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Los incendios se apagan en invierno

Una gestión forestal sostenible no solo en verano, sino durante todo el año, es imprescindible para prevenir los grandes incendios y enfrentar el incremento de la temperatura global.

El calentamiento global está provocando un alza desmesurada del número de incendios en nuestro país. Cada verano, nuevos miles de hectáreas de bosques peninsulares se unen a las ya incineradas el verano anterior. Es justamente en los meses de calor cuando los organismos oficiales se aplican con mayor esfuerzo no solo a la extinción de incendios, sino a su prevención. Pero ¿qué ocurre durante el invierno? ¿No se debería prestar atención a dichas labores de prevención cuando el número de incendios no desborda a los equipos humanos y profesionales que se encargan de su extinción?

En el marco de la consecución del Objetivo de Desarrollo Sostenible 15 para la conservación de los ecosistemas terrestres, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) destaca la importancia de que se aplique en los bosques del planeta una gestión forestal sostenible. 

La gestión forestal sostenible asegura que los bosques proporcionen los suficientes bienes y servicios para satisfacer las necesidades actuales y futuras de las comunidades

La gestión forestal sostenible es un concepto dinámico y en continua evolución, que varía dependiendo de las peculiaridades forestales de cada región del planeta. Pero su objetivo es claro: asegurar que los bosques del planeta proporcionen los suficientes bienes y servicios para satisfacer las necesidades actuales y futuras de las comunidades. Para ello es preciso combinar el aprovechamiento de los recursos que proveen los bosques con su capacidad de regeneración, su biodiversidad y su vitalidad. La aplicación de dicha gestión forestal sostenible abarca aspectos no solo sociales y medioambientales en el uso y conservación de los bosques, sino también administrativos, jurídicos, económicos y técnicos.

Hemos escuchado en numerosas ocasiones: “Los incendios se apagan en invierno”. Esta expresión anima gran parte del espíritu de la gestión forestal sostenible. 

El cambio climático influye en la intensidad de los fuegos que arrasan, cada verano, nuestros bosques. Estamos sufriendo las consecuencias de las pocas lluvias, unos veranos más largos y un aumento excesivo de las temperaturas. Pero más allá de estas condiciones meteorológicas, los incendios podrían minimizarse si se aplicase una correcta gestión forestal.

La pérdida de aprovechamientos tradicionales en el medio rural favorece que nuestros bosques acumulen mayor combustible en forma de biomasa forestal. En los últimos 50 años, los bosques de nuestro país han aumentado en casi 4 millones de hectáreas y somos, por detrás de Suecia y Finlandia, el tercer país de la UE en superficie forestal. Pero este incremento, lejos de ayudar a combatir el cambio climático, supone un peligro. Se trata de hectáreas de terreno que no cuentan como bosque, sino que son una masa forestal vulnerable y no gestionada que favorece la propagación de los grandes incendios y dificulta en extremo las tareas de extinción. Toda superficie forestal no gestionada se convierte en combustible.

En los últimos 50 años, en España, la masa forestal no gestionada que facilita la propagación de incendios ha crecido en 4 millones de hectáreas

Para evitarlo sería imprescindible reforzar el número de efectivos humanos dedicados durante todo el año, especialmente durante el invierno, a la vigilancia y el cuidado de los montes. Igualmente, es imprescindible dinamizar el medio rural e incentivar la economía de los pueblos de nuestro país fomentando actividades que generen paisajes fragmentados y potencien una actividad productiva sostenible. De esta manera, afrontaríamos los riesgos de las temporadas estivales con una mayor seguridad.

En España, la Norma UNE 162.002 de Gestión Forestal Sostenible certifica las hectáreas de bosques que cuentan con un sistema de gestión regido por criterios de sostenibilidad que no solo afectan a los propios bosques, sino también a los productos obtenidos de manera industrial de su madera. En la actualidad, cerca de 3 millones de hectáreas cuentan con esta certificación, otorgada por los dos organismos de observación forestal sostenible con mayor reconocimiento a nivel europeo: PEFC y FSC.

Urge controlar el crecimiento de masa forestal desatendida, y nuestros bosques deben ser gestionados de manera sostenible durante todo el año.

Los riesgos de la no sostenibilidad

¿Cuáles son las consecuencias para las compañías que no se adecúan a los cambios que pide la sociedad?

