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Consumo local para el Black Friday

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Tomar conciencia de nuestra responsabilidad como consumidores y apoyar el comercio de proximidad puede ser clave para ayudar a desarrollar la economía local a la vez que cuidamos el medio ambiente.

El bienestar emocional en la infancia y la adolescencia, una asignatura pendiente

Hay cifras que no se pueden ignorar: en el mundo, uno de cada siete niños, niñas y adolescentes de entre 10 y 19 años tiene un problema de salud mental diagnosticado. Pero más grave aún es el hecho de que cada año 46.000 adolescentes se suiciden. Esos números, que no son simples cifras sino una realidad alarmante, se recogen en el informe del Estado Mundial de la Infancia 2021 En mi mente: promover, proteger y cuidar la salud mental de la infancia, elaborado por Unicef.

De hecho, según dicho informe, la ansiedad y la depresión prevalecen en el 42% de los niños y las niñas diagnosticados con algún problema de salud mental y el suicidio se ha posicionado como una de las cinco principales causas de muerte entre jóvenes de entre 15 y 19 años,sólo superado por los accidentes de tráfico, la violencia interpersonal y la tuberculosis.

46.000 adolescentes se suicidan cada año en el mundo

Aquí, en España, durante 2020, cada dos horas una persona se quitó la vida: es decir 11 cada día. Una cifra que incluye tanto a jóvenes como a adultos, pero que es importante tener como referencia ya que, según los expertos, casi todo problema de salud mental en la adultez tuvo un origen desatendido en la infancia. Por lo tanto, señalar los problemas emocionales y de salud mental como una cuestión menor es sencillamente cerrar los ojos ante una realidad que necesita de acciones concretas y urgentes.

Pobreza, pandemia y violencia

Para elaborar el informe del Estado Mundial de la Infancia 2021, Unicef colaboró con un proyecto llamado Estudio Mundial sobre la Adolescencia Temprana de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de la Universidad John Hopkins, en el que chicos y chicas de distintos países formaron grupos de debate para compartir sus experiencias y percepciones sobre la salud mental en relación a sus respectivos entornos. La pobreza, el estrés y el caos ocasionado por la pandemia, así como la violencia sexual, aparecieron en los testimonios de estos jóvenes.

Respecto a la pobreza, un chico de Malawi habló de cómo el hecho de que sus compañeros se burlaran de él por ser el único en su clase que no podía llevar unos buenos zapatos le hacía sentir muy mal. “Si tu familia no te puede comprar unos buenos zapatos, te pones unos ‘crocs’. Pero los compañeros te los quitan y los lanzan de unos a otros riéndose y diciendo: -¡Mirad estos zapatos!-. Es muy doloroso, es horrible”, dijo.

Hace falta ‘psicoeducación’, educar a la gente sobre las emociones y a cómo lidiar con situaciones complicadas

Otro de los problemas que siempre ha existido, pero que durante los últimos tiempos se ha visibilizado aún más, es el de la violencia sexual. El testimonio de una chica egipcia, en el grupo de 15 a 19 años, es el siguiente: “Los maestros acosan a las niñas incluso en la escuela primaria y preparatoria. Las tocan de distintas formas y ellas son incapaces de decir nada, porque si lo hacen, las suspenden. Si se lo cuentan a otras personas, les dirán que un maestro es incapaz de hacer algo semejante”.

Por otra parte, de acuerdo con este informe, la pandemia ha dejado a una generación de jóvenes muy afectada emocionalmente. Y aún no sabemos, a largo plazo, cómo y cuáles serán los efectos en la salud mental. “Cuando pienso en todos los que han muerto a causa de la enfermedad, me pongo triste, y cuando me entero de que el número de casos está aumentando, me estreso”, expresó un chico de la República Democrática del Congo en el grupo de 10 a 14 años.

Incluso en países altamente desarrollados, como Suecia, aún quedan muchos estigmas sobre el tema. “El estrés y las enfermedades mentales son un tema muy angustioso. Nadie quiere hablar de ello”, resumió una chica sueca en el grupo de 15 a 19 años.

Lo que falta es educación sobre emociones 

Entrevistamos a Marisol Cortés, psicóloga, terapeuta especializada en terapia de juego en niños y adolescentes. La experta afirma que lo primero es diferenciar entre la niñez y la adolescencia. “Son dos terrenos y dos etapas de la vida completamente distintas. Aunque problemas como la ansiedad, el estrés y la depresión aparezcan en ambas, se manifiestan en cada una de ellas de forma distinta”.

Para comenzar, Cortés cuenta que ha visto un aumento en los casos de jóvenes con pensamientos suicidas. “Hay muchos chicos y chicas con muy baja autoestima, con mucha ansiedad y con miedos”.

Para ella, hace falta mucho trabajo en la prevención, y, sobre todo, en el apoyo a la salud mental en los adolescentes con ideación suicida. “También es muy importante que ese apoyo exista para las familias y los profesionales de la educación que estén en contacto con esos chicos”, agrega. “Creo que la forma de vida ha cambiado, y con ello, la forma de relación que hay entre muchos padres y sus hijos. Hoy tenemos a muchos niños, niñas y adolescentes que se sienten completamente solos. Pero también a muchos padres y madres que no saben ver que en la conducta de rebeldía de un chico lo que hay en el fondo es un grito desesperado por atención, de necesidad de cariño”, cuenta Cortés.

