Etiqueta: Agenda 2030

Protege la salud de tu piel…y también la del mar

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Llega el verano y muchas personas se lanzan a la playa para pasar unos días. En la maleta no falta la protección solar para cuidar la piel pero hay que tomar consciencia de la necesidad de proteger también el mar. Según la organización Green Cross cada año 25.000 toneladas de crema solar llegan a los océanos causando múltiples daños medioambientales.

La financiación, clave para el avance de la Agenda 2030

Por segundo año consecutivo, el mundo ha dejado de progresar en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Con esta contundencia lo advierten los expertos que firman el Sustainable Development Report, uno de los informes más valorados del mundo de la sostenibilidad, pues evalúa a cada país según su nivel de implicación a la hora de mantener el ritmo en el cumplimiento de estas metas medioambientales y sociales.

No es cuestión de una falta de compromiso. Más bien es que el contexto actual no lo está poniendo nada fácil: como ya advirtió el economista Jeffrey Sachs en la presentación del estudio, «para acelerar el progreso de los ODS necesitamos acabar con la pandemia, negociar el fin de la guerra en Ucrania y asegurar la financiación necesaria; los países pobres son los que se están viendo especialmente afectados por las repercusiones». Dado que actualmente vivimos en un mundo globalizado, igual que un equipo, cada país debe tender la mano al resto para evitar lastrar, aún más, los avances que necesitamos.

Todos los expertos coinciden en la conclusión: los ODS necesitan una mayor financiación. El dinero es innovación; la innovación es futuro. Y algunos países como España, conscientes de ello, han pisado el acelerador para seguir cumpliendo con las promesas que se acordaron frente a las Naciones Unidas. En 2022, según indica el informe, nuestro país avanzó hasta el puesto 16 del ránking global en desarrollo sostenible, aumentando cuatro puntos en comparación con el año anterior. La nota final es de un 80 sobre 100, lo que nos sitúa por encima de naciones como Bélgica, Portugal, Japón o los Países Bajos.

España puntúa alto en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible: se sitúa en el puesto número 16, por encima de los Países Bajos y Bélgica

Es un crecimiento disimulado, pero relevante. El trabajo de España con los ODS ha registrado avances en 15 de 17 objetivos, haciendo especial hincapié en la igualdad de género, el agua limpia y el crecimiento económico, donde el informe aplaude los progresos a la hora de reducir brechas de educación y empleo, mejorar la gestión de los sistemas sanitarios o garantizar los derechos laborales fundamentales y mejorar el empleo. También reconoce los esfuerzos en la disminución de emisiones en las grandes ciudades y en la lucha contra el hambre.

Sin embargo, como el resto de países, el nuestro también tiene como asignatura pendiente la infrafinanciación. Así lo advirtió Leire Pajín, presidenta de Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible –la organización encargada de elaborar este estudio–: «Las lecciones aprendidas con las crisis actuales nos muestran la urgencia de una mayor conexión entre la ciencia y la toma de decisiones para acelerar múltiples procesos, como las energías limpias».

Uno de los mayores motivos tras este problema es que los países más vulnerables –a su vez, los más afectados por la crisis climática– no han tenido la oportunidad de recuperarse aún de la crisis sanitaria y la económica. Y sin recuperación, los ODS pierden prioridad. De hecho, estas crisis se han solapado bloqueando, principalmente, los avances en la reducción de la pobreza (ODS 1) y la garantía de un trabajo decente (ODS 8). Basta un dato para comprender lo que ocurre: en 2015, los países en vías de desarrollo avanzaban mucho más rápido en compromisos medioambientales que los desarrollados.

Para garantizar que los países vulnerables puedan volver a subir al tren de los ODS es fundamental ampliar las vías de financiación que les ayuden a recuperarse definitivamente de la crisis sanitaria y económica

«A mitad de camino del 2030, necesitamos urgentemente un plan global de financiación de los ODS, además de mayores compromisos provenientes de los países del G20», advierte el informe. «Con la financiación, las innovaciones tecnológicas y la ciencia pueden ayudar a identificar soluciones en tiempos de crisis y contribuir de forma decisiva a la hora de responder a estos problemas». En otras palabras, para garantizar el cumplimiento de los ODS es requisito fundamental dirigir los objetivos económicos hacia la inclusión de los países vulnerables.

Para ello, REDS subraya cuatro prioridades. En primer lugar, advierte que los países del G20 deben comprometerse mucho más a la hora de enviar mayores flujos de financiación a los países vulnerables, para que estos puedan desarrollarse económicamente y alcanzar los ODS. Además, también deberían ampliar su capacidad de préstamo para el mismo cometido y apoyar otras medidas que puedan ampliar la capacidad de subvención. Aunque los países vulnerables también tienen deberes: deben esforzarse en mejorar sus políticas económicas con diversas medidas para prevenir futuras crisis y volverse más estables.

En conclusión, la correcta financiación de los ODS necesita construirse sobre un pilar de alianzas. Una vez más, resalta la importancia de los compromisos comunes entre instituciones públicas y privadas para acelerar las decisiones definitivas que nos ayudarán a hacer frente a los grandes retos de nuestro tiempo. El momento es ahora.

¿Qué hacen los festivales de música por los ODS?

En verano, el mapa de España es musical. Se mire donde se mire, los festivales brotan en cualquier hábitat: en plena costa valenciana, en las profundidades de los bosques gallegos o incluso dentro de los propios entornos urbanos. Con más de 890 espectáculos al aire libre y 1.800.000 asistentes anuales, nuestro país se corona como el primer destino turístico de festivales de Europa. 

No es solo por la música. Disfrutar de varios días corriendo de escenario a escenario tiene detrás todo un contexto social en un ambiente festivo marcado por la gastronomía, el sol y los reencuentros. Una demostración de que la cultura impacta de manera transversal en la economía, pero también –y, sobre todo– en el bienestar social ya que, a través de ella, se incrementan los sentimientos de experiencias colectivas y se consiguen sociedades más cohesionadas. ¿O acaso es posible imaginar un verano sin bailes, sin teatros, sin arte y desprovisto de melodías?

España es el primer destino de festivales en Europa: cada año acoge más de 800 eventos y más de un millón de asistentes

Precisamente prestando atención a este factor dinamizador de la cultura, a lo largo de la última década organizaciones como la Red Española para el Desarrollo Sostenible (REDS) o la Asociación de Festivales de Música (FMA) han centrado sus esfuerzos en reivindicarla como un agente fundamental para la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Defienden que la cultura contribuye a los ODS desde todos los ángulos ya que, además de tener un retorno económico a nivel europeo, nacional y local, también fomenta el derecho a la participación en la vida cultural y, sobre todo, genera sociedades más igualitarias.

Así contribuyen los festivales a la Agenda 2030

«La cultura, como foco estratégico de concienciación social, debe estar alineada con las estrategias de desarrollo sostenible», insiste la FMA en su plan de acción Festivales de Música y Agenda 2030. «En este contexto, los festivales de música son lugares de encuentro, ocio y trabajo que tienen un impacto social, ambiental y económico en la región donde se generan».

Esta es una idea que sitúa a los festivales cara a cara con una realidad: la industria de la música es una de las más contaminantes de la actualidad –estos macroconciertos pueden llegar a superar los 25 kilos de CO2 emitidos por asistente–. Por ello, incluirlos como agentes esenciales en la consecución de la Agenda 2030 no solo beneficia a las sociedades de forma intangible, sino que además invita a los propios eventos a ser más respetuosos con el planeta, lo que conciencia a sus asistentes sobre las metas sostenibles a alcanzar. Es el círculo perfecto.

Pero ¿por qué entonces la cultura no tiene un ODS propio dentro de la Agenda 2030 si juega un papel tan relevante? La FMA lo achaca a que, tradicionalmente, el sector se ha centrado más en el beneficio económico que en el social, llegando a imponer modelos que no dialogan directamente con las realidades sociales. «El concepto de la sostenibilidad no ha tenido un buen nivel de conceptualización en el sector cultural porque se ha orientado más a una mirada hacia el pasado y la tradición», aclaran los expertos. Sin embargo, esa idea está empezando a diluirse. Y es precisamente esa transversalidad del sector la que puede hacer que la cultura pase de ser una ausente en la Agenda 2030 a dirigir cada paso hacia las metas.

En realidad, el marco de los ODS es una triple oportunidad para el sector cultural, en general, y los festivales en concreto. En primer lugar, adhiriéndose a ellos, estos pueden repensar su relación con las audiencias e identificar nuevos públicos que les lleven a desarrollar políticas más inclusivas, contribuyendo a objetivos como la igualdad de género, la diversidad o la reducción de pobreza.

Por otro lado, esta alineación permite también alimentar la innovación de estos eventos, creando infraestructuras más inclusivas y contribuyendo a comunidades más sostenibles –ejemplo de ello es el Festival Cruïlla, en Barcelona, que ha aprovechado para lanzar una convocatoria de start-ups dispuestas a aportar soluciones de ecodiseño y medidores de huellas ambientales–. También empujan a crear sinergias entre el ámbito público y privado, alimentando esas alianzas necesarias para lograr los objetivos sostenibles.

Una aportación clave de estos eventos es la conservación del patrimonio cultural material e inmaterial, con medidas que reducen el impacto ecológico e impulsan la memoria colectiva

Otra aportación clave de los festivales es la conservación del patrimonio cultural material e inmaterial, con medidas que reducen el impacto ecológico e impulsan la conservación y la memoria colectiva. Ejemplo de ello son el Tomavistas (Madrid), que desde 2019 está adherido al plan de PYMEs y Objetivos de Desarrollo Sostenible, participando con entidades como la ONG Reforesta para recuperar espacios verdes en Madrid, y el Festival Sinsal, celebrado en la ría de Vigo, que busca reducir su impacto trabajando en seis líneas distintas: la igualdad, la circularidad, la diversidad, la localidad, la eliminación de plásticos y la reducción de las emisiones de carbono.

La igualdad de género también es una meta que se beneficia de los festivales adheridos a la Agenda 2030 gracias a la capacidad que tiene la música para concienciar. Incluso pueden contribuir desde el otro lado del escenario, en la organización, incluyendo a más mujeres en puestos fundamentales para su desarrollo, como montadoras, programadoras o directoras.

Otro buen ejemplo de ello es la iniciativa Keychange promovida por la PRS Foundation, un manifiesto firmado por distintos agentes europeos de la industria musical que propone medidas para alcanzar un equilibrio de género en la industria –dedicar más fondos públicos a garantizar la equidad, elaborar un análisis independiente para conocer datos concretos sobre la brecha laboral, proporcionar más referentes femeninos en los carteles, etcétera–.

Y, sin duda, los festivales también dejan lugar a la consecución de los objetivos relacionados con el medio ambiente y los ecosistemas, ya que pueden concienciar de la forma más práctica posible a la audiencia; por ejemplo, instalando fuentes de agua gratuitas, prohibiendo botellas de plástico, reciclando aguas residuales, instalando carpas para concienciar sobre los principales retos del cambio climático y permitiendo a los cantantes utilizar su música para multiplicar el mensaje. En este sentido, Billie Eilish, a lo largo de todas sus actuaciones, ha instalado el Billie Eilish Eco Village, una zona a la que el público puede acudir para aprender sobre el cambio climático.

Resulta evidente que el alcance de la música a la hora de resolver los principales retos de la Agenda 2030 es tan universal como sus melodías, tal y como indica la FMA, que en su informe desarrolla una hoja de ruta que reformula hasta el más mínimo detalle de estos eventos para que cumplan con los ODS en todos los sentidos. Por el momento, España es un país en el que los festivales cada vez abogan más por la sostenibilidad ambiental y social. Pero todo apunta a que la música seguirá haciendo su labor más pura: hacer llegar el mensaje de los ODS a todos los rincones del mundo.

Los microplásticos llegan a la Antártida

La Antártida ha sido el continente que ha permanecido ajeno al cambio causado por los humanos. Su posición lejana y, sobre todo, sus duras condiciones atmosféricas han hecho que, por muchos exploradores que hayan intentado posicionar a sus países en la zona, haya permanecido como un espacio al margen, un lugar protegido de los golpes de la modernidad y en el que la naturaleza tenía el dominio absoluto. Así era hasta ahora, porque la Antártida, a pesar de todo, no ha logrado quedarse virgen al cambio climático, la contaminación y los aspectos más negativos del progreso humano.

