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20 libros sobre sostenibilidad

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A medida que la sostenibilidad y la ambición de un futuro verde han ido convirtiéndose en el eje de nuestro progreso como sociedad, cada vez más expertos abordan estos temas desde un punto teórico. Se va creando así la estructura necesaria para fortalecer el movimiento, marcar hojas de ruta y dotar de especialización a cada ámbito. Por tanto, hoy son muchos los libros publicados al respecto, por lo que aumenta la investigación sobre temas tan variopintos como la reducción de residuos, la descarbonización o la protección de la biodiversidad. Con motivo del Día de las Librerías (11 de noviembre), estos son los veinte libros sobre sostenibilidad que toda biblioteca debe tener en sus estanterías:

1. La venganza de la Tierra, de James Lovelock

Autor de más de 200 artículos científicos, Lovelock, miembro de la Royal Society desde 1974, escribe este libro sobre la premisa de que, hoy en día, el cambio climático es ya inevitable. A partir de esta asunción, el científico amplía su conocida teoría de Gaia y propone diferentes soluciones al mayor problema que ha tenido que enfrentar la humanidad. 

2. Tu consumo puede cambiar el mundo, de Brenda Chávez

En este libro, que sitúa a los consumidores como los verdaderos dueños del poder, Chávez aborda los múltiples cambios que pueden generarse en el entorno ambiental, social y económico a través de una forma de consumo más responsable y adecuada a la situación actual. 

3. El sentido del asombro, de Rachel Carson

Se trata de una obra pequeña, de apenas 40 páginas, pero que condensa todo lo necesario para generar conciencia ecológica. ¿Cómo? A través del descubrimiento del entorno natural y el consiguiente asombro que esto genera.

4. La sexta extinción, de Elizabeth Kolnbert

Es un libro realista y por ello resulta de fácil lectura. En este trabajo, Kolnbert disecciona con crudeza la situación de flora, fauna, mares y tierra a consecuencia del cambio climático y revela de una forma cruda el impacto de la sobreactividad económica, la acidificación de los océanos o la deforestación. Avisos de impacto para generar cambio. 

5. Esperanza activa, de Joanna Macy

La importancia de la acción individual a la hora de sumar contra el cambio climático está perfectamente recogida en este libro. Una ruta a la transformación global a través de los sentimientos personales. 

6. Sostenibilidad con propósito, de Ana Palencia

Para frenar el cambio climático es necesario el compromiso y la acción de todos los niveles de la sociedad. En este libro, Palencia se centra en la función de las empresas y en cómo ciertos cambios responsables en su funcionamiento pueden generar un gran motor de transformación compatible con el aumento de beneficios. 

7. Residuo cero en casa, de Bea Johnson

Esta obra no solo ha sido un best seller, sino que es el origen de lo que se conoce como el “movimiento zero waste”. En ella, Johnson explica cómo su familia ha logrado llevar una vida sin residuos y cómo esto ha supuesto una mayor felicidad para todos sus miembros. Consejos y recomendaciones para llevar una vida feliz sin residuos. 

8. Mejor sin plástico, de Yurena González

Ideas y alternativas tangibles para limitar el uso de plástico y envases de un solo uso, foco de una contaminación acumulativa. Un proceso de cambio para el que González se ayuda de ilustraciones que evidencian la existencia de multitud de alternativas y los beneficios que esto conlleva no solo para el planeta, sino también para el propio bolsillo del consumidor.

9. El mundo sin nosotros, de Alan Weisman

Una predicción de futuro o una forma realista de imaginar el mañana si no se pone solución a los problemas del presente. Weisman dibuja en este libro lo que sucedería en el mundo si los humanos desaparecieran de la faz de la Tierra. Desde el tiempo que tardarían en eliminarse nuestros residuos o desaparecer nuestras ciudades hasta el análisis de nuestro legado, todas ellas situaciones que se clavarán directas en la conciencia de cada lector.

10. Somos naturaleza, de Katia Hueso

Vivir la naturaleza de una forma amena y respetuosa con el arte, la literatura y la cultura en general como vehículo principal. La autora genera en su obra una auténtica devoción por la vida al aire libre y, con ello, un sentimiento de pertenencia a lo natural. 

11. El planeta de los estúpidos, de Juan López de Uralde

López de Uralde, director de Greenpeace España durante más de una década, repasa algunas de las anécdotas vividas para trazar un reflejo de la situación actual del movimiento ecologista, sus aristas y la difícil situación en la que actualmente se encuentra el planeta. 

12. Los límites de la sostenibilidad, de Juan Benavides Delgado y Joaquín Fernández Mateo

La importancia de dotar a la sostenibilidad y todo lo que implica de un marco de transparencia y fiabilidad es lo que se desgrana en esta obra, imprescindible para entender lo relevante que resulta a nivel social la sensación de confianza y honestidad. 

13. Cambio climático, el gigante que amenaza la Tierra, de Cayetano Gutiérrez Pérez

Los más pequeños de la casa también tienen un papel relevante respecto a la transformación de nuestra sociedad en una más respetuosa con el medio ambiente. Por eso, en tanto que jóvenes serán los encargados de asentar estos cambios, este libro infantil se propone explicar de una forma didáctica y comprensible las consecuencias del cambio climático y las medidas que deben tomarse para ponerle freno.

14. Hacia la sobriedad feliz, de Pierre Rabhi

Escrito por un agricultor y filósofo autodidacta, este libro contiene un pensamiento lúcido que desemboca en ideas realistas. A partir de sus experiencias y la voluntad de volver a la raíz de la vida, Rabhi incita a la moderación de necesidades y deseos con un único propósito: ser felices. 

15. ¿Sosteni… qué? Sostenibilidad o el reto de trasformar la mente humana, de Miguel Ángel Ortega

Economista y ecologista activo, Ortega teje a través de esta obra una demostración cargada de datos sobre la imposibilidad de finalizar el siglo XXI mejor que se empezó a no ser que comience a detenerse el desgaste del planeta. Sobrevivir a base de cambiar la forma de pensar y actuar con respecto al entorno. 