En opinión de la experta, lo que hace falta es ‘psicoeducación’, es decir, fomentar la educación en emociones y en habilidades para aprender a lidiar con situaciones complicadas y momentos críticos. Todo esto se traduce en prevención y para ello hacen falta recursos públicos para prevenir los problemas de salud mental y detectarlos a tiempo. “Sí que faltan recursos por parte de las administraciones, porque no todos los chicos y las chicas tienen los recursos para pagarse una terapia privada”, asegura Cortés. En este sentido, cabe destacar que según el estudio de Unicef, en los presupuestos mundiales para la salud, sólo el 2% está destinado al cuidado de la salud mental.

La perspectiva social como palanca de transformación

Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible –aquellas metas con las que Naciones Unidas pretende modelar el futuro del planeta– se encuentran algunas de las ideas más loables marcadas por la humanidad en su conjunto: el fin de la pobreza, el hambre cero, el desarrollo de la salud y el bienestar, la expansión de una educación de calidad o la igualdad de género. A priori cabría pensar que todas ellas son un listado hecho para los líderes políticos, para su encargo exclusivo; nada más lejos de la realidad: la confección de esta lista, que en total cuenta con 17 objetivos, se ha hecho pensando también –en algunos casos, incluso principalmente– en las corporaciones. Son ellas, hoy, quienes recogen gran parte de las expectativas de alcanzar estas metas. No solo porque las empresas son uno de los actores fundamentales de la sociedad, sino porque la ciudadanía reconoce, cada vez más, su habilidad para hacer frente a los retos de nuestro siglo.

Por primera vez en 20 años las empresas son consideradas las instituciones más confiables de la sociedad

Esta potencia para actuar se refleja, por tanto, en las exigencias hechas a las propias compañías. Hoy no solo basta con ofrecer buenos servicios o productos: el impacto en la sociedad debe serpositivo; las corporaciones han de tener los valores adecuados. Y la dirección, hasta el momento, parece especialmente positiva. Según datos de la consultora Edelman, por primera vez en 20 años las empresas son consideradas las instituciones más confiables de la sociedad; se alzan hoy, por tanto, como unas de las grandes hacedoras del futuro.

Una nueva época

La importancia que adquiere el rol de las corporaciones parece, así, cada vez más evidente. Ninguna compañía duda en utilizar términos como transparencia, inclusión, ética y derechos humanos. Esta actitud se recoge también en la mayoría de las empresas a través de lo que se conoce como Transformación Social Competitiva, cuyo objetivo doctrinal pasa por desarrollar un modelo más próspero, responsable y social. Esta es, hoy, una de las principales puntas de lanza contra los grandes desafíos sociales   de nuestros países: no solo reporta beneficios a la ciudadanía en su conjunto, sino que ayuda a las compañías a ir un paso más allá en unos compromisos absolutamente necesarios; lo social, al fin y al cabo, pasa por ser parte inseparable de la estrategia corporativa. Estos valores no solo recogen algunas de las acciones más urgentes –como, por ejemplo, la descarbonización–, sino también aquellas que, en ocasiones, pasan desapercibidas. Es el caso, por ejemplo, de los programas de promoción del talento o las becas para el estudio.

Más de la mitad de la población del planeta confía en que los CEO lideren el cambio social

Los dirigentes de las compañías, al fin y al cabo, poseen una responsabilidad no solo con el resto de su corporación, sino con el conjunto de la sociedad, de la que son parte fundamental. Algunas métricas, muestran que más de la mitad de la población del planeta confía en que los CEO –esto es, los dirigentes de más alto nivel– lideren el cambio social. «Estas expectativas hacen que la Alta Dirección y los Consejos de Administración tengan que centrarse en el compromiso con la sociedad con el mismo rigor, consideración y energía que emplean para obtener beneficios», señaló recientemente Beatriz Corredor, presidenta del Grupo Red Eléctrica, durante las Jornadas de Sostenibilidad 2021 celebradas en el Museo Nacional Reina Sofía. De hecho, tal como recalcaba la directiva, «beneficio e impacto están cada vez más íntimamente ligados». Esto no es, ni mucho menos, sorprendente: solo la confianza parece atraer hoy a los consumidores, lo que crea –cada vez más– un círculo cerrado de consumo responsable. En este sentido, Mónica Chao, directora de Sostenibilidad de IKEA y presidenta de WAS, quien también intervino en las jornadas, recalcó que «para que realmente se produzca una transformación sostenible tiene que llegar a la mayoría de las personas» y aseguró que esa accesibilidad «tiene que venir con lo que nosotros llamamos affordability», es decir, sin que las personas tengan que plantearse grandes cambios en su vida.

Para conseguir avances en esta dirección, no obstante, es importante saber dónde se puede situar una compañía en un primer momento. En este sentido, el clúster de impacto social de Forética, formado por algunas de las grandes empresas del país, reveló que un 90% de las compañías de la agrupación consideran como positiva la medición del impacto social no solo en cuanto a la gestión externa, sino también en relación a la organización interna de las compañías. El comportamiento ético –no solo con los demás, sino con todo aquello que nos rodea– ha dejado de ser una opción; es, en definitiva, una nueva forma de vida.

