En el mundo de los adultos, los ODS son, cada vez con mayor frecuencia, una asignatura de estudio diario. Pero ¿qué papel juegan en el mundo infantil?
Los ODS y la Agenda 2030 son un retrato del futuro que queremos conseguir como planeta. Cuando educamos a los más pequeños, hay que dibujarles un futuro deseable, un horizonte ético y ambicioso que dé sentido a la cotidianidad de sus vidas, y en ese horizonte están los ODS. Además, es muy importante no dar una visión derrotista, sino confiar en que se pueden cambiar las cosas. Ahora bien, en el mundo infantil hay que ser crítico y no centrarse exclusivamente en la sensibilización medioambiental. También hay que darle más importancia al entrenamiento de conductas comprometidas y motivaciones éticas.
¿Están los niños interesados –de algún modo– en los ODS?
Los niños pueden ser motivados por casi cualquier cosa. O, mejor dicho, los niños están interesados en todo lo que se les propone de forma creativa y estimulante. De todos modos, el interés no es repentino ni duradero, hay que motivar a los alumnos para que mantengan ese entusiasmo y lo conviertan en un trabajo consistente y riguroso. Al fin y al cabo, motivar significa convencer a alguien de que quiere hacer algo que en principio no quería, y luego resulta que se siente bien haciéndolo. En Secundaria, por otro lado, es importante mostrar la insatisfacción ante una vida mediocre y despertar un enojo creativo ante la injusticia, la discriminación o la violencia, y proponer múltiples oportunidades para transformar las cosas.
¿Tienen los niños de ahora una actitud distinta a los niños de hace 50 años?
Sí. Hemos avanzado, a pesar de las dificultades. Hace 40-50 años nos preocupaba mucho más el futuro individual: «¿Qué voy a ser de mayor? ¿Qué voy a estudiar? ¿Qué nota tengo que sacar?» Lo que se respiraba en la cultura escolar era un perfeccionamiento personal. Aquello nos ayudó para superarnos a nosotros mismos, pero al margen de los pros de aquella perspectiva, creo que ahora hemos ganado en conciencia comunitaria. Tenemos más en cuenta lo que queremos y debemos de conseguir como grupo. «O todos nos hundimos o todos nos salvamos», como dicen algunos de mis niños. Creo que en los últimos años muchas escuelas han logrado que los niños deseen un mejor futuro colectivo, y son más conscientes del impacto que tienen nuestras decisiones sobre la vida de los otros. Por el contrario, hay un problema y es que no hemos avanzado en la creación de un modelo eficaz de educación ética, y los niños no conocen, o al menos no practican con asiduidad, las renuncias y los sacrificios personales que conlleva la consecución del bien común.
¿Cuál es el principal desafío educativo relacionado con la sostenibilidad para este curso?
El currículum de una escuela, es decir, el tiempo que se dedica a cada materia, es como una caja de quesitos. Para meter dos quesitos nuevos, hay que sacar otros dos. Si lo que queremos es que realmente en las escuelas se vibre con los ODS, que realmente pase a la conciencia colectiva de las futuras generaciones, necesitamos aligerar el currículum de las cosas menos necesarias o que pueden ser sustituidas con el uso de las tecnologías. El «cómo» es la clave. Ahí entran los educadores, que tienen una función fundamental. Ellos deben ayudar a despertar la curiosidad del alumno, pero también exigir un aprendizaje real. En los adolescentes, por ejemplo, en lugar de contarles solo las bondades de los ODS, hay que hacerles sentir algo más, hay que practicar lo que llamo hermenéutica del enojo: hay que hacerles sentir insatisfechos con las decisiones individualistas e insolidarias y dar alternativas realistas pero ambiciosas. Los proyectos de emprendimiento social o de aprendizaje servicio, las experiencias de voluntariado o unas buenas tutorías son ejemplos de oportunidades para trabajar en ese sentido.
Recientemente, la decisión de Suecia de dejar en suspenso su estrategia de digitalización en la enseñanza ha abierto el debate sobre la integración de estas tecnologías en las aulas. ¿Qué papel debe desempeñar la digitalización en la educación?
Hoy por hoy, no existe un modelo de digitalización en el sistema educativo, no ha habido tiempo de hacerlo. El cambio ha sido tan brutal y tan rápido que vamos a remolque de los avances de la tecnología. Pero no es la primera vez que sucede, en mi época, por ejemplo, estaba el debate sobre el uso de las calculadoras en el aula… Siempre surge una crisis cuando se cuestionan las viejas seguridades. Actualmente, está el debate del uso del móvil: «¿dejo a mis alumnos entrar a clase con ellos o no?» Si les quito el teléfono durante cinco o seis horas, eso no les educa a utilizarlo mejor, sino que los reprime. Cuando suene el timbre y estos niños sean liberados del colegio, lo que harán será ir a buscar su móvil y utilizarlo -probablemente- mal. Por esto, la digitalización no es una asignatura optativa. No hay elección de dejarla fuera, hay que educarles en cómo usarla correctamente. Para ello los docentes necesitamos mucha formación. Por tanto, digitalización sí, es el presente, es el mundo por el que se mueve la gente, pero hay que hacerlo de forma equilibrada, que se compense con la educación integral de cada individuo, que cuide la dimensión ética, emocional, el bienestar físico, la salud mental y con el entrenamiento del pensamiento crítico, creativo y riguroso.