16. 21 lecciones del siglo XXI, de Yuval Noah Harari

El libro de Harari, quizás uno de los historiadores más virales de los últimos años, recopila miradas diferentes con el objetivo de plasmar la diversidad del planeta y generar concienciación sobre la importancia de profundizar en valores como la empatía y el respeto hacia lo que nos rodea. 

17. Economía circular para todos: conceptos básicos para ciudadanos, empresas y gobiernos, de Walter R. Stahel

Este trabajo supone una guía introductoria al concepto de economía circular y al hecho de que todos los materiales que actualmente utilizamos para la vida son finitos, motivo por el cual se debe optimizar su uso y ampliar su vida útil. Reciclar para reducir el consumo de energía. 

18. Esto lo cambia todo, de Naomi Klaim

A través de este ensayo, la autora dibuja a la perfección la relación existente entre capitalismo y cambio climático, proponiendo ciertas modificaciones en el modelo económico y político actual con el fin de salvar la especie humana. 

19. Utopía para realistas, de Rutger Bergman

Una teorización llevada a la práctica sobre la necesidad de distribuir equitativamente los recursos para eliminar la pobreza, entendida en este caso como el origen de ciertas malas decisiones con respecto al entorno, especialmente aquellas de índole cortoplacista. 

20. El Green New Deal, de Jeremy Rifkin

Esta obra parte de la base de que, en torno al año 2028, la civilización de los combustibles fósiles colapsará. Para evitar que esto ocurra y anteponerse al desastre, Rifkin traza un plan económico con medidas tangibles. 

Mujeres en la universidad: una brecha cada vez más reducida

No fue hasta 1910 cuando las mujeres pudieron estudiar oficialmente una carrera universitaria en España, lo cual no significó que la presencia femenina en la educación superior fuese aceptada socialmente. Dos siglos después, la historia es distinta: aunque aún quedan desigualdades por resolver, las mujeres representan más de la mitad de la población universitaria.

Dolors Aleu i Riera se llegó a acostumbrar a las miradas extrañadas de sus compañeros en los pasillos de la Universidad de Barcelona. Corría el año 1879 cuando decidió matricularse en la Facultad de Medicina, una oportunidad de oro en aquella época ya que, a pesar de que el sufragismo crecía como la pólvora en Estados Unidos y en algunas partes de Europa las mujeres adquirían por primera vez el derecho a asistir a la universidad, eran pocas las que ocupaban las aulas de los centros españoles. Pero Aleu se topó con la suerte de pertenecer a una familia burguesa y consiguió los permisos especiales que se requerían para poder disfrutar de la enseñanza superior siendo mujer. Se convirtió, así, en la primera licenciada de España.

En el curso 1919-1920, solo 345 mujeres estaban matriculadas en la universidad, frente a las 753.749 que lo hicieron en 2021

El de Dolors, que ejerció de ginecóloga y pediatra, era el perfil común en los albores de la presencia femenina universitaria: mujeres de clase media-alta pertenecientes a grandes ciudades que sacaron provecho de su condición para luchar contra los estrechos roles de género que su tiempo había impuesto. Sin embargo, no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando estas cifras crecieron, aunque de manera testimonial: en el curso académico 1919-1920 solo se registraron 345 alumnas. Una fotografía que contrasta sobremanera con la actual, donde el 56,3% del alumnado universitario está compuesto por mujeres —es decir, un total de 754.749—, porcentaje que no ha dejado de crecer en los últimos años frente al alumnado masculino, con una tendencia a la baja (del 45,6% en 2015 al 43,7% en 2021-2022). No cabe duda de que la presencia femenina en la educación superior ha sido testigo de una gran evolución. 

Y si la primera mujer ginecóloga logró licenciarse en España, fue gracias a otra: María Elena Maseras, la primera mujer española en matricularse en una universidad. Lo hizo en el siglo XIX en la Facultad de Medicina, también en la Universidad de Barcelona. Sin embargo, Elena no ejerció de médica (no hay constancia de que se doctorase), sino que se dedicó a la enseñanza tras estudiar Magisterio, por lo que dejó abierta la puerta a otras mujeres tan destacadas como María de Maeztu Whitney, María Vicenta Amalia y la más que conocida María Zambrano, quienes se dedicaron a la filosofía y las letras —una de las carreras más feminizadas en los años veinte—. Aunque también hubo quienes optaron por una vertiente más científica, como la farmacia, que en el curso de 1929-1930 registraba a 777 mujeres, frente a las 199 matriculadas en medicina o las 222 que optaban por ciencias. 

En aquellos tiempos, los estudios de farmacia se consideraban apropiados para la mujer, puesto que regentar una oficina de dispensa de medicamentos estaba visto como una extensión de sus tareas domésticas habituales. A pesar de lo encorsetado de la elección, lo cierto es que la farmacia, así como la medicina, supusieron una gran oportunidad para que muchas mujeres desarrollaran posteriores carreras científicas de renombre. Contribuyó también a incrementar la presencia femenina en la conocida Residencia de Señoritas en 1915, impulsada por la política María de Maetzu con el objetivo de crear un espacio donde pudieran convivir las mujeres que acudían a la universidad. El espacio no tardó en convertirse, al igual que la madrileña Residencia de Estudiantes donde convivieron García Lorca y Dalí, en el epicentro de la intelectualidad y el intercambio de conocimientos, lo que fue atrayendo a más mujeres y cerrando la brecha. Al menos en el plano educativo, pues socialmente tuvieron que pasar varias décadas hasta que comenzaron a ser respetadas por priorizar su desarrollo intelectual frente a lo que se esperaba de ellas.