El activismo ciudadano, clave en la sociedad del futuro

En una de las miles de páginas que el filósofo Zygmunt Bauman escribió durante su vida, se esconde una pequeña frase que revela una cruda realidad: «Uno nunca puede estar seguro de lo que debe hacer, y jamás tendrá la certeza de haber hecho lo correcto». La incertidumbre forma parte (inevitable) de la vida humana y, como advertía Bauman, es obligatorio aceptarlo para así evitar angustias vitales y mirar al futuro desde otro punto de vista. Si nuestro paso por el planeta es breve, ¿por qué no actuar desde nuestra individualidad para provocar un cambio?

Bauman habló durante toda su carrera filosófica de la ‘realidad líquida’, esa que invita al movimiento sin echar raíces en ningún lugar. Y es en los albores de los retos globales donde este concepto retoma su sentido desde el activismo ciudadano: la transición hacia un mundo más verde, justo e inclusivo ya no queda encorsetada en las instituciones, sino que son los propios habitantes quienes toman riendas del asunto para provocar cambios locales de alcance global.

La participación ciudadana protagonizó parte de las Jornadas de Sostenibilidad 2021 al presentarse como herramienta fundamental para lograr, de manera cohesionada y adecuada, la transición ecológica que necesitamos

El empoderamiento ciudadano en busca de una sociedad más comprometida no ha dejado de crecer en la última década al albor de la revolución tecnológica, que ha abierto un amplio abanico de herramientas para hacer de internet un altavoz que llame a la acción. Funciona: según una encuesta de Metroscopia, en la actualidad los españoles confían mucho más en los movimientos sociales que en los políticos. 

Un ejemplo de activismo ciudadano lo tenemos en las elecciones municipales de 2015, cuando plataformas vecinales como Levantemos El Puerto (Cádiz) –una iniciativa que buscaba dar el salto a la política– se hicieron con un importante número de votos dando paso a lo que conocemos como municipalismo, esa política basada en instituciones asamblearias. Como analiza el Barcelona Centre for International Affairs, en este caso también «el cambio tecnológico ha facilitado vías de contacto mucho más informales pero al mismo tiempo fiables, lógicas de relación más horizontales y dinámicas de multipertenencia».

Saltando del activismo político al social, Change.org es un claro ejemplo de cómo las nuevas tecnologías han ayudado a la movilización ciudadana. La plataforma, que nació para dar altavoz a las iniciativas de personas particulares, registró en los seis primeros meses de 2020 un 80% más de solicitudes. En total, más de 14 millones de personas se movilizaron con alguna petición tanto en ámbitos medioambientales, como en justicia social, conflictos, economía, sanidad o educación.

En el plano físico, existen numerosos casos de cómo la ciudadanía se organiza en busca de una sociedad sostenible. Un ejemplo es el nacimiento de la app Kuorum, una herramienta digital que ayuda a gobiernos y empresas a abrir procesos de participación en comunidad facilitando, por ejemplo, el diseño de presupuestos participativos. Encontramos igualmente el caso del Consell de Menorca, que generó un debate público en busca de ideas para solucionar el problema de accesibilidad a la vivienda en las islas convocando a vecinos, poderes públicos, residentes y empresas. También plataformas como Aragón Participa, Barcelona Decidim o Irekia son casos de éxito de activación ciudadana para la transformación social.

El papel de la participación ciudadana protagonizó parte de las Jornadas de Sostenibilidad 2021, organizadas por el Grupo Red Eléctrica, al presentarse como herramienta fundamental para transformar, de manera cohesionada y adecuada, la transición ecológica que necesitamos. «Tanto individualmente como colectivamente estamos concienciados», reflexionó Juan Verde, presidente de Advanced Leadership Foundation. «La concienciación individual y comunitaria, unida al resto de agentes sociales, son piezas que encajan y que nos permitirán alcanzar los objetivos», señaló.

Europa y las empresas hablan de participación ciudadana

La relevancia del activismo ciudadano está clara para las instituciones nacionales, pero también para las internacionales. De hecho,  la Comisión Europea acaba de inaugurar un centro de competencias para fomentar la participación de la ciudadanía en el diseño de las estrategias políticas del futuro. «El aumento de las asambleas y los paneles ciudadanos en los últimos años ha demostrado dos cosas: en primer lugar, que la ciudadanía demanda participar en las políticas públicas y, en segundo lugar, que su participación es clave para mejorar la confianza en las instituciones y reforzar la democracia», reconoce la institución europea en su escrito, que proyecta iniciativas de activación ciudadana como Conference on the Future of Europe o European Democracy Action Plan.

La Comisión Europea acaba de inaugurar un centro de competencias para fomentar la participación de la ciudadanía en el diseño de estrategias políticas

También las Naciones Unidas cuentan con su propio brazo de sociedad civil y organizan talleres, debates, conferencias y otras acciones enfocadas al activismo de los ciudadanos. «El poder de convocatoria, movilización y concienciación de los movimientos sociales es cada vez mayor. Responderá con mayor energía y ejercerá esa labor de concienciación en poderes públicos y empresas», aseguró Alfredo González, secretario de Estado de Política Territorial en las Jornadas de Sostenibilidad 2021. De hecho, de los 70.000 millones de euros que llegarán a España gracias a los fondos de recuperación poscovid Next Generation, el 15% se dirigirá a los ayuntamientos que, según los ponentes, ejercen de una de las formas más fructíferas de activismo ciudadano, ya que saben lo que necesitan sus habitantes en cada momento.