De hecho, un reciente estudio ha concluido que, aunque la actividad humana en el continente es limitada – y vinculada al personal de las expediciones científicas –, las micropartículas de plástico han logrado encontrar su camino hasta la zona. El descubrimiento ha sido realizado por la doctoranda Alex Aves, de la Universidad de Canterbury en Nueva Zelanda, tras una recolección de muestras de nieve en 2019 en varias ubicaciones de la Plataforma de Hielo de Ross. Tras someterlas a análisis, se encontró estos materiales en todas y cada una de ellas. «Es increíblemente triste, pero encontrar microplásticos en la nieve fresca de la Antártida resalta el alcance de estos contaminantes», afirma la investigadora tras la publicación de los resultados.

Entre los 13 tipos de microplásticos encontrados se encuentra el tereftalato de polietileno, PET. Es el plástico de uso común que sirve para fabricar todo tipo de productos, desde botellas de agua o refrescos a prendas de ropa.

La recolección de muestras de nieve demuestra que los microplásticos ya han llegado a la Antártida: el PET es el más presente

Esa presencia es también una pista para entender cómo han llegado esos microplásticos a la nieve de la Antártida. No es que estén allí solo porque hay personas viviendo de forma ocasional en el continente –aunque las muestras con más cantidad de contaminantes sí fueron las que se recolectaron más cerca de bases científicas, lo que invita a preguntarse cuánto impacta realmente esa población– sino que han viajado desde las zonas en las que los plásticos se usan de forma masiva. Es decir, igual que el elevado uso de plásticos está contaminando los mares, lo hace también con la nieve que llega luego a la Antártida.

De una manera o de otra, el plástico es capaz de desplazarse y llegar a todas partes. No quedan zonas ajenas a su impacto contaminante.

Innovar para solucionar el problema

El problema del plástico en la Antártida necesita una solución. Los datos del estudio ya han llevado a que Nueva Zelanda plantee que el tema se incluya en el tratado internacional que regula el uso del continente.

Sin embargo, estos resultados invitan a pensar más allá, puesto que son una confirmación de que el plástico es un problema global al que resulta imposible escapar. Apostar por la innovación y crear soluciones específicas conectadas con el problema puede ayudar a paliar los efectos que el uso de plástico –el futuro, pero también el que ya se ha hecho– tiene en el medioambiente.

Una de las últimas propuestas es un pez robot, diseñado por científicos de la Universidad de Sichuan, que nada como los peces de verdad por los mares, pero que mientras lo hace absorbe los microplásticos para ayudar a eliminarlos de ese ecosistema. Aunque todavía está en una fase preliminar, la idea tiene elevado potencial, porque además podría ser empleada incluso en aguas turbulentas.

Igualmente, el propio robot simplifica la investigación, por lo que ayuda a comprender qué ocurre con esas partículas. «Después de que el robot recolecte los microplásticos en el agua, los investigadores pueden analizar más a fondo la composición y la toxicidad fisiológica de los microplásticos», asegura Yuyan Wang, uno de los investigadores.

Podría ser una potencial solución para un problema complejo y grave, uno al que, como la nieve de la Antártida demuestra, no se puede dar la espalda.

Capacitación digital más allá de las grandes ciudades

La primera vez que se habló de ciudades digitalizadas no fueron pocos los que pensaron en ciencia ficción. Poco a poco, el concepto fue tomando forma en la conciencia colectiva: frente a los múltiples retos a los que nos enfrentamos –el cambio climático, la incertidumbre económica, la crisis demográfica, la precariedad laboral o la gestión de recursos naturales–, una digitalización transversal a través del llamado internet de las cosas puede hacer de nuestras urbes lugares más inteligentes, eficientes, modernizados y, en consecuencia, más justos.

Lo cierto es que en los últimos años hemos perdido la cuenta de las veces que se ha hablado de la ciudad más inteligente de Europa. Las propuestas se cuentan por decenas y hay un problema: mientras las grandes ciudades rompen con las fronteras y se asientan en nuevos modos de vida, como advierte el Foro Económico Mundial en un reciente informe, las urbes medianas y pequeñas (y por ende las zonas rurales), ya de por sí afectadas por importantes brechas, se van viendo relegadas a un segundo plano y quedando, poco a poco, desancladas de esas innovaciones que pueden aproximarles al mismo futuro. Si la hoja de ruta de la digitalización no pasa por ellas, ¿cómo se van a plantear soluciones adaptadas a sus necesidades?

Según el INE, en las localidades de menos de 10.000 habitantes, solo un 36% de personas cuentan con habilidades digitales avanzadas

«Las ciudades medianas y pequeñas son una parte fundamental del sistema urbano, un nivel intermedio entre el campo y las grandes ciudades, lo que permite procesos como el desarrollo industrial, mejores servicios públicos, absorción de empleo y distribución de la población», explican Jeff Meritt y Xiao Si, los expertos de la organización que firman el informe. Es decir, son el equilibrio. «Permitir que en ellas ocurra una digitalización de tales resultados como la de las grandes urbes les ayudaría a aumentar su capacidad de acción en el entorno, la sociedad, la gobernanza y la economía».

Cuando esta digitalización no las alcanza, quienes las habitan pierden la posibilidad de ampliar sus capacidades digitales, lo que afecta también a las zonas rurales aledañas. En el caso de España, la valoración positiva renquea a la hora de analizar el capital humano en términos digitales. Así lo advierte el Índice de Economía y Sociedad Digital de la Comisión Europea y lo demuestra el Instituto Nacional de Estadística: en las localidades de menos de 10.000 habitantes (donde se incluyen los pueblos de la denominada España vacía), un 36% cuenta con habilidades digitales avanzadas, mientras que esa cifra alcanza casi el 50% en las de más de 100.000. Sin embargo, el mayor porcentaje de personas sin habilidades digitales se encuentra en las ciudades de menos de 10.000 habitantes y entre 10.000 y 50.000. Es decir, las pequeñas y medianas.

El dato preocupa también a los expertos del Colegio de Arquitectos de España, que lo conciben como una consecuencia de esa brecha digital entre urbes. Tal y como lo explican en su informe, sobre La tendencia inteligente de las ciudades en España: «En la mayoría de los países europeos existen ciudades inteligentes de diferentes dimensiones y, aunque muchas iniciativas todavía están en desarrollo, las grandes urbes tienden a estar más avanzadas. Esto pone de manifiesto el potencial riesgo de una brecha digital entre grandes y pequeñas ciudades; resulta paradójico que las ciudades pequeñas no puedan desenvolverse y ser más eficientes para la ciudadanía, que antes o después tratará de migrar hacia entornos más cosmopolitas».