Mucho ha cambiado desde entonces. De hecho, aquellas carreras que menos aceptaban la presencia femenina en las aulas —química, medicina o biología, por ejemplo— cuentan con mayoría de alumnas, pero la actualidad todavía sigue dejando entrever algunas desigualdades. En primer lugar, respecto a las carreras STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics): según los datos recogidos por la Unesco, solamente el 28% de los investigadores científicos de todo el mundo son mujeres. La ausencia femenina -fruto de estereotipos y falta de referentes- en las ingenierías, las matemáticas y la tecnología todavía resulta preocupante, pues, en nuestro país, solo una de cada cuatro mujeres son ingenieras, cifra que alcanza el 31,4% en el cómputo global de las STEM. En cambio, la administración de empresas, el derecho, la psicología y las enseñanzas de infantil y primaria son los grados más solicitados por ellas.

A pesar de que la presencia femenina es mayoría en las universidades, todavía quedan algunas brechas por cerrar en el acceso a las carreras STEM, donde solo hay un tercio de mujeres

Y si miramos un poco más allá, nos encontramos con la otra gran brecha de la evolución laboral en la investigación. Como indican las cifras globales de las Naciones Unidas, las mujeres llegan mucho más alto en cualificación en comparación con los hombres, pero, cuanto más se avanza en titulación, menor proporción de mujeres se postulan: la paridad se mantiene hasta la presentación de tesis doctorales, pero luego el número de investigadoras desciende sin parar hasta tal punto que, en el mayor rango de titulación, solo dos de cada diez miembros son mujeres. 

Por suerte, a medida que pasan las hojas del calendario, las sociedades son cada vez más conscientes del trabajo que aún queda por hacer para garantizar la igualdad e incrementar la presencia de las mujeres en los sectores científicos, que, a fin de cuentas, debido a la contribución que hacen a la sociedad, deberían representar también la realidad de la otra mitad de la población. Cada año surgen historias de mujeres pioneras en campos masculinizados que marcan un antes y un después en nuestra historia y que minimizan, poco a poco, la brecha de la desigualdad de la misma forma que lo hicieron aquellas que decidieron cambiar el rumbo de la historia y acabar con los obstáculos para las mujeres de las generaciones posteriores. Ese era su sueño: que la educación superior se convirtiera en un lugar donde poder desarrollarse intelectualmente sin que el género definiese el destino.

Patios de colegio más verdes (e inclusivos)

Septiembre es el mes de la llamada «vuelta al cole», el período en el que se retorna a la actividad educativa. Los escolares vuelven a pisar las aulas, nuevamente se sacan los libros y las lecciones y una vez más se recupera la rutina. En cierto modo, se trata de un ciclo, uno al que se vuelve año tras año. Pero, a pesar de ello, las escuelas tienen un amplio margen de maniobra para aplicar cambios e ir mucho más allá de lo rutinario. Los patios de colegio son uno de los escenarios abiertos a ello.

Los patios escolares deben ser más verdes y resilientes contra los retos del cambio climático, pero también necesitan evolucionar para convertirse en más inclusivos. El gran reto no está únicamente en cambiar el asfalto y el hormigón por árboles, jardines o huertas escolares, sino también en lograr que trasciendan los estereotipos de género o que permitan que todo el alumnado —sean cuales sean sus necesidades— pueda disfrutarlos. 

Renaturalizar los patios escolares impacta en la salud mental y física de niños y niñas

Por un lado, el hacer «más verdes» los patios escolares permite mejorar su eficacia en términos de temperatura. Las olas de calor de este último verano han demostrado que se necesita crear refugios térmicos que ayuden a rebajar grados y que ofrezcan un respiro a la ciudadanía. Para la población escolar, que pasa un importante número de horas al día en la escuela, resulta crucial poder acceder a zonas verdes dentro del propio colegio. 

Igualmente, esta transformación funciona a otros niveles, ya que impacta de forma positiva tanto en la salud mental como en la física de los estudiantes. Estos nuevos espacios incentivan la actividad física, pero también crean nuevas oportunidades educativas o ayudan a niños y niñas a mantenerse en contacto con la naturaleza. «Con la renaturalización de los patios se pretende transformar el patio de la escuela en un jardín, en un parque. En un espacio rico en texturas, sombras, y lugares para estar, hablar, jugar, soñar…», asegura a El País Mamen Artero Borruel, miembro del colectivo de arquitectos El Globus Vermell.

Cambiar el uso que se le da —en vez de dejar que estén dominados, como ha ocurrido tradicionalmente, por la práctica de deportes mayoritarios— también impacta en la percepción de los espacios y de sus usos. Al fin y al cabo, como recuerdan las fuentes expertas, los patios escolares son una pieza más para la educación.

Cambiar su diseño, buscar su neutralidad neutros desde el punto de vista de género o implementar normativas sobre tiempos de uso o rotación de intereses permiten asentar «la cooperación y no la competitividad». Como explican desde las escuelas en las que ya se han aplicado cambios, «todo el mundo gana», incluidos quienes juegan «al fútbol», porque tienen acceso a un mayor abanico de actividades y porque comprenden la propia diversidad de la sociedad.

Rediseñar los espacios o cambiar sus usos fomenta «la cooperación y no la competitividad»

Una revolución en la hora del recreo 

El valor tanto educativo como de mejora de la calidad de vida que suponen estos nuevos patios de escuela ha llevado a que en los últimos años más y más colegios experimenten con este nuevo formato. Casi se podría decir que se está produciendo una revolución en la hora del recreo, asumiendo que no es necesario mantener lo que se ha tenido durante décadas si se puede lograr un resultado mejor. 

Los ejemplos se encuentran a lo largo de toda la geografía española. Así, Castilla y León anunció en 2021 sus planes para invertir 4 millones de euros en los dos años siguientes para mejorarlos y hacerlos más eficientes contra el cambio climático. Por poner otra muestra de cambio, la Red de Patios Inclusivos y Sostenibles arrancó en 2016 con actuaciones en dos centros públicos madrileños, pero de su trabajo ha nacido una metodología que sirve como guía para cambiarlos y que permite, además, acercar estos espacios a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. 