No pasó desapercibido en el evento el nombre de Greta Thunberg como ejemplo de movilización ciudadana desde la generación más joven —la más implicada en las nuevas formas de activismo— a la falta de acción contra la crisis climática y social. Una chispa que ilumina la importancia de la justicia intergeneracional: dejar a los que vienen el planeta que esperan de nosotros (y que merecen). El periódico The Guardian publicó recientemente la historia de 20 jóvenes activistas que trabajan a diario para labrarse una sociedad más justa y sostenible. Sin embargo, advirtió Verde, «no debemos descargar la responsabilidad sobre ellos». «Podemos pedirles, pero también implicarnos. No hay que esperar a su impulso para actuar», matizó. El activismo ciudadano consiste, precisamente, en eso: tomar acción de forma individual para cambiar colectivamente.

El reto global de ‘ecologizar’ la economía

No existe una sola economía que tenga capacidad para salvarse del impacto del cambio climático. Tanto si es rica como si se encuentra en vías de desarrollo, los efectos de la crisis climática, como las altas temperaturas, los fenómenos climáticos extremos o la alteración de la biodiversidad no solo le pasarán factura al bienestar, sino que también alcanzarán los bolsillos de los ciudadanos. Esta es la conclusión a la que llega el Long-term macroeconomic effects of climate change del Institute for New Economic Thinking, asegurando que, de no cumplir con el Acuerdo de París, en 2100 el aumento de la temperatura global (0,04 grados por año) habrá hecho menguar en un 7,22% el PIB per cápita mundial. Este es el PIB conjunto de Australia, Bélgica, Canadá, Alemania y Sudáfrica.

Además, como indica una encuesta realizada por el Foro Económico Mundial, los ciudadanos ya no creen que sus Gobiernos puedan cambiar este futuro –el 53% opina que las instituciones públicas no están haciendo lo suficiente– y, por ello, miran hacia las empresas, que consideran han hecho mucho más de lo que debían para avanzar en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y reducir grandes problemas como el cambio climático, la desigualdad y la hambruna. En este nuevo escenario de confianza se celebró la Cumbre Anual de Impacto en el Desarrollo Sostenible, a fin de dar con soluciones empresariales para trabajar en la ‘ecologización’ de las economías y poner freno a los riesgos ecosociales de la crisis ambiental.

Más allá del evidente cumplimiento de los ODS, el centenar de líderes empresariales, políticos, gobiernos y agentes sociales convocados en el Foro Económico Mundial en septiembre llegaron a la conclusión de que la colaboración público-privada debe ser inmediata. Así, el ‘business as usual’ –traducido como la tendencia tradicional de las empresas a buscar el mayor beneficio sin tener en cuenta otras consecuencias no económicas– debería desaparecer por completo. Invertir en prevención resulta esencial para reducir los impactos financieros del cambio climático y trabajar de la mano del sector público en la predicción y el conocimiento de riesgos es el camino a seguir.

El cambio climático provocará en 2100 una merma del 7% del PIB mundial si no se frena a tiempo

«Tenemos muchos más posibles daños a largo plazo que hace 20 años, por lo que necesitamos un modelo global accesible para todas las regiones», aseguró John Haley, CEO de Willis Towers Watson. Lo ejemplificó con el proceso de predecir un terremoto. «Tras la ola de terremotos de los 90, los estados construyeron un modelo de predicción global donde todo el mundo podía acordar cuáles eran los mayores riesgos e identificar cómo minimizar el impacto. Era algo con consistencia, transparente, y eso es precisamente lo que necesitamos en nuestra economía».

En este sentido, otra de las ideas auspiciadas por el economista Paul Donovan derivaron en el concepto de la ‘desglobalización’, un salto que consistiría en un modelo de producción local más eficiente y, por tanto, menos contaminante. Aunque con matices. «A pesar de que es una alternativa mucho más sostenible tenemos que tener en cuenta que, debe existir una estrategia paralela para poder lidiar con las posibles consecuencias que esto provoque en la economía».

Comprometerse a las ‘emisiones cero’ es, quizá, una de las propuestas más evidentes y necesarias, pero no por ello menos complicada para el sector empresarial –y para la economía, en general–. «Alcanzar la neutralidad es muy caro», avanzaba en el encuentro Rich Lesser, de Boston Consulting Group. Resulta fundamental, según él, la colaboración, primero, entre los eslabones de la cadena de producción y, posteriormente, entre los distintos sectores que componen la economía. «Para muchos países, la neutralidad climática no sale a cuenta. Por eso necesitamos dar un paso adelante y crear mejores sinergias, más allá de nuestras fronteras, para fomentar la transición desde la microeconomía y la macroeconomía», aseguraba.