La palabra está cada vez más presente y su definición es sencilla: la «sostenibilidad» consiste en satisfacer las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras, equilibrando el crecimiento económico, el respeto ambiental y el bienestar social. Es, por tanto, una forma de construir el presente, pero también el futuro. Las empresas, conscientes de los retos que se dibujan en el horizonte, cada vez son más sostenibles. No obstante, ¿qué ocurre cuando una compañía no asume el cambio? ¿Qué sucede con su reputación? ¿Y con su financiación, sigue atrayendo inversión? ¿Pierde cuota de mercado? Al menos así parecen sugerirlo los datos: por ejemplo, según la oenegé WWF, la popularidad de las búsquedas relacionadas con productos o servicios sostenibles ha aumentado un 71% a nivel mundial desde 2016.

Los criterios ESG tienen cada vez más influencia en la propia rentabilidad y riesgo

Lo cierto es que los riesgos de ignorar esta tendencia son múltiples, y pueden ser tanto financieros como no financieros, ya que ambos aspectos se encuentran estrechamente entrelazados en un mismo nudo. Los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) tienen cada vez más influencia en la propia rentabilidad y riesgo: cuanto menos coincidan las apuestas económicas con esta clase de perspectivas, menos segura será la inversión.

Estos aspectos son los que se trataron en las Jornadas de Sostenibilidad 2022 organizadas por Redeia entre el 18 y el 20 de octubre. En este último día, Roberto García Merino (CEO de Redeia), Rosa García (presidenta de Exolum) y Arturo Gonzalo (CEO de Enagás) hablaron precisamente de esta clase de riesgos en una mesa redonda que arrojó luz sobre el futuro de la industria y las finanzas nacionales. «Si una compañía quiere tener un futuro, tiene que incorporar estos criterios», defendió Roberto García. A lo que añadió que «tiene más costes no avanzar en la transición energética, como estamos viendo ahora mismo en Europa, que hacerlo».

Roberto García, CEO de Redeia: «Tiene más costes no avanzar en la transición energética, como estamos viendo ahora mismo en Europa, que hacerlo»

Entre los riesgos, es evidente que obstaculizar (e incluso ralentizar) la transición energética y ecológica es uno de ellos. No contar con una perspectiva sostenible puede conllevar la emisión de elevadas cantidades de gases de efecto invernadero, una contaminación del agua, un aumento de la temperatura y una baja eficiencia de las materias, los recursos y la energía en los procesos productivos. Y ello sin contar los perjuicios directos al medio ambiente, como los daños a la biosfera o la falta de respeto a los derechos y la vida de los animales. Actos que irían en contra de la Agenda 2030, cuyos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son clave según António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, a la hora de lograr «un planeta saludable».

El cambio climático se ha vuelto una realidad urgente para el gran conjunto de la sociedad, lo que implica una exigencia tácita hacia las empresas: al desear un cuidado del medio ambiente en sus acciones, los stakeholders —que incluyen desde los accionistas hasta los trabajadores y los propios clientes— hacen decantar a las compañías hacia sus mismos intereses; estas, al fin y al cabo, no pueden funcionar de manera adecuada dentro de una burbuja. Tal como confirmó una encuesta realizada por Havas Group Worldwide, dos de cada tres consumidores creen que, a la hora de impulsar un cambio social positivo, las marcas tienen tanta responsabilidad como los gobiernos.

Y no son los únicos factores negativos a la hora de ignorar la sostenibilidad. Entre ellos también encontramos un precio más alto de los recursos, como la electricidad (si atendemos a los precios de las fuentes de energía no renovable), pero también aquellos de carácter más social: la producción de bienes poco saludables, el mal uso de los datos personales, las tensiones laborales y económicas, las dificultades de conciliación y las deficiencias en la mejora del capital intelectual. Lo mismo ocurre con aquellos vinculados a la gobernanza, con falta de diversidad, políticas deficientes y corrupción. A toda esta clase de consecuencias se sumarían, además, unas respuestas financieras negativas bastante concretas, como multas y sanciones, un deterioro del valor reputacional (y, por tanto, también del valor competitivo y del futuro empresarial, según defienden desde consultoras como Atrevia) y hasta un deterioro de los propios activos.

Hay un riesgo que, sin embargo, parece englobar todos los demás a los que puede enfrentarse una empresa: el de quedar al margen de las tendencias y el progreso (y, por tanto, el favor) sociales; es decir, carecer de una misión general con la que justificar la existencia corporativa. Y no son pocas compañías las que se enfrentan a esta amenaza: según señala Pacto Mundial, tan solo un 41% de las empresas afirman disponer de una estrategia de sostenibilidad. Arturo Gonzalo, de Enagás, defendió precisamente un aumento de esta clase de estrategias al resaltar el nudo formado por «la lógica de sostenibilidad y la lógica económica».

Tal como se resaltó durante las jornadas, no obstante, el desarrollo de un futuro más sostenible y más limpio incumbe a todos. «Es importante hacer un análisis pragmático para saber en qué momento tenemos que apretar el acelerador; es decir, para saber cuánto tenemos que descarbonizar y a qué coste. Si esta transición tiene unos costes tan altos que solamente la clase alta puede asumirlos, una gran parte de la sociedad se va a negar a llevarla a cabo», explicó Rosa García, de Exolum, que ponía el broche a una serie de riesgos que aún es posible esquivar.

Cómo hacer una compra sostenible (y asequible)

La escalada de la inflación ha hecho que más consumidores se preocupen por sus cestas de la compra. Aun así, no solo los precios están marcando qué se mete o no en el carrito semanal, porque la necesidad —y el deseo— de ser más sostenibles empuja también a cambiar hábitos y decisiones de consumo.

Preguntarse cómo hacer una compra sostenible y asequible es el primer paso para modificar las cosas. Después, llega el momento de actuar y ciertos consejos ayudan a conseguirlo de la mejor manera posible.

De entrada, es recomendable optar por la compra a granel. Como explica un análisis de la OCU, «comprar a granel es una buena manera de hacer una compra más sostenible: reducirás envases, podrás elegir las piezas y llevar solo la cantidad justa que desees». El consumidor puede ajustarse al producto que necesita por ejemplo, no más harina que se estropea por no haberla consumido antes de su fecha de caducidad o cereales rancios por llevar la bolsa abierta demasiado tiempo y escoger de forma más efectiva. Al mismo tiempo, ser más selectivos con la cantidad de producto comprado ayuda desde el punto de vista económico, porque se reduce el despilfarro alimentario y se paga simplemente por lo que se quiere.

La compra a granel ayuda a no llevarse más producto del que se necesita, pero también a eliminar plásticos de un solo uso

Además, también ayuda a reducir el uso de plásticos, puesto que estos productos no vienen envasados de serie. En líneas generales, usar menos plásticos de un único uso es uno de los objetivos clave para reducir la huella ambiental de las compras.

Hacerlo en la compra semanal no siempre es sencillo, como demostró el diario de una periodista de El País, que lo intentó a modo de experimento, pero sí es factible aplicarlo a ciertos niveles. Por ejemplo, es cada vez más habitual que tanto fruterías como supermercados ofrezcan bolsas de papel para pesar el género o que permitan que sean reutilizables. Y, aunque aún no sea lo habitual, en las demás secciones de frescos aceptarán que se traigan los envases de casa: algunas cadenas de hipermercados han llegado a lanzar acciones potenciando la idea.

Productos de proximidad

Además del cómo y el cuánto, también es importante fijarse en el dónde y el cuándo a la hora de hacer la compra. Así, apostar por productos de temporada aumenta la probabilidad de que la huella de carbono de lo comprado sea menor, puesto que todo aquello que no lo es suele haber hecho un largo viaje o consumir muchos recursos en invernaderos especiales para llegar al punto de venta. El Ministerio de Agricultura ha publicado diferentes calendarios de frutas y hortalizas de temporada que ayudan a saber qué está o no en su momento.

Para ser sostenible hay que fijarse en el dónde y el cuándo: los productos de cercanía y de temporada son mucho más responsables

El origen de los productos también importa, porque la cercanía entre el punto de producción y el de venta ayuda a reducir el impacto en el entorno. Por ello, es muy importante leer de forma crítica las etiquetas de los alimentos. Por ejemplo, como explica en una entrevista el investigador Gumersindo Feijoo, del Instituto CRETUS, si se compra en España un kiwi con la etiqueta de «ecológico», pero que viene de Nueva Zelanda, será mucho menos respetuoso con el medioambiente que uno que se ha cultivado en Galicia, por mucho que no tenga esa atribución en sus características.

El consumo de proximidad ayuda, al mismo tiempo, a reducir la factura de la compra. Solo hay que pensar cuánto cuesta la llamada «piña avión» que se deja madurar hasta el último momento en el árbol y se transporta en avión hasta Europa para entender cuánto puede encarecer la compra la importación.

Sellos de garantía

La sostenibilidad no implica únicamente reducir el impacto de la producción en el medioambiente, sino también garantizar que todo se haya creado de la forma más respetuosa posible para las personas. No en vano, el punto 8 de los ODS de Naciones Unidas reclama «promover el crecimiento económico inclusivo y sostenible, el empleo y el trabajo decente para todos».

Los sellos y distintivos de sostenibilidad ayudan a los consumidores a separar el grano de la paja en sus compras. El más popular es el sello de Comercio Justo Fairtrade, otorgado por la World Fair Trade Organization y que promete garantizar, tanto que los alimentos vienen de un cultivo sostenible, como que son justos con sus productores.

