Categoría: Agenda 2030

Los tomates son para el verano

La sostenibilidad ha llegado a nuestras vidas no como un concepto más, sino como el eje sobre el que debe girar el futuro a medio y largo plazo de nuestra especie. Bajo la etiqueta de sostenible, etimológicamente relativa a la perpetuidad en el presente sin por ello hipotecar el futuro, todas las actividades del día a día pueden ser revisadas y optimizadas desde un prisma mucho más amable con el planeta. Ocurre con aspectos más amplios como la movilidad, la tecnología o el sistema productivo, pero también con comportamientos de menor escala como puede ser el simple hecho de hacer la compra.

Consumir de manera responsable consiste en fijarse bien a la hora de integrar los principios de sostenibilidad en los procesos y decisiones de la compra, teniendo en cuenta especificaciones, requisitos y criterios compatibles con la protección del medio ambiente y la sociedad en su conjunto. Esto implica prestar atención a los envases, planificar y revisar lo que hay en casa antes de añadir a la cesta o mostrar preferencia por los productos a granel. Son algunos pasos de cara a llenar el carro de la compra de la manera más amable posible con el medio que nos rodea.

En primavera, una cesta de la compra responsable con el medio ambiente puede tener desde frutas como la fresa o el melocotón hasta verduras como la lechuga y el tomate

En un país como España, donde existe una gran diversidad de alimentos, hay otra cuestión clave: apostar por productos de temporada y, en particular, por las frutas y verduras correspondientes para cada estación, recogidas en su punto exacto de maduración natural y cuya agricultura asociada ha respetado los tiempos y formas del territorio y su entorno. Esto evita el uso de fertilizantes y productos artificiales enfocados al consumo masivo, y los alimentos conservan mejor sus propiedades nutricionales, el sabor y sus aromas al no haber sido cultivados en un invernadero.

Dadas las condiciones meteorológicas de la península ibérica, no es difícil componer un calendario equilibrado enfocado al consumo de frutas y verduras según la estación del año, para las que hay un sinfín de productos. Véase el caso, por ejemplo, del invierno. A priori se trata de la estación con las condiciones más adversas para el mundo vegetal, sin embargo, son alimentos de esta temporada frutas como el caqui, el plátano o la manzana y verduras como las alcachofas, las berenjenas o el calabacín.

Pasada la época invernal llega el turno de la primavera. En este momento del año, una cesta de la compra responsable con el medio ambiente puede tener desde frutas como la fresa, el melocotón o la sandía hasta verduras como la lechuga, el tomate o las cebollas, todas ellas garantes de una dieta equilibrada sin dar la espalda por ello al planeta. Ocurre lo mismo en verano, con cerezas, melones o ciruelas como frutas preferentes y calabazas, pepinos o zanahorias por parte de las hortalizas. Incluso en otoño, una época a caballo entre los últimos atisbos de calor y el comienzo del frío, las frutas de temporada ofrecen la posibilidad de elegir entre uvas, membrillos y mandarinas, y verduras como espinacas y puerros.

Concienciarse de la importancia de apostar por este tipo de productos de temporada y respetar los tiempos marcados por la naturaleza es tan evidente como los beneficios que ello tiene para la salud

Concienciarse de la importancia de apostar por los productos de temporada y respetar los tiempos marcados por la naturaleza es tan necesario como los beneficios que ello tiene para el planeta en general. Por este motivo, desde numerosas instituciones se ha potenciado este tipo de consumo responsable. Un ejemplo es La Plataforma Verde, una tienda online creada por la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur) e impulsada por Redeia, que vende frutas, verduras y otros productos alimenticios de granjas familiares regentadas por mujeres y ubicadas en la Comunidad de Madrid. La distribución se hace exclusivamente a hogares de la comunidad autónoma y los productos son, obviamente, de temporada.

Salvaguardar el futuro es un reto que se guía por términos macroeconómicos, pero se decide en las pequeñas cosas del día a día. Solo con la implicación de la sociedad a todos sus niveles será posible asentar un cambio del que los principales beneficiados no serán otros que las personas.

Las ciudades habitables

Ladrillo a ladrillo, las ciudades crecen, y con ellas la contaminación. El sector de la construcción protagonizó el 34% de toda la demanda energética de 2021 y sus emisiones de gases de efecto invernadero representaron el 37% del total. Así lo desvela Naciones Unidas en un informe que constata además el aumento tanto de  la demanda de energía como de las emisiones. Según el estudio, la demanda de energía para la calefacción, la refrigeración, la iluminación y el equipamiento de los edificios aumentó cerca de un 4% en 2021 y sus emisiones de CO2 lo hicieron un 5%.

Tal como señalaba a finales de este año Inter Andersen, directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente, «el sector de los edificios representa el 40% de la demanda energética de Europa” y esto hace que «se convierta en un área para la acción inmediata, la inversión y las políticas para promover la seguridad energética a corto y largo plazo».