Ese es el principal problema al que alude el Foro Económico Mundial: si una pequeña localidad, desprovista de habilidades digitales, no puede competir con el nivel de digitalización urbanita, inevitablemente acabará perdiendo población. Algo que, en el caso concreto de España, es especialmente dañino para el mundo rural. Y, como las fichas de un dominó, irá trayendo consigo más problemas: falta de talento digital, menos recursos económicos destinados a la transformación digital, mayor analfabetismo en tecnología y, finalmente, una desconexión del resto de poblaciones.

Soluciones reales (y eficientes)

¿Por dónde empezar a resolver este denominador común en el resto del globo? El Foro Económico Mundial no deja lugar a duda: urge una estrategia centrada en las necesidades particulares de cada pequeña y mediana ciudad, así como en zonas rurales, diseñada con la idea de construir alianzas entre gobiernos, empresas y la ciudadanía (una pieza esencial para diseñar un resultado que realmente funcione). En nuestro país, muchos se han puesto ya manos a la obra para formar a la ciudadanía en habilidades digitales.

Un buen ejemplo de este trabajo conjunto entre el ente público y el privado es el proyecto #MoverEspaña, desarrollado por la tecnológica HP, que incluye sesiones de formación en programación para profesores de escuelas rurales y en digitalización impartidas por expertos de HP en diferentes pueblos de la España vacía para, con el asesoramiento de grandes multinacionales tecnológicas, permitir que los vecinos puedan desarrollar sus propios proyectos contribuyendo a la innovación digital del pueblo.

La brecha entre localidades grandes y pequeñas trae consigo mayor analfabetismo en tecnología y, finalmente, una desconexión del resto de poblaciones

De la misma manera, Tu carrera digital, impulsada por Adecco Formación en la Comunidad de Madrid, capacita a jóvenes de todos los entornos urbanos en conocimientos y habilidades digitales para incrementar su inserción laboral; mientras tanto, el programa Conecta Rural impulsado por el Ministerio de Asuntos Sociales cuenta con más de una decena de talleres y webinars dirigidos a ciudadanos de las zonas rurales con el objetivo de dotarles de las herramientas fundamentales para que se desenvuelvan con las nuevas tecnologías.

Más recientemente, el Grupo Red Eléctrica y la fundación Cibervoluntarios han puesto en marcha Eje Digital, un programa de apoyo a la transformación digital del medio rural que busca mejorar las competencias digitales de las poblaciones rurales y favorecer así su reactivación económica y social. Ha comenzado como un proyecto piloto en cuatro municipios de Castilla y León, Aragón y Andalucía, con formaciones que alcanzarán al menos a 400 personas, y pronto se replicará en otras localidades. «La digitalización supone la diferencia entre estar o no estar, especialmente en las zonas rurales. Muchas personas tienen acceso a la tecnología pero carecen de competencias digitales, lo que les limita el acceso a la igualdad de oportunidades», explica Yolanda Rueda, presidenta de Cibervoluntarios.

De hecho, el desarrollo de habilidades digitales básicas forma parte de la conocida estrategia España 2050 elaborada por el Gobierno, por lo que es común encontrar en las agendas de muchas ciudades medianas y pequeñas algún programa o estrategia que apueste por la digitalización de las urbes. Al fin y al cabo, esta también se incluye en las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Y nadie puede (o debe) quedarse fuera.

¿Qué hacen los museos para ser más sostenibles?

Cualquiera que haya estado en algún museo sabe que son espacios en los que todo está muy controlado. Las luces se ajustan a patrones analizados al milímetro y hasta la temperatura y los flujos de aire tienen razones claras para ser cómo son. En los museos se mide todo y se analizan los impactos de todos esos elementos, puesto que la atmósfera puede afectar a las piezas en exposición.

Pero estas instituciones, que celebran cada 18 de mayo el Día Internacional de los Museos, no están al margen del mundo en el que operan. Por eso, esas mediciones ya no solo tienen en cuenta cómo afectan las luces o las corrientes de aire a las pinturas o a las esculturas, sino que también calibran cómo impactarán ellos mismos en el entorno. Los museos quieren ser más sostenibles.

Reutilizar y compartir materiales con otros museos ayuda a reducir la huella de las exposiciones: el Guggenheim o el MACBA lo hacen

¿Qué están haciendo de forma específica los principales museos de España? Los que forman el llamado Triángulo del Arte en Madrid, el Reina Sofía, el Prado y el Thyssen-Bornemisza –líderes en visitas en todo el país– han puesto en marcha iniciativas para cambiar la iluminación y hacerla más sostenible o medir su huella de carbono, algo en lo que el Prado fue pionero.

Por supuesto, la sostenibilidad no es solo reducir emisiones, sino también hacer estos espacios expositivos mucho más accesibles, igualitarios y con impacto en los ODS de Naciones Unidas.

Por ejemplo, el Reina Sofía ha puesto en marcha en colaboración con la Fundación ONCE el Programa ACAI, centrado en las personas con discapacidad, tanto visitantes como trabajadores del museo. El Thyseen cuenta con recorridos centrados en la sostenibilidad, y el Prado ha creado laboratorios que abordan cómo el arte puede ayudar en la «educación ambiental».

Más al norte, el Guggenheim de Bilbao funciona como un referente para los viajeros que visitan la ciudad, pero también como una muestra de cómo pueden ser las políticas museísticas sostenibles.

Además de medir su huella de carbono directa e indirecta, el Guggenheim acaba de presentar, aprovechando su 25 aniversario, un plan orientado a reducir su impacto ambiental. Ya han cambiado los sistemas de iluminación o las materias primas que emplean, pero ahora quieren descubrir el impacto que tienen los desplazamientos de la plantilla del museo o de las obras de arte o la huella ambiental de cada una de sus exposiciones. Esa información les servirá para tomar decisiones más sostenibles. Por ejemplo, y muy conectado con la economía circular, van a empezar ya a compartir materiales como peanas o vitrinas con otros museos de su área de influencia.