Pero más allá de esta certificación global, existen otras más que ofrecen ciertas seguridades. Por ejemplo, si se quiere consumir de cercanía, es interesante descubrir qué sellos utilizan los productores de la propia comunidad autónoma para buscarlos en el punto de venta. Algunas industrias también cuentan con garantías específicas: la industria láctea que protagonizó encarnizadas protestas hace un par de años por los bajos precios de la lechetiene ahora Productos Lácteos Sostenibles, que asegura que se ha pagado a los ganaderos un precio justo por la materia prima.

Decisiones alimentarias propias

Finalmente, para hacer la lista de la compra más sostenible y también más asequible hay que tomar decisiones en cuanto a la dieta. Reducir el consumo de carne no solo es más saludable, sino que además ayuda a reducir las emisiones de carbono de la industria de la alimentación. El 25 % de todas las emisiones anuales de gases de efecto invernadero viene de este sector: algo más de la mitad arranca en la creación de productos animales. Y no hay que pasarse a una dieta vegetariana o vegana para lograr mejorar el impacto, con bajar la carga semanal de productos cárnicos ya se avanza.

Huertos escolares para una educación integral

Aunque las iniciativas pioneras se remontan a la España de los años 30 o la Europa de finales del XIX, el gran momento de los huertos escolares está siendo este principio del siglo XXI. Su presencia es cada vez más habitual en los colegios: ya son miles en los centros españoles. Los beneficios educativos que aportan son clave para entender por qué las escuelas se lanzan al cultivo.

Algo ha cambiado en los centros educativos en los últimos años: cada vez es menos difícil encontrarse en alguna esquina con tomateras o lechugas florecientes. Niños y niñas conocen de primera mano cómo nacen y crecen los alimentos gracias a los huertos escolares, los cuales se han convertido en una pieza emergente en su currículo educativo. 

Aunque la propuesta pueda parecer moderna, lo cierto es que de forma experimental ya se trabajó la idea de integrar el cultivo en el colegio en décadas y hasta siglos anteriores. En España, algunas escuelas ya contaban con huertos durante los años de la II República y, en Europa, se registraron experiencias en las últimas décadas del siglo XIX. 

Aun así, el gran boom de los huertos escolares ha llegado durante estas primeras décadas del siglo XXI, cuando se ha popularizado mucho más allá de unas cuantas apuestas experimentales. La recuperación de espacios para el cultivo o la reconversión de los patios de recreo han ido progresivamente llenando las escuelas de pequeños huertos en los que los propios estudiantes trabajan la tierra y ven progresar sus frutos. 

Un estudio de 2018 calcula que en España ya hay unos 4000 huertos escolares

Los cálculos de las especialistas Andrea Estrella Torres y Laura Jiménez Bailón permiten estimar cuántos huertos escolares existen en España. Estrella y Jiménez apuntan unos 4000 huertos, más de los alrededor de 1000 que indicaba el otro intento previo —de 2004— de extraer una cantidad. Sus cuentas no son recientes, sino de 2018, por lo que es esperable que el número real actual supere esa cifra. Saberlo de forma precisa no es sencillo, puesto que no existe un censo de estos espacios (aunque sí hay una iniciativa colaborativa de mapeado en marcha). 

Los beneficios de los huertos escolares 

Las razones por las que los colegios están optando cada vez más por implementar este tipo de iniciativa son múltiples. De entrada, los huertos escolares funcionan porque sirven para enfocar la educación de una manera integral. En ellos, niños y niñas no solo acceden a conocimientos prácticos sobre la tierra, sino que ganan en habilidades sociales —ayudan, por ejemplo, a aprender a relacionarse o facilitan la integración social— o en comprensión de los ciclos de los productos.

De hecho, al descubrimiento del camino que recorren los alimentos de la tierra a la mesa, se suman cuestiones como la familiarización con los criterios de la economía circular. Por ejemplo, cuando Zaragoza puso en marcha hace unos meses un piloto de compostaje escolar para el abono de los propios huertos de los colegios participantes, su consejera de Medio Ambiente, Patricia Cavero, explicaba que querían implicar a toda la comunidad escolar para familiarizarse «con la separación de los residuos orgánicos, su aprovechamiento y los beneficios de la economía circular». Así, esos campos de cultivo en el patio enseñan a ser más respetuosos con el medio ambiente y a interiorizar comportamientos más sostenibles para demostrar que los desechos pueden servir para mucho más que acabar en un vertedero. 