Se espera que la cantidad de población mundial que vive en las ciudades aumente hasta el 60% para 2030

La situación es crítica. Aunque en los últimos ocho años el número de países con reglamentos energéticos para la construcción aumentó de 62 a 79, solo el 26% de los países disponen de normativas obligatorias para la totalidad del sector. El panorama parece ir contra las recomendaciones de la ONU, que sugiere que «los Gobiernos nacionales y regionales deben establecer códigos energéticos obligatorios para los edificios y fijar un camino para que, junto a las normas de construcción, alcancen un balance cero de carbono lo antes posible».

Las exigencias no son sencillas. Según la Agencia Internacional de Energía (AIE), para 2030 las emisiones directas de CO2 de los edificios deben disminuir un 50% (un 60% en el caso de las emisiones indirectas). Esto supone una caída de las emisiones de alrededor del 6% anual hasta 2030.

El problema, sin embargo, va más allá de la cuestión energética. Los edificios constituyen el esqueleto, ya algo maltrecho, de unas ciudades cada vez más difíciles de habitar.

Una ciudad para todos

El término sostenibilidad abunda en los núcleos urbanos, aunque lo suele hacer en un sentido reducido: el de un mayor respeto al medioambiente. Sin embargo, la sostenibilidad supone también la inclusión y la seguridad, así como la calidad de vida, algo reflejado en el concepto «ciudad de los 15 minutos» acuñado por la alcaldesa parisina de origen español, Anne Hidalgo y que significa que los ciudadanos puedan acceder a prácticamente todas sus necesidades esenciales –colegios, supermercados, lugares de trabajo, hospitales y centros culturales– en apenas un cuarto de hora a pie o en bicicleta desde sus hogares.

El concepto, al igual que otros acuñados anteriormente, trata de cambiar el paradigma al situar al ser humano en el centro. En este caso, la idea supone crear microurbes dentro de la propia ciudad no solo para acercarnos a servicios esenciales, sino también para volver a conectar con la naturaleza a través de diversos espacios verdes, una idea cada vez más defendida como esencial para el bienestar humano.

Si el modelo de bicis compartidas creciera un 25% se evitarían más de 10.000 muertes prematuras al año en más de 100 ciudades de Europa

Son perspectivas que se resumen en el número 11 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) elaborados por Naciones Unidas para la Agenda 2030: «Garantizar ciudades inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles». Una meta ambiciosa no solo para la reducción de emisiones necesaria, sino porque debe darse junto a una emigración cada vez mayor al ámbito urbano: se espera que el 60% de la población mundial viva en ciudades en 2030, lo que suponen 5.000 millones de habitantes.

Las opciones para mejorar las ciudades son múltiples, más allá de la reducción energética a la que se deberá enfrentar el sector de la edificación: desde potenciar la peatonalización y reducir los espacios de aparcamiento y la velocidad de vías hasta el fomento de campañas sociales y educativas para participar en un nuevo diseño urbano y una nueva forma de desplazarse por la ciudad.

Especialmente importante parece la implantación de zonas verdes, algo ya planteado en modelos como el mencionado líneas más arriba. En este sentido, el estudio realizado en la ciudad norteamericana de Filadelfia recogido en The Lancet es esperanzador: se estima que más de 400 muertes prematuras, incluidas más de 200 muertes en las áreas de bajo nivel socioeconómico, podrían prevenirse anualmente en la urbe si esta aumentara sus zonas verdes en un 30%. La movilidad, por último, es otro de los ejes esenciales a la hora de realizar un cambio urbano. Mientras que hoy son las carreteras las que funcionan como arterias urbanas, en el futuro próximo deberían ser las aceras y los carriles bici los que asumieran ese rol. Así lo defienden estudios como el publicado por un grupo de expertos en la National Library of Medicine: en más de 100 ciudades de Europa podrían evitarse más de 10.000 muertes prematuras al año si el modelo de bicicletas compartidas creciera en un 25%. Y su implementación, de hecho, no es particularmente difícil, si tenemos en cuenta que la mitad de los viajes en coche en vías urbanas cubren tan solo 5 kilómetros. Y es que, aunque el vehículo eléctrico es una de las soluciones para dar paso a la nueva movilidad, el espacio que ocupa sigue siendo uno de los problemas esenciales de la ciudad en cuanto ecosistema.

La Tierra de los 8.000 millones

Damián no lo sabe, pero cambió el mundo nada más llegar a él. Literalmente: este bebé nacido en la República Dominicana el pasado 15 de noviembre se convirtió en el habitante número 8.000.000.000 de este planeta. No fue sorpresa para nadie: en su informe Perspectivas de la Población Mundial, Naciones Unidas ya lo preveía, además de que la humanidad seguirá con la tendencia al alza hasta los 8.500 millones en 2030 y los 9.700 millones en 2050. Por si fuera poco, este año se espera una batalla (numérica) entre los dos países más poblados del mundo: si todo sigue igual, la población de la India (1.412.320 habitantes) superará a la de China (1.425.925 habitantes) antes de que acabe 2023.