¿Qué implica esto? Asumir, primeramente, que el 80% de la inversión en esta transformación debe nacer del sector privado. «Adaptarnos a estos impactos no es solo tomar parte de nuestra responsabilidad, también proporcionar trabajos y competitividad que cambiará el mundo», aseguraba Feike Sybesma, de Royal Phillips. Y en segundo lugar, ser conscientes del reto que supone abandonar la financiación asociada a las emisiones: según el estudio The Time To Green Finance, solo un 25% de las entidades analizadas hacían un seguimiento de las emisiones derivadas de sus actividades. «Necesitamos apostar por ser transparentes y coordinarnos con el resto de sectores para apostar por una transición transparente y eso lo haces con una metodología aceptada, donde todos hablemos el mismo lenguaje», defendía Alison Martin, del Zurich Insurance Group.

Atención a las economías emergentes

Frente a la vorágine de pandemias, crisis climática e inestabilidad económica, el foco se sitúa de manera decisiva sobre el papel que juegan las empresas en las transformaciones sociales. Los criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) son por ello fundamentales para que las entidades desarrollen estrategias que maximicen sus impactos positivos tanto en el desarrollo ambiental como en el económico, ya que ambos van de la mano. Y aquí las economías emergentes –aquellas que no se incluyen en la categoría de países subdesarrollados, pero tampoco cumplen como potencias mundiales– pueden jugar un papel fundamental, según las conclusiones de la Cumbre.

En una crisis de confianza con las instituciones públicas, el sector privado se percibe con la capacidad suficiente para dar con soluciones a los retos globales

Tradicionalmente, estos países han sido interpretados como inversiones arriesgadas, especialmente cuando se tratan de criterios ESG. Una visión que, en la actualidad, el Foro Económico Mundial describe como «una barrera que limita las oportunidades para favorecer la recuperación pospandemia». «Si vives en un país rico, tan solo te afecta el ODS del clima. Y centramos nuestra inversión y nuestro valor en ese. Sin embargo, la pobreza, el hambre, la inseguridad sanitaria y la injusticia afecta al resto», reflexionaba Majid Jafar, de Crescent Petroleum. ¿Cómo es posible garantizar una transición económica justa y sostenible si sus criterios no prestan atención al resto de territorios?

En resumen, el puente hacia la recuperación sostenible se cimenta en cuatro pilares, según concluye la Cumbre. El primero, los principios de gobernanza que sitúan el propósito frente al beneficio en las actividades económicas; el segundo, la ambición por proteger el planeta a través del consumo responsable y el uso sostenible de los recursos; en tercer lugar, acabar con la pobreza y la hambruna para asegurar que todos los habitantes jueguen en el mismo lado de la igualdad y, por último y más importante, la apuesta por la prosperidad. Una prosperidad que asegure una vida decente a todo ser humano, pero también un progreso económico, social y tecnológico en consonancia con la naturaleza.

Arquitectura regenerativa, el camino hacia un futuro habitable

Antoni Gaudí, uno de los arquitectos españoles más estudiados y reconocidos, aseguraba hace más de 100 años que “el arquitecto del futuro se basará en la imitación de la naturaleza, porque es la forma más racional, duradera y económica”. El futuro al que hacía referencia ya está aquí, y no son pocos los profesionales que han tomado su predicción como máxima para que los edificios en los que desarrollamos nuestra vida logren cohesionar la actividad humana y la de la naturaleza.

Diversos estudios apuntan a que el sector de la construcción es responsable del consumo del 50% de los recursos naturales y el 40% de la energía, y que  genera, además, cerca del 50% de los residuos. La propia Comisión Europea ha confirmado que nuestros edificios emiten el 36% de las emisiones de gases de efecto invernadero.

El sector de la construcción consume el 50% de los recursos naturales, el 40% de la energía y genera el 35% de los residuos

La arquitectura camina desde hace años hacia la sostenibilidad buscando minimizar el impacto medioambiental de las edificaciones. Pero, más recientemente, se ha comprendido que esto no es suficiente. Y es que este tipo de arquitectura sostenible no ha abandonado aún el nicho de las construcciones “estáticas” y, como indica el arquitecto William McDonough, “los edificios deben funcionar como árboles y las ciudades como bosques”. Ya no se trata de imitar sino de integrar, construyendo edificios autosuficientes y ecológicos que restauren, renueven y revitalicen los materiales y fuentes de energía empleados tradicionalmente. Es lo que se conoce como arquitectura regenerativa.

Un ejemplo claro de lo que esta disciplina puede lograr tiene que ver con la reducción de emisiones de CO2, ya que convierte los propios edificios en instrumentos que absorben dichos gases. Esto se consigue incorporando al mismo una considerable masa vegetal, principalmente compuesta por césped y diversos arbustos tupidos. Una medida que además permite reducir las altas temperaturas en el edificio, mejorando así la eficiencia y estrechando la conexión directa con la naturaleza de las personas que lo habiten.

Si hablamos del consumo energético y de recursos todo consiste en sustituir edificios consumidores por edificios productores. Las posibilidades son múltiples: desde la instalación de paneles solares que generen energía verde al uso de materiales de construcción restaurados o la plantación de jardines comestibles, una nueva tendencia de cultivo ecológico de todo tipo de vegetales, frutos, hierbas aromáticas y flores, que puedan ser cuidados por los habitantes del edificio reforzando su concienciación ecológica y facilitándoles una fuente de alimentación sana.