En todo este proceso de cambio, la comunidad educativa ha resultado fundamental, pero también lo han sido padres y madres, profesionales del diseño —desde arquitectura a paisajismo— y los propios niños y niñas, que fueron los primeros en identificar qué está mal en las zonas en las que juegan.

La educación ambiental, clave para la ciudadanía del futuro

Entre los retos que surgen en las aulas de nuestras escuelas hay uno cada vez más evidente: mientras educamos a nuestros hijos e hijas para su futuro, el horizonte del planeta se desdibuja. ¿Cómo habitar –y educar– en un mundo obligado a cambiar? Necesitamos transformar nuestros hábitos si queremos evitar el colapso del planeta: atrás empieza a quedar la contaminación urbana, la movilidad no-sostenible y el aislamiento absoluto de lo rural tras las moles de hormigón de la ciudad. La educación ambiental es la pieza clave en este sentido, a través de la cual se intentan implantar las nuevas perspectivas verdes; estableciendo los cambios necesarios para un futuro descarbonizado. La educación, al fin y al cabo, funciona igual que un pequeño árbol: se trata de plantar –y estimular– la semilla adecuada hasta que esta dé lugar a nuevos frutos.

Según explica el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, la educación ambiental debe «ser completa y transversal, involucrando a todos los agentes de la sociedad, desde los más jóvenes a los adultos». Los temas que aporta al debate social son evidentes: la transición energética, la calidad del aire, la salud –y el rol– del océano y la biodiversidad.

A partir de ahora, la educación ambiental será transversal a todos los contenidos curriculares

La educación ambiental, no obstante, va más allá de la mera teoría dada en el aula. Es una herramienta diseñada para comprender los retos y los obstáculos que depara el futuro mediante un pensamiento ecológico firme y rotundo. Por ello, esta requiere de un contacto estrecho con la naturaleza y las nuevas formas de enfrentar el día a día: realizar actividades en relación con el medio ambiente, separar los residuos en clase o visitar granjas o viveros para conocer las formas de vida que nos rodean.

Un ejemplo evidente es el del consumo –y gestión– del agua. Casi el 98% del agua que hay actualmente en el planeta es agua salada. ¿Cómo solucionar, entonces, un problema que parece acecharnos cada vez desde más cerca? A través de los conceptos de sostenibilidad, reutilización o consumo responsable es posible enseñar cómo se debe cuidar –y cómo deben cuidar los demás agentes de la sociedad– un recurso tan preciado.

Una ciudadanía comprometida

Para el próximo lustro, tanto el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico como el Ministerio de Educación pretenden seguir las pautas establecidas por el Plan de Acción de Educación Ambiental para la Sostenibilidad (PAEAS). Este documento establece los objetivos y las líneas de acción en materia de educación ambiental: la emergencia climática, la economía circular, los conflictos ambientales o los aspectos relacionados con la energía dejarán de ser tratados como contenidos adicionales; ahora, los contenidos curriculares serán presididos por la transversalidad inherente a la educación ambiental.

A través de los conceptos de sostenibilidad, reutilización o consumo responsable es posible enseñar cómo debemos cuidar un recurso tan preciado como el agua

El PAEAS, además, prevé la creación de redes interescolares, de tal modo que los centros de distintos municipios y regiones puedan desarrollar el contenido curricular de forma cooperativa: los espacios de trabajo y los foros de encuentro solo pueden ser verdes si son comunes. En este sentido, y para garantizar una acción adecuada y armónica a través de los distintos organismos e instituciones, se han desarrollado las Buenas Prácticas de Educación para el Desarrollo Sostenible: una vía a través de la cual conocer la mejor forma con la que difundir las acciones y proyectos vinculados con la educación ambiental. En la medida de lo posible, por tanto, la educación ambiental debe ser similar, evitando grandes diferencias y divisiones entre un centro escolar y otro.

Para implementar un plan de tal calibre también se prevé la formación del profesorado, eslabón clave en la transmisión del conocimiento, más allá del hogar. Es en la escuela donde se empieza a descubrir el planeta y donde se aprende la relevancia del reciclaje y la gestión de unos recursos que son finitos, entre otros hábitos. Al fin y al cabo, solo cuando comencemos a cambiar nuestros gestos diarios seremos capaces de proteger el planeta.

Ninguna niña sin educación

“El futuro de los niños es siempre hoy; mañana será tarde”, dijo una vez Gabriela Mistral, poetisa y Nobel de Literatura en 1945. Han pasado décadas desde que el mundo escuchara aquella frase, pero el alegato de la diplomática y profesora chilena hoy cobra más fuerza, sobre todo si nos referimos a la educación de las niñas.

El 11 de octubre se celebra el Día Internacional de la Niña. La ONU quiere recordar la grave situación de las niñas, sobre todo a raíz de la crisis originada por la COVID-19, y cambiar su realidad en algunas sociedades mundiales. Según sus datos, casi el 25% de niñas de 15 a 19 años ni estudia ni recibe capacitación frente al 10% de los niños. No hay que olvidar que sufren una doble vulnerabilidad: por su edad y por su género. Por ello, hoy más que nunca, es imprescindible reclamar el respeto y la aplicación de los Derechos de la Infancia, que desde 1990 son leyes obligatorias para todos los países.

Casi el 25% de niñas de 15 a 19 años ni estudia ni recibe capacitación, frente al 10% de niños

Desde la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing en 1995, la preocupación internacional por los derechos de las niñas se ha ido intensificando, y actualmente está presente en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, concretamente en los ODS número 4 y 5, dirigidos a garantizar una educación equitativa y lograr la igualdad de aquí a 2030. Sin embargo, aún queda mucho camino por recorrer. Por ello, la Unesco, en su último informe, ha hecho un llamamiento a los países para que garanticen un objetivo fundamental: que todas las niñas del mundo completen el ciclo de 12 años de estudio para 2030.