Estas enormes cifras dibujan el momento en el que el reto demográfico es el centro de toda discusión: las consecuencias de un crecimiento de tales escalas suponen un importante desafío a la hora de satisfacer nuestras necesidades básicas desde el punto de vista ambiental y de acceso a recursos, pero también desde lo económico, lo urbanístico y lo sanitario. «Los 46 países menos adelantados del mundo se encuentran entre los de más rápido crecimiento. Se prevé que muchos de ellos dupliquen su población entre 2022 y 2050, lo que supondrá una presión adicional», advertía recientemente Naciones Unidas.

En 2086, el crecimiento de la humanidad tocará techo: a partir de entonces, la población mundial disminuirá paulatinamente

Concretamente, Asia Meridional será la región geográfica que experimente un mayor crecimiento, ya que pasará de los 1.899 millones de habitantes en 2022 a los 2.294 en 2050. Lo mismo ocurre con Asia Oriental y Pacífico, que alcanzará los 2.428 millones. Por la cola se sitúan Norteamérica y Europa, lo que demuestra que, efectivamente, es en los países en vías de desarrollo donde la tasa de natalidad corre el riesgo de dispararse: en el continente africano se prevé que se genere más de la mitad del crecimiento demográfico mundial en las próximas décadas, lo que cuadra con sus altas tasas de fecundidad (algunos países registran más de cuatro hijos por mujer) provocadas por un acceso limitado a la salud y a la educación sexual, además de la todavía existente discriminación de género que, según Naciones Unidas, «supone un obstáculo para la autonomía de la mujer».

Pero el ser humano no es infinito. El ritmo de crecimiento poblacional, de hecho, es cada vez más lento y a partir de 2080, según las estimaciones, dejaremos de traer más personas al mundo. Por entonces se registrarán algunas fluctuaciones poblacionales, pero en 2086 se tocará techo y, entonces, los habitantes de la Tierra disminuirán hasta las 10.349 millones para 2100. ¿Qué pasará por entonces? Como vaticina Naciones Unidas, en África se concentrará el 50% de la población mundial, Nigeria será el tercer país más poblado del mundo -de hecho, la mitad del crecimiento se dará en tan solo nueve países-, la India habrá superado sin problemas a China y el Viejo Continente hará honor a su nombre, donde casi una cuarta parte de la población tendrá más de 60 años.

De hecho, se estima que la esperanza de vida aumente, de manera global, de 72,8 años a 77,2 en 2050, aunque en los países menos desarrollados se sitúa ya siete años por debajo debido a los altos niveles de mortalidad infantil y materna, así como la violencia y el impacto de algunas enfermedades. A nivel global, en la actualidad, ya cerca del 10% de la población mundial tiene más de 65 años, una tasa que en 2050 alcanzará el 16%. Tal y como demuestran los datos, el ranking lo encabezarán Europa y Norteamérica, con un 26,9% de la población en edad de jubilación. En el África subsahariana, por el contrario, el porcentaje es mucho menor (4% en 2050). Suena paradójico, puesto que sabemos que es una de las zonas que experimentará un mayor crecimiento, pero a pesar de que nazcan tantos niños, si la mortalidad es alta, esto se traduce en una menor esperanza de vida y, por tanto, una escasa población que alcance la tercera edad.

 

En este escenario, los retos a superar difieren mucho entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo. A lo largo de los próximos años, aquellos que estén avanzados socioeconómicamente tienen que afrontar el conocido como invierno demográfico. En países como España y los vecinos europeos, las tasas de nacimiento no dejan de disminuir por diferentes factores –mayor independencia económica de las mujeres, priorización de la carrera laboral, etc– y, a la vez, los avances científicos permiten ampliar la esperanza de vida, generando la famosa pirámide invertida. ¿Qué lectura se puede hacer de esto? «Que la población de 61 países disminuirá para 2050: la tasa de fecundidad de las naciones europeas ya está hoy muy por debajo de la necesaria para garantizar el reemplazo de la población a largo plazo», advierte Naciones Unidas.

Se estima que la esperanza de vida aumente, de manera global, de 72,8 años a 77,2 en 2050, aunque en los países menos desarrollados se sitúa ya siete años por debajo de la media

Mientras tanto, los países en vías de desarrollo se enfrentan a otra caja de Pandora: la creciente densidad poblacional, la dificultad para acceder a bienes básicos y las posibles consecuencias del cambio climático. Las cifras demuestran que estos países tienen mayor densidad –en Singapur viven 8.377 personas por kilómetro cuadrado frente a las 385 que habitan Bélgica–. En este sentido, cuanto mayor sea la densidad, menor es el espacio a habitar y gestionar para obtener recursos básicos, como alimentos o un buen sistema de saneamiento. Además, en los países con ciudades superpobladas, la gestión sostenible de los entornos urbanos se hace mucho más complicada, lo que implica una mayor dificultad para adaptarlas a los posibles cambios de clima.

El nacimiento de Damián ha puesto la pregunta sobre la mesa: ¿El crecimiento poblacional es una oportunidad o un reto? Todo depende de cómo se mire. Mayor humanidad, por ejemplo, se traduce en mayor conocimiento. Por eso, a ojos de Naciones Unidas es el momento ideal para que «los países tomen medidas para minimizar el cambio climático y proteger el entorno, especialmente aquellos más desarrollados, que pueden tomar grandes decisiones a la hora de desconectar el crecimiento de la humanidad de la degradación del medio ambiente». Durante el primer minuto que has dedicado a leer este artículo han nacido en el mundo 300 niños. Al acabar el día, habrán sido 400.000.

¿Es realmente más sostenible el teletrabajo?

Hasta hace menos de cinco años, cuando un candidato acudía a una entrevista de trabajo, los factores que le hacían decantarse por la empresa contratante rondaban principalmente dos cuestiones primordiales: el dinero y el horario. Eran los puntos de interés habituales en la gran mayoría de sectores y lo que convertía una oferta en buena o mala. Una pandemia y un confinamiento después, lo que antes era una pregunta sobre cuánto cobrar y por cuántas horas, ahora se ha difuminado en si para llevar a cabo ese trabajo está requerida la presencialidad.

El teletrabajo, anteriormente percibido como un lujo de brokers o empresarios de éxito se ha convertido en una práctica habitual en una gran cantidad de sectores, a cuyas empresas los trabajadores demandan la posibilidad de trabajar desde casa como una forma de aumentar la eficiencia y reducir costes. Según un estudio del Instituto de Investigación Capgemini, el 75% de las organizaciones esperan que al menos el 30% de sus empleados trabajen de forma remota, mientras que más del 30% de las compañías espera que el 70% de su fuerza laboral trabaje a distancia. En este sentido, todos los argumentos que apoyan este cambio se simplifican bajo un mismo paraguas: sostenibilidad. Pero, ¿es realmente más sostenible el teletrabajo que la asistencia presencial?

Dos días de teletrabajo más permitiría ahorrar cada día 790 toneladas de CO2 en Madrid y 1.153 en Barcelona

Si algo es evidente es su impacto en lo que refiere a la movilidad: aquellos trabajadores que lleven a cabo su actividad de forma remota desde sus respectivos hogares generarán menos emisiones de efecto invernadero que los que viajen en coche y recorran la distancia hasta su puesto de trabajo. En este sentido, hasta un escenario laboral mixto (parte de la semana de teletrabajo y parte de asistencia presencial) tendría beneficios tangibles para el medio ambiente. Así lo asegura un estudio realizado por Greenpeace sobre el impacto del teletrabajo en la movilidad y las emisiones a la atmósfera. El informe contempla que añadir dos días de teletrabajo más a los que ya estuvieran estipulados permitiría ahorrar cada día 790 toneladas de CO2 en Madrid y 1.153 en Barcelona, números que equivalen a un 14-15% de ahorro de emisiones provenientes de desplazamientos laborales y un 5-6% de aquellas producidas por la movilidad de las personas en dichas ciudades. Con estas cifras en la mano, desde la organización ecologista subrayan la trascendencia que tendría este fenómeno como incentivo para la inversión en energías sostenibles en movilidad.

No es el único estudio que apuntala esta idea de una menor huella de carbono gracias a la reducción de los desplazamientos generada por el trabajo en remoto. Recientemente, un informe de Ecologistas en Acción que analizó las variaciones en la calidad del aire en 26 ciudades españolas durante los siete primeros meses dela pandemia -entre el 14 de marzo y el 31 de octubre de 2020- concluyó que se produjo una disminución del 38% en los niveles de dióxido de nitrógeno en comparación con la media de la última década. Unos índices que, durante el primer estado de alarma, entre marzo y mayo de ese mismo año, llegaron a alcanzar el 52%. Son datos de una contundencia absoluta y que subrayan la que quizás sea la mayor ventaja del teletrabajo desde el punto de vista medioambiental.

