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Anita Conti, luchadora de la pesca responsable

Anita Conti

Anita Conti fue una mujer todo terreno adelantada a su tiempo. Pionera en la oceanografía francesa, fotógrafa, cineasta y escritora, embarcó en pesqueros de altura para estudiar sus actividades y, al descubrir los peligros de la sobrepesca, comenzó su activismo para preservar los océanos.


El mar fue la gran pasión de Anita Conti, en la que se sumergió desde muy niña. Quería comprender sus secretos. Nacida en 1899 en el seno de una familia francesa acomodada, en 1914 se refugió de la Primera Guerra Mundial en la isla de Oléron. Allí se aficionó a la vela, la fotografía y la lectura. Tras casarse con un diplomático, se mudó a París y desarrolló una carrera como encuadernadora de arte sin dejar de lado el mar, publicandeo artículos sobre las riquezas marinas en revistas femeninas.

En 1932 viajó a bordo del navío oceanográfico Ville d'Ys para documentar sus actividades con artículos y fotografías captadas con su cámara Rolleiflex. Fue entonces cuando inició sus investigaciones sobre la pesca del atún. Alarmada por los excesos de la pesca, Conti denunciaba entonces que el mar no era un recurso inagotable como se pensaba. De hecho, en la actualidad solo el 1,5% de los mares y océanos del mundo son áreas marinas protegidas, según la fundación WMF.

En 1934, la entonces Oficina de Pesca Marítima francesa la contrató como responsable de propaganda. Durante sus expediciones cartografió los primeros mapas de pesca y estudió la influencia de la temperatura y salinidad del mar en determinadas especies de peces, como el bacalao.

Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, fue la primera mujer que se alistó en la marina francesa 

Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, fue la primera mujer que se alistó en la marina francesa y obtuvo permiso para embarcarse en dragaminas como fotógrafa, durante el desminado de Dunkerque. Las dificultades para la pesca en esas aguas hicieron que Conti siguiera a los pescadores franceses a las aguas de Guinea y Senegal, entre otros países del África occidental. Durante los siguientes diez años, realizó estudios en la zona, pero también ayudó a modernizar las artes de pesca y la conservación del pescado para mejorar la nutrición de las poblaciones locales con dietas más ricas en proteínas animales.  

Entre julio y diciembre de 1952, navegó junto con una tripulación de 60 marinos a bordo del bacaladero Bois Rosé III por los caladeros de Terranova, en el Atlántico Norte. Debían regresar con 1.000 toneladas de pescado. Anita Conti lo hizo, pero con numerosas anotaciones y fotografías, con las que publicó el libro Râcleurs d’océans (Surcadores de océanos, 1953). Y con las filmaciones del viaje realizó un documental del mismo título, donde relató la vida y faena de los marinos. Son imágenes crudas, con cubiertas repletas de sangrientos pescados. También reflejan aspectos más íntimos, como la peluquería a bordo o tripulantes actuando con estrambóticos disfraces. 

Ayudó a modernizar las artes de pesca y la conservación del pescado para mejorar la nutrición de las poblaciones locales con dietas más ricas en proteínas animales

En Francia, Anita Conti prosiguió su activismo en pos de una pesca sostenible. En los años 60, respaldó los inicios de la acuicultura y la instalación de las primeras granjas de peces y mariscos. En 1971, publicó L'Ocean, Les Bêtes et L'Homme (El océano, los animales y el hombre), en donde denuncia el desastre que provocan las personas y sus efectos en los océanos.

Sus contribuciones a las ciencias del mar son extensas. Realizó más de 50.000 fotografías, innumerables y detalladas anotaciones, artículos, libros y filmaciones sobre la vida cotidiana a bordo y la actividad de las pesquerías, que han permitido activar las conciencias. La cinemateca de Bretaña aloja algunas de sus obras. Y sus archivos, depositados en Lorient, Francia, han sido indexados y parcialmente digitalizados. 

Con la biografía Anita Conti: 20.000 Lieues sous les mers (Anita Conti: 20.000 leguas sobre el mar), Caterine Reverzy obtuvo en 2008 el gran premio del Mar de la academia de escritores en lengua francesa. Conocida como «dama del mar», Conti murió a los 97 años, pero hasta los 85 se mantuvo investigando y dando conferencias. Una vida casi centenaria digna de una buena película de aventuras. 

Ecofeminismo: Una reivindicación doble, una doble victoria para el planeta

Ecofeminismo: La relación íntima existente entre naturaleza y mujer

La relación íntima existente entre naturaleza y mujer, tanto en el ámbito de lo simbólico como en las consecuencias de la explotación desmesurada del planeta, ha dado lugar a una lucha que combina el movimiento feminista con el ecologista.