Además de dar conocimientos prácticos sobre la tierra, mejoran áreas tan variadas como las habilidades sociales o las prácticas sostenibles

Asimismo, el potencial educativo no se limita a las áreas que a primera vista parecen más obvias, como las naturales. La aproximación al huerto escolar se puede hacer desde prácticamente todas las asignaturas, usándolo tanto para mejorar las matemáticas como para integrarlo en las prácticas plásticas. El límite está en la imaginación del profesorado.

Igualmente, se considera que estas experiencias tienen un efecto muy positivo en la asimilación de conceptos vinculados a una dieta más sana, variada y respetuosa con el entorno, puesto que permiten conocer alimentos y familiarizarse con los vegetales. Una berenjena puede parecer menos atractiva cuando un escolar la ve en un supermercado que cuando ha crecido gracias a su tiempo y esfuerzo.

Además, tampoco se debe olvidar la ventaja que supone, en general, convertir los patios de colegio en más verdes: una mejora de la salud mental y física o la transmisión de valores más igualitarios y cooperativos.

Finalmente, la última reforma educativa, la LOMLOE, ha incorporado al currículo escolar la educación ambiental, por lo que este tipo de iniciativas se convertirán en todavía más cruciales. Servirán, así, para poder transmitir a los escolares lo que el plano de estudios apuntala. 

Zoonosis, una amenaza cada vez más presente

El término, aunque suene extraño en un primer momento, deja entrever su gravedad. Según la Real Academia Española, el concepto de «zoonosis» hace referencia a la «enfermedad o infección que se da en los animales y que es transmisible a las personas en condiciones naturales». Es decir, aquella enfermedad infecciosa que salta de un animal a un humano de forma natural, precisamente lo que se cree que ocurrió con la propagación del coronavirus. Este hecho no constituye algo anecdótico. Tal como afirma Naciones Unidas, «las zoonosis representan un gran porcentaje de las enfermedades nuevas y existentes en los humanos». ¿Son, entonces, una amenaza para nuestro propio futuro?

Alrededor del 75% de todas las enfermedades infecciosas nuevas y emergentes que padecemos se transmiten entre las distintas especies animales y la nuestra

Se trata, desde luego, de una de las sombras más amenazantes de nuestro horizonte. Según señalan desde el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, «en los últimos años se ha asistido a un incremento del número de casos de algunas zoonosis». Las causas son múltiples, entre otras: la globalización, que conlleva un aumento del tráfico de personas y mercancías (y, por tanto, un mayor riesgo de diseminación); la intensificación de las producciones asociadas a un aumento del número de animales; los nuevos hábitos alimentarios; la creciente resistencia a los antibióticos; y el contacto de la fauna salvaje con la fauna doméstica, más cercana al ser humano.

Hasta 250 enfermedades zoonóticas han sido descritas por la Organización Mundial de la Salud en lo que tan solo parece ser la punta del iceberg: se estima que aún falta medio millón más por diagnosticar. De hecho, cada año aparecen cinco nuevas enfermedades humanas, siendo tres de ellas de origen animal.

Esta cifra, sin embargo, puede aumentar, y es que el cambio climático –y algunos de los factores que lo favorecen, como la deforestación– está acelerando la aparición y la transmisión de estas enfermedades. En hábitats bien conservados en los que las especies se relacionan en equilibrio, los virus se distribuyen entre estas, sin afectar a las personas; en cambio, cuando la naturaleza se altera de forma considerable o incluso se destruye, debilitando los ecosistemas naturales, se facilita la propagación de patógenos, aumentando la probabilidad de transmisión. Así lo asegura la ONU, desde la que indican que pandemias como la actual «son un resultado previsible y pronosticado de la forma en que el ser humano obtiene y cultiva alimentos, comercia y consume animales y altera el medio ambiente». Para prevenir que situaciones como la que estamos viviendo a nivel global se repitan, hay varios factores de intervención humana que evitar para el futuro. Es el caso de la intensificación no sostenible de la agricultura, el aumento y explotación de las especies silvestres o las alteraciones en el suministro de alimentos.

Según Naciones Unidas, pandemias como la actual «son un resultado previsible y pronosticado de la forma en que el ser humano obtiene y cultiva alimentos, comercia y consume animales y altera el medio ambiente»

Mientras tanto, con uno de los veranos más calurosos de la historia, el peligro parece acechar cada vez más. «Cada vez surgen más enfermedades de origen animal. Es preciso actuar con rapidez para abordar el déficit de información científica y acelerar el desarrollo de conocimientos y herramientas que ayuden a los gobiernos, empresas y comunidades a reducir el riesgo de futuras pandemias», señala el documento Prevenir la próxima pandemia. No en vano, alrededor del 75% de todas las enfermedades infecciosas nuevas y emergentes que padecemos se transmiten entre las distintas especies animales y la nuestra. En definitiva,  nuestra salud depende del resto de los que habitan en la Tierra.