En los seis primeros meses de la pandemia se redujeron un 38% los niveles de dióxido de nitrógeno respecto a  la última década

Sin embargo, también existen algunos aspectos que, si bien no cuestionan, sí plantean una reflexión con respecto a estas aparentes ventajas del trabajo remoto. Un análisis realizado por parte de la consultora británica WSP a 200 de sus empleados en el que comparaban la huella de carbono producida trabajando desde la oficina y desde casa arrojó que si una persona trabajara en casa todo el año, produciría 2,5 toneladas de carbono al año, lo que representa alrededor de un 80% más que un empleado de oficina. Estos números vienen directamente relacionados con la gestión energética de los edificios, un aspecto en el que las oficinas suelen ser mucho más eficientes que los inmuebles residenciales.

Dada esta situación y ante las dos caras de la moneda que presenta la apuesta definitiva por el teletrabajo, los expertos apuntan a una renovación del parque inmobiliario como la clave de una posible optimización sostenible del empleo. Una renovación que se entiende como un ajuste a los tiempos y que conjugaría las bondades energéticas de un edificio eficiente con el ahorro en movilidad que implica el trabajo a distancia.

Si bien resulta complicado predecir si, una vez pasados los efectos de la pandemia, el poso de esta experiencia permitirá asentar el teletrabajo como forma mayoritaria de actividad laboral, si algo está claro es que la cuestión merece al menos un profundo análisis.

Preservar los pingüinos para proteger los ecosistemas marinos

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Sus particulares aletas, su habilidad para desplazarse sobre el hielo o su peculiar forma de caminar hacen de los pingüinos una de las especies más carismáticas. Sin embargo, estas aves marinas se están viendo fuertemente amenazadas en la actualidad. El día 20 de enero se consagra a señalar la importancia de su preservación, protección y cuidado.

¿Hemos avanzado en la lucha global contra la pobreza?

La humanidad llevaba un buen ritmo en la erradicación de la pobreza hasta que llegó el coronavirus, ese enemigo que lo cambió todo. Ahora, Naciones Unidas calcula que el legado directo de la pandemia son 700 millones de personas viviendo en la pobreza extrema, lo que se traduce en la pulverización de cuatro años de progreso. ¿Por dónde podemos seguir para alcanzar la meta de pobreza cero? 

No hay dos mundos iguales. Tampoco dos realidades similares. Basta con prestar atención a la situación socioeconómica de los ciudadanos de países desarrollados y países en vías de desarrollo para encontrar las múltiples diferencias (y escasas similitudes) entre el bienestar de unos y otros. Como otros desafíos, la pobreza también marca su propia línea sobre la que nos movemos. Linde que, según el último informe elaborado por el Laboratorio Mundial de la Desigualdad, queda marcada por una sangrante descompensación de ingresos: el 10% de la población mundial recibe actualmente el 52% de los ingresos globales, mientras que más de la mitad de la población gana el 8,5%. En otras palabras, la mitad más pobre posee el 2% de toda la riqueza.

El 10% de la población mundial recibe actualmente el 52% de los ingresos globales, mientras que más de la mitad de la población gana el 8,5%

Hay otra cifra sobre la mesa: actualmente, 1.300 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza (con menos de 2,15 dólares al día) y 700 millones lo hacen en la pobreza extrema (con menos de 1,90 dólares al día). Ante estos números, los expertos barajan la cada vez más cercana posibilidad de que no se puedan alcanzar los objetivos de erradicación de pobreza marcados por la Agenda 2030 puesto que, antes de que termine la década, tan solo deberían contabilizarse 600 millones de personas subsistiendo con menos de 2,15 dólares al día. “Los avances básicamente se han detenido, a lo que se suma un escaso crecimiento de la economía mundial”, valoraba recientemente David Malpass, presidente del Grupo Banco Mundial.

Esta misma interpretación la corrobora Naciones Unidas en su barómetro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que analiza cada año los avances (o atrasos) de las 17 metas para alcanzar la justicia social y climática para concluir que el acelerador ha dejado de funcionar y la pobreza vuelve a adelantar por la derecha. La pregunta cae por su propio peso: si organizaciones, empresas y ciudadanía llevan décadas trabajando por erradicar esta lacra, ¿por qué parece que no hay avance posible? ¿Acaso no hemos conseguido nada en este último tiempo? 

Los datos, desglosados, muestran una historia diferente. Antes incluso de que se escuchara hablar de la Agenda 2030, la pobreza extrema ya se había convertido en una carrera contrarreloj: en 1981, Naciones Unidas dibujó sobre el mapa el llamado “centro de gravedad extrema —el lugar exacto donde se acumularían más personas con grandes privaciones socioeconómicas—, un punto que, según las previsiones, avanzaría desde Asia meridional hasta el sur de África, pasando por Oriente Medio y el norte del continente. Precisamente en ese año, el trabajo público y privado consiguió pulverizar las cifras, convirtiendo (como si de magia se tratara) el 43,6% de personas con menos de 2,15 dólares al día en 1981 en un pequeño 8,4% de personas en 2019. 