Hoy día es difícil estar al margen de las luchas que una parte de la sociedad está haciendo visibles por necesarias y urgentes. El ecofeminismo es una de ellas y promueve, desde que en los años 70 naciera como corriente de la mano de intelectuales como Françoise d’Eaubonne y de investigaciones como las de Rachel Carson, el poner la vida en el centro. Todas las vidas. Para ello, plantea un cambio radical de sistema económico global, el capitalismo, y del patriarcado que lo sustenta, ya que considera que ambas realidades están en la raíz de la catástrofe ambiental actual y de la desigualdad que la mujer sufre históricamente.

El ecofeminismo pide una reorganización económica y política que promueva la justicia social, la igualdad y la protección de la naturaleza

Los seres vivos somos ecodependientes, nuestra existencia depende de la relación que establecemos con la naturaleza: de ella extraemos los recursos básicos para nuestra supervivencia, siendo éstos limitados y agotables. Derivado de esta idea, el ecofeminismo pide una reorganización social, económica y política con base en la redistribución la riqueza, en la igualdad y en una obtención de los recursos naturales que vele por la conservación de la naturaleza y favorezca su desarrollo, perpetuando así la vida, buscando el bien común. Naciones Unidas apunta que alrededor del 80% de las personas desplazadas por el cambio climático son mujeres. El 70% de las personas pobres, también. 

Como otras propuestas de pensamiento, el ecofeminismo incluye en sí mismo distintas alternativas teóricas. En todas ellas encontramos representantes luchadoras, de gran bagaje cultural desarrollado dentro de la investigación académica o del activismo, que han puesto la vida en el centro hasta el punto de jugarse la propia. 

Un caso paradigmático es el de la hondureña Berta Cáceres. Ambientalista, feminista, defensora de los derechos humanos y líder en la defensa de la comunidad Lenca. Cáceres ganó en abril de 2015 el Premio Medioambiental Goldman, máximo reconocimiento mundial en el ámbito. Un año después fue asesinada a causa de su lucha por la defensa del territorio cultural de esta comunidad indígena.

La ONU apunta que el 80% de las personas desplazadas por el cambio climático son mujeres

Otra de las principales representantes es Vandala Shiva, doctora en Ciencias Físicas, filósofa y escritora. Con numerosos libros escritos de repercusión mundial, ha colaborado como asesora del Gobierno de la India y es parte fundamental de la Women’s Environment & Development Organization (WEDO), entre otros proyectos. Famosa por sus acciones contra el monopolio de la venta de semillas transgénicas, de pesticidas y de la agricultura extensiva, para ella, la violencia ejercida contra la tierra tiene consecuencias directas y brutales en la vida de las mujeres. Dañar la tierra es, esencialmente, dañar a las mujeres.

En España la principal referencia es Yayo Herrero, profesora, antropóloga e ingeniera. Su postura parte de la pregunta «¿qué sostiene la vida?». La respuesta es la naturaleza, los cuidados de los cuerpos vulnerables y de los recursos naturales. Con ello, la relación entre feminismo y ecologismo es inevitable. Redefinir la labor de los cuidados (de las personas, de la tierra), que tanto el patriarcado como el capitalismo han otorgado a las mujeres, es base de su planteamiento.

En definitiva, como hemos visto, apostar por una sociedad ecofeminista es buscar el camino para perpetuar la vida de la forma más justa, igualitaria y respetuosa con el planeta.

Hotel de insectos, nuestra ayuda para el ecosistema

Hotel de insectos, nuestra ayuda para el ecosistema

Ilustración por Valeria Cafagna

Con el objetivo de conservar la diversidad biológica y evitar la degradación de su hábitat surgen los hoteles de insectos, una forma de cuidar al grupo de animales más numeroso del planeta.


Los insectos constituyen una parte esencial para la vida. Según datos de la Royal Entomological Society de Londres, asociación que se dedica al estudio de los insectos, se estima que existen unos 10.000 millones de insectos por kilómetro cuadrado, superando cualquier otra forma de vida en términos de diversidad y número. La importancia de estos diminutos seres va más allá de su cantidad, pues desempeñan funciones cruciales para la vida en nuestro planeta.

Los insectos son polinizadores fundamentales para la reproducción de plantas, contribuyen a la descomposición de materia orgánica, controlan poblaciones de insectos perjudiciales y sirven como fuente alimentaria para una amplia variedad de animales, incluidos pájaros y mamíferos. Sin embargo, en las últimas décadas, las poblaciones de insectos han experimentado un declive alarmante debido a la pérdida de hábitat, el uso indiscriminado de pesticidas y otros factores ambientales. 