El Ministerio de Cultura lanzó en 2015 su plan Museos + Sociales, que busca mejorar el papel social de los museos

En Barcelona, el MACBA prioriza desde 2017 tanto la sostenibilidad medioambiental como la responsabilidad social a la hora de tomar decisiones. Esto impacta en cómo gestionan los espacios, tratan los residuos o reaprovechan materiales. Incluso han llegado a cambiar sus estilos de impresión de la web para que sean más simples. Solo con los cambios aplicados de forma directa en su sede, el consumo energético ha descendido en un 11,99%.

Más allá de los nombres más populares, en general, los museos españoles cuentan con estrategias de sostenibilidad. El Ministerio de Cultura lanzó en 2015 su plan Museos + Sociales, al que están vinculados todos los espacios que gestionan y otros museos particulares. La idea detrás del plan es la de convertirlos en lugares más abiertos a través de «acciones encaminadas a potenciar su papel social» y reducir su impacto en el medio ambiente.

Patrimonio cultural y sostenibilidad

Finalmente, no hay que olvidar que el patrimonio cultural es, en sí mismo, crucial para mantener sociedades más justas. Que una cultura desaparezca no dice nada bueno sobre la igualdad de oportunidades, por ejemplo, o sobre los equilibrios sociales.

Igualmente, resulta clave para cumplir con no pocos de los ODS; solo hay que pensar en el objetivo 5, el de igualdad de género, para comprenderlo. Los museos están replanteándose cómo muestran sus colecciones y quiénes están en sus salas para ser más igualitarios. La exposición Invitadas, del museo del Prado, es un ejemplo reciente.

En resumidas cuentas, no solo los museos quieren ser más sostenibles a todos los niveles, sino que además son una llave para que, de forma indirecta, se logren muchos objetivos de desarrollo.

Salud mental en adolescentes: la asignatura pendiente

Uno de cada siete adolescentes en el mundo padece algún trastorno mental. Son estadísticas de la Organización Mundial de la Salud que ayudan a visualizar en números lo que los medios empiezan ya a tratar como la próxima gran epidemia que marcará la salud de la población.

La crisis del coronavirus y sus consecuencias han llevado a que se hable mucho más de salud mental; ya que con la pandemia aumentaron los casos de depresión y ansiedad, sobre todo en adolescentes. “La pandemia ha destruido la salud mental infantojuvenil», resumía a finales de 2021 en una entrevista el pediatra del servicio de psiquiatría del Hospital Nuestra Señora de Candelaria, en Tenerife, Pedro Javier Rodríguez.

Este aumento de los problemas de salud mental en la adolescencia ha provocado que el sistema sanitario español esté desbordado y sea incapaz de gestionar y atender a todos aquellos que lo necesitan. Un problema que se extiende a nivel mundial, ya que según cálculos de UNICEF, solo el 2% de los presupuestos sanitarios se destina a salud mental.

«La pandemia ha destruido la salud mental infantojuvenil», alerta un pediatra

Las cifras con las que Save the Children cerraba el segundo año de pandemia indicaban que entre niños y adolescentes se estaban registrando cuatro veces más problemas de ansiedad o depresión y tres veces más problemas de conducta que años anteriores. Un hecho que ratifican las estadísticas del informe sobre el Estado Mundial de la Infancia 2021 de UNICEF: uno de cada siete adolescentes tiene ya un diagnóstico de salud mental.

No obstante, según este informe, por mucho que la crisis de la COVID-19 haya empeorado las cosas, los problemas de salud mental existían mucho antes. De hecho, la tendencia de los años previos a la pandemia ya daba avisos de alerta. Tal y como muestran las cifras de Estados Unidos, entre 2007 y 2019 los datos de depresión grave subieron en un 60% entre los adolescentes y los de suicidio en cerca de otro 60% tras haberse mantenido estables entre 2000 y 2007.

No es solo el coronavirus

Por tanto, la gran cuestión no es únicamente cómo ha afectado la pandemia a la salud mental en la adolescencia, sino qué es lo que ya antes de la crisis del coronavirus estaba afectando a la salud mental de la población. «Los jóvenes cuentan con más nivel educativo, son menos propensos a embarazarse o a consumir drogas; menos propensos a morir por accidentes o lesiones», explica la psicóloga de la Universidad de California, Candice Odgers, que recuerda que, a pesar de todas esas mejoras, su bienestar mental muestra una tendencia muy negativa.

La crisis del covid no es la única culpable de la situación: los problemas ya venían de antes

La salud psicológica de los adolescentes se resiente del contexto en el que les ha tocado vivir. Los efectos de las redes sociales –a las que múltiples estudios acusan de afectar a su autoestima– o el modo en el que la tecnología ha afectado a los patrones de sueño son algunas de las razones que se suelen esgrimir para explicar por qué ha empeorado su salud mental.

Además, en esta ecuación no se puede olvidar el contexto socioeconómico en el que viven los jóvenes. Quienes crecen en un hogar con menos ingresos, alerta Save the Children, tienen mayor probabilidad de tener problemas de salud mental. Así, la precariedad económica también pasa factura a la población adolescente.

Igualmente, son muchas las investigaciones que demuestran que los efectos del cambio climático crean ansiedad entre este grupo poblacional. El 50% de los adolescentes a los que se contactó para llevar a cabo un estudio multinacional de la Universidad de Bath reconocía sentirse asustado, triste, ansioso o enfadado ante la posición de sus gobiernos frente al cambio climático. Es más, una de las responsables del estudio lo resumía apuntando a que la juventud se «siente traicionada» por su clase política en la gestión de la crisis medioambiental.

En resumidas cuentas, la salud mental de los adolescentes se ha convertido en una grave problemática del mundo actual. La gran cuestión ahora es qué se debe hacer para que deje de ser una asignatura pendiente.

Diez formas de celebrar el Día de la Tierra

Hoy es siempre todavía. Así lo afirma el poeta Antonio Machado en una de sus obras: «Toda la vida es ahora. Y ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde». En múltiples ámbitos de nuestras apresuradas vidas, el ‘ahora’ siempre tiene un aroma de urgencia. O es ya, o nunca. Una mentalidad que trasciende a otros escenarios más globales, como la emergencia climática.