“En 2015, la pobreza extrema global se había reducido a la mitad y en las últimas tres décadas más de un millón de personas habían conseguido escapar de ella”, afirmaba el Banco Mundial. Todo iba viento en popa —con algunos años más exitosos que otros—, pero llegó un inesperado enemigo: el coronavirus. En un momento de incertidumbre absoluta, ni siquiera una reputada institución como esta se veía capaz de predecir el desenlace. Según sus cálculos, en el peor de los casos, la pandemia dejaría de recuerdo 676 millones de personas con menos de 1,90 dólares al día. En un enfoque más optimista, podría resolverse con 656 millones, número que, si bien menos serio, se situaba muy lejos de los 518 millones que se vislumbraban antes de que la pandemia entrara en nuestras vidas. Pero, como ya se ha mostrado al inicio del artículo, el legado inmediato de la pandemia ha superado todas las previsiones (de forma negativa).

 

“Tan solo en 2020, el número de personas viviendo en la pobreza extrema alcanzó los 70 millones. Es el crecimiento global más excesivo desde que se empezara monitorizar en 1990”, explica el Banco Mundial en su informe más reciente. En total, la pérdida de ingresos del 40% más pobre de la población mundial fue el doble que las del 20% más rico. Los confinamientos, la eliminación de puestos de trabajo y el propio padecimiento de la enfermedad generó un impacto más extremo en aquellos países donde el centro de gravedad de la pobreza ya alcanzaba a millones de personas. Naciones de las que, precisamente, ya hablaba la ONU en 1981.

Y es que tal y como demuestran las cifras de Our World in Data, el porcentaje de personas viviendo con menos de 2,15 dólares al día fue mucho mayor en 2021 que hace más de cincuenta años. Madagascar es una de las naciones más afectadas, con un 80% de las personas bajo este umbral, frente al 40% de 1961. En una situación similar se encuentra Uzbekistán, aunque, con un enfoque más macro, es en la mayor parte de África (especialmente en el centro y en el sur) donde más de la mitad de la población no consigue desprenderse de la pobreza. 

La diferencia entre países desarrollados y países en vías de desarrollo es evidente: en Europa, ningún país alcanza el 1% de ciudadanos afectados. Esta evolución a la inversa es aún más fácil de observar si tomamos un indicador más extremo, el de 1,90 dólares al día, donde apenas se observan avances antes y después de la pandemia. En África subsahariana, las personas en este umbral han pasado de un 36,7% a un 37,9% entre 2019 y 2021; una tendencia que se observa igualmente en el Norte de África, América Latina y, en general, a lo largo y ancho de todo el mundo. 

 

¿Y ahora, qué?

Cuando se habla de pobreza no se habla únicamente de privaciones económicas. Va más allá de la falta de ingresos y recursos para garantizar unos medios de vida sostenibles. Es un asunto de derechos humanos, porque también se trata de hambre, malnutrición, falta de una vivienda digna y acceso limitado a servicios básicos como la educación o la salud. Y se suma el problema del cambio climático, cuyas consecuencias más directas afectan, como es evidente, a los países con escasos recursos económicos. Además, tiene rostro de mujer: según Naciones Unidas, 122 mujeres de entre 25 y 34 años viven en pobreza por cada 100 hombres del mismo grupo y edad. 

Concretamente, el 15% de las personas en pobreza extrema sufren serias dificultades para acceder a combustible para cocinar alimentos básicos y conseguir un techo digno bajo el que vivir

Concretamente, el 15% de las personas en pobreza extrema sufren serias dificultades para acceder a combustible para cocinar alimentos básicos y conseguir un techo digno bajo el que vivir. El saneamiento y la alimentación son otras grandes carencias cuando el dinero no alcanza y que desemboca, como problema multidimensional que es la pobreza, en otros derechos básicos para garantizar la justicia social, como el tiempo de escolarización y la incapacidad para asistir a la escuela (la mayoría de los niños abandonan el colegio en edades tempranas para traer ingresos a casa). 

Naciones Unidas calcula que la pandemia ha acabado con cuatro años de progreso en la erradicación de la pobreza. Además, el aumento de la inflación y la guerra en Ucrania ralentizan aún más los avances. ¿Existe todavía margen para cambiar el relato? “En una época de endeudamiento récord y recursos fiscales escasos no va a ser sencillo avanzar. Los Gobiernos deben concretar sus recursos en la maximización del crecimiento”, advirtió Indermit Gill, vicepresidente de Economía del Desarrollo en esta institución. Una propuesta que debe superarse a sí misma y centrarse en los países más pobres, teniendo en cuenta que las prestaciones económicas de desempleo que se dieron durante la pandemia alcanzaron al 52% de la población mientras que, en los países de bajos ingresos, tan solo llegaron al 0,8%, cómo apunta el Barómetro de los ODS.

En lo que respecta a la fiscalidad dura, los expertos insisten en que los Gobiernos deben actuar sin demora en tres frentes para acelerar (de nuevo) la lucha contra la pobreza: aumentar las transferencias monetarias en los países más pobres, hacer inversiones en el crecimiento a largo plazo y, muy especialmente, movilizar los ingresos sin poner más presión sobre los países con bajos ingresos. Medidas complejas pero muy eficaces a la hora de ganarle tiempo a los últimos coletazos de la pandemia y evitar que sea la pobreza extrema el motivo por el que se juzgue al mundo cuando lleguemos a la última página de la Agenda 2030.

Una alianza para prescribir la naturaleza

Pediatras, investigadores y organizaciones civiles se han unido para formar la Alianza Global para Renaturalizar la Salud de la Infancia y la Adolescencia (GRSIA), que impulsará la prescripción de la naturaleza para nuestros menores.

El Comité de Salud Medioambiental (CSMA) de la Asociación Española de Pediatría (AEP) ha realizado un profundo análisis de la conexión existente entre la infancia y su entorno natural. Los resultados son demoledores. Solo de uno a dos de cada cuatro niños juegan a diario al aire libre, cuando en la generación de sus padres eran tres de cada cuatro. A nivel global, el 75% de los escolares de entre 7 y 17 años tiene lo que se conoce como ‘déficit de contacto’ con la naturaleza. El 25% de la infancia y adolescencia apenas sale alguna vez al mes a jugar al aire libre y solo el 25% visita un parque urbano diariamente. 

En la actualidad, solo el 25% de la infancia y adolescencia realiza visitas lúdicas a un parque urbano de manera diaria

Profundizando más, investigaciones médicas recientes señalan el deterioro y la contaminación de nuestros ecosistemas como una de las causas principales del número de muertes y daños de salud crónica. Esto es, a mayor deterioro medioambiental, mayor deterioro humano. Y la manera de reconducir esta deriva radica en prestar mayor atención “natural” a las generaciones más jóvenes.

La conexión con la naturaleza de nuestros jóvenes está, evidentemente, en peligro. Y las consecuencias de dicha desconexión son dramáticas. Esto es lo que se planteó el CSMA para formalizar, coincidiendo con la reciente COP27, una alianza con pediatras, investigadores y científicos medioambientales, empresas, instituciones y organizaciones civiles orientada a revertir la situación. De esta manera, nace la Alianza Global para Renaturalizar la Salud de la Infancia y Adolescencia (GRSIA). El objetivo de dicha Alianza no deja lugar a dudas: conectar la salud de nuestros menores con la del planeta y su biodiversidad, prestando especial atención a aquellos que habitan en entornos urbanos.

Juan Antonio Ortega, coordinador del CSMA, señala que “los niños deberían pasar al menos una hora diaria en el entorno verde natural más cercano para satisfacer sus necesidades fisiológicas y favorecer un desarrollo saludable”. Él, junto con el resto de los integrantes del CSMA, ha puesto sobre la mesa el concepto de déficit de contacto con la naturaleza (DCN), revelando las dramáticas implicaciones que tiene en la salud de nuestros menores. 

El primer objetivo que se ha planteado el CSMA es trazar un mapa que revele los niveles de conexión con la naturaleza de los niños y adolescentes de nuestro país, realizando un concienzudo análisis de datos entre 10.000 escolares españoles. Dicho estudio comienza a dar sus frutos, y estos no invitan a la celebración, sino a la búsqueda urgente de soluciones. Durante abril del presente año, el estudio se centró en 3.800 escolares de la región de Murcia, y no solo reveló un alto grado de DCN entre ellos, sino que, además, evidenció la intensa desconexión con la naturaleza de dichos escolares a medida que van creciendo.

Identificado el problema, solo queda recurrir al remedio que, en este caso, es claro. La Alianza GRSIA ha comenzado a desarrollar todo un sistema de ‘prescripciones’ de naturaleza para nuestra infancia y adolescencia. 

El contacto con la naturaleza aumenta la sociabilidad de los menores, les evita procesos de ansiedad y mejora su rendimiento escolar

Volviendo a la relación directa entre el deterioro medioambiental y el de la salud humana, la CSMA concluye que el contacto temprano y sostenido con la naturaleza puede disminuir de manera importante la mortalidad global, pero que, además, contribuye a que niños y adolescentes aumenten la sociabilidad, rechacen las conductas agresivas, no sufran de ansiedad, mejoren el sueño, el desarrollo neuronal, las habilidades motoras y el rendimiento escolar, entre otros muchos beneficios. 