2021, un año crítico para invertir en la educación de las niñas

En su informe ‘Una promesa no cumplida: 12 años de educación para todas las niñas’, la Unesco destaca la importancia de seguir garantizando e impulsando una educación de calidad a las niñas después de la pandemia. Los datos reflejan una doble reflexión. A priori, reflejan una gran mejora en la escolarización de las menores durante los últimos 25 años. De 1995 a 2019 las niñas subsaharianas que finalizaron la educación primaria han pasado del 41% al 66%. El aumento también ha sido notable en Asia Central y Meridional, donde en 1995 poco más de la mitad de las niñas finalizaba la enseñanza primaria, mientras que ahora esa cifra alcanza al 90%. En países como Bangladesh, el incremento ha sido tan elevado que entre 1995 y mediados del año 2000 se revirtió la tendencia y las niñas superaron a los niños en la finalización de la educación primaria.

Sin embargo, el informe denuncia que estas mejoras pueden verse amenazadas por la COVID. La Unesco advierte que más de 11 millones de niñas corren el riesgo de no regresar a las escuelas, por lo que insta a los gobiernos a realizar inversiones para garantizar su educación básica. Destaca la educación como un derecho transversal para las mujeres y establece un plan estratégico para crear sociedades más equitativas donde las niñas puedan acceder a un trabajo justo y no tengan que someterse a matrimonios forzosos. Así, establece una meta principal: que todas las niñas de 12 años completen la educación básica de cara a 2030.

Los países del G7 buscan que 40 millones de niñas más acudan a la escuela en países de ingresos medios y bajos de cara a 2026

2021 es un año clave para invertir en la educación de las niñas, sobre todo de cara a la recuperación mundial de la COVID. Los países del G7 buscan que 40 millones de niñas más acudan a la escuela en países de ingresos medios y bajos de cara a 2026. En el informe destacan que los gobiernos deberán actuar en varios ámbitos clave que abarcan desde recopilar datos sobre la educación de las niñas a implementar sistemas educativos que promuevan la igualdad de género. La prevención de la violencia es una cuestión fundamental, por lo que se apuesta por promover una educación integral sobre sexualidad que contribuya al respeto y ayude a las niñas a protegerse. Además, el texto aboga por la presencia de maestras, sobre todo en puestos de liderazgo, y destaca la sensibilización del material escolar, es decir, emplear libros y materiales donde estén presentes las mujeres. En definitiva, de cara a la recuperación, los países tienen la oportunidad de construir sistemas educativos que promuevan el liderazgo de las niñas y garanticen su vuelta a las escuelas mediante la reapertura de centros y la dotación de becas para las familias más necesitadas.

Recuperando la frase de Mistral, el futuro de las niñas es siempre hoy, mañana será tarde. La preocupación de las últimas tres décadas debe intensificarse en forma de acciones, sobre todo en países en conflicto donde los derechos de las niñas están en peligro, como es el caso de Afganistán. Los días internacionales dan la oportunidad a las sociedades de conocer derechos humanos no salvaguardados, pero es ahora, y no más tarde, el momento de movilizarse para corregir estas desigualdades de manera efectiva.

¿Por qué tus hijos deberían recibir educación ambiental este curso?

En septiembre empieza todo. Nos encontramos ante un nuevo curso lectivo y un punto de partida para la comunidad educativa que, entre otros retos, se enfrenta a la incorporación de la conciencia ecológica dentro de las aulas.

En 2019, la UNESCO aprobó un programa dedicado a fomentar la educación para el desarrollo sostenible

Desde hace años, la preocupación por la sostenibilidad es un pilar fundamental para organizaciones, gobiernos y economías a nivel mundial. Esto se ha traducido en compromisos internacionales como las metas de descarbonización fijadas en los Acuerdos de París de 2015 y la Agenda 2030 establecida por la ONU. Unas medidas que miran al futuro, pero dejannconstancia de que el cuidado del planeta es algo muy presente. Y aunque muchos de estos objetivos se dirigen a empresas y entidades públicas, no hay que olvidar que afectan de forma directa a la ciudadanía, requieren nuevos hábitos de consumo y un conocimiento profundo del grave peligro en que se encuentra el planeta si no cambiamos hacia un modelo de desarrollo sostenible. Por ello, y siguiendo la conciencia ecológica marcada por Europa, resulta fundamental sembrar en las escuelas la semilla del cuidado del medioambiente y los compromisos para hacer del planeta un lugar más limpio y justo.

El medio ambiente: objetivo de la educación del presente y del futuro

Las aulas deben ser el lugar donde iniciar y potenciar la conciencia ecológica. En un mundo donde las sociedades demandan ciudades libres de contaminación, la eliminación de los plásticos y el cuidado de nuestros océanos, las vías de actuación implican a todas las personas. Además de establecer las bases de la conciencia ecológica a través de los programas curriculares, es importante fomentar prácticas sostenibles y empoderar a la juventud para liderar iniciativas que no solo protejan, sino que mejoren el estado del planeta actual y futuro. El alumnado está ahora más sensibilizado que hace años con la cuestión medioambiental. Un ejemplo de ello es el de Greta Thunberg y el movimiento al que dio comienzo en 2018, Fridays for Future. Su generación ha crecido en un planeta seriamente dañado y, por ello, es pionera en la lucha contra el cambio climático y demanda programas para fortalecer sus conocimientos sobre el desarrollo sostenible y actuar de forma responsable. Esta tendencia ecológica, por tanto, debe comenzar desde las primeras etapas educativas, algo que defienden cada vez más centros y universidades: no solo a través de contenidos teóricos, sino mediante actividades prácticas como la limpieza de zonas naturales o visitas a viveros y granjas en la Educación Primaria.