Cada 22 de abril, Día de la Tierra, a nuestros ojos y oídos llegan cientos de recomendaciones que animan a cambiar nuestros hábitos, buscar mejores formas de relacionarnos con el planeta y, en definitiva, dar con la clave para dejar el menor rastro en él. Aunque el cambio de rumbo de nuestro planeta tiene que venir precedido por los propios Gobiernos, también somos nosotros, los ciudadanos, los que podemos impulsar el cambio con pequeños gestos en nuestro día a día. Y es que no se trata solo de sustituir nuestras bombillas por unas más eficientes o reciclar los envases de plástico. Existen otros enfoques efectivos a través de los que promover la (verdadera) acción climática. Con motivo de este Día de la Tierra, compartimos algunos de ellos.

1. Promueve comportamientos ambientalmente responsables

Ser un ciudadano responsable es serlo con el resto de las personas que lo habitan. A fin de cuentas, resolver el cambio climático es algo colectivo y, por ello, es importante que todos nos encontremos en la misma página.

Piensa en esos patrones que pueden transformarse de manera relativamente sencilla a la vez que crean conciencia: optar por el tren en lugar del avión en los viajes, desplazarte en bicicleta, utilizar el transporte público siempre que sea posible, caminar siempre que sea factible,  instalar contenedores de reciclaje en casa y enseñar a los más pequeños a utilizarlos u optar por los envases de cristal (en lugar de plástico) para transportar la comida son buenas ideas para crear conciencia mientras vivimos de una forma más sostenible. 

2. Ropa nueva: solo la que vistamos más de diez veces

Tal y como apuntan las Naciones Unidas, el consumidor medio compra un 60% más de prendas de ropa que hace 15 años y conserva cada artículo la mitad del tiempo. En otras palabras: consumimos más y desechamos antes los productos de una industria que es responsable del 10% de gases de efecto invernadero y del 20% de los residuos plásticos que hay en los océanos.

¿Hay alguna forma de minimizar el impacto? Aunque lo ideal es apostar por la segunda mano, lo cierto es que esta opción no siempre es asequible. Sin embargo, todavía podemos seguir otra regla: comprar tan solo las prendas que vayamos a ponernos más de diez veces. Eso implica huir de las campañas de moda y el conocido fast-fashion. Al hacerlo, estaremos poniendo nuestro grano de arena para reducir la producción masiva de rop

3. Un refugio en nuestra ventana

Los ecosistemas son las mayores víctimas del cambio climático. En ese frágil equilibrio de la naturaleza, un cambio de temperatura casi indetectable por el ser humano puede dejar sin hogar a numerosas especies. De hecho, como advierte la ONU en un informe histórico, siete de cada diez ecosistemas terrestres ya están gravemente alterados por la actividad humana. Y dado el crecimiento exponencial de nuestra población, todo apunta a que las cifras irán a más.

Una forma efectiva (y sencilla) de cambiar esta situación, especialmente en las ciudades, donde la fauna corre mayor peligro, es aprovechar el espacio que ocupamos para construir pequeños hábitats que sirvan de hogar a las especies comunes. Ya sea plantar distintas especies de flora en una maceta, construir un pequeño panal a partir de objetos reciclados o instalar una casa para pájaros, cualquier opción garantiza un impacto positivo. 

4. Alimentación consciente 

La agricultura industrial utiliza plaguicidas que provocan efectos nocivos sobre nuestra salud, y también sobre las de otros seres importantes como las abejas. Recientemente, un estudio publicado en la revista Science descubrió, tras analizar 29 cursos de agua en 10 países europeos (incluido España), más de 100 pesticidas viajando por los ríos de los que beben gran parte de la flora y fauna silvestres.

Por ello, un gesto tan sencillo como acudir a esa  frutería del barrio que se surte de frutas y verduras ecológicas en lugar de ir al supermercado –donde se venden alimentos producidos de forma masiva– o comprar productos a granel (y locales) puede ayudarnos a reducir la contaminación de nuestro entorno y, además, el impacto de nuestra huella: al comprar de forma más consciente estaremos minimizando nuestro consumo de plástico y, por tanto, estaremos contribuyendo a reducir nuestros residuos.

5. Un espacio para el compostaje

Cada año en todo el mundo se desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos, una pérdida que genera aproximadamente entre el 8% y el 10% de las emisiones mundiales. Si bien debemos evitar a toda costa tirar alimentos a la basura, el compostaje puede ayudar a dar una segunda vida a esos residuos orgánicos que, de forma inevitable, acabarán en la basura.

Esta práctica puede parecer complicada a primera vista, pero no requiere más que una pequeña compostera (algunas tienen el tamaño de un cubo de basura) y un rastrillo para remover los restos. Una vez producido, podemos utilizarlo como abono para nuestras plantas, donarlo a huertos urbanos o, si se cuenta con los medios suficientes, utilizarlo como combustible.

6. No es solo consumir sostenible, sino menos

Una de las interpretaciones erróneas más típicas a la hora de luchar contra el cambio climático es creer que es suficiente con comprar sostenible. Sin embargo, el verdadero impacto positivo nace de un consumo minimizado; es decir, adquirir menos cosas, pero de mejor calidad. Esto no solo minimizará nuestra huella ambiental, también el gasto de nuestros bolsillos.

Para evitar un gasto de recursos mayor del que necesitamos, podemos seguir unos pasos para ahorrar todo lo posible: mantener la temperatura de la calefacción a 23 grados, aislar correctamente puertas y ventanas, no dejar objetos enchufados indefinidamente, etc.

7. Optimiza los envases

Uno de los efectos más negativos que la pandemia ha provocado sobre el planeta ha sido la vuelta de los envases de plástico desechable debido al aumento de las compras online y los pedidos de comida a domicilio. Afortunadamente, la aprobación de la Ley de Residuos española, que prohíbe la mayor parte de los plásticos de un solo uso y obliga a los supermercados a dedicar al menos el 20% de la superficie a productos sin embalaje, promete frenar en cierta medida la producción masiva de material.

No obstante, nuestros hogares aún están plagados de envases plásticos a los que conviene darles un segundo uso. Y es que todo envase –también  los de cristal– puede tener una segunda vida si sabemos dársela: una maceta donde plantar semillas, un recipiente para congelar alimentos, material con el que practicar manualidades… Si compramos menos y reutilizamos lo que adquirimos, le estaremos dando un doble respiro al planeta.

8. Practica turismo sostenible

Nuestra forma de viajar también influye en la salud del planeta, y una buena forma de celebrar el Día de la Tierra es asegurándonos de que nuestro impacto a la hora de descubrir sus paisajes sea el mínimo. Debemos ser capaces de revisar nuestro rol de turista.