De esta manera, la Alianza GRSIA ha comenzado a diseñar las prescripciones de naturaleza que ayudarán a pediatras y otros profesionales de la salud a revertir la situación de desconexión con el medioambiente que impera en la infancia y adolescencia. Estas prescripciones, o recetas naturales, se adaptan a las necesidades de cada paciente e incluyen numeroso material informativo en el que se incluyen listados de actividades en espacios verdes, urbanos y naturales, cercanos a la población de residencia. De esta manera, nuestros menores podrán reconectar con el ecosistema para mejorar su salud y bienestar y, de paso, ayudar a revitalizarlo y salvarlo de la actual situación de deterioro que tan gravemente afecta a la población global.

Mujeres emprendedoras para acelerar el desarrollo rural

La dinamización del campo es uno de los obstáculos a los que se enfrenta nuestro país. En él, las mujeres juegan un papel fundamental: son uno de los ejes vertebradores esenciales.

La dinamización o transformación del medio rural depende, en gran medida, del freno que está suponiendo la despoblación, una de las lacras que más amenazan el futuro de algunas zonas de nuestro país.  Y este proceso de despoblación tiene rostro de mujer: en estas zonas rurales el escenario demográfico registra a 111,7 hombres por cada 100 mujeres. El Ministerio de Agricultura, Alimentación y Pesca señala esta realidad y el origen de la problemática“las mujeres del medio rural resultan determinantes para su vertebración territorial y social, y son un vector para la innovación y el emprendimiento rural. En el medio rural todavía se mantienen escenarios de desigualdad entre mujeres y hombres en un grado más acusado de lo que ocurre en el medio urbano». No en vano, el 40% de las mujeres que abandonan su pueblo a causa de la falta de igualdad y oportunidades tienen entre 16 y 44 años.

El 40% de las mujeres que abandonan su pueblo tienen entre 16 y 44 años

No obstante, se trata de una situación desafortunada que puede transformarse en una oportunidad a través del impulso del emprendimiento. Al menos así lo sostiene el informe Emprendimiento de mujeres en España, realizado por GIRA Mujeres. Tal como explica el documento, “el emprendimiento femenino se ha convertido en un fenómeno cada vez más reconocido e impulsado por visibilizar la contribución de las mujeres al desarrollo económico y social”, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcados por las Naciones Unidas. Esto no solo conlleva una “contribución potencial al tejido productivo y al avance socioeconómico, sino también al acercamiento a los objetivos de igualdad y diversidad marcados en las agendas institucionales”. 

Aunque de manera progresiva, de hecho, esta transformación parece estar teniendo lugar: en la actualidad, más del 15% de las mujeres de los entornos rurales se encuentra en alguna de las fases del proceso emprendedor (o lo que es lo mismo: casi 1 de cada 5 se ha arraigado ya profesionalmente en su territorio). Un dato que hay que celebrar si tenemos en cuenta que la diferencia porcentual con los hombres (cercana al 5%) es menor que la media apuntada en países de Europa y Norteamérica. Y este hecho va traduciéndose en resultados: la reducción de la brecha laboral de género en relación con hace una década es de 9 puntos porcentuales, según los datos del ministerio previamente mencionado. 

Emprendiendo hacia el futuro 

Una de las características más positivas de este emprendimiento rural tiene que ver con la ratio de proyectos consolidados, que doblan el porcentaje con un 10% de los desarrollados en el ámbito urbano. Así, si bien hay menos proyectos potenciales en el ámbito rural, su futuro arraigo parece más probable. 

El perfil de la mujer emprendedora también es alentador: son mujeres con una edad comprendida entre los 25 y 44 años es decir, en la cúspide de su capacidad productiva, con una formación secundaria o superior en el 82% de los casos y con una autopercepción positiva en cuanto a las habilidades necesarias para llevar el proyecto a buen puerto.

Los proyectos presentan gran originalidad y creatividad como es el caso de Al sonido del yunque, una curiosa forja artesanal abierta en un pequeño pueblo de Toledo. Como señala el informe elaborado por GIRA Mujeres, se trata de proyectos que, si bien no son tan destacados al menos de forma habitual en los ámbitos tecnológicos e innovadores, marcan la diferencia en un contexto completamente distinto al urbano. 

El 54% de las personas que emprenden en un pueblo son mujeres

Son ejemplos que inspiran y animan a mirar el future con optimismo. Según señala la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur), si la despoblación del campo tiene rostro de mujer, su futuro también: el 54% de las personas que emprenden en un pueblo son mujeres, frente al 30% de las mujeres que lo hacen en una ciudad.Señalan cinco barreras que impiden un impulso más fuerte en este sentido: la falta de visibilización, el acceso a la financiación, la brecha digital, la complejidad burocrática y la falta de formación empresarial. Eliminarlas o atenuarlas es esencial para dinamizar un entorno más degradado que su contraparte urbana. Así lo resumen desde Fademur: “El éxito de estas mujeres [emprendedoras] es un éxito para sus comunidades rurales, por lo que apoyarlas es estratégico para todo el país”.

No más violencia contra la mujer

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