La extinción de los insectos podría suponer el desequilibrio de los ecosistemas; existen numerosos ejemplos de plantas con flores que necesitan un insecto específico para la polinización

Ante este escenario crítico, ha surgido una iniciativa ingeniosa para cuidar a estos pequeños héroes: los hoteles de insectos. Estos refugios, normalmente creados con materiales reciclados procedentes de la naturaleza, como troncos, cortezas, ramas o cañas, son diseñados para ofrecer un entorno seguro y propicio para la reproducción y descanso de los insectos.

La idea ha ganado terreno y se estima que hay millones de hoteles de insectos en todo el mundo, desde pequeños refugios en jardines particulares hasta instalaciones más grandes en parques urbanos y áreas naturales.

La repercusión de los hoteles de insectos en la vida y el entorno es significativa, pues estas estructuras ofrecen refugio a insectos para promover su presencia y, por tanto, mejorar la polinización de plantas y la reducción de plagas. Además, al proporcionar hábitats específicos, los hoteles de insectos contribuyen a conservar la diversidad biológica en áreas urbanas, donde la degradación del hábitat es una amenaza constante.

Un ejemplo inspirador de esta iniciativa es el Bee & Bee, un hotel de insectos creado por la organización Friends of the Earth. Este singular refugio urbano cuenta con una variedad de compartimentos diseñados para atraer a diferentes especies de insectos, de forma que se promueve la biodiversidad en medio de la bulliciosa vida urbana.

Los hoteles de insectos ofrecen un entorno seguro y propicio para la reproducción y el descanso

En definitiva, los hoteles de insectos representan una respuesta creativa y eficaz para contrarrestar el declive de las poblaciones de insectos y preservar la biodiversidad. Al proporcionar refugio y hábitats adecuados, estas estructuras no solo benefician a los insectos, sino que también fomentan un equilibrio saludable en los ecosistemas. Es importante reconocer la importancia de estos pequeños habitantes y trabajar en conjunto para garantizar su supervivencia, recordando que el bienestar de los insectos es fundamental para el orden natural que sustenta toda la vida en nuestro planeta.

Katia Hueso: «Pensamos que el desarrollo económico y la protección del medio ambiente son antagónicos, y en realidad deberían ir de la mano»

La bióloga y autora de libros como Jugar al aire libre o Educar en la naturaleza aboga por nuevas generaciones que asienten su relación con el entorno natural desde la infancia, pero sobre todo desde el cuidado y la horizontalidad, y no desde el abuso y la jerarquía.


Katia Hueso no concibe la naturaleza y el ser humano en dos planos diferenciados, sino como parte de un mismo sistema. La bióloga y autora de libros como Jugar al aire libre, Educar en la naturaleza o Somos naturaleza aboga por nuevas generaciones que asienten su relación con el entorno natural desde la infancia, pero sobre todo desde el cuidado y la horizontalidad, y no desde el abuso y la jerarquía. Sus valores y convicciones la llevaron hace ya más de 12 años a cofundar Saltamontes, la primera escuela infantil al aire libre en España, y el proyecto Naturaleza Inclusiva, dirigido a familias con niños y niñas con discapacidad. Además, es cofundadora de la Federación Nacional de Educación en la Naturaleza (EdNa) y embajadora del movimiento Children of nature worldwide hand in hand.

¿Qué importancia tiene la conexión con la naturaleza desde pequeños? ¿Qué beneficios nos aporta?

El vínculo con la naturaleza es muy fuerte y al asentarlo en una edad temprana conlleva toda una serie de experiencias significativas que configurarán, en cierto modo, el acervo personal de cada uno. Además, debemos tener en cuenta que este tipo de vivencias no van hacia lo cognitivo, sino hacia lo emocional, convirtiéndose así en recuerdos indelebles.

Esta conexión en la infancia es importante en el sentido de que nos va a vincular en primera persona con algo más grande que nosotros. Nos permitirá conectar de forma tangible con la lluvia, el frío, las flores, los insectos, las plantas, los árboles.

A través de estas experiencias tempranas en el medio natural vamos a desarrollar capacidades como la autonomía, la gestión de riesgos, la tolerancia, la flexibilidad. Son todas habilidades que nos van a ayudar no solo a querer cambiar las cosas, sino a liderar el cambio y a invitar a otras personas a formar parte de él. 

Eres cofundadora de Saltamontes, la primera escuela al aire libre de España, en la que tenéis a niños y niñas de entre 3 y 6 años. ¿Cuáles son los puntos base de este modelo educativo?