Apostar por el alquiler de pisos turísticos sostenibles o elegir destinos cercanos en lugar de coger un avión a la otra punta del mundo son grandes opciones. A veces, es más sostenible viajar a un resort en el Mediterráneo que a un ecohotel en Tailandia.

9. Apoya iniciativas ecologistas locales

Para actuar de forma global primero hay que hacerlo con un enfoque local. Más allá de la gran labor de las organizaciones ecologistas internacionales, cada vez existen más movimientos verdes que dedican todos sus recursos a una causa muy concreta y conocen, por tanto, lo que realmente hace falta para resolverla.  Así, las asociaciones vecinales, las asambleas y otros tipos de entidades locales son grandes aliados para elegir dónde enfocar nuestros esfuerzos y ser testigos directos de ese impacto positivo que tanto deseamos provocar en nuestro planeta.

Por ejemplo, en Madrid el Grupo de Acción para el Medio Ambiente (GRAMA) trabaja por la protección de los ecosistemas de la comunidad y, en Castilla y León, organizaciones no gubernamentales como Ekoactivo (nacida en Tudela del Duero) se dedica a organizar itinerarios ambientales para mayores y pequeños con el objetivo de concienciar y promover hábitos sostenibles en el entorno local. No obstante, la mayor parte de las instituciones locales y regionales pueden informarte de las organizaciones que están trabajando actualmente en cuidar la zona y cómo puedes formar parte de ellas.

10. Duda e infórmate

¿Por qué nuestro día a día es tan contaminante? ¿Qué es lo que hacemos que tanto daño provoca al planeta? Puede resultar paradójico, pero vivir la sobreinformación no implica necesariamente personas más informadas y capaces de actuar.

Para enfrentar la crisis ambiental debemos ser ciudadanos responsables, es decir, construir un entorno mejor a través de la eficiencia energética o la movilidad sostenible. Para ello es importante estar bien informados, conocer los límites y aprender qué está en nuestra mano para cambiar las cosas.

Las Zonas de Bajas Emisiones llegan para quedarse

Las ciudades afrontan el futuro bajo las promesas de transformaciones esenciales. El propio esqueleto urbano podría llegar a cambiar por completo. Según la Ley de Cambio Climático y Transición Energética, a partir del año 2023 las ciudades de más de 50.000 habitantes, los territorios insulares y los municipios de más de 20.000 habitantes que superen los límites de contaminación, «deberán adoptar planes de movilidad urbana sostenible para introducir medidas de mitigación y reducir las emisiones de la movilidad». Entre las medidas de mitigación se incluyen, entre otras cosas, el establecimiento de Zonas de Bajas Emisiones (ZBE).

Estas áreas, que se tendrán de adaptar a la particularidad de cada entorno urbano, deberán establecer medidas destinadas no solo a cumplir con un descenso del ruido y la contaminación, sino también con un aumento de la eficiencia en la movilidad urbana general. Las razones son evidentes: la contaminación atmosférica es la responsable directa de más de 500.000 muertes prematuras al año en Europa. El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico se muestra especialmente convencido de sus ventajas ambientales, ya que la creación de esta clase de áreas llevaría a dotar de una «monetización de los recursos naturales preservados y de una mitigación de efectos del cambio climático».

A partir del año 2023, las ciudades de más de 50.000 habitantes, los territorios insulares y los municipios de más de 20.000 habitantes que superen los límites de contaminación deberán implantar Zonas de Bajas Emisiones

Estas áreas, en su mayoría situadas en el centro de las ciudades, restringen el acceso a los vehículos con el objetivo de mejorar la calidad del aire. Para su implementación se tiene siempre en cuenta el sistema de clasificación por etiquetas creado por la Dirección General de Tráfico, que otorga una mayor facilidad a la hora de establecer la movilidad de unos y otros vehículos: aquellos más contaminantes –por ejemplo, los coches de gasolina matriculados antes del año 2000– ven casi siempre prohibido el paso a la zona en cuestión. Los ejemplos de Zonas de Bajas Emisiones son numerosos, extendiéndose en la actualidad a lo largo y ancho del continente europeo, como demuestra Urban Access Regulation. Ciudades como Berlín, París, Bruselas, Ámsterdam, Viena o Atenas cuentan con una de estas zonas restringidas, pero ¿qué ocurre mientras tanto en España?

Lo cierto es que actualmente los ejemplos aún son escasos. Uno de los más relevantes es el de Barcelona. Implantado por su ayuntamiento en 2020. El área en cuestión alcanza los 95 kilómetros cuadrados, englobando todo el término municipal de la ciudad y los municipios de Sant Adrià de Besòs y L'Hospitalet de Llobregat. No obstante, solo restringe la circulación a los vehículos sin etiqueta entre las 7.00 y las 20.00 horas los días laborables. Aunque el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ha anulado recientemente la implantación de la zona por «deficiencias en su elaboración y un excesivo ámbito de aplicación», lo cierto es que sigue funcionando -la orden no es inmediata y se espera, además, que el consistorio recurra la sentencia-.

Otro caso destacado en España lo constituye la ZBE diseñada por el Ayuntamiento de Madrid, también conocida como Madrid 360. El área en cuestión mantendrá las mismas limitaciones que el primer proyecto de esta clase, Madrid Central, si bien permitirá la entrada en vehículos propios a los 15.000 comerciantes del centro. Tal como señala el gobierno municipal, la zona fue creada «para proteger la salud humana y el medio ambiente urbano mediante la mejora de la calidad del aire y la disminución de los efectos negativos del tráfico motorizado». Además, se prevén nuevas restricciones en el futuro: los 604 kilómetros cuadrados que componen el territorio municipal serán declarados como ZBE en 2024, según el consistorio.

La contaminación atmosférica es la responsable directa de más de 500.000 muertes prematuras al año en Europa

Los beneficios asociados a estas medidas se prevén abundantes: mejoras de la calidad de vida, electrificación del parque móvil, transformación de la movilidad urbana. Los datos así lo demuestran: la media de emisiones de la ZBE barcelonesa ya se encuentra por debajo del límite de la Unión Europea, lo que se observa especialmente en el caso tanto del gas NO2 –especialmente nocivo para la salud humana– como de las micropartículas contaminantes. La presencia de dióxido de carbono ha descendido en un 11% en las zonas restringidas de la urbe catalana.