Los ODS abarcan diversas áreas, desde la erradicación de la pobreza hasta la igualdad de género. ¿Cómo puede el sistema educativo promover una educación integral que aborde todas estas áreas de manera efectiva?
El principal problema es que es un sistema tremendamente burocratizado, lleno de requisitos contradictorios, confusos, y en mi opinión poco sensible con los ODS. Creo que es necesario y urgente reducir esa burocracia. Por estas cosas, a veces da la sensación de que los directores y profesores de un colegio no están ahí para diseñar el mejor plan educativo para la escuela, sino para cumplir a rajatabla una lista de requisitos burocráticos de las administraciones. Esa sensación genera un escepticismo generalizado entre los docentes, que no es para nada positivo. Por tanto, hay que reducir la burocracia, apostar por la gobernanza inteligente, por un modelo que respete la autonomía de los centros para diseñar proyectos educativos que respeten la idiosincrasia de cada comunidad de aprendizaje.
¿Y cómo se consigue eso?
Hay distintos planos para enfrentarse a este reto. Hay un plano administrativo, la ley de educación, que en este caso la LOMLOE en su redacción ha hecho una mayor apuesta por los ODS. Pero una vez que la ley pasa a las escuelas, bajamos mucho el listón. En este sentido, hay dos formas de abordar los ODS: una perspectiva en la que se incluyen asignaturas o eventos exclusivamente sobre ODS o una perspectiva transversal, en la que todas las asignaturas incluyen ciertos aspectos de los ODS. El primer caso es el más frecuente, pero yo creo que organizar un Día de la paz o un Día de la sostenibilidad al año no cambia nada, por lo que yo apostaría es por combinar ambas. Hay otro plano donde está el agujero más grande del sistema: la metodología. Las metodologías tradicionales no sirven para entrenar comportamientos que aterricen los ODS en la vida personal de los alumnos. No se puede enseñar (ni se puede aprender) sobre ODS estudiándolos en los libros o viendo videos al respecto. Se trata de que los alumnos entrenen decisiones éticas, y eso es poco común en las escuelas, porque están sobrecargadas por otras prioridades.
Precisamente, uno de los objetivos marcados por la ONU persigue el refuerzo de la educación en todos los rincones del planeta. ¿Se puede lograr que todos los estudiantes del país tengan acceso a una educación de calidad?
La educación de calidad es perfectamente posible. Ahora bien, no se puede confundir la escolarización con la educación de calidad. Es verdad que en el último siglo hemos universalizado la escolarización y la hemos extendido dos años más, hasta los 16 (un reto todavía pendiente en muchos países), pero no podemos conformarnos con tener a la población escolarizada. Hay que darles más. Y para alcanzar ese «más» hay que sentarse a pensar, a tomar decisiones, y a tener una política inteligente y generosa y que tome decisiones coherentes y sostenibles. También hay que tener en cuenta que cada escuela tiene una idiosincrasia y posibilidades diferentes, entonces hay que diseñar un proceso a medida, como hacen los sastres con los trajes.
¿Qué tipo de decisiones?
Tomando como ejemplo las pruebas de la EVAU. Si en vez de examinarnos solamente de problemas matemáticos y de memorización, incluyéramos una prueba de competencias éticas, probablemente avanzaríamos más rápido. Algo que he visto últimamente en algunas escuelas, especialmente en Estados Unidos, es que tienen una forma diferente de preparar a los alumnos de cara a la educación universitaria. Allí, desde hace algún tiempo, valoran los resultados académicos, pero también el currículum no formal del alumno. O sea, que en muchas universidades de prestigio, el 30% de la «nota» que obtienen en el proceso de aplicación depende de los voluntariados que han hecho, los trabajos que han tenido, los deportes que practican… Los alumnos se involucran y se preocupan por hacer cosas fuera de las aulas.
El mundo parece evolucionar a un ritmo acelerado desde el comienzo de la década. ¿Cómo se imagina la educación en 2030?
Las revoluciones empiezan en las trincheras, no en los despachos. Y las trincheras de la educación son las aulas. El primer paso para el cambio es pensar: «¿Qué puedo cambiar yo en mi clase? ¿Qué podemos hacer este año en nuestra escuela?».
Suelo decir que un profesor puede cambiar la vida de un niño, y una escuela puede cambiar una comunidad. Pero si queremos cambiar el país hay que cambiar el sistema educativo, y cada uno tiene que trabajar en el plano que le corresponde para lograrlo.
Uno de los grandes desafíos de la educación, digamos para 2030, es hacer ese traje a medida, un plan individualizado para cada escuela, y si puede ser, personalizado a cada alumno. Necesitamos descubrir el potencial de cada alumno, fortalecerlo y ayudarle a alcanzar la plenitud de sus posibilidades en todos los aspectos de la vida. Y nuestras aulas están llenas de millones de esos momentos que nos dan la esperanza de que esa visión de una educación excelente es posible.
¿Quién ha sido el profesor o profesora que cambió tu vida?
Tengo muy buenos recuerdos de muchos maestros y maestras, desde el colegio, el instituto y la universidad, pero si tengo que elegir a una, fue mi madre. Era maestra en todo lo que hacía, desde los libros hasta la cocina. Llevaba el enseñar en la sangre, y de ella aprendí a no tirar nunca la toalla, con ningún alumno o alumna, ni con nadie que espere ayuda de nosotros.