No debemos olvidar que, detrás del objetivo económico de la equidad laboral, nos guía, en esencia, el imperativo moral de la plena igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres.