Etiqueta: Agenda 2030

El impacto ambiental de la industria del cine

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Emisiones de gases a la atmósfera, consumo de energía, generación de residuos o daños a la naturaleza son algunos de los impactos ambientales de los rodajes cinematográficos. Una realidad de la que el séptimo arte ya es consciente y que está revirtiendo con rodajes sostenibles.

Kenia, el vertedero de la ropa usada que contamina el mundo

Qué satisfacción salir de compras y encontrar ropa a buen precio y a la última moda. Qué tranquilidad saber que se puede donar o reciclar cuando nos cansemos de ella. Si los consumidores están contentos, las empresas más. Todos ganamos, ¿no?

La Fundación Changing Markets, dedicada a promover cambios en las empresas para avanzar en materia de sostenibilidad, ha publicado recientemente un informe en colaboración con otras entidades donde denuncia que la ropa de segunda mano que se produce en el Norte acaba en muchos casos amontonada en vertederos de países del Sur.

La quema de tejidos realizados con poliéster y nailon genera problemas de salud para los vecinos de la capital keniana y medioambientales en el río Nairobi

El caso de Kenia es especialmente llamativo. La publicación Trashion: The stealth export of waste plastic clothes to Kenya (Trashion: la exportación sigilosa de ropa de plástico de desecho a Kenia), basada en fuentes oficiales, revela que la Comisión Europea estima que en 2021 se exportaron a Kenia más de 900 millones de prendas usadas procedentes de todo el mundo. De estas, se desecharon hasta 458 millones, y es probable que más de 300 millones contuvieran fibras a base de plástico, como poliéster y nailon, materiales que no se pueden reciclar. Los europeos, por su parte, enviaron más de 112 millones de prendas, de las que más de 56 millones se hallaban en mal estado y, por tanto, imposibles de reutilizar.

En un impactante vídeo publicado por la entidad para facilitar la toma de conciencia del problema, se observa cómo la ropa llega envuelta en enormes fardos de plástico sin que se pueda conocer el estado de las prendas. Los investigadores de las ONG implicadas estiman que la calidad es tan baja que no llegan a aprovecharse entre el 20% y el 50% de lo que reciben.

La ropa inservible no se devuelve al Norte, sino que se quema para cocinar o acaba en el vertedero de Dandora, una extensa superficie en medio de la capital keniata rodeada de numerosos centros educativos. Los restos de la quema contaminan el aire, lo que se traduce en problemas de salud; y llegan hasta el río Nairobi y el océano Índico, algo que repercute en la calidad medioambiental global.

Betterman Simidi Musasia, fundador y patrono de Clean Up Kenia, entidad colaboradora en el estudio, asegura que el vertedero de Dandora, la zona cero de la moda rápida, constituye un ejemplo paradigmático del “colonialismo del residuo o del desperdicio” (waste colonialism).

Ghana, India, Nigeria y Pakistán son otros países del Sur que reciben ropa usada imposible de reciclar y reutilizar

No es el único. Ghana, India, Nigeria y Pakistán son otros destinos preferentes de ropa usada. Por otro lado, los países europeos que más exportan son, por este orden, Alemania, Reino Unido, Polonia, Países Bajos, Italia, Bélgica y Francia, según la base de datos Comtrade de la ONU para 2019 y 2020, citada en el estudio.

Entre las posibles soluciones, la ONG valora positivamente algunas iniciativas empresariales, como Fashion for Good, una plataforma global que fomenta la innovación sostenible en el sector de la moda.

Ahora bien, también es preciso avanzar en la regulación. La Convención de Basilea ha logrado que más de 170 países se hayan comprometido a proteger la salud humana y el medio ambiente de los efectos derivados de la generación, gestión y eliminación de desechos peligrosos. Sin embargo, no tiene en cuenta las fibras plásticas que en último término acaban afectando a la cadena alimentaria. Por ello, la entidad sin ánimo de lucro confía en que la inminente directiva sobre el Impacto Medioambiental de la gestión de residuos, prevista para este verano, contribuya a acelerar el cambio hacia un mundo más responsable y sostenible. Ahí sí ganaremos todos.

Diez podcasts sobre sostenibilidad

En plena revolución de la industria de la comunicación, los podcasts llegaron para quedarse. Fue en 2004 cuando el periodista Ben Hammersley bautizó así a los archivos de sonido, especialmente programas de radio, que ya se habían emitido y que posteriormente podían ser escuchados o descargados por cualquier usuario. Casi dos décadas después, la pandemia cambió las reglas del juego y los podcasts se popularizaron entre la población.

La preocupación de la ciudadanía española respecto al medio ambiente y el cambio climático aumentó un 135% en 2020

Este no tan nuevo formato es especialmente consumido por los adultos jóvenes de nuestro país, pues más de la mitad de la población de entre 18 y 44 años escucha podcasts según el estudio Digital News Report España 2022, y suele optar por programas especializados en materias concretas.

Según el informe citado, lo que más interés suscita en España son cuestiones especializadas como la ciencia, la tecnología, la salud o la historia, seguidas de los asuntos sociales. A caballo entre ambas temáticas nos encontramos con una materia de interés colectivo: la sostenibilidad.

Tal y como señaló una investigación llevada a cabo por Google, la preocupación de la ciudadanía española respecto al medio ambiente y el cambio climático aumentó un 135% en 2020. En respuesta a esta inquietud social, numerosos podcasts comenzaron a abordar la sostenibilidad de una manera integral, exhaustiva y al alcance de cualquiera.

Para celebrar el Día Mundial de la Radio, conozcamos algunos de los podcasts sobre sostenibilidad a los que no hay que perder la pista.

Vivir sin plástico

«Nuestras dudas seguro que son muy parecidas a las tuyas y por suerte siempre encontramos a alguien que nos las resuelva», afirman Patricia Reina y Fernando Gómez, creadores de este podcast especializado en consumo consciente, reciclaje, naturaleza, medio ambiente y otros aspectos relacionados con la sostenibilidad.

Climabar

Con un lenguaje ameno y divertido, este podcast nos explica cómo cuidar el medio ambiente y que, como sus autoras ironizan, «el fin del mundo nos pille informadas, pero pasando un buen rato». Carmen Huidobro, experta en ciencias medioambientales, y Belén Hinojar, comunicadora audiovisual, han logrado salir de la «burbuja verde» donde suele quedarse la concienciación ambiental.

El bien social

Guillem Bargalló decidió crear su proyecto cuando una fábrica textil de Bangladesh se derrumbó en 2013 hiriendo a dos mil personas y llevándose la vida de más de mil. «Llevaba la ropa que ellos fabricaban y aquel derrumbe provocó el derrumbe de mi conciencia», confiesa Bargalló. Desde entonces, da voz a proyectos que hacen del mundo un lugar mejor en el exhaustivo podcast El bien social.

Hora verde

Un podcast que nace para ayudar a todas las personas que quieren llevar una vida más sostenible, pero no saben por dónde empezar. De la mano de sus invitados y durante menos de una hora, José David Millán ofrece consejos sobre alimentación sostenible, comercio justo, cosmética o energías renovables. ¿El resto del programa? «Reflexión personal», afirma.

El décimo hombre

Cuenta ya con cincuenta episodios en los que desmonta bulos, reflexiona sobre el medio ambiente y acerca la ciencia a la población general. A los micros está Ignacio de Miguel, biólogo que ejerce como «abogado del diablo» en un podcast crítico sobre las noticias de actualidad científica.

Con G de GEO

Este podcast cuenta con programas como «desmontando casoplones», «descarbonizando la construcción» o «calentando la calle» de la mano de Ana Belén Peña, topógrafa especializada en energías renovables, eficiencia energética y edificación. Con G de GEO analiza «esa parte de la ingeniería que ayuda al desarrollo del planeta, pero cuidándolo un poco más».

Planeta agua

«¿Quieres descubrir los secretos que esconden nuestros ríos, lagos, mares y océanos?», pregunta Natalia Pérez. Si la respuesta es sí, su podcast es un acierto seguro. A través de entrevistas a profesionales de la biología marina, Planeta agua explora desde los tiburones del Cantábrico hasta los glaciares chilenos.

Revolución sostenible

«La empatía y el respeto a las personas, el medio ambiente y los animales», es el motor del podcast creado por Saigu Cosmetics, marca de cosmética natural. Para cumplir este ambicioso objetivo, Revolución sostenible acerca la cuestión medioambiental a todos sus usuarios a través de entrevistas a expertos, empresas innovadoras e influencers concienciados con el cambio climático.

Actualidad y Empleo Ambiental

Con Enoch Martínez y Juan María Arenas a la cabeza, este podcast analiza la empleabilidad en el sector medioambiental. Tiene una periodicidad semanal y alberga secciones relacionadas con «eventos de networking, empleo ambiental, herramientas para profesionales o recomendaciones de podcast».

Brújula sonora

Mención especial al podcast creado con mimo por el centro colombiano Transforma Global. En Brújula sonora se narran las historias de una América Latina que busca integrar aspectos tan diversos y complejos como el medio ambiente, la salud, la economía o el clima, así como «analizar el panorama mundial y compartir soluciones innovadoras que nos muestren la ruta a otras posibilidades».

Cinco recursos para impulsar las profesiones STEAM en las aulas

Los llamados perfiles STEAM son tan escasos como valiosos: ayudan no solo a encontrar soluciones a priori ocultas para la economía y la sociedad, sino también a pensar de forma crítica. Sus siglas dan una pista de todo lo que ofrecen, ya que responden a los términos en inglés de las disciplinas de Ciencia, Tecnología, Matemáticas, Arte –debido a las ventajas resolutivas de la creatividad– e Ingeniería. Son los perfiles llamados a revolucionar el mercado laboral. No en vano, los empleos con mayor crecimiento en los últimos años requieren un perfil asociado a estas características, según un informe elaborado por LinkedIn. En comunidades con cada vez mayor acceso a la tecnología y la cultura, la falta de profesionales de estos ámbitos preocupa cada vez más –especialmente si tenemos en cuenta la brecha de género–, razón por la que muchos comienzan a centrarse ya en la raíz del problema: la educación.

La siguiente selección de recursos tiene como objetivo principal tapar ese agujero, impulsando la motivación hacia las profesiones STEAM desde etapas tan tempranas como la educación primaria y secundaria y en especial entre las niñas, en clara minoría a la hora de escoger estudios vinculados a la ciencia y la tecnología.

RedeSTEAM

Se trata de un concurso que desafía a alumnas de 3º y 4º de ESO a crear proyectos tecnológicos y científicos que contribuyan a un mundo más sostenible social y ambientalmente. Su objetivo es fomentar entre las jóvenes de 14 y 15 años el estudio de las disciplinas STEAM, dado que solo el 13% del alumnado en estas ramas son mujeres, dejando el talento femenino fuera de sectores productivos esenciales para el desarrollo del país.

En equipos y a través de sus centros educativos, las alumnas han de presentar un proyecto que dé respuesta, mediante la aplicación de al menos dos disciplinas STEAM, a uno de los retos planteados: Eléctrico, Telecomunicaciones y Sostenibilidad. Los centros ganadores reciben equipos y materiales para laboratorios y aulas de temática STEAM.

RedeSTEAM es una iniciativa promovida por Redeia en el marco de la ‘Alianza STEAM por el talento femenino. Niñas en pie de ciencia’, del Ministerio de Educación y Formación Profesional.

CSIC en la Escuela

El proyecto elaborado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) se resume en uno de sus estatutos: «colaborar en la actualización de conocimientos en ciencia y tecnología del profesorado de enseñanzas no universitarias». En CSIC en la Escuela, las comunidades investigadora y docente trabajan conjuntamente para acercar «los mundos de la ciencia y la escuela».

Su razón de ser es sencilla: «El conocimiento, además de un índice del desarrollo de una comunidad, es también un bien social». Esa es la razón por la cual el proyecto no solo cuenta con un potencial humano y tecnológico a disposición de los colegios, sino también con una página web con información y actividades accesibles desde cualquier punto del planeta y enfocadas al impulso de una motivación cada vez más necesaria.

STEM Learning

Este recurso, originario de Reino Unido, permite a los más pequeños no solo interesarse por los aspectos más científicos (no casualmente prescinde de la letra A entre sus siglas) del conocimiento, sino también hacerlo en inglés, algo esencial en un mundo cada vez más interconectado. Dentro de la plataforma es posible encontrar Explorify, página que guarda en su interior numerosas actividades para inspirar al alumnado.

Matic

Esta herramienta cuenta con un objetivo tan sencillo como complejo: potenciar el aprendizaje de las matemáticas adaptándolo a las necesidades de cada estudiante. Los resultados, por el momento, son alentadores. Durante el ciclo escolar 2017-2018 los participantes mejoraron en este ámbito un 12,4% de media (incluye tanto a quienes lo utilizaron en clase o en casa como a quienes lo usaron como método de revisión o de estudio).

Se trata de un método innovador que escapa de los aspectos más tradicionales de la enseñanza. Tanto es así que, al centrarse en el tiempo y la adaptabilidad y enfocarse en el alumno, Matic rechaza puntuar numéricamente del 1 al 10.

Cuentos 4Future

En busca del infinito es el título del relato escrito por Carmen Pacheco e ilustrado por Laura Pacheco con el que Redeia se implica en fomentar la educación STEAM y la igualdad de género en dicho ámbito. Pretende, de esta manera, desmontar mitos y estereotipos en torno a las capacidades femeninas para la ciencia y la tecnología y validar roles no convencionales.

A través de este cuento, dirigido a niños y niñas de Educación Infantil y Primaria, queda de manifiesto cómo la ciencia es uno de los motores de la historia y cómo las mujeres, además, son uno de sus engranajes fundamentales. Se trata de mostrar que el futuro que uno desea es, ante todo, posible.

Este cuento forma parte del proyecto Cuentos4Future, una colección de relatos infantiles impulsada por la revista Ethic y el Ministerio de Educación para acercar a los más pequeños los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en este caso, el 5, de Igualdad de Género.

Los ODS más olvidados: consumo responsable, clima y biodiversidad

A la hora de comprar, lo más adecuado es adquirir lo que realmente necesitas. Huir de lo superfluo y ya de paso que, por muy doméstico y aparentemente inofensivo y pequeño que sea el objeto (por ejemplo, una toallita multiusos), no contribuya a destruir los ecosistemas. Suena lógico, ¿verdad? Pues no: todavía compramos más de lo que necesitamos, en ocasiones por encima de nuestras posibilidades y, en la mayoría de los casos, por encima de las posibilidades del planeta.

El Gobierno de Suecia señala que el consumo sostenible es transversal a muchos ODS, como la educación

Esta conclusión tan cotidiana tiene que ver con otra mucho más amplia y cenital, una suerte de panóptico que abarca a un continente, reflejada en el último Informe Europeo de Desarrollo Sostenible (ESDR por sus siglas en inglés). Todavía consumimos en contra de lo que pide la lucha contra el cambio climático, o (seamos benévolos) sin la conciencia que requiere el reto más grande y necesario de este siglo. En definitiva, los Objetivos de Desarrollo Sostenible son un cuórum internacional para resolver muchas injusticias, tanto medioambientales como sociales, y marcan una agenda que no estamos cumpliendo del todo.

La Red Española para el Desarrollo Sostenible, organización sin ánimo de lucro adscrita al ESDR, alerta de que en el balance de 2022 algunos de esos objetivos se están dejando de lado, entre ellos el número 12, que persigue «garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles», pero no es el único: el 13 -«Acción por el clima»- y el 15 -«Proteger la biodiversidad, las tierras y los bosques»- también están preocupantemente rezagados.

En el caso concreto de España, «experimenta una mejora en los indicadores relacionados con los ODS de salud y bienestar, así como en la reducción de las desigualdades, pero empeora en los relativos a biodiversidad». En cualquier caso, aún queda mucho margen para pisar el acelerador: nos mantenemos en el puesto 22 en cuanto a avances en la consecución de los objetivos de la Agenda 2030, a la cola de los Estados miembros.

El informe atribuye razones coyunturales a este estancamiento: «En medio de múltiples crisis sanitarias, de seguridad, climáticas y financieras, los ODS siguen siendo el futuro que Europa y el mundo quiere, pero estas crisis representan grandes retrocesos para su consecución y el desarrollo humano a nivel mundial».

Esto no significa que antes de la pandemia fuéramos a velocidad de crucero: «El progreso hacia los ODS ya era demasiado lento y desigual, tanto en el mundo como en Europa, y desde 2020 se ha estancado», refleja el informe, y advierte de que «es muy probable que las ramificaciones globales de la guerra contra Ucrania incluso deshagan el progreso logrado hasta ahora».

Y hace de la necesidad virtud: «En un contexto de crecientes rivalidades geopolíticas y multilateralismo fragmentado, los ODS siguen siendo la única visión integral y universal para la prosperidad socioeconómica y la sostenibilidad ambiental adoptada por todos los estados miembros de la ONU. Si no se implementan los principios básicos de los ODS de inclusión social, energía limpia, consumo responsable y acceso universal a los servicios públicos, se producirán más crisis».

La transversalidad de los ODS 

Algo tan simple como un carro de la compra (o, más bien, la manera en que lo llenamos) puede marcar la diferencia. El caso de Suecia es ilustrativo: desde el principio ha estado entre los tres primeros puestos del Índice de los ODS, no solo respecto a Europa, también a nivel mundial. Sin embargo, como recuerda la organización internacional Social Watch, el país escandinavo flaquea en el objetivo 12 sobre consumo sostenible: está en el puesto 138.

El Gobierno sueco ha publicado en su web la importancia de reaccionar en este sentido y pone en valor su impacto: «no solo significa beneficios ambientales, sino también sociales y económicos, como mayor competitividad, desarrollo del sector empresarial en un mercado global, mayor empleo y mejor salud y, en consecuencia, reducción de la pobreza». El informe gubernamental alude a la transversalidad: «El consumo y la producción sostenibles complementan otros objetivos,  ya que esa transición requiere una gama de herramientas y medidas en varios niveles que deben ser implementadas por varios actores. A través de la educación, por ejemplo, las personas pueden adquirir los valores, conocimientos y habilidades que les permitan tomar decisiones responsables y sostenibles de productos y servicios».

El clima, la (eterna) asignatura pendiente

El ODS número 13 es el más urgente, puesto que de él depende el futuro del planeta. Eso no ha impedido que sea otro de los objetivos atascados en el pelotón por más que, como señala el Pacto de Mundial de Naciones Unidas, deba ser «una cuestión primordial en las políticas, estrategias y planes de países, empresas y sociedad civil, mejorando la respuesta a los problemas que genera, e impulsando la educación y sensibilización de toda la población en relación al fenómeno».

Sería injusto decir que no se están tomando medidas en este sentido, pero deben ser más decisivas. En la última COP27 se siguió mareando la perdiz con un asunto vital para la mitad de la población mundial y el entorno donde vive, como es la contribución económica a los países en desarrollo y pequeños Estados insulares para mejorar su capacidad de gestión del cambio climático. Abundan las buenas intenciones, no tanto los compromisos firmes.

La biodiversidad sigue en serio peligro: cada minuto desaparece un área de bosque equivalente a 27 campos de fútbol

La biodiversidad es un capítulo fuertemente ligado al clima, e igualmente subestimado. El objetivo número 15 deja clara la necesidad de «proteger y restaurar los ecosistemas terrestres, gestionar los bosques de forma sostenible, luchar contra la desertificación y poner freno a la pérdida de la diversidad biológica». Pero la sociedad sigue haciendo oídos sordos a esta emergencia, como demuestra el último Informe Planeta Vivo de WWF: «El planeta se enfrenta a la sexta extinción masiva de especies, en los últimos 50 años, las poblaciones de especies de vertebrados han disminuido un 68%». Un ritmo alarmante que no ha decrecido en los últimos años: «Cada minuto desaparece un área de bosque equivalente a 27 campos de fútbol, ya se ha perdido la mitad de los arrecifes de coral del mundo y medio millón de especies de insectos están en peligro de extinción».

Estos datos no deben llevar al derrotismo, sino todo lo contrario. Como demuestran los avances que sí se han logrado en la carrera hacia la Agenda 2030, poseemos los medios y la tecnología para hacerla posible. Hace falta un cambio de mentalidad y mayor decisión. No se trata solo de proteger el planeta y a los sectores más vulnerables, sino de vivir mejor: los ODS no suponen un freno a la prosperidad en medio de estos tiempos convulsos, sino la perfecta receta anticrisis, como recuerda el Informe Europeo de Desarrollo Sostenible: «En un contexto de crecientes rivalidades geopolíticas y multilateralismo fragmentado, los ODS siguen siendo la única visión integral y universal para la prosperidad socioeconómica y la sostenibilidad ambiental». Y zanja con un aviso a navegantes: «En el punto medio de la implementación de la Agenda 2030, ahora es el momento de que la UE esté a la altura de las circunstancias e invierta 'lo que sea necesario' (diplomáticamente, financieramente y mediante la cooperación y la coherencia) en el bien común mundial».

Qué es la gentrificación y sus consecuencias

El término procede del inglés –«gentrificación» es la traducción directa de 'gentrification'– y significa lo siguiente: la transformación de un espacio urbano deteriorado a través de la reconstrucción o la rehabilitación para subir el nivel adquisitivo, que hace que la población tradicional de una zona se vea desplazada por otra con un mayor nivel socioeconómico. Es decir: se trata de la transformación de un barrio en el que sus habitantes son, de facto, expulsados del mismo hacia la periferia urbana, algo que ha ocurrido en grandes ciudades europeas y que, como es lógico, dificulta la vida cotidiana. Casos evidentes son los de Madrid y Barcelona, con ejemplos como Malasaña o Gràcia, respectivamente.

La gentrificación transforma un barrio en el que sus habitantes son, de facto, expulsados del mismo hacia la periferia urbana

Transformaciones como la mejora de servicios, especialmente el transporte, y la revalorización inmobiliaria cambian el día a día de los barrios rápidamente encareciendo los alquileres y el nivel de vida. En algunos casos, hasta extremos casi imposibles de conciliar en términos económicos. Es el caso de Nou Barris, en Barcelona, donde los precios de alquiler han subido un 50% por encima de la media cifrada en 2015, que contrasta con la nacional: en España, desde entonces, los precios han subido un 18%, según datos del índice de precios del alquiler del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana. Esto conlleva no solo que algunos habitantes se vean obligados a marcharse, sino también el cierre de comercios tradicionales, la apertura de franquicias y una pérdida de la identidad original de la zona que la lleva a ser, habitualmente, más genérica en un sentido estético y poblacional. A ello se le suma un exceso de pisos turísticos que pueden otorgar al barrio, en cierto modo, un sentido transitorio.

El turismo, de hecho, es uno de los vectores habituales de gentrificación: la renovación de los barrios, junto con la aparente mayor seguridad que ofrecen, los vuelven especialmente atractivos para los visitantes extranjeros, y aceleran aún más el proceso puesto que los beneficiarios de la gentrificación tratan de extraer el máximo rendimiento económico en la ciudad directa o indirectamente.

Un problema con rostro femenino

Los Ayuntamientos de múltiples ciudades europeas reconocen la gentrificación como un problema, pese a sus ventajas, ya que repercute directamente en la existencia de la población urbana. Ciudades como Ámsterdam, Barcelona y París han comenzado a trabajar de forma conjunta para hacer frente a un desafío cada vez más global. En muchas ocasiones, este fenómeno supone el empobrecimiento de la clase media local en favor de una clase media internacional –con un nivel socioeconómico proporcionalmente superior– que se enriquece mediante la especulación a causa del diferente nivel de vida entre países.

El caso de Berlín es uno de los que mayor efecto positivo ha creado: a través de sus medidas, entre las que se cuenta una subida límite del 10% del precio del alquiler y una tabla de referencia de precios por metro cuadrado (a lo que también se ha sumado Barcelona), ha logrado frenar los procesos de gentrificación de una ciudad marcada por las diferencias –aún visibles– de la reunificación nacional.

Con un límite del 10% en la subida de precios del alquiler, Berlín ha logrado un freno efectivo al proceso de gentrificación

Se trata de una tendencia que, si bien afecta a todos los estratos vulnerables de la población, causa un impacto especialmente fuerte en las mujeres, ya que tal como muestran las distintas estadísticas económicas, su posición es más débil que la de su opuesto masculino. Además, a ello se suma que el 80% de los hogares monoparentales –aquellos que solo cuentan con un adulto y que, por tanto, tienen más dificultades para hacer frente a los obstáculos económicos– en España tienen una mujer al frente, según el último informe sobre familias monoparentales de la Fundación Adecco.

Otra de las desventajas afecta a la movilidad y a la vida diaria de la ciudadanía, que al ser desplazada fuera del centro urbano hasta la periferia, se ve obligada a moverse constantemente y en mayores distancias, con lo que reducen no solo su nivel de vida, sino también la efectividad del transporte público y la lucha contra el calentamiento global (ya que el uso del vehículo particular a la hora de un desplazamiento es, entre otras cosas, uno de los focos principales de acción climática). De este modo, la lógica urbana se enreda. Un proceso que no es espontáneo, al contrario: suele responder al interés de emprendimientos especulativos que buscan extraer beneficios directos del suelo urbano.

Los tomates son para el verano

La sostenibilidad ha llegado a nuestras vidas no como un concepto más, sino como el eje sobre el que debe girar el futuro a medio y largo plazo de nuestra especie. Bajo la etiqueta de sostenible, etimológicamente relativa a la perpetuidad en el presente sin por ello hipotecar el futuro, todas las actividades del día a día pueden ser revisadas y optimizadas desde un prisma mucho más amable con el planeta. Ocurre con aspectos más amplios como la movilidad, la tecnología o el sistema productivo, pero también con comportamientos de menor escala como puede ser el simple hecho de hacer la compra.

Consumir de manera responsable consiste en fijarse bien a la hora de integrar los principios de sostenibilidad en los procesos y decisiones de la compra, teniendo en cuenta especificaciones, requisitos y criterios compatibles con la protección del medio ambiente y la sociedad en su conjunto. Esto implica prestar atención a los envases, planificar y revisar lo que hay en casa antes de añadir a la cesta o mostrar preferencia por los productos a granel. Son algunos pasos de cara a llenar el carro de la compra de la manera más amable posible con el medio que nos rodea.

En primavera, una cesta de la compra responsable con el medio ambiente puede tener desde frutas como la fresa o el melocotón hasta verduras como la lechuga y el tomate

En un país como España, donde existe una gran diversidad de alimentos, hay otra cuestión clave: apostar por productos de temporada y, en particular, por las frutas y verduras correspondientes para cada estación, recogidas en su punto exacto de maduración natural y cuya agricultura asociada ha respetado los tiempos y formas del territorio y su entorno. Esto evita el uso de fertilizantes y productos artificiales enfocados al consumo masivo, y los alimentos conservan mejor sus propiedades nutricionales, el sabor y sus aromas al no haber sido cultivados en un invernadero.

Dadas las condiciones meteorológicas de la península ibérica, no es difícil componer un calendario equilibrado enfocado al consumo de frutas y verduras según la estación del año, para las que hay un sinfín de productos. Véase el caso, por ejemplo, del invierno. A priori se trata de la estación con las condiciones más adversas para el mundo vegetal, sin embargo, son alimentos de esta temporada frutas como el caqui, el plátano o la manzana y verduras como las alcachofas, las berenjenas o el calabacín.

Pasada la época invernal llega el turno de la primavera. En este momento del año, una cesta de la compra responsable con el medio ambiente puede tener desde frutas como la fresa, el melocotón o la sandía hasta verduras como la lechuga, el tomate o las cebollas, todas ellas garantes de una dieta equilibrada sin dar la espalda por ello al planeta. Ocurre lo mismo en verano, con cerezas, melones o ciruelas como frutas preferentes y calabazas, pepinos o zanahorias por parte de las hortalizas. Incluso en otoño, una época a caballo entre los últimos atisbos de calor y el comienzo del frío, las frutas de temporada ofrecen la posibilidad de elegir entre uvas, membrillos y mandarinas, y verduras como espinacas y puerros.

Concienciarse de la importancia de apostar por este tipo de productos de temporada y respetar los tiempos marcados por la naturaleza es tan evidente como los beneficios que ello tiene para la salud

Concienciarse de la importancia de apostar por los productos de temporada y respetar los tiempos marcados por la naturaleza es tan necesario como los beneficios que ello tiene para el planeta en general. Por este motivo, desde numerosas instituciones se ha potenciado este tipo de consumo responsable. Un ejemplo es La Plataforma Verde, una tienda online creada por la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur) e impulsada por Redeia, que vende frutas, verduras y otros productos alimenticios de granjas familiares regentadas por mujeres y ubicadas en la Comunidad de Madrid. La distribución se hace exclusivamente a hogares de la comunidad autónoma y los productos son, obviamente, de temporada.

Salvaguardar el futuro es un reto que se guía por términos macroeconómicos, pero se decide en las pequeñas cosas del día a día. Solo con la implicación de la sociedad a todos sus niveles será posible asentar un cambio del que los principales beneficiados no serán otros que las personas.

Las ciudades habitables

Ladrillo a ladrillo, las ciudades crecen, y con ellas la contaminación. El sector de la construcción protagonizó el 34% de toda la demanda energética de 2021 y sus emisiones de gases de efecto invernadero representaron el 37% del total. Así lo desvela Naciones Unidas en un informe que constata además el aumento tanto de  la demanda de energía como de las emisiones. Según el estudio, la demanda de energía para la calefacción, la refrigeración, la iluminación y el equipamiento de los edificios aumentó cerca de un 4% en 2021 y sus emisiones de CO2 lo hicieron un 5%.

Tal como señalaba a finales de este año Inter Andersen, directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente, «el sector de los edificios representa el 40% de la demanda energética de Europa” y esto hace que «se convierta en un área para la acción inmediata, la inversión y las políticas para promover la seguridad energética a corto y largo plazo».

Se espera que la cantidad de población mundial que vive en las ciudades aumente hasta el 60% para 2030

La situación es crítica. Aunque en los últimos ocho años el número de países con reglamentos energéticos para la construcción aumentó de 62 a 79, solo el 26% de los países disponen de normativas obligatorias para la totalidad del sector. El panorama parece ir contra las recomendaciones de la ONU, que sugiere que «los Gobiernos nacionales y regionales deben establecer códigos energéticos obligatorios para los edificios y fijar un camino para que, junto a las normas de construcción, alcancen un balance cero de carbono lo antes posible».

Las exigencias no son sencillas. Según la Agencia Internacional de Energía (AIE), para 2030 las emisiones directas de CO2 de los edificios deben disminuir un 50% (un 60% en el caso de las emisiones indirectas). Esto supone una caída de las emisiones de alrededor del 6% anual hasta 2030.

El problema, sin embargo, va más allá de la cuestión energética. Los edificios constituyen el esqueleto, ya algo maltrecho, de unas ciudades cada vez más difíciles de habitar.

Una ciudad para todos

El término sostenibilidad abunda en los núcleos urbanos, aunque lo suele hacer en un sentido reducido: el de un mayor respeto al medioambiente. Sin embargo, la sostenibilidad supone también la inclusión y la seguridad, así como la calidad de vida, algo reflejado en el concepto «ciudad de los 15 minutos» acuñado por la alcaldesa parisina de origen español, Anne Hidalgo y que significa que los ciudadanos puedan acceder a prácticamente todas sus necesidades esenciales –colegios, supermercados, lugares de trabajo, hospitales y centros culturales– en apenas un cuarto de hora a pie o en bicicleta desde sus hogares.

El concepto, al igual que otros acuñados anteriormente, trata de cambiar el paradigma al situar al ser humano en el centro. En este caso, la idea supone crear microurbes dentro de la propia ciudad no solo para acercarnos a servicios esenciales, sino también para volver a conectar con la naturaleza a través de diversos espacios verdes, una idea cada vez más defendida como esencial para el bienestar humano.

Si el modelo de bicis compartidas creciera un 25% se evitarían más de 10.000 muertes prematuras al año en más de 100 ciudades de Europa

Son perspectivas que se resumen en el número 11 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) elaborados por Naciones Unidas para la Agenda 2030: «Garantizar ciudades inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles». Una meta ambiciosa no solo para la reducción de emisiones necesaria, sino porque debe darse junto a una emigración cada vez mayor al ámbito urbano: se espera que el 60% de la población mundial viva en ciudades en 2030, lo que suponen 5.000 millones de habitantes.

Las opciones para mejorar las ciudades son múltiples, más allá de la reducción energética a la que se deberá enfrentar el sector de la edificación: desde potenciar la peatonalización y reducir los espacios de aparcamiento y la velocidad de vías hasta el fomento de campañas sociales y educativas para participar en un nuevo diseño urbano y una nueva forma de desplazarse por la ciudad.

Especialmente importante parece la implantación de zonas verdes, algo ya planteado en modelos como el mencionado líneas más arriba. En este sentido, el estudio realizado en la ciudad norteamericana de Filadelfia recogido en The Lancet es esperanzador: se estima que más de 400 muertes prematuras, incluidas más de 200 muertes en las áreas de bajo nivel socioeconómico, podrían prevenirse anualmente en la urbe si esta aumentara sus zonas verdes en un 30%. La movilidad, por último, es otro de los ejes esenciales a la hora de realizar un cambio urbano. Mientras que hoy son las carreteras las que funcionan como arterias urbanas, en el futuro próximo deberían ser las aceras y los carriles bici los que asumieran ese rol. Así lo defienden estudios como el publicado por un grupo de expertos en la National Library of Medicine: en más de 100 ciudades de Europa podrían evitarse más de 10.000 muertes prematuras al año si el modelo de bicicletas compartidas creciera en un 25%. Y su implementación, de hecho, no es particularmente difícil, si tenemos en cuenta que la mitad de los viajes en coche en vías urbanas cubren tan solo 5 kilómetros. Y es que, aunque el vehículo eléctrico es una de las soluciones para dar paso a la nueva movilidad, el espacio que ocupa sigue siendo uno de los problemas esenciales de la ciudad en cuanto ecosistema.

La Tierra de los 8.000 millones

Damián no lo sabe, pero cambió el mundo nada más llegar a él. Literalmente: este bebé nacido en la República Dominicana el pasado 15 de noviembre se convirtió en el habitante número 8.000.000.000 de este planeta. No fue sorpresa para nadie: en su informe Perspectivas de la Población Mundial, Naciones Unidas ya lo preveía, además de que la humanidad seguirá con la tendencia al alza hasta los 8.500 millones en 2030 y los 9.700 millones en 2050. Por si fuera poco, este año se espera una batalla (numérica) entre los dos países más poblados del mundo: si todo sigue igual, la población de la India (1.412.320 habitantes) superará a la de China (1.425.925 habitantes) antes de que acabe 2023.

Estas enormes cifras dibujan el momento en el que el reto demográfico es el centro de toda discusión: las consecuencias de un crecimiento de tales escalas suponen un importante desafío a la hora de satisfacer nuestras necesidades básicas desde el punto de vista ambiental y de acceso a recursos, pero también desde lo económico, lo urbanístico y lo sanitario. «Los 46 países menos adelantados del mundo se encuentran entre los de más rápido crecimiento. Se prevé que muchos de ellos dupliquen su población entre 2022 y 2050, lo que supondrá una presión adicional», advertía recientemente Naciones Unidas.

En 2086, el crecimiento de la humanidad tocará techo: a partir de entonces, la población mundial disminuirá paulatinamente

Concretamente, Asia Meridional será la región geográfica que experimente un mayor crecimiento, ya que pasará de los 1.899 millones de habitantes en 2022 a los 2.294 en 2050. Lo mismo ocurre con Asia Oriental y Pacífico, que alcanzará los 2.428 millones. Por la cola se sitúan Norteamérica y Europa, lo que demuestra que, efectivamente, es en los países en vías de desarrollo donde la tasa de natalidad corre el riesgo de dispararse: en el continente africano se prevé que se genere más de la mitad del crecimiento demográfico mundial en las próximas décadas, lo que cuadra con sus altas tasas de fecundidad (algunos países registran más de cuatro hijos por mujer) provocadas por un acceso limitado a la salud y a la educación sexual, además de la todavía existente discriminación de género que, según Naciones Unidas, «supone un obstáculo para la autonomía de la mujer».

Pero el ser humano no es infinito. El ritmo de crecimiento poblacional, de hecho, es cada vez más lento y a partir de 2080, según las estimaciones, dejaremos de traer más personas al mundo. Por entonces se registrarán algunas fluctuaciones poblacionales, pero en 2086 se tocará techo y, entonces, los habitantes de la Tierra disminuirán hasta las 10.349 millones para 2100. ¿Qué pasará por entonces? Como vaticina Naciones Unidas, en África se concentrará el 50% de la población mundial, Nigeria será el tercer país más poblado del mundo -de hecho, la mitad del crecimiento se dará en tan solo nueve países-, la India habrá superado sin problemas a China y el Viejo Continente hará honor a su nombre, donde casi una cuarta parte de la población tendrá más de 60 años.

De hecho, se estima que la esperanza de vida aumente, de manera global, de 72,8 años a 77,2 en 2050, aunque en los países menos desarrollados se sitúa ya siete años por debajo debido a los altos niveles de mortalidad infantil y materna, así como la violencia y el impacto de algunas enfermedades. A nivel global, en la actualidad, ya cerca del 10% de la población mundial tiene más de 65 años, una tasa que en 2050 alcanzará el 16%. Tal y como demuestran los datos, el ranking lo encabezarán Europa y Norteamérica, con un 26,9% de la población en edad de jubilación. En el África subsahariana, por el contrario, el porcentaje es mucho menor (4% en 2050). Suena paradójico, puesto que sabemos que es una de las zonas que experimentará un mayor crecimiento, pero a pesar de que nazcan tantos niños, si la mortalidad es alta, esto se traduce en una menor esperanza de vida y, por tanto, una escasa población que alcance la tercera edad.

 

En este escenario, los retos a superar difieren mucho entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo. A lo largo de los próximos años, aquellos que estén avanzados socioeconómicamente tienen que afrontar el conocido como invierno demográfico. En países como España y los vecinos europeos, las tasas de nacimiento no dejan de disminuir por diferentes factores –mayor independencia económica de las mujeres, priorización de la carrera laboral, etc– y, a la vez, los avances científicos permiten ampliar la esperanza de vida, generando la famosa pirámide invertida. ¿Qué lectura se puede hacer de esto? «Que la población de 61 países disminuirá para 2050: la tasa de fecundidad de las naciones europeas ya está hoy muy por debajo de la necesaria para garantizar el reemplazo de la población a largo plazo», advierte Naciones Unidas.

Se estima que la esperanza de vida aumente, de manera global, de 72,8 años a 77,2 en 2050, aunque en los países menos desarrollados se sitúa ya siete años por debajo de la media

Mientras tanto, los países en vías de desarrollo se enfrentan a otra caja de Pandora: la creciente densidad poblacional, la dificultad para acceder a bienes básicos y las posibles consecuencias del cambio climático. Las cifras demuestran que estos países tienen mayor densidad –en Singapur viven 8.377 personas por kilómetro cuadrado frente a las 385 que habitan Bélgica–. En este sentido, cuanto mayor sea la densidad, menor es el espacio a habitar y gestionar para obtener recursos básicos, como alimentos o un buen sistema de saneamiento. Además, en los países con ciudades superpobladas, la gestión sostenible de los entornos urbanos se hace mucho más complicada, lo que implica una mayor dificultad para adaptarlas a los posibles cambios de clima.

El nacimiento de Damián ha puesto la pregunta sobre la mesa: ¿El crecimiento poblacional es una oportunidad o un reto? Todo depende de cómo se mire. Mayor humanidad, por ejemplo, se traduce en mayor conocimiento. Por eso, a ojos de Naciones Unidas es el momento ideal para que «los países tomen medidas para minimizar el cambio climático y proteger el entorno, especialmente aquellos más desarrollados, que pueden tomar grandes decisiones a la hora de desconectar el crecimiento de la humanidad de la degradación del medio ambiente». Durante el primer minuto que has dedicado a leer este artículo han nacido en el mundo 300 niños. Al acabar el día, habrán sido 400.000.

¿Es realmente más sostenible el teletrabajo?

Hasta hace menos de cinco años, cuando un candidato acudía a una entrevista de trabajo, los factores que le hacían decantarse por la empresa contratante rondaban principalmente dos cuestiones primordiales: el dinero y el horario. Eran los puntos de interés habituales en la gran mayoría de sectores y lo que convertía una oferta en buena o mala. Una pandemia y un confinamiento después, lo que antes era una pregunta sobre cuánto cobrar y por cuántas horas, ahora se ha difuminado en si para llevar a cabo ese trabajo está requerida la presencialidad.

El teletrabajo, anteriormente percibido como un lujo de brokers o empresarios de éxito se ha convertido en una práctica habitual en una gran cantidad de sectores, a cuyas empresas los trabajadores demandan la posibilidad de trabajar desde casa como una forma de aumentar la eficiencia y reducir costes. Según un estudio del Instituto de Investigación Capgemini, el 75% de las organizaciones esperan que al menos el 30% de sus empleados trabajen de forma remota, mientras que más del 30% de las compañías espera que el 70% de su fuerza laboral trabaje a distancia. En este sentido, todos los argumentos que apoyan este cambio se simplifican bajo un mismo paraguas: sostenibilidad. Pero, ¿es realmente más sostenible el teletrabajo que la asistencia presencial?

Dos días de teletrabajo más permitiría ahorrar cada día 790 toneladas de CO2 en Madrid y 1.153 en Barcelona

Si algo es evidente es su impacto en lo que refiere a la movilidad: aquellos trabajadores que lleven a cabo su actividad de forma remota desde sus respectivos hogares generarán menos emisiones de efecto invernadero que los que viajen en coche y recorran la distancia hasta su puesto de trabajo. En este sentido, hasta un escenario laboral mixto (parte de la semana de teletrabajo y parte de asistencia presencial) tendría beneficios tangibles para el medio ambiente. Así lo asegura un estudio realizado por Greenpeace sobre el impacto del teletrabajo en la movilidad y las emisiones a la atmósfera. El informe contempla que añadir dos días de teletrabajo más a los que ya estuvieran estipulados permitiría ahorrar cada día 790 toneladas de CO2 en Madrid y 1.153 en Barcelona, números que equivalen a un 14-15% de ahorro de emisiones provenientes de desplazamientos laborales y un 5-6% de aquellas producidas por la movilidad de las personas en dichas ciudades. Con estas cifras en la mano, desde la organización ecologista subrayan la trascendencia que tendría este fenómeno como incentivo para la inversión en energías sostenibles en movilidad.

No es el único estudio que apuntala esta idea de una menor huella de carbono gracias a la reducción de los desplazamientos generada por el trabajo en remoto. Recientemente, un informe de Ecologistas en Acción que analizó las variaciones en la calidad del aire en 26 ciudades españolas durante los siete primeros meses dela pandemia -entre el 14 de marzo y el 31 de octubre de 2020- concluyó que se produjo una disminución del 38% en los niveles de dióxido de nitrógeno en comparación con la media de la última década. Unos índices que, durante el primer estado de alarma, entre marzo y mayo de ese mismo año, llegaron a alcanzar el 52%. Son datos de una contundencia absoluta y que subrayan la que quizás sea la mayor ventaja del teletrabajo desde el punto de vista medioambiental.

En los seis primeros meses de la pandemia se redujeron un 38% los niveles de dióxido de nitrógeno respecto a  la última década

Sin embargo, también existen algunos aspectos que, si bien no cuestionan, sí plantean una reflexión con respecto a estas aparentes ventajas del trabajo remoto. Un análisis realizado por parte de la consultora británica WSP a 200 de sus empleados en el que comparaban la huella de carbono producida trabajando desde la oficina y desde casa arrojó que si una persona trabajara en casa todo el año, produciría 2,5 toneladas de carbono al año, lo que representa alrededor de un 80% más que un empleado de oficina. Estos números vienen directamente relacionados con la gestión energética de los edificios, un aspecto en el que las oficinas suelen ser mucho más eficientes que los inmuebles residenciales.

Dada esta situación y ante las dos caras de la moneda que presenta la apuesta definitiva por el teletrabajo, los expertos apuntan a una renovación del parque inmobiliario como la clave de una posible optimización sostenible del empleo. Una renovación que se entiende como un ajuste a los tiempos y que conjugaría las bondades energéticas de un edificio eficiente con el ahorro en movilidad que implica el trabajo a distancia.

Si bien resulta complicado predecir si, una vez pasados los efectos de la pandemia, el poso de esta experiencia permitirá asentar el teletrabajo como forma mayoritaria de actividad laboral, si algo está claro es que la cuestión merece al menos un profundo análisis.