En este escenario, cada vez más países y entidades internacionales apuestan por un modelo de educación concienciado con la preservación del planeta. En 2019, la UNESCO aprobó un programa dedicado a fomentar la educación para el desarrollo sostenible (EDS). Este modelo se basa en dotar a cada estudiante de las competencias, actitudes y valores necesarios para superar los desafíos de carácter climático, la degradación ambiental y la desigualdad. Además, continúa la línea de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), concretamente el ODS número 4, dirigido a lograr una educación de calidad y “asegurar que todos los alumnos adquieran los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible, entre otras cosas, mediante la educación para el desarrollo sostenible y los estilos de vida sostenibles” de aquí a 2030.

La nueva Ley de Educación hace hincapié en la impartición en las escuelas de temas como los derechos humanos o el cuidado del planeta

Por otro lado, España, con la nueva Ley de Educación que entrará en vigor en el curso 2022-2023, avanza hacia una educación por y para la transición ecológica, reconociendo “la importancia de atender al desarrollo sostenible de acuerdo con lo establecido en la Agenda 2030”. Así, pretende seguir los pasos de las políticas educativas europeas e impartirá en las escuelas temas como la digitalización, los derechos humanos o el cuidado del planeta.

Queda patente que la conciencia ecológica no es un tema de futuro, sino de urgente actualidad. El compromiso con el medio ambiente debe calar en las aulas de los niños y niñas de hoy para asegurarles un futuro mejor.

Consejos para enseñar ecología y consumo responsable a los niños durante el verano

Llegan las vacaciones y cambia la rutina, pero hay hábitos que se pueden seguir fomentando e incluso reforzar durante los meses de verano. Precisamente esta época, donde disponemos de más tiempo para disfrutar con nuestros hijos, es perfecta para enseñar a los más pequeños de la casa costumbres de vida sostenible que les permitan interiorizar cómo relacionarse con su entorno de manera respetuosa.

Ya sea nuestro destino de playa o montaña existen multitud de opciones para integrar en nuestro día a día actividades que fomenten valores medioambientales. A continuación os dejamos algunas opciones para disfrutar de unas vacaciones sostenibles que muestren a los niños la importancia de la ecología y el consumo responsable:

No dejar basura… y recoger la que encuentres

Los espacios naturales son entornos en los que disfrutar con respeto, no vertederos. Un paseo por el bosque o una tarde junto al mar son el momento perfecto para que los más pequeños aprendan la importancia de no tirar basura, cuidar de la naturaleza e incluso poner su granito de arena recogiendo aquellos desperdicios que encuentren a su paso. Ayudar a conservar un paisaje limpio en todos los sentidos es la mejor manera de enseñar que su salud es la nuestra. 

Esta actividad puede realizarse en familia o a través de campamentos o programas de voluntariado ambiental que promueven ayuntamientos de toda España. A través de estas iniciativas la relación con el medio ambiente se convierte en un juego que ayuda a los niños a sentirse parte de esa naturaleza que queremos cuidar.

Reducir los plásticos

La reducción del uso de plásticos es un hábito que debemos integrar en nuestro día a día. Sin embargo, durante las vacaciones se suele tender a utilizar en mayor medida productos elaborados con plástico de un solo uso, como pueden ser platos, cubiertos o comida envasada. Es el momento de predicar con ejemplo y evitarlo, reduciendo al máximo su consumo. Las alternativas existentes son cada vez mayores y nos permiten integrar hábitos con menor impacto ambiental mediante el uso de bolsas de tela para la compra, botellas de acero para el agua, el uso de tuppers de cristal o los cubiertos de madera sostenible para llevarnos el picnic a la playa, entre otros. 

Trabajar en el huerto

El turismo rural es una opción elegida por muchas familias que nos permite acercarnos a la naturaleza de diferentes maneras. Una de ellas es a través de las huertas. A través de ellas  los niños pueden aprender a relacionarse con la tierra, conocer de dónde provienen los alimentos y el trabajo que requiere obtenerlos. 

También es un buen momento para enseñarles la estacionalidad de los alimentos, los tipos de frutas o verduras según la época del año y por qué es importante integrar los alimentos de temporada en nuestra alimentación. Es una actividad para practicar en familia, en la que enseñar a las niñas y niños las ventajas de un trabajo paciente, del que a medio plazo acabarán recogiendo sus frutos, refuerza los lazos al disfrutar del resultado de un esfuerzo compartido.

Compra sostenible

Lo mismo que con los plásticos, se trata de mantener hábitos que ya integramos en nuestro día a día durante el resto del año. Si en casa estamos intentando comer productos de kilómetro cero y de temporada, no tenemos por qué dejar de hacerlo al viajar. Las tiendas locales ofrecen productos de cercanía respetuosos con el entorno y que impulsan la economía local. 

Por otro lado, la oferta de productos ecológicos o elaborados de forma sostenible como protectores solares, bañadores o sandalias es cada vez mayor. Explicar estas decisiones de compra a los más pequeños ayuda también a reducir el consumo compulsivo.

La bicicleta como forma de vida

La movilidad también es importante. Organizar excursiones en bicicleta con nuestros hijos es una manera perfecta de explicar conceptos como la movilidad sostenible para que se conviertan en una forma natural de moverse más allá de los meses de verano. Además del cuidado del entorno, a través de la reducción de la emisión de gases, la bicicleta es una buena manera de mostrarles cómo salud y medio ambiente son dos conceptos que van de la mano.

La educación un año después de la covid: brecha digital y educativa

Llegaba la segunda quincena de marzo cuando más de 300 millones de niños y niñas en el mundo veían las puertas de sus colegios cerrarse a cal y canto. Era 2020 y los pequeños recibían la noticia como unas vacaciones inesperadas, unos pocos días de descanso hasta que todo volviera a la normalidad. Pero pasaron las semanas, y luego meses: los centros educativos de todo el mundo cerraron durante una media de 95 días como consecuencia de la pandemia provocada por la covid-19. En algunos países de América Latina y el Caribe, los estudiantes no pudieron volver a sus pupitres hasta 158 días después.

214 millones de alumnos y alumnas perdieron al menos tres cuartas partes de su curso escolar a consecuencia de la pandemia

Ha pasado un año desde ese primer día que dejó a los colegios llenos de silencio, y los datos más actuales son abrumadores: a nivel global, 214 millones de alumnos y alumnas de entre infantil y secundaria perdieron al menos tres cuartas partes de su tiempo escolar durante la pandemia. De ellos, 168 millones ni siquiera pudieron asistir al 90% del curso escolar. En su informe One year of Education Disruption, UNICEF advierte: «Los cierres de la escuela no han hecho más que exacerbar la crisis educativa que existía antes de la pandemia, que ha afectado especialmente al alumnado más vulnerable».

La brecha educativa –ya existente en el contexto precovid– se ha agrandado hasta tal punto que ya es una herida abierta, infectada por la digitalización disfuncional, la falta de conocimientos digitales del profesorado, la incipiente diferencia entre la atención al alumnado avanzado y aquel que necesita refuerzo, así como la consecuente falta de motivación por parte de estudiantes y docentes, obligados a habituarse a un sistema educativo desgastado por la pandemia. Y, efectivamente, ha sido especialmente dañino con los menores más vulnerables: el documento, pionero en mostrar los datos de cierre de más de 200 países, sitúa en las primeras posiciones a países en vías de desarrollo como Brasil, Bangladesh, Uganda o Sudán cuando evalúa el tiempo que niños y niñas han pasado sin poder acceder a clase.

La piedra angular de la digitalización

Todos estos problemas beben de una misma fuente: la brecha digital. A día de hoy, dos tercios de los niños y niñas en edad de escolarización no tienen acceso a Internet en sus hogares. Su única forma de aprender era yendo a clase, y cuando se vieron privados de ese acceso, acabaron inevitablemente desvinculados de la actividad académica. Como indica Save the Children, esto ha generado «una falta de comunicación y seguimiento, agravando procesos de desvinculación progresiva que, antes de esta crisis, afectaban al alumnado más desfavorecido y que ahora, no solo puede provocar abandono escolar, sino perpetuarse en el tiempo».

En España, 100.000 hogares con menores e ingresos inferiores a 900 euros no tienen acceso a Internet

En España, 100.000 hogares con menores e ingresos mensuales netos inferiores a 900 euros no tienen acceso a Internet y otros 235.000 hogares solo pueden conectarse a la red a través de un teléfono móvil, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Un obstáculo que, si ya es complicado de superar en los entornos urbanos, se convierte en un muro insalvable en las zonas rurales de nuestro país: existen algo más de 4.000 municipios en los que no se alcanzan las conexiones de treinta megas, y 2.600 donde no llegan ni siquiera los diez. Tras los primeros meses de pandemia, la OCDE situó a nuestro país a la cola de la digitalización del sector público.

Esto no ayuda a resolver otro problema arraigado antes de la covid-19: nuestro país cuenta con la mayor tasa de abandono escolar de la Unión Europea, un índice que se retroalimenta con la continua desvinculación de las aulas que ha vivido la mayor parte del alumnado durante la pandemia. Garantizar el acceso a la tecnología a todos los alumnos, promover el desarrollo profesional de los docentes en materias digitales y la exploración de nuevas metodologías que promuevan la creatividad son los tres faros que deben guiar la educación a partir de ahora para garantizar su inclusividad.

El papel de las empresas

Y, en esta lucha para superar la brecha digital en la educación, el papel de la empresa también es relevante.Como primer paso, el Grupo Red Eléctrica  se ha sumado a la Alianza País Pobreza Infantil Cero, promovida por el Alto Comisionado para la Lucha contra la Pobreza Infantil, que reúne a más de 75 empresas, fundaciones y administraciones públicas. El grupo es especialmente sensible a esta necesidad por la actividad que desarrolla en el sector de las comunicaciones, por un lado, a través de su filial Reintel, que ya ha desplegado más de 50.000 kilómetros de fibra óptica oscura y, por otro, a través de los satélites de Hispasat, que facilitan la llegada de señal a las zonas más aisladas que no cuentan con fibra

En el acto de presentación, Beatriz Corredor, presidenta de Red Eléctrica, sentenció: «A día de hoy, la conectividad debe ser un recurso básico como el agua o la luz. No podemos permitir que haya un solo niño o niña que no pueda seguir su educación por falta de internet». Esta sinergia fundamental para evitar que, en el futuro, nadie se quede descolgado de su derecho más básico: aprender. 

A finales de abril de 2012 se celebra la Semana de Acción Mundial de la Educación. Su objetivo es abordar de manera urgente la falta de financiación para la educación, agravada por la pandemia de covid-19 y que está impidiendo la consecución del 4º ODS. Un paso más para garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad a todos los niños y niñas en el mundo.

El futuro de las aulas es verde

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El 26 de enero se celebra el Día Internacional de la Educación Ambiental, una de las grandes asignaturas pendientes de nuestro sistema educativo. ¿Cambiará la pandemia nuestra manera de entender esta competencia, fundamental en un planeta en emergencia climática? 

#Coronavirus: los retos del sector educativo

En cuestión de semanas, el coronavirus ha transformado la vida de millones de ciudadanos en todo el mundo. Nadie sabe cuánto tardaremos en retomar la normalidad, pero sí es cierto que esta crisis sanitaria mundial ya está suponiendo un reto para la humanidad en todos los ámbitos. La cuarentena establecida en gran parte del mundo está afectando a todos los sectores, pero uno de los que está notando los efectos del coronavirus de manera más acusada es el educativo.

Las cifras del número de estudiantes que verán su día a día alterado en todo el mundo dan cuenta de la magnitud de este nuevo escenario: la UNESCO calcula que 1 de cada 2 estudiantes del mundo no podrán asistir a clase mientras dure la pandemia. Según datos actualizados a 18 de marzo, un total de 119 países ya ha anunciado el cierre de las instituciones educativas de manera total o parcial, dejando a 862 millones de niños y jóvenes sin clases.

En España, la Comunidad de Madrid, el País Vasco y La Rioja, echaron el candado a todos sus centros educativos el pasado 11 de marzo y, cinco días después, el resto de España se adhirió a esta iniciativa inédita. “Son tiempos extraordinarios que requieren medidas extraordinarias”, advirtió el presidente del Gobierno Pedro Sánchez en una de sus últimas comparecencias. En nuestro país, el cierre de colegios y centros universitarios afecta a 9,5 millones de estudiantes y va a poner a prueba la resiliencia del sistema educativo en todos sus niveles. Para muestra, la EBAU, anteriormente conocida como Selectividad, ya ha quedado aplazada de manera indefinida.

La brecha digital agranda la brecha educativa

Pero ¿qué pasará en este tiempo con todos estos estudiantes mientras sigan suspendidas las clases? Ante una crisis que ha golpeado a nuestro país -y al mundo- de manera tan repentina y con virulencia, parece que solo hay una forma de mantener activo el sistema educativo durante las próximas semanas: la formación online. Pero cuando la única alternativa posible requiere del uso de tecnología, esta actúa también como elemento diferenciador: según un estudio de We Are Social y Hootsuite, solamente el 59% de la población mundial tiene acceso a internet.

Es importante matizar que estos datos reflejan una realidad tangible no solo en países con limitados recursos o en vías de desarrollo, sino también en grandes potencias mundiales. Estados Unidos, donde también se están cerrando los centros educativos en los últimos días por la expansión del virus, es un ejemplo de ello. Las cifras del país norteamericano sorprenden: 21 millones de estadounidenses no cuentan con acceso a internet, y uno de cada cinco estudiantes no disponen de la tecnología necesaria en sus hogares para hacer frente a este reto. En ciudades como Detroit, por ejemplo, el 60% de los estudiantes no tienen acceso a internet de banda ancha, lo que dificulta su aprendizaje virtual. En el este del estado de Mississippi la situación es similar: el 40% no puede acceder a las clases de manera telemática por falta de medios. La falta de recursos en un país de la magnitud y potencial económico de Estados Unidos nos da una pista sobre la situación que el resto de países del mundo pueden estar afrontando.

Solo el 59% de la población mundial tiene acceso a internet

El “rey” de la tecnología, China, fue el país que sufrió primero los efectos del llamado COVID-19 pero supo adaptarse con celeridad: 180 millones de estudiantes pasaron de tener que ir a clase a tener que seguirlas por la televisión. En cuestión de días, China creó una plataforma de formación online para todos los estudiantes del país con la ayuda de algunas empresas tecnológicas como Huawei y Alibaba. A su vez, la televisión estatal del país (CCTV) empezó a retransmitir las clases, divididas en diferentes niveles educativos, para no sobrecargar esta plataforma de contenido online. Todo el proceso fue centralizado, por lo que los alumnos de ciudades más pequeñas tenían acceso al mismo contenido, minimizando así la brecha educativa entre las diferentes clases sociales.

Ahora bien, el país asiático también presenta severas desigualdades entre clases sociales y territorios que han provocado que no todos los estudiantes puedan usar estos recursos digitales. Según datos del gobierno chino, más de 500 millones de ciudadanos no accedieron a internet en el año 2018, ya sea porque no contaban con conexión o porque desconocen la existencia de internet. La situación es más compleja en las zonas rurales de esta nación, cuya realidad es totalmente diferente a la de sus compatriotas residentes en las grandes urbes de este gigante. Muchos de los estudiantes de las zonas rurales no cuentan con las herramientas necesarias para llevar a cabo una formación online en condiciones, con lo que su retraso académico cada vez es mayor. No en vano, en China se les conoce como los “left-behind children”.

En España, la brecha digital no alcanza esos niveles. Una encuesta del Instituto Nacional de Estadística (INE) indica que solo uno de cada cinco hogares españoles no cuenta con un ordenador (19,1%), y que el 91,4% de las familias españolas dispone de acceso a internet en casa (en su gran mayoría de banda ancha). No obstante, disponer de conectividad no es siempre garantía de que los alumnos puedan llevar a cabo una formación online de manera satisfactoria. Por ejemplo, no todas las familias cuentan con más de un dispositivo para facilitar las sesiones virtuales a todos sus hijos.

En España solo uno de cada cinco hogares españoles no cuenta con un ordenador

La otra cara de la moneda de esta nueva situación es la preparación del sistema educativo español. ¿Cuenta con suficiente preparación y recursos tecnológicos para abordar este giro hacia un modelo educativo digitalizado? La experiencia de los últimos días ha demostrado que aún tenemos un largo camino que recorrer en este sentido. Por ejemplo, la Comunidad de Madrid cuenta con la plataforma EducaMadrid, que es una herramienta que lleva funcionando varios años como complemento a la formación presencial de los alumnos. En ella se encuentran recursos educativos que sirven como complemento didáctico para profesores y alumnos. La semana anterior del cierre de los colegios, las conexiones registradas fueron 650.000, mientras que los primeros días del aislamiento han superado el millón. La consecuencia: el sistema se encuentra caído gran parte del tiempo y funciona con gran lentitud.

Este insólito panorama ha puesto sobre la mesa la urgente necesidad de renovar el sistema y dotarlo de los recursos digitales suficientes para hacer posible la enseñanza a distancia. Este impulso a la innovación conseguirá mejorar nuestro modelo educativo y lo hará resiliente ante cualquier escenario como el que vivimos. Ha llegado la hora de innovar sin dejar a nadie atrás.