La arquitectura regenerativa logra que los edificios funcionen como árboles y las ciudades como bosque

La Universidad Mexicana del Medio Ambiente (UMA), diseñada por el arquitecto Oscar Hagerman y operativa desde 2014, es pionera en la aplicación de esta arquitectura regenerativa. El complejo cuenta con cubiertas vegetales que proporcionan aislamiento térmico; medios de captación pluvial, para abastecer los sistemas sanitarios y de reciclaje de aguas para el riego; o viveros y jardines comestibles en las inmediaciones. Además, en su construcción sólo se emplearon materiales naturales de bajo impacto ecológico cuyo sobrante se reutilizó, mezclado con estiércol, para el revestimiento de sus muros. Así, esta universidad convierte su propio espacio en una lección en vivo para sus estudiantes.

Un ejemplo más ambicioso de arquitectura regenerativa es el proyecto para la nueva Torre Pirelli de Milán, diseñado por el arquitecto Stefano Boeri, que ya ha realizado con gran éxito edificios similares. Se trata de un rascacielos con 1.700 metros cuadrados de vegetación en su fachada, pensado para absorber 14 toneladas de CO2 y producir nueve toneladas de oxígeno por año. Además, este edificio cubrirá el 65% de sus necesidades totales de electricidad a través de paneles solares. El propio Stefano Boeri asegura que el nuevo edificio “equivale a instalar un bosque de 10.000 metros cuadrados en el centro de Milán”.

Son ejemplos de peso que nos obligan a profundizar en esta corriente de la arquitectura regenerativa como vía ineludible para asegurar la imprescindible sostenibilidad de los recursos naturales y para volver a conectar las ciudades con la naturaleza.

Seis años de los ODS, ¿en qué punto estamos?

Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 auspiciados por las Naciones Unidas cumplen más de un lustro en un contexto mundial no solo inesperado, sino impredecible: aunque las mejoras en las medidas sanitarias para contener el avance de la pandemia –especialmente en los países desarrollados– demuestran surtir efecto, el reguero de efectos colaterales que el coronavirus ha dejado en el planeta emborrona las lentes con las que miramos el futuro. ¿Será posible, finalmente, erradicar la pobreza tras el parón económico? ¿Podrá garantizarse la atención sanitaria en todos los rincones del planeta tras el colapso provocado por la covid-19? ¿Conseguiremos pisar el freno antes de superar el límite de los 1,5 ⁰C en 2030?

El objetivo de los ODS incluye el resolver los importantes retos que implica la interconexión entre el medio ambiente y el ser humano

Para Antonio Gutierres, secretario general de las Naciones Unidas, «esta crisis amenaza décadas de progresos en sostenibilidad y hace más evidente que nunca la necesidad de transicionar a un sistema más verde». Las cifras que apunta el Informe sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2021 –un estudio de las Naciones Unidas que analiza junto a 50 organizaciones internacionales  la evolución de los ODS en el último año– ya las conocemos: incremento de la pobreza, pérdidas económicas, dificultades para acceder a la educación y sistemas sanitarios maltrechos tras luchar por dar oxígeno a la población. Pero si echamos la vista atrás, observaremos que el camino que los ODS han construido en estos últimos seis años han hecho de nuestras sociedades unas más sostenibles y resilientes. Y es esa fotografía la que puede guiarnos a partir de ahora.

Más salud, más acceso a servicios básicos

Los ODS nacieron en 2015 como sustitutos de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) que, durante 15 años, marcaron grandes progresos en la reducción de la pobreza, el acceso a saneamiento, salud materna, educación y la lucha contra enfermedades infecciosas como el sida o la tuberculosis. El guante que recogieron una vez lanzados abrió el alcance hacia un ámbito también medioambiental con el objetivo de resolver los importantes retos que implica esa interconexión entre el medio ambiente y el ser humano y a los que nos seguimos enfrentando hoy en día. Con la herencia de los ODM, los resultados de los ODS llegaron pronto: hasta la actualidad, más de 1.000 millones de personas han conseguido salir de la pobreza extrema, la mortalidad infantil se ha reducido a la mitad al igual que la población sin escolarizar y las infecciones por el VIH/SIDA se han reducido en casi el 40%, según el Informe sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2020.

Los países han logrado grandes avances a la hora de conservar al menos el 10% de las zonas costeras

De forma individual, además, estas nuevas metas han alcanzado importantes resultados positivos. El ODS 3 (Salud) ha conseguido incrementar en un 64% los nacimientos atendidos por profesionales en los países en vías de desarrollo, además de marcar mejores límites a las enfermedades infecciosas. Y el ODS 7 (Acceso universal a energía), ha batido récords al incrementar la electrificación mundial hasta el 90%, frente al 83% en 2010.

En la erradicación de la pobreza extrema (ODS 1), Asia oriental y los países desarrollados han presentado buenos avances en 2020 si se toma como referencia el año 2015. Y en la promoción de empleo sostenido (ODS 8), todas las sociedades han registrado avances a la hora de mantener el crecimiento económico per cápita y lograr empleo productivo para todos. Además, en materia de biodiversidad, la mayor parte de los estados han logrado grandes avances a la hora de conservar al menos el 10% de las zonas costeras, un importante hito que minimiza la acidificación de los océanos y la pérdida de biodiversidad, tan esencial para el ser humano.