Los pilares pedagógicos de Saltamontes son tres: contacto con la naturaleza, estando fuera casi todo el tiempo; el juego al aire libre como herramienta de aprendizaje, siendo este una alternativa más espontánea al currículo oficial, pero con la que se adquieren todas las habilidades que se espera de un niño y niña de 6 años; y las relaciones de respeto porque no solo se trata de jugar en la naturaleza, sino de estar y relacionarse de una determinada manera.

Estas relaciones de respeto contienen tres planos: el respeto hacia uno mismo, es decir, conocer el propio cuerpo, la mente, nuestros gustos, promoviendo así el autocuidado y la prevención de encontrarnos en situaciones peligrosas; el respeto hacia los demás, y con esto me refiero a todo el conjunto de personas que forman parte del proyecto, no hay jerarquías más allá de la que pueda haber en el cuidado entre acompañantes e infantes; y, finalmente, el respeto al entorno, a las plantas, a los animales. Todos estos elementos juntos tienen lógica, funcionan bien, pero si quitamos uno, el edificio se tambalea. 

«A través de experiencias tempranas en el medio natural podemos desarrollar la autonomía, la gestión de riesgos, la tolerancia y la flexibilidad»

¿Con la edad tendemos a desvincularnos cada vez más de la naturaleza?

Se suele decir que en la adolescencia se produce un bajón de interés por la naturaleza, y es un hecho lógico porque es un periodo de transformación y afirmación personal, en el que todo aquello que hay fuera de nosotros pierde importancia. Hay un distanciamiento, pero es una ruptura natural y que no será grave si previamente se han insertado bien las bases. Si es así, al llegar a la edad adulta, muchas veces se vuelve a la naturaleza, pero no desde la nostalgia, sino desde el convencimiento de que ese vínculo es importante y hay que cuidarlo. 

A nivel global, ¿qué relación tiene la sociedad actualmente con la naturaleza?

Creo que, en términos generales, en Occidente tenemos una relación muy vertical respecto a la naturaleza. Existe la necesidad de manejarla. Predomina una visión antropocéntrica que se construye desde arriba, desde la gestión dirigida. Mientras que, en otras culturas y miradas, como las del niño, no existe esa jerarquía, sino que se entiende que el ser humano es parte de la naturaleza. 

Obviamente, existe una relación de uso, ya que para sobrevivir el ser humano necesita de la naturaleza, pero la gran diferencia es cómo tomamos esta relación. En Occidente manejamos el ganado, los cultivos, los recursos, mientras que en otras culturas se trata más bien de una cuestión de cuidado. Se trata de una relación más horizontal en la que se difumina esa distancia entre yo como ser humano y la naturaleza como «otra cosa», cuando lo cierto es que formamos parte de la misma entidad. 

«Al llegar a la edad adulta, muchas veces se vuelve a la naturaleza desde el convencimiento de que ese vínculo es importante y que hay que cuidarlo»

El cambio climático es una problemática de causas antrópicas. ¿Este maltrato hacia el planeta tiene que ver con nuestra desconexión de él y con esta relación jerarquizada que describes? 

Totalmente. Tendemos a pensar que el desarrollo económico y la protección del medio ambiente son antagónicos, y en realidad deberían ir de la mano. 

También, hay que tener en cuenta que vivimos en entornos privilegiados que se aprovechan de los recursos de otras zonas del planeta. Y es en estos territorios, la mayoría en vía de desarrollo y con poca capacidad de respuesta frente a las consecuencias del cambio climático, donde sí se están dando cuenta de que cada vez hay menos suministros naturales. 

El periodista estadounidense Richard Louv menciona en su libro Los últimos niños en el bosque el concepto «déficit de naturaleza», referente al cada vez mayor distanciamiento de la vida al aire libre. A nivel individual, ¿qué consecuencias comporta este déficit?

Para hablar de este distanciamiento, Richard Louv buscó una palabra que llamara la atención, como es el caso de «déficit». Pero con el tiempo se dio cuenta de que había médicos que estaban empezando a ver cómo aquella desvinculación comportaba toda una serie de consecuencias sobre la salud física y psicológica de las personas. 

Hay cada vez más profesionales de la salud que están recetando naturaleza para cubrir las consecuencias del distanciamiento con el entorno natural, como pueden ser la falta de forma física, la obesidad o cualquier enfermedad relacionada con el sedentarismo.

La magia oculta del micelio

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El micelio es la red que da vida a los hongos y está formada por un conjunto de filamentos muy delgados que se ramifican debajo de la tierra. Una red poco conocida pero con un peso enorme en los diversos ciclos naturales de la vida en la tierra y con una notable contribución para nuestra biodiversidad.