En busca de ciudades menos ruidosas

Estrés, trastorno del sueño, bajo rendimiento, alteraciones de la conducta, hipertensión o enfermedades coronarias son solo algunas de las consecuencias que el exceso de ruido puede generar en nuestro organismo. Atentos como estamos a los altos niveles de contaminación ambiental, quizás no estemos prestando la debida importancia a una contaminación acústica que provoca más de 16.000 muertes prematuras y alrededor de 72.000 hospitalizaciones al año solo en Europa. Unos datos alarmantes que hizo públicos la Agencia Europea del Medio Ambiente en su informe sobre El ruido ambiental en Europa, con fecha de 2020, y en el que también destacaba que el 20% de la población europea estaba expuesta a niveles de ruido prolongado perjudiciales para la salud.

Dicho informe de la Unión Europea, junto con otros de diversos organismos internacionales, constituye la base para la publicación de una investigación elaborada por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) que analiza los problemas emparejados a la contaminación acústica y propone actuaciones para minimizarla. Entre los principales causantes de los elevados niveles de ruido en las ciudades, se encuentran el tráfico rodado, los ferrocarriles, los aeropuertos y la industria. Sin embargo, en los últimos años también se han incrementado los niveles de ruido procedentes de actividades públicas, domésticas y de ocio.

El 20% de la población europea está expuesta a unos niveles de ruido prolongado altamente perjudiciales para la salud

Las consecuencias negativas para nuestra salud comienzan cuando el ruido ambiental supera los 55 decibelios en zonas residenciales y los 70 decibelios en zonas comerciales y con tráfico rodado. La investigación presenta un desolador panorama mundial y revela que muchos países asiáticos superan los 100 decibelios de media. Los del entorno africano serían los siguientes más ruidosos, seguidos de cerca por zonas de América del Norte y Europa. Mientras, en América del Sur encontraríamos las ciudades con menor contaminación acústica. En lo que refiere a nuestro país, el estudio señala que más del 72% de quienes residen en Barcelona están expuestos a niveles de ruido que superan esa barrera de los 55 decibelios.

Justamente, Barcelona lanzó en 2018 el proyecto de las “supermanzanas”, consistente en el cierre al tráfico rodado a grupos de un mínimo de cuatro manzanas adyacentes. Esto supuso liberar de vehículos a zonas de no menos de 16.000 metros cuadrados en las que han surgido nuevas áreas verdes y espacios de juegos o esparcimiento vecinal.

Y es que las zonas verdes tienen importancia a la hora de reducir la contaminación acústica. El estudio de la UNEP revela que la vegetación en los entornos urbanos absorbe energía acústica, difuminando el ruido e impidiendo su amplificación en las calles. Una ciudad con cinturones de arbolado y vegetación en las paredes y techos de sus edificios no sólo reduciría el ruido, sino que ayudaría a combatir el cambio climático.

Pero para reducir el nivel de decibelios provocado por los vehículos, además de restringir su uso en determinadas zonas urbanas, una de las soluciones que aporta la UNEP es la utilización de asfaltos porosos. Nuestro país fue pionero en incorporar este recurso al cambiar el firme de tramos de calzada en la autovía Sevilla-Utrera, una medida que ha logrado reducir en 6 decibelios el impacto acústico del tráfico rodado. Los materiales utilizados han sido polvo de neumáticos, plástico y fibras de nylon reciclado.

La ampliación de zonas verdes en las urbes mejora la calidad del aire que respiramos y, a su vez, combate el exceso de ruido

El estudio de la UNEP también recalca la importancia de establecer barreras acústicas entre las fuentes del ruido y los ciudadanos receptores del mismo, incorporando nuevos materiales reciclados. En España, un proyecto de la Universidad de Jaén (UJA), transforma módulos solares fotovoltaicos en barreras acústicas, logrando no solo reducir el ruido sino también producir electricidad para la señalización y el alumbrado de las carreteras.

Con la llegada de la temporada estival, las grandes ciudades se vacían, baja significativamente el volumen de decibelios y quienes quedan en ellas pasean por sus calles disfrutando de la recién recuperada calma. Al fin y al cabo, las vacaciones significan descanso, pero no solo para los que abandonan su residencia habitual. Combatir la contaminación acústica es imprescindible si queremos mejorar nuestra calidad de vida.

Siete planes para disfrutar de unas vacaciones conscientes (y sostenibles)

En un momento en el que la crisis ambiental cobra especial protagonismo, no es casualidad que algunas personas opten por hacer de sus vacaciones de verano su tiempo libre una consigna por el planeta. Ante informes preocupantes como los del IPCC, la conciencia social está cada vez más pendiente de las acciones positivas que se pueden realizar para proteger la naturaleza. Y si el resto del año no tenemos tiempo para hacerlo, ¿por qué no aprovechar los días de verano?

Todavía queda tiempo. Esta puede ser la oportunidad perfecta para devolverle al planeta un poco de todo lo que nos ha dado. Si todavía no has planeado tus vacaciones, te ofrecemos algunas alternativas para contribuir de forma directa al bienestar de toda la naturaleza que nos rodea.

Reforestar zonas afectadas por eventos meteorológicos

Los bosques son los pulmones del planeta y mantenerlos con vida es una obligación. En la actualidad, algunos hoteles en las Islas Baleares y las Islas Canarias ofrecen packs para plantar árboles en zonas devastadas por lluvias torrenciales e incendios. Igualmente, la organización Reforesta organiza todos los años varias batidas de voluntarios para plantar y mantener árboles autóctonos, crear refugios para la fauna y limpiar riberas.

Voluntariado para proteger entornos naturales

Existen otras tantas variantes del voluntariado ambiental. Por un lado, encontramos a las grandes organizaciones como SEO/Birdlife, que organiza voluntariados de seguimiento de aves, o WWF, que apuesta por restaurar hábitats de especies amenazadas. Pero, a nivel autonómico, hay entidades más pequeñas que buscan siempre ayuda para conservar parques naturales de tanta relevancia como el de Doñana. De hecho, el Programa de Voluntariado en Parques Nacionales organizado por el Ministerio de Transición Ecológica ofrece decenas de convocatorias para ayudar a mantener estas zonas protegidas. Una gran forma de cuidar de la naturaleza mientras disfrutamos de ella.

Rutas de observación de animales

Conocer la fauna que comparte espacio con nosotros también es importante para concienciarnos. Por eso, más allá del seguimiento de aves, en España existen múltiples rutas de observación del famoso lince ibérico, un animal que rara vez vemos pero cuya existencia se ve seriamente afectada por la actividad humana. Igualmente, en la Sierra de la Culebra (Zamora), recientemente asediada por los incendios, se organizan numerosas rutas para observar a sus lobos. Acudiendo a ella no solo estamos disfrutando de las especies autóctonas, sino que además contribuimos a que la zona se recupere poco a poco.

Submarinismo para limpiar fondos marinos

El perfil del voluntario playero es muy demandado por las organizaciones de conservación en época estival, dados los serios problemas que los ecosistemas marinos tienen con la basura y los microplásticos. ¿Por qué no aprovechar las horas de buceo limpiando el mar? La Asociación Subacuática de Casares (Málaga) organiza limpiezas todos los años, al igual que el International Coastal Cleanup España, que convoca a más de medio millón de voluntarios para recolectar los residuos que contaminan las costas, los ríos y los lagos, o la Red de Vigilantes Marinos, que aúna la práctica del buceo con la posibilidad de participar en la protección del medio marino.

Veranear en una granja ecológica

Una opción perfecta para los que quieren estar en pleno contacto con la naturaleza, pero en secano. En nuestro país hay multitud de granjas ecológicas que buscan voluntarios para que trabajen el huerto o cuiden a los animales durante las vacaciones de los dueños, a cambio de alojamiento y comida. Así, además de contribuir a proyectos ecológicos, estaremos fomentando también el desarrollo del mundo rural. Ecotur y WWOF España son algunas de las páginas que conectan a voluntarios con cientos de granjas españolas.

Baños de bosque y otras formas de vivir la naturaleza

Baños de bosque, inmersiones en la naturaleza, excursiones al campo… no importa el nombre que le demos. Para aquellos que buscan unas vacaciones relajadas pero plagadas de naturaleza, el sector del ecoturismo ofrece múltiples actividades para despertar ese afán por proteger el planeta, desde paseos por el bosque, senderismo y piragüismo hasta clases de botánica orgánica y excursiones a grandes enclaves donde observar animales en libertad. En este sentido, la organización Naturalwalks brinda cientos de actividades y salidas al campo para sumergirnos en la naturaleza.