Y, ¿hacia dónde vamos?

El balance de ese tercio de recorrido en la Agenda 2030, que ya hemos superado, deja según la organización Open ODS, sin respuesta a esa pregunta. «Nadie, ni las agencias de Naciones Unidas, ni la academia, ni los propios gobiernos, pueden responder con honestidad a esta pregunta. Tenemos una foto fija de los ODS, pero no las causas que nos permitan interpretar las posibles consecuencias». Pero esto no tiene por qué interpretarse como una conclusión negativa. En realidad, las 169 metas y 244 indicadores han conseguido algo inédito: que el sector público y el privado sean copartícipes de la meta común de hacer del sistema económico, político y social uno más sostenible y resiliente. Desde un enfoque local hasta uno internacional, lo que permite conocer con precisión la realidad de cada país.

«Ahora podemos saber cuál es la situación de pobreza extrema, de igualdad, de biodiversidad o de la calidad de los recursos hídricos en cada Estado», concluye la organización. Esto permite conocer el perfil de cada nación y actuar en consecuencia. Aunque queda algo de camino, especialmente en ámbitos como la reducción de la desigualdad entre países (ODS 9) o la protección de los ecosistemas terrestres (ODS 15). Hacen falta más datos. «Sin una medición que llegue hasta los niveles subestatales los resultados no serán concluyentes» advierte Open ODS. El camino que ya está hecho no puede caer en el abandono, porque la vida del planeta va en él. Quizá dentro de otros seis años todo haya cambiado (a mejor).

Así podemos reducir nuestra huella ecológica en internet

Aunque es difícil de percibir, la huella ecológica digital no se trata de un posible problema futuro sino de una realidad que a día de hoy ya tiene un importante peso. Cada uno de nosotros deja, en sus travesías digitales, pequeños impactos en el medio ambiente que, como esquirlas, dejan una senda intransitable. Es más, sus emisiones de gases de efecto invernadero se pueden medir incluso en toneladas de dióxido de carbono.

La visualización de media hora de una película en streaming emite 1,6 kilogramos de dióxido de carbono, lo que equivaldría a conducir 11 kilómetros en un coche

Cuando enviamos un correo electrónico emitimos entre 4 y 50 gramos de dióxido de carbono, en función de si lleva documentos adjuntos o no, según cálculos de The Carbon Literacy Project, y cuando vemos media hora de una película en streaming emitimos 1,6 kilogramos de CO2, una cantidad similar a la que generaríamos conduciendo un coche de gasolina durante algo más de 11 kilómetros (según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente, un coche de gasolina de tamaño mediano emite de media unos 143 gramos de CO2 por kilómetro). Según datos de 2019 publicados por Netflix, la compañía consumió a nivel global 451.000 megavatios por hora al año, lo que es equivalente al nivel de energía necesario para atender las necesidades de 37.000 hogares. Esto ocurre por una razón sencilla, si bien oculta tras nuestras pantallas: el universo digital es, en realidad, una enorme maraña de cables escondida tras las numerosas filas de servidores que dan cobijo a internet.

Cómo reducir esta huella ecológica en pocos pasos

Limitar este impacto ambiental es relativamente sencillo. En cualquier caso, se trata de racionalizar tanto como sea posible nuestra actuación digital. Esto es evidente en el caso de los correos electrónicos: cuantos menos mensajes superfluos enviemos, menor será, a su vez, nuestra propia huella de carbono. Este servicio, por tanto, debería restringirse a intercambios de importancia considerable, sin los que el engranaje corporativo —o personal— se vuelve imposible de manejar. Los porcentajes no mienten: el 61% de los e-mails no son esenciales, mientras que el 68,8% del tráfico de correo electrónico es puro spam. También es positivo sustituir el envío de mensajes por un sistema de documentos compartidos, como es el caso de las organizaciones que funcionan establecidas bajo el combustible de la nube digital. Incluso la compresión del tamaño relativo a los archivos adjuntos en los correos —así como la eliminación de aquellos que ya no nos interesan— se define actualmente como una medida positiva.

Otras medidas conciernen principalmente al tiempo de uso. Es el caso no solo de las redes sociales, donde se invierte una gran cantidad de minutos a lo largo del día, sino también del ordenador. ¿Es necesario dejarlo encendido durante todo el día o, por el contrario, es posible apagarlo? Si la última opción es plausible, hemos de saber que con ello ahorraremos una considerable cantidad energética, al igual que ocurre con otros objetos electrónicos, como la televisión. El consumo de tiempo en internet, por lo tanto, es más o menos equivalente a la producción contaminante: cuanto más tiempo invirtamos en la red, más emisiones produciremos. Esto nos retrotrae a un factor principal de la sostenibilidad, como es el consumo responsable.

