Además de las imágenes que se muestran todos los días, la guerra oculta más situaciones de vulneración de derechos, a menudo desconocidas, entre las que se encuentra la falta de acceso a la educación. Este fenómeno afecta a niños y niñas en todo el mundo y tiene un gran impacto en su desarrollo integral.
La educación en la infancia y juventud es un derecho consagrado en tratados internacionales como la Convención sobre los Derechos del Niño y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que queda relegado cuando estalla una guerra.
A los daños físicos y materiales que implica cualquier conflicto se suma la vulneración de este principio, que afecta al desarrollo cognitivo de niños, niñas y jóvenes. Según datos de Unicef, más de 100 millones de niños y niñas en edad escolar viven en zonas de conflicto. De ellos, 24 millones no van al colegio. Dicho de otro modo: una cuarta parte de los niños en zonas de conflicto está privado de su derecho a la educación.
Uno de cada cuatro niños o niñas en zonas de conflicto está privado de su derecho a la educación
Entre los principales motivos de la falta de acceso a la educación encontramos, además de la falta de docentes o el miedo a sufrir un ataque durante horas lectivas, el daño o destrucción de las infraestructuras educativas, debido a ataques directos o como perjuicios colaterales de los enfrentamientos. Además de la pérdida de un lugar de aprendizaje, en muchos casos hay una interrupción en la entrega de servicios esenciales, como la alimentación y atención médica, que a menudo se proporcionan a través de las escuelas.
Asimismo, la infancia que vive en zonas de guerra también enfrenta riesgos de reclutamiento forzado por grupos armados, explotación y violencia, incluyendo ataques específicos contra estudiantes y profesores. Además, el reclutamiento de menores soldado es una práctica habitual: se sigue produciendo en 18 países, pese a estar prohibida por el Protocolo facultativo de la Convención de Derechos del Niño sobre la participación de menores en conflictos armados.
El acceso a la educación enriquece la cultura, el espíritu, los valores, fomenta la tolerancia y contribuye a crear sociedades más pacíficas
Por otro lado, el desplazamiento forzado es una consecuencia directa de los conflictos que también repercute en la educación. Los niños y niñas desplazados suelen perder meses o incluso años de estudio, y encuentran dificultades significativas para acceder a la educación en los lugares de refugio debido a barreras como el idioma o la falta de documentos oficiales. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), más de la mitad de los niños refugiados no están inscritos en la escuela secundaria.
Además, el conflicto también influye en el aumento de las desigualdades de género. Las niñas, en particular, se enfrentan a la posibilidad de un incremento del riesgo de violencia sexual o de matrimonio precoz y forzado en zonas como Iraq o Sudán del Sur, donde las niñas tienen un 90% menos de probabilidades que los niños de recibir educación.
La educación como puente para el desarrollo personal y profesional
Ir a la escuela es fundamental para el desarrollo personal, ya que amplía el conocimiento y la comprensión del mundo, fomenta el desarrollo de habilidades críticas de pensamiento y mejora la autoestima y la confianza en uno mismo.
Además, también permite aspirar a una mejor calidad de vida gracias al acceso a mejores oportunidades en el desarrollo profesional. Según datos del Banco Mundial y la OCDE, cada año adicional de escolaridad puede aumentar los ingresos personales de un individuo entre un 8% y un 10%. Esto refleja que las habilidades adquiridas durante los años de educación son clave para acabar con situaciones de pobreza y mejorar económicamente.
Precisamente, es por sus aportes tan significativos que existen organizaciones a diferentes niveles que son plenamente activas en la lucha por conseguir este derecho fundamental de la infancia, mediante recursos como la búsqueda de financiación concreta, la inversión en el desarrollo de nuevos centros educativos o la petición a los gobiernos de que proporcionen entornos seguros para los niños refugiados. La educación debe ser una parte esencial de cualquier infancia ya que, como dijo la activista Malala Yousafzai, «un niño, un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo».