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La educación ambiental, un pilar de la Ley de Cambio Climático

La Ley de Cambio Climático y Transición Energética (PLCCTE) está un paso más cerca de convertirse en realidad. El pasado 19 de mayo, el Consejo de Ministros envió a las Cortes el primer proyecto legislativo para que España alcance la neutralidad de emisiones antes de 2050 y logre así cumplir con los objetivos del Acuerdo de París. Este texto permitirá, entre otras metas, que nuestro país fije por ley sus objetivos nacionales de reducción de emisiones de gases efecto invernadero en 2030 con un descenso del 20% respecto a los niveles de 1990.

Además de implicar a todos los sectores económicos en el reto de una reindustrialización más sostenible y una reducción drástica de sus emisiones, esta nueva Ley de Cambio Climático destaca por situar la educación ambiental en el centro del debate. De hecho, el octavo de sus nueve títulos está dedicado a la inclusión de la crisis climática en el sistema educativo español, ya que se trata de un aspecto que el Gobierno considera “de especial importancia” para implicar a la sociedad española en todas las respuestas frente al cambio climático y la promoción de la transición energética.

La normativa contempla que el sistema educativo español refuerce el conocimiento sobre el cambio climático

A través de cuatro puntos, la normativa contempla que el sistema educativo español refuerce el conocimiento sobre el cambio climático en las aulas –tanto en colegios como institutos y universidades– con miras a que los alumnos adquieran la suficiente responsabilidad personal y social para comprender la realidad que supone el cambio climático y puedan desarrollar en el futuro “una actividad técnica y profesional baja en carbono y resiliente frente al cambio del clima”.

En esta línea, además, se revisará el tratamiento del cambio climático en el currículo básico de las enseñanzas, siendo posible incluir cualquier elemento “para hacer realidad una educación para el desarrollo sostenible”. En las universidades ocurrirá lo mismo en aquellos planes de estudios en los que, según se especifica, “resulte coherente conforme a las competencias de los mismos”. Además, será fundamental que el profesorado tenga la formación suficiente y adecuada para llevar a cabo esta educación ambiental de manera satisfactoria, por lo que el Gobierno podrá impulsar las acciones necesarias para mejorar la formación de los docentes en este aspecto.

El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico también pone el foco en la formación profesional y fija en el anteproyecto que mantendrá actualizado el Catálogo Nacional de Cualificaciones Profesionales y el catálogo de ofertas formativas de FP “que capaciten en perfiles profesionales propios de la sostenibilidad medioambiental”.

La educación ambiental en Europa

Desde esta semana, el anteproyecto de Ley de Cambio Climático vuelve a recuperar -y a revitalizar con renovado impulso- un término que lleva largo recorrido en la historia educativa española. Ya en 1990, la Ley Orgánica para la Gestión del Sistema Educativo (LOGSE) planteó algunos contenidos ambientales que se fueron aplicando poco a poco en asignaturas como Conocimiento del Medio Natural y Geografía y Ciencias de Naturaleza. No obstante, no fue hasta la publicación del Libro Blanco de la Educación Ambiental en España en 1999 cuando quedaron implícitos sus objetivos y principios básicos.

En el resto de países europeos, la evolución de la educación ambiental ha sido muy dispar: depende del territorio y las medidas políticas. En el norte, Suecia y Finlandia lideran el camino: llevan introduciendo la ecología en los colegios públicos desde los noventa, alternando enseñanzas prácticas y teóricas. La formación ambiental en Dinamarca también se distribuye en un abanico multidisciplinar y variado, ya que la enseñanza escolar depende de las autoridades locales, mientras que el Ministerio de Educación controla las escuelas superiores y las universidades. En cuanto a Alemania, que estableció en 1980 sus objetivos de formación ambiental, cada uno de los 16 estados federados decide qué priorizar en los planes de educación. Este año, todas las escuelas del país deberían estar ofreciendo una asignatura por año que cubra el cambio climático desde diferentes perspectivas.

En el sur, las políticas de educación ambiental se aplican también de distinta forma. Francia tiene definida la estrategia de integración de la educación ambiental en la Circular de 1977 y apuesta por no tratarla como una rama independiente ni un tema de estudio en sí misma, sino que aboga por ampliar progresivamente el aprendizaje medioambiental en los distintos niveles educativos, desde la guardería hasta la Educación Secundaria Obligatoria. Por su parte, el Reino Unido ha desarrollado una política de educación verde más basada en la experimentación de los alumnos educando sobre el entorno y por el entorno.

También en Italia, el ministro de Educación, Lorenzo Fioramonti, llevó a finales del año pasado el cambio climático a las aulas tras anunciar que en el próximo curso las escuelas dedicarían 33 horas al año -en torno a una hora a la semana- a abordar la cuestión del cambio climático. El objetivo final del Ministerio es que la perspectiva verde se incluya en materias tradicionales como la Geografía, las Matemáticas o la Física para analizar los efectos de la acción humana en las diferentes zonas del planeta. Por su parte, Portugal sigue un camino muy similar al español: la educación ambiental quedó realmente integrada en la enseñanza a partir de 1986 y definida transversalmente en la reforma de 1987, que incluye definitivamente el concepto de educación ambiental. Sin embargo, todavía se plantean reformas para reforzar este aprendizaje.

#Coronavirus: la Tierra celebra su día en su momento más complicado

día de la tierra

El Día de la Tierra cumple 50 años en medio de una crisis sanitaria mundial que nos hace recordar la necesidad, ahora más que nunca, de cuidar el planeta. En estas últimas semanas hemos asistido atónitos a imágenes impensables en pleno siglo XXI, en el planeta globalizado e hiperconectado en el que vivimos y por el que 1.400 millones de personas viajaron por el mundo en 2019 para hacer turismo. Era inimaginable hasta hace unos días ver los canales de Venecia totalmente vacíos y con peces nadando sin tener que esquivar a las decenas de góndolas que los recorren, como también se nos hace raro ver la mítica Times Square, en Nueva York, sin turistas sacándose fotos y sentados en las gradas. Mientras, en España, es difícil recordar una fecha en la que la icónica Gran Vía madrileña haya estado tan vacía como durante este último mes.

La alteración que el ser humano provoca en los sistemas naturales aumenta el riesgo de pandemias

En estos días en los que el ser humano anda confinado en sus hogares para salvar sus propias vidas, parece que la Tierra empieza a respirar un poco. Los niveles de contaminación han bajado en todo el planeta (solo hay que ver los informes diarios de la calidad del aire en Madrid), los cielos se empiezan a vaciar de gases contaminantes para dejar paso a un azul brillante que apenas recordábamos, mientras que la fauna se adueña de territorios que en un pasado fueron suyos y el ser humano les arrebató (jabalíes en Barcelona, osos en localidades asturianas o delfines en Cagliari). La naturaleza se abre paso, y el equilibro entre esta y los humanos es cada vez es más frágil. Tanto que, según un informe presentado a principios de abril por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés), la alteración que el ser humano provoca en el equilibrio de los sistemas naturales aumenta el riesgo de aparición de pandemias y nuevas enfermedades. Parece que esta situación está creando una conciencia social que nos ha permitido comprender una realidad innegable que ha sido puesta en duda en multitud de ocasiones: nuestra salud y la del planeta van de la mano. Proteger la naturaleza es rentable.

Unos inicios duros y un cumpleaños diferente

El Día de la Tierra tiene sus orígenes en la década de los sesenta en Estados Unidos, en un clima de protesta con una sociedad activista que rechazaba la pasividad de su Gobierno en muchos asuntos. En unos años marcados por las protestas ciudadanas por la guerra de Vietnam, fue el senador demócrata por Wisconsin, Gaylord Nelson, el que puso encima de la mesa la cuestión medioambiental. Le sorprendía que, a pesar del clima de desencanto que estaba instalado en el país, la ecología no fuera un tema presente en la agenda política.

Durante esa década, Nelson no tuvo mucho éxito en sus reivindicaciones populares hasta que en 1970, el 22 de abril, decidió seguir el modelo de las manifestaciones contra el conflicto en Vietnam y la respuesta fue abrumadora: más de 20 millones de personas salieron a la calle para exigir la protección inmediata del medio ambiente. Ante tal presión, el gobierno federal creó la Agencia de Protección Ambiental (EPA por sus siglas en inglés) y la lucha climática entró de lleno en la agenda pública.

En 1970, se celebró la primera manifestación climática de la historia en Estados Unidos

La trayectoria de la conmemoración del Día de la Tierra hasta hoy ha sido imparable. En 1972, la Conferencia de Estocolmo organizada por la ONU expandió el mensaje climático por todo el planeta. Veinte años más tarde, la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo fue más allá y recogió la necesidad de conseguir un equilibrio entre lo ecológico, lo social y lo económico para favorecer un desarrollo sostenible. Finalmente, unos meses más tarde, la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático en Nueva York reconocía la existencia del cambio climático y marcaba un objetivo final para la comunidad internacional: reducir la emisión de gases contaminantes a la atmósfera.

En 1997, el Protocolo de Kioto aumentó los compromisos acordados en las conferencias anteriores y se erigió como el primer gran acuerdo vinculante de reducción de emisiones entre países. No entró en vigor hasta 2005, ya que Rusia solamente lo ratificó en 2004, mientras que Estados Unidos, principal responsable de emisiones contaminantes en esa época (y en la actualidad) nunca lo hizo. Este mismo año caducan los acuerdos del Protocolo de Kioto y entran en vigor los de París de 2015, los más ambiciosos hasta el momento en materia climática, de los que, una vez más –y a pesar de que según varias encuestas el cambio climático es la mayor preocupación actual de los ciudadanos (un 67% según el PCR)–,  Estados Unidos se ha retirado.

Un futuro cada vez más incierto

En los últimos años, y bajo el impulso del Acuerdo de París, la sociedad ha ido interiorizando la importancia de luchar por la protección del medioambiente. Y ha hecho propio ese combate, implicándose más que nunca en una cruzada que sigue siendo rentable. Según un estudio publicado en la revista científica Science of the Total Environment, la contaminación ambiental es un factor clave en la tasa de mortalidad del coronavirus: un 80% de las muertes registradas en cuatro países de los más afectados por el virus (Italia, España, Francia y Alemania) tuvieron lugar en sus regiones más contaminadas.

El 80% de las muertes registradas en Italia, España, Francia y Alemania tuvieron lugar en sus regiones más contaminadas

Ahora, la humanidad vive una de sus etapas más retadoras y luctuosas, pero son muchas las voces que se han alzado para la que la cuestión climática no quede en el olvido. De hecho, en las últimas semanas, desde la sociedad civil, los Estados y organismos supranacionales como la Unión Europea, se ha reclamado una salida “verde” a la crisis de la COVID-19. Esto es, que se pongan en marcha medidas e iniciativas que favorezcan la recuperación económica y social a través de la sostenibilidad, la innovación y la tecnología y teniendo como pilar clave la transición hacia un nuevo modelo energético.

En Milán, la capital de Lombardía –la región italiana más afectada por la COVID-19 con miles de muertos–, las autoridades han entendido que es el momento de actuar. La ciudad pretende transformar su sistema de movilidad de manera radical para acabar con la polución que provoca el transporte. Para ello tiene previsto reconvertir durante el verano más de 35 kilómetros de calles en espacios donde el tránsito de peatones y ciclistas tenga prioridad sobre los coches. Ante la nueva situación, desde el consistorio italiano tienen claro que es necesario “reinventar Milán ante la nueva situación”. Estas medidas serán estudiadas en todo el mundo y podrían servir como una hoja de ruta para esta década.

El próximo año, con suerte, el Día de la Tierra será muy diferente a este, pero las lecciones que estamos aprendiendo durante estas últimas semanas no deben quedar en el olvido. El futuro será sostenible o no será.

Un viaje virtual a la naturaleza: ocho propuestas cinematográficas

Imagen de la película Honeyland

Pese a que la situación por la que actualmente atravesamos no es la que ninguno habría deseado, cada día estamos más cerca de retomar la normalidad, nuestra cotidianeidad. Por el momento, estamos afrontando el confinamiento con cierto estoicismo, pero también hay que reconocer que abstraerse de la realidad en la que vivimos a veces se hace a veces cuesta arriba. Hoy iniciamos un largo puente en el que muchos recordamos viajes entrañables y experiencias divertidas. Y, como este año no puede ser, proponemos un viaje, al menos virtual, por muchos de esos parajes de una naturaleza que hoy se antoja lejana pero que sigue ahí, pendiente de que la descubramos, de que la protejamos.

A continuación se detallan algunas propuestas culturales y de ocio para pasar estos días recordando la dimensión que la naturaleza tiene en nuestras vidas y lo importante que es saber transmitirlo a las generaciones más jóvenes.

Una verdad incómoda (2006), Davis Guggenheim

Probablemente el primer gran documental que puso en el centro del debate mundial el problema del cambio climático. La idea de hacer un documental surgió en 2004, tras una charla sobre el clima de Al Gore, el que fuera vicepresidente de los Estados Unidos bajo el mandato de Bill Clinton. La cinta, que obtuvo dos premios Óscar, se ha convertido en un imprescindible en escuelas y universidades de todo el mundo.

Wall-E (2008), Andrew Stanton

Una joya más de Pixar que reflexiona sobre el consumismo desmesurado del ser humano. Situada en el año 2800, en un planeta Tierra devastado y sin vida humana en el que un pequeño robot (Wall-E) sigue haciendo el trabajo para el que fue creado años atrás: limpiar toda la basura del planeta. La cinta hace reflexionar sobre si nuestro estilo de vida es realmente sostenible y compatible con la naturaleza.

Avatar (2009), James Cameron

Una película que en su momento rompió todas las listas de cintas más taquillera de la historia y que nos presentaba Pandora, un planeta alternativo al que el ser humano viajaba en busca de un mineral que ayudase a acabar con los problemas energéticos en la Tierra. Cuando la ciencia ficción se acerca tanto a la realidad quiere decir que algo estamos haciendo mal, ya que en 2009 planteaba problemas todavía muy presentes en 2020.

Interstellar (2014), Christopher Nolan

Uno de los mejores directores de la actualidad, Christopher Nolan, nos muestra un futuro que tampoco parece muy descabellado: todos los recursos se están agotando y nuestro planeta tiene las horas contadas. La única solución es salir al espacio exterior para buscar otro lugar en el que poder habitar y salvar así la raza humana. Sin llegar a situaciones tan extremas, la explotación desmedida de los recursos en la actualidad puede tener consecuencias devastadoras en el futuro.

El olivo (2016), Icíar Bollaín

Película española que narra la historia de un árbol, un olivo centenario, que es vendido en contra de la voluntad de su dueño a una empresa para plantarlo en un edificio en Europa. La cinta de Icíar Bollaín defiende la importancia del patrimonio natural y pone de manifiesto la importancia que puede llegar a tener la naturaleza en nuestras vidas.

Capitán fantástico (2016), Matt Ross

Narra las aventuras de una familia grande, con seis hijos, que viven en las afueras de Oregón, en Estados Unidos, huyendo de la civilización y renunciando a la tecnología. Esta obra protagonizada por Viggo Mortensen, puede ser considerada una utopía pero nos recuerda que es posible vivir más en contacto con la naturaleza en nuestro día a día.

Nuestro planeta (2019), Alastair Fothergill

Es uno de los documentales más exitosos de Netflix, y eso quiere decir algo. Una producción que se rodó en más de 50 países y que hace una defensa a ultranza de la lucha contra el cambio climático. Visualmente brillante, avisa de que dentro de 20 años “el colapso de la Tierra será inevitable”, y para hacernos reflexionar, que mejor que ver a todas las víctimas de esta catástrofe ambiental que estamos provocando.

Honeyland (2019), Ljubomir Stefanov y Tamara Kotevska

La gran triunfadora de la última edición del famoso festival cinematográfico de Sundance es una cinta documental que sigue la vida de una criadora de colonias de abejas que vive en soledad en un remoto pueblo balcánico de Macedonia del Norte. El orden natural de la zona se ve amenazado cuando una familia se instala en el pueblo e intenta dedicarse también a la cría de abejas. Es una bella alegoría sobre el impacto que el ser humano tiene en la naturaleza y lo frágil que es el equilibrio entre ambos.

Eunice Foote, la primera (e invisibilizada) científica que teorizó sobre el cambio climático

El cambio climático constituye la mayor amenaza medioambiental a la que se enfrenta actualmente la humanidad. Aunque algunos se empeñen en negarlo, los datos están sobre la mesa y evidencian que la huella ecológica que dejamos a nuestro paso en el planeta tiene consecuencias devastadoras. De seguir con los actuales niveles de emisión de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera, se espera que las temperaturas globales sigan aumentando, con todas las consecuencias para nuestra salud y la del planeta que eso conlleva.

Muchos se preguntarán por qué no lo vimos venir con antelación o por qué no actuamos antes, pero lo cierto es que ya en el siglo XIX aparecieron las primeras advertencias sobre el calentamiento global. Pero quedaron silenciadas, probablemente porque fue una mujer quien las pronunció. Eunice Foote (1819-1888), científica estadounidense, fue la primera en teorizar sobre el cambio climático. Fue ella la que alertó sobre las consecuencias que las emisiones de dióxido de carbono podrían tener sobre la temperatura del planeta. Pero la vida de Foote, como la de muchas mujeres de la época, fue un camino marcado por los obstáculos y el olvido.

Durante siglos, el científico John Tyndall se llevó un reconocimiento que le correspondía a Foote

Nació en el seno de una familia numerosa y progresista en 1819, en Goshen, Connecticut (EE. UU.). Sus experimentos, realizados en un laboratorio construido en casa, evidenciaban el ingenio de Foote. Cuatro termómetros, dos cilindros de vidrio y una bomba de vacío para aislar los gases de la atmósfera y exponerlos a los rayos solares le bastaron para demostrar que el CO2 y el vapor de agua absorbían suficiente calor como para tener un impacto en el clima. Sin embargo, la historia concedió durante más de un siglo este reconocimiento al físico irlandés John Tyndall.

Según los libros de ciencia e historia, fue Tyndall el primero en descubrir, en 1859, que las moléculas de gases como el dióxido de carbono, el metano y el vapor de agua (los conocidos como gases de efecto invernadero) bloqueaban la radiación infrarroja. Pero lo cierto es que Eunice Foote ya había realizado estudios al respecto. En concreto, Foote había publicado en 1856 el paper ‘Circumstances affecting the heat of sun’s rays’.

El 23 de agosto de 1856, cientos de hombres -la mayoría científicos, inventores y doctores- se reunieron en Nueva York para compartir nuevos descubrimientos, discutir avances en sus respectivos campos y explorar nuevas áreas de investigación en la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS). Aunque Eunice Foote tenía un trabajo magnífico que presentar en esa reunión no pudo leerlo en el evento, ya que entonces las mujeres no tenían permiso para exponer sus ideas científicas. Fue su compañero de profesión Joseph Henry, profesor del Smithsonian Institution, quien presentó los resultados del estudio. Sin embargo, las pruebas quedaron fuera de las Actas y Foote fue condenada al olvido.

Sus descubrimientos únicamente vieron la luz en noviembre de ese año, cuando aparecieron publicados en una breve página y media de la revista American Journal of Art and Science. La teoría de Foote quedó en el olvido hasta 2011, cuando fue rescatada por Raymond Sorenson, un investigador independiente que dio con el artículo original que leyó Joseph Henry en aquella reunión de 1856.

Los descubrimientos de Foote se adelantaron a los estudios del momento, pero fueron relegados a un segundo plano. Por suerte ahora, aunque con mucho retraso -más de 200 años después de su nacimiento– la figura de Eunice Foote, como las de otras mujeres pioneras olvidadas, recupera el lugar que le corresponde en los anales científicos.

La gran pantalla, un altavoz para la acción climática

Ilustración: Natalia Ortiz

“Nos hemos desconectado mucho del mundo natural y vivimos en un entorno egocéntrico, explotando nuestro entorno solo para nuestro bien. Nos adentramos en la naturaleza y saqueamos sus recursos”. Esta frase no pertenece a un científico, tampoco a un filósofo: forma parte del discurso que pronunció el actor Joaquin Phoenix al recoger su Oscar a mejor actor protagonista en la pasada ceremonia de entrega de premios que celebra la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos cada año en Hollywood. De esta manera, Phoenix denunciaba ante cientos de actores, directores y productores la situación de emergencia climática en la que nos encontramos y recordaba que -igual que la culpa- la responsabilidad de frenar y revertir esta situación es compartida.

Pero sería injusto afirmar que la industria cinematográfica ha hecho oídos sordos a lo que es ya el mayor desafío del siglo XXI. Desde hace unos años, el mundo del cine se ha hecho eco de esta amenaza y ha impulsado soluciones tanto a través de la gran pantalla como desde detrás de las cámaras. Porque, aunque cueste imaginarlo, la industria cinematográfica es altamente contaminante. Un ejemplo revelador es el del negocio del cine en California que, según un estudio realizado por el Instituto de la Universidad de California (UCLA) para el Medio Ambiente, es el más contaminante del estado, por encima incluso de la industria aeroespacial y la textil.

La organización de la Seminci ha creado un sello verde para certificar las producciones más sostenibles

Afortunadamente, los tiempos están cambiando y la lucha por hacer de nuestro entorno un lugar más sostenible ha llevado a cineastas, productores y académicos a poner este asunto sobre la mesa de manera urgente. Es el caso de la Seminci —la Semana Internacional de Cine de Valladolid—, donde la organización ha elaborado un manifiesto que, entre otras medidas, establece la creación de un ‘sello verde’ que premie y certifique el espíritu sostenible de algunas producciones. Es decir, se trata de una especie de distintivo que reconoce a los rodajes que se llevan a cabo de una forma más respetuosa con el medio ambiente. Entre las acciones valoradas destacan la utilización de energías renovables y papel reciclado, el uso de envases reciclables y la sustitución de productos plásticos por materiales biodegradables como madera o textiles orgánicos.

“El cine genera mitos, lanza o asienta paradigmas de pensamiento y puede ayudar a resolver esta emergencia planetaria”, comenta Carlos Castro, profesor de Física Aplicada en la Universidad de Valladolid. Coincide con él el director de cine Guillermo García, que destaca la importancia de “normalizar este tipo de medidas a la hora de filmar y entender el rodaje ecológico y sostenible como un reto”.

La Seminci, además, se ha convertido en el primer festival de cine que ha creado un premio especial —la Espiga Verde— para galardonar al filme que mejor represente los valores medioambientales. Durante el festival, ocho películas y documentales llevaron a la gran pantalla temas como la contaminación por pesticidas, el activismo ecologista, la experimentación con cultivos o la desaparición de la biodiversidad.

El periodista y director del festival, Javier Angulo, destacó en la pasada edición que “los efectos del cambio climático ya están aquí y el cine puede ayudar a concienciar a los ciudadanos sobre este grave asunto de muchas formas”. Un ejemplo de ello es la aclamada serie de HBO Juego de Tronos, en cuyo rodaje se consiguieron ahorrar 2.000 kilos de plásticos en siete meses gracias a la iniciativa de eliminar las botellas de agua en el set.

Películas para el planeta

Al mismo tiempo, cada vez más películas y documentales ahondan en la problemática que supone el cambio climático y las consecuencias devastadoras que tiene en el planeta Tierra. Una muestra de ello es el documental de Fisher Stevens, Before the flood, en el que, junto a Leonardo DiCaprio, el cineasta visita y documenta los impactos del cambio climático y la actitud de la humanidad ante catástrofe como el deshielo de la Antártida.

“Todo lo que presenciamos en este viaje nos muestra que el clima de nuestro mundo está increíblemente interconectado y que está en un punto de ruptura urgente. Queríamos crear una película que generase alarma en las personas y que les hiciera entender qué cosas particulares pueden resolver este problema”, dijo DiCaprio sobre la obra.

Esta concienciación, que no tiene edades ni límites, también está presente en el cine animación. La película de Pixar Wall-E es un ejemplo de ello. Han pasado ya diez años desde que el pequeño robot encargado de compactar basura Wall-E llegó a los cines y presentó la peor versión posible de la Tierra: un planeta cubierto por toneladas de basura y sin rastro de vida ni actividad humana. Después de todo este tiempo, el tema de la película sigue ligado a la actualidad y refleja preocupantes realidades como la alta contaminación de las ciudades y el vertido de residuos que acaban en la naturaleza.

Joaquín Phoenix:" Nos hemos desconectado mucho del mundo natural y vivimos en un entorno egocéntrico"

Fiel a sus palabras, Joaquin Phoenix, que nos sorprendió con su actuación del Joker este último año, también ha decidido utilizar el cine como arma de sensibilización. El actor ha dejado atrás el maquillaje de villano para protagonizar Guardians of Life (2020), un microdrama del director y activista Shaun Monson. En el vídeo, que dura apenas unos minutos, se muestra a un Phoenix vestido de médico que intenta salvar a un paciente herido en “los incendios forestales”. Con diálogos cortos y duros silencios, el cineasta golpea nuestra consciencia y nos traslada de manera simbólica a los múltiples incendios forestales que en los últimos meses han devastado miles de hectáreas en Australia y en el Amazonas.  

“Todo es una clara llamada de atención. La gente no se da cuenta de que todavía hay tiempo, pero solo si actuamos ahora y hacemos cambios generalizados en nuestro consumo. No podemos esperar a que los gobiernos resuelvan estos problemas por nosotros”, sentenció el actor, que no duda en acusar a todos y cada uno de nosotros por haber provocado de manera más o menos directa, el calentamiento global.

Indudablemente el cine cala en las emociones y sentimientos de los espectadores como casi ningún otro arte lo hace. Y aunque la gran pantalla es un buen altavoz para llamar a la movilización, que logremos revertir los efectos del cambio climático depende de que cantemos claqueta… ¡Y acción!  

Ahora o nunca: la lucha contra el cambio climático en EE.UU.

Recuerden esta cifra: 18,3. A simple vista, este número dice poco. Sin embargo, conviene que lo recuerden porque es histórico. El pasado 6 de febrero esa fue la temperatura que se registró en la Antártida: 18,3 grados centígrados. Nunca antes se había disparado el mercurio de esta manera en el continente austral. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) avisa: en los últimos 50 años, la temperatura en la Antártida ha aumentado tres grados.

Habrá ciudadanos que recibirán la noticia con preocupación y otros que, como Donald Trump, le restará importancia dentro de su discurso negacionista contra el cambio climático. Tras anunciar meses atrás la salida definitiva de EE.UU. del Acuerdo de París para avanzar en la lucha contra el calentamiento global, el presidente de los Estados Unidos sigue retrocediendo en las políticas climáticas. En las próximas horas presentará en el Congreso un primer borrador de los presupuestos anuales que incluyen una reducción de los fondos para la lucha contra el cambio climático (un 26% menos). En esa cruzada casi personal de Trump contra todo lo que tenga que ver con el medio ambiente, el presidente norteamericano se enfrenta a su primera gran reválida en las elecciones presidenciales del próximo noviembre.

El 3 de febrero comenzaron las primarias demócratas en el estado de Iowa

Si en 2019 los españoles acabaron el año cansados de ir a votar, en 2020 puede que los estadounidenses experimenten esa misma sensación. Todo hace indicar que lo que suceda en la política estadounidense durante este año tendrá una importancia vital en la lucha mundial contra el cambio climático. Y ahí es donde debe entrar en juego el Partido Demócrata. El pasado tres de febrero dio el pistoletazo de salida a las primarias demócratas en el estado de Iowa. ¿El objetivo? Echar a Donald Trump de la Casa Blanca.

De las 29 candidaturas que se presentaron en un primer momento, solo once continúan en la carrera por el liderazgo del partido tras los caucus de Iowa pero, a día de hoy, solo cuatro candidatos cuentan con opciones reales de vencer: Pete Buttigieg, Bernie Sanders, Elizabeth Warren y Joe Biden. Los dos primeros salieron reforzados tras el caótico recuento de Iowa, mientras que Warren y Biden, favoritos meses atrás, pueden estar viviendo sus últimas horas en la carrera electoral. Las primarias de New Hampshire del próximo 11 de febrero pueden darnos las pistas definitivas sobre quién será el rival de Donald Trump el 3 de noviembre.

El Green New Deal pone de acuerdo a todos los candidatos

A pesar de las diferencias programáticas que tienen los candidatos en materias como sanidad, educación o defensa, hay algo en lo que coinciden todos: su apoyo al Green New Deal, la hoja de ruta que presentaron el año pasado en el Congreso el senador Edward Markey y la congresista Alexandra Ocasio-Cortez con el objetivo de situar a Estados Unidos al frente de la lucha contra el cambio climático a nivel mundial y que guarda, además del nombre, otras similitudes con el plan aprobado recientemente por la Comisión Europea, el European Green Deal. Curiosamente, tanto Markey como Ocasio-Cortez se han manifestado públicamente en favor de alguno de los candidatos: el primero lo hizo con Elizabeth Warren y la segunda con Bernie Sanders.

El Green New Deal ha marcado una meta: reducir de manera drástica la emisión de gases de efecto invernadero para lograr la neutralidad de emisiones en el año 2050. Además, en un plazo de diez años se espera generar el 100% de la electricidad del país a través de energías renovables o sin emisiones para conseguir una mayor eficiencia energética. Para ello, se modernizará tanto la red eléctrica como todos los edificios del país y se invertirá en el vehículo eléctrico y en el tren de alta velocidad.

Pero, ¿cuánto costará electrificar la economía de un país como Estados Unidos? Sanders promete una inversión de 16,3 trillones de dólares. El resto de candidatos son más tímidos: 3 trillones, Warren, 2 trillones, Buttigeig y 1,7 trillones, Biden. La  subida de impuestos a la industria carbonífera y la creación de millones de nuevos puestos de trabajo directamente relacionados con el Green New Deal pagarán gran parte de esta inversión.

Más allá de las cifras presupuestarias hay un aspecto en el que hay discrepancias: la energía nuclear. Sanders y Warren abogan por cerrar todas las centrales nucleares del país antes de 2035, mientras que Biden y Buttigieg creen que la nuclear es una fuente de energía imprescindible a medio plazo y el país no puede prescindir de sus 97 centrales.

Objetivo: recuperar el liderazgo internacional

Pero si hay algo en lo que coinciden de forma inequívoca los cuatro candidatos es en el papel que debe jugar Estados Unidos en el mundo en la lucha contra el cambio climático, y esto pasa por no abandonar bajo ninguna circunstancia el Acuerdo de París. Los argumentos de Trump para rechazar este consenso internacional son básicamente dos: que el acuerdo representa un “castigo” hacia los Estados Unidos y que el precio que los estadounidenses pagarían por “una reducción de solamente 0,2°” es demasiado alto.

Los demócratas consideran imprescindible recuperar la iniciativa internacional y convertirse en el país que lidere la lucha contra el cambio climático. No entienden que Estados Unidos, primera potencia económica mundial y responsable directo del 15% de las emisiones de gases de efecto invernadero, solo por detrás de China, abandone un acuerdo al que se han sumado ya 195 países entre los que se encuentran los gigantes de la contaminación: la ya mencionada China, la Unión Europea e India. En este sentido, la presencia de la presidenta del Congreso de EE.UU., la demócrata Nancy Pelosi, en la COP25 de Madrid el pasado mes de diciembre fue un acto cargado de intención.

El Green New Deal equiparará la política climática estadounidense con la europea

Para los defensores de la lucha contra el cambio climático en Estados Unidos todavía hay espacio para la esperanza. La salida efectiva de cualquier país firmante del Acuerdo de París solo puede producirse cuatro años después de su entrada en vigor: en noviembre de 2020, justo después de las elecciones presidenciales, por lo que un cambio de liderazgo en la Casa Blanca cambiaría totalmente la panorámica.

Los grandes estados se rebelan contra Trump

La deriva de las políticas climáticas de Trump ha generado un rechazo total en gran parte del país. Por ello, hasta 25 estados han dicho basta y se han unido bajo la Alianza por el Clima de EE.UU. para defender sus intereses e implementar políticas energéticas limpias que permitan reducir las emisiones contaminantes. Entre esos 25 estados “rebeldes”, la gran mayoría gobernados por el Partido Demócrata, encontramos tres que pertenecen al bando republicano: Vermont, Maryland y Massachusetts. La unión de todos estos territorios, que representan el 65% de la población estadounidense, logrará reducir en un 28% las emisiones de CO2 para el año 2030.

El caso de California es singular: es el estado más poblado del país y su economía se sitúa en el quinto puesto a nivel mundial por encima de países como Francia o Reino Unido. Los demócratas californianos aprobaron el año pasado una ley estatal con el objetivo de usar energía 100% libre de emisiones en el año 2045, de la que un 60% deberá ser renovable. En esta línea, Los Ángeles se ha marcado como objetivo obtener el 100% de su energía de fuentes renovables para ese mismo año, mientras que la ciudad de Berkeley es, desde julio de 2019, la primera metrópoli estadounidense en prohibir el gas natural en todas sus nuevas construcciones. Por su parte, Nueva York, la ciudad más poblada del país, también ha aprobado una ley que obliga a que en 2040 toda su energía sea limpia, y se ha fijado 2050 como año límite alcanzar la neutralidad de carbono.

Los peligros del aire contaminado

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Más de siete millones de personas mueren al año de forma prematura por enfermedades relacionadas con la calidad del aire que respiran. La Organización Mundial de la Salud no deja lugar a dudas: la contaminación mata. Aunque no haya rincón del planeta que se libre de esta lacra, las grandes ciudades son las más afectadas. ¿Cómo podemos protegernos de la contaminación urbana?

La COP25 arranca con un compromiso ambicioso: una ley europea para frenar el retroceso climático

Ursula von der Leyen

La nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha anunciado este lunes que el próximo mes de marzo presentará una ley europea para evitar que se den pasos atrás en el camino de la neutralidad climática de la Unión Europea. La presidenta ha hecho este comunicado en el contexto de la COP25, que ha arrancado hoy en Madrid y en la que se espera que se cierren las negociaciones sobre el reglamento del Acuerdo de París, que entrará en vigor en 2020. 

Hace apenas unos días, el brazo ejecutivo de la Unión Europea aprobó una resolución para declarar a la región en situación emergencia climática, convirtiéndose en el primer continente en anunciar esta situación. Ahora, tras tomar posesión el domingo, Ursula von der Leyen ha puesto sobre la mesa un plan de inversiones para poner en marcha una acción climática que se sustente en la investigación, la innovación y las nuevas tecnologías. También contempla la creación de un Fondo de Transición que garantice que nadie se quede atrás en el proceso de transformación. “Esto implicará dotar de una perspectiva climática a todos los sectores económicos”, ha anunciado la comisaria.

En diez días se presentará el Green New Deal Europeo

Otro de los ejes vertebradores del discurso que la presidenta ha pronunciado frente a los mandatarios mundiales ha sido la activación de un Green New Deal europeo que, según ha asegurado, presentará de aquí a diez días. El objetivo es convertir a Europa en el primer continente climáticamente neutro para 2050. “Si queremos alcanzar esta meta tenemos que actuar e implementar nuestras propias medidas ahora. Porque sabemos que esta transición necesita un cambio generacional”, ha concluido la comisaria.

“Ambición, ambición, ambición”. Con estas palabras, el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha inaugurado la Cumbre del Clima que hasta el próximo día 13 de diciembre reunirá a los líderes de todo el mundo. En este foro se acabarán de definir, en el mejor de los casos, los próximos pasos para cumplir con el pacto de limitar el aumento de la temperatura en 1,5°C. Por eso, el adelanto de las futuras medidas que aplicará la Unión Europea, cuando menos ambiciosas, abre la puerta al resto de las partes firmantes del Acuerdo de París y les invita a presentar unos planes de acción más combativos contra el cambio climático.

Las grandes propuestas de Alexandria Ocasio-Cortez para combatir el cambio climático

green new deal

Si alguien ha logrado escapar de los cánones clásicos que definen el establishment norteamericano y hacerse un hueco en la esfera política, esa es, sin duda, la congresista Alexandria Ocasio-Cortez. De raíces puertorriqueñas y familia humilde, la joven de 28 años triunfó en las primarias demócratas del distrito de Nueva York de 2018. Desde entonces, su carrera no ha hecho más que coger velocidad, guiada por la defensa de la sanidad universal, de los derechos de los inmigrantes, de las mujeres y de la comunidad LGTBI+. Además, Ocasio-Cortez ha estampado su sello en una iniciativa que promete marcar no solo el futuro de la icónica ciudad, sino del país entero. Esta es, la puesta en marcha de un New Deal medioambiental que plantea soluciones a corto plazo para revertir los efectos del cambio climático, que hoy celebra su efeméride más negra: la del día Internacional contra el Cambio Climático.

El conocido como nuevo Green New Deal —nombre que evoca los planes del presidente Roosevelt para luchar contra las consecuencias económicas de la Gran Depresión — tiene un objetivo claro: reducir considerablemente las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en una década. Para alcanzar esa meta, la congresista ha propuesto algunas medidas concretas que lleven a la descarbonización total de la economía y la protección de los derechos de la población.

En primer lugar, el plan defiende la necesidad de que haya una inversión gubernamental en proyectos y estrategias para resistir los desastres naturales y las temperaturas extremas provocadas por el cambio climático. Asimismo, exige la financiación estatal en investigación para el desarrollo de nuevos sistemas de prevención.

El pacto propone que de aquí una década, el 100% de la electricidad sea renovable

En segundo lugar, la hoja de ruta definida por la congresista más joven del Capitolio propone que de aquí a 10 años casi el 100% de la electricidad del país provenga de energías renovables. Para ello, se detalla en el pacto que es preciso digitalizar la red eléctrica del país, mejorar los edificios para que sean más eficientes energéticamente, revisar el sistema de transporte nacional a través de una fuerte inversión en los vehículos eléctricos y los trenes de alta velocidad, y minimizar el número de viajes en avión, el medio de transporte más contaminante.

Además de la carrera por reducir las emisiones en la industria y en las ciudades, el Green New Deal también dirige el foco hacia las zonas rurales y propone, según se cita en el documento, “colaborar estrechamente con los granjeros para eliminar la polución y los gases de efecto invernadero del sector de la agricultura y la ganadería”. En este caso en concreto no se detalla la línea de actuación a seguir, lo que ha favorecido que políticos como el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, un férreo negacionista del cambio climático, lo interprete a su manera. Sin ir más lejos, días después de la publicación del pacto verde, Trump utilizó las redes sociales para criticar “la brillante idea” del partido demócrata de reducir la huella de carbono a base de “eliminar los aviones, el petróleo y las vacas (que generan gas metano)”. No obstante, estas no son las únicas medidas que el presidente republicano ha afeado al Green New Deal de Alexandria Ocasio-Cortez.

Otra de las propuestas que ha levantado la polvareda entre las sillas del Congreso es la de hacer de la lucha contra el cambio climático una oportunidad para acabar con las desigualdades. Para combatir las injusticias sociales, el documento recuerda que el Gobierno debe implantar normas de comercio internacional y ajustes legislativos que garanticen una fuerte protección de los derechos laborales y unos salarios dignos, la creación de empleo y el impulso de la fabricación local. En palabras de Alexandra Ocasio-Cortez, “la crisis climática requiere de una movilización federal y local masiva e inmediata que beneficie al planeta y al conjunto de su población”.

Así afecta el cambio climático a la España vacía

España vacía

En 2016 veía la luz La España vacía, el ensayo superventas del escritor y periodista Sergio del Molino que, sin saberlo, logró bautizar para el gran público un fenómeno demográfico que llevaba ya mucho tiempo afectando al territorio. Según los datos del INE, las zonas rurales de nuestro país pierden alrededor de cinco habitantes cada hora.

Con una tendencia demográfica a la concentración en grandes núcleos de población —más del 85% de los españoles vive en menos del 20% de la superficie—, los pueblos cada vez están más vacíos y su población cada vez más envejecida, sobre todo en zonas de Aragón, Galicia, Extremadura o Castilla y León. Esta última ha perdido más de 125.000 habitantes en los últimos diez años, especialmente en las provincias del oeste. Aunque su situación no es excepcional: hasta 14 provincias españolas se encuentran en estado crítico y el 80% de municipios de menos de mil habitantes corren el riesgo de desaparecer. Sin embargo, que los pueblos españoles estén cada vez más vacíos no significa que sus (cada vez menos) habitantes estén exentos de problemas como el cambio climático. Aunque las localidades más pequeñas no están expuesta a los graves impactos medioambientales asociados a las grandes urbes (por ejemplo, la contaminación producida por el trasiego continuo de vehículos), no permanecen ajenos al calentamiento global.

El 80% de los pueblos de menos de mil habitantes están en riesgo de desaparecer

El aumento de temperatura del planeta provocará —verbo que, en algunas zonas, ya se conjuga en presente— migraciones masivas de personas que forzosamente tendrán que adaptarse a las condiciones climáticas de su entorno; por ejemplo, fenómenos meteorológicos cada vez más extremos, escasez de recursos o sequías prolongadas. Las zonas rurales de España, donde es habitual que el sector primario y la industria agroalimentaria sean uno de los principales pilares económicos, se verán obligadas a cambiar su manera de vivir si la temperatura del planeta aumenta sin control. Más aún si se tiene en cuenta que nuestro país está considerado uno de los más vulnerables de la zona mediterránea a los efectos del cambio. “Según un estudio, entre 2051 y 2100, ciudades como Málaga y Almería experimentarán más del doble de sequías que entre 1951 y 2000. En Murcia, en las Tierras Altas de Lorca, en Málaga en la comarca de La Axarquía o en Almería en la zona de Tabernas, encontramos que los cultivos son cada vez menos viables debido al aumento de las temperaturas, a las sequía y a que la población afectada considera su traslado a otras zonas al no encontrar otros medios de vida alternativos”, escribe Jesús Marcos Gamero, investigador de la Fundación Alternativas y miembro del Grupo de Investigación en Sociología del Cambio Climático y Desarrollo Sostenible de la Universidad Carlos III de Madrid.

Las sequías y la escasez de agua serán especialmente graves en las zonas del sur de España

Para este experto, la idea de ayudar a repoblar la España vacía con personas procedentes de otras regiones más afectadas por el cambio climático no tiene por qué verse como algo descabellado. “Los programas de Inversión Territorial Integrada (ITI) o iniciativas como la Red Ibérica de Ecoaldeas, entre otros, dirigen de diferente forma sus esfuerzos hacia un objetivo común: revitalizar el medio rural, evitar la degradación medioambiental y, en definitiva, atraer más población, invirtiendo dinámicas demográficas negativas. Reforzar estos procesos de dinamización rural, con experiencias piloto de reasentamiento con personas procedentes de otras zonas de España afectadas por el cambio climático, debe entenderse como un paso necesario para afrontar nuestro propio futuro como sociedad”, analiza en un artículo.

Fijar la población en los territorios en riesgo de desaparecer es un imperativo para proteger el patrimonio natural, cultural y social del país; algo que pasa por aplicar políticas públicas e inversiones que garanticen el acceso igualitario de toda la población a los servicios. Si no, la despoblación y el cambio climático harán que, dentro de unas pocas décadas la ‘España vacía’ sea una ‘España fantasma’.