Todo ello mientras el paisaje urbano cambia una vez más a causa de las necesidades humanas. En la aplicación y monitorización de las Zonas de Bajas Emisiones jugará un papel fundamental la tecnología, tal como ha demostrado la ciudad de Barcelona, ya que permitirá leer en tiempo real las matrículas y cuantificar con agilidad los distintos gases emitidos por los vehículos, como el CO2 y el NO2. Esto ayudará también a gestionar el tráfico. Al fin y al cabo, las restricciones no solo se aplican a los turismos, sino también a aquellos vehículos comerciales de los que depende gran parte de la cadena logística. A la espera de la llegada de los fondos europeos, que muchas ciudades esperan como un impulso esencial, urbes como Bilbao, Valencia y Sevilla ultiman ya sus necesarios planes para equilibrar movilidad, salud y medio ambiente.

Inseguridad alimentaria, una tarea pendiente en España

El filósofo alemán Ludwig Feuerbach dejó en el siglo XIX, grabado a tinta, una frase que ha trascendido todos los tiempos: «Somos lo que comemos». Lo hizo en las páginas de Enseñanza de la alimentación, una reflexión sobre la importancia de una buena dieta a la hora de garantizar una mayor esperanza de vida a las sociedades. «Si quiere mejorar al pueblo, dele mejores alimentos», decía. Su premisa no dejaba lugar a discusión: la alimentación sana y variada es un derecho básico.

O debería serlo. Porque si bien esta es una idea que en la actualidad nadie pone en duda, el acceso a alimentos en la cantidad y de la variedad que requiere el cuerpo humano sigue suponiendo un importante reto para muchos habitantes del mundo: en 2020, según calculan las Naciones Unidas, cerca de la décima parte de la población estaba infra alimentada. Esto podría equivaler a aproximadamente 811 millones de personas.

Hasta 90.000 muertes anuales en España se asocian a dietas inadecuadas

Detrás de estas cifras encontramos la evidente influencia de la pandemia, cuya repercusión ha puesto en jaque la seguridad alimentaria de miles de millones de personas de países en vías de desarrollo, pero también países económicamente estables. Uno de ellos es España: en nuestro país, durante 2020, el número de hogares que experimentaron inseguridad alimentaria aumentó de un 11,9% a un 13,3%, lo que representa un incremento de 656.418 personas.

La conclusión más relevante de este dato, calculado por un estudio impulsado por la Universidad de Barcelona y la Fundación Daniel y Nina Carasso, no es que la inseguridad alimentaria esté relacionada a crisis coyunturales sino que responde a un problema estructural que el coronavirus solo ha destapado.

En total, casi 2,5 millones de hogares sufren problemas alimentarios en España y «hasta 90.000 muertes al año se asocian a dietas inadecuadas», advierten los expertos del estudio, el primero que mide por primera vez los niveles de inseguridad alimentaria en nuestro país a través de la escala FIES, creada por las Naciones Unidas para medir el número de personas que carece de la cantidad necesaria y regular de alimentos inocuos y nutritivos para asegurar su desarrollo normal.

La comparativa entre las cifras pre y post-covid demuestra así que los niveles graves y moderados de inseguridad alimentaria crecieron más de un punto tras la llegada del coronavirus, provocando que la población con acceso garantizado a alimentos sanos cayera de un 88,1% a un 86,7%. Una diferencia que sobre el papel puede parecer mínima, pero supone un serio problema social, especialmente cuando el segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es claro: solo el hambre cero generará sociedades más sostenibles. Y tenemos que conseguirlo antes del 2030.

La vulnerabilidad alimentaria, además, va íntimamente relacionada con la económica. En la actualidad, casi la mitad de los hogares muestran a algún miembro de la familia o a todos en una situación laboral precaria. En las familias con algún tipo de inseguridad alimentaria, esta precariedad es mucho más acentuada y afecta, sobre todo, a las familias monoparentales, con otros convivientes (abuelos, tíos, etc) y parejas con hijos.

Según la ONU, el ODS ‘hambre cero’ quedaría incumplido por un margen de 660 millones de personas

¿Significa que esos hogares no tienen nada que consumir? Los expertos aclaran que la interpretación no es tan sencilla: la inseguridad alimentaria también se trata de no tener la variedad de alimentos necesarios para una dieta saludable. «No consumir cinco raciones al día de fruta y verdura por falta de recursos o no ingerir carne y pescado cada dos días está claramente relacionado con diferentes niveles de inseguridad alimentaria», insisten. De hecho, el estado de salud de los hogares también guarda una relación clave: si alguna persona sufre de exceso de peso, una enfermedad crónica o alguna discapacidad, el nivel de vulnerabilidad alimentaria se incrementa.

Y aunque la inaccesibilidad a productos alimenticios queda paliada, en parte, por las prestaciones que reciben las familias –más de un 57% ingresan algún tipo de asistencia económica (ingreso mínimo vital, becas, etc.)–, todavía uno de cada diez hogares en España recibe ayudas de bancos de alimentos, vecinos o asociaciones. En otras palabras, no tienen garantizado un acceso definitivo a platos saludables.

Ampliada a nivel global, esta fotografía dejaría el ODS de ‘hambre cero’ incumplido por un margen de casi 660 millones de personas. De esta cifra total, revelada por las Naciones Unidas, unos 30 millones se deberán a los efectos duraderos de la pandemia. Aunque todavía hay margen para el optimismo, siempre que estemos dispuestos a transformar los sistemas alimentarios, un paso esencial para poner las dietas saludables al alcance de todos.

La transformación se antoja, cuando menos, profunda. Pero ya hay seis líneas de actuación que, bien aplicadas, pueden marcar una diferencia en balance positivo: integrar políticas de protección social en zonas de conflicto; ampliar la resiliencia frente al cambio climático en los distintos sistemas alimentarios (por ejemplo ofreciendo a los pequeños agricultores un amplio acceso a seguros contra riesgos climáticos); fortalecer a las poblaciones vulnerables frente a adversidades económicas; reducir el coste de los alimentos a lo largo de las cadenas de suministro, luchar contra las desigualdades estructurales y, sobre todo, introducir cambios en el comportamiento de los consumidores para garantizar dietas más variadas y saludables.