Aprendiendo de las tradiciones

Como indican los Objetivos de Desarrollo Sostenible, cuidar de los ecosistemas también es cuidar el medio rural. Ese frágil equilibrio entre lo animal y lo humano es clave para que todo siga funcionando y, por ello, contribuir al planeta en estas vacaciones también pasa por valorar más el patrimonio. En un país como el nuestro, que acoge a más de 5.000 pueblos, el abanico de propuestas es inmenso: visitar casas-museo, aprender oficios de la zona, descubrir su gastronomía y realizar actividades de ecoturismo de la mano de entidades autóctonas es la mejor forma de contribuir a la conservación de nuestros orígenes, y, por tanto, de la propia naturaleza.

Cinco ecoyoutubers para seguir este verano

La presencia de YouTube en el día a día es cada vez más elevada. El 35% de los usuarios españoles de redes sociales accede a YouTube varias veces al día y un 32% lo hace al menos una vez, según datos de Statista. En ver sus contenidos se pasan desde minutos hasta horas: la media está en 1 hora y 10 minutos al día por persona, como calcula otro estudio elaborado por IAB Spain y Elogia.

Todo ese tiempo da para acceder a una amplia variedad de temas. La plataforma de vídeos se usa como espacio para el entrenamiento, pero también como vía para descubrir tendencias, acceder a información y formarse. De hecho, para las generaciones más jóvenes, que dedican cada vez menos tiempo a los medios tradicionales y más a la red, canales como YouTube son su principal fuente informativa. Lo que se ve allí es lo que pasa.

El papel que pueden ocupar los youtubers como divulgadores en temas de sostenibilidad y medio ambiente es, potencialmente, enorme. Los ecoyoutubers llegan a una audiencia muy amplia y lo hacen con mensajes llamativos y convincentes. Te proponemos a algunos de ellos para seguirlos este verano.

 

Lethal Crysis. «La esencia está en el lugar, pero las personas lo hacen mágico», promete en la descripción de su canal de YouTube. Rubén Diez Viñuela es, en YouTube, Lethal Crysis, un viajero que recorre el mundo denunciando los problemas que destrozan ecosistemas y ponen en peligro el planeta ante sus casi 4,5 millones de seguidores. «En mis viajes grabo situaciones y hechos objetivos tal y como yo los percibo. Y luego doy mi opinión. Es la manera de dejar un poquito de mí», le explicaba en una entrevista a la revista Esquire.

 

 

Climabar. Puede que sus cifras de seguidores no estén en los millones, pero Climabar intenta explicar «la emergencia climática para la generación del meme». Carmen Huidobro y Belén Hinojar abordan temas claves vinculados con la sostenibilidad – desde el greenwashing a los vínculos entre masculinidad tóxica y comportamientos poco respetuosos – con un lenguaje cercano y divertido. Es hablar de temas importantes, pero como se haría en un bar «para que llegue a los que hay que convencer de verdad», asegura Huidobro.

 

 

The Girl Gone Green. Manuela Barón habla en su canal sobre sostenibilidad partiendo de sus propias experiencias personales: ella misma ha decidido vivir generando desechos mínimos y «plant based».  La decisión la tomó en 2015, tras descubrir mientras viajaba la situación en la que se encontraba el planeta. En sus vídeos - en inglés – enseña desde cómo cambiar un vehículo a combustible por una bicicleta eléctrica o qué ocurre cuando se pasa un año sin comprar cosas.

 

 

Mixi. Mixi Pacheco da una vuelta de tuerca verde a los populares canales de YouTube de trucos de belleza, higiene y cosmética. Propone un «estilo de vida ecológico, vegano y saludable» a sus más de 300.000 seguidores, a los que intenta enseñar cómo vivir sin generar residuos y siendo más respetuosos con el entorno sin renunciar a ninguna de las comodidades de la vida moderna. Desde el suavizante de la ropa hasta el sérum para mejorar el estado del cabello, todo –o al menos eso demuestra esta creadora– se puede hacer en casa con mínimo impacto.

 

 

Fray Sulfato. Óliver del Nozal es en YouTube Fray Sulfato, un educador ambiental que divulga en la popular red de vídeos cómo funciona el planeta. Al fin y al cabo, Fray Sulfato quiere ser «tu biólogo de cabecera». Así, sus vídeos abordan temas de lo más variado, desde cómo afecta el calor a las placas solares a cómo puede ser el montañismo inclusivo o cómo reciclar bien. Vídeo a vídeo ayuda a comprender la importancia del medio ambiente y su valor.

Protege la salud de tu piel…y también la del mar

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Llega el verano y muchas personas se lanzan a la playa para pasar unos días. En la maleta no falta la protección solar para cuidar la piel pero hay que tomar consciencia de la necesidad de proteger también el mar. Según la organización Green Cross cada año 25.000 toneladas de crema solar llegan a los océanos causando múltiples daños medioambientales.