Cuanto más tiempo invirtamos en la red, más emisiones produciremos

También hay alternativas que funcionan como un pequeño contrapeso, tal como ocurre con el ejemplar caso de Ecosia, un buscador online con el que se elimina hasta 1 kilogramo de dióxido de carbono. Si la pregunta es cómo, la respuesta es sencilla, ya que los usuarios que utilizan este peculiar buscador estarían plantando árboles con cada solicitud de búsqueda. Con esto no solo se vuelve neutral en cuanto al impacto del carbono; ayuda a eliminarlo de forma activa. Según sus datos, Ecosia ha plantado ya 130 millones de árboles.

Toda acción individual, eso sí, aumenta su potencia si la transformamos hacia una acción colectiva. Así, si nuestro entorno más cercano consigue eliminar esas pequeñas fuentes de contaminación, estaremos multiplicando la reducción de esta huella de carbono. No obstante, todo se reduce a una constante sencilla por la que cabe preguntarse si merece la pena este gasto de nuestro tiempo en la red. Una pregunta crucial en cuanto a que la emisión de gases por actividad digital, ahora mismo, parece depender tan solo directamente de nosotros. Puede que para mirar al futuro debamos dirigir nuestros ojos, hoy, fuera de la pantalla.

Semana Mundial del Agua: Consejos para ahorrar agua en los hogares

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La edición anual de la Semana Mundial del Agua, celebrada en Estocolmo durante este mes de agosto, se encuentra ante un punto de inflexión. Su nuevo formato digital promete alcanzar a un mayor número de personas y convertir los retos del agua en lo que realmente son: un problema que concierne a todos. La prueba última de que la cooperación global es, ahora, más necesaria que nunca.

Seis lecturas de verano para comprender el reto de proteger la naturaleza

Llegan las semanas de descanso. Un momento perfecto para aprovechar el tiempo para leer lo que la rutina diaria no nos deja, relajarnos y, por qué no, ampliar horizontes con otro tipo de ejemplares literarios que abordan temáticas como el cambio climático o la preservación de especies. En este artículo recopilamos seis ensayos para reflexionar sobre el medio ambiente y nuestra relación con el entorno natural. 

El sentido del asombro, de Rachel Carson

La bióloga y escritora estadounidense Rachel Carson, que vivió a comienzos del siglo XX fue una de las pioneras de lo que ahora llamamos la ética ambiental o el ecologismo. En este ensayo, que parte de un artículo publicado en una revista que fue ampliando, desarrolla su pensamiento ligado al respeto por el medio natural, el pacifismo y una educación centrada en respetar el sentido del asombro de los niños y su capacidad para los cuidados antes que para la destrucción.

Perdido en el paraíso, de Umberto Pasti

Autor de numerosos libros de divulgación sobre jardinería, el italiano Umberto Pasti decidió un buen día establecerse en la aldea de Rohuna, en el norte de Marruecos, no muy lejos de Tánger, para realizar su proyecto soñado: un gran jardín de especies en peligro de extinción para así preservarlas. El paisaje que había elegido era seco, aislado, sin carreteras, agua o electricidad. Esta es la historia de cómo llevó a cabo con éxito su proyecto y además convirtió Rohuna en su hogar.

En islas extremas, de Amy Liptrot

La escritora Amy Liptrot se mudó de vuelta desde Londres a la vieja granja de las Islas Orcadas, en Escocia, donde pasó su infancia. Huyendo de la precariedad y otras circunstancias vitales por las que atravesaba, el regreso a los paisajes naturales donde creció la permite levantar una nueva vida en comunión con su entorno. Unas memorias noveladas que recogen las verdaderas experiencias de su autora a modo casi de diario íntimo.

El murciélago y el capital, de Andreas Malm

El ecologista Andreas Malm escribió este ensayo de plena actualidad en mitad de la pandemia. Con calma, pero sin ocultar la urgencia de la crisis climática, el activista sueco explica cómo la pandemia del coronavirus es inseparable del sistema económico en el que se produce y de un estilo de vida que condena al planeta, a la biodiversidad y a nosotros mismos. Malm conserva una nota de optimismo para describir las oportunidades de cambiar de modelo y las experiencias que ya están funcionando en diversas partes del mundo.

Walden, de Henry David Thoreau

El más antiguo. Un clásico es un clásico. En los árboles de la sociedad industrial y el nacimiento de los EEUU, el activista y escritor Henry David Thoreau decidió marcharse a vivir en la naturaleza en una cabaña construida por él mismo y alimentándose de su propia huerta. Durante ese tiempo llevo un diario de sus pensamientos y sus vivencias que publicó más tarde en este tomo, en el que reivindica la vida en comunión con el medio natural como la verdadera libertad para el ser humano y la necesidad de ser consciente del coste de nuestra comodidad.

Perdiendo el Edén, de Lucy Jones

La periodista inglesa Lucy Jones recoge en este ensayo en parte autobiográfico las investigaciones más recientes sobre la necesidad de las personas de vivir en contacto con la naturaleza. Un repaso divulgativo de cómo el medio natural marca nuestro lenguaje, nuestra forma de vivir y nuestro ánimo incluso en las modernas ciudades del siglo XXI en las que pasamos el 90% de nuestro tiempo entre cuatro paredes. Jones describe las escuelas forestales cada vez más comunes en el norte de Europa o los últimos avances en terapia en la naturaleza, además de reflexionar sobre el estilo de vida del Occidente actual.